PARTE
CUARTA. LOS AÑOS 1968-1983.
*Este texto es una versión actualizada para blog de un fragmento de mi tesis doctoral.
El periodo 1968-1983
lo he dividido en dos etapas, separadas por el fin del franquismo.
La primera,
1968-1975, todavía marcada por una dictadura agonizante, la dividimos en dos fases.
La primera fase (1968-1970) se caracteriza por un compromiso político más abierto
de Miró y el triunfo de su antológica en Cataluña. La segunda fase (1971-1975)
se define por la creciente politización y la antológica de 1974 en París que marca
su estilo final.
La segunda,
1976-1983, es la de la Transición en una democracia naciente, y está igualmente
dividida en dos fases. La primera fase (1976-1979) se corresponde con los años
finales de su creación, que son de una gran actividad pública y fecundidad artística,
y goza de un indiscutible prestigio nacional e internacional. La segunda fase
(1980-1983), al final de su vida, coincide con la culminación de la Transición
y se puede subdividir claramente en dos bienios. En el primero (1980-1981) Miró
asiste a un rápido declinar de sus fuerzas. Apenas trabaja, pero todavía puede
dibujar, controla las últimas obras monumentales y esboza algunas obras (parte
de las inconclusas de la col. FPJM). El segundo bienio (1982-1983) está marcado
por un rápido declinar público y artístico, muy profundo desde diciembre de
1981 debido al hundimiento de su salud, pues apenas traza unos esbozos; es el largo
final, hasta la agonía de sus últimos días.
Hay al principio un
capítulo general, dedicado al contexto histórico y la ideología de Miró, aunque
estos temas se habrían podido dividir claramente entre estas dos etapas tan marcadas
por la política.
4.0. LOS AÑOS FINALES.
EL CONTEXTO HISTÓRICO Y LA IDEOLOGÍA DE MIRÓ.
La situación
personal de Miró en 1968-1983: el carácter y la salud.
El estudio de Miró en
estos años se beneficia de la abundancia de información, aunque nos ofrece contradictorias
visiones del artista: viejo y vitalista, distante y abierto, frío y apasionado,
oculto y carismático... Una semblanza fiel puede parecer casi imposible ante el
choque de tantas fuentes. Se puede concluir que era como un camaleón que cambiaba
según las horas del día y sus interlocutores, o un actor que siempre lleva consigo
una máscara impenetrable que acaba por fundirse con el personaje. Factores decisivos
son los vaivenes de su salud, los retos de sus exposiciones, la estrecha relación
que disfruta con muchos jóvenes (en particular, sus nietos), y su feliz vida familiar,
en cuyo seno es la encarnación del perfecto bonhomme.
La descripción de su
físico y su carácter nos ha llegado en multitud de textos y fotos, entre las
que destacan en esta época las de su amigo Francesc Català-Roca.
Bill Brandt. Miró en su taller de Son Abrines (1968). [http://billbrandtarchive]
Baltasar Porcel le
describe en una de sus célebres entrevistas en la revista “Serra d’Or” (1966):
‹‹La figura. Joan Miró,
cuyos ojos son de un azul difuminado y frío, inexpresivo, mira con el rostro un
tanto crispado, como si escondiera un dolor lejano y latente. Sus cabellos son
blanco-grisáceos, ralos. El cutis, anaranjado, claro, con manchas oscuras, como
de campesino que trabaja bajo el sol. Su rostro y sus manos son cuadrados pero
redondeados en los ángulos. Miró es un hombre de baja estatura, pero robusto y
bien proporcionado.
A sus setenta y cuatro
años [tenía 73] se conserva todavía ágil. Camina erguido, ligeramente envarado.
Si descendéis tras él por una escalera, os parecerá ligeramente encorvado. Cuando
habla, las manos en los bolsillos y la cabeza erguida, un pie más adelantado
que el otro, tiene un aire entre juvenil y jactancioso, de campesino nuevamente,
orgulloso, como un payés joven que contempla en silencio el baile y bebe a pequeños
sorbos un vaso de vino. Habla con frases breves, a veces cautelosas, frecuentemente
con monosílabos, las terminaciones cortadas en seco. El acento es duro... Pero
cuando sonríe, una alegría pura, incontaminada e infantil se refleja en su rostro.
