La estética de Miró. 30. La
paleta de colores y el azul de los sueños.
La paleta de colores mironiana varía con el
paso de los años. En los años 10 es de clara inspiración fauvista, con una gran
riqueza tonal, y es en los años 20 que alcanza su madurez, de modo que su
paleta posterior variará, como cuando en los años 70 vuelva a predominar el
negro, pero en esencia utiliza sobre todo tres colores: el negro, el azul y una
mezcla de gris y marrón, tomando el negro como el color de la realidad para la
construcción de las figuras y signos, mientras que para los fondos el azul es
el color de los sueños y el gris es el color del universo en caos. Pero estos
significados son abiertos, puesto que el simbolismo de los colores para los
vanguardistas es un problema poco estudiado todavía. El expresionismo alemán
utiliza los colores como armas de un conflicto existencial y así Franz Marc le
escribe en diciembre de 1910 a su amigo Macke sobre
el simbolismo de los colores en las vanguardias: ‹‹El azul es el principio
masculino, severo y espiritual. El amarillo es el principio femenino, delicado,
suave y sensual. El rojo es la materia, la realidad dura y brutal, el color que
tiene que entrar en conflicto con los otros dos y sucumbir ante ellos.›› Pero para el pintor catalán, en cambio, los colores son símbolos
de un mundo natural y de una visión interior.
La historiografía ha reconocido pronto el
espléndido dominio de Miró del color.
Clement Greenberg.
Greenberg (1948) celebra en Miró a uno de los
más acertados pintores del color. Si ya era uno de sus puntos fuertes en su
juventud, en su madurez se convierte en un maestro, alcanzando al fin en los
años 30 una monumental pureza, justo la que Greenberg entiende como cima del
puro arte abstracto. Miró construye la estructura de un espacio pictórico con
una austera economía de colores en unos casos y una riquísima paleta en otros.
Entiende que su principal descubrimiento radica en las posibilidades
constructivas del negro y que a continuación experimenta con otros colores
profundos hasta dominarlos hacia 1930, superando por entonces incluso a Picasso
e igualando al menos a Matisse en su habilidad de usar el color
estructuralmente:
‹‹Miró has early discovered black as a color,
and had begun using it, even before 1924, with an effect no other painter of
our time except Matisse has approached. Black becomes his touch-stone, as white
for Picasso. It is the vehemence and opacity of black and the precision with
which it defines a plane that he tries to equal in his other deep colors. And
he succeeds in doing this fully by 1930, achieving a brilliant density in his
ultramarines, vermilions, viridians, and browns, while his oranges, yellows,
and even light blues and pinks take on, by contrast, some of great decorator. Thus
he becomes a great constructor in color as well as a great decorator.››
Y acto seguido Greenberg celebra
especialmente que el Miró maduro resuelva el difícil problema, que todo pintor
conoce, de componer en colores planos sin emplear modulaciones de sombra y luz
—el tradicional claroscuro que había dominado la pintura española desde la
recepción barroca del tenebrismo de Caravaggio— o un tono singular para
unificar la superficie. Miró es uno de los pocos artistas, como Matisse y
Mondrian, que han resuelto esta cuestión: ‹‹Every painter knows how difficult
it is to compose in flat colors without employing modulations of dark and light
or a single over-all tone to unify the surface; Miró, along with Matisse and
Mondrian, belongs among the few artists in western tradition who have done with
consistent success.››
Areán (1975) escribe sobre el colorido en el
Miró maduro (desde los años 20), sin percibir la suma importancia del azul:
‹‹El color lo aplica preferentemente plano, pero
tampoco deja de sumergir pinceladas netamente visibles o de multitonalizarlo en
abundantes ocasiones. Por otra parte, cuando no hay multitonalización en
sentido estricto, no por eso suele renunciar Miró a las degradaciones más
sutiles.
