Miró en Mont-roig y su impacto vital desde 1911.
Después de pasar la
fase crítica de la enfermedad en Barcelona y ya fuera de peligro, el joven Miró
marchó a la masía adquirida recientemente por sus padres en Mont-roig para acabar
de recuperarse. Los burgueses de Barcelona compraban tierras a los latifundistas
desde hacia decenios por motivos económicos (diversificación de recursos), de seguridad
y prestigio social, culturales (mantener un contacto con la Cataluña perenne) y
de salud tanto mental como física. [Tomàs Llorens. Mont-roig. <Miró: Tierra>. Madrid. Museo
Thyssen-Bornemisza (2008): 30.]
Mont-roig del Camp en 1911 era
un pueblecito rural, centro de un extenso municipio situado cerca del mar, en
la comarca del Baix Camp, a pocos kilómetros de Tarragona, al sur de Cambrils, entre
la sierra de la Pedrera y el mar Mediterráneo. Entonces padecía una continua crisis
social y económica debido a la rémora de su pobre agricultura de secano: viña,
cereales, algarrobos, almendros y avellanos. La población del municipio estaba
bajando desde 1887, cuando la crisis de la filoxera arrasó los viñedos. En Mont-roig, en 1887 había 2.886 habitantes, en 1900
eran 2.669, en 1920 había 2.451, en 1930 bajaban a 2.374 y en 1940 sólo 2.289.
Desde entonces se estancó, hasta el fuerte crecimiento desde 1960, gracias al
turismo, llegando en 1991 a
los 5.003 habitantes.
El Centre Miró de Mont-roig, sito en una iglesia del siglo XVI, donde se exponen muchas copias de obras del primer periodo mironiano junto a fotografías, un tapiz y ninots de teatro originales. Hay un folleto con nueve localizaciones del municipio relacionadas con obras suyas, sobre todo la ermita de Sant Ramon (los martes está cerrada).
La iglesia del pueblo. Miró contribuyó a su mantenimiento con una donación anónima en los años 1970.
Miró. Mont-roig, La iglesia y el pueblo (1919). Fragmento.
Mont-roig sufría hacia
1910 de un largo proceso de decadencia, de bajos salarios para los jornaleros,
de descenso de precios agrarios y, consecuentemente, del precio de las tierras.
La conflictividad social explica que Mont-roig tuviese una asociación anarquista
al menos desde 1910. En esas condiciones claramente regresivas, en la que los
grandes terratenientes dividían y vendían sus tierras, fue cuando, de las numerosas
masías en el llano de la costa, los Miró adquirieron, la masía Ferratges,
que pronto se llamará Mas Miró, probablemente a finales de 1910 o principios
de 1911, a Antoni Ferratges i de Mesa, marqués de Mont-roig y el mayor terrateniente de la comarca. Era un político liberal, diputado y senador en las Cortes de
Madrid, promotor e inicial director de los tres primeros meses del diario
conservador “La Vanguardia” de Barcelona. [Permanyer. Miró. La vida d’una
passió. 2003: 18.]
No hay una fuente documental sobre la
transacción porque
en 1936, durante la Guerra Civil, se quemaron los registros de la propiedad de la zona. La fuente primaria es Miró [Miró. Documental de Chamorro. 1978:
nº 53], que declara que se compró en 1911. Otra fuente familiar, Punyet Miró
[Una mirada íntima, en De la Cierva; et al. Joan Miró. 2007: 43 y 96] apunta 1911 y
arguye que la madre la compró para que su hijo se recuperase. La historiografia
se decanta por 1910 [Dupin. Miró. 1962:
33 y 48, en 1910] y en textos posteriores no concreta una fecha, dudando entre
1910 y 1911. [Rowell. Joan
Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 22, data
la compra en 1910. / Rowell. Joan Miró. Écrits et entretiens.