Y sus ojos parecen más azules. En el trato conserva una corrección extrema que
lo distancia de las demás personas. Excepto cuando habla de objetos que le gustan,
de la obra que está creando: entonces se entusiasma, gesticula.››
Porcel en 1969
resume lo que le explicó Llorens Artigas: ‹‹nos avisa de su faceta más oculta:
“Miró es muy tozudo. Cuando quiere llegar a un sitio, no hay quien le haga desistir.
Él no ve otra cosa. En casa a veces discutimos. Si está en un error intento
disuadirlo con mis mejores medios. “Ves eso, Joan, pues es así, o asá”. Él parece
convencido. Nos vamos a dormir. A la mañana siguiente se me acerca: “Verás, Pepito...”.
Y vuelta a empezar. Yo me agoto y le doy la partida por ganada. ¿Qué vas a hacerle?”
a continuación Artigas destaca como lo más importante, en contraste con Dalí,
de la personalidad de Miró: “Su habilidad y su autenticidad. Dalí no es auténtico.
Dalí tiene un espíritu crítico muy fuerte. Sabe cogerle al de al lado lo que interesa
cogerle. Miró es auténtico.” Pero no rehúye un leve matiz crítico, como de envidia
(no olvidemos que en los años 20 llegaron a estar enemistados): “además, es muy
hábil para estar de moda. Sabe cómo hacerlo”.›› [Picó, Manuel. Declaraciones de Baltasar Porcel.
“Última Hora” (18-II-1969). Porcel resume aquí las declaraciones de Artigas]
Fernández-Braso
(1983) intenta una breve prosopografía muy similar una docena de años después,
hacia 1978, cuando Miró tenía 85 años:
‹‹Cuando Joan Miró sonreía,
su cara se iluminaba, se perdía la noción de su edad, los ojos se le poblaban
de una alegría infantil. No ha jugado el pintor a la apariencia de artista: le
bastaba con serlo. Vestía como lo que era, un payés pudiente. Su pelo era de
una blancura apenas sombreada de gris, y su piel clara, con manchas oscuras,
como si le quedaran huellas de soles antiguos. Sus manos cobraban una sorprendente
vivacidad cuando conversaba de un tema propio, de algo que le apasionaba o le
dolía. Hablaba con frases breves, como cortadas a ras en sus finales, pero siempre
vivaces por su tono de sorpresa o de fuerza convincente.›› [Fernández-Braso, M.
El abuelo payés. “El País” (31-XII-1983).]
Su carácter apenas varió
estos años. Joan Prats, el amigo que tal vez más le conoció, nos hace una esencial
etopeya a fines de los años 60, apuntando parte de sus costumbres, gustos e intereses,
y enfatizando su elegancia:
‹‹Miró es un hombre ordenado,
irreprochable, con una apariencia exterior completamente normal. Siempre le ha
gustado vestir bien, y lo hace en casa de un sastre de Reus, Queralt, quien le
profesa una delicada fidelidad. Siempre he admirado su buen gusto en los sombreros;
por cierto, recuerdo una anécdota sobre estas características, que tuvo lugar en
ocasión de la boda de André Masson, en París. Asistió con su esposa, y tan impecablemente
vestidos los dos, que por poco los vuelven a casar confundiéndolos con los novios.
Es un hombre de infinita bondad e inusitada generosidad. Siempre le han gustado
los deportes e, incluso, ha boxeado en alguna ocasión. Le gusta el cine y el circo
le apasiona. Ama la lectura, le entusiasma la música, en especial las últimas tendencias
de la música moderna. Escribe poesías, toda esa poesía que se refleja en sus cuadros.
Sus modales son siempre perfectos, inalterables. Contesta a todas las cartas y escribe
con una caligrafía limpia y rotunda. Asimismo, trabaja con un método impecable:
en su estudio cada cosa está en su lugar y es, en cualquier clase de trabajo,
tremendamente ordenado. Pinta diversas telas simultáneamente: cuando trabaja en
una de ellas, vuelve las demás, cara a la pared. Pero su creación es siempre
múltiple y con una especie de pasión reflexiva e intensa. Es muy sensible al
paisaje, pero todavía más respecto a los elementos naturales en los que inmediatamente
ve una calidad y una significación.›› [Melià. Joan Miró, vida y testimonio.
1975: 83-84].
