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miércoles, octubre 16, 2024

Joan Miró en 1893-1919. 2. El nacionalismo en Miró.

1. PRIMER PERIODO: 1893-1919. 2. El nacionalismo en Miró.

La influencia nacionalista catalana en el joven Miró.
Miró, ¿pintor español, catalán o incluso francés como se le clasificó en alguna exposición? Llorens (1987-1988) explica que la clasificación taxonómica por nacionalidades, propia de la historiografía del siglo XIX, no tiene utilidad para explicar el arte del siglo XX, por la internacionalización de las relaciones artísticas.[1] A esta idea me sumo, pero Miró no es sólo un artista, sino también un hombre volcado en su tiempo y como tal dividido entre las pulsiones ideológicas de tres polos muy diferentes: España, Cataluña y Francia. Inequívocamente se decantará por su tierra catalana pero los otros dos polos serán omnipresentes.


Enric Prat de la Riba, una influencia nacionalista y catalanista de sentido conservador.


Antoni Rovira i Virgili, una influencia nacionalista y catalanista de sentido progresista.

La formación de la ideología catalanista de Miró es un tema aún abierto a la investigación, pero debemos realzar el interés de la tesis doctoral de Lubar[2] en cuanto se concentra en la vivencia de Miró durante la época noucentista de Eugeni d’Ors, Joaquim Sunyer y Joaquín Torres García, como ejemplo del “encuentro” entre el catalanismo y la vanguardia. Hubo un doble componente ideológico, progresista y conservador en la formación del nacionalismo catalán, pero casi todas las influencias que recibió Miró antes de 1920 provenían del bando conservador.
La actitud nacionalista que Miró mostró en los años 10, que enlazaba con la lucha de la burguesía catalana por reivindicar una entidad nacional para su pueblo, era una posición que compartía con casi todos los miembros de las familias catalanas de clase media bienestante. Ya tan pronto como en 1915 Miró escribe a Ricart que trabaja para un renacimiento artístico de Catalunya —asumiendo el ideal noucentista— y se proclama ‹‹fill d’aquesta Catalunya, tan furriacada pels homens d’Iberia.››[3]
Es un joven nacionalista de 22 años, que está en pleno servicio militar, lleno de ilusiones sobre la recién nacida Mancomunidad de Cataluña y la gran tarea de la recuperación de la lengua y la cultura catalanas. En este sentido, hay que matizar la tesis de Lubar de que ‹‹la formación de la estética de Miró se basaba precisamente en un alejamiento de la política.››[4] porque si Miró rehusaba entonces un compromiso práctico con el catalanismo político es porque éste se asociaba en aquellos años a un conservadurismo cultural-artístico al que Miró se oponía, porque chocaba con su incipiente vanguardismo artístico.
Tomàs Llorens (2008) opina que hacia 1917 Miró (como Salvat-Papasseit y los otros miembros del pequeño grupo futurista catalán) había rechazado el nacionalismo noucentista que muchos de sus compañeros abrazaban y que:
‹‹Ese rechazo supuso una ruptura con el nacionalismo de su generación; pero trajo consigo, al mismo tiempo, y paradójicamente, una especie de radicalización de su sentimiento nacionalista. Una radicalización que le llevó hacia atrás, hacia las raíces románticas de ese sentimiento, y al mismo tiempo hacia delante, hacia una especie de nacionalismo trascendente y fantasmagórico que, transfigurado, vino a confluir con el primitivismo de los poetas surrealistas de París.››[5]
Acto seguido, Llorens remarca con acierto que Miró rechazó de noucentistas y futuristas la asociación entre Barcelona y la modernidad y se decantó, en la lucha polar entre Barcelona y la Cataluña rural, a favor de las raíces de Mont-roig, tomando como referente el arte medieval para su realismo detallista desde 1918 que desembocó en La masía (1921-1922), mientras que desde 1920 París (el cosmopolitismo) sustituyó a Barcelona en dicha polaridad. Pero este ruralismo mironiano era ya más poético que nacionalista, aunque un nacionalismo rural todavía latiera en el “franciscanismo” y en la imagen de la tierra como fuente de regeneración de la vida.[6]
Son años de consolidación en Miró de una personalidad firmemente catalana, apegada a la tierra del propio país: la ciudad de Barcelona en lo humano, el campo de Mont-roig en lo natural, y la isla de Mallorca a través del mar civilizador.
