La estética de Miró. 18. Los elementos cósmicos del sol, la luna, la
estrella…, y los temas del día y la noche.
La cuestión de la cosmología es un hilo que
recorre la obra entera de Miró. Como escribía Panofsky, las obras de la
vanguardia del arte del siglo XX se relacionan con ‹‹una metafísica del arte
que trata de derivar el fenómeno de la creación artística de un principio
suprasensible y absoluto o, como gusta llamarse hoy, “cósmico”.››[1] Es imposible entender a Miró sin profundizar en el
pensamiento astrológico-mágico del surrealismo. Amaba además la astronomía
—contaba que le fascinaba en los años 60 la carrera espacial, que le recordaba
su afición juvenil por la astronomía[2]— lo que influyó en algunas de sus composiciones
cosmológicas:
‹‹El hobby de su padre era la
astronomía, interés que comunicó también a su hijo. A la caída de la tarde, el
pequeño Miró solía sentarse a estudiar cartas astronómicas, o a contemplar el
cielo a través de un gran telescopio que, montado en su trípode, puede verse
aún hoy en la terraza de su estudio de Son Abrines. Las novelas fantásticas de
Julio Verne figuraban entre sus libros favoritos.››[3]
Entremos primero con un tema intrínsecamente
relacionado con la naturaleza y la representación del cosmos. Surge de
inmediato la cuestión de cómo aparece esta pasión en su obra. ¿Cómo representa
Miró los signos sin señal: la nada y el infinito? Son conceptos filosóficos
aparentemente contrarios pero también son problemas estéticos: ¿si existen la
nada y el infinito, se pueden representar?, ¿puede representarse el
inaprehensible “ilimitado” (apeiron) de Anaximandro, asimilable
conceptualmente a indefinido, infinito, desordenado, caótico; o debe
representarse su ignota “frontera o límite” (peras)? Dos de las grandes
concepciones filosóficas contemporáneas en Occidente, la existencialista que
dice “hay nada y hay infinito”, y la neopositivista que responde “no existen
las tales cosas llamadas nada e infinito”, tienen su corolario artístico en el
arte, en quienes apelan al vacío cósmico para resolver el problema de cómo
representar, esto es, definir o limitar lo indefinible e ilimitable per
se, y quienes la refutan llenando el espacio de elementos en una especie
de horror vacui.[4]
Miró, atento al pensamiento existencialista que
reina después de la II Guerra Mundial en París, se decanta por la primera
opción y construye grandes campos de color monocromos que evocan los dos
grandes conceptos, pintando una metáfora visual de la pérdida del mundo soñado,
de la naturaleza míticamente virgen que ya no volverá, de la sociedad rural que
no había sufrido los horrores bélicos del siglo y que desaparece a ojos vista.
Alexandre Cirici.
En cuanto a los elementos cósmicos son una
presencia casi recurrente en la pintura mironiana desde los años 20. Cirici
(1978) explica sin ánimo de numerus clausus: ‹‹Hay en ella
elementos cósmicos: estrellas, sol, luna, constelaciones.›› y añade ‹‹(…) Los
elementos cósmicos han sido escogidos de entre los invariables, los seguros,
los que se cree en ellos. (…)››[5] Rowell (1993) precisa sobre los signos y elementos
cósmicos (usa como sinónimos poéticos los términos “astrales” y
“constelaciones”) que son comunes a la poesía y la pintura, de modo que su
sagaz empleo permite a Miró realizar su vocación de pintor-poeta:
‹‹La noche, las tinieblas y las estrellas son
motivos constantes y privilegiados de los poetas. Pero no sólo les inspiran su
misterio y su simbolismo. Esos fondos sembrados de puntos luminosos le
recuerdan al poeta el proceso y el producto singular del acto creador, el modo
en que brota una palabra luminosa, es decir, una presencia que rebosa de
signos, de sentidos, de asociaciones, que surge de una fuente desconocida e
inagotable.››[6]
Margit Rowell.
Y Rowell se apoya en esta idea para negar que
en la obra mironiana haya un forzado automatismo, al que asocia con la
interpretación del artista como ingenuo e infantil; y rebate esta versión
señalando que su poética es una apuesta muy planificada, nada impulsiva,
centrada en la creación de un vocabulario propio, cuyo espacio emblemático es
el astral de las constelaciones.
‹‹Al situar este homenaje bajo el signo de
las Constelaciones estamos evocando un aspecto de la
personalidad y la obra de Joan Miró algo más escondido, aunque igualmente
auténtico, que la imagen corriente y popular que éstas podrían haber suscitado.
Tanto la obra como el creador son mucho más complejos de lo que dejan traslucir
y no acaban nunca de revelarnos sus enigmas.
La obra de Miró, contrariamente a su imagen
convencional, no se corresponde con la articulación imperfecta y torpe que
asociamos al lenguaje infantil. No representa ya el “relato torrencial” de la
escritura automática, el “dictado del pensamiento en ausencia de todo el
control que la razón puede ejercer...” de los Surrealistas, pero tampoco se
sitúa en la antítesis de esos modos de expresión, cosa que sugeriría una obra
producto de la pura reflexión. De hecho, Miró, a lo largo de todas sus épocas,
ha sabido encontrar el equilibrio supremo entre inspiración y construcción en
la objetivación de sus imágenes interiores. Al hacerlo así, no sólo ha
conseguido reconocer el valor de lo imaginario del hombre, sino también el de
la belleza infinita del mundo real.››
Y Rowell precisa que ese mundo astral de las
constelaciones es tan real como el mundo rural de Mont-roig, y sirve de guía
para recorrer el sendero de la vida:
‹‹El tema de Miró, como él mismo ha repetido
una y otra vez, es el mundo real. Pero, si bien reconocemos sin esfuerzo la
fuente de sus motivos, la sintaxis de su lenguaje plástico nos resulta a veces
algo más misteriosa. La configuración que conviene a la estructura fragmentada
y polifocal, subversiva respecto a las convenciones al uso, de las
composiciones de Miró es la estructura de la constelación... Gracias a su
raíz —stella o estrella— la constelación evoca la disposición de los
astros, que, aunque diseminados en un espacio de dimensiones inaprehensibles,
no por ello dejan de estar regidos por leyes que son inapreciables a simple
vista y difíciles de captar por el entendimiento común.
A lo largo de los tiempos, y desde épocas
inmemoriales, el cielo estrellado ha sido la inspiración del poeta y del
artista, del religioso y del profano. Al estar fuera del tiempo y del espacio
existenciales, sólo podemos acercarnos a él con el concurso de la imaginación.