Sobre su gusto por ir
bien vestido puedo añadir, según me refirieron las fuentes familiares, que incluso
en sus últimos años, cuando ya estaba fatalmente enfermo, rehusaba las zapatillas
para andar por casa —lo juzgaba poco elegante— porque deseaba ir siempre impecablemente
vestido. Era una actitud estética ante la vida, que hundía sus raíces en la bohemia
catalana de los primeros años del siglo, siempre tan atildada.
Para su hija Maria
Dolors Miró (2001) el principal de sus caprichos era la elegancia en el vestir.
[Miró, M. D. Declaraciones. cit. Roglan. Fundació Joan Miró. 25 anys.
2001: 167.]
Era como un arte,
que nos ayuda a entender su aprecio por las obras textiles. Su sastre favorito era
Lluís Queralt, el afamado propietario de una sastrería de Reus con varias generaciones
de antigüedad, entre cuyos clientes estaban otros artistas, como los escultores
Rebull y Fenosa. Queralt destaca sus méritos personales y su elegancia innata:
‹‹De Joan Miró, encantador
com a persona, és digne de remarcar, des de la meva òptica, la importància que
donava al vestir. Era un home ordenat, extraordinàriament polit. Per a escollir
un teixit s’hi mirava moltíssim, ho meditava a consciència, tot i que quan entrava
a casa ja duia les seves idees concretes, les quals portava consignades en unes
notes on tenia espeficades el com i de quina manera havien de ser els encàrrecs
que venia a fer-me.
Loava molt el nostre art,
tot i que ell sabia vestir-se i sabia el que volia. Estava satisfet d’un comentari del “New York
Tribune”, del qual em va portar el retall, on elogiaven la seva manera de vestir,
tan clàssica, deien, i no gens rutinària: d’una gran distinció. Però, en definitiva,
Miró tenia aquella subtil elegància personal que ni els millors sastres no saben
injectar sinó és un do consubstancial del client. Oblidant-me del seu renom
universal, fins on això és possible, el cert és que em dol vivament haber perdut
el seu tracte i la seva relació, perquè Joan Miró era un home d’un relleu humà elevadíssim,
una personalitat excepcional tan capaç d’amirar-te amb la vastitud dels seus coneixement
com de sorprendre’t pel fet que sabia, en qualsevol moment l’amplada exacta, el
milAlímetre, que havia de tenir una
solapa segons els darrers cànons de la moda.
Ultra el retall esmentat
del “New York Tribune”, em va dur molts altres retalls de periòdics de diferents
països (fins a poder-ne fer una breu però, per a mi, preuadíssima colAlecció) en la qual els periodistes feien esment
de la seva forma de vestir. Ell deia sempre que es vestia a Reus.›› [Queralt,
Lluís. Els retrats de Ramon Casas vistos per un sastre. “Avui”
(26-IV-1985).]
Permanyer (1993) recuerda
sobre todo la puntualidad y el orden de su agenda diaria, un preciado instrumento
de trabajo e información, y menciona su disciplina física y su sencillez,
aunque podía parecer excesivamente riguroso:
‹‹El orden presidía
su vida: en la agenda minuciosamente llevada personalmente al día y, lo que es
más, cumplida hasta los detalles más nimios; en el taller, con pinceles siempre
limpios y alineados como si de un instrumental de quirófano se tratara; en horarios
espartanamente seguidos.
Así las cosas, no era
de extrañar que no le importara ser esclavo de la puntualidad. Llegaba a las citas
un minuto antes de la hora, ni más ni menos; y al convocado no le otorgaba más
que un margen de unos mal contados cinco minutos, después de los cuales desaparecía
(...). Tampoco era de extrañar, pues, que procurara imponer orden físico en su
cuerpo. Tenía el prurito de mantenerse en forma; no fumaba ni bebía, no cafeteaba
ni trasnochaba, y en tiempos castigaba el músculo, ya en el gimnasio (...), ya en
la playa de Mont-roig. Era sencillo hasta extremos que sorprendían incluso a los
amigos; se aplicaba a ser bondadoso con cuantos distinguía con el aprecio y el amor.
No era, en cambio, condescendiente con cuantos merecían pasar inadvertidos, olvidados
o despreciados, para quienes reservaba un rigor inflexible. La austeridad que
se dedicaba con exigencia, a veces la hacía extensiva a los demás, quizá sin percatarse.››
[Permanyer. Joan Miró. “La Vanguardia”
Magazine (3-I-1993): 19.]
