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martes, octubre 06, 2015

El crítico de arte español José María Moreno Galván (1923-1981) y su relación con Joan Miró.

El crítico de arte español José María Moreno Galván (1923-1981) y su relación con Joan Miró.


José María Moreno Galván (Puebla de Cazalla, Sevilla, 10-XI-1923-Madrid, 23-III-1981), crítico e historiador de arte. Estuvo casado con la artista del tapiz Carola Torres. Formado en Sevilla, se instaló en Madrid en 1951 y se graduó tardíamente en periodismo en 1955.
MIlitante de la oposición al franquismo, fue colaborador con el seudónimo Juan Triguero de la revista "Ruedo Ibérico" que se publicaba en el extranjero, participó en homenajes a la Segunda República, Antonio Machado, Allende o Picasso, y fue condenado en febrero de 1973 por el Tribunal de Orden Público (TOP), a dos años de prisión.
Se dedicó a la crítica y el ensayo en varias publicaciones como “Cuadernos Hispanoamericanos”, “Papeles de Son Armadans”, “Gaceta Ilustrada”, “Destino”, “El Alcázar”, “Goya”, “Ya” o “Triunfo”. Fue miembro del consejo de redacción de “Artes Plásticas” (desde 1975), miembro del equipo de de José Luis Fernández del Amo del MEAC de Madrid (1955-1959), director de la Galería Darro (1959) —donde ya en el primer año consiguió que Miró participase en la colectiva *<Blanco y Negro>—, ponente de congresos, comisario de exposiciones como *<El arte español entre 1925 y 1935>, se relacionó con gran parte de los núcleos de la vanguardia española y fue uno de los mejores defensores de Miró, Sempere, Millares, Chillida... en los años 50-70. También intermedió para que Miró colaborase en el Museo de Solidaridad Salvador Allende.  
Autor de varios libros, escribió numerosos artículos sobre Miró, algunos muy importantes porque fijaron la imagen del artista entre el público y los artistas de vanguardia de los años 60 y 70.