La paleta es muy selectiva, pero con nitidez
sin igual —exceptuando Kandinsky— en nuestro siglo. Se reduce, en
principio, a los tres colores primarios —el rojo, el amarillo, el azul— y
a un binario: el verde. Los otros dos binarios —el naranja y el violeta— los
emplearán asimismo ocasionalmente, pero casi siempre con parquedad y en
momentos posteriores. La nitidez con que los emplea es, por otra parte, menor
que en sus tres preferidos. Hay, además, en muchos de sus lienzos una verdadera
apoteosis del negro, pero ello no evita que ese color no color apenas exista en
calidad de forma propiamente dicha, sino como fondo —pocas veces— o
como grafismo —muchísimas—. Habrá también fondos blancos y marrones, pero
con funciones muy específicas y no en demasiados lienzos. Cuando el negro o el
marrón actúan como fondos, lo habitual es que los multitonalice y les reste así
su “pesantez”. Cuando el negro es signo o línea gestual suele ser finísimo,
aunque quepa a veces su deshilachado muy emotivo y sin diferenciaciones de
intensidad.››
Barbara Rose (1982) explica, retomando la
opinión de Greenberg, que las experiencias alucinatorias (y los fondos
monocromos de los retablos medievales de Cataluña) llevan a Miró a desarrollar
los campos de color que le sitúan a la altura de los grandes maestros
abstractos:
‹‹(...) These hallucinatory experiences led
Miró to conceive painting in a new way and to identify pictorial space as a color
field. This was a significant innovation with repercussions for American art.
Miró’s invention of a new kind of pictorial
space places him firmly within the context, not of Surrealism, but of the great
metaphysical modern painters —Klee, Kandinsky, and Pollock—. Miró appears to
have arrived at the concept of space as a field through which objects buoyantly
float instead of a backdrop against which they are deployed during the critical
years of 1923-25.››
Combalía (1983) destaca la excelencia de los
fondos de colores puros, especialmente el azul, de mediados de los años 20:
‹‹[Buena parte de las obras de este periodo]
tienen como fondo el color azul monocromo, con un tratamiento que precederá a
las realizaciones de la pintura abstracta colorista norteamericana posterior.
Contrariamente a la tinta plana que tanto utilizará Miró más tarde, el pigmento
es aquí fluido y por el paso discontinuo del pincel adquiere cualidades de
aguas o manchas: en Bañista (1924, Col. Leiris, París), el
ultramar se unifica, en remolinos de color, para el mar y el cielo. Tal vez la
obra más elocuente por su carácter de programa-idea sea Ceci est la
couleur de mes rêves (1925, Col. Pierre Matisse, Nueva York), en donde
esta frase aparece escrita bajo un fantástico borrón azul, que, visto al
natural, ofrece varios planos superpuestos de color.››
Fuchs (1983) aduce que ‹‹los cuadros de Miró
desprenden destellos, los colores chispean, y la suavísima ejecución de los
trazos tiene una vibración musical. (...) la soltura del trazo: la común
negativa a reducir la forma y el color a una composición razonada y
definitiva.›› Un estudio individual de los colores nos
señala su función estructural y simbólica.