A pesar de su inconmensurable distancia, la estrella y la constelación representan
siempre para el hombre un punto de referencia, ayudándole a encontrar el camino
perdido, tanto en el sentido literal como en el figurado. El hombre perdido en
el bosque o en el desierto se fía de las estrellas para orientarse. Desde un
punto de vista más filosófico, la estrella es un índice de lo infinito que
aparece —engañosamente— como inmutable y nos recuerda la finitud y lo
efímero de nuestra existencia terrestre. Y, paradójicamente, al perderse en las
estrellas, el hombre encuentra su propia dimensión metafísica.››[7]
Podemos distinguir hasta ocho tipos de
elementos cósmicos claramente reconocibles: sol, luna, estrella, constelación,
nebulosa, planeta, cometa, reguero de planetas (o asteroides).
En especial en la obra de Miro abundan los
referentes para profundizar en el significado de los símbolos del sol y la
luna. Entre los más famosos —en cuyos apartados cronológicos de comentarios de
las obras tratamos estos simbolismos— destacan su aparición, la primera en su
obra pictórica y además con el doble y ambiguo papel de sol y luna, en La
masía (1921-1922), las distintas versiones de las esculturas del Pájaro
solar y el Pájaro lunar, y los murales cerámicos del Sol y
la Luna de la UNESCO (1956-1958). Y en consecuencia también
son numerosas sus interpretaciones, entre las que destacaremos por su variedad
argumental a Cirici, Areán, Malet y Balsach. Y se han de relacionar
necesariamente los elementos cósmicos de la luz (el sol) con el día y los de la
oscuridad (luna, estrella) con la noche.
La masía (1921-1922).
El sol es signo masculino y fuente de luz y
calor externo, y se funde con el tema del día, aunque no haya una exacta
correlación de pinturas diurnas con la presencia visible del elemento solar.
Había aparecido primero tímidamente en La masía (1921-1922)
[DL 81], pero con una luz ambigua que delata que al menos el artista acariciaba
la idea de transformarlo en luna, así que como sol indiscutible aparece por
primera vez muy tardíamente, en La tierra labrada (1923-1924)
[DL 88], medio escondido en el ángulo superior izquierdo, con un tímido color
anaranjado y seccionado por tres heridas (el bohordo de una agave, la rama de
una higuera y una nube), todo lo cual delata cierta aprensión. Sin embargo,
luego apreciará este astro, que se convierte en indiscutible protagonista como
el sol-araña de Pintura (El sol) (1927) [DL 288], el
doble sol en rojo y amarillo de Pintura (La magia del color) (1930) [DL
321], el sol imperioso de Pintura (1953) [DL 928], el
sol-cabeza de La sonrisa de alas llameantes (1953) [DL
958] o el sol que inicia la creación cósmica de El disco rojo (1960)
[DL 1084].
Cirici (1977) explica el sol y la luna como
presencias más que como símbolos, destacando el sol tal vez por su carga de
energía positiva:
‹‹De una manera privilegiada, entre los astros
aparecen el Sol y la Luna, temas tan importantes que a menudo pueden ser
considerados como un distintivo de la obra mironiana. El Sol tiene una larga
tradición simbólica en el arte mundial, pero debe admitirse que para Miró no
aparece como símbolo, sino como presencia, una presencia que, como la de las
estrellas no es visual sino táctil.
Los soles de Miró son como un gran globo,
suspendido en el aire, a menudo de una estructura que expresa su carácter
material mediante un perfil irregular, ligeramente aplastado, como de patata.
El color más típico de estos soles es el rojo,
que no corresponde a la visión dorada del astro sino más bien a la presencia
táctil del sol como fuente de calor, sensible a través de la piel.››[8]
Areán (1978) respecto a la idea mironiana del
sol toma la interpretación de Pierre Daco, un psicoanalista suizo, destacando
lo que:
‹‹Imaginemos ahora que ese hombre [Daco se
refiere a un supuesto hombre civilizado del siglo XX, perdido de noche en un
bosque y sin poder entrar en contacto con ningún otro hombre] pierde [a causa
de su aislamiento] por completo su memoria moderna y se vuelve igual a un
primitivo. Días tras día verá ascender el sol. Tarde tras
tarde el sol descenderá, anunciando el terror cotidiano. / Poco
a poco, la visión física del fenómeno será reemplazada por la emoción que lleva
aparejada.
a) El primitivo ve elevarse el sol. Su miedo
emotivo desaparece.
b) Luego el primitivo realiza una aproximación
entre la ascensión del sol y calor —luz—, desaparición del terror. Este
acercamiento se vuelve cada día más emotivo.
c) El sol se convierte en una realidad
viviente, una persona que hace posible la luz —el calor—,
la seguridad.
d) El sol se convierte en un dios al que el
primitivo adora y al que le reza.
e) Dado que el sol asciende en
el cielo, la sola idea de ascensión desencadena en el hombre un sentimiento de
euforia, de alegría, de luz.››[9]
Areán profundiza luego en el simbolismo solar
de Miró, revelando su ambigüedad:
‹‹El simbolismo solar es —ya lo hemos dicho— recurrente
en Miró, pero no todos sus soles son iguales, sino que se hallan a menudo en
posiciones diversas y pintados con facturas. Muchos de sus soles son nítidos y
están en lo alto, pero otros muchos —especialmente cuando los combina con
una figura femenina— producen la impresión de haberse embrollado dentro de
ellos mismos en una maraña de trazos, están menos altos que la cabeza de la
mujer y parecen seguir descendiendo. Ello puede aludir a un sometimiento del
arquetipo paterno al materno y a una búsqueda de la vida rítmica y recurrente
de la fecundación, la expansión y la muerte, más que a una glorificación del
Padre-Dios y del poder estatal o personal. Hay también soles tibios, lisos y
enormes, como el de su Mujer delante del sol, de 1974, en el que la
mujer hecha de tierra y de noche y pintada en negro uniforme, bajo el sol
intenta esconderse antes de ser recuperada por él. Se da incluso en algún
lienzo la rebelión contra el sol y contra todo lo que representa (...).››[10]
Malet (1983) explica el porqué de la
comparativamente menor frecuencia del símbolo solar respecto al lunar en la
obra mironiana, considerando el simbolismo solar en clave de sensación táctil
más que visual de la luz, lo que explica que su color sea rojo (por el calor) o
que sea recurrente a lo largo de su vida en sus obras más gestuales, como las
de los años 60:
‹‹Tradicionalmente, el sol no aparece en las
pinturas, a menos que sea en los crepúsculos matutino o vespertino, puesto que
cuando se encuentra en el cenit no se le puede mirar. Miró lo ha representado
muy a menudo. Lo encontramos ya en La masía de 1921‑1922. Miró
lo pinta porque su obra no es visual y porque siente su presencia a través de
la propia piel. Él tiene una experiencia táctil del sol.
