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martes, enero 30, 2024
La pérdida de El segador.
El mural de El segador (1937).
‹‹Siquiera para gustar la clase de olvido que reina en el interior de sus cuadros, el pintor se ve a menudo en el deber de renunciar a su propio personaje de sombra. Así comienza su vida normal de pasajero del arcoiris con cuanto ello implica de inmarcesible juventud. En el fondo es ésta también la sola probabilidad que se le ofrece de llegar a hacerse perdonar por el mundo inanimado que le rodea, estrechando mediante un lenguaje de luz los lazos que existen entre la muerte de cada objeto y él. Nuevo Adán, si no es siempre capaz de dar un nombre a sus animales de hambre, de sed y de fatiga, puede sí prestar colores íntimos a los más duros objetos y un objeto a los colores que sólo para sus sueños tienen ojos. El paraíso despliega en torno la profundidad de su organización creadora. Y el antiguo pacto con el Eterno se aposenta así en su destino, el pacto a grande y lluviosa escala entre la vida, y la muerte. Ahora bien, durante los largos y últimos años de cerrazón y de miseria no hubiera podido captarse la plena realidad operante del arcoiris sin este aire de Miró que atraviesa la pintura como «la espada de la paloma», este aire angelical, como es debido, que luego de acusar los rasgos secretos de la tempestad, la irisa y la desarma. Empero y a pesar de una honda comunidad de miras, su presencia de pintor está demasiado lejos de poseer la cualidad desintegradora del prisma para que su vida pueda ser comparada a una bandera. Triunfa en él la diafanidad. Para el pintor digno de tal nombre no existe más política que la diáfana de los buenos cuadros, fuera de todo personaje entrometido, los cuadros de su vida que traducen con formas y colores proféticos, más acá y más allá de su personaje de sombra, los problemas específicamente humanos. La luz se expresa entonces en su sola considerable verdad, la verdad nuestra de cada día, mostrándose pura y evidente, no obstante su turbadora naturaleza, porque la imagen del hombre se encuentra en su punto muerto. Poco a poco el automatismo del Azar entra en funciones haciendo actuar, aunque sólo sea en sordina, el pacto con el Eterno.
Así es como en los momentos actuales, bajo el turbión devastador que amenaza tragar para siempre el heroísmo del pueblo de España, cuando la sangre en estado visible se encabrita y pisotea y rompe y desecha a los hombres, Miró, a fuerza de colocar a su pueblo martirizado delante del lienzo, ha visto aparecer en su cuadro un labriego armado con su hoz, un segador desprendido por un curioso fenómeno de orden artístico, del canto Els Segadors, el himno de la libertad catalana. Héle ante nosotros envuelto en su belleza incorpórea, preñado de armonías como una joya submarina, bien sujeto al fondo entre el alga, la medusa y la estrella de mar. Porque son las profundidades las que hablan, las categorías mediterráneas de la luz, aquellas que se decantaron en los ojos de Osiris para surtir el descarrío de los griegos fáciles y de los romanos. Son éstas las profundidades que hablan en su lenguaje cifrado de monstruos útiles para servir de transición entre la antigua tierra y la nueva, este lenguaje de nadie que se estira como un puente tratando de desentenderse de los vínculos de humo que atan la vida de la conciencia a cualquier sombra furtiva. Sediento de espacio, el espectro embrionario del hombre se encuentra aquí pidiendo a las paredes que le persiguen la llave de su prisión, y al vendaval el sostenimiento de su propia piel a media asta en el umbral de las soledades inmensas. Mas puesto que de llave o clave se trata no es ocioso insistir sobre el hecho que domina hoy día con una gran parte de su importancia, la perspectiva universal, a saber: que España es la primera nación que llega al término de su historia, a su fin que es el fin del mundo, con el desencadenamiento furioso de las principales representaciones apocalípticas. No, no es mera casualidad que se vea subir hacia la superficie donde esplenden los surtidores anímicos de Miró y en ausencia de su personaje de sombra, una representación que revela el sentido preciso de los tiempos que vivimos.
Sólo en el Apocalipsis, tratado poético del FIN, el cual se encuentra profundamente entrañado a la historia de España, pueden leerse estas palabras:
Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz afilada. Y salió del altar otro ángel que tenía potencia sobre el fuego: y clamó en alta voz al que tenía la hoz afilada diciendo: Mete tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra; porque están maduras sus uvas. Metió, pues, el ángel su hoz afilada en la tierra y echó la uva en el gran lagar de la ira de Dios. Y el lagar fue pisoteado fuera de la ciudad, y salió sangre del lagar hasta los frenos de los caballos por mil seiscientos estadios. (Apocalipsis. XIV, 17 a 20).