El color negro es para Miró sobre todo el
color de la estructura, como ya indicaba Greenberg (1948), pero también de
masa, luz, energía... Es el color favorito de muchos vanguardistas, como
Gérard-Georges Lemaire (2006) apunta: ‹‹De Francis Picabia à Fortunato Depero,
le noir est la couleur emblématique des avant-agardes les plus incisives.››, mientras que Gilbert Lascault (2006) señala sus
incontables variantes de uso plástico. Miró lo domina de modo magistral muy pronto,
como informa Blanch (1983) al escribe sobre el color negro en la pintura
de Miró de los años 20:
‹‹A partir de l’etapa més surrealista, que
dóna major preponderància a la síntesi, i a la sensació directa de les coses,
el negre apareixerà imperiós en quadres com el revolucionari Naixement
del món de 1925, serà objecte de minúscules imatges-clau, crearà solcs
solitaris i petites flotacions en la diafanitat de l’espai cru de la tela, i es
vestirà la immensitat espacial més fosca, de la taca més sòlida, o del bri més
fi, segons la idea, “vinguda a cops” que assalti Miró.›› Su uso del negro no es nunca estable, sino
que varía apreciablemente a cada vuelta de su estilo, como veremos en los
sucesivos apartados cronológicos, pero podemos ver una secuencia de rápidos
cambios en sus carteles de los primeros años 60, cuando Corredor-Matheos (1980)
nos alerta de su creciente uso dramático e informalista del negro con respecto
a otros colores como el rojo, amarillo, azul y verde, primero desde una
posición de sólido predominio del negro para llegar después a un entendimiento
más igualitario:
‹‹Con el intervalo de los carteles que
realiza entre 1958 y 1960, 1961 es el año en que, dentro de los carteles, se
manifiesta la nueva manera, con el predominio del negro y el carácter dramático
del conjunto. Lo informal estará, no sólo en la imprecisión de los límites y
los perfiles, sino también en las manchas que salpican el fondo. El color
propiamente dicho es, no obstante, violento: ha de serlo para existir. Rojos,
azules, amarillos y verdes se manifiestan con violencia y forman, juntos, el
otro polo de este diálogo-oposición cromático. La pujanza del negro se revela
en el hecho de que corre a su cargo la configuración de los signos principales.
Las masas negras ocupan grandes zonas y amenazan el resto, incluso invadiendo
otros colores. Es, este negro, compacto, pero su misma expansión lo aligera a
veces, creando transparencias.
Con el tiempo, y pasada esta fase informal,
el trazo del signo es más preciso, y los otros colores adquieren autonomía.
Parece haberse hallado cierta entente. Puede decirse que el negro conserva su
papel de crear los signos que han de comunicar el mensaje del cartel, junto al
del núcleo principal del tema plástico, y que los colores dan la réplica
propiamente cromática, que no es exactamente de acompañamiento, sino de juego
dialéctico. Evidentemente, el negro sigue teniendo preponderancia visible: por
el hecho mismo de su presencia, pesa más, pero las cosas
parecen estar claras e incluso, con el tiempo, a veces los colores llegarán
a superar en alguna que otra ocasión al negro, devolviendo la alegría absoluta,
sin sombra, que definió épocas anteriores del artista.›› El significado del color negro se conecta con
el tema de la noche, lo que explica que sea el color preferido por Miró desde
mediados de los años 30, vinculándolo a la muerte y al pesimismo existencial, y
que elevan al summum del color espiritual tanto Caravaggio,
Velázquez, Goya, Manet, el último Renoir, Matisse, Rouault… en sus pinturas,
como Kandinsky en su libro De lo espiritual en el arte (1911)
o Adorno en su Teoría estética (1970). El poeta Jacques
Kober (1946) escribe: ‹‹El negro nos da una perspectiva, una especie de
pobreza. Es una pérdida de equilibrio, una aspiración de aire. El negro obliga
los demás colores a darlo todo de sí. Se trata de una luz más allá de la
renovación, un resurgir (Mis hambres, son trozos de aire negro, dice
Rimbaud).›› Dominique Païni (2006) apunta la violenta
danza de contraste que el negro y los otros colores ejecutan en su pintura:
‹‹Joan Miró répand ses nuages et laisse percevoir en
dessous les signes vivement colorés de son vocabulaire joyeux. Au sens propre,
le noir tombe comme on dit que la nuit tombe. La noirceur de la nappe est dotée
de franges: ce ne sont pas des coulures [significa también colores], car les
accidents dus aux lois de la gravité n’échappent jamais au contrôle de cet
artiste qui peint comme on danse.
Chez Joan Miró,
la lutte est vive entre le noir et les autres couleurs, entre la nuit et les
chatoiements du jour.››
El color gris, que a menudo pasa sin
transición al marrón, se convierte en uno de los más utilizados junto al azul
marino, en sus fondos monocromos a mediados de los años 20, y así en varias de
sus tituladas Pintura (1925) vemos un gris de distintas tonalidades,
con vida propia, que parece indicarnos una sutil variación en un cielo en
movimiento.