Los soles de Miró, con su contorno ligeramente
irregular, son de color rojo vivísimo, tal como corresponde al calor que nos
proporciona.
En los años sesenta, el sol participa en muchas
de sus obras, hasta convertirse poco menos que en protagonista. Ejemplo de ello
son Personaje delante del sol y El vuelo de la
libélula delante del sol, composición de suma elegancia cuyos escasos
elementos —el azul del fondo, el rojo del sol y la trayectoria de la
libélula— le confieren esa fuerza que distingue la obra de Miró.››[11]
Maria-Josep Balsach (2003) considera que Miró
se aleja totalmente de la frialdad de Malevich respecto al mundo natural (que
toma como un engaño platónico), para reivindicar el universo visible iluminado
por el sol: ‹‹(...) El sol es, para el pintor catalán, el centro de la visión,
sol al que Malevich compara a las tinieblas de la caverna platónica, a las
sombras de las apariencias. (...)››[12] Y repasa las primeras y escasas obras mironianas en las
que aparece el sol en diversas presentaciones (y sigue en varios ejemplos
posteriores de distintos tipos solares):
‹‹De la primera época de la obra de Miró
encontramos pocas imágenes del sol. En La casa de la palmera (1918),
obra inundada de luz, el astro que aparece en el azul diáfano es la luna. Es el
mismo astro que aparece visible en La masía (1921-1922),
aunque de ello existen varias interpretaciones. La masía es la
primera obra en la que Miró representa el sol, pero de manera simbólica: el
astro-rey aparece representado en el círculo rojo de la rueda del carro que
aparece a la derecha del árbol, círculo solar radial, como lo anuncia ya el
dibujo de 1917 que sirve de estudio preparatorio para el cuadro La
batuda del blat (1918). En la pintura de 1924, el daltabaix,
vemos el sol en el centro de la parte superior dibujado como una rueda de
carro. Esta imagen iconográfica solar está relacionada con la imagen del carro
solar y con el signo planetario del sol. En L’ermita (1924),
obra que pertenece a la misma serie [de El vuelco (1924)],
vemos por primera vez el sol que, formalmente, Miró no dejará de representar:
una mancha de color rojo de la que —en esta ocasión— salen tres rayos como tres
pelos. Este sol reaparecerá en 1937 en la obra Aidez l’Espagne,
símbolo de la claridad.››[13]
El Miró joven pinta sobre todo a la luz del
sol, aunque lo haga en su taller, y así sus paisajes y retratos son diurnos,
mientras que aborrece la noche. El término “día” no aparece entonces en los
títulos justamente porque casi todas sus pinturas gozan de la luz y no es
preciso enfatizarlo. Es cuando en los años 1937-1938 su atención gira hacia el
mundo nocturno que Miró toma conciencia de los problemas de la representación
de la luz solar y de las asociaciones simbólicas del concepto “día”, y entonces
el tema del día se relaciona por contraste con el de la noche. El término “día”
o similar aparece en su obra muy tarde y justamente en un contexto de búsqueda
de sus límites temporales y de experimentación de sus efectos lumínicos, en el
dibujo El canto del pechizazul a mediodía y la chica bonita saltando a
la comba a la salida del sol delante del océano Atlántico (1940) que
se emparenta con la serie de las Constelaciones (1940-1941), y ya más
claramente se revela en las pinturas El amanecer (1946) [DL
782], Hacia el fin del día (1946) [DL 785], A punta
del día (1946) [DL 790], e irregularmente en La fiesta de los
círculos fosforescentes al nacer el día (1954) [DL 975], Cabeza
de mujer y pájaro para un bello día azul (1963) [DL 1044], el
trío El primer rayo del día (1966) (DL 1234-1235), Pájaros
en fiesta para el despertar del día (1968) [DL 1290], o en El
día (1974) [DL 1569], que justamente se contrapone a su pareja La
noche [DL 1570], y es que Miró entiende el día como elemento de un
binomio inseparable, y así Penrose (1970) nos alerta de que Miró explora el
contraste entre el día y la noche: ‹‹(…) Es demasiado consciente de las
bellezas de la luz y del vital colorido del mundo que habitamos. Su aprecio de
los contrastes entre el día y la noche es lo que le eleva a una posición única
(….).››[14]
Fragmento del Mural de la Luna (1958).
La luna es un astro con múltiples significados:
signo femenino, fuente de luz nocturna y de frío interno, testigo del paso del
tiempo. Miró
tiene una relación especial con ella y así (1963) declara a Schneider: ‹‹Je ne suis pas sensible au vent, à la temperature, à la pluie ou au soleil,
mais je sens les changements de la lune.››[15] Se relaciona en Miró inextricablemente (junto a la
estrella) con los temas de la noche y, como apunta Queneau (1949), de la mujer,
pues el esquematismo mironiano de la mujer con los brazos en forma de “luna
creciente” es similar al signo chino de “mujer”.[16]
Había aparecido primero sólo como tímida media
luna en La casa de la palmera (1918) [DL 64] y como luna llena
en La masía (1921-1922) [DL 81] con la ya citada luz ambigua
que sugiere que Miró la pensó inicialmente como sol y luego la convirtió en una
luna insegura y hermafrodita, así que como indiscutible luna aparece por
primera vez, al igual que el sol, en otra pintura posterior, La tierra
labrada (1923-1924) [DL 88], todavía más escondida que el astro solar,
casi invisible, en este caso bajo el algarrobo de la derecha, reducida a un
ovalo blanco que parece pender de una algarroba, con todo lo cual se repite la
sensación de que tenía dudas sobre cómo tratarla plásticamente. Pero luego
aparecerá en numerosísimas pinturas, bajo formas de sugerencias tan diversas
como la hegemónica luna verde de Pintura (1953) [DL 929], la
amenazante luna-hoz de Campesino catalán al claro de luna (1968)
[DL 1291] o la luna-disco arrojadizo de la poco posterior Mujer y pájaros
en la noche (1968) [DL 1298]. El poeta Eloy Sánchez Rosillo canta
en Noche de luna (del poemario La vida):
‹‹Luna llena que observas
desde fuera del tiempo mi vivir en el tiempo:
viste morir entonces
al niño que habitaba,
confiado, en mi ser; luego, al adolescente
que se rindió al hechizo de tu luz
misteriosa;
viste morir en mí también al joven
que quería ser tuyo y que te celebraba
con fervor en sus versos.
