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jueves, febrero 23, 2017

La estética de Miró. 21. Los elementos de comunicación y la firma del artista.

Los elementos de comunicación y la firma del artista.

Los elementos de comunicación son también incontables en sus obras y se clasifican en varios tipos.

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Alexandre Cirici. 

Cirici (1978) enumera algunos: ‹‹Hay elementos de comunicación: banderas, semáforos, cuernos, instrumentos musicales, diarios, libros, revistas, escrituras.›› y añade que ‹‹Los de comunicación tienen valor por el hecho de estar muy prodigados, en contraste con la pintura tradicional, lo cual nos permite insistir sobre el valor del contacto.›› [1]
Cirici (1977) ya los había relacionado con signos de comunicación como las letras y las notas musicales —que la mayoría de autores han interpretado como apuntes dadaístas—, que también tienen en la obra mironiana un valor objetual:
‹‹Con los objetos artificiales podemos considerar la presencia de los elementos de comunicación procedentes de otros sistemas distintos de la pintura. Se dan el collage de hojas impresas y la reproducción de textos también procedentes de la imprenta. Se dan también, en abundancia, textos caligrafiados, en los cuales no solamente hablan las palabras, sino mucho más todavía el aspecto caligramático, o sea, la disposición relativa que adoptan, la dimensión, el grado de presión del trazo, las rúbricas, etc.
Aparecen también notas musicales, diagramas, gráficos de trayectoria, banderas diversas, pautas y papeles del mundo burocrático administrativo, etc.
Debe notarse que todos estos signos no propiamente pictóricos revelan una especie de desconfianza en el icono como la que tenían los pintores griegos cuando escribían los nombres de personajes o cosas al lado de sus representaciones.››[2]

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Portada del catálogo <Joan Miró 1917-1934: la naissance du monde>. París. MNAM (2004).

Apunto que la firma de Miró es un signo que a menudo porta un valor plástico, que varía según su evolución artística, desde la clara caligrafía de su época realista y luego la surrealista, hasta la creciente abstracción de su estilo más maduro, aunque puede variar en el mismo año. Así, la dibuja a veces con una filigrana pequeña y minuciosa, otras con una espontaneidad notable, y en algunos casos es la misma esencia de la obra. La dispone como un elemento o signo más, que interviene en la compensación y la estructuración de las formas y los colores. En ocasiones camufla su firma como un "3" o en formas insertas en personajes.
Un caso muy evidente es el de la famosa serie de Interiores holandeses (1928), formada por cinco obras (D 234-238. DL 304-308): las tres tituladas Inte­rior ho­landés I, II, III, más La patata y el Bodegón con lámpara. La unidad de esta serie, aparte de las similitudes formales y temáticas, la remarca el artista, que se oculta y funde con su obra, con la repetición de su firma gracias a un truco visual, estilizando la “M” de su apellido y ocultándola por duplicado en distintos lugares: en Interior holan­dés I en la postura de las piernas del murciélago de la derecha y una vez más en la parte inferior del gato en la parte baja; en Interior holan­dés II en las piernas del pequeño personaje del centro y, tal vez en las piernas y la cola del perro; en Interior holan­dés III en los dedos de la mano tentacular y en la “M” de líneas rectas del rincón inferior derecho que cubren dos signos cursivos que sugieren notas musicales; en La patata unas vez más bajo una doble apariencia, la de los dedos de la bulbosa mano y más abiertamente delineada en la muñeca de ésta; en Bodegón (Bodegón con lámpara) en la doble forma animal del mismo lado inferior derecho.
En otros casos su ausencia delata la intención del artista de desaparecer como tal y ponerse humildemente al servicio de la obra autónoma, de enajenamiento del propio yo del artista y de encuentro de la pureza plástica, y así desde el verano de 1929 hasta 1935 no firma sus obras: sus primeros collages de esa temporada sólo llevan la inscripción en el revés “été 1929”.[3] 
Cuando Miró dejó de firmar algunas de sus obras posiblemente siguió una idea de Braque y Picasso. Braque explica al respecto: ‹‹(…) Yo consideraba que la personalidad del pintor no tenía que intervenir y que, por consiguiente, los cuadros debían ser anónimos. Yo decidí que no había que firmar los lienzos y, por algún tiempo, Picasso hizo lo mismo. Si alguien podía hacer lo mismo, opinaba yo que no había ninguna diferencia entre los cuadros y que no hacía falta firmarlos. Después comprendí que todo esto no era verdad y volví a firmar mis lienzos. Picasso también comenzó a firmarlos de nuevo. Comprendí que sin ‘tics’, sin la huella sensible de la persona, es imposible revelarse. Pero, sin embargo, no hay que exagerar en este sentido…››[4]
La pulsión del anonimato la comparten muchos artistas y escritores surrealistas y de vanguardia, especialmente un Arp que denostaba la costumbre de firmar la obra, o el poeta surrealista belga Nougé, un violento adversario de la firma (aunque publicaba con su nombre).[5]
Gasch (1930) cuenta sobre el rechazo de Miró a firmar en muchas de su obras: ‹‹Al contemplar no ha mucho las telas recientes de Joan Miró, me aseguraba este pintor que había optado por no firmar, ya que no sabía en dónde colocar su nombre; la firma producía una angustia intolerable en cualquier lugar que fuese puesta.››[6]

