‹‹es innegable que ambos lienzos parecen comunicarse mediante ciertas señales a través de un tiempo que se invierte. Los mismos fondos exuberantes y centrífugos donde predominan los colores cálidos (tejidos decorativos o papeles pintados en las paredes, alfombras en el suelo desafiando la perspectiva y erigiéndose en vertical); los mismos motivos de figuras femeninas desnudas, una de pie y otra sentada, con cuerpos bien modelados en volumen por la sombra y la luz perfilándose sobre esos fondos con dureza, como si fueran extrañas a ellos; los mismos tiestos de plantas que los flanquean como valedores irónicos, especie de metáforas de la mujer objeto (…) ¿Se trata de meras coincidencias formales, cuyo acercamiento arbitrario invalidaría por fuerza el anacronismo? ¿O más bien síntomas de vivencias comunes sobre la relación entre el decorado y el cuerpo? (…)››[12]
Labrusse se centra luego en el cuadro de Miró, del que destaca su violencia cromática de la confrontación del cuerpo femenino y la recargada decoración, que no esconde la predominante dimensión sexual, que oscila entre la atracción y la repulsión por el motivo principal, ese cuerpo femenino que ofrece sus atributos eróticos al espectador:
‹‹[Miró] lleva al paroxismo la discordancia entre el cuerpo de una mujer desnuda y la nube de ornamentos que la envuelven, la cuestionan, la atacan tanto como la celebran.
No obstante, en el gran lienzo de Miró, una dimensión específica se sitúa en primer plano: la dimensión sexual, hecha de atracción y repulsión (…) La capacidad del cuerpo de convertirse en escultura, que servía a Matisse para desencarnarlo, se vuelve, en el caso de Miró, un modo de caricaturizarlo a partir de una sexualización a ultranza. El cuerpo aparece así, ante todo, como el terreno de expresión de una angustia que expresa la brutalidad —o más bien la obscenidad— de la iluminación casi policial, que confiere a la sencilla desnudez el efecto violento de un desnudamiento. Por oposición, el fondo ornamental, con sus formas biomórficas y sus motivos de aves en posturas de exhibición, parece operar un cambio del terror sexual provocado por la exhibición concreta de un cuerpo femenino en un encantamiento fantasmal dentro del terreno de lo imaginario. (…) una tensión entre el rechazo a la realidad sexual y la celebración de su desplazamiento al universo onírico. (…)
Por fin nos hallamos ante un tercer nivel: el del espacial real en grisalla, que es, en cierto modo, el revés del decorado, desvelado por la cortina descorrida a la derecha y la planta deshojada y marchita en el suelo. Toda la dialéctica del deseo que pone en tormentosa circulación las reacciones de agresión y fascinación entre el cuerpo y el decorado, entre la imagen y el ornamento, se revela así ante nosotros como un vulgar teatro cuyo trasfondo está compuesto por materia yerma. (…)››[13]
Miró vuelve en
La otra fuente de conocimiento del cuerpo femenino es el ambiente de los music-hall del barrio barcelonés del Paralelo, que Miró gozaba entonces en compañía de sus amigos Gasch, Prats y Foix. Sus apuntes de las bailarinas[14] son intentos bastante frustrantes de captar el movimiento, que siempre será una de las lagunas técnicas del artista, como vemos en el carboncillo Bailarina (c. 1919), en el que una chica intenta un imposible paso de baile: las piernas están al revés de la posición natural del cuerpo. Algo más conseguidos son los apuntes de los asistentes a los espectáculos, como muestra Figura femenina con sombrero (c. 1919)››, de una joven estática en su asiento, cuyas formas y colores se han esencializado hasta el punto de aparentar un no pretendido hermafroditismo, tal vez por la premura con la que la dibujó.
Con esta base de apuntes, Miró puede pasar a la pintura, con obras que ahora sí son de una gran calidad plástica, escogiendo siempre poses estáticas y utilizando un vivo colorido.