Ahora ves a este hombre cansado que te mira
con la emoción de siempre. Y un día, cuando
vuelvas,
me buscarás en vano.››
Cirici (1977) explica respecto a la luna que es
un tema más humano y cercano: ‹‹La Luna es otro tema muy frecuente. Como un
cuchillo o una hoz como una barca, a menudo azul, adapta un perfil de origen
folklórico, seguramente por reminiscencias de la infancia del artista, y
recuerda las lunas con rostro propias de las xilografías populares o las de
tipografía usadas en los calendarios ochocentistas y de principios del siglo
XX.››[17]
Areán (1978) explica que Miró tenderá a lo
largo de su vida a sintetizar los arquetipos del sol y la luna y esto lo
advierte en los muros del sol y la luna de la UNESCO: ‹‹El Muro del sol integra
en su simbología ecos lunares y el Muro de la luna tiene en
correspondencia algunos fulgores de muro solar.››[18] Considera que Miró penetra en el inconsciente colectivo
para revelar sus símbolos, en especial el culto al sol y a la luna.[19] Se basa en la teoría de Mircea Eliade sobre las religiones
y cita este texto suyo respecto a la luna:
‹‹Podría decirse que la luna revela al hombre
su propia condición humana; que, en cierta medida, el hombre se mira y se
encuentra a sí mismo en la vida de la luna. Por eso el simbolismo y la
mitología lunares son patéticos, pero también consoladores, porque la luna rige
a la vez a la muerte y la fecundación, el drama y la iniciación. La modalidad
por excelencia de la luna es el cambio, los ritmos, pero también el retorno
cíclico, destino que hiere y consuela a la vez, porque si, por un lado, las
manifestaciones de la vida son lo bastante frágiles para disolverse de manera
fulgurante, por otro, son restablecidas por el eterno retorno que
la luna rige. Tal es la ley de todo universo sublunar. Pero esta ley, dura y,
sin embargo, consoladora, puede ser abolida y en algunos casos se puede trascender el
devenir cíclico y adquirir una nueva existencia absoluta.››[20]
Areán puntualiza un efecto óptico de la luna en
la costa catalana:
‹‹la mayor parte de las costas catalanas miran
hacia el Este o al Sudoeste [sic]. La luna llena, cuando mejor se la ve, se
levanta en esas costas alrededor de las diez de la noche (hora española de
verano) y surge sobre el mar igual que un gran fuego color naranja. Poco más
tarde, cuando la luna se eleva lo suficiente, la reverberación se desparrama
sobre el mar y su centro lo corta como si posase sobre él una gran espada de
plata y destellos vibrátiles.››[21]
Malet (1983) destaca el significado “rural” del
símbolo lunar: ‹‹La luna, astro nocturno por excelencia, resulta familiar, lo
mismo que el sol, en el mundo del campesino catalán, en este caso mundo y
campesino de Mont‑roig. Pero tanto una como otro son familiares no como
fenómenos astronómicos sino como “seres” que rigen las leyes del tiempo y la
tierra.››[22]
Perro ladrando a la luna (1926). Oleo sobre tela (73
x 92). Philadelphia Museum of Art, Gallatin Collection.
La noche es un tema fundamental en la obra
mironiana, además relacionado con casi todos los otros. Durante la noche
encontraba buena parte de su inspiración, y la noche es la atracción fatal de
lo femenino, de la transgresión. Es también un tema romántico, pues Miró anhela
el sentimiento poético de los paisajes nocturnos, el contraste de día/noche y
luz/sombra, que aparece desde sus primeras obras para Urgell hasta en las obras
inacabadas que nos han quedado en su taller de Son Abrines. Nunca se zafó, y
así escribe en un apunte en Mallorca a finales del verano de 1940: ‹‹Pintura
120. Crepuscle com una tela de Modest Urgell›› (FJM 1816).
Apuntemos aquí que el término noche y su
paralelo interés por el tema nocturno aparece bastante tarde en los títulos
mironianos, en el Dibujo-collage (Los enamorados de la noche) (1934)
y en el grabado a la punta seca y aguafuerte El águila y la mujer en la
noche (1938) y que la primera pintura es Mujer y pájaro en la
noche (1939) [DL 616]. El tema nocturno aparecía casi siempre en
contextos poco oscuros o bastante iluminados, hasta que llega un cambio notable
a mediados de los años 30 y sobre todo hacia 1937-1938 asociado a un
cambio espiritual del artista, con ideas contrapuestas sobre el mundo
espiritual que comparte con otros muchos vanguardistas, como el poeta y
pintor Henri Michaux, que murmura (1935): ‹‹Dans la nuit / Dans la nuit /
Je me suis uni à la nuit / À la nuit sans limites / À la nuit››.[23]
Jacques Dupin.
Dupin (1961, 1993) destaca este cambio en el
tratamiento de las pinturas de tema nocturno:
‹‹El carácter nocturno de todas estas pinturas
es evidente. Se manifiesta por la frecuencia de las líneas blancas punteadas y
sobre todo por la oposición entre las formas blancas y las formas negras, así
como por esa especie de modulación lunar del color de los fondos. Percibimos la
sensación casi táctil y olfativa del espacio carnal de la noche, de su
respiración profunda y misteriosa. Esa revelación de la noche significa quizás
que el pintor está, a punto de salir, o ha salido ya, de la noche cerrada y
tormentosa del periodo “salvaje”. Si la expresa y, lo que es más, de ese modo
aligerado y seguro, es porque ha conseguido distanciarse de ella. La proximidad
todavía ardiente es ya un alejamiento.››[24]
Penrose (1970) ha sido quien más ha estudiado
el tema mironiano de la noche, al que considera como el más duradero entre los
muchos que exploró:
‹‹Si deseamos elegir un tema que domine más que
ningún otro en la obra de Miró, podemos quedarnos, por muchas razones, con el
de la noche y hacer de él su emblema. Es la cota de malla que el artista más
dispuesto está a ponerse y por la que podemos identificar y reconocer lo más
característico de su fuerza cautivadora.