Malet (1983) proclama este rasgo de la personalidad del artista: ‹‹La catalanidad de Miró, reforzada por el amplio conocimiento que, desde pequeño, tiene de su país, es patente en toda su obra y en su manera de ser y actuar.››[7]
Calvo Serraller (2001) destaca de Miró su condición de pintor relacionado con el mundo rural catalán : ‹‹(...) catalán de origen y muy vinculado a la cultura telúrica, del mundo rural, desplegó un potente universo de signos y símbolos relacionados con ese muy rico depósito de la imaginación de tradición campesina, dotándolo además de una muy sugestiva fuerza poética. (...)››[8]
Miró le explicaba a Sweeney en 1948 su enraizamiento en la tierra catalana debido a su carácter catalán antes que español: ‹‹El carácter catalán no se parece al malagueño ni al de otras partes de España, es un carácter muy apegado al suelo. Los catalanes pensamos que hay que tener los pies sólidamente asentados en tierra si queremos alzar el vuelo. El hecho de volver de vez en cuando a tierra firme me permite saltar luego más alto.››[9]
Y queda explícito este arraigo en la tierra en una reflexión que repetía siempre y que Cela recoge en 1957 como el rasgo más esencial de su personalidad artística: ‹‹Hay que pintar pisando la tierra, para que entre la fuerza por los pies.››[10] No es sólo la fuerza de la materia, de la tierra, como entiende Raillard, sino la fuerza espiritual que le comunica vivir en la tierra con la que se siente identificado como ser social. Es una relación que podemos considerar como panteísta, en el mismo sentido mítico que profesaba el noucentisme.
Su correspondencia más temprana, como destaca Lubar (1993), estaba ya marcada por este profundo sentimiento catalanista y el amor a la tierra:
‹‹En una de sus cartas más tempranas y reveladoras, Joan Miró expresó un sentimiento que formaría el núcleo emocional de su arte durante las siete décadas siguientes: su profundo arraigo a la tierra, a la gente y a las tradiciones de su Cataluña natal. En agosto de 1917 escribe a su amigo y compañero de estudios Enric Cristòfol Ricart, desde Ciurana, un pueblo remoto de la provincia de Tarragona, describiendo introspectivamente su estado de ánimo: ‹‹La vida solitaria en Ciurana, el primitivismo de aquella gente admirable, mi trabajo intensísimo y, ante todo, mi recogimiento espiritual, vivir un mundo hijo de mi espíritu y de mi alma, alejado, como Dante, de la realidad (¿entiendes?), me han recluido en mi interior, a medida que me iba convirtiendo en un escéptico, me he ido acercando más a Dios, a los árboles y a las montañas, a la amistad, en un primitivo como aquella gente de Ciurana y en un enamorado como Dante.››[11] ››[12]
La opinión más íntima del propio Miró sobre Cataluña la debemos inferir de un texto de Dupin (desarrollado a finales de los años 50 y publicado en 1961, y apenas revisado en la versión de 1993), forjado en sus numerosas entrevistas, traslación se supone pues casi literal del pensamiento mironiano, en el que el autor francés loa el espíritu catalán, frugal e independiente, poseedor de una rica cultura propia —tanto en la lengua y la literatura como en el arte—, de una estética realista, de una cercanía con lo francés, así como en lo político de una fuerza expansionista que se relaciona con los ideales conquistadores de los nacionalistas Prat de la Riba y Rovira i Virgili. En este espíritu idealmente catalán se reconocen muchos de los rasgos de Miró:
‹‹Muchos de los rasgos de carácter de Miró pertenecen a la psicología catalana, o en todo caso no se explican sin ella. El propio Miró reivindicó siempre con fuerza sus orígenes y no quiso nunca ser considerado como un pintor español. “El carácter catalán declaró a J. J. Sweeney, no se parece al malagueño ni al de otras partes de España, es un carácter muy apegado al suelo. Los catalanes pensamos que hay que tener los pies sólidamente asentados en tierra si queremos alzar el vuelo. El hecho de volver de vez en cuando a tierra firme me permite saltar luego más alto.”