La influencia del
modernismo en Miró.
El modernismo influyó
mucho en Miró, pero no tanto como para adscribirse. Apreciaba el modernismo como
un antecedente muy valioso, inspirador y cercano (Barcelona estaba llena de obras
modernistas), pero él se rebelará contra varios de sus principios ideológicos,
como su aceptación y pasividad ante un mundo “perfecto” en su camino de progreso,
y de sus formas estéticas, como su elegancia, su figuración suave y su decorativismo.
Pero, como ocurría con las vanguardias contemporáneas, Miró hubo de partir del
previo conocimiento para ascender a la superación, y en ese aprendizaje asumió
rasgos generales e indelebles del gusto modernista. Entre ellos, algunos compartidos
con el romanticismo, y apartando los influjos individuales, como el tan importante
de Nonell, destaco varios:
- El mito del progreso
espiritual de la Humanidad. Con muchas salvedades (pues rechazaba el mito del
progreso material), Miró creía en el progreso (aunque no exento de ciclos) del arte,
en contra de la visión desencantada de Léger, quien afirmaba: ‹‹Está prohibido
decir este es mejor que el otro. (...) No existe progreso en el arte›› [Léger. Funciones de la pintura. 1969: 114.]. Miró afirmará que el artista
siempre debe experimentar, avanzar, descubrir, en un camino eterno, sin fin.
- El amor por la Edad
Media, como los neogoticistas Pugin, Ruskin y Morris, o los escritores Víctor
Hugo o Rubén Darío, aunque Miró preferirá el
primitivismo del prerrománico y románico, mucho más cercano a las formas sencillas
y populares. Miró (1978) cuenta que a los 15 años iba al museo del parque de la
Ciudadela para ver la colección de arte románico, antes de que la trasladaran a
Montjuïch, y también contemplaba reproducciones de arte primitivo en aquel museo
[Miró. Declaración en documental de Chamorro.
Miró. 1978. nº 53.]. Aunque estos recuerdos sean bastante inexactos cronológicamente, muestran
ciertamente el estado de espíritu en su juventud.
La magia del cine de Méliès enlaza con el modernismo de su época.
- El interés por la
magia, siendo innumerables los paralelismos simbolismo-modernismo-surrealismo.
Pero en el caso del católico Miró no es una magia vehicular y trascendente, sino
iconográfica, pues Miró reconoce que las formas mágicas son parte de la cultura
ancestral del pueblo y reflejan sus sueños colectivos según las tesis de Jung.
- El aprecio por la artesanía,
que se emparenta con las ideas del movimiento del Arts & Crafts de William
Morris y que refleja el interés de hacer un arte puro y vinculado al pueblo, aunque
tal vez demasiado centrado en las artes decorativas. La artesanía catalana es una
fuente permanente de inspiración para Miró. Dupin (1961, 1993) apunta: ‹‹La vitalidad
de la tradición se manifiesta asimismo en el arte popular y en la producción de
la artesanía catalana. Tanto si se trata de ebanistería, como de alfarería, cerámica
o hierro forjado, los artesanos catalanes hacen gala de una osadía inventiva y
de una seguridad plástica que nos dejan pasmados. (…)›› [Dupin.
Miró. 1993: 16.] y Weelen
(1984) destaca sus principales características: ‹‹Artisan, artisanat, ces mots
dans notre esprit impliquent: une fidélité à la tradition, un goût prononcé pour
la belle matière obtenue souvent par des moyens simples ou pauvres, un sens
profond de l’individualité mise au service de la collectivité, une place claire
et définie au sein de la société. (…)›› y reconoce la afinidad de Miró: ‹‹(…)
Nous nous apercevrons, en déroulant l’oeuvre de Miró, que cet artiste est resté
attaché, en les métamorphosant, à cette attitude, à ces goûts, à cette fonction
assumée avec fierté. (...)››
[Weelen. Joan Miró. 1984: 17.]
- El rechazo del
maquinismo, correspondiente al rasgo anterior; en una oposición tan semejante a
la de Morris que sugiere que lo leyera en su juventud, seguramente en la Academia
Galí.
El Palau de la Música Catalana (Barcelona), de Lluís Domènech i Montaner.