1995: 29, en 1910. / Rowell. Joan
Miró. Escritos y conversaciones. 2002: 42, varía a 1910-1911. / Umland. <Joan Miró>. Nueva York. MOMA
(1993-1994): 319, n. 13, señala que la fecha exacta es desconocida. / Lax; Bordoy. Cronología, en AA.VV. Miró. Fundació Pilar i Joan Miró a
Mallorca. 2005: 507, en 1910.]
Los padres de Miró
la reformaron y residieron temporalmente en ella desde el verano de 1911, al acabar
las obras. [Esto explica que Miró
recordara que compraron Mont-roig en 1911. Hay una fotografía de 1911 publicada en Joan Punyet
Miró. Una mirada íntima, en De
la Cierva; et al. Joan Miró. 2007:
43. Se observa que en la torre central se ha colocado el nombre de “Villa
Dolores” en homenaje a la madre. Otra fotografía (p. 44) muestra a los
campesinos trabajando en la finca.]
Los Miró tendrán pronto
un sólido papel social en esta comunidad: en su casa se realizarán recitales de
piano y en su capilla se celebrarán las misas para los vecinos del llano.
La zona costera de Mont-roig, con la finca de Miró en la parte central.
La finca, que visité por primera vez en
1997 (el pueblo ya en 1991), está en la parte llana del municipio, algo lejana al pueblo de Mont-roig,
que está en lo alto de la colina. El paisaje de la zona es extraordinario:
bosque, playa, suelo feraz, de un color rojo dominante por la arena, en
especial en tres sitios de la zona: en la roca, en la montaña de Escornalbou, y
cerca de San Ramon, con su faro nocturno, que conduce a los pescadores. El mas
ha cambiado varias veces de nombre popular: Los Pobles [Guix Sugranyes,
J. M. Mont-roig y la “catedral del Baix
Camp”. “La Vanguardia” (18-III-1967) 56.],
Mas Ferratges, Mas Ferrà y Villa Dolores (por la madre de Miró) y Mas Miró (por
Joan Miró).
La superfície ha cambiado con los años.
Originariamente eran cuatro fincas unidas: nº 13, 20, 22, 39-40, con unas superfícies respectivas de 0,99; 2,6022; 6,0780; 3,8020. En total 13 hectáreas,
según el catastro confeccionado en 1954 y modificado desde entonces, según los
datos consultables en el catastro rústico de Tarragona y en el de la propiedad
de Reus, nº 3. Sufrió en los años 60 una expropiación, para realizar una
carretera nacional que pasó por la mitad de la finca, a sólo 50 metros de la casa. En 1999
sufrió una nueva expropiación, atenuada por un acuerdo con la familia tras dos
años de negociación, que le quitó dos hectáreas más y acerca el nuevo tren de
alta velocidad (AVE) a sólo 50-30
metros del taller —que en el proyecto inicial iba a ser
derribado—, lo que transformó de modo radical el ambiente en el que vivió y
trabajó Miró [Noticia en “Última Hora” (2-X-1999) 65. / Combalía, V. Salvemos
la masía de Miró. “El País”, Cataluña (12-VI-2002) 2.].
La finca está tocando el barranco de Sa
Peixerota, ocupando los polígonos 35 y 36 de Mont-roig, a ambos lados de la
carretera que sube al pueblo y lindando con la nueva carretera
Valencia-Tarragona. Se dedica a viñas, olivos, algarrobos, cereales; en 1910 se
dedicaba sobre todo a viñedo y olivar, con más de 300 jornadas de labranza. La
producción alcanzó su mayor nivel en los años 1940-1950. Antes de la guerra
civil el masover era Cristofor Colom “Pepet” (su hija fue la Vaileta que
Miró pintó). Después de la guerra fueron los Paret, con quien Miró tuvo mucha
confianza; en 1997 el padre ya había fallecido. Desde 1982 fueron Albert y
Carmen Moyà, de Lleida. Muy amables, facilitaban la visita, previo permiso de
la Successió Miró.
