Entre
la realidad y la abstracción.
Miró pintando en Nueva York en 1947, cuando
tomó contacto con el expresionismo abstracto.
Miró representa dentro del arte del siglo XX un
excelente ejemplo del conflicto artístico entre realidad y concepto (en sí
mismo con vocación abstracta), justo cuando penetraba entre este ancestral
dualismo un convidado destinado a apoderarse del reino: la abstracción. La
evolución de Miró a lo largo de toda su vida será un permanente diálogo crítico
entre esta triada constituida a su vera en París. El cubismo de Picasso y
Braque era tan hermético que lindaba con la abstracción y lo mismo le ocurre al
surrealismo abstracto de Miró.
Las pinturas oníricas de fondo monocromo (sea
azul, blanco o gris) de 1925-1927 son sus primeras obras en poder llevar el
distintivo de abstractas, las que permitirán a buena parte de la crítica
adscribir a Miró, junto a Masson, a la tendencia del surrealismo abstracto.
Miró le cuenta a Soby: ‹‹Hacia 1925 pinté una serie de pinturas abstractas y
creo que este tipo de pintura encuentra su ámbito más adecuado en la pintura
mural: la abstracción es una postura extrema que no se puede mantener porque no
existe progreso posible.››[1] El pintor catalán pronto abjuró de estas pinturas, y se
mantuvo perseverante en sus juicios de rechazo a la abstracción, en gran parte
por la opinión peyorativa que Gasch, Prats y otros de sus amigos sentían hacia
ella.
En 1936 rechazará en los términos más
despectivos que su obra sea abstracta:
‹‹Avez‑vous jamais entendu parler d’une sottise plus
considérable que l’ “abstraction‑abstraction”? Et
ils m’invitent dans leur maison déserte, comme si les signes que je transcris
sur une toile, du moment qu’ils correspondent à une représentation concrète de
mon esprit, ne possédaient pas une profonde réalité, ne faisaient pas partie du
réel! J’attache d’ailleurs, vous le voyez, a la matière de mes oeuvres, une
importance de plus en plus grande. Une matière riche et vigoureuse me paraît
nécessaire pour donner au spectateur ce coup en plein visage qui doit
l’atteindre avant que la réflexion n’intervienne. Ainsi la poésie,
plastiquement exprimée, parle‑t‑elle son propre langage.
Dans ces
conditions, je ne peux comprendre —et tiens pour une insulte— qu’on me range
dans la catégorie des peintres “abstraits”.››[2]Y mucho después declara (1968) que no se siente pintor
abstracto: ‹‹Yo nunca he sido abstracto. Siempre que se parte de una realidad y
se plasma en una realidad es que tiene fuerza de irradiación y vida propia; si
no, es una cosa muerta y, por lo tanto, cosa abstracta, fría y negativa.››[3]
Esto es, después de una breve incursión, que se
repetirá varias veces en años posteriores, Miró vuelve a sus raíces realistas,
cada vez más convencido de que su propio camino está en la realidad. Es en los
años 1922-1924 cuando asienta de un modo casi definitivo su concepción acerca
del problema del realismo y la abstracción. Explica en una carta de 1923 sus
primeros tímidos pasos hacia la abstracción: ‹‹He aconseguit ja desfer-me en
absolut del natural i els paisatges no tenen res a veure amb la realitat
exterior. (...)››.[4]
En el verano de 1924 le escribe a Leiris sobre
su deseo de alcanzar una pintura despojada, desnuda de todo lo accesorio,
concentrada en un minimum de símbolos (y el color es uno
especialmente importante) y signos:
‹‹Me aparto de toda convención pictórica (...)
Al comparar telas simplemente dibujadas —a lo más, con un ligero
colorido— con otras pintadas he notado que éstas llegaban menos
directamente al espíritu (...) Insisto en el carácter mucho más hondamente
conmovedor de mis telas que sólo están dibujadas y nada más llevan algunos puntitos
de colores, un arco iris. Nos conmueven en el sentido más elevado de la palabra
(...) Concibo mis últimas telas como un rayo, un flechazo de amor desprendido
por completo del mundo exterior.››[5]
Miró asienta su poética acerca de la realidad.
¿Cuál es el concepto de la realidad en Miró, si su obra no es exactamente
mimética ni abstracta? Al respecto, tomemos un análisis de Subirats sobre la
vanguardia en general y su programa estético de superación y negación de la
mímesis, en el que distingue la vanguardia (cubismo, expresionismo,
constructivismo, suprematismo, neoplasticismo, futurismo...) del arte abstracto
en cuanto que la vanguardia entiende la mímesis como simulacro, mientras que el
arte abstracto la entiende como copia o réplica de la realidad. Por ello, ‹‹En
lugar de la experiencia mimética de lo real, las vanguardias proclamaron lo
real como producción estética.›› Ahora podemos entender el sentido profundo de
la inspiración de Miró en la realidad: busca la sensación inspiradora en el
mundo de lo real pero sólo para trascenderlo, encontrar su naturaleza más
oculta, permanente (incontingente) y universal. Miró desarrolla un nuevo mundo
imaginario, dotándole de naturaleza real en su arte. Como continúa diciendo
Subirats: ‹‹el arte [en las vanguardias] es elevado a la dignidad
teológico-escatológica de potencia creadora, y a la altura metafísico-política
de principio constitutivo de la nueva realidad del mundo››.[6] Pero si en la mayoría de las vanguardias esto se hizo
mediante la búsqueda de la pureza de las formas (desde el cubismo hasta el
neoplasticismo) o la abstracción pura, en cambio el surrealismo (que Subirats
no califica en momento alguno como vanguardista y que en Miró en esta fase es
más bien presurrealismo) se focaliza en el interior del hombre. Si la
vanguardia busca la razón y el orden, el surrealismo (un movimiento moderno)
busca la sinrazón y el desorden sin ánimo alguno de reinstaurar el orden. Y,
sin embargo, este desorden es esencial a la pacificación, a la felicidad del
individuo. En este sentido, el surrealismo podría interpretarse
contradictoriamente a la vez como un neo-humanismo, como un anti-humanismo, tan
clásico como el propio cubismo, con una estética antitética y complementaria de
este. El surrealismo se ligaría más a la visión vitalista de Rousseau que a la
racionalista de Diderot y otros autores de la Ilustración.
Por todo esto, la contrariedad de Miró, cuando
decían que su obra era abstracta, es la misma que la de otros contemporáneos
que son afines a las ideas del surrealismo hacia 1925. Cuando Picasso escuchó
la crítica de que en Las señoritas de Aviñón había eliminado
la realidad, le respondió a Zervos que: ‹‹Todos los elementos de la realidad
habían sido escrupulosamente conservados en su trasposición a los cuadros.››[7] Christian Zervos escribe en 1935: ‹‹No hay arte abstracto.
Siempre hay que comenzar por algo. Luego se puede suprimir
toda apariencia de realidad. En ello ya no hay peligro, pues la idea del objeto
ha dejado una impronta imborrable... No se puede contrariar a la naturaleza. Es
más fuerte que el más fuerte de los hombres.››[8]
Pero la abstracción es un concepto que podemos
emplear para referirnos a gran parte de su obra pese al rechazo del propio Miró
y a que muchos autores (Bonet, Bozal, De Diego) jamás lo admitirían. Pese a él
mismo, sí cabe hablar de abstracción en una obra en que lo que importa no es el
significado sino la resolución de los elementos plásticos, en la que Miró
demanda del espectador que se desinterese de la representación —de lo
representado y se apasione por la emoción instintiva—. Para el artista la
auténtica pintura se independiza de la representación y, como ejemplo de esta
fractura íntimamente estética, nos confiesa que gira, voltea, juega con la
disposición horizontal, vertical o invertida del cuadro, con total impunidad,
como si fuera un juego de provocación.[9]
Su amigo Llorens Artigas llegará a decir que un
buen cuadro se reconoce porque es igualmente bueno si lo miramos invertido[10]y para el caso tenemos varios ejemplos de cómo los esbozos
de Miró acaban en obras invertidas, en los que el cielo inicial acaba como
suelo porque lo que quiere es expresar una emoción y la naturaleza es sólo un
inicio inspirador.
Herbert Read.
Esta voluntaria ambigüedad entre realidad y
abstracción, este juego de construcción y deconstrucción, es la explicación
profunda de que Miró deje al criterio del espectador la identificación de las
figuras de sus obras. Cualquier interpretación personal es válida en un mundo
absurdo. Así, el artista procederá a recrear con entera libertad el mundo, con
un punto inquietante de acidez. Esto lo ha percibido la crítica. Por ejemplo,
Herbert Read, comparándolo con Tàpies (un artista mucho más cercano a la
realidad “natural”, a la que no deforma) nos advierte que ‹‹El “personaje” de
Miró es una deformación bella pero grotesca del hecho natural.››[11] Respecto a la ambigüedad en la identificación de las
figuras de Miró escribe Mitchell: ‹‹Incluso cuando la obra de arte ya ha sido
terminada, la interpretación del espectador no es menos válida que la suya
propia, e incluso puede llegar a ser más penetrante, más profunda, más
reveladora de la verdad subyacente.››[12]
Miró no ponía límites a su imaginación, como
recoge Baron en L’an I du Surréalisme:
‹‹Un día que estaba yo con Paul Éluard y otros
amigos en el taller que tenía Miró en la calle Blomet, al lado del de André
Masson, el pintor hacía desfilar sobre su caballete, sin comentarios y con
mucha ceremonia, sus cuadros recién terminados. En uno de ellos podía
distinguirse, por encima de su horizonte lineal, una forma parda rodeada de una
especie de pelos negros que planeaba sobre lo que podría ser el cielo... Pero,
¿quién podría describir un cuadro de Miró? Misterio... Todavía me parece
escuchar a Éluard que dice, rompiendo el silencio:
-¡Bonita patata!
-No —dijo Miró, con voz dulce—. Es el
sol.››[13]
Mitchell llamará “revolución camello-ballena”
—en referencia a Hamlet, que se mofa de Polonio acerca de las fluctuantes
interpretaciones de la mismas forma nubosa poniendo como ejemplos un camello,
una comadreja y una ballena— a este fenómeno moderno de consagración de la
libertad interpretativa del espectador (activo, implicado, participante por
fin) ante la obra de arte y considerará que el surrealismo es el movimiento
artístico que mejor se le aviene, aunque se había consolidado con el cubismo y
el arte abstracto y tenga unos orígenes incluso más lejanos.[14] Un buen ejemplo para Mitchell es una escultura de Miró, la
tardía El pájaro lunar (1966), de la que destaca su carácter
entre figurativo y abstracto, que permite numerosas interpretaciones.[15]
Miró se debate siempre entre dos pulsiones
estéticas: el realismo que le permite llegar a la gente, ser comprensible para
el profano; la abstracción que le hermana con la vanguardia más rupturista con
las tradiciones artísticas. Este conflicto estético, irresoluble por demás, le
limita ciertamente pero a la vez le estimula para llegar a las fronteras de un
estilo personal, el comúnmente llamado “lenguaje mironiano”, el que va
madurando en los años 20 hasta encontrar su punto ya definidor hacia 1937. Miró
declara sobre la lucha que se desarrolla en su obra de 1929 entre la
descripción realista y la abstracción: ‹‹Par contre mes “portraits imaginaires”
sont représentés [en esta exposición]. Voilà Portrait d’une dame en 1820 [1929],
et La Reine Louise de Prusse [1929]. A travers la lutte entre
les formes descriptives et les formes abstraites et l’ambiguité de
signification qui en naissait, je cherchais à dégager la forme‑mère.››[16] Desde entonces la victoria realista parece evidente,
al menos en su pensamiento, como refleja una entrevista (1958) —en la que
mantiene que no conoce a Larionov, porque no podría conocer su trabajo si no
vive en París, aunque lo cierto es que este artista vivió en esta ciudad 40
años y que Miró nunca supo de su obra abstracta, tan alejada de sus propios
intereses—, donde afirma que sus signos no son abstractos, sino ideogramas como
los chinos y reconoce que experimentó la abstracción a finales de los años 20 y
que se le ha calificado como abstracto, pero nunca ha tenido la intención de
ser un artista abstracto. ‹‹[first begin experimenting in this
style abstract?] Toward the end of the twenties. I have often been called
abstract painter, but it has never been my intention to be abstract.››[17]
Por mi parte, afirmo como válida la adscripción
de Miró a la corriente del surrealismo abstracto, porque así se explican dos de
sus pulsiones más significativas: la representación de la realidad oculta y el
rechazo del ilusionismo. Hay bastantes fuentes de autoridad para defender esta
afirmación, pese al rechazo furibundo que seguramente Miró nos dedicaría. La
principal legitimación viene del propio Miró, quien reconoce la relación de su
arte con el primitivo, y es que éste es abstracto, pues como establece con razón
Giedion, en El presente eterno, en rigor, el arte comenzó con la
abstracción, en los símbolos de las cuevas paleolíticas, en Lascaux, en
Altamira..., con una abstracción “simbólica”, que representa formas y figuras
que no existen en la naturaleza y que revisten un significado simbólico, pues
nacen de la necesidad de dar forma perceptible a lo imperceptible. No otra es
la intención de Miró. Como explica Ceysson, el artista sólo obedece a criterios
estéticos, sin preocupaciones externas, y sigue el consejo de Manet de “Cambiar
constantemente de métodos y de estilos. Cada obra debe ser una nueva creación
del espíritu”, su constante innovación (en concreto los objetos de los años 30,
tras el “asesinato de la pintura”) es una ‹‹aspiración de retorno a la inocencia
del niño, del loco o del hombre de antes de la historia, a unos comportamientos
“fabricadores” primigenios en los que la captación de lo real no es sólo
utilitaria, sino que implica un ritual, una celebración de los ritos
fundadores.››[18]
Miró, influido por el arte primitivo y
románico, de predominio claramente conceptual, será uno de los adalides de un
arte conceptual (poco que ver esto con el arte conceptual) pese a sus continuas
manifestaciones de ser sólo un pintor realista. Sin duda no había aquilatado
que inspirarse en la realidad no es lo mismo que ser un pintor realista. Al
igual que casi todos los artistas contemporáneos de vanguardia —Kandinsky,
Klee, Mondrian o Max Ernst estarían entre las contadas excepciones—, carecía
del grado de formación filosófico-estética que le hubiera permitido comprender
la radical diferencia entre concepto y realidad, entre pensamiento ideal y
objeto material.
A continuación pongo un ejemplo para aclarar
este punto: el Dios de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina es muy realista, muy
fidedigno respecto al cuerpo humano, más naturalista que casi cualquier obra de
la época, pero su intención es idealista, la de reflejar una belleza perfecta.
En cambio, los personajes de Giotto en la Capilla Scrovegni, dos siglos antes,
son mucho menos naturales que los de Miguel Ángel, pero su intención es mucho
más realista. No es únicamente el resultado sino también la intención y la
mentalidad del artista lo que debemos juzgar. Miguel Ángel nos parece mucho más
realista porque estaba inserto en una reciente e impresionante tradición
renacentista, mientras que Giotto nos lo parece menos porque era el iniciador,
el rompedor de esquemas, sin que pudiera contar con el beneficio de unos
modelos inmediatos.
Añado que Duvignaud, en Sociología del
arte (1988), plantea una renovación de los objetivos de la sociología
del arte, que entiende como una “historia social de lo imaginario” y, al
respecto, cuando Miró nos ofrece su conocida visión de sí mismo como pintor de
la realidad, jamás abstracto, nos hurta una parte de esa visión, pues como
señala Duvignaud, la realidad entendida como naturaleza que describe el artista
no puede ser la naturaleza “en sí misma”, sino que se trata de una naturaleza
doblemente traspuesta, una primera vez por la sociedad, una segunda vez por el
creador.[19]
La historiografía ha coincidido por lo general
en dos afirmaciones: que la obra de Miró tiene poderosos elementos abstractos,
aunque, con todo, es un artista realista.
Clement Greenberg.
La crítica norteamericana —Greenberg y más
tarde le siguen Hunter, Rubin, Rose, Rowell...— ha sido la más madrugadora
y entusiasta en remarcar las características abstractas de las obras de Miró.
Greenberg (1948) es, sin duda, el crítico que más defendió que Miró tuvo una
fase abstracta en los años 20; probablemente porque el norteamericano estaba
empeñado en sentar las bases de una pintura abstracta y pura como el arte
perfecto. Sostiene que el Miró surrealista que se inicia hacia 1924 es un
pintor abstracto, como demostraría la estilización de sus personajes en la
serie de Paisaje catalán, Pastoral y La
familia.
‹‹1924, the year in which he finished The
Tilled Field, saw Miró’s art decide itself with a suddenness and violence
of change that have nothing like them elsewhere in his career. With one abrupt
leap, led up to by few preliminaries, he arrived at the abstract. Nature, the
so-called “objective”, was still the point from which he began, but the result
became something far removed from that. And since the result is what counts in
art, I feel justifies in terming Miró’s art from 1924 or as more or less
abstract.››[20]
Artner (1993) comenta que la muestra <Joan
Miró> en el MoMA de Nueva York (1993-1994) extiende el debate sobre
si es un surrealista o un genio de la abstracción (este es el subtítulo del
artículo).[21]
Kramer (1993), en un artículo
aprovechando la antológica <Joan Miró> en el MoMA de Nueva
York (1993-1994), comenta que Miró rechaza la abstracción y se considera
un pintor realista en cuanto sus pinturas están gobernadas por las convenciones
de la observación directa y la descripción precisa, aunque luego simplifique y
transforme los elementos. Para entender las obras realistas de Miró nada mejor
que compararlas con un paisaje del aduanero Rousseau. Así, La
Masía es también: ‹‹and affectionate and painstaking evocation of a
beloved paradise. (…) This mastery picture is, in any case, more a dream of
Montroig than a realistic depiction of it.››[22], porque su estructura pertenece al cubismo que ha
aprendido en París.
Volviendo a la relación de Miró con la
abstracción, la estancia de Miró en el París de los años 20 no le pone en
directa relación con los focos de la pintura abstracta europea (Alemania,
Rusia, Holanda), salvo cuando llegan sus obras a exposiciones parisinas, o
permanecen aislados (lo que ocurrió a Mondrian en su estancia parisina). Los
maestros de la Escuela de París, Matisse; Derain, Picasso, Léger o Gris, son
todos figurativos y contrarios a la abstracción. Pero fue justamente en este
medio y pese a sí mismo, que Miró se convirtió en un gran pintor abstracto (una
tesis que según Kramer le permitiría ser después el puente hacia el
expresionismo abstracto): ‹‹Yet it was out of this artisic milieu, which
was so hostile to the aesthetics of abstraction, that Miró emerged as one of
the greatest painters of the century. That he became an abstractionist despite
himself and despite all of his vociferous denials, hardly matters.››, como
demuestra una obra tan abstracta como El nacimiento del mundo. ‹‹It
is thus one of the ironies of modern art history that Surrealism, which was
itself so hostile to abstraction in theory, served as a catalyst for Miró’s
unexpected leap to abstraction.››[23]
Kramer (1993) considera que la muestra
organizada por Lanchner en el MoMA (1993-1994) presenta bien esta tensión entre
abstracción y realismo, y, como ella, no está de acuerdo con la visión que
tenía el artista de sí mismo como radicalmente anti-abstracto, concluyendo que
fue precisamente: ‹‹And it was a master of abstract painting that Miró
exerted his greatest influence on the New York School››, justamente lo que vio
Greenberg en su monografía de 1948.[24]
Juan-Eduardo Cirlot (1949) considera que Miró
equidista del realismo y la abstracción, Sobre el estilo permanente de Miró,
ese carácter que le daría una personalidad propia y continua en el tiempo,
alejada de los ismos temporales y perecederos, establece que
Miró, como en algunas fases Klee y Picasso, recurre al esquema o forma
“intermedia” de la realidad, como medio de lograr (más bien, buscar) una equidistancia
entre la abstracción pura y la fidedigna copia respecto al mundo-realidad:
‹‹El esquema es la reducción a un reino
ambivalente y concentrado de los factores más importantes, tanto de lo que
constituye el factor externo de la emoción artística: modelo, materia, etc.,
como de lo que enhebra esta exterioridad en una forma apasionada; esto es, la
médula de la pasión actuante. El esquema es tanto más perfecto cuanto mejor
reúne las peculiaridades del ánimo y del espíritu creador con las de la
inamovible realidad objetiva. Para que esa doble interfusión se produzca, es
necesario que la significación-motivo del acto creador “entre en el alma de la
forma externa” y la subyugue a sus propias finalidades líricas. Cuando este
ideal esquemático se cumple, el resultado es un esquema coherente, expresivo,
dúctil, que delata el temperamento, el tono, la fuerza, el grado de la pasión y
del intelecto autores, no menos que la carga emocional derivada de la cosa.››[25]
Cirlot destaca entre los infinitos modos
posibles del esquematismo a dos: el instintivo, que agrupa las formas, los
colores y las líneas según necesidades patéticas, y el geométrico, que los
ordena según prefiguraciones ideológicas y culturales. El de Miró sería
incontrovertiblemente el primero, por su constante búsqueda de la emoción con
un arte primitivo-infantil, y su esquematismo está presente en todas sus obras
desde 1924, aunque ocasionalmente incorpore elementos traídos del
mundo-realidad, como ocurre en ‹‹Cuerda y personajes (1935), en la
cual un rollo de cuerda está adaptado al óleo sobre cartulina, produciendo
aquella fortísima impresión del dualismo substancial (...) [como el] gran
collage de 1932 con los retratos de señoras de principios de siglo pegados
sobre los meandros de líneas dibujadas a pluma.››[26]
Georges
Ribemont-Dessaignes (1956) se decanta por un Miró pintor-poeta abstracto desde
las pinturas-poema y oníricas de 1925-1927:
‹‹La poésie est la réalité de l’abstraction.
Aussi peut-on
aussi bien affirmer que Miró évolue sur une ligne de plus en plus abstraite,
mais que sur cette ligne il crée une réalité de plus en plus concrète. Il a
créé un monde auquel il est mêlé si profondément qu’on ne peut plus les
distinguer l’un et l’autre.
Quelques
merveilleux exemples de cet état actif, de ces moments d’action, de
ces moments poétiques (au sens étymologique grec) sont bientôt offerts durant
la période de 1925-1927, où excité par l’état d’esprit surréaliste, Miró oublie
les descriptions humoristiques et les transpositions « animistes” d’un
univers de forces déchaînées. Il découvre une simplicité de ton dans un nouveau
langage.››[27]
Soby (1959) sólo indica que hacia 1925 Miró
pintó obras al menos relativamente abstractas: Hombre con pipa, el
candil, Pintura, “Le corps de ma brune...”.[28]
Hunter (1959) en su monografía sobre la obra
gráfica de Miró, sigue los planteamientos de Greenberg sobre el Miró
pintor-poeta que ofrece un mensaje entre los extremos de la realidad y la
abstracción, y opina que en 1925 Miró ‹‹abandonó la fórmula realista (aunque
con esquematismo y sentimiento mágico), de su primer periodo, por un
procedimiento más personal basado en el espacio, el color y unas formas
biomórficas de sentido ideográfico, que le llevaron hacia una progresiva
“abstracción virtual”.››[29] La influencia determinante en este cambio es el surrealismo:
‹‹Le penchant de
Miró pour la littérature et pour cette image de soi en tant que poète à
laquelle il s’est toujours tenu, le servirent favorablement. [cita de
Greenberg] (...). Il confronta le côté spéculatif et philosophique du
surréalisme, ses désordres systématiques et ses techniques académiques
policées, avec la sensualité du peintre pur, opposant la face du poète au
“daimon” contraire de l’abstraction. Son oeuvre porte en elle ces deux forces,
fondamentales dans la peinture moderne. (...)››[30]
José Pierre (1961) considera que Miró no es
abstracto porque quiere un arte que signifique; otra cosa es que Miró haya
querido divertirse pintando algunas obras rápidas, con un trazo sumario. Al
respecto, José Pierre escribe en el 50 aniversario de la primera obra
abstracta de Kandinsky que hay dos líneas en la abstracción moderna: la serena
y equilibrada; la expresiva e impetuosa, y que sólo tres pintores surrealistas
continúan siéndolo en 1961: Miró, Svanberg, Lam.[31]
El crítico de arte Harold A. Gregory (1961),
por contra, sostiene, indirectamente, que Miró es un artista abstracto, contra
la tesis generalizada de que el arte abstracto no es representacional:
‹‹First, abstract art is not a replacement of
traditionally representational art. There will always be the classics in any
art. Abstract art is a special form of philosophical, decorative, schematic,
and intuitional art which has a function and a life of his own. And, in spite
of the seemingly confused outlook in some of the types, the sincere abstract
art will still reflect the responsability of the artist. It will show the great
artist golden rule of harmony, balance, and sequence which is imbedded in the
soul of any true artist.››[32]
Seuphor (1971) considera que Miró es un
pintor situado al filo entre lo figurativo y lo no figurativo, aunque en la
mayoría de sus obras se decante por lo primero, y señala que su obra más
abstracta ha influido en algunas piezas de Picasso (la ilustración de un poema
de Reverdy), mientras que su obra mágica ha influido en Baumeister durante su
último periodo.[33]
Gaya Nuño (1975) explica del estilo mironiano
de madurez —se entiende que se refiere a toda su obra “simplificadora”
desde mediados de los años 20—:
‹‹¿Pintura abstracta? Decididamente, no. Si por
su apariencia final pudiera parecer así, si en teoría puede ser Juan Miró
responsable de más de un modal antifigurativo, siempre hay en sus obras una
referencia, todo lo sutilizada que se quiera, o un esquema humano o animal, a
una estrella, a un sol o a una luna, con lo que su postura a este respecto
viene a ser en cierto modo paralela a otro artista gemelo en fantasía plástica
y en hondo misterio, a Paul Klee. Pero también puede acontecer que un cuadro de
Miró rebase estos indicios figurativos y se convierta en pura abstracción. El
caso no tiene importancia. En criatura tan libre de compromisos, de escuelas,
de movimientos colectivos cual es Miró, todo cuanto haga es, será suyo y sin
relación con nada ni remotamente parecido. Y, además, es inimitable, y no es
cabeza de ninguna promoción obediente a sus principios, no transmisibles,
imposibles de degenerar en fórmula.››[34]
Cirici (1977) apunta indirectamente como causa
de la percepción como abstracta de la obra mironiana que a partir de 1923
representa generalizaciones de visiones internas:
‹‹Las representaciones que aparecen en las
pinturas de Miró no aluden nunca a hechos concretos, sino a generalizaciones.
Sólo en la primera época no dio retratos y paisajes que, por más que se
hallaran transformados por razones diversas, se basaban en una información
sobre realidades concretas.
Pero a partir del momento de 1923, en el que
Miró invirtió los términos de su trabajo y en lugar de interiorizar visiones
pasó a exteriorizar vivencias o estados de ánimo, su obra era
necesariamente —como los conceptos— una generalización sobre la base
de las cosas vividas.››[35]
Gaëtan Picon (1981) relaciona la obra primera
de Miró de los años 20 con la posterior, con el ligamen del esfuerzo por
desarrollar un alfabeto sígnico en el que se fundan lo real y lo imaginario. En
este sentido, Miró siempre sería un artista realista. Su avance no es olvidar
la realidad, sino representarla simbólicamente, con tal novedad que a menudo no
captamos la relación inmediata y tendemos a ver sólo imaginación, fantasía,
cuando Miró jamás ha roto la unidad dentro de la dualidad. Miró no se aleja de
la realidad, sino que se refugia “en” ella:
‹‹Cuando Miró pasa sin transición del realismo
detallista de La Mujer [¿La Masovera? de 1922-23] a la
escritura metafórica de Tierra labrada se puede ver en ese
despegue el más puro ejemplo de la fusión de lo real con lo imaginario. Pero no
se trata de la transcripción de un sueño (como Chirico) ni de un efecto de
rareza (como Ernst) nacido del encuentro de elementos reales dispares, sino del
intento bien distinto (mucho más cercano al de Klee, descubierto por Miró en
1924) de un nuevo vocabulario, de una denominación inédita de los elementos de
lo real. Pues ahí están la casa, los animales de corral, el árbol... un universo
familiar, una aplicación terrena, realista, muy lejos del surrealismo que es,
evidentemente, urbano y mental, sin contacto con las plantas y los animales. Y,
por otra parte, no se trata de hacerlos emigrar, de situarlos en el círculo de
la rareza, de lo insólito, sino de representarlos simbólicamente, de hablar de
ellos empleando un nuevo lenguaje: Miró está a la vez más cerca de lo real, que
cataloga, y más lejos, pues la coherencia y la suficiencia del nuevo lenguaje
son tales que la referencia se pierde de vista. Verdad es que Miró se
evade en la naturaleza y no fuera de ella; y
la línea del horizonte, con la escalera que une ambos mundos, tierra y cielo,
realidad e imaginación, tan frecuente en sus cuadros, mantiene y recuerda la
dualidad. Pero no es menos cierto que aquí se abre un mundo autónomo, que
únicamente rechaza a su director: el Miroland. En los cuadros de 1926
a 1929 el espacio ya no se ahonda: se acabó la engañifa.
¿Reflejo —fiel o deformado— de las cosas? No: página de un
alfabeto.››[36]
Barbara Rose (1982) apunta que su pintura de
mediados de los años 20 está a caballo entre el realismo y la abstracción, por
lo que no cabe afirmar que Miró —siempre atento a mantener la estructura y el
sentido esencial de la naturaleza— es un surrealista “automático” o un “action
painter”:
‹‹The declaration of the autonomy of line,
first by Klee and Kandinsky, then by Miró, rather than Surrealist “pure psychic
automatism”, is the most important precedent for converting non-descriptive,
non-objective drawing into the physical gesture of “action painting”. However,
Miró’s reduction of the illusionistic content of painting, its tactility, and
sculptural three-dimensionality into a sign referring to, but not completing,
the original tactile, sculptural experience was far more sophisticated than the
superficial existencialist rationale of “action painting”. This explains why
Miró’s paintings maintain themselves structurally and conceptually, whereas
much “action painting” fails to cohere pictorially in a totally convincing
manner.››[37]
Ceysson (1983), basándose en la autoridad de
Rubin, afilia al Miró de los años 20 a la corriente abstracta:
‹‹William Rubin designa a Miró como el pintor
más importante de la tendencia “revolucionaria” [abstracta] del surrealismo, es
decir la que se opuso a la ejecución gráficamente equívoca de las imágenes del
sueño. Y añade que la obra de Miró, junto a la de Masson, es la que ha tenido
más importancia para la pintura norteamericana, estimulando su radicalización y
su afirmación formales. Por lo tanto la obra de Miró, al igual que la de
Masson, recibe elogios por lo que se alejó de la ortodoxia surrealista.››[38]
Whitford (1987) explica que su abstracción se
inspira en la naturaleza por lo que no puede considerarse pura: ‹‹Such
abstraction is commonly called organic in order to emphasize its affinities
with natural forms and natural processes of growth. Miró’s paintings,
which include forms reminiscent of human figures, as well as plankton and other
even more primitive varieties of life, provide obvious examples of organic
abstraction.››[39]
Dupin (1961, 1993) reconoce en las pinturas
oníricas de 1925-1927, con su expresión de los impulsos del inconsciente, un
antecedente de la abstracción lírica que marca la obra posterior de los
expresionistas norteamericanos y los informalistas europeos:
‹‹Miró se revela en todas las pinturas como el
más evidente precursor del lirismo abstracto contemporáneo. No se trata en él
de una experiencia concertada y dirigida, sino del desenlace natural de un modo
de expresión totalmente dominado por los impulsos del inconsciente y del sueño.
Veinte años antes que Pollock, Miró desemboca en la creación de un espacio
sumamente sugestivo por medio de la confusión entre la textura y la estructura,
que abrirá una vía escandalosamente nueva a la generación que le sigue. No le
falta razón a James Thrall Soby cuando dice que Miró fue, en cualquiera de sus
etapas, un “pintor para los pintores”.[40] Basta citar, entre otros, los nombres de Pollock, Gorky,
Rothko, Gottlieb, Motherwell y Rauschenberg, en los Estados Unidos, y los de
Tàpies, Saura y Alechinsky en Europa, para comprobar que los gérmenes lanzados
por Miró no se han dispersado en vano. Aún tendremos otras ocasiones de
encontrar la acción de Miró en los pintores, nunca en un linaje, en una
posteridad, más bien como quien entrega el testigo en una carrera de relevos.››[41]
Gimferrer (1993) explica que la pintura de Miró
es totalmente realista pese a las apariencias:
‹‹Les obres de Miró són completament realistes.
Si surten insectes és perquè hi ha bestioles al camp i Miró es movia en aquest
ambient. A més, quan recorre als insectes arriba a allò més universal a través
d’allò local. “Com més local és una cosa més universal esdevé”, deia Miró. Ell
practica el miniaturisme còsmic. / Miró no demana comprensió intel·lectual,
demana assentiment plàstic. Ell rebia un xoc i, simplement, tractava de
transmetre’l. La seva obra respon a una intenció. Era molt conscient d’allò que
feia.››[42]
Combalía (2000) opina que la importancia de Miró en el arte del s. XX se debe a ‹‹que su papel en el arte abstracto es tan decisivo como el de Klee o de Kandinsky. Y sin embargo, Miró no es, propiamente dicho, un pintor totalmente abstracto. Como para Picasso, la realidad es siempre su punto de arranque, que luego simplificará o distorsionará. (...) su principal fuente de inspiración fue siempre el paisaje mediterráneo››.[43]
NOTAS.
[1] Soby. <Joan Miró>. Nueva
York. MoMA (1959): 45.
[2] Duthuit, G. Entrevista
a Miró. Où allez‑vous Miró. “Cahiers d’Art”, París, 8-10 (1936).
Reprod. en Rowell. Joan Miró.
Selected Writings and Interviews. 1986:
149-155. / Rowell. Joan Miró. Écrits et entretiens. 1995:
160-166. / Rowell. Joan Miró. Escritos y conversaciones. 2002:
213-220.
[3] Del
Arco, Manuel. Entrevista a Miró. “Tele Expres” (14-XII-1968).
[4] Carta
de Miró a Ràfols. Mont‑roig (26-IX-1923) BC. Reprod. Rowell. Joan
Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 82. / Rowell. Joan
Miró. Écrits et entretiens. 1995: 94. / Rowell. Joan Miró. Escritos y
conversaciones. 2002: 136. / cit. Dupin. Miró. 1993: 96.
[5] Carta
de Miró a Leiris. Mont-roig (10-VIII-1924) FJM. Reprod. Rowell. Joan
Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 86-87. / Rowell. Joan
Miró. Écrits et entretiens. 1995: 97-98. / Rowell. Joan Miró.
Escritos y conversaciones. 2002: 140-142. Trad. Rowell. <Joan
Miró. La colección del CGP>. México. CCAC (1998): 177.
[6] Subirats,
Eduardo. Dialéctica de las vanguardias: Un concepto ambiguo.
“Lápiz”, 62 (XI-1989) 30-35.
[7] Picasso.
cit. Huyghe. El arte y el mundo moderno. 1972 (1970): v. II.
8.
[8] Zervos.
cit. Huyghe. El arte y el mundo moderno. 1972 (1970): v. II. 8.
[9] Raillard. Conversaciones
con Miró. 1993 (1977): 125.
[10] Fuster,
Joan. El descrédito de la realidad. 1975: 76.
[11] Read. Carta
a un joven pintor. 1982: 125.
[12] Idea
tomada de Charles Mitchell. El papel del espectador en el arte
contemporáneo, en Greenberg; et al. Interpretación y análisis del
arte actual. 1977 (1974): 67.
[13] Baron,
Jacques. L’an I du Surréalisme. cit. González García. De
cómo Joan Miró llegó a París y fue engañado por los surrealistas. “Arte
y Parte”, Madrid, 6 (diciembre 1996-enero 1997): 44.
[14] Mitchell. El
papel del espectador en el arte contemporáneo, en Greenberg, C.; et
al. Interpretación y análisis del arte actual. 1977 (1974): 67-68.
[15] Mitchell. El
papel del espectador en el arte contemporáneo, en Greenberg, C.; et
al. Interpretación y análisis del arte actual. 1977 (1974):
104-106.
[16] Chevalier,
Denys. Entrevista a Miró. “Aujourd’hui: Art et architecture”,
París (XI-1962). Reprod. Rowell. Joan
Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 261-271. / Rowell. Joan
Miró. Écrits et entretiens. 1995: 282-292. / Rowell. Joan Miró.
Escritos y conversaciones. 2002: 349-360.
[17] Roditi. Entretien avec Joan
Miró. “Arts” Nueva York, v. 33, nº 1
(X-1958).
[18] Ceysson. La
pintura moderna. Del Vanguardismo al Surrealismo. 1983: Miró y los
signos plásticos: 76.
[19] Duvignaud. Sociología
del arte. 1988: 18.
[20] Greenberg. Joan
Miró. 1948: 23.
[21] Artner,
Alan G. Holding a mirror to Miró. “Chicago Tribune” (24-X-1993).
Col. MoMA Queens.
[22] Kramer,
Hilton. Reflections on Miró. “The New Criterion”, v. 12 (3-XI-1993)
4-7. Col. MoMA Queens. cit. 4.
[23] Kramer, Hilton. Reflections on Miró.
“The New Criterion”, v. 12 (3-XI-1993) 4-7. Col. MoMA Queens. cit. 5.
[24] Kramer, Hilton. Reflections on Miró.
“The New Criterion”, v. 12 (3-XI-1993) 4-7. Col. MoMA Queens. cit. 6.
[25] Cirlot. Joan
Miró. 1949: 31.
[26] Cirlot. Joan
Miró. 1949: 32.
[27] Ribemont-Dessaignes. Joan Miró.
Maeght. París. 1956. cit. <Joan Miró. Rétrospective de l’oeuvre peint>. Fondation Maeght (1990): 56.
[28] Soby.
<Miró>. Nueva York. MoMA (1959): 40 y ss.
[29] Hunter. Joan
Miró. Su obra gráfica. 1959: introd.
[30] Hunter (1959). Miró, l’oeuvre gravé. Calman-Lévy. París. 1960. Reprod. <Joan Miró. Rétrospective de
l’oeuvre peint>. Fondation Maeght (1990):
54.
[31] Pierre,
José. Où va l’art abstrait? “Combat” (5-VI-1961).
[32] Gregory,
Harold A. When Art is Abstract, Can Criticism Be Concrete? “The
Evening Gazette” (VII-1961).
[33] Seuphor. L’art abstrait.
1971. v. I: 57.
[34] Gaya
Nuño, J. A. Arte del siglo XX. 1975: 346-350.
[35] Cirici. Miró
mirall. 1977: 104.
[36] Picon. Diario
del surrealismo. 1981: 102.
[37] Rose. Miró
in America. <Miró in America>. Houston. Museum of Fine Arts
(1982): 12.
[38] Ceysson. La
pintura moderna. Del Vanguardismo al Surrealismo. 1983: Miró y los
signos plásticos: 72.
[39] Whitford. Understanding
Abstract Art. 1987: 130, y más extensamente sobre la abstracción en 113
(cit. en la obra de la fase 1925-1927). En su biografía de p. 151 repite que
Miró nació en Mont-roig y el viaje a París en 1919. Preciso
que Whitford (1941) es un destacado escritor, profesor y comentarista
británico. Durante varios años trabajó como dibujante de “The Evening
Standard”, y a partir de 1970 ejerció la docencia en la Slade Shool y el Royal
College of Art, entre otras instituciones, al mismo tiempo que siguió
escribiendo para revistas y periódicos, y participando en programas sobre arte
en radio y televisión. Es autor de libros sobre arte alemán y austriaco
preferentemente, como Expressionism (1970), Japanese Prints
and Western Painters (1977), Bauhaus (1984) y
monografías como Kandinsky (1971), Schiele (1981)
y Klimt (1990).
[40] Soby.
<Joan Miró>. Nueva York. MoMA (1959): 58.
[41] Dupin. Miró.
1993: 124-125.
[42] Gimferrer.
Declaraciones. “Idees” (16-V-1993).
[43] Combalía,
V. Joan Miró. Paisaje catalán. 1924. Serie: Obras
fundamentales del arte del siglo XX. “El Mundo”, Cultural (12
a 18-III-2000) 42-43.
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