Los colores amarillo, verde y rojo son
comparativamente menos frecuentes, aunque hay ejemplos notables en las
pinturas-poema y otras posteriores en los que el amarillo para representar la
vida y el amor, el verde para la esperanza y las notas de vida calma, el rojo
para la pasión creadora/destructora de la naturaleza. Corredor-Matheos (1980)
apunta (en los carteles) la importancia y el simbolismo de los colores rojo,
amarillo, azul y verde, a medida que se liberan del negro:
‹‹El color, a lo largo de la etapa que
arranca en 1960, se presenta muy ceñido por el negro, que lo encierra en las
formas que crea o en trazos y manchas muy precisamente aplicadas. La propia composición
y las formas van configurando ciertos compartimientos que el color rellena. Los
dos básicos de Miró son el rojo y el azul, y, sobre el esquema de esta dualidad
fundamental, aparecen los otros colores. El amarillo y el verde ponen
seguramente la nota de la alegría y crean las derivaciones que nos distraen del
conflicto esencial que siguen siendo la oposición negro-color, en el cual la
presencia del rojo y el azul no introducen variaciones fundamentales: siguen
siendo colores serios, claves. El amarillo y el verde cumplirían,
en el plano cromático, el papel que atribuíamos a los elementos menores en
el plano compositivo y formal. El amarillo y el verde nos hablan del alma colorista
que subyace en el dramatismo actual. (…)››
La bañista (1925).
El color azul, con sus numerosas tonalidades,
es sin duda el más emblemático de nuestro artista. Lo emplea masivamente en los
fondos predominantemente monocromos de sus obras desde 1924, salvo los casos en
que se decanta por un gris o marrón suave y así vemos que en la serie Cabeza
de Campesino el azul es un uniforme e inmóvil fondo en el que las
figuras ganan en protagonismo, en el contraste de los colores. No es por azar
que el color azul domine tanto en su obra de esta época, coincidiendo con sus
experiencias con el método inspirativo del sueño. Los fundamentos de su uso de
este color se encuentran en la poesía (Darío y su Azul, Mallarmé y
su Azur), que le permitiría escapar tanto del cubismo como de la
abstracción. El azul es un color metafísico por su misteriosa inmaterialidad, y
su recurrente aparición en las pinturas de Miró de esta época puede ligarse a
la aparición en 1925 de la traducción francesa de un libro de Max
Heindel, La concepción del cosmos de los rosacruces (1909 en
alemán), que explicaba, entre otros temas, su significado mágico y teosófico
para esta antigua orden masónica del s. XVII de los rosenkreuzer,
un tema cabalístico muy querido para los surrealistas y que estos debieron
comentar con el artista. El azul es sobre todo el color de los
sueños, con el cual Miró favorece la libre circulación de la imaginación, tanto
en los años 20, como en Photo: Ceci es la couleur de mes rêves (1925),
en los años 50 en el mural de Harvard (1951-1952), o, después de un largo
paréntesis, el tríptico Azul (1960), que marca su retorno a la
pintura de gran formato y le permite iniciar una síntesis de toda su obra
anterior, el tipo de actitud que recorre toda su obra de los años 60.
El azul es sin duda el color más reiterado en
los estudios mironianos. El coleccionista belga René Gaffé (1934) es el primero
en exaltar ‹‹un azul salvaje, insolente, eléctrico, que basta él mismo para
hacer vibrar el óleo››. Y hasta los años 70 es un asunto recurrente en la crítica
y la historiografía, pero la mejor aportación llega cuando Rowell apunta (1974,
1985) que el azul es el color de los sueños.
Margit Rowell.