La casa de la masía es antigua, una
construcción probablemente de mediados del siglo XVIII, reformada a fondo en la
primera mitad del XIX y con algunos cambios posteriores. Es una de las siete
masías que se conservan en la comarca del Baix Camp. [Curós i Vilà, Joan. L’arquitectura a pagès. “El País”, Quadern nº 1.100
(13-I-2005) 1-3, según mapa de p. 3.] Es
enorme, con dos pisos, y muchas habitaciones: varias salas de estar medianas,
sin ostentación; algunos cuartos de baño antiguos; muchos dormitorios, unos
pocos con camas matrimoniales y todos con imágenes sagradas, y el dormitorio
principal guarda una cama kitsch, con una decoración cristiana
sorprendente: la Virgen, dos santos y dos angelotes a los lados; en otro cuarto
hay una litografía, editada en Palma, La sangre preciosísima de Jesucristo;
y en este estilo se muestra el resto de la casa. Abundan las fotos y los
cuadros de la familia de Miró, de finales del siglo XIX: los padres, pintados
en un estilo realista por C. Montserrat en 1907, y los abuelos, de autor
anónimo en una fecha indeterminada.
Los padres de Joan Miró transformaron un
ala del edificio —al parecer una estancia de trabajadores que en tiempo del
marqués de Mont-roig hacía de pequeña capilla ocasional, con un minúsculo
altillo para los señores y los bajos para los payeses—, como capilla
permanente, que sirvió para las misas dominicales de campaña (las que se
celebraban fuera del pueblo), durante sus estancias veraniegas, celebraciones a
las que, como los terratenientes tradicionales a los que querían imitar,
invitaban a los propietarios y campesinos de la zona costera, costumbre que
Joan Miró y Pilar Juncosa mantuvieron como un rito social a la par que
religioso, hasta que hacia 1956, cuando se trasladaron definitivamente a
Mallorca y ya no podían hacerlo de modo regular más que algunos meses del
verano, se hicieron en la capilla del vecino Mas Romeu, bien conocido como el
de las palmeras de un cuadro de Miró.
Los pocos vecinos antiguos de la zona que
todavía vivían para entrevistarlos hacia 1997, como Lidia del Mas Romeu y los
Paret del Mas Miró, se mostraron muy discretos, pero recordaban al matrimonio
Miró con mucho afecto. Siempre unidos, Pilar Juncosa como una gran señora,
educada, amable, buena, mirando por su esposo y la familia, y de una vida
cristiana ejemplar; Joan Miró como un hombre bueno, sin orgullo ni vanidad,
tradicional, conservador, moderado y cortés.
Miró (1975) recuerda sus primeros días:
‹‹Sané muy rápidamente. El paisaje me produjo enorme impacto››. [Melià. Joan Miró, vida y testimonio. 1975: 103-104.]
Y añade (1979): ‹‹Fuimos
en taxi. Me curé a los 15 días.›› [Documental de J.M. Martí Rom. D’un roig encés: Miró i Mont-roig. 1979.]
Su amigo Gasch, una
fuente bastante fiable porque repite lo que le contaría él, refiere en 1963 que
su convalecencia duró dos meses, pero puede que sume las primeras semanas en Barcelona
y las siguientes en Mont-roig. [Gasch. Joan
Miró. 1963: 14.]
Probablemente fue hacia
mayo-junio por el encadenamiento con las fechas conocidas de que lo peor de su enfermedad
fue en abril-mayo. La estancia en la masía tuvo un inmediato efecto balsámico sobre
su salud física y psíquica, como Dupin (1993) explica:
‹‹Sus padres se inquietan
y le envían a pasar su convalecencia en Mont‑roig, donde acababan de comprar una
finca, la famosa masía que tan importante papel iba a desempeñar en la vida y obra
de Miró. Liberado de la pesadilla del despacho y en medio de esa naturaleza por
la que tanto afecto siente desde la infancia, el muchacho se repone y recupera
fuerzas rápidamente. La enfermedad traerá como consecuencia feliz el fin de la
resistencia por parte de la familia a su vocación de pintor. Dejan de atormentarle
con la “espléndida posición” en el negocio barcelonés. Esa recuperación de la salud,
esa vuelta a la pintura, será para Miró como un segundo nacimiento. No es de extrañar
que haya contraído un apego casi sagrado a Mont‑roig, donde tuvo lugar el gran acontecimiento.››
[Dupin. Miró. 1993: 33-34.]