Moreno Galván expone en 1968 en un largo reportaje para la revista "Triunfo" su tesis de un Miró prehistórico, lo que, sin embargo, no equivale a un Miró primitivo sino más bien a un artista que busca las raíces primigenias de la creación artística. El texto no aporta novedades significativas a sus propias ideas anteriores, tomadas a su vez de la historiografía y la crítica francesas, pues nos resume con un verbo fácil ideas sobre Miró que ya circulaban en los años 20 y 30 sobre su evolución desde el cubismo al surrealismo y, aunque no lo cita, se basa libremente en un texto de Queneau de 1949 en el que introduce cambios terminológicos sobre lo prehistórico.[1] Lo ve como un artista homogéneo, parece que exclusivamente pintor, pues de la cerámica, la escultura o el grabado no hay la menor referencia, y no debe sorprendernos que se deslicen errores biográficos, pues sus fuentes son artículos anteriores, en un interminable círculo vicioso. Se reproduce aquí íntegramente el largo texto de Moreno Galván sobre todo porque fue un texto canónico durante años para muchos espectadores progresistas de las exposiciones de Miró, que a menudo aceptaban sus juicios a pies juntillas.
Comienza por preguntarse el porqué de la pureza de su obra y responde que es por su raíz “prehistórica”, esto es, por sostener una nostalgia de lo primigenio, lo inicial y lo más puro de nuestra existencia.
‹‹¿Qué es ese fenómeno capaz de producir en el hombre de nuestra edad una de las impresiones más genuinas y verdaderas sobre la pureza primaria de las cosas?
Esta es mi respuesta: el arte de Joan Miró es la expresión más fiel, más acabada, más verídica de la resistencia prehistórica del hombre de nuestros días. Quiero decir —repito viejas palabras— que en el hombre de nuestros días se esconde subrepticiamente una nostalgia, una elegía, del hombre del séptimo día de la creación. La justificación de eso último no está solamente en ese “malestar de la cultura” que hoy nos atenaza, ni en ese rechazo de la “civilización del consumo” capaz de producir tantos acontecimientos, sino en ese grito previo a la melodía —prehistoria de toda melodía— con que la parte más verídica de la humanidad de hoy, la juventud, trata de identificarse, en cualquiera de sus manifestaciones, no sólo las musicales.››
Pero rechaza considerarlo sin más como un primitivo, un ingenuo o un naif, al modo del Aduanero Rousseau, porque, a diferencia de éste, Miró sabe incorporar un conocimiento histórico del arte a su propia obra, aunque sea para rechazarlo, para transgredirlo, para ejecutar su “asesinato de la pintura”:
‹‹¿Qué quiere decir todo eso, que Miró es un primitivo de nuestros días? No. Al menos, yo no lo creo. Todas las semblanzas que conozco sobre la persona de Miró se complacen presentándolo como un hombre ingenuo. Lo será, como todos los grandes hombres. Mejor dicho, no será un hombre ingenuo; será un hombre sencillo, como todos los sabios. El sabio es un tipo de hombre que posee la capacidad y el lujo específico de admirarse todos los días del crecimiento de las lechugas en su huerto: así Miró. Pero no es un primitivo. Si fuese un primitivo sería, pictóricamente hablando, un “naif”, y eso, definitivamente, no lo es Joan Miró.
Un “naif” es un hombre que no puede, que no sabe, acumular la experiencia heredada de la historia del arte a su propia experiencia personal. Miró incorpora ese conocimiento histórico a su obra, aunque sea para rechazarlo.››
Resulta así una contradicción que tensa la obra de Miró, entre su situación presente en el trono de los artistas más vanguardistas de la modernidad y su obra que se ancla en lo más antiguo y permanente del hombre, y el artista la resuelve con una síntesis genial, sumiendo lo actual en el pasado, reconstituyendo las raíces prehistóricas de la modernidad:
‹‹De todo eso se deduce una contradicción. Pues Miró, hombre de nuestros días, hombre histórico, realiza una obra que expresa y sintetiza la resistencia prehistórica de los hombres. Sí, eso es contradictorio, como la obra de todo verdadero artista, sobre todo si es de nuestro tiempo. Todo artista auténtico vive en el seno de la contradicción, pero su obra significa una síntesis. ¿Cómo se produce la síntesis en la obra de Miró? Se produce una síntesis reduciendo a la historia en la prehistoria: es decir, convirtiendo en prehistoria a todo conocimiento histórico y a todas las circunstancias históricas que se viven.››
Esa síntesis de modernidad y tradición explica que en una misma obra mironiana se muestren a la vez la energía de las constelaciones adoradas por los hombres prehistóricos y el ritmo de una canción francesa de nuestros días:
‹‹Los síntomas de todo ello podemos encontrarlos, de la manera más elemental, volviendo sobre la obra de Joan Miró: sobre sus mismos argumentos. Esos argumentos no son sólo perros que ladran a la Luna, o teorías de constelaciones: son también referencias a la vida de nuestros días o al conocimiento de una historia muy posterior a la prehistoria, como una canción francesa, el retrato imaginado de un personaje imaginario o un interior holandés. Pero todo ello —lo que tiene una edad en el tiempo, como la canción, y lo que no tiene edad, como el perro que ladra a la Luna— queda identificado en el mismo tipo de síntesis expresiva.››
El comentarista se arriesga a definir a Miró como un artista “figurativo”, en oposición a “representativo”, pero de una figuración reducida a una escritura de signos propios:
‹‹Y hablo de síntesis, no sólo por esa capacidad superadora de todos los presupuestos antitéticos, sino también por la capacidad economizadora de todos los presupuestos expresivos y significativos. Joan Miró no es “representativo”, sino “figurativo”: él no pinta lo que ve, sino lo que conoce. Y eso que conoce, lo reduce —siempre el mecanismo de la reducción— a su más estricta economía gráfica y expresiva: lo convierte en signo de su propio conocimiento.
Así, la pintura de Joan Miró se convierte –también— en una escritura: todos los signos aglutinados componen palabras, las cuales componen ideas. Una escritura en la que todos los signos son peculiarmente suyos, genuinamente suyos. Podríamos desconocerle sus propias claves. Podríamos desconocer los signos, pero no sus significaciones. Es decir, sería legítimo ignorar, si no contáramos con el título, que tal cuadro suyo quiere significar, por ejemplo, un interior holandés. Pero eso no importaría decisivamente. Porque el argumento fundamental de esa obra no sería el interior holandés en sí mismo, mero dato inicial de la obra, sino ese idioma gesticulativo de la prehistoria en el cual nos reencontramos: nosotros, poniendo en juego nuestra apetencia, si se quiere, de un perdido paraíso; él movilizando su mecanismo signográfico, pleno de todas las significaciones. Es decir, lo que verdaderamente importa en Miró no es su mundo descriptivo, sino su mundo climático.››
Bucea luego en la inclusión de Miró en el movimiento surrealista, en su relación con los grandes intelectuales y artistas de la modernidad parisina de los años 20 que habían reivindicado el onirismo, un realismo ideal superior a la realidad misma:
‹‹Como se sabe, Miró perteneció, desde el primer día, al movimiento surrealista: no sólo firmando [es un error biográfico] el célebre manifiesto de 1925, sino participando en sus exposiciones, desde la primera, celebrada aquel mismo año en la galería Pierre, con Jean Arp, Giorgio de Chirico, Max Ernst, Paul Klee, Man Ray, André Masson, Pablo Picasso y Pierre Roy. Con razón diría, en cierta ocasión, André Breton, refiriéndose a él, que “es el más surrealista de todos nosotros”. Con razón... ¿Por qué? Es necesario tener en cuenta ciertos antecedentes para la demostración que aquí se pretende.
En su tiempo, el surrealismo fue como la respuesta al problema que, conscientemente o no, venía planteando la pintura contemporánea desde la muerte de Cézanne: el de la presunta validez exclusiva de la obra de acuerdo con sus valores intrínsecos, de acuerdo a sus valores exclusivamente formales. Era la época en que con más reiteración se exhumaban las palabras de Maurice Denis: “La pintura es un juego de formas y colores organizados según un cierto orden”. Es verdad que ya en aquellos tiempos, la facción expresionista de la pintura contemporánea había significado una oposición manifiesta a aquella “ideología”, con su acerba exhibición de una caracteriología dramática y una temperatura existencial. Pero faltaba una confirmación explícita. Ese fue el surrealismo. Su reivindicación del onirismo, su clarísima exhibición de un realismo ideal, superior a la realidad misma, significaban una enérgica negación polémica de aquellas tesis. Y aun cuando, en realidad, la negación estaba en la esencia misma de la pintura, pues no hay pintura sin realidad que la provoque, en aquel tiempo aquella afirmación del surrealismo se hacía necesaria.››
Miró afrontaba gracias a su relación con este grupo la tensión entre la realidad, o sea la figuración, y la representación, que los primeros surrealistas no habían sabido resolver, cayendo en una supra-realidad que más bien era super-representación. Sólo Miró solucionó la cuestión, apelando a otra representación para comunicar sus realidades: una representación nacida de la comprensión de la realidad según el conocimiento y no según la visión:
‹‹El problema de fondo que había suscitado tal ideología era otro; ahora podemos verlo, retrospectivamente, con más claridad. El problema consistía en que la pintura —el arte en general— necesitaba demostrarse a sí mismo, materializándolo en su mismo cuerpo, la dualidad que existe entre el problema de la realidad y el problema de la representación. Es decir, lo que el arte necesitaba demostrarse en aquel tiempo es que “la realidad” es un problema absolutamente distinto de “la representación”. Por eso, tenían razones suficientes los cubistas y, más tarde y con más energía aun, los abstractos, para negar la representación. Pero muchas más razones poseían aun los surrealistas para reivindicar la realidad.
Ahora bien, el surrealismo de esa primera hora, ¿reivindicó a la realidad o reivindicó, en verdad, a la representación? Todos los síntomas son de lo último. Basta volver mínimamente sobre toda aquella pintura para darse cuenta de que, más que de una super-realidad, se trataba de una super-representación. Se trataba, en verdad, de un descoyuntamiento super-representativo para alcanzar la super-realidad propuesta. Menos en el caso de la pintura de Joan Miró y, tal vez, de la de Pablo Picasso. Miró no negó definitivamente a la representación. Pero la despojó de todos sus poderes. Creo otra representación, la que necesitaba su pintura comunicadora de realidades: una representación que no se atenía a las normas reproductoras de la realidad según la visión, sino a las que dictaba la realidad según el conocimiento. Por eso, según Breton, él fue el más surrealista de todos los surrealistas, aunque fuese el menos super-representativo de todo aquel neo-representativismo.››
Antes de 1923 su pintura era representativa, influida por un cubismo que le llevaba a la frontera misma de su propio hallazgo de una realidad misteriosa radicada en su mente:
‹‹Lo cual ratifica incluso la historia misma de su pintura. Antes del sintetismo gráfico que hoy lo caracteriza, cuya iniciación puede fecharse, aproximadamente, alrededor de 1923, Miró había ejercitado una pintura representativa —de paisajes o de bodegones con figuras e interiores— en la que, sin que se le pueda considerar “cubista”, había sin embargo muchos valores plásticos puestos en evidencia por el cubismo. Pero quien tiene conciencia de sus orígenes encuentra siempre la noción de su propia originalidad. Aquellos procedimientos cubistas lo habían puesto en contacto con una realidad que no tenía nada que ver con el cubismo, sino, por su propio vehículo y sin penetración influencial alguna, con los valores plásticos y misteriosos de lo que ciertos italianos —Chirico a la cabeza— llamaron “pintura metafísica”; pintura a la que con toda evidencia, podemos considerar “presurrealista”. Aquí reproducimos algunos cuadros de esa importantísima época mironiana.››
Rememora las raíces catalanas de Miró en el románico y Gaudí:
‹‹Y a propósito de la historicidad de Joan Miró —de esa historicidad que circula, como la sangre, por todo el cuerpo de su prehistoricidad estilística— ella no se demuestra solamente por los recuerdos acumulados de la historia del arte que incorpora en su obra, como rechazo o como conocimiento. Ella se demuestra, en primer lugar, por la proyección de todo lo que lega. Entre el románico catalán y Gaudí hay toda una tradición de formas culturales y populares, formas esquematizadas y sintetizadas, cuya presencia en la obra de Miró es evidentísima. Es que todo artista verdadero es hijo de padres conocidos. (…)››
Y se refiere a su poderoso influjo sobre Tàpies, Millares, Saura, Guinovart..., sin que su magisterio haya mermado la independencia de estos:
‹‹(…) Pero también todo verdadero artista proyecta su obra sobre hijos artísticos que lo continúan.
Antoni Tàpies, por ejemplo, en su obra actual, tiene ya muy poco —o nada— que ver con la obra de Miró. Pero —y él mismo se complace en reconocerlo, lo que le honra— en sus comienzos está muy presente la lección gráficamente esquematizadora del gran maestro de su tierra. Es natural que sea así, puesto que todo maestro se cimenta en las soluciones de otro maestro; luego, si tiene, como Tàpies, casta magistral, sobre esas soluciones cimenta él su propio problema, que pasa automáticamente a ser solución para sus discípulos. Así se produce, siempre, la historia del arte. Y no sólo Tàpies: muchos de los más significativos artistas jóvenes de la hora actual de la pintura española reconocen complacidos aquel ejemplar magisterio más o menos indirecto: Millares, Saura, Guinovart, etc.
Casi todos ellos, por cierto, ahora que ya no pueden llamarse sus discípulos, conservan una fiel amistad hacia el maestro, de la misma manera que el maestro la conserva hacia ellos.
Parece normal conservar una amistad hacia el maestro. Lo que ya no es tan normal es conservar una fidelidad hacia el discípulo. Esa es una cualidad de Joan Miró, el cual sabe apreciar con generosidad la independencia de los que empezaron dependiendo estilísticamente de su obra.››[2]