He aquí cómo habla la Luz, situando en su estricta razón de espacio y de tiempo el sentido real de los sucesos históricos. He aquí el Arte fiel a su cometido de registrar y desenmascarar la penumbra de misterio donde transcurre la existencia colectiva del hombre. He aquí el viejo mundo execrable que se derrumba ante el nuevo.
Espejo de España, espejo del mundo.
Mas no es esto sólo. Por añadidura existe la alegría. En vano quienes tienen ojos para no ver se sentirán inclinados, ante el panel de Miró, a interpretar como endeble caricatura lo que es jubiloso brote, expresado en términos pictóricos, del alba nueva. Alegría, alegría. Se caería en la más lastimosa de las trampas sino se viese en el fondo de estos terribles sucesos españoles la explosión delirante de un júbilo capaz de destruir por sí solo al hombre y al mundo antiguos, esa alegría enérgica y fulmínea que constituye la esencia misma del pueblo, que es como un puñado de esplendor arrojado sobre la sombra de cada miliciano, su misma imagen sobre una pantalla de barro. Es la alegría del nacimiento inevitable a un mundo nuevo, al otro mundo, el de la luz en libertad, al mundo del segador que contempla la cosecha donde granan las esperanzas de los hombres todos cuyo cuerpo fue entregado de verdad a la tierra. Esta es la solución que a través de la naturaleza del pintor, la pintura propone al Ojo que vive. Morir ya no es morir bajo el sol de España, sino situarse en un estado musical de obertura Porque cuantos han crecido a las caricias de su luz, no caben ya en los sepulcros. Sólo entran en ellos como grandes llaves.››[41]
Malet (1983) hace un análisis formal de la obra que encarece la diferencia principal respecto al Guernica de Picasso: éste es un retrato colectivo, de un pueblo dolorido; El segador es un individuo, no menos transido de dolor, pero solitario (el artista solitario):
‹‹El contraste entre el Guernica de Picasso y El segador de Miró es evidente. Mientras el primero pone de manifiesto el dolor y la desesperación de un pueblo, el segundo es un personaje mironiano en el estilo de las pinturas salvajes, que evidencia por sí mismo la agresividad y la rabia colectiva a través del individuo. Reconocemos al personaje, que ya hemos encontrado en otras ocasiones, por su barretina. Sin embargo, ahora, en lugar de un porrón o una escopeta de caza, tiene en las manos una hoz. La violencia del personaje viene dada por el gesto, la actitud y las facciones de su cara. La escena, libre de toda anécdota, se reduce a la cabeza del campesino con la hoz en la mano alzada. La expresión del personaje corresponde perfectamente a la de los monstruos mironianos, con su ojo desorbitado, la nariz confundida con la frente, los dientes afilados como cuchillos. Es la pintura de un grito que nadie ha sabido expresar como Miró.››[42]
Creemos que el segador, como los personajes “políticos” de Miró, es un ser aislado, que se une a esos solitarios, hombres únicos que luchan contra el mundo. Sus colores violentos y apasionados sugieren también el aliento de la vida más intensa. Es una obra alejada de la terrible furia representativa de Picasso, pero se puede convertir también en una figura simbólica de una angustia cruel, ya que el segador lleva, en los signos y formas que lo componen, todo el peso intolerable de una funesta tragedia. En este sentido, Sarah Wilson ve El segador como la imagen de la muerte.[43]
Debemos interrogarnos sobre su vocación en el tiempo. ¿Quería Miró hacer una obra efímera, que fuera destruida al final de la exposición o quería que fuera trascendente en el tiempo? Antonio Saura (1986) escribe sobre esta obra y la de Picasso que tenían vocación de superar la efimeridad falsamente pretendida en un principio, como en tantas ocasiones en que las obras ganan independencia una vez salidas de la mano del artista: ‹‹a pesar de sus medidas enormes, no fueron concebidas por sus artífices como pinturas murales efímeras o provisorias, sino como cuadros autónomos cuyo destino ulterior quedaría marcado por signo bien diferente. Ambas fueron concebidas con plena libertad de contenido, y su temática, impelida por una atmósfera dramática, respondería asimismo a semejante liberalidad de planteamiento.››[44]
Diez años más tarde, Antonio Saura (1996) sugiere que las imágenes de las manos en alto de El Guernica y El segador pueden tener un referente goyesco: ‹‹Tanto en El segador como en El Guernica de Picasso, la manos en alto podrían tener una referencia precisa: las del hombre de la camisa blanca de los Fusilamientos del 3 de mayo de Goya.››[45]
