Mis Blogs.

Mis Blogs son: Actual (Actualidad y Aficiones), Heródoto (Ciencias Sociales, Geografía e Historia), Plini (Ciències Socials, Geografia, Història i Història de l’Art), Lingua (Idiomas), Oikos (Economía y Empresa), Paideia (Educación y Pedagogía), Sophia (Filosofía y Pensamiento), Sport (Deportes), Thales (Ciencia y Tecnología), Theos (Religión y Teología), Tour (Viajes), Altamira (Historia del Arte y Arquitectura), Diagonal (Cómic), Estilo (Diseño y Moda), Pantalla (Cine, Televisión y Videojuegos), Photo (Fotografia), Letras (Literatura), Mirador (Joan Miró, Arte y Cultura), Odeón (Ballet y Música).

miércoles, octubre 16, 2024

Joan Miró en 1893-1919. El contexto en España y Cataluña. El nacionalismo en Miró. El catolicismo en Miró.

LA EVOLUCIÓN DE MIRÓ.
Comienzo aquí un recorrido cronológico por la evolución de Miró, dividida en cuatro grandes periodos: el primero en 1893-1919, determinado por sus estudios y actividades iniciales de formación y por las primeras experiencias artísticas, en su tierra natal; el segundo en 1920-1939, conformado por la apertura a las vanguardias europeas en París y por su consolidación como artista profesional; el tercero en 1940-1967, de exilio interior en Cataluña y Mallorca, junto a un creciente triunfo artístico y comercial en el extranjero; el cuarto en 1968-1983, de inmenso triunfo nacional e internacional, al tiempo que disfruta de dos acontecimientos esenciales en la historia del país, la caída del franquismo y la Transición.

PRIMER PERIODO: 1893-1919.
El periodo 1893-1919 para Miró transcurre en Cataluña, aunque entreverado con numerosos viajes a Mallorca, y corresponde a su infancia, adolescencia y primera juventud. Al principio, se incluye un capítulo con varios apartados sobre el contexto histórico y la ideología de Miró.
El periodo se divide en tres etapas, 1893-1906, 1907-1914 y 1915-1919, con tres hitos de ruptura: el primero, el inicio de su educación artística académica en 1907; el segundo, el fin de su educación artística en 1914 que anuncia el inicio el año siguiente de su dedicación profesional al arte; el tercero, el evento fundamental de su marcha a París a los 26 años en febrero de 1920.
La etapa de formación (1893-1906) se podría haber dividido biográficamente, aunque ello es poco útil desde una perspectiva artística, en dos fases de siete años: la formación familiar (1893-1900) y la formación escolar (1900-1907), pero le pongo término en 1906 para no solaparla con la etapa posterior.
En la etapa de formación artística académica (1907-1914) señalo tres fases: la formación romántica y modernista en la Llonja con Urgell y Pascó (1907-1910), la crisis personal y definición profesional como artista (1910-1912) y la formación noucentista, con fechas fluctuantes porque Miró se mueve entre la Academia Galí (1912-1915) y el Cercle de Sant Lluc (1913-1918), pero la considero casi culminada a finales de 1914.
En la etapa de sus inicios como artista profesional (1915-1919) apunto dos fases: la de consolidación de la modernidad cada vez más vanguardista a través del fauvismo y luego del cubofuturismo (1915-1917); y, a partir del fracaso de su primera exposición individual en Can Dalmau, una fase realista y detallista en sus inicios (1918-1919), mucho más próxima a una visión mediterraneísta de la naturaleza, que continúa en los inicios del siguiente periodo, ya en París, pues el realismo detallista alcanza su cénit y su final en 1922, con La masía.

