La estética de Miró. 15. El influjo de la poesía (2). La historiografía.
Clement Greenberg.
Greenberg (1948) es de los
más firmes en considerar que no es posible explicar la pintura vanguardista de
Miró, como la obra en general de la modernidad (desde la pintura de Picasso a
la literatura de Joyce), sin el precedente de la poesía francesa (Baudelaire, Rimbaud,
Mallarmé...).
‹‹Yet why did Picasso, Gris
and Miró, and Joyce, appear in the 20th century and not before? The answer
lies, I believe in France. Modern French literature was the first to provide
examples of courage, honesty and strictness in dealing with modern —that
post-feudal, big-city— experience, and the precepts of that literature began to
enter general circulation outside France only around the turn of the century.
The same process went on in painting and sculpture, but more radically and spectacularly,
and its effects were felt more sharply if no more quickly.››
Margit Rowell.
Margit Rowell desde su
estudio compartido con Krauss para la exposición <Joan Miró: Magnetic
Fields>, en el Guggenheim de Nueva York (1973), está entre quienes más
han estudiado la relación de Miró con la poesía, desde 1914 aproximadamente:
‹‹También está documentada
la relación que Miró mantuvo, durante toda su vida, con la poesía. Tal como
algunos han pretendido, ésta proporciona una clave esencial para entender su
pintura, ya que, si bien su iconografía precede de la naturaleza, el modelo
poético es el que le ayuda a “desestructurar” su lenguaje plástico. Miró ya había descubierto
la poesía en su Barcelona natal. Los Calligrammes de
Apollinaire, publicados en “Les Soirées de Paris” (1914), fueron una de sus
primeras lecturas. Poetas y pintores se reunían ya en la Barcelona de los años
de la Primera Guerra Mundial en tomo a la figura de Josep Dalmau y a su
Galteria de la calle Portaferrisa. Conoció Miró por entonces algunas revistas
francesas, tales como “Les Soirées de Paris”, “SIC”, “Nord‑Sud”, “Littérature”,
“291”, además de las catalanas “Trossos”, “La Revista”, “Vell i nou”, y la
revista bimensual “Aviat” o “L’Instant”, que publicaban a los poetas franceses.
Fue también en la galería Dalmau donde recalaron Albert Gleizes, Marie
Laurencin, los Delaunay, y, sobre todo, Picabia, que produjo allí su “391”.
Poetas ibéricos de la generación de Miró, como Pérez‑Jorba, Huidobro, J.V. Foix
y J.Mª Junoy escribían caligramas en español bajo la influencia de Apollinaire.
Desde 1918 participaban también en la revista “SIC”. De manera que Miró conocía
perfectamente el espíritu del Dadá, sobre todo a través de la poesía, antes de
encaminarse, en 1920, hacia París.
Sin embargo, tan sólo a
partir de sus primeras estancias en París, y gracias a sus encuentros
fundamentales con André Masson, Antonin Artaud, Tristan Tzara, Robert Desnos o
Michel Leiris, llegó Miró a comprender de qué manera la poesía podía liberar a
su pintura. André Masson, su vecino inmediato en la calle Blomet, fue el que le
inició en los medios poéticos.›› De resultas de su interés
por fundir pintura y poesía, Miró se convirtió hacia 1923 en un pintor-poeta o
poeta-pintor , tal vez el más poético de los pintores, volcado en transferir
sus fuentes poéticas a pinturas que trascendiesen la frontera entre ambas
artes, lo que se alcanza en sus obras de 1923-1924, como resalta Rowell:
‹‹De esta manera, a través
de determinados dibujos de 1924 y de algunos cuadros inacabados, Miró descubre
la manera de traducir la poesía en pintura. Si para sus amigos poetas el
objetivo de la nueva poesía era liberar el sonido o la palabra, el objetivo de
Miró fue liberar el dibujo y el color gracias a la disposición de una escritura
elíptica sobre un fondo coloreado sin puntos de referencia. El motivo del
paisaje catalán, por ejemplo, se reducirá a una Cruz de Lorena y un gorro o una
barretina rojos, suspendidos ambos sobre un fondo amarillo o azul cósmico.›› Con todo, Rowell admite que
Miró, en los tres decenios siguientes, dominó este énfasis en la poesía
escrita, para concentrarse crecientemente en los propios valores estéticos de
la pintura. En este sentido, el mismo Miró era consciente del peligro de que se
le viera más como poeta que como artista y declarará a Raillard: ‹‹Siempre me
preocupé por la construcción plástica y no sólo por las asociaciones
poéticas››.
Jacques Dupin.