Y continúa Saura con un análisis minucioso, en el que analiza los elementos simbólicos y formales de la obra, estableciendo paralelismos con la obra coetánea del mismo Miró, de Picasso y del fotógrafo Capa, siempre con el hilo conductor de la tragedia histórica del pueblo español, expuesta en símbolos de muerte, pasión y violencia:
‹‹La imagen utilizada por Miró en su impresionante pintura, está relacionada con una serie de obras dispersas en el tiempo, en las cuales, hecho no muy frecuente en el pintor, aparece un personaje único. Desaparecido durante la guerra civil, solamente lo conocemos por fotografías y por la interesante reconstrucción de su colorido realizada por Fernando Martín Martín en su obra ya citada [El pabellón español en la Exposición Universal de París en 1937. 1982: 171-181]. Las grandes dimensiones de la pintura, también inhabituales en Miró por aquel entonces, y el empleo de esta única figura, provoca un doble efecto que conviene señalar: por una parte un estiramiento y ocupación bidimensional en donde los signos empleados quedan dispersos, sucediendo algo semejante con el color. La monstruosa e invasora cabeza, coronada por diminuta barretina convertida en signo fálico; el estiramiento desmesurado del cuello y los desproporcionados brazos concebidos como seres orgánicos; las manos en alto, una de las cuales porta una hoz de punta ennegrecida —que se corresponde con tres afilados, negros e incisivos colmillos—, mientras que la otra, en crispada construcción relacionada con las manos del crucificado del Retablo de Inselheim de Grünewald, provocan un desgarramiento extremado, un alzamiento agresivo y una agitación tendente a ocupar el espacio cuyo carácter de manifiesto y emblemático triunfo queda acentuado por una hirviente atmósfera cósmica.
Este resultado, que sólo podemos juzgar por los documentos citados, nos produce, junto a su eufórica y dinámica explayación [Saura parece referirse a una dilatación espacial de los elementos], una extraña desazón que proviniendo en parte del “desajustado ajuste” de sus elementos —descoyuntamiento de marioneta, signos dispersos y color fragmentado—, parece contener ciertas dosis de angustiada condición. Comparada con otra imagen de la misma estirpe, el pouchoir Aidez l’Espagne, que a nuestro juicio es una de las imágenes más poderosas del arte español de nuestro siglo, observamos la diferencia que existe entre una sólida y cerrada construcción, rotundamente afirmativa, y otra afirmación, de signo bien diferente, en donde la premonición de la tragedia parece estar presente. Algo muy diferente sucede con la hermosa y poco conocida serie de pasteles que Joan Miró realizó en estos años trágicos: en este caso un mundo larvado y monstruoso, ya desposeído de toda carga afirmativa, deja traslucir un universo demoníaco en donde flota el espectro de los desastres de la guerra.
Tanto en El Segador como en el Guernica de Picasso, las manos en alto podrían tener una referencia precisa: las del hombre de la camisa blanca de los Fusilamientos del 3 de Mayo de Goya. Esta iconografía, evidentemente, puede remontarse en la lejanía de la historia, tal como apuntábamos en un artículo reciente [“El País” (16-V-1986)] al referirnos a otras manos en alto, aquellas del miliciano atravesado por el relámpago de la muerte en la famosa fotografía de Robert Capa, otra imagen que simboliza, en igualdad de estética calidad, la guerra civil española.››[46]
NOTAS.
[1] Dupin. Miró. 1962: 296, para las dimensiones. / Rowell. Joan Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 156, para las dimensiones. / Freedberg. The Spanish Pavilion at the Paris World’s Fair. 1986: v. 1, p. 529, 534-536, para el emplazamiento. / Umland. <Joan Miró>. Nueva York. MOMA (1993-1994): 333, n. 577, para las referencias anteriores. / Greeley, Robin Adèle, Nationalism, Civil War, and Painting: Joan Miró and Political Agency in the Pictorial Realm, en Surrealism and the Spanish Civil War. 2006: 14-15, 39-44. Una exposición muy interesante, con una reproducción en color en *<Artistas revolucionarios> en la Galería Mayoral de Barcelona (septiembre 2016-7 enero 2017). [https://galeriasdeartebarcelona.com/el-segador-joan-miro/]
[3] Carta de Miró a Pierre Matisse, en Nueva York. París (25-IV-1937). cit. Rowell. Joan Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 157. / Rowell. Joan Miró. Écrits et entretiens. 1995: 168 (la cita se toma aquí). / Rowell. Joan Miró. Escritos y conversaciones. 2002: 222.
