El grupo español
Dau al Set (1948-1951), su revista (1948-1956) y su relación con Joan Miró.

El grupo llamado “Dau al Set” (1948-1953) fue fundado en
Barcelona por Joan Brossa, Modest Cuixart, Joan Ponç, Arnau Puig, Antoni Tàpies y Joan Josep Tharrats. Se incorporaron más tarde otros miembros, de modo permanente
o temporal: Juan Eduardo Cirlot y el grabador Enric Tormo, y colaboraron Cirici,
Gasch y muchos más, sobre todo en la edición de la revista “Dau al Set” (1948-1956), que había tenido un breve precedente, la revista "Algol" (1947).
Les unía la voluntad de realizar un arte nuevo, abierto
a los primeros vanguardistas como Miró (al que visitaron en 1948), Max Ernst, Picasso,
Klee, Dalí, así como a los informalistas de la posguerra. Se disolvió como grupo
en 1951.
La revista “Dau al Set” (1948-1956), órgano de expresión
del grupo homónimo, la editó y dirigió Joan Josep Tharrats desde su primer número,
mensual, de septiembre de 1948. Tras disolverse el grupo en 1951, Tharrats y Brossa
continuaron hasta 1953, y luego, ya solo, Tharrats la siguió editando trimestralmente
hasta diciembre de 1956, cuando se editó el nº 54. Tuvo entre sus colaboradores
más destacados a Cirici, Cirlot, Foix, Gasch, Gaya-Nuño, Gullón, Goeritz, Rodríguez-Aguilera...
Dedicó amplio espacio a los movimientos de vanguardia de la posguerra, con números
especiales dedicados a Gaudí, Miró, Picasso, Klee, Dalí, Picabia y el jazz.
Joan Miró mostró
interés por estos jóvenes artistas, que, por mediación de Prats le visitaron en
su taller en 1948 o 1949.
¿Cuándo fue el primer
encuentro personal? Tàpies, el más prolijo con diferencia en sus explicaciones,
precisa (1973) que conoció a Miró en 1949 (aunque en otras ocasiones dirá
1948), con motivo de la visita al artista en su casa del Passatge del Crèdit
del grupo Dau al Set (esto es Joan Brossa, Joan Ponç, Arnau Puig…) y Lluís Riera.
Primero pasaron por el piso de Prats, su introductor, que vivía en un modesto
piso de la calle de Europa, cerca de la Diagonal, con su selecta colección
de obras mironianas.
‹‹La primera vez que
visité a Miró y pude conocer su estudio —si mal no recuerdo en el año 1949— fue
gracias a la intercesión de Joan Prats. Conocía ya la colección de obras de
Miró que poseía Prats en su entonces modesto piso de la calle Europa, cerca de la
Diagonal. Era un piso pequeñísimo pero que a mí, siempre que había ido, se
me antojaba como un templo grandioso. Sus paredes llenas de óleos, gouaches,
dibujos, litografías y carteles de Miró, así como sus libros, que figuraban en
una modesta en número pero preciosa biblioteca, me habían causado un “shock”
inenarrable.
La visita a Miró la
organizó Prats meticulosamente, llevándose a varios amigos a la vez. Recuerdo a
Joan Brossa, Lluís Riera, Joan Ponç, Arnau Puig...››[1]
Y luego describe el
encuentro, que le causó una extraordinaria impresión artística y personal:
‹‹Miró vivía todavía en
el pasaje del Crédito, a pocos metros de donde también estaba entonces la
tienda de sombreros de su gran amigo, en la calle Fernando. Todos nos reunimos,
pues, en la tienda y, luego de oír algunas observaciones de Prats con emoción y
solemnidad subimos al taller de Miró. Por la escalera, Brossa, que ya había
visitado a Miró en otra ocasión, también nos aleccionó en el sentido de no
molestarle preguntando tonterías, como había tenido la debilidad de hacer él.
Explicó que en su primera visita quiso inquirirle acerca de cómo conseguía
ponerse en trance para trabajar, si era con drogas o alcohol... y que Miró,
sorprendiéndose mucho, le había contestado secamente que él siempre estaba
igual y que, en todo caso, vivía en un trance continuo, sin necesidad de tomar
nada.