EL CONTEXTO HISTÓRICO E IDEOLÓGICO DEL JOVEN MIRÓ, 1893-1919.
Para comprender la formación de Miró inevitablemente debemos atender al contexto histórico de sus primeros años, por lo que en este capítulo esbozo un resumen del marco político, histórico, económico, social, cultural y artístico de España y, sobre todo, de Cataluña, en el periodo 1890-1919[1], lo que favorece conocer las primeras manifestaciones de la compleja y a veces contradictoria ideología de Miró, que en la mayoría de sus aspectos esenciales varió poco a lo largo de su vida, salvo en la evolución hacia el progresismo político.
En este bloque estudio dos de las más importantes influencias ideológicas en la formación del pensamiento de Miró, el nacionalismo catalán y el catolicismo, que junto a la influencia familiar y de sus amigos intelectuales y artistas determinan también su mezcla de conservadurismo social y de progresismo político, que se verán mejor a lo largo de los distintos periodos, porque un recorrido exhaustivo en un solo bloque quebraría la estructura expositiva diacrónica de esta investigación.
Apunto el grave problema de que falta todavía mucha información, tal como sus agendas privadas, una edición crítica de toda su correspondencia o un estudio completo sobre su biblioteca, aunque sí son conocidas bastantes fuentes importantes. Señalo además que estas dos influencias mayores, el nacionalismo y el catolicismo, se desarrollan desde su infancia y juventud, y continúan siendo muy significativas durante toda su vida.

Las bases ideológicas de Miró.
Las bases ideológicas que Miró asienta durante sus años de formación son esenciales para entender su evolución vital, pensamiento político y estético, y obra, pero se entreveran y separan en dos vertientes, la conservadora derivada del influjo de sus padres, la mayoría de sus amigos y de los líderes noucentistas como Prat de la Riba, y la progresista que parte de las aportaciones de políticos como Rovira y vanguardistas como Salvat-Papasseit.
La primera en llegar es la ideología propia de la clase media catalana a la que pertenecía su familia, en una conflictiva y ecléctica mezcla de ideas: entre la República y la Monarquía, entre el laicismo y el catolicismo, entre el progresismo y el conservadurismo, siempre a caballo entre ambos polos y que a veces degeneraba en radicalismo (el fervor de los conversos es siempre el más apasionado); Francesc Cambó sería el perfecto representante de esta intrincada fusión ideológica, que infunde una gran complejidad a la formación de las ideas del joven Miró, quien vivió sus contradicciones en un tiempo de profundos vaivenes históricos y sociales, de modo que no estuvo exento de dudas y crisis.
En resumen, encontramos en él desde los años de juventud hasta su plena madurez cuatro rasgos ideológicos básicos: un moderado nacionalismo catalán en lo político, un catolicismo muy íntimamente vivido en lo espiritual, un prudente conservadurismo en lo económico y social, y un creciente progresismo en lo intelectual y político. No se pueden separar estrictamente en cuatro apartados porque en muchos aspectos se interrelacionan hasta confundirse inextricablemente (así, el catalanismo y el catolicismo con el conservadurismo; y el mismo catalanismo con el progresismo), sino que adopto una exposición por temas generales, que veremos en su etapa de formación, en el contexto histórico de la Cataluña de los dos primeros decenios del siglo, marcadamente nacionalista, católica y conservadora, pero en la que hay también vetas progresistas que ya penetran, aunque con dificultades, el pensamiento del joven artista.

La situación política española.


La prensa española ardía de pasión por la guerra con EE UU, al principio. La convicción generalizada era que las fuerzas españolas podían incluso invadir Norteamérica.

