La estética de Miró. 26. El hombre.
Retrato de E.-C. Ricart (1917).
El hombre solo (sin mujer) es un tema
relativamente menor en la obra de Miró. Su idea es la de un homo faber,
que se caracteriza por su relación o contacto con su oficio o afición, como
comprobamos con los escasos títulos de obras suyas en los que aparece el
término y además escondido, casi vergonzoso, casi siempre puesto por los
críticos y marchantes: la pintura Retrato de Heribert Casany (1918)
que durante un tiempo se tituló El hombre del bastón [DL 49],
y, tras un larguísimo lapso, Pintura (Hombre con pipa) (1925)
[DL 138], Pintura (Hombre con mostacho) (1925) [DL 161], Pintura
(Hombre leyendo) (1927) [DL 238], las nueve Cabeza de
hombre (1931) [DL 326, 332, 348-351, 363-364] o El hombre de
la pipa (1934) [DL 467].
La mayoría de los personajes masculinos nos
llegan con títulos con poca carga masculina, como personaje, el campesino
catalán, el fumador, el fumador de pipa, el guitarrista…; y en la obra sobre
papel no es distinto, pues desde los esbozos de cabezas y desnudos masculino de
1915-1917 hemos de esperar al dibujo Sin título (El hombre con papel de
seda) (1934), el gouache El hombre con el pájaro (1935)
y, tras otra enorme laguna, sólo tenemos el grabado El hombre del
balancín (1969).
Miró prefiere la representación de perfil, para
acentuar la asociación agresiva con la genitalidad. Pero los autorretratos y
los amigos íntimos son frontales, más cercanos a una mirada interior.
Alexandre Cirici.
Cirici (1977) explica sobre la frontalidad de
dimensión fálica y la propensión al perfil:
‹‹Las figuras masculinas se presentan a veces
frontalmente, pero en general tienen la presentación de su cabeza de perfil.
Entonces, lo que en ellas adquiere importancia son las representaciones
fálicas, no solamente las del propio sexo, sino las que adquieren dicho
carácter, en los brazos, en los dedos, en el mentón, la lengua, la nariz, o
elementos superpuestos, al modo de cuernos.
Todos estos temas son transformados en los dos
sentidos, de una prolongación y de una erección, que llegan a otorgar al
conjunto de muchas pinturas el carácter de una especie de campo de cactus o de
la presencia misteriosa de una multitud de grandes candelabros de varios
brazos. No es infrecuente, incluso, que en la punta de los pies el dedo gordo
crezca y se eleve por los aires.››[1]
Comenta que estas figuras masculinas muestran
un notable dinamismo, cercano a la agresividad:
‹‹Todo lo que las figuras femeninas tienen de
estática (...), las figuras masculinas lo tienen de dinamismo fogoso, hasta los
confines de la agresividad. No les basta con el sexo enarbolado como una espada
o la nariz que avanza como una lanza. Necesitan enarbolar agresivamente los
brazos que a menudo arman con herramientas de rabia, como el famoso Segador de
1937, y no es infrecuente que conviertan los brazos en cuernos y que
transformen los dientes en terribles cuchillos triangulares, como de tiburón.››[2]
Entre las imágenes que Cirici encuentra en las
representaciones masculinas de Miró, destacan las formas fálicas de los
menhires megalíticos o los bet-el del Próximo Oriente; los
dioses egipcios Osiris y Bes, y sus trasuntos antiguos Herma y Príapo; las
tradiciones medievales de falos en los pináculos, las gárgolas... De este modo:
‹‹Miró parece emplear tanto el símbolo sublime —El segador—, encarnación
de la lucha apasionada, que puede ser la lucha por un ideal, como el símbolo
grotesco, patrimonio popular de la camaradería, la fiesta, la kermesse,
la amistad en el trabajo o la taberna.››[3]
NOTAS.
[1] Cirici. Miró
mirall. 1977: 99.
[2] Cirici. Miró
mirall. 1977: 99-100.
[3] Cirici. Miró
mirall. 1977: 101.
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