En el primer contacto
gracias a la leyenda y la atmósfera creada a su alrededor, no es raro que Miró
me pareciera difícil y esquivo y por descontado, de momento no me atreví a
hacerle ninguna pregunta. Además, con su reserva habitual ante los desconocidos,
cosa que ahora comprendo perfectamente, parecía que no quisiera hablar y
contestaba con monosílabos o simplemente con un gesto. Recuerdo que nos dio
unas copas de coñac y entonces fue a buscar la primera pintura. Hasta entonces
el taller se veía vacío, con todos los cuadros girados de espaldas. En las
paredes o sobre algún estante, pero, había aquellos objetos que él encuentra,
que le son tan característicos. Todo estaba ordenadísimo. No se veían manchas
de pintura en el suelo y los pinceles yacían limpísimos, clasificados de mayor
a menor, sobre una mesa, junto con otros instrumentos y materiales de trabajo,
colocados igualmente con una gran pulcritud. Fue una gran experiencia para mí
—que no había visto nunca a un gran pintor célebre de cerca— conocer cómo era
un verdadero taller de artista, y el del pintor que, con Picasso, para mí era
el más grande del país y el más importante de toda una generación en cualquier
parte del mundo. Y lo absorbí todo con una devoción casi ridícula.
Miró iba poniendo las
telas en un caballete de una en una y después las dejaba esparcidas por la
habitación, de tal manera que al pudieran verse todas a la vez.
¡Qué espectáculo! Parece
que oigo las exclamaciones de todos, especialmente los comentarios de Brossa,
que los acompañaba, como siempre, del “me cago amb això i allò” y toda la
retahíla de gestos y procacidades que acostumbraba a soltar cuando estaba entusiasmado.
Muchos de aquellos
cuadros —han pasado más de veinte años— me impresionaron tanto que los tengo
increíblemente grabados todavía en la memoria. La lune, ahora en la
colección Charles Zadok, con aquella especie de caballo flotante;
o la Pintura de la Palm Beach Art League, tan
típica, de la cual cuando me casé pude conseguir una reproducción que Miró me
dedicó cariñosamente; o la Pintura que está en el Kunst
Museum de Bâle [Basilea], con aquel fondo cubierto como de gotas de porcelana;
o aquella otra rara preparación de fondo que parecía tenía años de
sobreposiciones de colores y que no terminó hasta 1950 con un collage de
cordeles, etcétera. Toda una serie de pinturas que después he vuelto a ver en
tantos libros y revistas o en los mejores museos del mundo.
Recuerdo que estuvimos
con Miró hasta avanzada la noche, contemplando en silencio o excitándonos de
repente con comentarios en que los amigos no siempre andábamos de acuerdo.
Aquella prevención mía del comienzo fue rompiéndose poco a poco. No porque exteriormente
hubiese cambiado nada, porque seguí sin atreverme a dirigirme a él, ni Miró,
por su parte daba muchas facilidades. Pero su persona, sus gestos, sus mismos
monosílabos, comunicaban una simpatía especial. Claro que haber querido
recibirnos y hacernos aquella exhibición a nosotros solos —en realidad unos
mocosos— con tanta amabilidad ya me lo hacía ver distinto. Pero, a medida que
pasaban las horas, me di cuenta, además, que realmente, a pesar de su casi
mutismo —quizá debido a su timidez, que yo también comprendía por serlo
igualmente tanto—, todo él irradiaba una rara cordialidad, una casi ternura,
una reciprocidad e interés por nosotros, que no venía del convencionalismo de
las palabras, dichas o no, o de la educación, sino de una autenticidad de comportamiento,
de una verdad, que con los años he visto en su constante en cualquier situación
donde se halle.
No hace falta decir que
cuando nos despedimos, de él y de Prats (que era más madrugador que nosotros),
los jóvenes seguimos deambulando por las calles hasta casi el amanecer. Y
llegué a casa convencido, una vez más, de aquella idea, que a veces los compañeros
me discutían, de que la calidad de la obra es siempre inseparable de la calidad
humana de su autor, cosa que, naturalmente, a menudo no coincide con la ética
que se tiene por normal.››[2]
En otra ocasión recuerda
(1977) su relación personal y la del grupo “Dau al Set” con Miró, del que
destaca sus dificultades para ser aceptado en Barcelona, y resume su primera
visita de grupo:
‹‹Para nosotros Picasso
era algo muy grande, al igual que Miró. A este último lo conocimos más
íntimamente. Conocer a Miró fue algo fantástico. En mi libro L’art
contra l’estètica dedico un capítulo a mi primer encuentro con Miró en
su piso del Pasaje del Crédito, donde nos llevó Joan Prats, junto con Brossa,
Riera, Ponç, Puig... Debo confesarte que no todo el grupo de “Dau al Set” se
adhirió a Miró. A Ponç, por ejemplo, no le gustaba nada e incluso el mismo
Arnau Puig se reía de él entonces. Consideraba que una persona que no supiera
explicar y teorizar sobre su obra no tenía ningún valor.