Jean Cassou, otro gran
amigo suyo, pregona el silencio como su característica principal, incluso más
que la disciplina y la austeridad. [Cassou. Declaraciones. Documental de Chamorro. Miró. 1978.
nº 53.]
Lo corrobora Joan Barbarà
(1993), uno de sus últimos ayudantes, que estuvo en Palma para trabajar en la Suite
Gaudí, y le define como ‹‹un hombre muy reservado, ordenado y que se concentraba
extraordinariamente en su trabajo››. Incluso en esta última etapa vital ‹‹solía
decir que había que estar en forma. Cuidaba mucho la dieta y daba largos paseos.››
[Barbarà, Joan. Declaraciones. “Tribuna de actualidad” 285 (17-V-1993).
Número especial sobre Miró.]
Otro buen testigo, Pere
Serra (1998), resume que ‹‹en los últimos años de su vida le visitaba todos los
sábados por la tarde para charlar, era un hombre tímido, cordial, de una gran naturalidad
y profundamente enamorado de su mujer.›› [Redacción. Entrevista a Pere Serra.
“El Periódico del arte”,
17 (XII-1998) 5.]
Miró había aprendido
a aceptar la vida tal como viene, la belleza de la sencillez tanto como la amargura
que esconde y al respecto el escritor Juan Cruz cuenta una anécdota:
‹‹Otro día le preguntamos
en el mismo sitio lo mismo [en un restaurante de Tenerife, en una serie de comidas
con intelectuales (Neruda asistió antes) y artistas; la pregunta era ¿qué es la
vida?] a Joan Miró y nos explicó su teoría de la cebolla: su simetría interna
no tiene igual en la naturaleza. Cuando le pedimos que explicara más, se hizo con
una cebolla en el restaurante y la partió en dos: “Así es la vida, perfecta. Y
cuando la cortas, te hace llorar”.››[ Cruz, Juan. A la vida. “El País”
(6-I-2000) 64. Probablemente el acto fue en 1974, cuando se instaló en Tenerife
una escultura callejera de Miró, La mujer botella.]
Su salud sufrió un rosario
de altibajos, afectada por sus problemas de circulación sanguínea y su proverbial
(y casi secreto) vicio de fumar, que habían sido una constante preocupación para
su esposa y sus médicos desde los primeros años 60, y declinó inevitablemente
durante sus últimos años. Siempre había sido de complexión baja pero robusta,
pero perdía irreversiblemente su fuerza muscular, lo que afectó a su obra, aunque al principio vivió un desbordamiento
de su vitalidad creativa gracias al impulso optimista de las exposiciones homenaje
de 1968-1969.
Hacia 1968, pese a sus
75 años, parecía disfrutar de un vigor físico que aplicaba generosamente a su obra.
Como Pollock, pintaba en las posturas más inverosímiles; se agachaba, se retorcía,
se subía a alturas que un anciano juzgaría temibles; estaba horas y horas inclinado
sobre los papeles... Y tras sus interminables sesiones de trabajo, por la tarde
se atildaba y luego paseaba, como en años anteriores, cuando comenzaba a caer el
sol tras las montañas de Na Burguesa, por el barrio de la Bonanova y por la zona
de Génova (todavía no se había construido la autopista que la separaría de la
ciudad), para hacer ejercicio corporal, recibir nuevas sensaciones que incorporar
en su obra, y comprar tabaco.
Perucho (1966) le describe
en esas largas caminatas, provisto de un bastón, siempre vestido con sencillez,
pero con su inalterable y elegante pulcritud:
‹‹Tanto si se halla en
Mont-roig como en Palma, a Miró le gusta sentarse en la paz de la tarde y contemplar
el ir y venir de los pequeños insectos, oír el rumor cristalino del agua en las
acequias, el ruido de un carro en la lejanía, cuando regresa de las labores del
campo. A veces, se levanta y escoge un sendero bordeado de maleza y, entonces,
Miró examina la hierba, las hojas caídas de los árboles, el paso de una oruga
moteada de negro. Hay también las mariposas, el vuelo rasante de los pájaros,
la corteza herida de un gigantesco eucaliptus. Entorna los ojos y examina atentamente
las calidades de una piedra cubierta de musgo o de un pedazo de ladrillo abandonado
a la acción del viento y la lluvia. Luego regresa despaciosamente a los huertos
y, como que se ha levantado un poco el fresco del atardecer, se cubre con un
tibio jersey de lana que ahora le da su esposa. Al filo del crepúsculo todavía
le es dable reseguir el contorno de las calabazas y de los pepinos, la roja turgencia
de los tomates, el verdor oscuro de las berzas y de las acelgas. El aire deviene
en este instante puro y diáfano. Muy pronto crecerán misteriosamente los nocturnos
rumores de los campos, las vibraciones de las cosas y, de un momento a otro, surgirá
la machacona voz del grillo mientras en lo alto lucen, como puntas de diamante,
las primeras estrellas.›› [Perucho, J. La fidelidad de Joan Miró. Serie
sobre Cataluña y sus hombres. “La Vanguardia” (20-XI-1966) 15. FPJM
H-3435.]