NOTAS.
[1] Queneau, R. Joan Miró ou le poète préhistorique. Albert Skira. París. 1949. 8 pp.
[2] Moreno Galván, José María. Joan Miró y su mundo prehistórico. “Triunfo” 327 (7-IX-1968) 30-39. Fotos de Xavier Miserachs. 

Fuentes.
Internet.

Documentales / Videos.

La autocrítica de arte: José María Moreno Galván. 53:49. [https://www.youtube.com/watch?v=hgOtHT3TOMY]


Museo de Arte Contemporáneo José María Moreno Galván (2017). Puebla de Cazalla. 3:24. [https://www.youtube.com/watch?v=_PXAYynuxGI]

Libros.
Calvo Serraller (dir.). Enciclopedia del arte español del siglo XX. 1991-1992): t. II. 284-285.
Camón Aznar, José (pr.) et al. La crítica de arte en España. Publicaciones españolas. Madrid. 1967. 394 pp. Una selección de críticas de arte de Aguilera Cerni, Areán, Bozal, Moreno Galván...
Díaz Sánchez, Julián; Llorente Hernández, Ángel. La crítica de arte en España (1939-1976). 2004: 519.
Moreno Galván, José María. Introducción a la pintura española actual. Publicaciones Españolas. Madrid. 1960. 192 pp.



Pérez Castillo, María Regina. José María Moreno Galván. Biografía de un resistente (1923-1981). Editorial Comares. 2023. 188 pp.

Artículos.
Moreno Galván, José María. El ejemplo de los setenta y cinco años de Picasso. “El Globo”, Barcelona (X-1956) 7. FPJM, v. VI, p. 129. Primera referencia a Miró.
Moreno Galván, J. Mª. El arte español entre 1925 y 1935. “Goya”, Madrid, 36 (1960) 377-384.
Moreno Galván, J. Mª. Discriminación apresurada de la abstracción en España. “Acento Cultural” 6 (enero-febrero 1960). Reprod. Lorente. Historia de la crítica de arte. Textos escogidos y comentados. 2005: 451-460; Miró en 455-456.
Moreno Galván, J. Mª. Joan Miró y su mundo prehistórico. “Triunfo”, Barcelona, nº 327 (7-IX-1968) 30-39. Fotos de Xavier Miserachs. FPJM H-3491.
Moreno Galván, J. Mª. Joan Miró pone su signo en Barcelona. Happening en las calles de Barcelona. Joan Miró pinta un mural sobre unas vallas. “Triunfo”, 362 (10-V-1969) 12-13. Sobre el mural efímero en el Col·legi d’Arquitectes de Barcelona.
Moreno Galván, J. Mª. El pintor contra su obra. Miró se autodestruye. “Triunfo”, 371 (12-VII-1969) 27-30. También titulado Miró autodestructor... Yo protesto.
Moreno Galván, J. Mª. Miró: palper c’est déjà esculpter”. “L’Art vivant”, 12 (VII-1970) 18.
Moreno Galván, J. Mª. La civilización Miró. “Triunfo”, 423 (11-VII-1970) 66-67.
Moreno Galván, J. Mª. Arte: Exposición Miró en la sala Pelaires, Palma de Mallorca. Los dos “miró” de Tarragona, en la sala Gaspar de Barcelona. “Triunfo”, 437 (17-X-1970) 41.
Moreno Galván, J. Mª. El “homenatge a Joan Prats” de su amigo Joan Miró. “Triunfo”, 496 (1-IV-1972) 38-39.
Moreno Galván, J. Mª. Carta abierta a Joan Miró, a propósito de la muerte de Picasso. “Triunfo”, 553 (5-V-1973) 70-71.
Moreno Galván, J. Mª. Arte: Galería Kreisler: Miró, obras sobre papel. “Triunfo”, 624 (14-IX-1974) 46.
Moreno Galván, J. Mª. El surrealismo en España. “Guadalimar”, Madrid, 1 (IV-1975) 15-19.
Moreno Galván, J. Mª. Galería 42 “El cántico al sol”, de San Francisco, interpretado por Joan Miró (Barcelona). “Triunfo”, 660 (24-V-1975) 70.
AA.VV. Especial Espagna 1936-1976. “Bolaffiarte”, Turín, 62 (VII-1976) 50-59. Vicente Aguilera Cerni, Elias Díaz, José Maria Moreno Galván, Daniel Giralt-Miracle, J. Dols Rusiñol, Alexandre Cirici, Francesc Miralles, Carles Santos.
Moreno Galván, J. Mª. Miró y Tàpies, dos catalanes hacia las cavernas. “El País” (6-VIII-1976).
Moreno Galván, J. Mª. Dos catalanes, Miró y Tàpies, conquistan Madrid. “Triunfo” (27-V-1978).

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