Para mí fue enseguida
el non plus ultra. De todo el grupo, Brossa y yo éramos los que
veíamos más a menudo a Joan Prats. Con este último establecimos un día a la
semana para cenar juntos. Esta relación con Prats me llevó a conocer más a Miró
y a apreciarlo en todo su valor. Prats le admiraba profundamente y su
entusiasmo resultaba contagioso.
[Pero no veía muy
frecuentemente a Miró] No, porque Miró en aquella época se cerraba mucho para
trabajar. Tenía su estudio en el Pasaje del Crédito, muy próximo a la calle
Fernando donde Prats tenía su sombrerería. Conservo un recuerdo muy vívido de
la primera visita. Prats la preparó muy bien. Me sorprendió enseguida la gran
humanidad de Miró, que nos ofreció enseguida unas copas de coñac. Yo no
imaginaba que un genio de la pintura pudiera hacer eso. En toda la noche no
dijo apenas nada y nos enseñó con gran paciencia todos los cuadros, uno a uno.
[La acogida de Miró en
la sociedad barcelonesa fue] Muy mala. Tardó bastante en ser aceptado.
Solamente exponía en el extranjero.››[3]
Tàpies resume nuevamente (1993)
su primer encuentro con Miró en su taller, en la famosa visita colectiva del
grupo Dau al Set, preparada por Prats, y que desde entonces anudaron una
creciente amistad:
‹‹Va ser bastant xocant,
perquè en aquella edat teníem una idea dels artistes així una mica bohèmia,
una miqueta deixada anar, diguem... En canvi el Miró era d’una pulcritud
tremenda: ben vestit, ben pentinat. I el taller també reflectia aquesta manera
de ser. Ell ho tenia tot ben posat, com en una clínica. Era una mica una
tendència que hi havia en aquells moments, que l’artista fos higiènic, feien
gimnàstica tots i volien les coses molt netes i ordenades... [No se dijeron
nada aquel día] No. Ell tampoc no parlava, era molt retret. Al principi que el
vam veure era dificilíssim d’arrencar-li una paraula. En canvi, després, quan
vam agafar confiança era una persona normalíssima. I ara comprenc molts
dels seus silencis, perquè els joves de vegades tembé dèiem impertinències o
no li agradava de contestar-les. Però després va ser una persona d’un
gran afecte i molt carinyosa. (...) Ens vèiem aquí, a Barcelona, no gaire
sovint, però ens vèiem. També havíem anat alguna vegada al taller de
Gallifa del Llorens Artigas.››[4]
Miró, por
su parte, visitó en la sede del Cercle Maillol del Institut Français de
Barcelona la muestra *<Un aspecto de
la joven pintura catalana> (julio 1949) organizada por la revista “Cobalto 49” (publicó un número especial con un texto
de Cabral de Melo) y que mostraba obras de Tàpies (10), Ponç y Cuixart.[5] Además,
en Terrassa, organizada
por la revista “Cobalto 49” ,
se mostró en esas fechas la *<Exposición Antológica de Arte Contemporáneo>
(3-6 julio 1949), con obras de Miró, Dalí, Picasso, Torres García y los jóvenes
Ponç, Tàpies…[6]
En 1949 Joan-Josep Tharrats recoge los puntos
más comunes sobre el artista: ‹‹El arte esencialmente puro de Joan Miró, su
inquietud heroica, esta profunda y equilibrada rehabilitación del color que el
hombre perdió con el Paraíso, este lirismo mágico y desbordante, nos reconcilia
con nuestro tiempo y nos compensa de las tinieblas en que éste parece
desvanecerse.››[7]
Joan Brossa también proclama entonces:
‹‹Un recull de l’obra de Joan Miró,
pertanyent a diferents col·lecionistes barcelonins, llueix els seu rostre,
aquests dies, a les Galeries Laietanes. L’alt esforç de Miró, de cap a cap,
esclata entre nosaltres triomfant. Obriu totes les finestres al ple sol de
l’homenatge! Pinteu les
taules! Renoveu l’aire clos! Aquest cap de llop udolant és
un treball de bronze. Vers
ells estenem els nostres llargs braços entre la multitud per la terra trencada.