Jacques Dupin (ya lo apunta
en 1961, y da su versión definitiva en 1993) explica la relación de Miró con la
poesía como la constante búsqueda de la inspiración para realizar una obra
perfecta en su intención, sin embargo siempre inacabada, pues la constante
interrogación impide su definitiva resolución:
‹‹La obra de Miró —no
hay ni una página de este estudio que no lo muestre— no cesó de
desarrollarse mediante transformaciones. No cesó de transformarse mediante
rupturas, objeciones, rebeldías, insubordinaciones sucesivas y nuevos
arranques, que la experiencia plástica, por muy magistral que la consideremos,
no podría por sí sola justificar. Para explicar este perpetuo resurgir de la
visión del pintor, hay que reconocer, en la cumbre del movimiento, en el juego
de las líneas y los colores, no sólo la idea sino también la presencia activa,
las salvas de un exterior, de una negatividad hostigante, la otra luz de un
yacimiento eólico, de una zapa perspicaz y magnética. La poesía habrá sido ese
manantial al acecho, esa energía de una metamorfosis que Miró reclamaba a cada instante
y que hasta el fin de su vida reclamó. Para combatir la pintura‑pintura, la
poesía supo hacer el vacío, cuando era preciso, en la cabeza y en el taller del
maestro. Supo ser ese vacío revulsivo y radiante, provocador y fértil. Supo
improvisarse como grano de arena, como grano de dinamita y de trigo, capaz de
invalidar un sistema caduco, de sanear el suelo recurriendo a más broncas
insurrecciones de espacio. Y desearse como interrogación, como estallido de la
interrogación y como conmoción en la punta de los dedos, en trazo de tinta, en
el tufo y la deshiladura del pincel.›› Resume su necesidad vital
de leer poesía y de vivirla rodeado de poetas:
‹‹“Yo no distingo en
absoluto entre la pintura y la poesía”: salido de sus propios labios, esto ya dice lo mucho que
Miró deseaba celebrar esta alianza consustancial. De hecho, la emulsión poética
vela, como verdadero revelador de la obra, de un extremo al otro del recorrido.
Y para empezar, el capricho de las lecturas, de su impregnación —“leo
poesía todos los días”, dice él—. Encuentros y amistades introducen muy pronto a
Miró en la intimidad de poetas de todas las lenguas, con una predilección por
los catalanes y los franceses. Comparte así las búsquedas y las aventuras,
ilustra libros, dando pruebas de una constancia y una atención sin fallas,
suscitando textos y poemas, y encontrando siempre en sus autores la más fecunda
complicidad. Breton, Éluard, Leiris, Queneau, Prévert, Artaud, Char... He
citado ya en este libro los nombres de más de cincuenta poetas, todos
vinculados, de un modo u otro, a la andadura del pintor. Como prueba de
semejante armonía, tenemos este recuerdo que Miró confía a Georges Raillard en
sus conversaciones: “veía a Artaud muy a menudo. Nos unían lazos muy fuertes.
Iba a verle trabajar en el teatro. Me daba entradas. Lo vi unas semanas antes
de su muerte. Me escribió una dedicatoria en un libro Van Gogh ou le
suicidé de la sociéte. Habíamos ido a verle con Pierre Loeb. Espantoso:
daba golpes contra el tronco de un árbol con un hacha... Era muy lúcido.
Aterrador y deslumbrante...” Otras relaciones, en cambio, permanecieron confidenciales.
¿Quién creería hoy en la existencia de una correspondencia con Ezra Pound? Es,
sin embargo, la carta de un ser próximo, sin duda alguna, aquella en la que
éste le muestra su inquietud en 1928: aquerido Miró “‑dice‑ ¿dónde estás? Fui a
la rue Blomet, y ya nadie sabe nada de ti. ¡Dame noticias tuyas!”›› Dupin canta este amor por
la poesía, destilada en la fértil mansedumbre del tiempo:
‹‹Miró amaba la poesía en
sus accesos febriles, en sus peligros, en sus furores, en sus tablas rasas
radicales. Acechaba el relámpago que desgarra el cielo de la pintura, plenitud
rebelde, fusión de lo telúrico y del cosmos, con el único riesgo de una
profundización de luz. Tratándose de un libro, jamás dibujó sobre la piedra ni
surcó un cobre sin haberse tomado el tiempo que la asimilación de un texto
exige. Atento y escrupuloso, poco le importaban el peso de las circunstancias,
los plazos, la fecha de publicación, la prisa de un autor o la de un editor.