Los años 1890 fueron años de tensión en todos los órdenes de la vida política, económica, social y cultural del país, como lo prueba el asesinato en 1897 del presidente del gobierno español, Antonio Cánovas, por un anarquista; las crecientes tensiones internas de los partidos conservador y liberal; las huelgas recurrentes... Pero la crisis de 1898 es el gran aldabonazo histórico, pues la Guerra hispano-americana conlleva la pérdida de las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas y marca el final del decadente y ancestral Imperio español y una grave crisis comercial, que debió afectar sobremanera a la familia de Miró, pues toda la actividad económica de Barcelona se resintió del rápido hundimiento del mercado colonial, sobre todo en 1898-1899 y todavía con una resaca menor en 1900-1903. El impacto psicológico no fue menor: la “generación del 98”, el reformismo de Maura, el regeneracionismo de Costa, el definitivo auge del modernismo europeizante, el surgimiento de una alternativa catalanista unida en las elecciones, etc., emanan de esta crisis.
Durante la etapa, llamada del Revisionismo, posterior a la crisis de 1898 tanto los gobiernos conservadores (Silvela, Maura, Dato) como los liberales (Canalejas, Romanones) se enfrentan a los problemas reales de España con desigual éxito, pero sin alcanzar a transformar la situación. Los grandes problemas fueron: la cuestión monárquica, la inestabilidad política, la cuestión militar, la guerra de Marruecos, el enconamiento del regionalismo/nacionalismo, el problema religioso, la conflictividad social.
La cuestión monárquica enlaza con la disputa sobre la forma constitucional del Estado entre los partidarios de la monarquía (y en el seno de estos entre los que querían una Corona muy limitada y los que pretendían un rey casi absoluto) y los de la República, estos crecientes en número con el paso de los años debido a las decepciones que causaba el rey Alfonso XIII, que desde que alcanzó su mayoría de edad (17 de mayo de 1902), quiso ejercer hasta el límite sus grandes prerrogativas constitucionales y las aprovechó para boicotear muchos de los indispensables cambios, acabando de estropear su imagen constitucional con su apoyo a la Dictadura de Primo de Rivera. Es sintomático que Miró jamás mencionara en su correspondencia a Alfonso XIII, lo que contrasta con su posterior deferencia y admiración por su nieto Juan Carlos I, al que sí veía como un rey constitucional.
La inestabilidad política se nutre de las otras cuestiones. Entre 1898 y 1905 desaparecieron los políticos de la Restauración, Cánovas, Castelar, Sagasta y Silvela, a los que sucedieron el conservador Maura y el liberal Canalejas sin llegar a dominar sus partidos, que se desgarrarán en disputas internas: el conservador entre los partidarios de Maura y los de Dato o Juan de la Cierva; el liberal entre muchos aspirantes a partir del asesinato de Canalejas en 1912. Al margen de los dos grandes partidos monárquicos, el liberal y el conservador divididos ambos en numerosas facciones, crecían otros partidos, como el Radical de Lerroux y varios grupos republicanos así como la fuerza del partido socialista PSOE dirigido por Pablo Iglesias, de clara postura antimonárquica, al que se añade a partir de 1920 su escisión comunista, el PCE, todavía más a la izquierda. El resultado fue que la inestabilidad política durante el reinado dañó irreparablemente el débil sistema de la monarquía constitucional: sólo entre 1902 y 1923 se sucedieron 32 gobiernos, con 16 presidentes. La clase política no se renovaba, siempre con los mismos apellidos y las mismas ideas, y no dio soluciones definitivas. Lo peor era la escasa democracia real: la poca participación electoral y el fraude electoral (controlado por el caciquismo) hacían que los cambios de gobierno no obedecieran a cambios en la voluntad general del país sino a crisis internas de los partidos, acontecimientos extraordinarios o la voluntad del monarca. El catalanismo conservador denigró este sistema corrupto e ineficaz, que propendía al centralismo, y es razonable suponer que también Miró rechazó el sistema partidista español, de acuerdo a la visión pequeñoburguesa de que todos los partidos españolistas eran iguales.
El problema militar ya era anterior, pues derivaba del intervencionismo decimonónico y se acrecentó con la plétora de oficiales y generales sobrantes después del desastre de la guerra hispano-estadounidense de 1898 y la subsecuente pérdida de las colonias, pero crece porque el ejército vuelve a inmiscuirse en la política, motivado por la guerra de Marruecos, el crecimiento del regionalismo y del nacionalismo no español en la periferia, y de los problemas sociales de la oficialidad, en concreto los bajos sueldos y pensiones. Los oficiales se organizaron en las Juntas de Oficiales y en las Juntas de Defensa (1916), con lo que formaron un formidable grupo de opinión, lo que explica el soporte que tuvo Primo de Rivera en 1923. El catalanismo propendió a criticar la institución militar, vista como un medio de opresión centralista, y el mismo Miró emitirá juicios bastante despectivos durante su servicio militar en 1915-1917, amén de marcar su permanente oposición a los ideales militaristas.