- La predilección por
las formas ondulantes, en lo que emparentaría con Gaudí y que reflejaría su amor
por la naturaleza y las formas dominantes en ella. Es un rasgo encadenado al gusto,
propio del Art Nouveau, por los exóticos artes oriental (hindú, chino y japonés)
e islámico, pero que en España tuvo poco arraigo, salvo en la arquitectura del
ladrillo, tal vez porque el arte hispano-musulmán era una tradición cercana, nada
exótica.
- La pasión “japonista”,
en lo que Miró es indiscutiblemente moderno y se empareja con Manet, Degas, Van
Gogh, Gauguin, Émile Bernard y tantos otros, siendo algunas de sus obras casi cloissonistas
de los años 1915-1920 claras referencias a los grabados multicolores de las estampas
japonesas, como en el Retrato de E. C. Ricart (1917). Esta influencia no sería una moda
superficial sino que expresa el interés por un arte puro, sencillo, atento a la
vida popular, que apela al conocimiento de la intimidad oculta bajo la frialdad
de la apariencia externa.
El modernismo catalán .
Rusiñol.
Sin duda el modernismo es el movimiento artístico que dominará los años 1893-1911 en Cataluña.
Lo dato aquí en el periodo 1893-1911 porque coincide con los 18 primeros años de la vida de Joan Miró, porque toca la consolidación en 1893 del modernismo progresista del grupo de la revista “L’Avenç” y acaba con la muerte en 1911 de Maragall y Nonell. Marfany defiende esta cronología [Marfany Aspectes del modernisme. 1975: 15] pero no cuenta con pleno consenso, porque el modernismo es un movimiento muy complejo en la adscripción de sus figuras principales; se desarrolla en diversos lugares, siendo el modernisme de Cataluña distinto del español; y además habría que distinguir el modernismo literario del artístico.
Hay otras propuestas cronológicas. Eduard Valentí lo fecha en 1881-1906 [Valentí. El primer modernismo literario catalán... 1973: 20]. Ràfols lo data en distintos periodos, según un criterio artístico (primera exposición conjunta de Casas, Rusiñol y Clarasó, 1890-muerte de Nonell y Maragall, 1911), político (bomba del Liceu, 1893-Semanat Trágica, 1909) o institucional (Exposición Universal de Barcelona, 1888-fundación del Institut d’Estudis Catalans, 1907) [Ràfols. Modernismo y modernistas. Barcelona. 1949: 10-11]. Cirici lo sitúa en una época fluctuante entre el eclecticismo de finales del XIX y el novecentismo del primer decenio del XX [Cirici. El arte modernista catalán. 1951.]. Rafael Benet también apunta la cronología de 1888-1907 [Benet. Cronología de la época modernista en Barcelona (1888-1907), en Quatre Gats. Primer Salón Revista. Barcelona. 1954: 30-35.]. Manent y Yates en 1888-1911 [Manent, Albert. Josep Carner i el noucentisme. 1988 (1969): 35-36]; y en el conjunto de España es habitual proponer 1888-1916 con un sencillo criterio literario (entre la publicación de Azul de Rubén Darío y la muerte de este poeta). Sobre esta cuestión véase también Joaquim Marco [El Modernisme Literari i d’altres essaigs. 1989: 15-16] y Carmen Belén Lord [The New Art: Modernisme. *<Barcelona and modernity. Picasso, Gaudí, Miró, Dalí>. Cleveland. Cleveland Museum of Art (2006-2007): 34-41, que en p. 35 sitúa el inicio del modernismo en la Exposición Universal de Barcelona de 1888].