Leía, se interrumpía, seguía de nuevo, se compenetraba con la letra y el
espíritu, con la música y el perfume. El poema vivía en él, lo respiraba. El
deseo, la punzada de aquel molino fantasmático que su insaciable receptividad
constituía, implicaban que el escrito girase y se moliese hasta verse sumergido
en el aroma. Hasta que surgían las palabras, bruscamente, como surgen
nuevamente en los campos, tras la tormenta, las setas. Excluyendo el lanzarse
sobre la tabla y la herramienta antes de que acabase el trabajo de
acercamiento, de transfusión, de incubación. Pero ordenando luego la
realización, rápida y decisiva, rica sanción de un indeterminado alto en el
camino. ¿Qué hace Miró durante estos largos preliminares, durante este tiempo
confiscado al tiempo? Hojea, relee, abandona el manuscrito en el polvo del
taller, se ocupa de otros juegos, luego vuelve en sí, lo olvida, mira al
cielo... Aguarda. Espera a que brote lo que ha sembrado, y a que se desencadene
la química (la alquimia) de una palabra incorporada, encarnada, con el flujo de
energía que empuja. Espera el inicio del proceso elaborador de la imagen.››
Advierte, empero, que esta
paciencia no significa, en modo alguno, renuncia a la transgresión. La poesía
para Miró no es placidez, sino vehículo de sufrimiento existencial, de rebelión
contra la mansa aceptación de lo establecido:
‹‹Contrariamente a una idea
corriente, y tenaz, Miró no se encerró jamás confortablemente en su mundo, en
su escritura, ni se dejó nunca arrebatar por sus dones, por su singularidad
frecuentemente peligrosa. Siempre quebró lo ya obtenido, ingeniándoselas para
alertarlo, para revocarlo, no estableciéndose sino en las cercanías de lo
abierto, de lo desconocido. Nunca pudo hacer otra cosa más que infringir,
lanzarse, vagar, quemarse en un más allá. No hizo nunca sino permanecer a la
escucha de lo imaginario de los otros. Para él, debemos tenerlo en cuenta, el
poeta es el otro, y el libro el mejor camino, el más auténtico, para llegar
hasta aquél, para entregarse en cuerpo y alma, para sufrir, sea como sea, la
confrontación.››
Dupin, así, destaca que
Miró prefiere los poetas formalmente rupturistas —que usualmente coinciden con
los más incómodos para el poder intelectual y político—, pues hacen surgir de
su interior de pintor-poeta vetas reticentes a surgir. La poesía es la fuente
de su mejor inspiración:
‹‹De un escritor, de un
texto, de una intención de libro, Miró espera lo imposible, que frecuentemente
él alcanza sobrepasando incluso sus propios deseos. Espera “la chispa”, “el
choque”, la refriega y la discusión, como también espera los remolinos, los
terrores, y luego surge el encantamiento, la obscuridad de un pasaje que
despunta. Unos brazos, un retazo de luz. Y en la revelación del otro espera el
despertar de su propia parte de misterio, ávido en él, como una veta
inexplotada.›› La poesía es la llave que
permite al pintor el acceso a lo desconocido. ¿Cómo no guardarle, a cambio, su
fidelidad más entusiasta?:
‹‹Profundamente generoso,
siempre disponible sin límites, Miró, como ya se habrá comprendido, era ameno,
fiel a sus amigos poetas, acuciado siempre por una sed, por un afán, por una
necesidad de adelantarse a su palabra. Su facultad de adaptación y su movilidad
serpentina las debía paradójicamente al rigor que se imponía a sí mismo, y su
integridad, la fuerte presencia de su persona y de su gesto, imantaban sus
súbitas incursiones tanto como su sustancial bulimia errática por las tierras
de los que escriben. Por eso no se habrá visto nunca decepcionado por la
poesía. No le pedía a ésta más que el acceso a lo desconocido que todo caminar
encierra y la claridad de cada día. Que le designase con la voz, a fin de avanzar,
“el lugar y la fórmula”. Que le procurase, hacia el horizonte, “el vino de las
cavernas y el bizcocho del camino”. A cambio de esto, la poseía, en Miró, no
habrá faltado nunca a la innumerable cita con un libro.›› Dupin explica la
importancia de escritura en la pintura de Miró, destacable ya desde Nord-Sud,
siempre relacionando la pintura y la poesía, en una fusión de dos instrumentos
que Miró hace complementarios, las palabras y los colores:
‹‹Pronto, letras y
palabras, recortes, esquirlas de poemas, caen o surgen, se inscriben, se
caligrafían sobre el lienzo o sobre la hoja, tocándose con las líneas, las
figuras, los signos y los colores que la pintura arrastra y se lleva. Como Miró
pulveriza toda diferencia entre pintura y poesía, nada distingue, en la
superficie captada, sembrada y magnetizada, el signo de la letra, la figura de
la palabra. Es la equivalencia, familiar a los antiguos chinos, de la doble
escritura. Doble polaridad extremadamente inclinada hacia lo único, la cuerda
del arco, la cuerda de la lira, forzando un título de Octavio Paz, que tan bien
le va a Miró. Y que, de rebote, este último dota de una especie de atracción
incestuosa, de complicidad en el intercambio, en la exultación, dándole una
ecuanimidad en el ritmo, pareciendo todo ello como algo que debería desembocar
en el libro total, aunque no lea el libro absoluto que invocaba Mallarmé.›› Destaca que esta fusión de
pintura y poesía es tal vez fruto maduro de una pasión inmediata, como lo