Soldados españoles tras el desastre de Annual (1921).

La guerra de Marruecos fue un problema largo y costoso, que comenzó en 1909 con un ataque marroquí a Melilla —la inmediata leva forzosa de soldados para acudir en su socorro fue el detonante de la famosa Semana Trágica de Barcelona—, los numerosos y sangrientos combates posteriores, y que en julio de 1921 empeoró con el gran desastre de Annual, donde fueron derrotadas las tropas del general Silvestre, que pasaba por ser un protegido del rey, lo que agravó la crisis del sistema político-constitucional, justo mientras el desorden público crecía en Cataluña. Todo ello precipitó el golpe de Estado del general Primo de Rivera, que consiguió terminar en 1925 el gran problema marroquí con una ofensiva con su aliada Francia. No encontraremos empero en la correspondencia o en las declaraciones de Miró ni una sola referencia al tema marroquí.
El problema de la oposición de los diversos regionalismos y nacionalismos se exacerbó a medida que se consolidaron por un lado el nacionalismo español ligado al liberalismo y el capitalismo de la segunda Revolución Industrial, muy centralista y apoyado en gran parte de los terratenientes y la burguesía, la Iglesia y el Ejército, y por el otro lado los movimientos nacionalistas en Cataluña, País Vasco[2] y Galicia[3], con el apoyo de las clases medias de sus zonas y una marcada vocación centrífuga. Cataluña era la región con un nacionalismo más dinámico, liderado por la Lliga regionalista de Prat de la Riba y en un puesto más secundario por Cambó.
La cuestión religiosa al respecto Canalejas decía que “No hay un problema religioso, sino una problema clerical” se enmarcaba en el enfrentamiento de dos posiciones: un clericalismo de derechas, que dominaba a través de la Iglesia católica la educación y se aseguraba un apoyo social e ideológico en su política conservadora, y un anticlericalismo nutrido del liberalismo, el radicalismo y la izquierda, que se plasmó en la Ley del Candado (1911) promovida por Canalejas que limitaba el número de órdenes religiosas, así como en los violentos ataques anarquistas a la Iglesia (quema de conventos en 1909 y 1917). El catalanismo se dividió ante este problema, aunque fue preponderante la posición clerical entre la burguesía (como la familia de Miró y él mismo durante su juventud), y fue muy minoritaria la anticlerical, nutrida sobre todo del proletariado inmigrante.
El problema social derivaba de la profunda y extensa miseria —un dato basta para ilustrarlo: la esperanza de vida era apenas de 35 años en 1900— y que crecía el enfrentamiento entre las clases sociales tanto en el campo como en la ciudad.


Una escena de trabajo agrícola en 1894 en Calpe.

Existía una oposición en el campo entre los latifundistas y los campesinos sin tierras. Las reformas agrarias de distribución de tierras y los programas de regadíos eran boicoteados por la derecha, representante de los intereses de los latifundistas, mientras que los dos millones de jornaleros y un millón de pequeños propietarios sufrían una miseria que les radicalizaba. Los peores conflictos fueron las ocupaciones de tierras y las huelgas de braceros (jornaleros sin tierras o estas eran tan escasas que no podían vivir sin trabajar para los grandes propietarios) de 1918-1920 en Andalucía y en menor grado en otras zonas, casi siempre organizadas por los anarquistas. Este problema afectó a la familia Miró, aunque tardíamente, en 1936-1939.


El trabajo infantil era considerado positivo para los niños y sus familias.