Tras un probable breve
retorno a Barcelona hacia junio pasará en Mont-roig también el verano (probablemente
julio-septiembre, ya al lado de su familia, que viene con él), en una completa
felicidad, en la que apenas pinta nada. Se dedica a un dolce fare niente:
vive en medio de un paisaje catalán puramente mediterráneo, un mito ideal de la
generación noucentista. ‹‹Mis padres se iban y me quedaba solo en Mont-roig. Me
impregnaba de la atmósfera campesina, aislado del bullicio urbano, en la única
compañía de los animales: gatos, perros, aves de corral; no tenía más luz que
la de un candil››. [Permanyer, Lluís. Revelaciones
de Miró. Entrevistas hasta 1981. Especial “La Vanguardia” Miró 100 años
(IV-1993) 4-5.]
La pequeña ermita de San Ramón de Penyafort coronando la cima, y la más extensa de la Mare de Déu, en un nivel inferior, sobre la montaña roja de la Roca, que Miró pintó en 1917. Desde lejos parece un solo conjunto.
Miró en
1979, durante su última visita al pueblo, recordaba aquel impacto:
‹‹La ermita, a unos 3 km del pueblo, era uno de los
lugares que visitaba en mis paseos. La playa de Mont-roig, ha sido siempre muy estimulante...
(...) Yo iba cada día a la playa haciendo footing. Sudaba mucho al correr, hacía
gimnasia y luego me bañaba en el mar. Hacía excursiones los domingos, yendo a
pie de Mont-roig a Hospitalet. Veo el color de Mont-roig como un rojo avinagrado.
El color rojo es la tierra. El color negro da fuerza y equilibrio al rojo. El azul
es el cielo. El verde es el “garrover”. El amarillo es el color de los tejados,
el de las plantas pequeñas, y como equilibrio con otros colores.›› [Documental de J.M.
Martí Rom. D’un roig encés: Miró i Mont-roig. 1979. Fotografía de la amplia ermita de la Mare de Déu de la Roca, en 112, con imagen de Miró
y de invitados suyos en el verano de 1946 en p.113.]
Siempre
que pudo, incluso cuando ya vivía en Mallorca, Miró pasaba parte de los veranos en Mont-roig, hasta bien pasado el mes de octubre
e incluso noviembre.
Miró (1974) declara sobre esta
dependencia existencial: ‹‹Pour travailler j’ai besoin de retourner à Tarragone, un besoin physique,
comme maintenant, de boire une tasse de thé.›› [Hahn,
Otto. Interview Joan Miró. “Art Press”, 12 (junio-agosto 1974): 4.]
Y al año siguiente
(1975) cuenta: ‹‹(…) Mont-roig es para mí como una religión. / (…) la tierra de
Mont-roig. Cada vez la siento más, pero la siento desde que era niño.›› [Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 22.]
Su unión con el pueblo
será tan importante que en los años 30 y 40 se difundirá la idea de que nació allí,
y durante unos años él parece aceptar esta idea, hasta que por fin protesta en
1951 de que en las biografías se le dé por nacido en Mont-roig, aunque el daño
biográfico será ya difícil de corregir. Sebastià Gasch (1960) ha escrito que hoy
‹‹no se puede mencionar Mont-roig sin hablar de Joan Miró, porque Mont-roig se identifica
con Miró y Miró con Mont-roig›› [Gasch. Visita
a Mont-roig. “Destino” (16-IV-1960)].