demuestran sus esbozos, más cerca del sincero sentimiento que sus meditaciones
posteriores sobre el lienzo definitivo:
‹‹Más cercano a las cosas
de la tierra, a los “choques”, a las armonías con que se mantiene su sed, esta
concordia de la pintura y la poesía forja el vínculo al que el poeta, con toda
inocencia, somete su búsqueda de lo desconocido. Con peligro para las
maravillas. Es, pues, primeramente en sus Cuadernos íntimos,
en la vertical de la realidad desnuda, cotidiana, donde toman cuerpo sus
pulsiones poéticas, donde se traman su boceto desordenado, su apresuramiento,
su necesidad. Allí es donde el epigrama toma forma, en la vuelta de una nota en
un cuadro en curso o futuro, de un recordatorio, de nombres de amigos a quienes
contactar, de obras que consultar, de una reflexión incidente o fortuita.››
Y data en 1924 la completa
entrega de Miró a esta fusión de poesía y pintura que será su más fértil fuente
de inspiración en estos años surrealistas. Se suceden en poco tiempo las obras
que reflejan esta pasión, sólo en ocasiones con franqueza, generalmente
mediante letras inconexas y palabras ambiguas, que enlazan perfectamente con la
poesía surrealista:
‹‹1924. La poesía irrumpe
en la obra de Miró y perturba las reglas y los postulados de una pintura
representativa estricta. Letras y palabras surgen, a veces truncadas, como para
que se acusen sus virtudes lexicales, su irradiación. Este abecedario, cuya
epifanía exalta la ascensión de los signos, evoca ciertamente la galería
cubista, los Bass, los Gin, los Ma jolie;
su mirada no deja, sin embargo, de ser radicalmente nueva. Si Miró recurre al
collage, a este injerto del exterior como expresión plástica, si parece
aprobarlo, de modo deliberado, en ritual famoso, es con vistas a una escena que
detallar, a una historia a la que quiere servir. Jour o Vi,
o Sard perfeccionan un dibujo, lo profundizan, favorecen la
identificación de un periódico, de una botella de vino, de una sardina. Las
letras IMRA no son sino las pensionistas fugadas de un libro de horas cuya
escapatoria se basta a si misma. En el estadio inicial de la efracción de la
letra en el cuadro, Sable (Arena) o Amour (Amor),
confundiéndose, en tanto que palabras, con el tema de la pintura, lo dilatan,
como el yes del Gentleman o el, Ah!
Ooo! de un campesino que vuelca su carricoche al borde del barranco (le
Renversement —Vuelco—). La proeza de una bailarina española se
acompasa con un Olée, y el inmueble frente al taller, en la rue
Blomet, se abstiene de disimular la huella, luego obsesiva, de su número 48.
Vocablos y cifras, agentes de lo habitual de cada día, transitan por aquí,
liberados de una ingrata red de símbolos o enigmas. Poco importa de dónde
vengan el extraño Tic Tic, o las letras R.G., mudas iniciales de una amada o
una droguería. Letras y palabras no actúan aquí más que como puros signos
gráficos, respondiendo a la exhortación de un espacio pictórico y a la de un
desarrollo.››
El periodista cultural
Josep Massot (1999) fue el primero en publicar una cata profunda sobre la
biblioteca personal del artista:
‹‹(…) La literatura fue una
de las grandes fuentes de inspiración de Joan Miró: “Que mi obra —dijo— sea un
poema musicado por un pintor.” El mismo se encargó de citar los libros y los
autores que más apreciaba: los escritos por sus amigos surrealistas y los
reivindicados por ellos (Jarry, Lautréamont, Rimbaud...), más san Juan de la
Cruz y santa Teresa de Ávila. (…)
De la biblioteca de
bolsillo de “L’Avenç” (1903-1904) poseía los Pensaments de
Pascal, Confiança en si mateix de Emerson, Els plaers
de la vida de lord Avebury y La vita nova de Dante,
junto a obras de Tolstoi, Ibsen, Miquel dels Sants Oliver, Moliére, Maistre o
una antología de cuentos japoneses. De pintura, ediciones populares de Giotto,
Guérin, Matisse, Cézanne, Van Gogh, “fauves” y cubistas. También El
diablo mundo de Espronceda, seguido de poemas de autores catalanes, de
Ponç i Gallarça o Martí i Folguera, o La malvestat d’Oriana (1910)
de Josep Carner. Como curiosidad, en los estantes figura un viejo libro, que
quizá hojeó de niño, El mundo antes de la creación, con
ilustraciones muy cercanas al mundo mironiano: estrellas marinas,
constelaciones, astros, volcanes, montañas, un planeta en formación. El cielo
es también el tema de El telescopio moderno. Miró dijo que había
leído a Apollinaire durante su servicio militar. En los estantes figura
efectivamente un título decisivo, Le poéte assassiné, en edición de
1916. Otra lectura capital fue la de los cuatro números de “391”, la revista que
Picabia publicó en Barcelona, y “Nord—Sud”, de la que conservó dos números, de
1917 y 1918, con artículos de Apollinaire, Huidobro, Jacob y de su creador,
Pierre Reverdy (Essai d’esthétique littéraire). De Apollinaire están
casi todos sus libros. Otras lecturas de juventud son el Faust de
Goethe —aparece en el óleo “Nord—Sud” de 1917—, Whitman, Paul et
Virginie, Apuleyo (Amor y Psiquis), Longo (Dafnis y Cloe),
Ovidio, autores del 98... Miró, que en 1918 había ilustrado “Arc voltaic”,
recibió de Salvat Papasseit Poemes en ondes hertzianes. De Foix, en
cambio, no se encuentra ningún libro en edición normal.