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Eduardo Westerdahl.
 
Westerdahl (1936) cita una carta que acaba de enviarle Miró: ‹‹Siguiendo mi costumbre firmo las obras al lado opuesto a la pintura. Plásticamente la firma es inmoral, y espiritualmente no puedo aceptar este individualismo que representa el querer exhibir el nombre, mayormente no teniendo yo nada que ver con mi obra, que concibo siempre bajo el más absoluto estado de ausencia›› y continúa: ‹‹Esta evasión, eludiendo toda responsabilidad y convirtiendo en anónima la obra artística, le lleva a reconocer la fuerza de unos poderes mágicos, de unas zonas ajenas a la voluntad del hombre y en las que el hombre se presenta como instrumento conductor››.[7]
Bozal (1981) resume el motivo de la firma de artista:
‹‹La firma, por ejemplo, que es una marca, una seña de identidad, se convierte con su grafía en un elemento más de la imagen, crece, aumenta de tamaño, o disminuye, se mutila o entrelaza con otros motivos en función de exigencias plásticas inéditas. En este punto deseo señalar una coincidencia: también la firma de los niños que acaban de aprender a escribir pertenece al mundo plástico del dibujo que firmen; es un elemento más, con el mismo “estilo” que las cosas, los soles, los animales y los árboles que han dibujado. Después, esta característica se pierde, y la firma se aloja en el mundo de las marcas y del lenguaje verbal.››[8]

NOTAS.
[1] Cirici. Corpus cósmico de Joan Miró, inventario. “Batik”, 41 (IV-1978) 14-15.
[2] Cirici. Miró mirall. 1977: 123-124.
[3] Laugier, Beaumelle, Merly. Chronologie. <Joan Miró 1917-1934: la naissance du monde>. París. MNAM (2004): 346. Mencionan que Gasch alude a esta voluntad de anonimato en un artículo aparecido en “La Veu de Catalunya” (18-VIII-1929).
[4] Vallier. El arte por dentro. Conversaciones con Braque, Léger, Villon, Miró y Brancusi. 1986: 36.
[5] Clébert. Dictionnaire du Surréalisme. 1996: 40-41 sobre el anonimato.
[6] Gasch, S. Variedades superrealistas. “La Gaceta Literaria”, Madrid, v. 4, nº 77 (1-III-1930) 8-9.
[7] Westerdahl. Joan Miró y la polémica de las realidades. "Gaceta de arte”, II tomo, segunda época, nº 37-38, Tenerife (marzo-junio 1936): 8.
[8] Bozal. Miró, la mirada y la imagen. AA.VV. Miró. “Cuadernos Hispanoamericanos”, Madrid, 369 (III-1981): 491-492.

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