Dupin (1961, 1993), al
describir el pueblo, que visitó con frecuencia, da forma a las palabras del propio artista, y
destaca la importancia que para él tuvieron su naturaleza y quietud:
‹‹Situado a veinte kilómetros
al sur de Tarragona, Mont‑roig está adosado a los primeros contrafuertes de la
montaña como para mejor dominar el llano que se extiende hasta el mar. Mont‑roig
y el interior de la región desempeñaron un papel esencial en la formación de la
personalidad de Miró y en el desarrollo de su obra. Sus padres adquirieron la casa
y la finca, la masía, en 1910. (...)
Mont‑roig (“monte
rojizo”), no muy lejos de Cornudella, debe su nombre al color de las fantásticas
escarpaduras de rocas que lo dominan. La acción del agua y el viento, del calor
y los hielos sobre esa piedra blanda y porosa, el asperón de color vinoso, han
producido alucinantes esculturas naturales que parecen directamente surgidas de
la imaginación de Gaudí (que había nacido en Reus, la población más cercana). En
lo más alto de los rocosos promontorios, La Roca, se alza la ermita de San Ramón,
adonde Miró nunca dejaba de llevar a sus invitados para mostrarles todo su terruño —el llano, el pueblo, el mar y la
montaña— en una sola mirada. Las calles estrechas y tortuosas, las escaleras y
bóvedas, las viejas casas apretadas unas contra otras, escalonándose hasta la torre
de la iglesia románica, poseen la belleza sencilla y vigorosa de los pueblos de
Tarragona. La aldea parece adosarse a la montaña para ver mejor el mar a través
de ese otro mar vegetal que es el llano, en el que dominan la vid, el olivo y los
almendros. Ese llano, que comienza al pie de la montaña, se ensancha, se abre y
se detiene en el mar a lo largo del filo de hoz de una playa de arena y guijarros.
La ausencia de todo pintoresquismo fácil permite que nos asalte más simplemente
la presencia soberana de la tierra. La multiplicidad de los cultivos y la profusión
de las esencias le prestan el aspecto de un vasto jardín lujurioso. Todo cuanto
la naturaleza mediterránea puede producir se ofrece con prodigalidad sin par. El
hombre, beneficiario del vigor de la tierra, es sensible a la acción de la oscura
energía que hace brotar y elevarse tan alto a los pinos, retorcerse a los olivos
centenarios, temblar a los delicados almendros, doblarse a las ramas de los naranjos
bajo el peso de sus frutos, esa energía que hace posible la inmensidad de los eucaliptos
y el esplendor de los algarrobos, que hincha y endurece los racimos, los granos
y las espigas. En medio de los cultivos, apartadas de la carretera, se alzan la
casa y la granja, el mas y la masía. Quedarían ocultos bajo la espesa frondosidad
de los plátanos y los eucaliptos que los rodean sin la torre rectangular que domina
todo el edificio. En nuestros paseos por los alrededores íbamos encontrando, alterados
por el tiempo, la mayor parte de los temas de los primeros cuadros de Miró, en
particular la célebre masia. Reconocíamos también, en las estancias habitadas,
buen número de los objetos y muebles que habíamos visto en los bodegones. Excepto
durante la guerra civil, Miró pasó durante toda su vida una parte del año en Mont‑roig.
Todas las fibras le unían a este lugar que representaba a sus ojos “la grandeza
y la sobriedad”. No cabe duda, su energía, su entusiasmo y su obstinación son los
de esta tierra. “Hay que pintar —decía— pisando la tierra, para que entre la fuerza por
los pies.” (Cela. La llamada de la
tierra. “Papeles de Son Armadans”, v. 7, nº 21 (1956): 227.)
Miró le debe a la tierra
propicia de Mont‑roig su imaginación telúrica, la potencia de su lirismo, la certidumbre
de sus visiones, así como la medida de sus audacias y la precisión de su delirio.
La tierra inspira, pero corrige; da el empuje y la energía del movimiento, pero
también imprime la dirección e impone la coherencia a los transportes que genera.
La exuberancia natural no es derroche, sino profusión ordenada, sometida a ciclos,
gobernada por ritmos. El campesino y el pintor lo saben, y saben someterse a ellos.