[13] El realismo de los catalanes, que se acostumbra oponer al espíritu contemplativo y al ardor místico de España, ha hecho de ellos los más robustos y activos de los ibéricos. Este pueblo rudo está fuertemente apegado a una tradición de libertad y de independencia alimentada, reforzada constantemente por una encarnizada lucha de doce siglos. Cataluña ha sido constantemente, desde la prehistoria, un país de tránsito, un país invadido y colonizado. Los griegos y los romanos dejaron en él una huella profunda. La invasión árabe, en cambio, fue mucho más tardía que en el resto de España y, sobre todo, más breve. La reconquista por los cristianos bajo el impulso de los barones de Tolosa y Narbona marcó el despertar del espíritu nacional, al mismo tiempo que sellaba la tradicional amistad entre catalanes y franceses, evidenciada desde dicha época por intercambios en todos los campos. Cuando España era todavía sarracena, Cataluña constituía ya, desde el siglo IX, un Estado cristiano lleno de cultura griega y romana, mirando más hacia Francia que hacia el interior de la Península Ibérica. Su lengua, mucho más próxima a los dialectos occitanos que al castellano se convirtió rápidamente en vehículo de una cultura refinada a la que numerosos poetas, clérigos e intelectuales dieron incomparable brillo entre los siglos XII y XIII. El desarrollo de las artes se vio acompañado de una prodigiosa expansión política de Cataluña, unida entonces al reino de Aragón. En el siglo XIV, el Mediterráneo estaba controlado en su totalidad por naves bajo pabellón catalán, cuatro barras escarlatas sobre campo de oro, y el almirante Roger de Lauria podía proclamar: “Todos los peces del Mediterráneo llevan en el lomo las barras catalanas”. El origen del escudo catalán es, al respecto, sumamente revelador: herido gravemente en el curso de un combate, Wifredo el Velloso consiguió que el rey de Francia, Carlos el Calvo, reconociera oficialmente a Cataluña. Para sellar la promesa, el rey francés puso la mano sobre la herida del conde y deslizó luego sus cuatro dedos ensangrentados sobre una tela recamada de oro, convertida desde entonces en emblema de la independencia catalana.››[14]
Pero este carácter propio del pueblo catalán, según la interpretación de Miró que Dupin transcribe a su modo, se debió forjar en la adversidad de la dominación castellana, que le impuso una lengua y una administración que frenó su desarrollo hasta el s. XIX, cuando la burguesía catalana abrió nuevos cauces, hasta el trágico suceso de la guerra civil y la larga represión que el franquismo impuso sobre Cataluña:
‹‹Este país, considerado en la Edad Media el más libre del mundo, se vio reducido por una boda real a la condición de provincia vasalla de un Estado de lengua y costumbres diferentes que se esforzará en asimilarlo. Desde el siglo XV, bajo la opresión castellana, su historia se reducirá a sus sufrimientos, a numerosas y heroicas rebeliones, reprimidas siempre con la mayor crueldad. Los catalanes conseguirán, pese a ello, conservar su lengua, sus tradiciones y una pizca de sus libertades. Hacia 1850, siguiendo el ejemplo de sus poetas, Cataluña conoció un verdadero renacimiento en el campo de la literatura y las bellas artes, al mismo tiempo que un avivamiento de la reivindicación autonomista. La actividad de las Ligas, las manifestaciones espontáneas de un pueblo amante de su lengua y su danza, la sardana, amante de su himno rebelde, Els Segadors, la amplitud y la perseverancia del movimiento desembocaron en la concesión a Cataluña de una primera descentralización administrativa en 1913 y, sobre todo, de una amplia autonomía en el marco de la República española. El espíritu de resistencia de los catalanes no tuvo tiempo de debilitarse: cuatro años más tarde estallaba la guerra civil, la atroz guerra civil. La dictadura franquista suprimió todos los privilegios, eliminó todo signo de autonomía y de libertad, prohibió la enseñanza, los periódicos y los libros en lengua catalana.››[15]

Cataluña se presenta como víctima de Castilla. Es un lugar común entre los catalanistas y en Miró, un hijo intelectual del catalanismo conservador de finales del XIX, quien cree que la historia es una lucha entre pueblos (catalanes contra españoles, franceses contra alemanes), simbolizados en sus líderes (Franco como arquetipo del mal). Jamás en su vida hará mención alguna a clases sociales dominantes y dominadas, y, así, durante la posguerra, en los años 40 y aún más tarde, procurará mantener una buena amistad con franquistas declarados como Ràfols, Ricart o Foix, o colaborará con el alcalde Porcioles, pues ante todo considera que son catalanes.