Hacia los años veinte, había encontrado Miró
una generosa fuente de inspiración en ese fenómeno nocturno que es el sueño, y
había transpuesto las inconmensurables influencias que ejercita el
subconsciente en el dominio consciente de nuestras horas de vigilia. Sus
amigos, los poetas y pintores surrealistas, descubrieron en él a un Orfeo que
podía entrar en el subterráneo mundo de la noche y, sin daño alguno, portando
signos misteriosos —era capaz de demostrar los indisolubles vínculos que
unen el mundo en que nos movemos y somos conscientes a ese otro mundo que no
por desconocido deja de envolvernos e influirnos— y podía conjuntar el
luminoso universo diurno y el sombrío reino de la noche.››
Explica que Miró explora el contraste entre el
día y la noche:
‹‹Eso no quiere decir que a Miró le obsesionen
la oscuridad y las tinieblas. Es demasiado consciente de las bellezas de la luz
y del vital colorido del mundo que habitamos. Su aprecio de los contrastes
entre el día y la noche es lo que le eleva a una posición única, la de su
conocimiento de que la noche, que puede presentarse como símbolo de muerte, es
también el seno creador, pues las hierbas crecen por la noche y, por raro que
parezca, nosotros mismos físicamente podemos ver más lejos de noche que de día:
durante la noche, las estrellas, elegidas por Miró como su más persistente
símbolo, puede parecer que están cerca, al alcance de la mano, mientras que
durante el día se nos hacen invisibles.››[25]
Apunta la ambigüedad de los significados de lo
nocturno:
‹‹En tanto que la luz del día nos asegura cómo
es el mundo que nos rodea, la noche está llena de ambigüedades y confusiones
que no nos permiten confiarnos. Por una parte, podemos encontrar solaz en la
silente calma nocturna: nos rodean los cálidos brazos del amor y la tranquila
confianza del sueño; nos rehacemos gozosos en la peculiar fecundidad de las
horas de tinieblas, que son el tiempo de la concepción y del crecimiento, y
disfrutamos con las visiones que la noche origina en nuestra imaginación. Sin
embargo, junto a todos estos deleites, acecha el terror engendrado por la
noche, nos amagan el aislamiento, la ceguera, las pesadillas, los demonios de
la incertidumbre y la similitud de la muerte.››[26]
Apunto que son
esos rincones que los surrealistas descubren cuando definen la noche en
su Dictionnaire abrégé du surréalisme (1938) donde André
Breton enuncia la pulsión de sus sentimientos encontrados que pasan ante él
como un cometa abyecto: ‹‹Sale nuit, nuit de fleurs,
nuit de râles, nuit capiteuse, nuit sorde, dont la main est un cerf-volant
objet retenu par des fils de tous côtés, des fils noirs, des fils honteux!››, Paul Eluard sueña con la noche como una joya extraviada, un ciego punto
de caída en el que se ceba el disgusto del poeta transido de dolor: ‹‹Ô nuit perle perdue —aveugle point de chute où le chagrin s’acharne››, Benjamin Péret sugiere un bestiario de la noche: ‹‹Quand la nuit de beurre sortant de la baratte —noie les aupes des gares
dont les yeux barrissent›› y Georges Hugnet se
desespera: ‹‹La nuit avait un nom d’épave.››[27]
Penrose comenta que en la oscuridad de la noche
exploramos los rincones de nuestra consciencia, y los reintegramos en una
unidad inteligible:
‹‹La oscuridad puede rodearnos como los muros
de una prisión, y, con todo, el prisionero aguarda la noche para fugarse. La
noche se apretuja contra nosotros, nos oprime, y, no obstante, el espacio se
dilata entonces y se hace ilimitado en derredor nuestro. Se nos embota el
sentido de las distancias. Los pigmeos parecen gigantes y nuestra idea normal
de las medidas y proporciones se perturba por completo. El tiempo cambia
también de ritmo: el breve tránsito entre el dormir y el velar puede parecer
inacabable en nuestros sueños. Pero, tanto si estamos dormidos como si estamos
despiertos, la noche trae consigo una condición más primigenia que el día.
Nuestras sensaciones rondan más próximas a la fuente de la conciencia, a los
terrores primitivos, a los recuerdos y esperanzas iniciales, que cuanto lo
permite el control racional de nuestras horas de vigilia.››[28]
Reconoce que la noche mironiana está plena de
sueños y realidades cotidianas:
‹‹Miró ha sabido apreciar el valor de la noche,
sobre todo por la espiritual libertad que ofrece y por las ambigüedades y
contrastes que implica. Las posibilidades que da de huir de la tiranía de los
asuntos diarios y la visión con que nos recompensa cuando sólo se halla en
activo el ojo de la fantasía, son evidentes en la manera cómo interpreta su
inspiración nuestro artista. Da sustancia a visiones que proceden del
subconsciente y que son vivísimas cuando las liberadoras influencias del sueño
y de la noche nos envuelven en solitario trance.