Miró viajó por primera vez
a París en 1920. A pesar de todas las dificultades —como la invasión
nazi— conservó los libros de sus amigos surrealistas. De su núcleo íntimo
(Masson, Leiris, Desnos, Éluard, Prévert) a Tzara, Reverdy, Jacob, Char, Arp
(sus versos), los poemas—pintura de Ernst, Hemingway (dos libros menores),
Stein o Miller. Masson y Bataille —que supo ver las lágrimas de Eros en santa
Teresa— eran devotos de Dostoievsky y de Nietzsche. Del primero Miró
tenía Los hermanos Karamazov, del filósofo alemán el texto más
antiguo es Le voyageur et son ombre, una antología de 1919. También
es de los pocos libros que firmó con su nombre y en sus páginas aparece una
frase subrayada —inusual en él—, con la anotación “Bergson” al margen.
Nietzsche habla de la imposibilidad de pintar sin interpolar la propia
biografía, “la imagen de la vida”. En ediciones más tardías tiene Ecce
Homo y Le gai savoir. El propio Miró confesó que “conozco
a Nietzsche y sólo eso. También leí a Freud”. De Freud tenía
—significativamente— Le réve, Journal philosophique d’une
jeune fille y Un souvenir d’enfance; en la que el padre
del psicoanálisis interpreta el lienzo de Santa Ana a partir
de un turbador sueño de Leonardo (un buitre dibujado en el manto de la Virgen).
También hay dos títulos de Sartre, Situations y Baudelaire,
otro de sus poeetas preferidos (en ediciones de los años 20). Curiosamente, de
Ramon Llull sólo está la Doctrina pueril; de Rousseau tenía
las Confesiones y de Diderot la Paradoxe. También
leía a Voltaire.
Junto a Jarry, Nerval,
Valéry y Mallarmé, en el ejemplar de Lautréamont se perciben, en el inicio del
primer canto, los tenues trazos de un dibujo: un personaje mironiano y un
enorme falo. De Sade tenía la primera edición (1797) de la escandalosa Histoire
de Juliette, además de Histoirettes, contes et fableaux.
También, una carta manuscrita de Sade, regalada en 1963. Miró atesoraba los dos
manifiestos surrealistas, Les champs magnétiques, de Breton y
Soupault, libro fundador de la escritura automática (que Miró trasladó a la
pintura), y La peinture au défi, de Louis Aragon, sobre la célebre
exposición colectiva de collages de Goemans, reacción a la grave crisis tras el
crac de 1929. Olvidado ya el sonado boicot por el ballet Romeo et
Juliette, Aragon elogia en una dedicatoria la magia de Miró, capaz de
provocar los últimos estertores al viejo mundo. De Breton —otra influencia
absolutamente capital— están todos sus libros, incluyendo una usada edición
de Nadja. La biblioteca de Miró deja claro que su desinterés por la
teoría del arte era una “boutade”. Estudiaba a fondo a sus pintores favoritos
para ir más allá que ellos, incluso con Picasso, cuya declarada amistad no
impedía verle sus defectos. Los Carnets y el Tratado
de la pintura de Leonardo tenían un lugar preferente. En los estantes
figuran el Cézanne de Vollard —le interesaban las cartas a
Zola—. Hay numerosos libros sobre teoría de arte: Le cafard aprés la
féte, burla contra diversos artistas, como Cocteau, ese “vulgarizador
chic”; Écrits d’un sauvage de Gauguin; Cézanne (1919)
y Les indépendents.1884-1920 de su amigo Gustave
Coquiot; Le néoplasticisme de Mondrian; de Read Imagen e idea;
de Cocteau, Essai de critique indirecte, Le secret
professionnel y el célebre Rappel a l’ordre. La consulta de la biblioteca dio un hallazgo. Joan Punyet
extrajo un libro: resultó ser el mismo ejemplar de Le coq et l’arlequin,
ilustrado por Picasso, que Miró ‘utilizó en un cuadro (Cheval, pipe et fleur
rouge de 1920).
De Dalí figuran Babaou, L’amour
et la mémoire y La femme visible, y una ilustración al
poema Onan (1934) de Hugnet. Bajo un mar encrespado de garabatos,
Dalí escribió: “espasmo—grafisme obtenu avec la main gauche pendant quavec la
main droite... je me masturbe jusqu’au sang jusqu’au los jus qu’aux hélices du
calice!”. También, todo Raymond Roussel,
que, al adquirir en 1925 un cuadro de Miró, dijo “Esto va más allá de la
pintura”, el mayor elogio para Miró.
La biblioteca de Miró es la
de un poeta. Desde los clásicos —Homero, Hesiodo, Virgilio, Villon y
Shakespeare— a los románticos alemanes (Novalis), franceses e ingleses (Byron y
Blake) y españoles. O el simbolista Saint Paul Roux. En poesía castellana,
además de Góngora y Quevedo, fray Luis de León, fray Luis de Granada y Bécquer.