Desnudo con espejo (1919). [https://successiomiro.com/catalogue/object/21]
Desnudo con espejo (1919) es un óleo sobre tela (113 x 102), de col. Kunstsammlung Nordrheim-Westphalen, Düsseldorf [D 68. CRP 71]. La modelo está sentada en una otomana tapizada con motivos de flores y mariposas[15], dentro de una habitación conformada por una alfombra decorada con motivos geométricos y una cortina monocolor. Miró intenta una vez más la fusión ecléctica de dos influencias, la cubista y la fauvista. La cubista ya es indiscutible pues las formas puras, clásicas, de la figura son gradualmente descompuestas en ángulos y facetas, especialmente en el experimento geométrico de los brazos y la parte superior del torso.[16]
El pelo está recogido en forma de bonete contrastando con la elaborada trenza que cae entre los pechos. La discontinuidad y la fragmentación del cuerpo, empero, lo compensa con el ilusionismo orientalista de los bordados del asiento y del rico colorido del cojín y la alfombra. El motivo del espejo está cargado de simbolismo erótico —y referencias cultas pues la historia del arte está repleta de obras que establecen esta relación, desde los frescos romanos de Pompeya hasta Picasso o las pinturas surrealistas de Delvaux, Magritte o Dalí—, que Miró enfatiza al cerrar los ojos de la muchacha, un modo de apelar a nuestra fantasía para que hagamos una recreación de la mujer de nuestros sueños, o de enfatizar que la belleza no radica en la apariencia externa sino en la mente.[17]
Soby (1959) argumenta que hay en esta pintura una ingenuidad que la emparenta con las obras de Rousseau junto a un juego de formas corporales de influencia cubista:
‹‹(...) has much ot Rousseau’s enchanted naivete and directness. The picture’s debt to cubism is also apparent in the faceted handling of the arms and upper torso. (...) The Seated Nude with its shimmering pink tonality, is no sense a mere school piece nor is the image dominated by its cubistic passages. These passages are held in subtle balance with the straightforward painting of the head (a whole chapter could be written about Miró’s original and penetrating stylization of human hair), of the needlepoint cushion and striped rug.››[18]
Dupin (1961, 1993) considera la confluencia de varias influencias en esta pintura, destacando el cubismo en la composición, mientras que el japonesismo y el orientalismo dominan la decoración:
‹‹El orientalismo aclara igualmente el Desnudo delante del espejo, obra maestra de este primer periodo. Vemos en esta pintura la misma estructura que en el Desnudo de pie de 1918, aunque dominada y trascendida por el nuevo dominio del pintor, reforzado por la disciplina formal del cubismo y la madurez espiritual. Subsisten los elementos decorativos, despojados de su carácter tumultuoso en beneficio de una poesía precisa y refinada, más cerca de la pintura japonesa que del arte de los primitivos. El geometrismo estricto los destina, fundamentalmente, a destruir las últimas ilusiones de la perspectiva. Ese “decorado”, alfombra con rayas, taburete con rayas y mariposa bordada (copia exacta de un taburete que la familia posee aún), ocupa enteramente el tercio inferior del cuadro, como para constituir la base y el soporte, sobria pero intensamente ritmados y coloreados, del cuerpo femenino. La belleza de este desnudo y la emoción gradual que nos comunica proceden de una combinación muy sutil de contrastes múltiples, aunque ninguno dominante. La arquitectura severa y la construcción geométrica de la figura se oponen a la fineza del modelado, que traduce la transparencia de la carnación. La construcción, de una exactitud matemática, como una aplicación del número áureo, lucha con el realismo meticuloso del decorado y con la factura minuciosa del conjunto de la tela.››[19]
Dupin compara la distinta concepción femenina que se vislumbra entre el Desnudo en pie (1918) y el Desnudo con espejo (1919), de modo que la primera era una mujer material y hasta amenazante, mientras que la segunda es más misteriosa (la quietud de su rostro es como la de algunas obras japonesas):
‹‹El Desnudo [de 1919] rechaza la expresión de potencia bestial y mítica de la “odalisca” de 1918. Su fuerza y poder son las propias del misterio. Sin interrumpir su rivalidad, con ello reconcilia la maravillosa transparencia de las carnes y la plenitud escultórica del cuerpo femenino. Lo que se nos ofrece en su doble manifestación y su armonía contrariada, y a la distancia precisa en que se realiza el precario equilibrio, es indudablemente la esencia misma de la desnudez femenina. En la concepción de Miró, la mujer desnuda es a la vez una encarnación del misterio metafísico y un objeto de terror físico. El primero de dichos caracteres es el que aquí domina. Es la revelación del misterio el que presta su sublime pureza al rostro, a la vez abierto y hermético, cuya extraña calma evoca la androginia de un bodhisattva japones. Parece como si estuviera rodeado por la noche, por la regularidad masiva de la cabellera y de la trenza de ébano. ¿Cuál es el secreto del espejo del que únicamente se nos permite ver el reverso? Los ojos de la mujer han cesado de interrogarlo, su mirada va más allá, sumida en una meditación interior sin límites, como si lo que el espejo pudiera revelarle ya no le incumbiera.››[20]
Francisco Calvo Serraller.