Rowell explica más tarde (1998) lo que llama
pintura de los “campos imaginarios” por sus fondos monocromos en los que
predomina el azul:
‹‹Así nacieron los cuadros del periodo
1925-1927, que acentúan un fondo inconmensurable lleno de signos esparcidos o
de imágenes esquemáticas. Algunos de los fondos están bosquejados en blanco o
en siena o simplemente desocupados, pero los más bellos, los más aéreos, los
más cósmicos y los más vertiginosos son indiscutiblemente los azules.
Así, fue gracias a su contacto frecuente con
poetas que Miró pudo liberarse del yugo del cubismo, un cubismo que él
interpretaba con gran liberalidad pero cuya idea lo limitaba. Esa liberación lo
condujo al borde de la abstracción. En efecto, sus cuadros de 1925 son
abstractos en su concepción puesto que en ellos Miró suprimió muchas
indicaciones tradicionales de la pintura figurativa: relación figura-fondo,
perspectiva y cierto sentido de la gravitación y de la ilusión del volumen. Es
decir, todo aquello a lo que el artista se refiere cuando evoca “las
convenciones pictóricas” [carta a Leiris (10-VIII-1924)], sin jamás querer
admitir la abstracción ni franquear esa frontera.
Miró quería llegar a las masas mediante su
“realismo”, noción muy particular en lo que a él atañía, pero que a su modo de
ver seguía siendo la justificación de la pintura. Su lenguaje pictórico se
modificó a partir de 1928; y si bien abandonó las áreas ininterrumpidas en
blanco o monocromas, conservó los fondos nebulosos, espacialmente
indeterminados —sobre los cuales flotan imágenes esquemáticas, sin espesor
ni peso—, así como una gama cromática reducida. De esta suerte conservó su
predilección por los fondos azules que, aunque diversificados en cuanto al tono
de azul elegido, reaparecen con gran constancia a lo largo de su carrera. Al
igual que para Darío, el azul es y será siempre para Miró —y eso explica
la importancia de dicho color en su obra— color y símbolo a la vez,
atmósfera enrarecida y aérea que favorece la libre circulación de la
imaginación.›› La autora se centra en Foto. Este el
color de mis sueños (1925), cuyo azul todavía no satura el fondo de la
tela como sí hará en los años 60, pero en el que, con tan solo una mancha, ya
domina la composición, la estructura con el mismo valor formal que la escritura
dadaísta. La aparición del azul con entidad propia tendrá un largo camino en la
obra de Miró y merece una explicación. Rowell considera que desde los años 20
Miró asoció el color azul con su mundo imaginario, movido, como casi siempre,
por dos consideraciones: una tradicional y otra moderna.
La tradicional es que el azul es un color de
un significado muy popular en la cultura mediterránea en general y catalana en
particular:
‹‹En el folclor catalán, el azul siempre ha
tenido una significación particular. Las casas de los pueblos se pintaban de
azul, el azul “catalán” claro ligeramente violáceo, literalmente: el azul del
cielo. Y otras casas, de las cuales aún subsisten algunos ejemplares en el
pueblo de Mont-roig (cerca de la granja de Miró), tenían pintadas de azul las
puertas y las chambranas para evitar que la reverberación del sol sobre la
fachada, demasiado brutal, repercutiera en el interior. Este azul, nacido de
una necesidad práctica, poseía también un significado simbólico: indicar el
carácter de santuario de la casa-lugar privado y privilegiado, donde se
resguardan las ideas y los sueños. La puerta azul protege contra los malos espíritus,
como la mano azul que tradicionalmente se pinta en las puertas de África del
Norte.
Así, para el catalán, el azul representa su
derecho legítimo a lo imaginario.››
La moderna es que el azul era desde
principios de siglo el color de los sueños poéticos de los vanguardistas y
Rowell presenta el primer ejemplo de la poesía modernista de Rubén Darío:
‹‹Miró se interesó por la poesía desde su
juventud. No sería absurdo afirmar que en 1925 el azul era el azur de cierta
generación de poetas. Era el Azul del poeta nicaragüense Rubén
Darío (1867-1916), cuya primera antología importante de cuentos y poemas
apareció en 1888 en Valparaíso (Chile) y se reeditó en Barcelona en 1907.
