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viernes, septiembre 29, 2017

La influencia del romanticismo en Miró.

La influencia del romanticismo en Miró.


Arnold Böcklin. Isla de los muertos. Primera versión del Kunstmuseum de Basilea (1880). Un simbolismo de raíces románticas. [https://es.wikipedia.org/wiki/La_isla_de_los_muertos_(Böcklin)#/media/Archivo:Arnold_Böcklin_-_Die_Toteninsel_I_(Basel,_Kunstmuseum).jpg]

El poeta y artista británico William Blake (1757-1827) [https://artcontemporanigeneral.blogspot.com.es/2014/12/el-poeta-y-artista-romantico-britanico.html] y el artista español Modest Urgell (1839-1919) [https://artcontemporanigeneral.blogspot.com.es/2014/12/el-artista-espanol-modest-urgell-1839.html], que hemos estudiado en sendos apartados, no son los únicos influjos del romanticismo sobre Miró, especialmente durante su juventud. Sí en lo formal es el más relevante, en lo ideológico fue más bien un catalizador que le abriría el apetito por las ideas románticas acerca de la naturaleza como trasunto de la divinidad. No debemos olvidar que el pensamiento estético que le nutría entonces era romántico regionalista (Torras) y que su primeras lecturas poéticas eran también románticas (Verdaguer) o románticas tardías (Maragall en especial) y que estos textos le acompañarán recurrentemente a lo largo de toda su vida, junto a la poesía simbolista y surrealista. No era un caso excepcional: puede decirse que la mayoría de los artistas surrealistas vivieron bajo este plural influjo romántico [Clébert. Dictionnaire du Surréalisme. 1996: 524-526.]

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Max Ernst y su esposa, Dorothea Tanning.

Por ejemplo, Max Ernst (cuyos paisajes fantásticos están estrechamente emparentados con los de Miró), sentía una afinidad especial por el pintor romántico alemán Caspar David Friedrich del cual le confesaba en 1960 a Eduard Roditi que había estado en su mente desde el primer día que comenzó a pintar. [Eduard Roditi. Ein Mittagessen mit Max Ernst. “Der Monat”, v. 13, nº 50 (III-1960: 70. cit. Helmut R. Leppien. Max Ernst and Romanticism, 383-385, aquí en 383, en <The Romantic Spirit in German Art 1790-1990>. Edimburgo. Royal Scottish Academy y FruitMarket Gallery (28 julio-7 septiembre 1994).] Richter comenta de Ernst: ‹‹Ses visions inquiétantes sorties de l’art médieval et romantique allemand reprennent la spatialité énorme et la profondeur colossale d’un Schongauer ou d’un Dürer, le romantisme sensible, voire souvent sentimental de Caspar David Friedrich, l’allégorie délirante d’un Böcklin ou d’un Klinger. ›› [Richter. Dada, art et anti-art. La Connaissance. Bruselas. 1965: 151. cit. Clébert. Dictionnaire du Surréalisme. 1996: 22.]
