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martes, junio 03, 2025

Joan Miró. El estilo surrealista abstracto en 1925-1927.

Joan Miró. El estilo surrealista abstracto en 1925-1927.
El estilo de Miró en 1925-1927 se mueve en el filo de la navaja entre el realismo y la abstracción, de manera que se pueden utilizar en la obra de Miró muchos conceptos a priori contrapuestos como “surrealista abstracto”, “surrealista figurativo hacia la abstracción”, “surrealista onírico” o “surrealista poético”. En todo caso, sus obras de mediados de los años 20 reúnen unas recurrentes características fundamentales de su obra de madurez: la estética surrealista, la deformación de las figuras y la experimentación abstracta.
Hay que matizar que su automatismo surrealista está atenuado por su rigor compositivo, como heredero del cubismo, y que no abandona jamás sus raíces realistas, así que al final sigue un camino propio al borde de la grieta entre el realismo y la abstracción. La progresión del estilo de Miró, en suma, va hacia una “desfiguración” de la realidad, esto es, una tendencia a la abstracción que legitima las clasificaciones que numerosos autores han hecho de su obra como “surrealista abstracta”, por lo que no es extraño que su obra se muestre poco en las exposiciones antológicas de los años noventa sobre la figuración del s. XX y sí en las de la abstracción.[1]

El principal problema de partida acerca del estilo de su obra en esta época es escoger entre dos opciones historiográficas: la primera, dominante hasta 1960, es que hay una unidad de estilo, lo que parece ser la opinión de Sweeney, Greenberg, Cirici, Cirlot, Soby...; la segunda, dominante desde 1961, es que debemos separar varios estilos, que se reflejan en los diversos grupos de obras, lo que es la opción de Dupin, a la postre la más relevante y a la que nos sujetamos en lo esencial, aunque también tienen son de destacar los matices que aportan Weelen, Malet...
Dawn Ades y Charles Harrison (1978) muestran esta dicotomía del Miró surrea­lis­ta (Ades), imbuido por la nueva téc­nica del automatismo, y del Miró puente entre el cubismo y el surrealismo (Harrison), ilu­minador con su “abstracción” de nue­vas corrientes artís­ticas y, en con­creto, del expresionismo.[2]
Werner Schmalenbach (1986) comenta que la pintura de Miró en esta época se caracteriza por la experimentación de las posibilidades estéticas que le ofrece el surrealismo, en especial el automatismo onírico, y la inspiración en la fantasía de los pintores románticos y simbolistas y en la poesía de los grandes poetas franceses, desde los simbolistas a los propios surrealistas, lo que le lleva al uso de palabras para así lograr la fusión entre poesía y pintura.[3]
Frank Whitford (1987) explica que la abstracción orgánica de Miró le permite crear un mundo de imágenes mentales que bordea la frontera entre abstracción y figuración:
‹‹Miró, one of the leading Surrealists, did produce some purely abstract paintings, however, and a great many more which negotiate the narrow border between abstraction and figuration. By using abstract forms together with descriptive images, he was able to create a personal world in which the viewer’s imagination can run riot.
It might indeed be said that the clearer the descriptive imagery the less room there is for the imagination. By employing abstraction, Miró could exploit allusion and ambiguity.
Miró’s abstract language is, of course, quite different from that of Mondrian and Malevich. Decidedly non-geometric, it is irregular and organic; that is to say, it assumes the forms of living, growing things. (…)››[4]


Francisco Cal­vo Serraller.