Y se repetía esta oposición en la ciudad entre los empresarios organizados en patronales y los obreros organizados en el sindicato socialista UGT y el anarquista CNT, que se funda en Barcelona y será dominante entre la clase obrera catalana hasta 1939. Esta confrontación bien organizada se desarrolla en un periodo de cíclicas crisis económicas (1909, 1917, 1919, 1929), con un aumento del desempleo y pérdida de valor de los salarios, que provocaban oleadas de huelgas, cierres patronales, sabotajes, disturbios y terrorismo, que hacía temer a la derecha el estallido de una revolución semejante a la soviética de 1917. Así, la crisis de 1919 llevó en Barcelona a la famosa huelga de la Canadiense (febrero-marzo), seguida de una huelga general (marzo-abril) y al comienzo del pistolerismo (terrorismo mutuo) entre empresarios y sindicalistas, que continuó hasta 1923 (sólo en 1920 hubo casi 400 muertos en las calles de Barcelona y otros tantos en el resto de España), un ejemplo del cual fue el asesinato de Eduardo Dato, presidente del Gobierno, en 1921. No encontraremos, empero noticias de este problema en la correspondencia de Miró. Pero este padeció en su familia el problema, pues en 1936 los anarquistas asesinaron a su cuñado y él mismo tuvo que exiliarse para evitar que le pasara lo mismo, pues le consideraban miembro de la clase social de los grandes terratenientes.
Los programas políticos de reforma ante tan amplia y profunda problemática pretendían superar la inercia del bipartidismo conservador / liberal de Cánovas y Sagasta. Los tres proyectos más señalados fueron el Regeneracionismo[4] y las propuestas de Maura[5] y Canalejas[6]. Pero sus grandes ambiciones quedaron frustradas, tras pequeños logros. Las reformas sociales fueron muy tímidas[7], pero si a la derecha le parecían excesivas a la izquierda le parecieron insuficientes. Los reformistas acabaron perdiendo la paciencia y la confianza, y los catalanes fueron los más especialmente desengañados porque en Cataluña los problemas se juntaban todos con especial énfasis, salvo tal vez el agrario, más moderado en a mayor parte del territorio. España aparecía como un país enfermo, que jamás acababa de curar sus heridas, y este fracaso tuvo graves consecuencias, una de las cuales fue el progresivo alejamiento afectivo de la juventud catalana respecto al concepto ideal de España y la consiguiente aparición de un creciente separatismo con el que Miró flirteó durante años.
Todas estas cuestiones desembocan y se entrecruzan en las grandes crisis de 1909, 1917 y 1923, en las que la guerra de Marruecos será un decisivo factor común. Miró sufrirá en particular la segunda, al coincidir con su servicio militar.

Cataluña: la sociedad y la economía, las crisis y la prosperidad.
La infancia de Miró se desarrolló en Cataluña en una época de auge cultural y artístico, gracias en gran parte al fuerte crecimiento económico (concretado en la expansión de la industria textil, corcho, maquinaria, química, electricidad, etc.) y la continua y profunda diversificación social (a partir de esta época es evidente la complejidad de la estratificación de las clases medias catalanas) pero en un marco de continuas crisis, que generaban una crónica miseria social.
Las crisis políticas, económicas y sociales que sufrió España y por extensión Cataluña durante los dos últimos decenios del siglo XIX, aunque no pararon el progreso a largo plazo de la economía, explican muchas de las numerosas y divergentes respuestas políticas e ideológicas de la sociedad catalana.[8] En las calles del centro urbano de Barcelona el ambiente social durante los años 1890 era desesperanzador —es en este ambiente de fuerte conflictividad social que sucede el 7 de noviembre de 1893, cuando Miró cuenta unos pocos meses, el famoso atentado anarquista del Liceo de Barcelona—. Las crisis de la filoxera a principios del decenio y la guerra de Cuba al final empujaron a la urbe a un tropel de campesinos arruinados, que intentaban escapar a la miseria y a la falta de trabajo de las comarcas rurales. Muchas mujeres caían en la prostitución o reemplazaban, con muy bajos sueldos, en las fábricas a los hombres, que quedaban a su vez en el paro, y vagabundeaban o se reunían en las tabernas, aumentando la delincuencia y el alcoholismo.