Más contemporáneos: Unamuno (poemas, pero también El apego de la muerte),
Huidobro (Gilles de Raiz, dedicado a “Joan Miró, que inventó el azul y
otros colores”), Machado (“Los complementarios”), Juan Ramón, Aleixandre y
Lorca. De poetas catalanes, Ausias March, Junoy (en francés), Manent y Brossa.
Hay asimismo una antología de poesía Tang.
Entre el resto de los
libros: Plutarco y Esquilo, La Fontaine, Le dernier amour de
Georges Sand, Boudha vivant de Morand, Atala de
Chateaubriand, La serpiente y las plumas de D. H. Lawrence,
McCullers, Lord Jim de Conrad, Hoffmann, Ulises de
Joyce, Beckett, Laclos, Eckermann, J’etais cigare de Cravan,
Cervantes, Faulkner, Huysmans, Pirandello, Rojo y negro de
Stendhal, Flaubert, Poe y Madame de Sevigné.
Hay algunas curiosidades,
como 12 volúmenes del policiaco Edgard Wallace; libros ilustrados sobre la
naturaleza, los insectos y las mariposas o sobre juguetes populares indios, tan
parecidos a los “siurells” mallorquines. Miró, de ascendencia judía, también
poseía libros de este tema.››
Tomàs Llorens.
Tomàs Llorens (2008)
sigue en general la visión de Krauss y Rowell sobre la influencia de la poesía
vanguardista parisina en la inflexión del estilo de Miró en 1923-1925 y apunta
las dos líneas temáticas fundamentales de esa influencia: la crisis de la
función representativa de la imagen y del lenguaje, en la pintura y en la
poesía respectivamente, y la calidad fragmentaria de la experiencia del hombre
moderno, que subyace en esa crisis.
‹‹Así como la poesía de
vanguardia del entorno de Miró ponía en crisis la función representativa del
lenguaje por medio de la destrucción o alteración de los enunciados gramaticales
—los caligramas son una de las manifestaciones más características de esta
crisis—, la vanguardia pictórica había puesto en crisis la función
representativa de la pintura mediante la destrucción o alteración del valor
icónico de las imágenes. Y sería precisamente de esa crisis, de esas ruinas de
los sistemas de representación, por decirlo como Labrusse, de donde iba a nacer
una nueva significación, una nueva capacidad del poema o del cuadro para
referirse a la experiencia del mundo.
La experiencia del hombre
moderno, y ésta es la segunda línea temática que deseo subrayar, era, para la
poesía de vanguardia del tiempo de la guerra y de la posguerra, una experiencia
descentrada y fragmentada. Era precisamente por esta fragmentación por lo que
se resistía a ser representada por medio de los lenguajes establecidos y por lo
que el artista o el poeta tenían que recurrir para evocarla de algún modo, a
una estrategia de disgregación lingüística. Uno de los modos más efectivos de
hacerlo era romper, como lo hacía Apollinaire en los poemas-conversación
de Alcools, la unicidad de la voz del poeta, de modo que en el
poema mismo, en su fluir, se pudiera poner de manifiesto una subjetividad
plural, dialógica, la verdadera fuente de la que manaba.››
Las jornadas del 19 y 20 de mayo de 2009 con ocasión de la exposición *<Miró/Dupin.
Art i Poesia>. Barcelona. FJM (16 junio-18 octubre 2009), una vez publicadas, sirvieron para actualizar el estado de la cuestión sobre la relación entre Miró y la poesía, y en especial con el poeta Dupin.
En resumen, Joan M. Minguet en "Joan Miró és dels nostres". El primer esclat poètic (23-31) trata sobre la temprana relación de Miró con el mundillo literario catalán vanguardista,
que le acogió como uno de los suyos, como escribió J. V. Foix: "Joan
Miró és dels nostres" en su elogioso comentario de la primera muestra individual de Miró, en 1918 en las Galerías Dalmau. En 1918 Miró colaboró con dibujos para unas efímeras revistas vanguardistas: el Almanac de "La Revista" de Junoy, "Trossos" de Foix y "Arc Voltaic" de Salvat-Papasseit, al tiempo que participa en 1918 y 1919 en las tres exposiciones de la Agrupació Courbet.
Jean-Michel Devésa en Joan Miró o una pintura en el "llenguatge dels
ocells" (33-43) comenta las lecturas poéticas francesas de Miró,
sobre todo de Rimbaud, pero también de Baudelaire, Lautréamont o Mallarmé, un influjo patente en la estética mironiana (el ansia de innovar y de liberarse del naturalismo, rehusando imitar literalmente la naturaleza o a los escritores), en los
títulos de sus obras que a menudo reflejan conexiones con esos poetas y en la misma inspiración para los temas, reinventándolos en una realidad nueva, poética y plástica a la vez.
Sobre la fecunda relación
de Miró con los artistas y escritores, aunando la pintura con la poesía y la
filosofía, del grupo de la rue Blomet durante cinco años, en 1921-1926, unidos
por la coincidencia de que allí tenían sus contiguas viviendas-taller Miró (en
1921-1922 y 1924-1926) y André Masson, en las que recibían a sus amigos —cito
por orden alfabético pues las fechas de su entrada al grupo son inciertas— Antonin Artaud, Robert
Desnos, Jean Dubuffet (muy al final), Max Jacob, Michel Leiris, Georges Limbour,
Raymond Queneau, Armand Salacrou y Roland Tual. Entre 1925 y 1926 la mayoría
pasarán al grupo surrealista de Breton y Aragon.