De acuerdo a las tesis expuestas en sus escritos por Ràfols (1949) y Cirici (1951) el modernismo europeo y por ende catalán es un estilo decididamente internacional, pues aparece simultáneamente (no por un lento proceso de difusión desde París como la mayoría de los movimientos decimonónicos) en varias ciudades y en varios países, de Glasgow a Barcelona, de Viena a París, animado por un utopismo social y una teoría del arte comprometido socialmente —el caso de Henry van de Velde)—, tomada de los teóricos revolucionarios del siglo XIX como Fourier, Proudhon, Marx, Bakunin, Kropotkin…, en la que el arte tendría la misión social de ser un instrumento del cambio político, así como ser una representación actualizada de lo que sería la creatividad no alienada en la sociedad utópica —esta segunda sería la pretensión de Picasso, Miró, Tàpies...—. El modernismo, en la senda del romanticismo, plantearía como solución una filosofía antimaquinista, reivindicativa del valor de la artesanía en su más puro sentido medieval, según la tesis de que la artesanía es tan importante como el arte más elevado, que se remonta a Marx y William Morris (y su movimiento de Arts & Crafts). En este sentido, la Werkbund alemana (1907), en parte creada por el mismo Henry Van de Velde, quería ser una colonia de artistas, en la que se unieran teoría y práctica, prefigurando la Bauhaus de Gropius y las modernas escuelas de diseño, en contra de quienes, como Adolf Loos, sostienen que es una forma previa al arte, sin lugar en una sociedad moderna y racional. No nos extrañará así que Gropius encargue a Miró en 1950 un mural para un edificio suyo de Harvard, aplicando el principio de fusión de las artes.
En suma, el Modernismo catalán apareció a partir de finales del siglo XIX, alrededor de la revista “L’Avenç” (1881), en la que colaboraban varios de los más arriesgados jóvenes intelectuales catalanes (Jaume Massó i Torrens, R. D. Perés, Ramon Casas...). Su ideología era el positivismo, el realismo y el naturalismo. A partir de la campaña de 1891 de reforma ortográfica del catalán se incorporaron Alexandre Cortada, Raimon Casellas, Joan Maragall, Santiago Rusiñol, Pompeu Fabra... Fue la incorporación de Jaume Brossa en 1892 lo que proporcionó coherencia al movimiento. [Castellanos. Modernisme i Noucentisme. L’Avenç”, 25 (III-1980): 26].
Casas. Ramón Casas y Pere Romeu en un tándem (1897). Una de las pinturas más emblemáticas del movimiento modernista catalán.
Dupin (1961, 1993) explica la historia cultural y artística de la Cataluña de principios del siglo XX, la de la formación de Miró, como el enfrentamiento de dos movimientos, el modernismo y el noucentismo: ‹‹Volvamos a comienzos de siglo, al renacimiento del espíritu y del nacionalismo catalanes. Dos tendencias opuestas se enfrentaron en el campo artístico, arquitectónico y literario.›› Esta debía ser la visión, dialéctica, del propio Miró, desgarrado entre sus fidelidades al progresismo modernista y a las clásicas raíces mediterráneas y catalanistas del noucentismo. Y Dupin acto seguido considera al modernismo como encarnación del espíritu catalán más aperturista a la vanguardia europea:
‹‹En el polo opuesto [al noucentisme], los modernistas, que vienen de más lejos, desde 1884, con los pintores Rusiñol y Canals [se refiere a Casas], buscan fuera las armas para combatir el inmovilismo ambiente. Los modernistas prefieren remitirse al simbolismo, a Maeterlinck especialmente, a Böcklin, a los prerrafaelistas. Una segunda generación de pintores se reúne en el Círculo Artístico de Barcelona y hace gala de bohemia, de anarquismo anticlerical, de simbolismo decadente: Urgell, Mir, José María Sert y, por encima de todos, Nonell, el más célebre, que después influirá en el Picasso del período azul. Se reúnen en la cervecería “Els 4 Gats” con toda la vanguardia barcelonesa. Allí se les unirá y los dibujará Picasso, que celebra su primera exposición, precisamente en Barcelona, en 1890.›› [Dupin. Miró. 1993: 12.]
Para comprender su esencia comencemos por una pregunta. ¿Por qué no triunfó el modernismo en sus aspiraciones? Sus críticos concuerdan que se debió al divorcio insuperable entre la teoría y la práctica [Calvo Serraller. Imágenes de lo insignificante. 1987: 106.], entre sus ideales de reverencia al pasado y su pretensión de labrar el futuro, entre el arte que defendía y una sociedad que había ido mucho más allá, entre el individualismo que ofrecía como solución y el colectivismo de las respuestas que requería la sociedad. Este mismo divorcio es el que se achacará a Miró en cuanto a su compromiso.