Darío, poeta lírico y simbolista muy influido por la literatura francesa, está
considerado en la actualidad como el padre de todos los movimientos de poesía
moderna en lengua española. Fue muy apreciado en Barcelona, particularmente por
la generación de Picasso (quizá fue una de las fuentes de inspiración de su
periodo azul). Si bien el título Azul de esa primera antología
no corresponde a ningún cuento o poema en particular, este color y, sobre todo,
la noción del azur, se hacen presentes a través de sus páginas, ora en pequeñas
pinceladas, ora a modo de telón de fondo. Símbolo de belleza, de verdad, de
espiritualidad y de libertad ante las cosas “terrenales”.››
El poeta nicaragüense Rubén Darío.
Un buen ejemplo sería este fragmento del
poema Anagke, en el que Darío canta el vibrante azul de la vida y
el amor a plena luz del sol mediterráneo, así como el sutil azul del final de
los sueños nocturnos, poco antes de que el alba —justo cuando Miró tenía sus
más fuertes inspiraciones— alumbre el nuevo día:
‹‹¡Oh inmenso azul! Yo te amo. Porque a flora
das la lluvia y el sol siempre encendido;
porque, siendo el palacio de la aurora,
también eres el techo de mi nido,
(oh inmenso azul! Yo adoro
tus celajes risueños,
y esa niebla sutil de polvo de oro
donde van los perfumes y los sueños.
Amo los velos tenues, vagarosos,
de las flotantes brumas,
donde tiendo a los aires cariñosos
el sedeño abanico de mis plumas.››
El poemario de Darío no era una excepción en
la época. Poetas franceses, de generaciones distintas, como el romántico Victor
Hugo y el simbolista Mallarmé, lo cantaban en sus poemas. Y los intelectuales
españoles recibían este doble influjo, el francés y el iberoamericano, como le
ocurrió al novelista y crítico Juan Valera, tal como explica Rowell (1998):
‹‹En 1888, año de la primera edición del
libro, el crítico español Juan Valera, en una carta al autor, que serviría de
prólogo para todas las reediciones a partir de 1890, se pregunta acerca del
título: Victor Hugo dice: ‘El arte es el azul’, pero yo no me conformo ni me
resigno con la idea de que eso sea muy profundo o muy bello (...) ¿Por qué
(...) el Azul (...) debe ser cifra, símbolo y categoría
superior que abarque lo ideal, lo etéreo, lo infinito, la serenidad del cielo
sin nubes, la luz difusa, la amplitud vaga y sin límites donde nacen, viven,
brillan y se mueven los astros? Pese a todo eso y a algo más que surge del
fondo de nuestro ser y aparece ante los ojos del espíritu al evocar la
palabra Azul, ¿qué novedad hay en decir que el arte es todo eso?”.
Para Valera, el libro es una iniciación a lo imaginario, a lo desconocido y a
lo trascendental; un libro ligero, aéreo y espontáneo que parece haber sido
escrito de corrido, sin esfuerzo, con “concisión, precisión y una extrema
elegancia”. Cabe suponer que a Miró le impresionaron las imágenes dibujadas a
través de esos cuentos y poemas —criaturas imaginarias o míticas, pájaros
y estrellas—, al igual que la evocación del azul en filigrana.›› El influjo del azul del poeta Mallarmé, a
quien debió haber leído ya en la época de la Academia Galí, si no antes, debió
confirmarlo su amistad con Masson, empedernido lector y más aún del poeta, como
Rowell (1998) cuenta:
‹‹”El eterno azul” de Mallarmé significaba a
la vez la inaccesible inmensidad metafísica y el abismo, y no cabe duda que
Miró conocía su poesía. Su amigo y vecino inmediato de la calle Blomet, André
Masson, había ilustrado Una tirada de dados (nunca abolirá el azar) en
1914; Miró, por su parte, había introducido dados en sus obras de 1924-1925. Ya
para esas fechas empezaba a repensar la anatomía de sus cuadros. No sorprende,
pues, que en un momento dado le haya atraído la creación al estilo del poema de
Mallarmé: una superficie casi desnuda o saturada de un solo color uniforme,
vacío, ya cargado de significación antes de acoger los signos.››
NOTAS.