Como atestigua Serra
en sus visitas, en estos años seguía cuidando su jardín, como un hortelano, pues
había asumido en su jardín de Palma y en el campo de su querido Mont-roig el ritmo
biológico de la tierra, trasmitido al hombre en su eros.
Seguía firme en su apego
a Mont-roig. Al respecto, el alcalde de Mont-roig recordaba que Miró acudía a
misa los domingos, paseaba por las calles del pueblo, visitaba a sus parientes y
amigos y pasaba largas horas hablando con ellos. Bajaba muchas veces a la playa
y también entraba en las fincas para hablar con los payeses. [Redacción. Declaraciones de Francisco Aguiló Ferré, alcalde
de Mont-roig. “Última Hora” (29-IV-1983).]. En 1973 Miró escribió un guión
de siete páginas sobre la masía y sus alrededores, que dividió en tres partes: Interior,
Exterior y Paisaje. Lo redactó para el cineasta Pere Portabella, que lo desarrolló
en los años 90 para hacer un cortometraje de 20 minutos y lo publicó en la revista
“Cave canis”, nº 2 (III-1996).
El Miró-artista
bebía del Miró-naturaleza, tal como le había declarado a Taillandier en 1958. Decía
entonces de su amor por su jardín y de su estrecho paralelismo con su obra:
‹‹Considero mi taller
como un huerto. En él hay alcachofas. Aquí patatas. Es necesario podar las hojas
para que los frutos se desarrollen. En un momento dado resulta preciso cortar.
Trabajo como un hortelano o como un vinatero. Las cosas vienen lentamente. Mi vocabulario
de formas, por ejemplo, no lo he descubierto de una vez. Se formó casi a pesar
mío (...) Las cosas siguen su curso natural. Crecen, maduran. Es preciso injertar.
Hay que regar, como con la ensalada. Así maduran en mi espíritu. Por eso trabajo
siempre en muchísimas cosas a la vez. E incluso en dominios diferentes: pintura,
grabado, litografía, escultura, cerámica.›› [Taillandier. Entrevista a Miró. Miró: Je travaille
comme un jardinier... Propos recuillis par Yvon Taillandier. “XX Siècle”,
v. 1, nº 1 (15-II-1959) 4-6, 15. Reprod. Rowell. Joan Miró. Selected Writings and Interviews.
1986: 250. / Rowell. Joan Miró. Écrits et entretiens.
1995: 271-272. / Rowell. Joan Miró. Escritos y conversaciones. 2002:
338.]
Pero sólo su optimismo
le permitía mantener este intenso ritmo vital —hay casos excepcionales de vejez
activa: Goethe escribió Fausto con 80 años y a esa misma o mayor edad
todavía realizaban grandes obras Miguel Ángel, Haydn, Goya, Humboldt, Jünger
(ya centenario todavía escribía ensayos), Picasso, Saramago…—, pero necesitaba
largos periodos de descanso. Tras cada viaje su cuñado y médico de cabecera
Lluís Juncosa le prescribía varios días de reposo.
Su mujer comentaba los
excesos de su marido en 1975: ‹‹Ha sido un año muy duro, pero él no quiere dejar
el trabajo. Sólo piensa en eso. Ahora han montado en Son Abrines un estudio de
grabado y es preciso forzarle para que lo deje, para que coma, descanse o atienda
a sus amistades. No tiene en cuenta el desfase entre sus deseos de hacer y la
edad que lleva encima. No, sólo su trabajo.›› [Juncosa, Pilar. Declaraciones.
“Diario de Mallorca” (4-II-1975).] aunque le cuenta al pintor Jean Bazaine que
su marido, pese a su enorme esfuerzo, ‹‹felizmente duerme bien.›› [Bazaine, Jean.