En Cataluña el modernismo tuvo un significado especial, que Barey resume así: ‹‹El mot “modernisme” neix d’aquells grups d’artistes “diferents”, amb el propòsit de revitalitzar una cultura catalana arrelada en el passat. Progressista i inquiet, l’home amodern” es definia com el destructor d’un immobilisme representat per la burgesia que, a poc a poc, assimilà i finaçà els seus projectes. El modernisme passà d’una postura combativa a una “moda” plena de floritures de la qual renegaren els seus promotors.›› [Barey, André. Sobre la significació del terme modernisme. “L’Avenç” 65 (XI-1983): 22.]
De este modo, el modernismo se convirtió en un arte oficial, fomentado entonces y recuperado en el futuro por las instituciones catalanas, como una prueba tangible de que el catalanismo podía ser modernizador. De resultas, es el movimiento artístico mejor estudiado en la Cataluña contemporánea, como muestra la reciente bibliografía.
La aportación modernista más importante al arte catalán es indiscutiblemente la arquitectura, con dos corrientes: racionalista una (Domènech i Montaner sería su adalid), que prefiguraría el Movimiento Moderno de Le Corbusier; y otra irracionalista (con Gaudí a la cabeza, cuya influencia sobre Miró han resaltado la mayoría de los autores), que se emparenta con el organicismo de Wright. Dupin (1961, 1993) resume esta subdivisión:
‹‹El modernismo marcó en particular y de forma duradera la arquitectura y el urbanismo de Barcelona, donde encontramos idéntica pasión por el simbolismo, por Wagner, por la ciencia y el espíritu decadente, amén de una búsqueda persistente de la identidad catalana. Las realizaciones de Domènech i Montaner y Puig i Cadafalch ilustran los objetivos de un grupo que creía en el progreso, en la apertura, en la renovación de las formas, en la síntesis entre tecnología moderna y tradición catalana. Frente a ellos tienen a otros arquitectos modernistas, más audaces en su visión del “Art Nouveau”, que denuncian su cientificismo, reanudan sus lazos con la Iglesia y defienden un arte visionario atento a la naturaleza. Naturaleza que integran brillantemente al nihilismo de Ibsen, de Tolstoi y de Nietzsche. Gaudí, arquitecto de genio, encarna dicha corriente, seguido por algunos otros talentos: Jujol, Rubio o Martorell.›› [Dupin. Miró. 1993: 12-13.]
En Cataluña se asoció al principio con un deseo de modernidad, como apunta Bozal, un vínculo con las novedades artísticas europeas y en particular el impresionismo, el simbolismo, el decadentismo fin de siècle y los prerrafaelitas [Marfany. Aspectes del Modernisme. 1975: 47]; al tiempo que era una corriente de genuina expresión nacional catalana, con unos rasgos inequívocamente regeneracionistas e innovadores, como por ejemplo un sentido de rebelión artística en la que se reivindicaba un nuevo papel para el arte y el artista en la sociedad moderna.
Bozal ha destacado las contradicciones del modernismo, poseyendo varios rasgos propios a la vez de la tradición y de la modernidad: la búsqueda de una identidad nacional catalana, la incorporación de corrientes culturales y artísticas europeas, la investigación en la tradición cultural y el uso de formas artísticas propias de esa tradición, el rechazo de las formas no cosmopolitas (en especial la pintura de historia y la anecdótica), la afirmación de un cierto espiritualismo frente al materialismo naturalista. [Bozal. Pintura y escultura españolas del siglo XX (1900-1939). 1995: 26] Esto debía favorecer su disgregación y su evolución hacia el noucentismo.
Marfany (1975) considera que se debe al modernismo y luego al noucentismo el proceso de modernización de la cultura catalana a caballo del 1900: ‹‹el procés de transformació de la cultura catalana de cultura tradicionalista i regional en cultura moderna i nacional, procés que es desenvolupa durant la darrera dècada del segle passat i la primera d’aquest i que és coronat pel noucentisme en una direcció molt concreta i amb exclusió de qualselvol altre.›› [Marfany, J.-L. Aspectes del Modernisme. 1975: 34. cit. Lubar. 1988: 4-5.], aunque fue con unos perfiles exclusivistas que perjudicaron a la postre su fuerza transformadora.