Francisco Calvo Serraller (1981) comenta:
‹‹Cuando ejecuta este cuadro, se halla Miró plenamente dueño de la poética vanguardista [fauvista y cubista; cita que Miró había vuelto en 1919 de su primera estancia en París, lo que se plasma en el amor por los detalles, la estilización formal y la precisión rítmica de este cuadro] (…) Pro la fuerza incisiva y agresivamente sensual de este desnudo no nos puede hacer olvidar la enigmática poesía del rostro. Rostro ensimismado, misterioso, que mira para adentro, dotado con esa inmovilidad y fijeza mayestática de las cabezas románicas, pero también ─los ojos semientornados, mirando el suelo, que aquí es la nada─ con algo de estatua búdica. Forzando las cosas, este desnudo, como, en otro sentido ─alegórico─, ocurriera en el Renacimiento, parece la expresión de la pureza: el cuerpo, sin disfrazarse con nada, dialoga musicalmente, fundido con el ritmo del entorno; los ojos evidentemente no miran al espejo, están vueltos hacia el interior, en una especie de anonadamiento místico. Este rostro, desde luego, nos transporta a regiones invisibles, pero queda llenando el espacio la anatomía vigorosa: el más allá y el más acá en complicidades mudas.››[21]
Weelen (1984) sigue a Dupin nuevamente y analiza poéticamente Desnudo con espejo (la fecha en 1918) como la representación del misterio de la íntima condición femenina, que siempre parece escaparse a la comprensión del hombre:
‹‹Le Nu au miroir est un tableau énigmatique bien que n’utilisant pas les moyens qui, généralement, font naître le mystère. La place de chaque élément semble être justifiée sur le seul plan plastique, et tire son efficacité de sa situation exacte sur la surface. Petit à petit, on découvre que ce corps à facettes, revu et corrigé, insidieusement est devenu une armure fourbie, que cette coiffure impeccable est un casque laqué. Ce fin visage est fermé dans sa solitude ou se dérobe dans l’absence. Jamais on ne saura ce que ce miroir tendu dans le vide reflète. Les rayures rouges et bleues de la couverture, les franges du tabouret ocre jaune, ocre rouge, ocre foncé par la répétition et le système deviennent un motif obsessionnel. Cette femme nue, inventée sous la caresse du pinceau, est mythiquement inaccessible.››[22]
Düchting (1989) incide en la fusión de cubismo y realismo:
‹‹En el austero cuadro Desnudo con espejo se combinan estructuras geométricas derivadas del cubismo con la percepción superrealista de la cotidianeidad, como se muestra en lo minucioso del banco adornado con fleco. No podría ser mayor el contraste entre el amor por lo decorativo, la fidelidad al objeto y el deseo de configuración formal. El encanto de la mariposa meticulosamente bordada en el banquito supera en mucho el de las formas angulares y punzantes de la mujer sentada, aun cuando la cabeza parecería expresar una misteriosa tranquilidad e introspección.››[23]
Prat (1990) destaca el impacto del cubismo en este cuadro, que equivocadamente (no se sabía todavía que el primer viaje fue en 1920) relaciona estrechamente con una estancia parisina ya en este año de 1919:
‹‹De retour à Barcelone, Miró continue de distiller doucement dans sa peinture les aperçus du cubisme puisés lors de son séjour parisien. L’impact du Nu au miroir est à nouveau le résultat d’un précieux mélange, d’un équilibre prodigieux dont Miró semble vouloir étirer les limites.