Rémi Labrusse en 45, rue Blomet (45-57) vuelve a la fecunda relación de Miró con los artistas y escritores, aunando la pintura con la poesía y la filosofía, del grupo de la rue Blomet durante cinco años, en 1921-1926, unidos por la coincidencia de que allí tenían sus contiguas viviendas-taller Miró (en 1921-1922 y 1924-1926) y André Masson, en las que recibían a sus amigos Antonin Artaud, Robert Desnos, Jean Dubuffet, Max Jacob, Michel Leiris, Georges Limbour, Raymond Queneau, Armand Salacrou, Roland Tual… Entre 1925 y 1926 la mayoría pasarán al grupo surrealista de Breton.
Finalmente, Georges Raillard en Miró, Dupin, el naixement dels
signes (61-69) explora la relación entre los universos poéticos de Miró y Dupin, en parte inspirados en los paisajes de Mont-roig y la región de Ardèche y en las lecturas de poesía.
El poeta y ensayista catalán Vicenç Altaió (Santa Perpètua de Mogoda, 1954) ha publicado en 2021 un notable ensayo divulgativo, Miró i els poetes catalans, que profundiza en su relación personal y artística, y en sus afinidades estéticas, con poetas en lengua catalana a los que ilustró libros de artista, un criterio que acota mucho su extensión, puesto que la lista de los que leyó y le influyeron es mucho más larga, comenzando por Joan Maragall o Josep Maria Junoy. Pero sin duda los que están en la selección de Altaió son muy significativos; J. V. Foix, Joan Salvat-Papasseit, Josep Carner, Carles Sindreu, Joan Brossa, Joan Perucho Salvador Espriu, Miquel Martí i Pol y Pere Gimferrer.
FUENTES.
Exposiciones.
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<109 llibres
amb Joan Miró>. Barcelona. FJM (30 noviembre 1989-28 enero 1990). 109
libros ilustrados por Miró, entre 1927 y 1981. Cat. Textos de Rosa Maria Malet
─trad. catalana y castellana de su texto para Cramer. Joan Miró, les llivres
illustrés. 1989─, Més enllà de la pintura: 1927-1940 (21-23 /
223-225), La superació de la immediatesa: 1948-1959 (51-55 / 225-229), Sota
la influència dels clàssics: 1960-1981 (85-87 / 229-232); Joan Brossa. Rellotge del vent (9-10). Cabral de Melo.
Joan Miró (11, un breve poema). Jacques
Dupin. Miró i el llibre (12-14).
David Fernández Miró. Apunts: la
literatura, una constant en la vida de Joan Miró (15-17). Pere Gimferrer. Miró i els llibres. Un testimoni (18-19).
250 pp.
*<Peinture et poésie: Le
dialogue par le livre 1874-2000>. Cambridge. Fitzwilliam Museum,
Adeane Gallery (20 abril-24 junio 2001). Lyon. Bibliothèque municipale (18
octubre 2001-19 enero 2002). París. Chapelle de la Sorbonne (10 abril-29 junio
o 12 julio 2002). 126 libros ilustrados de autores (Mallarmé, Jarry, Leiris,
Tzara…) y artistas (Manet, Toulouse-Lautrec, Matisse, Miró, Picasso…).
Comisario: Yves Peyré. La
muestra se renovó como *<French Book Art | Livres d'Artistes:
Artists and Poets in Dialogue on View>. Nueva York. The New York Public Library, Jeane
H. and D. Samuel Gottesman exhibition (5 mayo-19 agosto 2006). Sin cat.,
pero el comisario publicó un libro directamente que ejerce como tal. Peyré, Yves. Peinture et poésie. Le
dialogue par le livre 1874-2000. Ed. Gallimard. París. 2000. 269 pp. 214 ilus. Reseñas de
Valérie, Bougault. Entretien. Yves
Peyré dialogues dans le siècle. “L'Oeil”
537 (VI-2002). Tariant, eric. Livres
d’artistes, entre peinture et poésie. “Le Magazine Littéraire” 455
(1-VII-2006).
*<Artist’s Books in the Modern Era 1870-2000>.
San Francisco. Fine Arts Museums of San Francisco (6 octubre 2001-6 enero
2002). The Reva and David Logan Collection of Illustrated Books. Obras de Miró
—Hirtz. Il était une petite pie (1928); Tzara. L’Arbre des voyageurs (1930); Eluard. Solidarité (1938); Spender. Fraternity
(1939); Tzara. L’Antitête (1949);
Tzara. Parler seul (1950);
Leiris. Bagatelles végétales (1956);
Eluard. A toute épreuve (1958), cat.