La tierra de Miró. Especial Miró a los 85. “Daily Bulletin”
(XII-1978) 22.]
Él, por su parte,
explica en 1974 que duerme profundamente, sin soñar, aunque sí se deja llevar por
las ensoñaciones durante el día: ‹‹Écoute, moi je ne rêve jamais, je dors comme
une taupe. Mais quand je suis
réveillé, je rêve toujours, mais pas en dormant. En dormant, je dors.›› [Miró, Joan. Miró parle. Declaraciones a Carles
Santos y Pere Portabella en 1974, para film Miró un portrait. 2003: 22.]
Lluís Juncosa (1993)
informa que se cuidaba mucho: no fumaba, sólo bebía vino y de forma moderada,
le gustaban las comidas sanas e hizo gimnasia a diario hasta pasados los 80 años.
[Juncosa, L. Declaraciones. “Panorama” (26-IV-1993).]
Pero lo cierto es
que padecía de una gran variabilidad en sus estados de ánimo, fumaba demasiado
(y lo ocultaba a su médico) y comía demasiado, tanto para rendir en sus largas
jornadas de trabajo como para calmar sus nervios. Como a casi todos los hiperactivos,
desde niño le atraían los dulces, como recuerda su hija Maria Dolors Miró
(1988): ‹‹Golosinas. Golosinas y pastelería, pero tenía que llevar cuidado, puesto
que tenía tendencia a poner peso›› [Miró, M. D. Declaraciones. “Última Hora”
(7-VIII-1988).] e insiste (2001) en que era uno de sus pocos caprichos. [Miró,
M. D. Declaraciones. cit. Roglan. Fundació Joan Miró. 25 anys.
2001: 167.]
Era un esmerado gourmet:
se conocía muchos de los mejores restaurantes de Mallorca, Barcelona, Tarragona
y París, y la gastronomía tenía pocos secretos para él. Para moderarse, se controlaba
el peso cada día, anotando el resultado en sus diarios justo al lado de los apuntes
creativos. El nieto Joan Punyet le contó a Manresa que, hacia los primeros años
70 ‹‹Al ir a Barcelona, los Miró invitaban a comer en el agut d’Avinyó a los dos
nietos mayores [David y Emilio] (…), con sus amistades y compañeros de piso José
Rul·lan, Guiem Soler y Paula Massot. Doña Pilar calibraba las raciones de solomillo,
habitas y fricandó que tomaba el genio, longevo y activo por frugal, austero y
gimnasta. A veces David y Emilio eran cómplices del abuelo y le aportaban a escondidas
un plus al plato.›› [Manresa, Andreu. La huella de la “cega”. “El País” Cataluña (24-II-2008) 10.]
Pero sufría graves recaídas
en su salud, con recurrentes crisis ciclotímicas, tan comunes entre los grandes
genios creadores.
Al respecto, el
psiquiatra y antropológo francés Philippe Brenot, en El genio y la locura
(Ediciones B. Madrid. 2000. 250 pp.) explica la estrecha relación entre la creación
y la demencia. Estudia cómo grandes creadores (Sócrates, Petrarca, Goethe, Víctor
Hugo, Baudelaire, Proust, Virginia Woolf, Sartre...) han vivido en el filo de
navaja de la locura y otros (Van Gogh, Nietzsche...) la han cruzado. Considera
que el talante maniaco-depresivo (estados alternativos de alegría y tristeza), en
toda su gama de intensidades, es el más presente entre los creadores. Ya se preguntaba
Aristóteles: ‹‹¿Por qué razón todos aquellos que han sido hombres excepcionales,
en lo que respecta a la filosofía, la ciencia del Estado, la poesía o las artes,
son manifiestamente melancólicos?›› (Problemas:
XXX). Y Rudolf y Margot Wittkower en Bajo
el signo de Saturno (1963) repasan la larga lista de artistas deprimidos, locos,
melancólicos…
En 1970 vuelve la
crisis debido a la artritis y una terrible depresión, aliviada algo a finales
de año, pero que recidiva durante casi todo el año 1971, en el que sólo realiza
cuatro pinturas. Está ensimismado, apagado e inactivo, se siente atrapado y yermo
ante el lienzo en blanco. Afortunadamente, siempre vuelven a motivar los grandes
retos artísticos y como había ocurrido durante la preparación de las grandes antológicas
de 1968, le reanima la de 1974 en París, por lo que en 1973-1974 retornan algunos
momentos de euforia creativa.