Miró se parecía a los hombres de su pueblo. Tenía sus mismos andares lentos, su
gusto por lo real, su prudencia y su terquedad. Pero su obra da testimonio, sobre
todo, de ese constante acuerdo del hombre con la tierra en el plano del instinto
creador. El ritmo de los cuadros, el desarrollo orgánico de las formas, la alternancia
de sus impulsos, están regidos por estrictas leyes naturales que no sólo no limitan
sus poderes, sino que además justifican todas las audacias y dan vida a un mundo
fantástico. De Mont-roig, del paisaje de Tarragona, de la herrería de Cornudella,
salieron el pie que golpea la tierra para extraer de ella fuerza e inspiración,
el ojo que ordena la abundancia de imágenes y está atento al funcionamiento de
los mecanismos delicados de su revelación, el ojo y el pie de Miró que constituirán
otras tantas figuras obsesivas de su lenguaje pictórico.›› [Dupin. Miró. 1993: 17.]
Gimferrer (1978)
explica la importancia del pueblo como parte del ser mironiano, representación
a escala menor de Cataluña y todo el mundo:
‹‹(...) Per a Miró, en
canvi, Mont-roig persisteix en el seu ésser, més encara, el reconquereix gràcies
a la mirada meticulosa i lúcida de l’artista, que en serva l’entitat i la consistència,
rescatades més enllà del temps i dels accidents de la percepció. Mont-roig, més
nítidament definit que mai —tant en l’escrupulosa matisació de l’època de La
masia com quan, més tard, es troba a la base de la iconografia solar o astral
mironiana—, és Miró, i és el nostre país, i és l’universal. Miró assumeix l’entorn —he esmentat Mont-roig; podria parlar
també dels altres paratges, des del anys de minyonia fins al moment actual— i l’incorpora per tal de fer-lo
exalçar a la regió totalitzadora del mite.›› [Gimferrer. Miró, colpir sense nafrar. 1978: 72.]
Giralt-Miracle
(1983) explica sobre el primer enorme choque emocional y la influencia posterior de Mont-roig
sobre el joven artista:
‹‹Aunque su vocación
artística es muy precoz, el gran choque emocional que desencadena en él una plástica
determinada se produce en Mont-roig del Camp, donde acude a casa de unos familiares
para recuperarse de una enfermedad y donde cristaliza definitivamente su vocación
en su doble dimensión, la local y la universal, la telúrica y la cósmica; los dos
polos de su inspiración enraizados definitivamente en el campo de Tarragona y
la isla de Mallorca donde ha vivido la otra mitad de su vida. El joven que procede
de Barcelona, de la atmósfera agobiante de una ciudad llena de despachos y talleres
y que reacciona contra todo lo acomodaticio, descubre un nuevo mundo de pequeñas
y grandes realidades que se plasmará entusiásticamente en su pintura hasta la
década de los treinta.
El impacto de Mont-roig
será tan fuerte que Sebastià Gasch ha escrito que "hoy no se puede mencionar Mont-roig
sin hablar de Joan Miró, porque Mont-roig se identifica con Miró y Miró con Mont-roig". Allí Miró descubre lo que él denomina
el amor por la tela, por la lenta comprensión de las cosas, por la riqueza de los
matices —concentrada— que ofrece la tierra y el sol. El júbilo de descubrir en un
paisaje una pequeña hierba o un gran árbol.›› [Giralt-Miracle, D. Símbolos de la catalanidad de Miró. Especial “La
Vanguardia” (17-IV-1983). Apunto empero que la influencia rural en Miró es muy
anterior, al menos en un decenio, a la fecha que apunta este autor y que hay
varios errores biográficos en sus comentarios. Pero ello no disminuye el
acierto general de su análisis.]
Como vemos, en la historiografía
hay coincidencia en evocar que este pueblo significó para Miró un poderoso contacto
vital con la naturaleza que recorrerá toda su obra artística.
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