Lluny ja dels recons! Si es torna a cloure aquesta cortina, en art, res no
rebrà la llum i tot s’nfosquirà en aquest alt nivell, entre roques. Antany —aviat vencé— Miró es complaïa a passar els
dits de l’un a l’altre pol amb lent estudi. Avui la seva arbreda s’esbrava,
enfora, davant les aigües. Cordial és el seu cop de destral en la selva
remorera. Tothom ha dinat. El mar s’ha dormit. ARA sentim el triomf de Miró,
ben despert en la més alta realitat, ple de domini, com també constatem ja
definit, inesborrable, el seu eixamplament dels camins antics.››[8]
Lubar (1994) explica la relación entre Miró y
el grupo Dau al Set, a la luz de su entorno, la oposición cultural catalanista:
‹‹dado que Ponç y Brossa heredaron de Miró el
título de “pintor-poeta”, se impone la clarificación del diálogo personal y
artístico que los dos mantuvieron con él.
Entonces Miró vivía en Barcelona. Tras apoyar
a la República y colaborar en el pabellón de ésta en la Exposición
Internacional de 1937 en París, gozaba de escaso prestigio bajo el régimen
franquista. Desdeñado por sus coetáneos y por el gran público, Miró seguía
siendo un enigma para casi todos, con la sola excepción de un selecto grupo de
artistas y escritores que había asumido la defensa de su causa dos décadas
antes.››[9]
NOTAS.
[1] Tàpies, A. La
visita a Joan Miró. “Destino”, Barcelona (21-IV-1973). Reprod.. “Guadalimar”,
10 (II-1976) 52-53. Que la primera visión de obras originales de Miró fue en la
casa de Prats y que la primera visita al taller de Miró fue en 1948 se apunta
en Miquel Tàpies en su cronología de Agustí, Anna (dir. y cat.). Tàpies.
Catalogue Raisonné. Fundació Antoni Tàpies. / Edicions Cercle d’Art. París.
1989. vol. 1. 1943-1960: 491 y 492 respectivamente.
[2] Tàpies, A. La
visita a Joan Miró. “Destino”, Barcelona (21-IV-1973). Reprod.. “Guadalimar”,
10 (II-1976) 52-53.
[3] Julián; Tàpies. Diálogo
sobre arte, cultura y sociedad. 1977: 45-46.
[4] Serra, Montse.
Entrevista a Antoni Tàpies. “El Temps” (3-V-1993) 76-79.
[5] Tàpies. Memoria personal. 1983: 241. / Tàpies,
Miquel. Chronologie, en Agustí, Anna (dir. y cat.). Tàpies. Catalogue
Raisonné. 1989. v. 1. 1943-1960: 494.
[6] Tàpies, Miquel.
Chronologie, en Agustí,
Anna (dir. y cat.). Tàpies. Catalogue Raisonné.
1989. v. 1. 1943-1960: 493.
[7] Tharrats, en Miró y los
críticos. <Exposición-homenaje Joan Miró>. Barcelona. Galerías
Layetanas (23 abril-6 mayo 1949).
[8] Brossa, Joan. Joan Miró dels
ventalls. “Dau al
Set” (V-1949). Reprod. <Joan
Brossa o la revolta poètica>. FJM (2001): 53. Cit. parcial Minguet
Batllori. Joan Miró. L’artista
i el seu entorn cultural (1918-1983). 2000: 73.
[9] Lubar. Joan Ponç. 1994:
39-40.
Fuentes.
Internet.
Documentales / Vídeos.
Abstracció a Catalunya. De Dau al Set als Salons de Maig. Biblioteca de Catalunya (2023). 2:05. [https://www.youtube.com/watch?v=yA1l5BtsVkk]
Tàpies i Dau al Set. Diálogo de Vicenç Altaió y Maria Josep Balsach. Museu Empordà (2024).
53:06. [https://www.youtube.com/watch?v=dxDM4CQPpQU]
Libros.
Bozal, Valeriano. Pintura y escultura españolas del siglo XX (1939-1990). 1992: 209-220.
ENLACES.
El escritor y artista español Joan Brossa
(1919-1999) y su relación con Joan Miró.*
El artista español Modest Cuixart (1925-2007) y
su relación con Joan Miró.*
El artista español Joan Ponç (1927-1984) y su
relación con Joan Miró.*
El artista español Antoni Tàpies (1923-2012) y
su relación con Joan Miró.*
El artista español Joan Josep Tharrats
(1918-2001) y su relación con Joan Miró.*
Colaboradores.
El escritor e historiador de arte español Juan
Eduardo Cirlot (1916-1973) y su relación con Joan Miró.*
El escritor español Josep Vicenç Foix
(1893-1987) y su relación con Joan Miró.*
El crítico de arte español Sebastià Gasch
(1897-1980) y su relación con Joan Miró.*
El crítico de arte español Cesáreo Rodríguez
Aguilera (1916-2006) y su relación con Joan Miró.*