[4] Freedberg. The Spanish Pavilion at the Paris World’s Fair. 1986: 600, n. 101. En contra, Sert le contó a Freedberg (15-II-1967), que las obras de Picasso y Miró pertenecerían a la República al final de la exposición [op. cit. 600, n. 102].
[5] Martín. Una fita en la cultura espanyola del segle XX: el Pavelló de la República. en <Art contra la guerra: entorn del pavelló espanyol a l’exposició internacional de París de 1937>. Barcelona. Palau de la Virreina (noviembre-diciembre 1986): 239.
[7] Rowell. Joan Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 29, sugiere que lo realizó entre abril y julio. Permanyer. Miró. La vida d’una passió. 2003: 120, apunta que fue en la segunda quincena de junio. / Freedberg. The Spanish Pavilion at the Paris World’s Fair. 1986: v. 1, p. 527-528, arguye que Miró no pudo comenzar pronto el mural porque estaba todavía ocupado con Bodegón del zapato viejo, hasta el 29 de mayo. Freedberg recoge las declaraciones de Sert acerca de que Miró trabajó en el mural dos semanas y acabó poco antes de la apertura (el 12 de julio), lo que concuerda con unas fechas aproximadamente entre junio y principios de julio. / Umland. <Joan Miró>. Nueva York. MOMA (1993-1994): 333, n. 576, resume la cuestión de la datación de la obra y se decanta por ¿junio-principios de julio?, atendiendo a que apenas había recibido el encargo a finales de abril y que el lugar estaba entonces en construcción. La inauguración del pabellón se atrasó desde mediados de junio al 12 de julio. Lo corrobora el que el Guernica se instaló a mediados de junio. [Fluegel. Chronology. <Pablo Picasso: A Retrospective>. Nueva York. MOMA (1980): 309.] Mi opinión favorable a la tesis de Umland, con la precisión de realizarla en la segunda quincena de junio y principios de julio, se apoya en que es previsible que el retraso obedeciera a que los artistas y montadores estaban trabajando en la ejecución y/o instalación de las obras, y en que Miró observó la realización del Guernica y posiblemente lo comenzó después de haberlo visto montado. Esta datación más corta encaja mejor en las informaciones de Sert.
[8] Carta de Juan Tortella, secretario de Miró, a Freedberg. (23-VII-1971), y Sert en conversación con Freedberg (15-II-1967), en The Spanish Pavilion at the Paris World’s Fair. 1986: 581, n. 10. Y sobre la fecha de finalización, está el recuerdo de Sert de que Miró estaba pintando los paneles pocos días antes de la apertura, en memorándum del 2-IV-1973, en Freedberg. The Spanish Pavilion at the Paris World’s Fair. 1986: 581, n. 11.
[9] Martín. El pabellón español en la Exposición Universal de París en 1937. 1983: 173. Se corrobora en carta de Juan Tortella, secretario de Miró, a Freedberg. (23-VII-1971), que sólo usó unos croquis, que se perdieron, y lo mismo piensa Dupin, en conversación con Freedberg (10-VII-1970), en The Spanish Pavilion at the Paris World’s Fair. 1986: 584, n. 28.
[12] Freedberg, Catherine Blanton. The Spanish Pavilion at the Paris World’s Fair. 1986: v. 1, p. 543. cit. Turner. Calder and Miró: A New Space for the Imagination. *<Joan Miró - Alexander Calder>. Basilea. Galerie Beyeler (2004): 45. Turner recoge en 45-46, los comentarios de Freedberg de 551-552 sobre la fuerza política y visual de El segador.
[15] Genauer, E. All Star cast. “Parnassus”, v. 9, nº 5 (X-1937) 12. cit. Freedberg. The Spanish Pavilion at the Paris World’s Fair. 1986: 586, n. 36.
[21] Saarinen, Aline B. A talk with Miró about his art. “The New York Times” (24-V-1959). Col. FPJM, v. VIII, p. 62. Era la esposa del arquitecto finés-norteamericano Eero Saarinen y en aquella época era una prestigiosa crítica, sobre todo de arquitectura.