Su amor a lo inasequible, sus místicas bodas
con las estrellas, son emociones duraderas y apasionadas, pero el medio que
utiliza es visual, finito y de más directa apelación. En nuestra época, el
solitario amor trascendental del místico ha pasado a ser una rareza; la noche
oscura del alma es desgarrada por el fulgor y el tumulto de los modernos
descubrimientos técnicos. Miró es esencialmente moderno. Su sensibilidad abarca
desde la primitiva magia de los pintores de las cavernas hasta las banalidades
de los objetos manufacturados. Es comprensible que para él y para nosotros la
oscura noche esté ahora iluminada con brillante colorido y con el relampagueo
de ideas contradictorias. La noche de Miró refleja las realidades de nuestro
tiempo.››[29]
Tras un repaso de los títulos de las numerosas
pinturas asociadas al tema de la noche, con alusiones a fenómenos nocturnos, a
encuentros amorosos, influjos mágicos, intimidades secretas, románticas
ternuras, alusiones al retorno de la luz, y, sobre todo, a la mujer y el
pájaro, explica:
‹‹Tales títulos permiten asomarnos ya de por sí
a la ternura y la alarma con que ha examinado Miró la actividad nocturna desde
el ocaso hasta el amanecer; la noche se convierte en un escenario instalado
para un extraño drama cósmico en el que las criaturas nocturnas —la
culebra, el pájaro de la noche, la rana, la araña...— intercambian sus
puestos con las estrellas y con la luna en una festiva celebración de la
mujer: Una estrella acaricia el seno de una negra (1938). Hay
nocturna indiferencia respecto al conocido tamaño de todas las cosas. El
espacio sin límites que aparece primero en las tempranas “pinturas oníricas”
confirma la sensación de que la noche acentúa la conciencia de la infinidad del
espacio y de que la oscuridad, lejos de ser meramente la negación de la luz,
contiene todos los colores imaginables. Los cielos nocturnos de Miró son en
muchos casos blancos y las estrellas, la luna y hasta el sol se vuelven negros
o se cargan de colores.››[30]
Penrose resume finalmente el desarrollo del
tema de la noche desde los años 20 —pues no conocía los dibujos nocturnos de
1906-1907—, cuando el onirismo surrealista da un nuevo y más fértil significado
a los motivos nocturnos:
‹‹Aunque esta preocupación por la noche es más
obvia en ciertas pinturas desde Las Constelaciones de
1940-1941, hallamos deliberada referencia a la alegoría de la noche y el día
en La masía ya tan tempranamente como en 1921-1922: allí, el
inmaculado disco del sol, puesto en un inmenso cielo azul, tiene un eco en la
negra sombra circular que se ve en la tierra al pie del árbol. En este saltar
entre los polos positivo y negativo, el enorme eucalipto central encuentra la
dirección de su crecimiento pasando de las tinieblas a la luz. En otras
pinturas, tales como Perro ladrando a la luna (1926), trata
Miró la noche como un fenómeno observado más bien que como una atmósfera en la
que llegamos a estar inmersos, y encontramos aquí una temprana aparición de ese
símbolo, que después se repetirá con tanta frecuencia, de la escala de escape
que conduce a la honda soledad de la noche. Pero fue en las “pinturas oníricas”
de la segunda mitad de los años veinte donde empezó a desarrollarse una nueva
preocupación por la noche. El espacio sin límites, sumido en la negrura, y la
atmósfera de sueño se acentuaron con nuevo énfasis en estas obras. Sueños y
alucinaciones —influencias contrarias a los duros hechos de la vida
diaria, pero emanadas del subconsciente— entraron en la pintura de Miró
con la frescura del rocío. Los vastos espacios vacíos que él creara aparte de
cualquier referencia a la tierra o al horizonte, se poblaron de formas afines a
las fantasmagóricas visiones que aparecen en los estados de ensoñación
semiconsciente.››[31]
La estrella es camino y luz, camino pues que la
sitúa por lo común al final de líneas de proyección visual, complementando así
las masas de color de la parte inferior de las pinturas; luz porque es la
fuente que ilumina la noche añadiendo alegría y esperanza. Y de búsqueda de lo
inaprensible, como dice el artista italiano Gilberto Zorio: “Cuando el
hombre comprende que no puede tocar las estrellas, inventa su representación”.[32]
Junto a la luna es también un elemento
recurrente de los temas nocturnos de Miró. Aparece por primera vez como
derivación del motivo de la araña en algunas pinturas de 1924, pero en medio
del proceso pictórico las convierte en estrellas-cometa, como vemos en Ramo
de flores (Sonrisa de mi rubia) (1924) [DL 101] y La ermita (1924)
[DL 102]. Del mismo año es una peculiar lluvia de estrellas (sin la forma de
estas, sólo unos puntos y unas proyecciones borrosas en azul, en el rincón
superior derecho) que aparece en La trampa (1924) [DL 97].
Como estrella-araña se puede interpretar en Pintura (“48”) (1927)
[DL 247] y Pintura (1927) [DL 254] y como estrella
independiente de todo añadido u otra sugerencia aparece por fin en la pareja
de Pintura (1927) [DL 263-264]. Con los años adquiere formas y
colores muy diversos, a veces constituyéndose casi en el motivo principal como
ocurre en varios gouaches de las Constelaciones (1940-1941), o
en el símbolo de un personaje femenino como la estrella naranja que pare un
sol-huevo en Pintura (1953) [DL 934] o la estrella azul con
tres cabellos de Pintura (1953) [DL 935] o El águila
se eleva hacia las cumbres de las montañas surcadas por los cometas para
anunciar la palabra del poeta (1953) [DL 957.]
Cirici (1977) explica la importancia del
vocabulario astral de Miró, formado por estrellas (y sus combinaciones en
constelaciones) de color oscuro:
‹‹Las estrellas y constelaciones forman la
parte más elevada de su vocabulario. Permanecen como expresión de un universo
espiritual, desmaterializado, al cual el autor parece reservar un ancestral
respeto como imagen de los aspectos más puros, incontaminados, de la
personalidad humana, de los pensamientos y de los deseos.
(...) Debe notarse que las estrellas y las
constelaciones de Miró rara vez son luminosas. Suelen ser oscuras, incluso
negras, y expresan, por lo tanto, no una presencia visual, que sería la de la
luz, sino una especie de pensamiento táctil, como encarnaciones del acto de
irradiar o de trasladarse, o incluso de las distancias respectivas, que, en el
fondo, se resuelve en la memorización respecto a la experiencia del cuerpo
humano al alcanzar algo con las manos o trasladarse a algún lugar mediante los
propios pasos.››[33]
Destaca la relación de las variadas estrellas
mironianas con la poesía:
‹‹La estrella más típica de su repertorio es la
que se limita a cuatro segmentos rectos muy finos, que se entrecruzan por el
centro, pero también existe la estrella sugerida por un pequeño círculo, que se
suele agrupar con las otras mediante líneas, para formar constelaciones.
La estrella era un tema muy caro a la
iconografía poética de los años de entreguerras. En su forma de grafismo tenía
un precedente no solamente en muchas modalidades de arte arcaico, como las
cerámicas geométricas de Dipylon, sino, sobre todo, en los ejemplos, tan
próximos, de las pinturas románicas del Pirineo, transportadas al Museo de
Barcelona. Pero los precedentes valían porque eran realzados. El “Noucentisme”
había materializado en la presencia de estrellas la evocación de los
idealismos, como habían hecho los movimientos socialistas y nacionalistas. Por
puro esteticismo, poetas como Cocteau convirtieron el grafismo convencional de
la estrella en una especie de firma.››[34]
Miró. Libellule aux ailerons rouges à la poursuite
d'un serpent glissant en spirale vers l'étoile-comète (Libélula de alas rojas persiguiendo a una serpiente que se desliza en
espiral hacia la estrella cometa) (1951). Óleo sobre lienzo (81 x 100).