Pero el catalanismo o catalanidad de Miró se nutre también de un amor positivo por su tierra, como indica Joan Perucho (1966) incide:
‹‹Si hay algún hombre que esté estrechamente vinculado a la raíz física de una tierra o de un paisaje, éste es indudablemente Joan Miró y lo está tanto por una conexión de fatalidad biológica e irrenunciable como por una mantenida voluntad de que así sea. En efecto Joan Miró y Cataluña han estado unidos siempre y si Joan Miró ha extraído su fuerza del suelo y del pasado de Cataluña ésta, a su vez, se ha visto ensalzada y prestigiada universalmente por Joan Miró quien nunca ha olvidado de proclamar su origen poniendo contra viento y marea ante su apellido el luminoso Joan.
El primer aspecto de esta conexión es sin duda debido a ese identificarse de Miró a las esencias más puras de su país natal, a su luz fulgente, a su tradición. En la obra de Miró siempre hay reminiscencias de ello, aun en sus momentos más esquemáticos y aparentemente desligados de lo real y surgen impensadamente con una turbulencia de símbolo y de audacia juvenil disparada hacia lo absoluto, hacia lo que permanece eterno e inmutable. El rostro de Miró se aproxima a estas fuentes, las examina detenidamente y luego saca de ellas la fuerza telúrica que se halla escondida. No en vano hace un momento hemos hecho alusión al impulso juvenil de Miró, derramado en toda su larga obra, y este impulso lo determina la configuración y el espíritu de su tierra de Cataluña, país donde al lado de la tradicional sensatez del seny ostentado por el mítico “senyor Esteve” puede darse también y en altísima medida, la locura genial, la “follia” de Ramón Llull y de un Antonio Gaudí.
El segundo aspecto de esta conexión se da en el hecho de que sea el propio Miró el primero en conocer este orden de vinculaciones y afectos y que sea también el primero en decírselo al mundo. Desde sus primeros pasos en el quehacer del arte, existe una fidelidad entrañable de Miró a unas determinadas formas de vida, a un peculiar “modo de estar” en las sensaciones e ideas. Con una ciega confianza en sí mismo se sabe portador de una categoría de invenciones nuevas no totalmente vislumbradas aún pero al mismo tiempo en lo secreto de su sangre se descubre también heredero de unos valores tradicionales sin los cuales nada valdrían sus esfuerzos para hallar su originalísimo vocabulario. Entonces, Miró se esfuerza reflexivamente en ir al fondo de lo que es ancestral y se halla perdido en la nebulosa del tiempo, interesándole, no lo que es sólo recuerdo y vanagloria de un pasado, románticamente evaporado, sino lo que está vivo y vigente e informa una realidad actual distinta a las demás. Todo esto lo hace Miró con una seriedad y una pureza inigualables, casi maniáticas, y al lado de su preocupación por lo que es vivo gracias al dominio de las fuerzas ocultas de la naturaleza existirá asimismo un apasionado interés por lo que es vivo culturalmente y ha sido depositado y remansado por la sabiduría popular a través de los siglos. De aquí su afición por los oficios y las artes del pueblo, su pararse a cada momento ante lo que la mano del hombre ha hecho, con un temblor de vida, pero a través de unos cauces antiquísimos. En consecuencia, este interés se centrará en una dualidad y tanta emoción encontraremos en los ojos de Miró ante una raíz o un arbusto pulimentado por la impetuosa corriente de agua de un torrente como ante un típico y coloreado “siurell”, estatuilla popular de Mallorca.››[16]

Los tres idiomas de Miró: catalán, español y francés; un choque cultural.
