La estética de Miró. 29. La
deformación antropomorfa y la metamorfosis.
La deformación antropomorfa es una
característica recurrente de la representación tanto femenina como masculina
por parte de Miró, como vemos en 1922-1923 en las piernas y los pies
gigantescos de La masovera.
La masovera (1922-1923).
Alexandre Cirici.
Cirici (1977) explica al respecto:
‹‹El más importante entre todos los sistemas de
lenguaje empleados por Miró es el que se basa en el antropomorfismo. La
capacidad de comunicación que obtiene de este sistema se basa particularmente
en el fenómeno de la deformación, mediante el cual otorga un énfasis especial a
determinados motivos anatómicos o de indumentaria, y reduce otros casi o
totalmente a cero.
Observar las deformaciones en uno u otro
sentido constituye un método que Lucien Goldmann aplicó con mucho éxito a los
estudios literarios y que aparece como señaladamente adecuado para los del
mundo plástico. Recordemos que la ciencia del hombre requiere, como dice
Foucault[1], observar de qué modo los hombres ven a los demás
hombres.››
Cirici destaca la importancia de la enorme
dimensión de los pies, como punto de contacto con la tierra:
‹‹Miró ha dicho que la fuerza nos sube por los
pies. Esta frase corresponde a la observación de las figuras más o menos
antropomorfas que aparecen en su obra, en las cuales se pone de manifiesto, a
la primera mirada, la gran elefantiasis, el extraordinario desarrollo de las
extremidades inferiores, y particularmente de los pies, lo cual confiere al
conjunto de las figuras una especie de aguzamiento hacia arriba, un carácter de
cohete o de aguja que resulta todavía más exagerado cuando consideramos la considerable
macrocefalia de la mayoría de ellos, e incluso a veces la desaparición total de
la cabeza.
Ya La masovera, de 1922, tenía los
pies cuatro veces mayores que la cabeza, pero esta desproporción se acentuará y
sistematizará a partir de la etapa surrealista.
Podemos interpretar que los pies tienen tanta
importancia porque representan el lugar de contacto con la tierra, y la
presencia de las faldas-embudo, con la misma función, lo corrobora. (...).››[2]
Cirici apunta la importancia de la deformación
de los miembros o partes del cuerpo que permiten un contacto con la tierra u
otros elementos:
‹‹(...) La preponderancia de los elementos de
contacto determina que existan figuras como la Maternidad famosa
de 1924, recudida a falda y pechos, o la Cabeza de payés de
1925, todo ojos, el resto reducido a una especie de palancas filiformes. La
punta de los labios, la punta de los dedos, la lengua, la nariz, a menudo se hinchan
y se convierten en prolongaciones que se dirigen hacia un objetivo como
verdaderas trompas o cuernos.
Los huesos de la pelvis, cuenca acogedora, a
menudo tienen un gran desarrollo, y, con su forma de mariposa redondeada, dan
uno de los modelos más constantes para las morfologías de Miró, emparentado con
la forma del riñón y la de la alubia, tan frecuentes.
Cada elemento anatómico vale por su forma como
elemento de contacto, pero a menudo se producen intercambios, que a veces Miró
ha calificado de rimas, de modo que las caderas o los brazos, los testículos o
los ojos, ocupan lugares distintos según las circunstancias y llegan a invertir
mutuamente sus funciones.››[3]
Dupin (1961, 1993) al analizar la deformación
de la figura humana en los dibujos de la Grande Chaumière de 1937 establece una
nítida separación entre un Miró que deforma como fin y un Picasso que lo hace
como medio:
‹‹(…) Ello nos permite señalar la diferencia
esencial que separa a Miró de Picasso en las deformaciones que ambos practican
en la misma época. Para Picasso, la deformación es un medio, entre otros,
puesto al servicio de una voluntad de expresión; en el caso en cuestión, su
rebeldía, su imprecación. Sus deformaciones vienen de una intervención exterior
y de una decisión trascendente. En el arte de Miró, en cambio, la metamorfosis
es inmanente. Miró no busca más que la verdad del modelo, con el escrúpulo y la
aplicación que pone en todas las cosas. No quiere significar nada, no quiere
quitar ni añadir nada, no modificar nada de lo que es; pero lo que es no existe
en sí, objetivamente. Es precisa una percepción, es decir, una interiorización
previa para reconstituir en la hoja de papel las líneas y el movimiento de un
desnudo. Este no podrá escapar a la contaminación de la subjetividad y el clima
de esa cámara receptora influirá en la línea, la curvará y la guiará sin que la
voluntad expresionista intervenga para nada en la deformación que tiene
lugar.››[4]
Miró desarrolla el tema de la metamorfosis,
estrechamente relacionado con la deformación, en numerosas obras desde los años
20, sobre todo en la creciente estilización de los personajes de sus cuadros
desde 1925, hasta las últimas pinturas de los años 70. Al respecto, Penrose
(1970) establece una relación de esta idea mironiana de la metamorfosis con el
pensamiento animista y transgresor de Antonin Artaud:
Antonin Artaud.
‹‹(...) la creencia mironiana en la necesidad
de la metamorfosis, idea que domina también en los escritos de Antonin Artaud,
a quien Miró recuerda como uno de los autores que más le influyeron en la
temprana época de su amistad con los surrealistas. Artaud, en su libro Héliogabale,
rastrea esta creencia ancestral: “Lo que quiero decir —escribe— es
que en Siria la tierra vive y que hay allí piedras vivientes... Hay piedras
negras, en forma de penes de hombre con un sexo de mujer esculpido debajo.
Tales piedras son como las vértebras en los preciosos rincones de la tierra...
Pero hay piedras que viven como las plantas y como los animales y también puede
decirse que el sol vive.”[5]
Los demoníacos escritos de Artaud fueron aceptados por Miró
de tal modo que le trabajaron profundamente la imaginación. Ideas derivadas de
ellos continúan apareciendo años después, como, por ejemplo, en la gran
cerámica Mujer y pájaro (1962), que sostiene sobre su erecta forma fálica una
atrevida representación simbólica de la vulva. Desde luego, no se trata de una
ilustración literal de las piedras negras mencionadas por Artaud; pero es
significativa como indicio de la animista concepción del mundo que Miró
compartía con su amigo. “Es el espíritu de una piedra en acción. La piedra
misma carece de valor” me dijo a mí, y pasó a describirme su última visita a
Artaud, cuando su amigo era ya un enfermo mental internado en el Hospital
Sainte-Anne de París. Artaud, que por entonces no tenía ya remedio, cogió un
hacha en el hospital del sanatorio y se puso a dar hachazos a un árbol que,
según él, era la reencarnación del mal. La escena le impresionó mucho a Miró.
Un acto de frenética violencia como aquél, era del todo extraño a su naturaleza
pero reconoció en su origen el mismo animismo que compartía con el poeta.››[6]
NOTAS.
[1] Foucault. Les
mots et les choses. París. 1966. Trad. Las palabras y las
cosas. Siglo XXI. Madrid. 1968.
[2] Cirici. Miró
mirall. 1977: 125.
[3] Cirici. Miró
mirall. 1977: 125-129.
[4] Dupin. Miró.
1993: 210.
[5] Artaud. Oeuvres
completes. v. VII: 24.
[6] Penrose. Miró.
1970: 195-197.
No hay comentarios:
Publicar un comentario