Col. MNCARS, Madrid. [https://www.museoreinasofia.es/coleccion/obra/libellule-aux-ailerons-rouges-poursuite-dun-serpent-glissant-spirale-vers-letoile]
El cometa es inicialmente para Miró una
variante de la estrella, al dotarla de una proyección de movimiento y se asocia
generalmente a una estrella o a un disco planetario que entran en colisión con
otras masas del cuadro u ocupan con su movimiento un espacio vacío. Aparece por
primera vez en 1924, a nuestro juicio al convertir unas estrellas
planteadas inicialmente como estáticas en estrellas dotadas de movimiento, esto
es, estrellas-cometa, tal como vemos en Ramo de flores (Sonrisa de mi
rubia) (1924) [DL 101] y La ermita (1924) [DL 102], o
la más tardía Pintura (La estrella) (1927) [DL 301], en la que
es tanto cometa como sembradora de simiente vital.
La constelación es una agrupación relativamente
ordenada de estrellas y es metáfora de la música celestial que los pitagóricos
consideraban la razón oculta de la naturaleza, y así introduce un orden dentro
del caos, pero es también un orden maridado con el azar, pues la constelación
aparece a menudo en medio de la nada, como producto de metamorfosis que revelan
una energía gigantesca. Aparece muy bien definida como motivo principal
sugiriendo figuras soñadas, en “Foto. Este es el color de mis sueños” (1925)
[DL 147] (aunque este es un caso muy oculto), Pintura (1927)
[DL 291], Pintura (El perro) (1927) [DL 296], Pintura (1927)
[DL 303], sólo un círculo en Pintura (1930) [DL 320] o la
constelación-caracol de la acuarela Mujer, estrellas (1942).
Cirici (1977) comenta el carácter táctil de las constelaciones:
‹‹Las constelaciones organizadas con línea de
unión pertenecían a la tradición cabalística astrológica medieval y habían
hallado esplendoroso cultivo en las artes gráficas del Renacimiento. Pero
después de los siglos de visualización, desde el Barroco hasta el
Impresionismo, emplear esquemas gráficos era como un manifiesto de
intelectualización o de ironía sobre el mundo tecnificado, según se hicieran
enfáticamente o cursivamente. Miró se mantuvo en otro camino. Sus
constelaciones pertenecen sin duda a un reflejo de dibujo automático parecido a
otras redes lineales que encontramos, por ejemplo, en las obras de Paul Klee.
No es la concepción intelectual de la
constelación ni es la fidelidad al arcaísmo lo que lo mueve, sino el impulso de
la mano. Si las palabras de Tristan Tzara le nacían en la boca, las constelaciones
de Miró sin duda le nace en los dedos.››[35]
Rowell (1993) destaca que en estos años 20 ya
estaba marcado el vocabulario de las constelaciones y la concepción espacial
del vacío:
‹‹El periodo de los años veinte fue un periodo
rico y fecundo en el que Miró descubrió su sintaxis básica. Esta sintaxis
“constelada”, una vez elaborada, subyacerá, más próxima o más lejanamente, a
toda su obra de madurez, desde la más figurativa a la más “abstracta”. A través
de la disociación y la desorientación de los motivos y de su suspensión sobre
un fondo vacío y sin puntos de referencia, se manifiesta una libertad que
aparentemente es absoluta pero, sin embargo, está regida por las leyes de una
conciencia plástica. Esta libertad se corresponde con una visión profunda del
mundo fenoménico e imaginario. Esta sintaxis subyace siempre a las
composiciones de Miró, pero en algunos períodos privilegiados se convierte en
el auténtico tema de su pintura: primero, durante los años veinte; también en los
años 1940‑41, que son los de las “constelaciones” propiamente dichas; y por
último, en los años sesenta, en los que se despliega a una escala monumental.
Entre los años veinte y el descubrimiento de su
lenguaje y los años 1940‑41, ¿cuál ha sido la evolución de la pintura de Miró?
En primer lugar, es útil señalar que las constelaciones celestes tienen varias
configuraciones. Una de ellas se define como una silueta de puntos, o más
exactamente puntos en el cielo unidos virtualmente entre sí, cuyo trazado poligonal
evoca la imagen de un perro, un oso, un cazador. Así como el estilo constelado
de Miró en los años veinte recordaba a un cielo sembrado de motivos disociados,
al comienzo de los años treinta aparece en su obra un desarrollo lineal en
forma de silueta, indicada por puntos o motivos más marcados. Esta forma de
constelación en redes lineales será de gran importancia en la evolución de su
lenguaje.››[36]
La nebulosa es, por el contrario, una
agrupación relativamente desordenada de estrellas y polvo cósmico, una caótica
mancha pletórica de energía y luz que llena de masa y complementa con sus
colores los espacios vacíos, aunque a veces en relación con constelaciones,
como observamos primero en muchos cuadros de 1925, como en la irregular mancha
azul de Pintura-poema (“Foto. Este es el color de mis sueños”) (1925)
[DL 147] y en Pintura (1925) [DL 182], y mucho después en las
numerosas transformaciones de la mujer en sus cuadros de los años 70, cuando se
presenta como gigantesca mujer-pájaro en un momento y atemorizadora nebulosa un
instante después.
El oro azul (1967). Acrílico sobre tela (205 x 173).
El planeta es disco y masa a la vez, forma
circular que estabiliza el espacio y masa de colorido múltiple —pues la paleta
de colores de los planetas mironianos es extensísima, predominando los
complementarios de los colores de la parte inferior de las pinturas— que
equilibra las masas de colores de los astros periféricos; y además es metáfora
del sol, tanto porque aporta luz al infinito como por su forma circular, que se
asocia a veces al símbolo del carro solar, con las alineaciones de planetas que
imitan el recorrido futurista de una rueda. Su aparición es abrumadora, al
multiplicarse en La ermita (1924) [DL 102] bajo las formas de
planeta solo, de planeta con disco, de planeta concéntrico e incluso de
planeta-cometa.
Reguero de planetas de Azul II (1961). Óleo sobre tela (270 x 355). Col, MNAM, París.
El reguero de planetas (o asteroides) es otra
proyección de movimiento y se relaciona además con el puntillado especialmente
frecuente en sus pinturas de los primeros años 50 en las que tiene la función
de anclaje de las fuerzas centrífugas de los elementos del cuadro, pero aparece
por primera vez en Pintura (1926) [DL 194], todavía con los
planetas relativamente separados, pero estableciendo un notorio ritmo
unificador, más pronunciado todavía en Pintura (1926) [DL
204], donde los planetas multicolores trazan un triángulo en el cosmos, hasta
que ya la secuencia es muy evidente en Pintura (1927) [DL
291]. Miró (1968) cuenta: ‹‹Creo en las fuerzas que me empujan oscuramente.