En la definición de la identidad nacional de Miró influye una escisión, un conflicto íntimo del lenguaje: Miró comparte tres idiomas de cultura a lo largo de su vida, el catalán, el francés y el español. Se advierte mejor su equilibrada actitud ante los tres idiomas (y sus culturas), a través de su comparación con las ideas de una de sus grandes influencias de juventud, el obispo Torras, acérrimo defensor en exclusiva del catalán. Este conflicto lo resolvió con una distribución de funciones entre los tres idiomas, con matices, pues prefería su lengua catalana, la materna, pero utilizaba las otras dos para gozar de las ventajas de acceder a sus respectivas culturas.
El catalán casi siempre lo habla en su vida privada en la familia y con los amigos, y en este idioma lee en su juventud las obras de la Renaixença y cultiva una cultura literaria que hacia 1920 ya es muy sólida. Le cuenta a Raillard: ‹‹En mi juventud, en la academia Galí, por ejemplo, se hablaba siempre catalán. (…) El catalán era la lengua de la familia, del mercado, de los amigos, y había que luchar para que el catalán, nuestra lengua, fuese reconocido como lengua cultural.››[17] 
Miró siempre usó primordialmente en su vida cotidiana la lengua catalana y su preferencia por los nombres catalanes es indiscutible, comenzando por su orgullo de escribir su nombre “Joan” incluso durante los primeros años del franquismo, siguiendo las tesis de Torras, quien sostenía una empeñada defensa del idioma catalán[18], ya desde la onomástica:
‹‹Què més ridícul que usar noms castellans i fins de vegades francesos o anglesos per anomenar persones nascudes i que han de morir al cor de Catalunya? Amb la intel·ligència que, quan els diminutius de que sol usar-se per als nens i per les nenes, difícilment pot trobar-se, fora de la italiana, llengua que els tingui més graciosos que la llengua catalana. Comparem, per exemple, Marieta i Antonieta a Mariquita i Antoñita. La més fàtua moda arriba a corrompre el bon gust natural dels homes.››[19]


El obispo catalán Josep Torras, una de las mayores influencias en el catolicismo conservador y catalanista del joven Miró.

El español lo usa para la lectura poética (siempre, desde muy joven, le atrajo la poesía mística castellana) y de traducciones, así como para las relaciones culturales y comerciales en el interior de España, salvo en Cataluña. Era una necesidad o una obligación indeseada, como le cuenta a Raillard: ‹‹En la escuela había que hablar en castellano y todos los libros estaban en castellano.››[20] Mientras que Torras despreciaba la cultura popular castellana[21] para reservar su veneración a la tradición cultural catalana[22], el más moderado Miró en cambio no rechazaba la cultura popular “española” en Cataluña, sino que incluso admiraba sus manifestaciones más populares, exóticas o primitivas, como el flamenco[23], pero no se quedaba sólo en este nivel popular, pues entre sus pintores favoritos, destacará siempre Zurbarán —tanto en los años 20 como en los 60— en el que admira precisamente su expresionismo español. Incluso sus lecturas de poesía desde los años 40 eran cada vez más y más españolas: seguía siempre con pasión la poesía francesa y catalana pero también la de Góngora, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León... y esta cultura castellana le impregnaba.

