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domingo, noviembre 06, 2011

El problema de hiperactividad de Joan Miró.

          
Abstract.
El artículo resume los datos que apuntan a que Joan Miró padeció desde la infancia un grave problema de hiperactividad y a cómo lo superó.

The article summarizes the data suggesting that Joan Miró suffered from a serious childhood hyperactivity and how he overcame this.

Joan Miró, al parecer, padeció desde niño el síndrome de hiperac­tivi­dad. Esta enfermedad metabólica afecta sobre todo a los varones y ronda entre el 5 y el 10%, del alumnado y tiene como principal sín­toma la falta de aten­ción en clase y el trabajo, y en ocasiones también la carencia de memoria significativa, lo cual desemboca a menudo en el fracaso escolar, porque muchos de los afectados repi­ten cur­sos académicos y no obtienen un título oficial de enseñanza y con frecuencia después padecen graves problemas de adaptación profesional y so­cial, con empleos de bajo nivel y, en menor grado, paro crónico e incluso delincuencia.
Su ori­gen es, para la mayoría de los espe­cialistas, bio­lógico y, en gran medi­da, here­ditario. Se­gún un estudio de Alan Zameckin (1990), los pacientes de hiperac­tivi­dad tienen un bajo nivel de glucosa en la región que se ocupa de regular la con­centración, la inhibi­ción y el con­trol de las facultades moto­ras; esto explica que muchos de ellos sean aficionados compulsivos a los dulces, una afición notoria en el caso de Miró.[1]
Pero la hiperactividad no acarrea necesariamente el fraca­so académico y profesional: entre los más co­nocidos pacien­tes de esta enfermedad se encuen­tran personajes tan exitosos como Leo­nardo da Vinci, Benja­min Fran­klin, Beethoven, Rodin, Einstein, Wins­ton Chur­chill, Kennedy, Clin­ton, Dustin Hoffman, John Lennon, etc. De hecho, según el psicólogo Russell Barkley, de la universidad de Massa­chusetts, los hipe­ractivos a menudo pueden ser especialmente creativos si se les encamina tempranamente hacia actividades en las que pue­dan desaho­gar su exceso de energía emocional, como el arte, la música, el teatro, y, en cambio, son francamente inútiles para trabajos de oficina, don­de se sienten aprisionados. La mayoría sufren mucho en su infancia y juventud, porque se sienten fracasados e inadaptados, pero si desarrollan una dura disciplina de trabajo pueden alcanzar grandes objetivos. La psicólo­ga Irene Oromí afirma: ‹‹Estas personas suelen ser muy inteli­gentes y su hiperactividad puede hacerlas enormemente creati­vas. La clave está en ayudarles y orientarles adecuadamente.››[2]
Miró parece un claro ejemplo de esta dolencia y también de su superación. Miró confesaba en su vejez que sus notas de niño fueron en general bajas, hasta el punto de haber suspendi­do el último curso de Bachillerato y lo excu­saba en su congénita falta de concen­tración en el es­tudio. Los datos conocidos indican que fue un alumno que odiaba en especial las matemáticas, que requieren una gran atención; que fue deficiente incluso en los estudios artísticos aunque sus maestros apreciaban su potencial, y siempre, hasta el final, desdeñaba los textos teóricos —incluso los de historia del arte, que nunca subrayaba y sólo le interesaban por las imágenes; sus apuntes personales versan sólo sobre técnicas artísticas—, sino que prefería las impre­sio­nes que le pro­porcio­naba la poesía, con sus frases cortas e impactantes; no se interesaba largo tiempo por un asunto con­creto sino por todos a la vez (una lógica global, no secuencial), de lo que hay incontables ejemplos en sus conversaciones, tanto en sus declaraciones cuando era joven con Trabal en 1928 o Melgar en 1931 como cuando era ya un anciano en 1975 con Raillard, en las que pasaba de un tema a otro sin solución de continui­dad; en su juventud le des­tinaron a un tra­bajo buro­crático que odiaba debido a su confesada inca­pacidad para con­cen­trar­se, pues se dedicaba a dibujar hasta en los libros de con­tabilidad; cuando viaja­ba, pasaba lar­gos pe­riodos de inactividad sin centrarse en el trabajo, lo que comprobamos­­ en su primera estancia en París en 1920 o sus semanas­ de inacción apenas llega­ba a Mont-roig o a Bar­ce­lona, como reflejan casi todas sus cartas desde los años 20 y que justificaba con la ne­cesi­dad de tomar fuer­zas.
Miró con­siguió vencer lo peor de su problema del mismo modo que la mayoría de los hiperactivos: decidiendo tempranamente su vocación e imponiéndose una severa disciplina. En su caso lo hizo des­de que hacia 1911-1912 asumió como mi­sión de su vida la creación artística y se esforzó por desarrollar su atención en el trabajo. Desde esa época co­men­zó a convertir la lenta construcción de una per­sonali­dad con hábitos estrictos, entre los que destaca su manía por el orden —sus dibujos y esbozos aparecen clasificados, con la fecha de realización en unos ficheros especiales para que no penetre una mota de polvo; tan pronto como terminaba de usar los pinceles, los limpiaba y ordenaba según su tamaño—, mientras eliminaba todas las fuentes que podían disturbarle, y en particular exigía una soledad absoluta, sin intromisiones en su taller[3], con un silencio completo a su alrededor, pues ni siquiera aceptaba que hubiera música[4], y hasta los cuadros los volvía del revés para que no le distrajeran.
En los años 1950-1960 ya había logra­do forjar los hábitos correctos, pero aún así mos­traba los rasgos fundamentales de los hiperactivos, con pe­riodos de incapacidad para concentrarse en la creación —que casi siempre coincidían con las semanas anteriores y posterio­res a los via­jes y que llegó a su culmen con el traslado defi­nitivo a Mallor­ca en 1956 que le costó muchos meses de inacción—, con fre­cuen­tes y constantes cam­bios de atención de una obra a otra traba­jan­do con varias a la vez como si estu­viese poseí­do de un furor inextingui­ble, la misma apasiona­da gestualidad que fue su prin­cipal ca­racterísti­ca des­de su retor­no a la pin­tura en 1959.
No podía parar de trabajar, porque si lo hacía le costaba mucho recomenzar, como explica en 1975 a Raillard: ‹‹(…) lo que me resulta imposible es interrumpir el trabajo. Todavía hoy sigue siendo así. Por eso evito los viajes. Para llegar a París en avión, basta una hora, pero eso corta el trabajo; y si me quedo cuarenta y ocho horas en París necesito por lo menos una semana para recomenzar, para retomar el hilo.››[5]
Pasaba por arrebatos de creatividad que duraban semanas, con sesiones inacabables de muchas horas, que intentaba refre­nar poniéndose una restricción horaria que a duras penas cumplía. En otras ocasiones, en cambio, permanecía inactivo ante el ca­ballete horas y eso se prolongaba durante días, pensando posi­blemente en infinidad­ de asuntos, hasta que por fin se centraba, su talento se conducía a un fin concreto y recomenzaba un ciclo de gran intensidad creativa. Miró se espantaba de estas recaídas en la molicie (algunos conocidos, como Ramón Gaya, sólo veían esta faceta suya y le calificaban cruelmente de perezoso), y esto explica su constante invo­cación, mil ve­ces re­pe­tida, a la disciplina de trabajo como eje de su vida, otra característica más que comparte con los hiperactivos que han superado su trastorno.

Antonio Boix, en Palma de Mallorca (29-X-2011).
Este texto es una versión para blog del artículo de Boix Pons, Antonio. El problema de hiperactividad de Joan Miró. “Octopus” RDCS, nº 11 (XI-2011) 33-35.


 [1] ­Alan Zameckin. “New England Journal of Medi­cine” (1990).
 [2] Irene Oromí. cit. Jáuregui, Pablo. Psicología infan­til. “El Mundo” espe­cial Salud (31-VII-1997) 1-3.
 [3] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 47.
 [4] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 57-58.
 [5] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 29.

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