139, pp. 222-223; Jarry. Ubu Roy (1966)—,
Arp, Bonnard, Braque, Calder, Chagall, Dalí, Chirico, Derain, Dubuffet, Max
Ernst, Gris, Klee, Léger, Maillol, Matisse, Matta, Moore, Motherwell, Picasso,
Man Ray, Redon, Tamayo, Tàpies... Comisarios: Robert Flynn Johnson, Donna Stein. 302 pp. 450 ilus. Col.
Logan tiene 13 libros ilustrados de Miró.
*<De l’écriture à la
peinture>. Saint-Paul-de-Vence. Fondation Maeght (4 julio-14 noviembre
2004). Más de 150 obras de más de 100 poetas y escritores y 70 pintores: Miró
(pp. 127-152) en colaboración con Char, Dupin, Cazelles, Philippe Denis,
Desnos, eluard, Leiris, Neruda, Péret, Prévert (Adonides, 1975), Tzara…;
otras obras de Adami, Alechinsky, Bazaine, Bellmer, Bonnard, Braque (Char,
Saint-John Perse…), Chagall, Chillida, Chirico, Coutaud, Derain, Duchamp,
ernst, estève, Fautrier, Joan Gardy Artigas, Giacometti, Lam, Laurens, Léger,
Marcoussis, Masson, Matisse, Michaux, Picasso, Germaine Richier, Rouault,
Saura, Tal-Coat, Tàpies, Ubac, Bram van Velde, Jacques Villon... Cat. Textos de
Adrien Maeght. Préface (11-15).
Jean-Louis Prat. De l’écriture à la peinture (17-21). François Chapon. La bibliothèque d’Aimé Maeght (23-25).
Relación de libros… destaca la de revistas editadas por Maeght (203-226).
Biografías de artistas y editores (231-283). 303 pp.
<Miró Illustratore>.
Carpi, emilia Romaña. Biblioteca multimediale ‘Arturo Loria’ (15 marzo-14 junio
2009). 15 libros ilustrados. Comisario: Michele Tavola. Cat.. Textos de Tavola,
Michele. La forma della poesia
(11-17). Gatti, Chiara. Le più belle
riviste del mondo (19-23). Tavola, Michele. Entrevista a Valerio Adami
(20-XII-2008). Un angelo sulla spalla di
Miró (25-30). Edizioni
ETS. Pisa. 127 pp.
*<Miró/Dupin. Art i Poesia>. Barcelona. FJM (16 junio-18 octubre 2009). Obras de Miró, Giacometti, Masson y Tàpies, y libros de Dupin. Dos partes: Joan Miró y la poesía (obras de Miró de 1917-1948) y Dupin-Miró. Diálogos entre un poeta y un pintor (obras de ambos posteriores a 1957). Junto a la exposición se celebraron unas jornadas de estudio, con participación de los autores del catálogo. 194 pp. Textos de Malet, Rosa Maria; Altaió, Vicenç. Miró/Dupin. Art i Poesia (10-11). Ripoll, Ricard. Imatges duplicades. Paraules mirades (15-18). Minguet, Joan M. "Joan Miró és dels nostres". El primer esclat poètic (23-31). Devésa, Jean-Michel. Joan Miró o una pintura en el "llenguatge dels ocells" (33-43). Labrusse, Rémi. 45, rue Blomet (45-57). Raillard, Georges. Miró, Dupin, el naixement dels signes (61-69). Pons, Arnau. A les ordres de la nit (Cap a dotes dues mans: una lectura creuada de la Nuit grandissante) (71-84). Dupin, Jacques. Antologia de Poemes (88-109); la primera traducción al catalán de su poesía. Biografies (Joan Miró, 112-121; Jacques Dupin, 122-128). Textos en francès (130-194). Reseñas de Serra, Catalina. La pintura poética de Miró. “El País” Cataluña (17-VI-2009) 8. / Zieger, Laia. Una exposición descubre como influyó en Miró la poesía de Dupin. “El Periódico” Cataluña (17-VI-2009).
Libros.
Altaió, Vicenç. Miró i els poetes catalans. Univers. 2021. 331 pp. Pròleg (8-11), J. V. Foix (13-69), Joan Salvat-Papasseit (71-92), Josep Carner (93-115), Carles Sindreu (117-130), Joan Brossa (131-158), Joan Perucho (159-189), Salvador Espriu (191-225), Miquel Martí i Pol (227-262) y Pere Gimferrer (263-314).
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Les livres illustrés. Ed. Patrick Cramer. Ginebra. 1989. 675 pp. Catálogo
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Rowell. Joan Miró: Campo-Stella. 1993: 23.
Raillard. Ceci est la couleur de mes rêves. 1977: 83 en francés. Es una frase ausente en su correspondiente p. 101 de la versión española Conversaciones con Miró (1993), en cuya p. 78 matiza que ‹‹Picabia y Apollinaire. Ellos me confirmaron que la pintura no consistía solamente en problemas plásticos.›› y en la p. 99 pone en pie de igualdad su poema Jeux poétiques que sus pinturas: ‹‹Una importancia paralela.››
Dupin. Miró. 1993: 431.
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Llorens. <Miró: Tierra>. Madrid. Museo Thyssen-Bornemisza (2008): 53-55.
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