A Miró también debían solicitar su atención desde su época de la Llotja las obras de Friedrich, con sus paisajes cargados de sentimiento y espiritualidad, de fondos infinitos que muestran la soledad del hombre frente a la naturaleza. Y es conocida la pasión de los surrealistas, Arp, Ernst y el propio Miró por los poetas románticos alemanes y en especial por Novalis, que creía que los elementos de la naturaleza contienen un código, que esconde el secreto del cosmos, que el poeta y el artista deben aprehender y revelar, y, así, las bioformas de Arp y Miró serían intentos de liberación de esta verdad oculta.
Novalis y otros poetas románticos alemanes como Goethe, Hölderlin, Von Arnim, Kleist o Heine serán una de las fuentes primordiales del surrealismo de Max Ernst, como se revela en sus temas de bosques, ruinas, castillos, espectros... Ya hemos comentado la influencia de la pintura romántica alemana en Ernst. Breton admira sobremanera a Novalis, a quien atribuye el concepto de Aarte mágico” y del que destaca su consideración del hombre en relación con el universo, el pasado y el porvenir. El interés de Breton por el poeta Achim von Arnim le lleva a convencer a Valentine Hugo para que ilustre sus Contes bizarres (1931). [Clébert. Dictionnaire du Surréalisme. 1996: 63 y 311.] Por su parte, Miró le confiesa a Dupin en los años 50 que leía a mediados de los años 20 a Novalis (y Lautréamont, Rimbaud, Jarry...) [Dupin. Miró. 1993: 120.], y la historiadora Dore Ashton ha desarrollado la idea de que la concepción cósmica de Novalis explica en buena medida la pintura metafísica y onírica de Miró hacia 1925-1927. [Ashton, D. Stripping Down the Cosmos, en A Reading of Modern Art. 1971. Reprod. en Kaplan; Manso. Major European Art Movements 1900-1945. 1977: 344-345.]
Balsach sugiere una afinidad entre la noción del regreso al “mundo más puro” que impregnan toda la obra de Miró y el “regreso al país natal” de Hölderlin, a través de la interpretación de Heidegger. [Balsach. Joan Miró. Cosmogonías de un mundo originario (1918-1939). 2007: cap. El regreso al país natal, (219-224)]
 El surrealismo era, en suma, el heredero vanguardista más fiel del romanticismo. El poeta Luis García Montero explica:
‹‹El surrealismo es una radicalización de ese sujeto que con la Ilustración se había creído portador de verdades universales, que eran abstractas y por tanto no estaban sometidas a historias concretas; y dueño de un futuro que estaba llamado a desembocar en la felicidad pública. Cuando se descubre que los valores abstractos de la razón entran en contradicción con las determinaciones históricas concretas y que las promesas de felicidad no se habían cumplido, todo el paradigma de la Ilustración estalla. Ese es el gran momento del Romanticismo: la rebeldía del individuo frente a esa realidad es la lucha romántica del yo contra la sociedad. La vanguardia extrema eso. Entre el desbordamiento sentimental del romántico, que quiere luchar contras los preceptos neoclásicos del racionalismo, y la escritura automática, que intenta que la mano vaya más rápida que la razón para darle libertad al inconsciente, hay una unidad clarísima.›› [García Montero. Declaraciones a Javier Rodríguez Marcos. “El País”, Babelia, 664 (14-VIII-2004) 2.]        

El romanticismo que le transmiten a Miró la suma de los románticos iniciales Blake y Friedrich, más los Urgell, Böcklin y otros tardorrománticos simbolistas, además de sus lecturas, es el de su versión más tardía, no contradictoria sino más bien complementaria con el modernismo. Es un romanticismo sobre todo nórdico, dominado por la naturaleza omnipresente y las tonalidades sombrías, más que francés, que era mucho más antropocéntrico y melodramático, de un colorido más bullicioso. Este romanticismo tardío se caracteriza por preconizar un artista libre que se expresa a sí mismo en su obra; por un arte original, subjetivo e imaginativo de gran intensidad emocional; por un carácter místico, visionario u onírico; por valorar la Edad Media y las tradiciones nacionales; por repudiar las normas clásicas de mesura, claridad y definición; por unos temas afines a la naturaleza salvaje o misteriosa, el exotismo y la melancolía.
En cuanto a su vigencia, demasiado a menudo se cree que el romanticismo es un movimiento del siglo XIX, de la época de la Primera Revolución Industrial, fenecido hacia 1850 y del que a lo más quedarían algunos rescoldos en algunos lugares que se apagarían en los decenios siguientes. Al contrario, creo que una corriente romántica se extiende hasta nuestros días y que, muchas de sus ideas siguen vivas todavía. En este sentido es especialmente interesante Robert Rosenblum (La pintura moderna y la tradición del Romanticismo nórdico, 1993, en inglés 1975). José Vicente Selma (Imágenes de naufragio, 1996) también ha investigado la pervivencia del romanticismo en el arte posmoderno a través del concepto de lo “sublime”.
Así, en el siglo XIX la influencia del romanticismo se puede rastrear en una línea de continuidad que parte desde Constable a través de la escuela de Barbizon hasta el impresionismo, siendo el más fiel descendiente del romanticismo el movimiento simbolista, el cual intensificó características como la subjetividad, la imaginación y la fantasía onírica. El romanticismo tardío de finales del XIX se convierte casi inadvertidamente en neorromanticismo a principios del XX, cuando los experimentos vanguardistas asumen varias de sus características. En el siglo XX el expresionismo y el surrealismo siguieron su estela, en oposición a los principios tradicionales del arte clásico. Lynton destaca cuatro características románticas en las que el arte moderno ha profundizado:
‹‹el rechazo por parte de Rousseau de los valores de la sociedad civilizada; el rechazo por parte de Beethoven de las formas, de la armonía y de las convenciones estilísticas heredadas, el rechazo por parte de Wordsworth del lenguaje idealizado como material de la poesía en favor del habla popular; el reconocimiento por parte de Goethe y de otros de que lo inconsciente, y no cualquier agente o impulso externo, es el verdadero origen de la actividad creativa, etc.›› [Lynton. Historia del Arte Moderno. 1988 (1980): 13.]
El influjo del romanticismo en Miró se comprueba en que siguió esas cuatro (por mi parte le añadiré dos más) características con marcada fidelidad a lo largo de toda su vida artística. Como veremos, son ideas cargadas de un intenso contenido político y que pueden interpretarse de un modo ambiguo o incluso contradictorio:
- Miró rechaza los valores de la sociedad civilizada industrial, sobre todo el mito del eterno progreso material; y expresa su pesimismo ante la destrucción de la naturaleza, la pérdida del reconocimiento de la identidad personal y de los valores solidarios de la sociedad campesina. En suma, enarbola el escepticismo ante el progreso material y siente una profunda añoranza de la sociedad rural tradicional: se ancla en el pasado para afrontar la tormenta del futuro. Cuando Miró pinta paisajes de fondos infinitos podría interpretarse que está abandonando la modernidad y a la vez está volviendo al romanticismo y preludiando el posmodernismo. Al respecto, Maderuelo ha escrito que: ‹‹La crítica a la modernidad que se trasluce en estas posturas [land art] está provocada por la concienciación de que el hombre es un desgarrón en la naturaleza, que el hombre administra desde presupuestos antinaturales, dictados por las ideas industrialistas y esquilmadoras implícitas en el ideario de la modernidad.›› [Maderuelo, J. Nuevas visiones de lo pintoresco: el paisaje como arte. 1996: 17. Este autor cita en el mismo sentido a Lucy R. Lippard, Overlay. Contemporary Art and the Art of Prehistory. Pantheon Books. Nueva York. 1983; y a Robert Morris. Aligned with Nazca. “Artforum” Nueva York (X-1975).]

Resultado de imagen de Friedrich, Océano glacial (1824)

Su pesimismo romántico se emparenta así con el que Friedrich expresa más directamente en su obra Océano glacial (1824) [Óleo sobre tela (96,7 x 126,9). Col. Hamburger Kunsthalle, Hamburgo. Reprod. <The romantic vision of Caspar David Friedrich>. Chicago. Art Institute (1 noviembre 1990-6 enero 1991). Nueva York. MET (23 enero-31 marzo). Fondos de la URSS. Cat. 110 pp. / Börsch-Supan, Helmut. Gaspar David Friedrich. Prestel. Munich. 1990. 208 pp.], donde un barco naufragado, apenas visible debajo de una pirámide de geométricos bloques de hielo, parece un monumento al triunfo de la omnipotente naturaleza sobre la ambición y la esperanza humana, que nada puede ante la fragilidad de la existencia y la certidumbre de la muerte. Es oportuno anotar que debió pintarlo con el recuerdo de una terrible tragedia familiar: huérfano de madre a los siete años, cuando tenía 13 (1787) cayó a un lago helado desde el borde de una embarcación, y su hermano mayor Johann Chistopher se arrojó al agua y le salvó, pero a cambio se ahogó ante su mirada.
- Miró combate las formas, la armonía y las convenciones estilísticas del pasado; buscará un arte abierto a la innovación y la provocación. Es una actitud desafiante ante las normas estéticas clásicas y las élites que las defienden y usan como arte oficial. En este sentido, Maderuelo afirma que: ‹‹En buena parte, la modernidad se ha construido desde la negación de los temas, teorías y procedimientos establecidos por el clasicismo. (...) será anatemizado lo pintoresco (...). / El mito de la máquina sustituirá al mito romántico de la naturaleza. Esta metamorfosis se aprecia muy claramente en las artes plásticas, que, por una parte, van a representar objetos y máquinas y, por otra, van a negar la ilusión del espacio perspectivo que dio origen a la representación del paisaje.›› [Maderuelo. Nuevas visiones de lo pintoresco: el paisaje como arte. 1996: 11-12.]
- Miró desprecia el lenguaje artístico idealizado; reivindicará un arte enraizado en la cultura popular, no elitista, aunque no opuesto a éste. Aquí incurre en la dura contradicción, de la que era muy consciente, de usar formas tomadas del imaginario popular, pero verterlas en nuevas formas muy difíciles de captar para sus prístinos creadores. Pero su exigencia estética le obligaba a afrontar este obstáculo con la convicción de que sería superado por la gente.
- Miró reconoce en el París de los años 20 que lo inconsciente, y no un agente externo, es el verdadero origen de la actividad creativa. El arte será la autoexpresión de las profundidades más íntimas del ser humano. Así, la conducta social no será un tema habitual en su obra y Miró siempre rehusará hacer un arte que se asemeje al realismo socialista. Esta teoría tendría su base probablemente en la teoría expuesta por Benedetto Croce en su ensayo La estética como ciencia de la expresión y lingüística general (1902), una reacción contra el positivismo naturalista de su tiempo y la consecuente imitación de la naturaleza, en el que defiende que el arte es la forma primera y puramente intuitiva de la actividad de su tiempo y reconoce que el acto creador es la manifestación externa de un estado del alma; por lo tanto, el artista se erige en mago-profeta de las corrientes ocultas de su tiempo y la obra artística es una unidad intuitiva de forma y contenido, estrechamente relacionada con la historia.
- Además, una quinta característica. Miró vive a finales de los años 10 el ideal del “sublime” romántico de que el artista es un desterrado de la sociedad y la rechaza, un sentimiento que comparte con la que Fontbona llama la generación posmodernista (Nonell, Mir, Pidelaserra, Nogués, Picasso...), que por su vanguardismo rebelde e intransigente sufre un auténtico conflicto con la sociedad catalana que no compra sus obras. Mientras los modernistas pactan con la sociedad y pronto gozan de un adecuado status profesional, los posmodernistas deberán entregarse (la mayoría recalan en el más blando noucentismo) o emigrar (Picasso). [Molins, Miquel. Pervivència del s. XIX. El Noucentisme. <Col·leccionistes d’art a Catalunya>. Barcelona. Palau Robert y Palau de la Virreina (22 junio-22 julio 1987): 120.]
- Por último, fuera ya del influjo de Urgell, la característica del feísmo romántico. Miró participa del combate vanguardista en defensa del valor estético de la fealdad, y justamente el romanticismo es el penúltimo intento en este sentido, como se manifiesta en el prólogo de Victor Hugo en su drama Cromwell (1927):
‹‹El contacto con lo deforme ha dotado a lo sublime moderno de algo más grande, más sublime en definitiva que lo bello antiguo. (...) Lo bello sólo tiene un tipo, lo feo tiene mil. (...) Es porque lo bello, desde el punto de vista humano, no es más que la forma considerada de su relación más elemental, en su simetría más absoluta, en su armonía más íntima con nuestro organismo. (...) En cambio, lo que llamamos feo es un detalle de un gran conjunto que no podemos abarcar, y que armoniza no ya con el hombre sino con la creación entera. Por eso nos ofrece constantemente aspectos nuevos, pero incompletos›› [Victor Hugo, prólogo de Cromwell (1827). cit. Manrique Sabogal, Winston. El esplendor de la fealdad. “El País”, Babelia 841 (5-I-2008) 20-23.]
A partir de esta base romántica, Miró se relacionó con la modernidad con ambivalencia, mediante un acatamiento de sus presupuestos estéticos (por ejemplo la innovación formal) y un cuestionamiento de algunos de sus planteamientos ideológicos (el maquinismo como alternativa superior a la naturaleza) e incluso aceptará con reticencias el mito del progreso: creyendo en el desenvolvimiento del espíritu humano a través de la historia y en el papel del arte en esa liberación, no podrá evitar verter un racional pesimismo sobre la acción de la Humanidad. Sus declaraciones de pesimismo existencial son demasiado insistentes como para obviarlas. En ello se rastrea una conexión con el pensamiento posmoderno, con su búsqueda de rescatar lo “sublime” del paisaje, en su faceta de espacio del ritual mágico (con la consiguiente valoración de los espacios primitivos míticos como Stonehenge).
Parafraseando las teorías de Robert Rosenblum sobre la pervivencia del Romanticismo en el arte moderno, opinamos que Miró se plantea el problema de cómo encontrar, en un mundo laico, unos medios convincentes de expresión para las experiencias religiosas que antes del Romanticismo habían tenido su cauce idóneo en la iconografía cristiana. Como hicieron muchos artistas del s. XIX y en este Mondrian, Klee o Ernst la ‹‹persecución de lo sobrenatural sería desviada hacia la observación de la propia naturaleza, cada una de cuyas manifestaciones, desde la flor silvestre más común hasta la más singular cumbre montañosa, podía ofrecer una intuición de la divinidad›› [Rosenblum. La pintura moderna y la tradición del Romanticismo nórdico. De Friedrich a Rothko. 1990 (1975 inglés): 223.]
La teoría del historiador del arte norteamericano Robert Rosemblum (1927-2006) es que hubo una progresiva disolución de las formas desde el romanticismo nórdico al expresionismo abstracto, y fue expuesta primero en el artículo The Abstract Sublime en la revista “Artnews” v. 59, nº 10 (II-1961) 38-41, 56 y 58; y ampliada en una serie de ocho conferencias en 1972 cuando fue invitado como Slade Professor of Fine Art en la Universidad de Oxford. Su tesis informa la reciente exposición *<La abstracción del paisaje. Del romanticismo nórdico al expresionismo abstracto>. Madrid. Fundación Juan March (5 octubre 2007-13 enero 2008). 124 obras de 26 artistas. Reseña de García, Ángeles. Cuando la poesía se hace sublime. “El País” (6-X-2007) 55. Un ensayo reciente de Tomàs Llorens [<Miró: Tierra>. Madrid. Museo Thyssen-Bornemisza (2008): 19, n. 9.] enfatiza que Rosenblum considera a Miró un pintor demasiado mediterráneo y sensual, apartado de la tradición romántica alemana o nórdica y su estética de “lo sublime” y por tanto sin influencias o vínculos con el expresionismo abstracto americano, en contraste con Greenberg y Rubin, Krauss y Rowell, que veían a Matisse, Picasso y Miró como sus padres directos.
Miró se distingue, no obstante, de los artistas antes citados porque su solución no es la pesimista de un mundo desolado, sino la feliz de un mundo alegre. No es una respuesta nórdica, sino mediterránea. Pero hay un punto y aparte: en los años finales Miró tantea la amargura de la desaparición y el negro inunda sus pinturas. Miró muere siendo un romántico sombrío.
En la escasa historiografía que se ha detenido en el tema del romanticismo mironiano destacan Gullón, Gimferrer y Weelen. En cambio, los autores más consagrados como Dupin, Malet, Soby, Sweeney, Lubar... apenas tratan este punto de refilón.
El primero en advertirlo fue Carl Einstein, en su Die Kunst des 20. Jahrhunderts (1926), que incluyó a Masson y Miró entre las nuevas generaciones de pintores románticos, y los caracterizó por sus “analogías” y su vuelta al motivo. [Einstein. Die Kunst des 20. Jahrhunderts. 1926. Propylaën. Berlín. 1931: 128, 428-433, 641. Reed. Verlag Philipp Reclam. Leipzig. 1988. cit. Palermo. Tactile Traslucence: Miró, Leiris, Einstein. “October”, nº 97 (verano 2001) 31-50. Trad. Translucidez táctil: Miró, Leiris, Einstein. 2002: 91.]
Ricardo Gullón ha tratado el tema del romanticismo mironiano, variando drásticamente su opinión entre 1945 y 1950. En 1945 afirma sin ambages que es un romántico (en su sentido musical-poético, anticlásico e irracionalista): ‹‹Es romántico, en contraposición a los cubistas Picasso o Gris, que apuntan a lo clásico. Se tildaba de abusiva la reacción frente al musicalismo pictórico y de exagerada la desviación hacia el lado de la geometría››. [Gullón, R. Juan Miró por el camino de la poesía. “Leonardo. Revista de las ideas y las formas”, t. 3, v. 8 (XI-1945) 29-39. Reprod. Gullón. De Goya al arte abstracto. 1952: 119.] Por contra, en 1950, aun aceptando que Urgell le aportará en su juventud una influencia romántica [Gullón, R. Imaginación y poesía en la pintura de Joan Miró. “Cuadernos hispanoamericanos”, 15 (mayo-junio 1950): 533.], niega todo rastro de romanticismo (en su acepción sentimental) en la obra del Miró ya maduro a partir de 1925:
‹‹Lo que evidentemente no se encontrará en la pintura de Miró son los elementos aludidos por Ortega como “demasiado humanos”, dominantes “en la producción romántica y naturalista”; hay en su arte una instintiva amputación de cualquier devaneo sentimental y una involuntaria ironía que le coloca en los antípodas del romanticismo. Velázquez y Miró, tan lejanos entre sí, están situados en la misma línea, o si se prefiere, en el mismo plano, mientras los románticos (y con esto no apunto una censura; simplemente consigno un hecho) se instalan en otro distinto. La distancia es tal vez menor, pero entre ellos y los primeros hay un espacio infranqueable. Miró desdeña la grandilocuencia y extirpa en sus cuadros todo conato sentimental.›› [Gullón, R. Imaginación y poesía en la pintura de Joan Miró. “Cuadernos hispanoamericanos”, 15 (mayo-junio 1950): 527-528.]
Gimferrer (1978) explica que el ansia de innovación de Miró se enraiza en la propuesta romántica de la libertad absoluta y la búsqueda de la originalidad:
‹‹(...) El romanticisme semblava postular la llibertat absoluta; aquesta llibertat, que consistia en la desvinculació de la preceptiva neoclàssica, enfrontarà finalment l’artista amb un terreny inconegut on s’imposara una nova exigència: l’originalitat, en el doble sentit, l’usual i el de retorn a l’originari. (...) Alliberament i ascesi. Aquest és el procés detectable en l’art de Miró, cada vegada més lliure i cada vegada més despullat d’elements que no responguin a allò que demana el vocabulari expressiu. (...)›› [Gimferrer. Miró, colpir sense nafrar. 1978: 66-68.]
Weelen (1984) percibe en la obra mironiana un continuo componente romántico, que se manifiesta en su particular surrealismo de los años 20 o en su realismo de los años 30. Es la visión romántica del artista rebelde, siempre insatisfecho, que alcanzará su mejor expresión en la obra más madura y espontánea de los años 60 y 70:

‹‹Si Miró abandonne alors une image créatrice d’illusions surréalistes, il reste fidèle pourtant à une attitude romantique, décapée et amplifiée par le Surréalisme. La fulgurance du geste, la rencontre fascinante, l’instant merveilleux, l’éblouissement du choc, sous-tendent les oeuvres qu’il réalise en peinture, et son peuple familier de bons-hommes irrités et taquins ne lâche pas prise pour autant; ils se réfugient dans sa sculpture. Si l’intensité s’est imposée à Miró comme un moyen de relations avec autrui, plus que jamais, semble-t-il, il se confie à elle. Il délivre une énergie violente dont la force doit être perçue, tel le son d’un instrument de percussion: immédiate et absolue. En refusant de passer par les canaux culturels habituels, il cherche à faire de l’art un éblouissement. Jamais, il n’à été amené à mépriser les moyens et les servitudes de la peinture. Il les a forcés, transformés.›› [Weelen. Joan Miró. 1984: 8.]

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