Francisco Cal­vo Serraller y Tomàs Llorens (1987-1988) explican que en 1925 Joan Miró inicia un largo tiempo de cambio, que marcará su evolución pendular hasta la Guerra Civil:
‹‹Entre 1925 y 1937 se produce [además de las crisis de Picasso y Julio González) otra eclosión potente e inquietante: la de Joan Miró, que, tras la fecunda arrancada de comienzos de los veinte, sufre una crisis que vigoriza su ritmo creativo. Se produce un oscilamiento pendular fascinante, que le lleva, en un primer momento, a encontrarse con el puro espacio pictórico —serie de las llamadas “pinturas oníricas” — y posteriormente, a partir, sobre todo, de 1934, a la reconstrucción de evocaciones figurativas sobre la base de formas biomórficas en colores puros, cada vez con una apariencia más sólida y una mayor brillantez cromática —serie denominada por Dupin de “peintures sauvages” —. Sintonizando de manera inmediata con las tribulaciones contemporáneas, el sentido poético de Miró se exalta hasta conquistar, con plena agresividad, una libertad en lo pictórico como nadie lo había logrado hasta ese momento.››[5]
Valeriano Bozal (1992) resume el problema de cómo enfocar la contradictoria obra mironiana entre 1925 y 1928:
‹‹Habituados como estamos a diferenciar períodos y épocas, los historiadores podemos encontrarnos aquí con serias dificultades. Normalmente se habla de las pinturas comprendidas entre Tierra labrada y los interiores holandeses como de un conjunto que definen un período. En el epígrafe anterior [acerca de 1923-1925] he mantenido ese criterio, del que, consecuentemente se sigue la existencia de épocas posteriores, cronológicamente delimitadas. Pero ésta, que podemos considerar sencilla, es una aproximación a la obra de Miró que puede ponerse en duda a poco que miremos los cuadros citados en el párrafo anterior: casi todos rompen con la presunta trayectoria lineal del período y anuncian orientaciones que después revelarán su fecundidad. Photo y Le corps de ma brune no sólo incluyen palabras y frases, sino una grafía y un planteamiento cromático que resultan completamente originales respecto a lo hasta ahora realizado; Perro ladrando a la luna, Desnudo y Paisaje pueden agruparse (en especial el primero y el tercero) en atención a su concepción espacial, inmersa en un paradigma surrealista; El nacimiento del mundo que recoge algunos planteamiento anteriores, rompe en términos generales con ellos; Bailarina española es una obra radical, más de lo que cualquier otro artista se había atrevido a hacer por estas fechas, preludio de imágenes que aparecerán mucho tiempo después. En lugar de una trayectoria lineal, y una explicación lineal, parece más aconsejable aquella que intenta, como en una cebolla (mironiana) quitar las capas sucesivas que envuelven y constituyen la esfera, averiguando cuales son los puntos de contacto, las vetas que se interseccionan, los gajos y protuberancias que, capricho de la naturaleza, se han permitido introducir deformación en el orden riguroso que inicialmente impera. Cuando el artista afirmó que era un hortelano, es dudoso que pensara en lo que voy a decir: sus imágenes son como simientes que, hundidas, sembradas en 1925, 1926 o 1928, florecen años después, y esas flores guardan, a su vez, nuevas semillas que también fructificarán. La sistemática de este crecimiento tiene poco que ver con el desarrollo lineal que es propio de las biografías al uso, mucho con el de las plantas y las estaciones que, volviendo sobre lo mismo, lo crean cada vez distinto y nuevo.››[6]
William Jeffett (1993), comentando las retrospectivas del MoMA y FJM en 1993-1994, considera que pese a “la profundidad y aliento” de Miró, ha sido malentendido, visto como un pintor ingenuo, mágico y primordial, en gran parte debido a su propia manera de presentarse en sus declaraciones. Ahora podemos verle como un pintor más autoconsciente y deliberado gracias a la divulgación de sus apuntes y esbozos en la FJM y de su correspondencia por Rowell[7].
Juan Manuel Bonet (2001) explica que con la incorporación de Miró al surrealismo en París se decantan las tensiones que sufría entre varios estilos: ‹‹(...) Miró llegó al surrealismo desde una suerte de realismo mágico —el también figuró en el libro homónimo de Franz Roh— de fuertes raíces catalanas, que abandonó por un arte en las fronteras de la abstracción, y de gran intensidad cromática, que por sus cualidades líricas en aquel momento fue percibido por algunos críticos —por ejemplo: Frédéric Macé, en “La Gaceta Literaria”— como relativamente cercano al arte de los cultivadores de la “pintura-fruta”. (...)››[8]
Agnès de la Beaumelle (2004) sugiere la tensión interior del artista entre propósitos casi contrarios entre sí, al destacar el cambio estilístico desde los fondos despojados de las pinturas-sueño de 1925-1927 a la minuciosidad de los paisajes imaginarios de 1926-1927 y obras posteriores:
‹‹La singularité de cette production [las pinturas-sueño] presque hallucinée est qu’en réalité, elle se conjugue à d’autres travaux qui en constituent les contraires: en contrepoint, en effet, Miró réalise des peintures de figures ou de paysages, emplies de signes métaphoriques (son fameux miromonde” déployé par exemple dans le Carnaval d’Arlequin), brillamment colorées, peintes avec une minutie, un raffinement d’enlumineur, souvent en aplats saturés: ce seront les fameuses séries des Paysages imaginaires” des étés 1926 et 1927, puis celles des Paysages hollandaises” [por Interiores holandeses] et des Portraits imaginaires” des étés 1928 et 1929.(...)››[9]
Foster; Krauss; Bois; Buchloh (2004) comentan que la pintura de Miró hacia mediados de los años 20 encajaba en un discurso de la modernidad del que podían apropiarse los surrealistas, a caballo entre la escritura automática, el relato irracional de los sueños y, sobre todo, la abstracción o no-figuración que no olvidaba cierta representacionalidad. Y así la pintura mironiana más abstracta, que los autores consideran una evolución del fauvismo de Matisse, ha sido reivindicada por una parte de la modernidad (esto es, la crítica moderna), en contraposición al despego que provoca la obra más realista de Max Ernst, Chirico o Magritte:
‹‹El hecho de que Miró se preste a esta tendencia moderna es fácil de comprobar. Tras comenzar su andadura en Barcelona a finales de la década de 1910 como pintor derivado de los fauvistas, y tras asimilar posteriormente las lecciones del cubismo, llegó a París a principios de la década de 1920 y en 1923 fue asimilado por el círculo de poetas y artistas de Bretón. Las “pinturas oníricas” que hacía en 1925 eran recodificaciones eróticas de la obra de Matisse de hacia 1911, por cuanto se dejaba que campos de color intenso se propagarán ininterrumpidamente sobre la superficie, tan incorpóreo era el dibujo en ellas. Si en el caso de Matisse el dibujo se llevaba a cabo por medio de líneas negativas o “reservas” —como en El estudio en rojo (1911)—, en el de Miró se plasmaba ahora como una suerte de caligrafía que convertía todos los cuerpos a la transparencia y la ingravidez del signo escrito. Estas oleadas de azul, en las que el espacio está desprovisto de límites y los objetos flotan como volutas de humo, y en las que los cuerpos se convierten en signos de interrogación o signos de infinito —sólo la pequeña barra roja en el nexo de la figura ocho [ilus. nº 4 en p. 193 de la pintura El beso (1924) CRP 96] indica que el contenido de esta marca gráfica es la unión de dos células en contacto erótico— encajan a la perfección con un relato moderno de “progreso formal”.››[10]