Solidement charpentée, la femme trapue qu’allège à peine un découpage par plans est soutenue par les fragiles roses brodées sur le cousin d’un tabouret à franges, où figure également un papillon si précisément rendu qu’il ne pourrait s’envoler si son dessin haché ne le fixait au canevas. Les torsades des franges relient cet espace rabattu au tapis de sol avec lequel il partage un rythme et des contrastes colorés, une alternance de points, de lignes et de touches en virgule qui retiennent tant l’attention ne les abandonne pas sans regrets. Cependant, le nu attire aussi, pet être en s’opposant à la complexité de ce premier plan: il semble si simple que la chevelure torsadée et la succession de facettes qui structurent le sein droit et l’épaule gauche en paraissent les seuls centres d’intérêt. Puis, coulant les longs des plis du ventre, le regard se pose sur le galbe d’une cuisse où un savant modelé fait palpiter la chair. Et remonte vers un visage légèrement empourpré par les pensées que le miroir a pu faire naître.
Mais Miró reste peintre, et son modèle, assise au bord du pouf, le dos rejeté ver l’arrière, serait instable si un trapèze ne venait s’enfoncer tel un coin dans son épaule. A l’intérieur, deux corbes contrarient celle du siège: l’équilibre est retabli mais demeure précaire, tendu, comme si la jeune fille se préparait à ébaucher un geste. Trompeusement alanguie, elle reste pourtant prête à se laisser glisser ou au contraire à bondir dès que son observation intérieure aura pris fin, sitôt qu’elle aura senti une présence.››[24]
Lubar (1994) es quien hace la aportación más ideológica al considerar Desnudo con espejo como una muestra de la voluntad crítica de Miró respecto a las primeras vanguardias, que se desenvuelve mediante una investigación de la visualidad y de sus límites. La diferenciación entre estos tres objetos textiles (otomana, alfombra y una cortina) y su relación con el cuerpo desnudo de la modelo permiten a Miró establecer una serie de similitudes y oposiciones en un sistema visual a la vez descriptivo y esquemático, por lo tanto sometido a una crisis, de la que serían símbolo los ojos semicerrados de la joven, cuya no-mirada sería el tema de la pérdida de la visión, ‹‹a symbolic assault on visuality itself, the priviligiated term of Western painting since the Renaissance.››[25]
Arnason y Prather (1998) resumen las ideas de Soby sobre la influencia de Rousseau, el cubismo y el fauvismo y apuntan el detalle de que la modelo tiene los ojos cerrados:
‹‹(...) combines Cubist faceting, flat-color areas, and geometric pattern with a sculptural figure. Painted from a live model, the nude is set against a spare, terra-cotta colored background that contrasts sharply with the highly decorative patterns of the stool and rug on which she sits. Despite the Cubist fracturing of certain parts of the anatomy, the figure is a strong three-dimensional presence of rounded volumes. In the monumental simplicity of Nude with Mirror there is evidence of the Spaniard’s admiration for Henri Rousseau. A hint of the unreality to come in Miró’s work emerges as we realize the model gazes at herself in the mirror with nearly closed years.››[26]
Eileen Romano (2005) comenta:
‹‹De nuevo un desnudo, esta vez con un espejo en la mano; de nuevo un título convencional para una obra que revela, sin embargo, la atención del artista a todo lo más nuevo del arte europeo. Más cercano que nunca a las instancias cubistas, hasta los colores se han atenuado y la geometrización de las formas invade incluso los demás elementos del cuadro. La alfombra sobre la que está el asiento contiene un motivo de rayas que agudiza la percepción de la profundidad del espacio pictórico en el que se mueve la mujer.
La minuciosa representación del asiento con el dibujo de la mariposa crea un nuevo contraste con la sintética geometrización de las formas del cuerpo desnudo de la mujer.
Añade otro elemento discordante el rostro, que parece sereno y tranquilo, contrastando con el cuerpo endurecido por el dibujo geométrico, que elimina toda sensualidad. También la actitud resulta forzada; es como si el espejo se le fuera a escapar de la mano en uno u otro momento. La calma hierática del rostro de la mujer hace éste impenetrable, lo aleja, da una sensación de calma interior y al mismo tiempo crea una distancia con el espectador. Es una de las pocas obras en las que conviven, en extremo equilibrio, las instancias cubistas de impronta picassiana y las naturalistas de gusto narrativo derivadas, en el artista, de su origen catalán. Roto este punto de equilibrio, su arte sufrirá un cambio notablemente radical en el que el cubismo sólo sobrevivirá en algunas referencias espaciales de la composición, no en la estructura compositiva de los objetos, que por el contrario tomarán la vía de un naturalismo extremo y detallado.››[27]
NOTAS.