Pero contra la panoplia modernista se levantó el obispo Torras, quien criticó el modernismo como un exceso anárquico —salvo la obra de Gaudí y de Maragall, naturalmente— [Casals, Josep. Nou-cents i modernitat. “El País”, Quadern nº 113 (24-XI-1984) 3]. Torras era crítico respecto al modernismo, al que consideraba una importación nórdica sin raíces mediterráneas, aunque su llegada significaba que había una necesidad espiritual insatisfecha de los jóvenes catalanes. Esto se comprueba en su De la fruïció artística (primera conferencia al Círcol Artístic de Sant Lluc, 1-III-1894), en Obres completes. v. II, 1986, 216-256. También en su texto L’art modernista, en Notes d’art (inéditas, 1936), en Obres completes. v. II, 1986: 435. En otra nota: ‹‹L’Art modernista de tot fa misteris; és la reacció exagerada d’aquella tendència que volia anihilar els misteris››. [Torras. Nòtules d’art agnòstic, en Notes d’art (inéditas, 1936), en Obres completes. v. II, 1986: 484]. Torras declara que modernismo y cristianismo son opuestos, porque el primero no quiere tener fe, se guía sólo por la razón, que al final siempre cae en el escepticismo. [L’art modernista i l’idealisme cristià, en Notes d’art (inéditas, 1936), op. cit.: 451]. Añado que en esta última nota Torras hace una referencia a consultar un asunto de arte moderno a Artigas, seguramente Llorens Artigas, quien era socio del Círcol de Sant Lluc y muy católico.
El jesuita J. M. Aicardo afirmará: ‹‹No, cap dels déus del Modernisme és fill de la nostra terra beneïda!›› [Aicardo. cit. Valentí. El primer modernismo literario catalán... 1973: 51.] Ante tal batería de ataques, pronto el movimiento modernista se dividió y debilitó, hasta que el catolicismo conservador, opuesto a las ideas más progresistas de la primera generación modernista, acabó por vaciarlo de su sentido más transgresor. Adoptó entonces formas más conservadoras, dado que la burguesía catalana era menos poderosa y progresista que la europea y lo integró y domeñó, perdiendo su originaria naturaleza casi revolucionaria. Además, había una contradicción insalvable entre su ansia de apertura internacional y su carácter de movimiento artístico representativo del ascendente nacionalismo catalán.
Pese a todo, el modernismo catalán consiguió un superior rango social para el arte y la música, y preparó el advenimiento del noucentismo y más tarde de las primeras vanguardias catalanas, gracias, sobre todo, a que en el mercado del arte apareció en 1874 la primera galería comercial de arte en Barcelona, la de Joan Baptista Parés, que en 1890 promovió la primera exposición modernista y tuvo un papel esencial en el gusto artístico barcelonés hasta bien entrado el siglo XX.
Sobre la Sala Parés una monografia relevante es Maragall, Joan A. Història de la Sala Parés. 1975. Es una historia ilustrada sobre la evolución de la pintura catalana entre 1875 y 1975, en la que pueden verse obras de casi todos los artistas contemporáneos catalanes de Miró, menos de éste, porque Miró jamás perdonó el inicial rechazo de la galería a exponer su obra, pese a que a finales de los años 20 los Maragall intentaron subsanarlo.
Las manifestaciones arquitectónicas modernistas, en especial las de Gaudí y las de Domènech i Montaner, representaban el empuje vital de la burguesía catalana, mientras que la pintura de Casas y Rusiñol traía a Cataluña el influjo de la suma del naturalismo realista de Courbet y los paisajistas parisinos, la frialdad del impresionismo tardío de Monet y el simbolismo poético de Whistler, un transplante tan exógeno que explica que no arraigase del todo en Barcelona y que siempre fuera una pintura hecha en París, lo mismo que le ocurrirá a la obra de Miró. La *<VI Exposición Internacional de Bellas Artes> de Barcelona (1911) fue, a la vez, la consagración y el canto del cisne del modernismo, del cual Miró contempló las últimas obras como un camino a punto de fenecer, cuando ya el noucentismo descollaba. El mayor influjo del modernismo fue en verdad más vaporoso pero decisivo: sustituyó la Roma de Fortuny por el París de Rusiñol y Casas como principal foco de atención de los jóvenes artistas barceloneses.
Sin duda Pascó es el introductor de Miró al modernismo, pero la influencia de este movimiento le llega también desde otros muchos artistas y escritores, por una especie de ósmosis con el espíritu dominante en las artes y las letras de su juventud.
FUENTES.
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