Tomàs Llorens.

Tomàs Llorens (2008) precisa sobre los “Paisajes del origen” de estos años:
‹‹A su regreso de París en 1924, Miró se encontró en Mont-roig con los paisajes que había dejado sin finalizar el verano anterior. Destruyó muchos de ellos, conservando algunos que presentaban solamente un dibujo simple y esquemático. Fuertemente influido por Nietzsche, a quien había descubierto gracias a su amigo André Masson, Miró veía en estos cuadros sencillos la posibilidad de superar la degeneración de la pintura (síntoma y consecuencia, para él, de la decadencia del hombre moderno) y de emprender el regreso a un tiempo primordial, anterior a la civilización y a la historia, una vuelta al origen. A partir de ese momento y hasta 1927 Miró pintó una serie de telas en las que los fondos monocromos parecen resultado de la improvisación, mientras que las líneas dibujadas (a veces palabras caligrafiadas) sobre esos fondos son fruto de un proceso lento de transfiguración poética. La culminación de este periodo se encuentra en una serie de seis paisajes de gran formato, que Miró pintó en 1927. A pesar de la simplicidad de su composición, en esos paisajes monumentales continúa presente la voluntad narrativa y mitográfica del artista. A través del desafío del espacio vacío, marcado por la línea de horizonte, Miró construye un escenario que evoca un instante privilegiado, una especie de iluminación, a la vez cósmica e íntima, como las que se pueden encontrar en la poesía de Rimbaud o en los relatos míticos de las culturas más primitivas.››[11]

NOTAS.
[1] Miró no contó apenas en las exposiciones antológicas sobre la figuración del s. XX de los años noventa: *<Alma y cuerpo> en la Bienal de Venecia (1995), comisariada por Jean Clair; *<Corps à vif - Arte et Anatomie> en el Musée d’Art et Histoire de Ginebra (1998); *<Menschenbilder: Figur und Zeiten der Abstraktion (1945-1955)> en la Kunsthalle de Mannheim (1998); *<Iace to Face to Cyberspace> en la Fondation Beyeler de Basilea (1999). Tampoco aparece en la que me parece más interesante, porque sí están artistas muy directamente influidos por Miró como Dubuffet, Fautrier y Michaux: *<Creación y figura. Figuración en el siglo XX>. Valencia. Bancaixa (1999). Cat. 235 pp., comisariada por Sally Radic, que comenta en pp. 12-14 las muestras anteriores.
[2] Dawn Ades y Charles Harrison, en Stangos (coord.). Conceptos del arte moderno. 1987: 95-115 y 143-173, respectivamente.
[3] Schmalenbach. Bilder des 20. Jahrhunderts. Die Kunstsammlung Nordhrein-Westfalen, Düsseldorf. 1986: 188.
[4] Whitford. Understanding Abstract Art. 1987: 113.
[5] Cal­vo Serraller; Llorens. Los años fér­tiles (1925-37). *<Le siècle de Pi­cas­so>. París. MAMV (1987-­1988): 86.
[6] Bozal. Pintura y escultura espa­ñolas del siglo XX (1900-1939). 1992: 371-373.
[7] Jeffett, W. Unknown Miró. Reflections on a centenary. “Apollo” Londres (XI-1993). 3 pp. Col. MoMA Queens. cit. p. 1.
[8] Bonet, J.M. Para un mapa del París español. *<París, París, París. 20 Artistas Españoles de la Escuela de París>. A Coruña. Fundación Barrié de la Maza (2001): 27.
[9] Barbara Soyer. Entretien avec Agnès de la Beaumelle. Chefs d’oeuvre en séries, en AA.VV Miró au Centre Pompidou. “Beaux Arts Magazine”, hors-série. 2004: 35-38.
[10] Foster; Krauss; Bois; Buchloh. Arte desde 1900. 2006 (2004): 191. Probablemente el texto es de Foster o de Krauss, los mejores especialistas del grupo sobre este tema.
[11] Llorens. <Miró: La Tierra>. Madrid. Museo Thyssen-Bornemisza (17 junio-14 septiembre 2008): separata, s/p.

ENLACES.
Joan Miró. El método creativo surrealista en 1925-1927. La cuestión del automatismo.*
Joan Miró. El impulso creador en 1925-1927: las alucinaciones y el mito del hambre.*

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