Creo en la astrología. Soy un Tauro con ascendente Escorpio. Quizá sea eso lo
que hace que en muchos de mis cuadros se puedan ver bolas, círculos que son la
evocación de los planetas que nos rigen.››[37]
NOTAS.
[1] Panofsky. Idea. 1981: 101.
[2] Friedman. L’esprit créateur
dans l’art et dans la science. Interview de Joan Miró. “Impact: Science et
société” v. XIX, nº 4 (octubre-diciembre 1969): 386; en la 384 Miró lo explica
al entrevistador.
[3] Erben. Miró.
1993 (1959): 139.
[4] De Wolf, Eddi. Infinity and the Universe. *<In-finitum>. Venecia. Palazzo Fortuny (6 junio-15 noviembre 2009): 41-56. Trata
el tema de la concepción filosófica del infinito y de su representación
artística, con tres obras de Miró, así como otros artistas.
[5] Cirici. Corpus cósmico de Joan Miró, inventario. “Batik”, 41 (IV-1978) 14-15.
[6] Rowell. Joan
Miró: Campo-Stella. 1993: 15-17.
[7] Rowell. Joan
Miró: Campo-Stella. 1993: 15.
[8] Cirici. Miró mirall. 1977: 113.
[9] Daco, Pierre. Les prodigieuses
victoires de la Psichologie moderne. Bibliothèque
Marabout. Gérard& Co. Verviers, Bélgica. 1973: 222. cit. Areán,
Carlos. Joan Miró: inmersión en el inconsciente colectivo y subida a la
luz. “Cuadernos Hispanoamericanos”, Madrid, v. 113, nº 339 (IX-1978): 360.
[10] Areán,
Carlos. Joan Miró: inmersión en el inconsciente colectivo y subida a la
luz. “Cuadernos Hispanoamericanos”, Madrid, v. 113, nº 339 (IX-1978):
361-362.
[11] Malet. Joan
Miró. 1983: 22.
[12] Balsach. El
sol en los ojos. Imágenes del sol y visión solar en la obra de Joan Miró.
<Joan Miró. Càntic del sol>. Valladolid. MEAC Patio Herreriano
(2003): 58-59.
[13] Balsach. El
sol en los ojos. Imágenes del sol y visión solar en la obra de Joan Miró.
<Joan Miró. Càntic del sol>. Valladolid. MEAC Patio Herreriano
(2003): 59.
[14] Penrose. Miró.
1970: 181.
[15] Schneider. Au
Louvre avec Miró. “Preuves”, 154 (XII-1963): 37.
[16] Queneau, Raymond. Joan Miró ou
le poète préhistorique. Serie “Les trésors de la peinture française”. Albert Skira. Ginebra/París. 1949. 8 pp. Idea tomada
de Calzada. Arte prehistórico en la vanguardia artística de España. 2006:
94.
[17] Cirici. Miró
mirall. 1977: 113.
[18] Areán,
Carlos. Joan Miró: inmersión en el inconsciente colectivo y subida a la
luz. “Cuadernos Hispanoamericanos”, Madrid, v. 113, nº 339 (IX-1978): 365.
[19] Areán,
Carlos. Joan Miró: inmersión en el inconsciente colectivo y subida a la
luz. “Cuadernos Hispanoamericanos”, Madrid, v. 113, nº 339 (IX-1978): 359.
[20] Eliade,
Mircea. Tratado de Historia de las Religiones. Instituto de
Estudios Políticos. Madrid. 1954: 180. cit. Areán, Carlos. Joan Miró:
inmersión en el inconsciente colectivo y subida a la luz. “Cuadernos
Hispanoamericanos”, Madrid, v. 113, nº 339 (IX-1978): 360.
[21] Areán,
Carlos. Joan Miró: inmersión en el inconsciente colectivo y subida a la
luz. “Cuadernos Hispanoamericanos”, Madrid, v. 113, nº 339 (IX-1978): 360.
[22] Malet. Joan
Miró. 1983: 22.
[23] Henri
Michaux. La Nuit remue (1935), cit. en Gilbert Lascault. L’Obscur rayonné. *<Le
noir est une couleur. Hommage vivant à Aimé Maeght>.
Saint-Paul-de-Vence. Fondation Maeght (30 junio-5 noviembre 2006): 70.
[24] Dupin. Miró. 1993: 231.
[25] Penrose. Miró. 1970: 181.
[26] Penrose. Miró. 1970:
181-183.
[27] André Breton, Paul Eluard, Benjamin
Péret y Georges Hugnet. Dictionnaire abrégé du surréalisme (1938).
cit. Gilbert Lascault. L’Obscur rayonne. *<Le noir est une
couleur. Hommage vivant à Aimé Maeght>. Saint-Paul-de-Vence. Fondation Maeght (30 junio-5 noviembre
2006): 71. Una traducción del texto inicial de Breton (escrito en 1924 y
publicado en 1938) y del de Eluard (1938) en Pariente. Diccionario
temático del surrealismo. 1996: 235 y 236 respectivamente.
[28] Penrose. Miró.
1970: 183-184.
[29] Penrose. Miró.
1970: 184.
[30] Penrose. Miró.
1970: 185-186.
[31] Penrose. Miró.
1970: 186.
[32] Zorio.
cit. Fernández-Cid, Miguel. Entrevista. Gilberto Zorio. “El
Cultural” (16-IV-2010). Reseña de <Gilberto Zorio>. Santiago
de Compostela. CGAC (16 abril-27 junio 2010).
[33] Cirici. Miró
mirall. 1977: 108-112.
[34] Cirici. Miró
mirall. 1977: 108-112.
[35] Cirici. Miró
mirall. 1977: 112.
[36] Rowell. Joan
Miró: Campo-Stella. 1993: 31.
[37] Bourcier,
Pierre. Miró
au coeur de la joie, “Les Nouvelles Littéraires” París (8-VIII-1968) 8-9. Reprod. Rowell. Joan Miró. Selected Writings and
Interviews. 1986: 275. / Rowell. Joan Miró. Écrits et
entretiens. 1995: 296. / Rowell. Joan Miró. Escritos y
conversaciones. 2002: 364.