Su nieto Emili Fernández
Miró (2006) resume su ánimo ciclotímico en sus peores épocas, de dos de las cuales
fue testigo directo, una a principios y otra a finales de los años 70: ‹‹Durant
els estats anímics més crítics de l’artista, en les diverses èpoques de la seva
vida, com ja havia passat a començament dels anys setenta, Miró va tenir alteracions
que arribaren a preocupar la seva esposa Pilar, i que ella definia dient: “El
Joan està una mica deprimit.” En aquella època, els estats emocionals no eren tan
comprensibles ni atractables” com avui. La veritat és que la constant en la seva
vida va ser la revolta enfront de tot i d’ell mateix.›› y más abajo añade que
sus estados de ánimo eran fluctuantes: ‹‹En un home artista tan místic com Miró,
també hi aflorava amb certa intermitència la malaltia. L’abaltiment no podia allargar-se
gaire i aquests anys Miró cohabitava amb una crisi encoberta que l’obligava a
una incursió rere una altra en la transgressió.›› [Fernández Miró, E. Joan Miró: una violència elegant. <Joan Miró 1956-1983. Sentiment, emoció, gest>.
Barcelona. FJM (2006- 2007): citas en 21 y 22.]
Su salud física se
debilita sobre todo desde el otoño de 1974, coincidiendo con el fin del ilusionante
reto de la antológica de París: ‹‹Antes me bañaba todo el año, en invierno y en
verano. Ahora me aconsejan que no lo haga, tengo un poco de miedo. Y también caminaba
mucho, solo, por las montañas. Aquí y en Montroig››. [Raillard. Conversaciones
con Miró. 1993 (1977): 69.]
Como resultado de
sus achaques, espaciará sus paseos y hacia 1975 apenas sale ni cuida el huerto,
porque aunque todavía tiene fuerzas se agota demasiado y su energía la reserva
para el arte. Está castigado por los años, pero con la cabeza aún llena de proyectos.
Justamente entonces
se relaciona más con los jóvenes artistas e intelectuales mallorquines que sus
nietos le traen a casa, con los que se muestra más radical de lo que era en
otra compañía, y así Miró presuntamente le dijo en una conversación a
Miquel Barceló y Biel Mesquida:
‹‹En Mallorca todos hablan castellano. Porque son tontos. Son lerdos,
aquí. Han perdido el sentido de la civilización mallorquina. Por eso nada levanta
cabeza, en este país. (…) es porque la gente es muy servil. Es el caso particular
de Mallorca. En Barcelona, como sabéis, la gente habla catalán. Por eso no veo
a nadie aquí. Me da asco. Mis sobrinos hablan castellano, ya no los veo, pfff…!
En esto soy categórico, muy absoluto. Los escritores, sí, hablan mallorquín, pero
es un mundo aparte. A los de aquí les digo: Estáis perdiendo la dignidad, y es
porque estáis perdiendo la dignidad que están haciendo todas esas estupideces,
todos esos hoteles espantosos, todas esas poblaciones, todos esos apartamentos
que se han cargado el paisaje. Es horroroso lo que ha pasado.›› [Mesquida, Biel.
Mirós Barcelós. Altes tensions de la pintura
I, Joan Miró al peu de la imatge. *<Mirós Barcelós>. Barcelona. Galería Mayoral
(19 octubre 2010-7 enero 2011): 18 en catalán, 128 en castellano. Es probable
que sea una cita reelaborada por Mesquida.]
La decadencia física
y mental de Miró continuará año tras año, plasmándose en la decreciente producción
de sus pinturas, grabados, correspondencia...
En septiembre de
1978 sufre una grave caída y parece recuperarse poco a poco durante el año siguiente,
pero justo entonces, en noviembre de 1979, sufre un ataque al corazón, que se mantiene
en secreto para el público (se comunica sólo un acusado cansancio físico), que
le obliga durante dos años a un reposo casi completo: deja de bajar a su estudio
y dibujará en una pequeña habitación situada cerca de su dormitorio, e incluso abandonará
la idea de un último y octavo viaje a EE UU.
El peor golpe llega
la noche del 22-23 de diciembre de 1981, cuando sufre una trombosis, derivada
de inmediato durante el 23 en una apoplejía que pone punto final a su capacidad
creativa.
Sólo le quedará esperar
a la muerte durante dos largos años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario