Los
elementos vegetales.
La colección de objetos vegetales (muchos más
que los animales y solo superados por los objetos artificiales) que se guardan
en las fundaciones y talleres de Miró informa sobre las fuentes de inspiración
de Miró, en especial para obras tridimensionales.[1]
Los elementos vegetales en la obra mironiana
son innumerables, como Cirici (1978) explica: ‹‹Hay elementos vegetales:
árboles, viñedos, pitas, hierba.›› y concreta que ‹‹De los vegetales, sólo
están los humanizados, los que el hombre toca, del mundo agrícola.›› y, como
ocurre con los animales, se presentan en la obra mironiana de madurez en
estrecha dependencia del ser humano: ‹‹Los elementos biológicos pierden pronto
toda su personificación y se vuelven simplemente al lugar neutro, donde
revierten las cosas del interés humano. (…)››[2]
Alexandre Cirici.
La masía (1921-1922).
Los elementos vegetales son recurrentes ya en
el primer Miró, siendo los más comunes los árboles (pino y algarrobo sobre
todo), los olivares y los viñedos, las pitas y la hierba, ocasionalmente las
flores. Salvo en las pocas ocasiones que trata el género de la naturaleza
muerta a partir de 1920, como en Flores y mariposa (1922-1923)
y en el Bodegón del zapato viejo (1937), son vegetales vivos
bien enraizados en la tierra, donde su naturaleza encuentra su sentido
esencial. Por ejemplo, en La masía (1921-1922) el motivo
central es el árbol, del que Miró (1960) explica a Vallier: ‹‹ (…) lo que me
interesaba especialmente era el árbol que está en el medio, un eucalipto. Tenía
la sensación de que estaba vivo, que tenía una vida secreta, y yo quería
desentrañar su misterio.››[3] Fornasiero (1991) interpreta este eucalipto en clave
mística:
‹‹Árbol de la reminiscencia, de naturaleza
compuesta, cuyo tronco se va desarrollando a través del tormento de la corteza
cubierta de grandes espinas negras, y que elevándose sobre cada una de ellas,
como si pasara por las estaciones del dolor, se va haciendo más fino y
despojándose progresivamente de los residuos y de las cualidades terrenales;
crece perdiendo las hojas muertas, las ramas secas, podadas, interrumpidas,
hasta que alcanza un esplendor dorado, uránico, de carácter espiritual,
mediante la pura abstracción de tres varas repetidas sobre la bóveda del
cielo.››[4]
Pero a partir de 1923 disminuye la frecuencia
de motivos vegetales, como se evidencia en la escueta selección que vemos Tierra
labrada (1923-1924), porque su naturalismo ya es menos indispensable
en la representación del miromundo, mas siempre habrá las apelaciones a
troncos, ramas y hojas, sea en la pintura o más aún en la escultura, como vemos
en sus esculturas en bronce de los años 60 y 70, en los que el motivo de la
calabaza, por ejemplo, es tan abundante. Incluso cuando declara a Raillard en
1975: ‹‹Para mí todo está vivo; ese árbol tiene tanta vida como esos animales,
tiene un alma, un espíritu, no es sólo un tronco y hojas››.[5]
Cirici (1977) explica que Miró transgrede la
representación tradicional del mundo vegetal, que había evolucionado desde el
naturalismo realista del barroco hasta el decorativismo noucentista:
‹‹El mundo vegetal es uno de los temas en que
el lenguaje de Miró realizó una crítica más profunda respecto al tipo de
pintura de la cultura heredada. (...) [sigue un resumen de su evolución desde
el barroco hasta el noucentismo].
Tal era el ambiente del que Miró tomó los
vegetales para utilizarlos, no de lejos como hacía Matisse para alegrar la
mirada en sus pinturas de la alegría de vivir.
Pronto, en manos de Miró, troncos de arbusto
y hojas se fueron personalizando como consecuencia de sus contactos íntimos, en
Montroig, con la vida agrícola. Cada elemento de una planta pasaba a ser signo
de una especie, a la manera de un ideograma que dijese olivo o pino, chopo o
pita, viña o higuera.
Todavía en Campo labrado de
1923 los elementos vegetales tienen importancia, pero posiblemente aparecen
para definir una tierra concreta, del mismo modo que las banderas. Más tarde,
prácticamente desaparecen de la obra de Miró porque no se integran en la gran
temática que transmite.››[6]
Sin embargo, a veces los motivos vegetales aparecerán después de haberlos representado y Miró dialogará con ellos, los transformará para apropiárselos. En 1958, en un paseo por los alrededores de su taller de Mont-roig, el fotógrafo suizo Ernst Scheidegger[7] capta un momento único: Miró se detiene ante una chumbera y al parecer retoca la forma de una hoja para que asemeje una cabeza humana, la misma que aparece en algunas de sus obras de 1925-1927 y que podían interpretarse como habas: Pintura (1925, DL 162), Pintura (1925, DL 167), Pintura (1925, DL 168), Pintura (1927, DL 244) o Pintura (1927, DL 246). Han pasado tres decenios pero ese mundo natural sigue presente en su mente.
NOTAS.
[1] Número
especial dedicado a Miró de la revista “Cahiers d’Art” (2018).
Labrusse, Rémi (texte 37-38); Del Moral, Jean Marie (photographies). Ateliers
et objets de Joan Miró (36-51).
[2] Cirici. Corpus
cósmico de Joan Miró, inventario. “Batik”, 41 (IV-1978) 14-15.
[3] Vallier,
Dora. Avec Miró. “Cahiers d’art”, v. 33-35
(1960) 161-174. cit. Balsach. Joan Miró. Cosmogonías de un mundo
originario (1918-1939). 2007: 55.
[4] Fornasiero,
Alessandra. Iconografia della creazione en l’opera de Joan Miró, en
Fornasiero. Tra terra e cielo. Università La Sapienza. Roma. 1991:
41. trad. y cit. en Balsach. Joan Miró. Cosmogonías de un mundo
originario (1918-1939). 2007: 45-46.
[5] Raillard. Conversaciones
con Miró. 1993 (1977): 73.
[6] Cirici. Miró
mirall. 1977: 117-120. Se refiere a Tierra labrada (1923-1924).
[7] Beaumelle. Miró. 1993: 90. Reprod. de la foto de Scheidegger de Miró en Mont-roig.
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