[26] Larrea. Miroir d’Espagne; a propos du “Faucheur” de Miró au pavillon espagnol de l’exposition 1937. “Cahiers d’Art” París, v. 12, nº 4-5 (IV-1937) 158. cit. Dupin. Miró. 1993: 212.
[28] Martín explica la disposición de los colores predominantes (negro, rojo y blanco) en las difrentes partes de la figura, mientras que el fondo tiene diversas tonalidades (rojo, amarillo, verde, azul y la propia del celotex). [Martín. El pabellón español en la Exposición Universal de París en 1937. 1983: 179]. Dupin cita la página como 96 [Dupin. Miró. 1993: 212].
[29] Borrás, M. Ll. Sobrecogedor testimonio de los horrores de la Guerra Civil. “La Vanguardia” (2-XII-1986). Borràs especifica que las obras “encontradas” en Montjuïc siempre se supo donde estaban, pero que dado su escaso valor artístico, Sert y Prats ‹‹demostraron jamás el menor interés por esta serie de obras›› Sert incluso desdeño verlas. Borràs, asimismo, se reivindica como descubridora de la Fuente de mercurio de Calder, que encontró en su taller de Saché, así como el mérito de convencerle para la que la donará a
[30] Sweeney. <Joan Miró>. Nueva York. MOMA (1941): 68. Sweeney no conocería esta obra porque escribe que eran paneles de masonita.
[32] McBride, en <The Walter P. Chrysler Jr. Collection>. Richmond. Virginia Museum of Fine Arts (16 enero-4 marzo 1941): 15-16.
[33] Saarinen, Aline B. A talk with Miró about his art. “The New York Times” (24-V-1959). Col. FPJM, v. VIII, p. 62.
[36] Hamilton. Pintura y escultura en Europa 1880/1940. 1983 (1967): 431-437. La localización de la cita corresponde asimismo a las otras citas.
[37] Greeley, Robin Adèle, Nationalism, Civil War, and Painting: Joan Miró and Political Agency in the Pictorial Realm, en Surrealism and the Spanish Civil War. 2006: 43.
[39] Raillard. Miró. 1989: 102. ‹‹[como en Aidez l’Espagne] (...) la même violence conquérante tirée du fond de Miró, un fonds de perpétuelle révolte, soutenue par la fois dans la révolution des esprits à laquelle le peintre travaille.››
[41] Larrea, Juan. A propos du “Faucheur” de Miró au Pavillon espagnol de l’exposition de 1937. “Cahiers d’Art”, v. 12, nº 4-5 (IV-1937) 157-159. Reed. en Número especial dedicado a Miró de la revista “Cahiers d’Art” (2018): pp. 25-26, foto de Miró sobre un andamio durante la realización y foto de la obra ya acabada en p. 27. El mismo Larrea tradujo este texto en la revista del exilio “España Peregrina”, Año II, número 10, 2º semestre de 1941 [publicada en Biblioteca Digital Miguel de Cervantes], con el título Fábula y signo de la pintura (Espejo de España), en pp. 57-58, más la misma reprod. del Segador en 59. Se reproduce parte del texto de p. 158 en <Paris: 1937-1957>. París. MNAM (1992): 77-78. Un resumen en Soby [<Joan Miró>. Nueva York. MOMA (1959): 88.] La posición de Juan Larrea sobre el surrealismo se comenta en Morris, C.B. El surrealismo y España: 1920-1936. 2000 (1972 inglés): 62-65.
[43] Wilson, Sarah. 1937. Problèmes de la peinture en marge de l’Exposition Internationale, pp. 70-89, en <Paris: 1937-1957>. París. MNAM (1992): 71.
[44] Antonio Saura. Arte comprometido y modernidad. 254-257. <Art contra la guerra: entorn del pavelló espanyol a l’exposició internacional de París de 1937>. Barcelona. Palau de la Virreina (noviembre-diciembre 1986): 255.
[45] Antonio Saura. *<Después de Goya. Una mirada subjetiva>. Zaragoza. Palacio de la Lonja - Sala Luzán - Palacio de Montemuzo (19 noviembre 1996-10 enero 1997): 162-163.
[46] Saura, A. *<Después de Goya. Una mirada subjetiva>. Zaragoza. Palacio de la Lonja - Sala Luzán - Palacio de Montemuzo (19 noviembre 1996-10 enero 1997): n. 3. p. 256.