El francés es su lengua de cultura universal, para las relaciones culturales y comerciales en el extranjero, para la correspondencia con sus amigos artistas y sus marchantes, para la lectura de la poesía que le inspira, para la reflexión teórica y la creación poética, para los títulos de la inmensa mayoría de sus obras. Le dice a Raillard que los títulos los pone ‹‹Sí, siempre en francés. Hay que tener en cuenta que fue en París donde realmente comencé.››[24], sigue ‹‹Es en París donde me formé intelectualmente. Por eso, el francés es para mí la lengua del trabajo intelectual y de la reflexión. Cuando pienso un proyecto lo hago siempre en francés. (…) cuando se trata de reflexionar o de construir alguna cosa, lo hago en francés. Hasta el punto de que jamás he pensado escribir poemas en catalán; y las frases que he escrito en mis cuadros están en francés. Toda mi formación fue parisiense.››[25], y añade que ‹‹todos mis poemas están escritos en francés››[26]
En su programa de estudios de secundaria era el único idioma extranjero y podemos intuir que no era de sus asignaturas peor calificadas. Amaba la cultura francesa, desde que recibió el influjo del ambiente francófilo de Barcelona, al que se asoma desde 1912, y con una larga tradición: a guisa de ejemplos, en “Els Quatre Gats” se reúnen en 1900-1904 varios de los más destacados miembros laicos de la vanguardia barcelonesa: Picasso, Miguel Utrillo, Casas, Rusiñol, Nonell, Mir, Josep Dalmau, Manolo... difundiendo su apasionado interés por París, la capital artística del mundo de la “Belle Époque”; al mismo tiempo, los artistas más admirados por Miró en su juventud se instalan en París como hitos decisivos en sus vidas, así Nonell en 1897 o Picasso en 1904 (después de los viajes de 1900 y 1901), y destacan sobremanera en el ámbito del arte catalán: en la prestigiosa Sala Parés de Barcelona exponen en 1901 el ya maduro y triunfador Casas y el joven Picasso, que inicia su etapa “azul” (1901-1904) y señala el camino del éxito a los nuevos artistas catalanes. No es extraño que Miró siga esta misma dirección, lo que explica sus frecuentes lecturas de revistas vanguardistas francesas en los años 10, su presencia desde 1917 en el círculo francófilo de las Galeries Dalmau, su apoyo al bando aliado durante la Guerra Mundial, etc., aunque su primer viaje a París deberá esperar hasta 1920. Brigitte Léal (2004) resume la división vital de Miró entre Cataluña y París: ‹‹De 1920 à 1940, Miró va vivre entre les deux pays et les deux cultures, conciliant son attachement indéfectible à sa terre de Montroig où sa famille possède une masia (ferme), avec la France, où il se trouve les nouveautés artistiques et lactivité qui vont stimuler son inspiration.››[27]

NOTAS.
[1] Llorens. Exilio y gusto español en el arte moderno. *<Le siècle de Picasso>. París. MAMV (1987-1988): 39.
[2] Lubar. Joan Miró Before The Farm, 1915‑1922: Catalan Nationalism and the Avant‑Garde. 1988. Consulta en FJM. Hay el inconveniente de que la tesis de Lubar no ha sido publicada ni es consultable para muchos de los lectores de esta tesis.
[3] Carta a E.C. Ricart, Caldetas (7 a 15-III-1915) 445 BMB. Esta carta es datada en 31-I-1915 por Rowell. Joan Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 48-49. / Rowell. Joan Miró. Écrits et entretiens. 1995: 57-58. / Rowell. Joan Miró. Escritos y conversaciones. 2002: 79-82 en las versiones de 1986: 48-49. La causa de este error puede ser la difícil caligrafía; o que la fecha 31-I se corresponde con la carta justo anterior, la 444 BMB; además, por un error del listado oficial del archivo BMB se cataloga este doc. como nº 445 cuando está señalado como nº 444 en el mismo documento). Miró comienza a escribir la carta en Caldetas, en torno al domingo 7 (la mención a las veraneantes del domingo es muy expresiva), la interrumpe unos días, y la acaba en Barcelona, en el domingo 14 y el lunes 15-III (la fecha indicada de envío).
[4] Lubar. <Joan Miró 1893-1993>. 1993: 44.
[5] Llorens. La catalanidad de Miró. <Miró: Tierra>. Madrid. Museo Thyssen-Bornemisza (2008): 25.
[6] Llorens. La catalanidad de Miró. <Miró: Tierra>. Madrid. Museo Thyssen-Bornemisza (2008): 26-27.
[7] Malet. Joan Miró. 1983: 7.
[8] Calvo Serraller. El arte contemporáneo. 2001: 266-269.
[9] Sweeney. Joan Miró. Comment and Interview. “Partisan Review”, v. 15, nº 2 (II-1948): 212. cit. Dupin. Miró. 1993: 11.
[10] Cela. Acta de un monólogo de J.M. “Papeles de Son Armadans”, Palma/Madrid. Número especial dedicado a Joan Miró, v. 7, nº 21 (XII-1957). cit. Dupin. Miró. 1993: 20. No es una entrevista en realidad, pues parece que esta frase, como otras, Cela la tomó de fuentes anteriores, pues con variaciones literarias y de contexto, Miró repitió lo mismo a Sweeney, Charbonnier, Perucho, Erben, Raillard... desde los años 20 a los 70. Un ejemplo bastará: en una entrevista de 1928, Miró cuenta que ‹‹Para comprender bien a un pintor hay que ir a su tierra.›› [Anónimo. Entrevista Joan Miró en Madrid. “La Gaceta Literaria”, Madrid, año II, 37 (1-VII-1928) 6.] Veinte años más tarde, aplica ese amor por la tierra a los catalanes en general. [Sweeney. Joan Miró: comment and interview. “Partisan Review” (II-1948): 212.]
[11] Carta de Miró a Ricart. Barcelona (IX?-1917) BMB 449. Lubar la fecha en agosto.
[12] Lubar. El Mediterráneo de Miró: concepciones de una identidad cultural. <Joan Miró 1893‑1983>. Barcelona. FJM (1993): 25.
[13] Sweeney. Joan Miró: comment and interview. “Partisan Review” (II-1948): 212.
[14] Dupin. Miró. 1993: 11-12.
[15] Dupin. Miró. 1993: 12.
[16] Perucho, Joan. La fidelidad de Joan Miró. Serie de artículos sobre Cataluña y sus hombres. “La Vanguardia” (20-XI-1966).
[17] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 111.
[18] Sobre su concepción más doctrinal del tema de la lengua véase Torras. La tradició catalana. 1981 (1892, 1906): 42-57.
[19] Torras. La tradició catalana. 1981 (1892): 81. Parece que la fuente es un sermón referente a los nombres impuestos a los recién nacidos.
[20] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 111.
[21] Torras escribe: ‹‹avui Catalunya està farcida de cançons castellanes: pels carrers, per les escoles, en les cases particulars, no s’ouen altres coses que cançons castellanes, i els formosos i honestíssims cants catalans són oblidats (...). Però encara convé més alçar el crit contra les representacions, cançons i danses que comunament anomenem gènere flamenc. No hi ha res més antitètic que elles al caràcter català, no pot trobar-se cap cosa més destructiva de severitat i fermesa de la nostra raça. Les diversions indígenes catalanes són senzilles, populars i formoses i, no obstant, aquesta generació nostra que es titula democràtica serà, segons totes les aparences, la que les veurà desaparèixer i substituir per altres que ni moralment ni estèticament s’hi poden comparar.›› [Ibid.]
[22] Torras escribe en 1905: ‹‹Temíem (...) que examinada de nou la Tradició de la terra, indígena, no resultés atemptatòria a l’organització universal del nostre llinatge per la qual sospira la Civilització cristiana. Però de nou ens havem convençut que la tradició és un element essencial del patriotisme, i que el concepte patriotisme difícilment pot subsistir, anihilada la idea de tradició.›› [Torras. Nueva introducción a la reed. de La Tradició Catalana. 1906. Véase reed. 1981: 18 y Torras, Obres Completes. v. I. p. 226. Hay una trad. castellana en Peran, Suàrez y Vidal. <El Noucentisme, un projecte de modernitat>. Barcelona. CCCB (22 diciembre 1994-12 marzo 1995): 406.] Sobre la influencia moral de Torras en el movimiento noucentista véase Camps i Miró, Teresa. Una aproximació al contingut moral del noucentisme artístic. “Ateneu”, Barcelona, 8 (41 trimestre 1986) 27-29.