Un poblado de barracas en la playa de Barcelona en los inicios del siglo XX. [https://catalunyaplural.cat/es/barraquismo-pasado-presente-y-futuro/]

Pere Garcia i Fària nos describe la acongojante situación en 1899, cuando Miró tenía seis años (y recordemos cuanto le gustaba callejear):
‹‹(...) desconsolador por lo repugnante es el cuadro que ofrecía Barcelona en 1899. Tropezábase en todas partes con ancianos cubiertos de pringos; hombres demacrados cuyos rostros denotaban las huellas de la devoradora anemia, mujeres sucias y desgreñadas; seres inútiles exponiendo al público sus atrofiados miembros o la falta de alguno de ellos; idiotas, ciegos, paralíticos y mudos, agitando campanillas y lanzando gritos guturales; y finalmente huestes de tiernas criaturas, especie de monos sabios que, al acercarse al viandante solicitando una limosna, las más de las veces lo hacían con exclamación desgarradora: ¡tengo hambre!››[9]
Por su parte, la burguesía industrial catalana, sobre todo la algodonera, dependía del proteccionismo aduanero, más aun en ese contexto de repetidas crisis, por lo que se oponía a la progresiva liberalización aduanera impulsada por los gobiernos centrales. Esto conllevó en los decenios de 1870 y 1880 su creciente apoyo al nacionalismo catalán, utilizado como vía de expresión en Madrid de sus intereses, que culminó en el triunfo proteccionista de 1891 y la inmediata retirada del apoyo a los catalanistas progresistas, que se oponían a las guerras coloniales, mientras que la burguesía industrial apoyaba la represión contra los independentistas en la segunda Guerra de Independencia de Cuba, que había comenzado en 1895.
Sólo una parte, aunque ciertamente decisiva, de las raíces del catalanismo eran conservadoras, y en este ambiente mixto se entiende que Lluís Millet y Amadeo Vives funden en Barcelona en 1894 el Orfeó Català, para promover la música catalana, y que al principio no consigan muchos apoyos. Pero la crisis de 1898 cambió la situación: perdidas las colonias y sus mercados, la burguesía catalana se pasó en masa a las filas catalanistas, como única vía para regenerar el país, dada la ineficacia del bipartidismo español. Un hito en esta dirección es cuando Prat de la Riba y un grupo de catalanistas fundaron el diario “La Veu de Catalunya” en 1899. Miró creció en un ambiente de fervoroso nacionalismo emergente, determinado por una crítica coyuntura económico-social.
Pero de todas estas crisis resurgió con fuerza la economía catalana, con una vitalidad rotunda, desde 1900 en los “años eléctricos” de la Segunda Revolución Industrial, con nuevas fuentes de energía (electricidad y petróleo), un activo comercio, luego la demanda de los beligerantes en la I Guerra Mundial, el optimismo social... El alucinante y cruel cuadro de miseria de 1899 ya no se repetirá, pese a que las crisis vuelvan con mayor o menor relativa gravedad. La idea consecuente difundida por los intelectuales nacionalistas fue que los catalanes solos bien que podían capear sus problemas, sin necesitar al resto de España.
La lucha de clases sociales fue enconada y permanente en esta época. El problema del terrorismo anarquista coleaba desde los años 1890 (con el hito del famoso atentado del Liceo de Barcelona en 1893, medio año después del nacimiento de Miró) y perduró en las tres primeros decenios del siglo XX. Las huelgas volvían cada poco tiempo, con años especialmente duros y con eventos como la huelga general en Barcelona del 16 al 24 de febrero de 1902, que acabó con la declaración del estado de guerra, y que reflejaba el durísimo enfrentamiento entre, por un lado, los sindicatos UGT (socialista)[10] y, sobre todo, CNT (anarquista y mayoritario), y por el otro las patronales catalanas, que desembocó alrededor de 1920 en un pistolerismo desatado entre ambos bandos.
A su vez, en el campo hubo a lo largo de los primeros decenios del siglo XX un conflicto entre el sindicato agrario de la Unió de Rabassaires, mayoritario en el campo catalán desde 1922 a 1939, y la asociación de grandes y medianos terratenientes del Institut Agrícola Català de Sant Isidre (IACSI).[11]
Concretamente, en Mont-roig, como en el resto del Camp de Tarragona, se sufría especialmente esta problemática social agraria[12], pero los peores momentos llegaron en 1936, afectando directamente a la familia de Miró.[13]