[1] Néret. El erotismo en el arte del siglo XX. 1994: 14.
[2] Dupin. Miró. 1993: 60.
[3] Gimferrer. Miró, colpir sense nafrar. 1978: 97-99.
[4] Gimferrer. Las raíces de Miró. 1993: 35.
[5] Matisse. El estudio rojo (1911). Óleo sobre tela (181 x 219). Col. MoMA, Nueva York, donación de Mrs. Simon Guggenheim Fund. [Soby. <Joan Miró>. Nueva York. MoMA (1959): p. 19, b/n.]
[6] Dupin. Miró. 1993: 60.
[7] Penrose. <Miró>. Londres. The Tate Gallery (1964): 19.
[8] Weelen. Joan Miró. 1984: 26.
[9] Düchting, en Erben. Joan Miró. 1989 (revis. de 1959): 18.
[10] Malet; Montaner. CD-rom. Joan Miró. 1998.
[11] Romano, Eileen (dir.); et al. Miró. 2005: 78.
[12] Labrusse. Dos desnudos. *<MiróMatisse: Más allá de las imágenes>. Barcelona. FJM (2024-2025): 40-45, cit en p. 40. Reprod. de las obras de Miró (p. 42) y Matisse (p. 43). Labrusse precisa en la n. 70 de p. 45 que Matisse no pudo ver la tela de Miró, porque se expuso por primera vez en 1959. Apunto sin embargo que perteneció a Paul Éluard (amigo de Miró desde 1925) y después pasó a la Galerie Pierre, así que, aunque improbable, no es imposible que Matisse viera el cuadro de Miró antes de acabar el suyo y exponerlo en el Salon des Tulleries en junio de 1926.
[13] Labrusse. Dos desnudos. *<MiróMatisse: Más allá de las imágenes>. Barcelona. FJM (2024-2025): 44-45.
[14] Isidre Bravo aborda el tema de las bailarinas, patente desde 1917, en la obra de Miró en Un hombre de teatro llamado Joan Miró, en <Miró en escena>. Barcelona. FJM (1 diciembre 1994-12 febrero 1995): 284-285.
[15] La otomana se guardaba en los años 40 en el Mas Miró, como muestra una fotografía. [Giralt-Miracle, D. Joaquim Gomis. Joan Miró. Fotografías 1941-1981. 1994: 72.]
[16] Un referente directo de este desnudo sentado, por la similitud en la composición del cuerpo, puede ser una pintura de Picasso, Mujer sentada (1906). Óleo sobre tela (151 x 108). Col. Narodní Galeri, Praga. [Reprod. <L’avantguarda de l’escultura catalana>. Barcelona. Centre d’Art Santa Mònica (28 septiembre-octubre 1989): 23.]
[17] El tema del erotismo del espejo en Stefano Zuffi en Arte y erotismo (2001): 190-211.
[18] Soby. <Joan Miró>. MoMA (1959): 24-26. Sigue en 26-28 el desarrollo de la influencia del colorido decorativo de Matisse en esta y otras pinturas.
[19] Dupin. Miró. 1993: 70-71.
[20] Dupin. Miró. 1993: 71-72.
[21] Calvo Serraller, F. Resultado de la mirada. “El País”, suplemento Artes, nº 105 (14-XI-1981) 2. FPJM H-4410.
[22] Weelen. Joan Miró. 1984: 38.
[23] Düchting, en Erben. Joan Miró. 1989 (revis. de 1959): 24.
[24] Prat. <Joan Miró. Rétrospective de l’oeuvre peint>. Saint-Paul-de-Vence. Fondation Maeght (1990): 28.
[25] Lubar. Miró’s Defiance of Painting. “Art in America”, 9 (IX-1994): 89.
[26] Arnason, H.H.; Prather, Marla F. A History of Modern Art. 4
[27] Romano, Eileen (dir.); et al. Miró. 2005: 80.
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