[23] Por ejemplo, de la mano de su amigo Gasch, en los años 20 y sabemos que hasta el final, el artista fue un ferviente admirador del baile flamenco. Miró ya desde 1912, cuando al salir de clases de dibujo tomaba apuntes en sus calles y locales, se aficionó a la vida bohemia del barrio del Raval, que se estaba convirtiendo por los años 10 en el Barrio Chino, un lugar de ocio, fiesta, música, prostitución... con locales célebres como la Bombilla, el Molino, Villa Rosa o La Criolla (un local semi gai), que Miró, Gasch y sus amigos frecuentaban, porque podían gozar de momentos llenos de intensidad vital e incluso cultural, para quienes admiraban el flamenco, como era el caso de Miró (quien profesó gran admiración a varios bailarines). Mantuvieron esta afición siempre. Por ejemplo, Gasch recuerda una noche de fiesta en la que se llevó a El Manquet a unos bailarines rusos que habían estrenado (16 de mayo de 1933) en el Liceu el ballet Jeux d’enfants con decorados de Miró, quien probablemente también estaba: ‹‹La sesión era monótona; pero de pronto del cuadro flamenco se separó una chiquilla de unos 14 años, y empezó a bailar. La llamaban “La Capitana” y se hacía difícil encontrar palabra exacta para aquella maravilla. El verdadero nombre de “La Capitana” era Carmen Amaya››. [Huertas, Josep M. Com es formà el Barri “Xino”. “L’Avenç”, 15 (IV-1979) 66-71. cit. 68.]. Otro ejemplo es la descripción de Julio Rosselló de la actuación en 1958 de “La Chunga” en la casa de Cela, ante Miró y un selecto grupo de escritores, artistas y músicos. Miró apreciaba en aquella muchacha de 18 años, nacida en Cataluña, ser una “bailaora” que representaba una cultura ancestral, gitana o hindú, de siglos. Se le hizo incluso un homenaje en “Papeles de Son Armadans”. [Rosselló, Julio. “Destino” (20-IX-1958)]. También muy conocida es la amistad de Miró desde los años 20 con el bailarín vallisoletano de flamenco Vicente Escudero. Sobre la intensa actividad de su introductor Gasch como “periodista del Paral·lel”, véase: Casacuberta, Margarita; Ucelay-da Cal, Enric. Entre la civilitat i el vici (196-197), en Riquer (dir.). Història. Política, Societat i Cultura dels Països Catalans. v. 9. De la gran esperança a la gran ensulsiada 1930-1939. 1999. Sobre el Paral·lel véanse: Badenas i Rico, Miquel. El Paral·lel, història d’un mite. Pagès Editors. Lérida. 1998. 358 pp. / Cabañas Guevara, Luis (seudónimo de Rafael Moragas). Biografía del Paralelo 1894-1934. Ed. Memphis. Barcelona. 1948 (1ª 1945). 314 pp. / Ginart, Belén. Paral·lel: el mite reviscola. “El País”, Quadern 1.201 (22-II-2007) 1-2. / Ginart, Belén. De quan Barcelona tenia el seu Montmartre. “El País”, Quadern 1.201 (22-II-2007) 3. / Gasch, S. Les nits de Barcelona. Pòrtic. Barcelona. 1969. 120 pp. / Gasch, S. El Molino. Dopesa. Barcelona. 1972. 190 pp. / Permanyer, Lluís. Establiments i negocis que han fet història. La Campana. Barcelona. 1997. 302 pp. / Villar, Paco. Historia y Leyenda del Barrio Chino (1900-1992). Crónica y documentos de los bajos fondos de Barcelona. La Campana. Barcelona. 1997. 255 pp. / Zúñiga, Ángel. Barcelona y la noche. Ed. José Janés. Barcelona. 1949. 211 pp. Reed. Parsifal Ediciones. Barcelona. 2001. 194 pp.
[24] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 49.
[25] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 99-100.
[26] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 110.
[27] Léal, Brigitte. Un Catalan international, en AA.VV. Miró au Centre Pompidou. “Beaux Arts Magazine”, hors-série. 2004: 23.

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