Pascual,
Carlos (dir.). Grandes de la pintura. v. IX. 1979: 133.
Greenberg. Joan
Miró. 1948: 31.
Areán,
Carlos. Joan Miró como expresionista. “Cuadernos
Hispanoamericanos”, Madrid, 298 (IV-1975) 163-168. cit. 165.
Rose. Miró
in America. <Miró in America>. Houston. Museum of Fine Arts
(1982): 16.
Combalía,
Victoria. “El País” (22-IV-1983). En una crónica con motivo de la exposición
<Joan Miró: años veinte. Mutación de la realidad>.
Fuchs. Miró:
nuestro contemporáneo. <Joan Miró 1893‑1983>. Barcelona. FJM (1983): 89.
Gérard-Georges Lemaire. La
quête du noir. *<Le noir est une couleur. Hommage vivant à Aimé
Maeght>. Saint-Paul-de-Vence. Fondation Maeght (30 junio-5 noviembre
2006): 47.
Gilbert Lascault. L’obscur
rayonne. *<Le noir est une couleur. Hommage vivant à Aimé Maeght>.
Saint-Paul-de-Vence. Fondation Maeght (30 junio-5 noviembre 2006): 67-71.
Blanch,
Maria Teresa. La fascinació del negre. “El Món” (22-IV-1983).
Corredor-Matheos;
Picazo. Los
carteles de Miró. 1980: 17-18.
*<Le noir est une couleur>.
París. Galerie Maeght (diciembre 1946). cit. Veinstein. Para decirlo
con flores. *<Le noir est une couleur>. Barcelona.
Galerie Maeght (noviembre 1995-enero 1996): s/p. Rimbaud canta: ‹‹Mes faims, c’est les bouts d’air noir››. Kober señala que el negro es abstracto y concreto a la vez,
en su prefacio al primer número de “Derrière le miroir” que fue cat. de *<Le
noir est une couleur>. París. Galerie Maeght (diciembre 1946) y que se reeditó
en *<Le noir est une couleur. Hommage vivant à Aimé Maeght>.
Saint-Paul-de-Vence. Fondation Maeght (2006): 27-28.
Païni, Dominique. Les couleurs
du noir. *<Le noir est une couleur. Hommage vivant à Aimé Maeght>.
Saint-Paul-de-Vence. Fondation Maeght (2006): 15-16.
Corredor-Matheos;
Picazo. Los carteles de Miró. 1980: 19-20.
Tomo
la idea de Anna Moszynska. El arte abstracto. 1996 (1990 inglés): 182.
Gaffé, René. Joan Miró.
“Cahiers d’Art” v. 9, nº 1-4 (1934) 30.
Rowell. Les Champs magnètiques
de Miró: une poètique. “L’Art vivant”, 49 (V-1974) 6-10. / Rowell. “Bleu
II”, 1961, de Joan Miró. En especial Nouvelles acquisitions du
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Rowell. <Joan Miró. La colección del CGP>. México.
CCAC (1998): 177.
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<Joan Miró. La colección del CGP>. México. CCAC (1998): 175.
Rowell.
<Joan Miró. La colección del CGP>. México. CCAC (1998): 175-176.
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Poema Anagke, en Azul. Santiago de Chile. 1954:
15. cit. Rowell. <Joan Miró. La colección del CGP>. México.
CCAC (1998): 175-176.
Rowell.
<Joan Miró. La colección del CGP>. México. CCAC (1998): 176.
Textos de Valera, de Prólogo de Juan Valera, en Azul.
Santiago de Chile. 1954: 29-30 y 34.
Rowell.
<Joan Miró. La colección del CGP>. México. CCAC (1998): 176-177.