El catalanismo y la política catalana hacia 1900.
Cataluña era la zona periférica de España con un nacionalismo identitario más dinámico. La importancia del nacionalismo catalán[14] en los años de juventud de Miró proviene en gran medida de la masiva aceptación hacia 1900 de la tesis decimonónica (de raíces idealistas y románticas) de que tener una identidad nacional era un prerrequisito para hallar una identidad personal —esto Miró lo tuvo siempre presente— y que la realización nacional de los pueblos era el motor de la historia, así como el principal factor de unidad social. La búsqueda y la consolidación de una identidad nacional se convertirá, pues, en un tema candente hasta hoy mismo. Pero no había hacia 1900 una estricta unidad en esta tarea: había demasiados intereses diversos en la sociedad catalana. Su máxima expresión ideológica será, a continuación del modernismo y durante dos decenios (hasta la dictadura de Primo de Rivera) el noucentisme, que es una base ideológica y estética fundamental en la juventud de Miró, pues el regionalismo y el catalanismo político polarizaron la cultura catalana a favor de sus ideales a partir de mediados del s. XIX, hasta la quiebra histórica de 1939, como Bilbeny afirma:
‹‹L’aparició del regionalisme i, després, del catalanisme polític, provocarà que pràcticament durant un segle des de mitjan segle XIX la cultura catalana hagi estat fortament polaritzada vers la política i, indiscutiblement, vers la reivindicació nacionalista de Catalunya. En part, perquè el catalanisme emergia també del mateix àmbit cultural: el romanticisme es consubstancial a la Renaixença. En part, perquè el caràcter resistencial, si no emancipatori, del catalanisme polític, en moltes de les seves interpretacions, constituïa, i constitueix encara, un considerable centre d’atenció i d’adhesió per als qui tenen per costum reflexionar.››[15]
A lo largo del proceso histórico en la Cataluña de la segunda mitad del s. XIX, el nacionalismo asumió formas políticas cada vez más organizadas, más enraizadas en la sociedad catalana.[16]
Durante la Restauración, el catalanismo surgió de tres tradiciones: La “republicana federal”, con Valentí Almirall y su Centre Català, que proponía controlar y reformar España desde Cataluña, lo mismo que defendía Pompeyo Gener. La “cultural”, representada por la flor de los intelectuales catalanes, aglutinados en “La Renaixença” (1871-1905).[17] La “católica tradicionalista”, con su órgano de prensa “La Veu de Montserrat” (1878-1900) y dirigida por el obispo Josep Torras i Bages, que será un factor fundamental en la derecha política catalanista.
Dada esta pluralidad, el catalanismo se organizó en una compleja trama de organizaciones.[18] El Centre Català de Valentí Almirall será el tronco político común del catalanismo, cuando, en contacto y colisión con las otras dos tradiciones se bifurque en derecha (la Lliga: Prat de la Riba, Cambó, Puig i Cadafalch...) e izquierda (Acció Catalana y Esquerra Republicana: Rovira, Macià...).
El ideario de estos grupos era muy heterogéneo, tanto en la derecha como en la izquierda, pero hay bastante consenso en que su sentir más radical lo representaban las conclusiones del congreso de los republicanos federales de 1883 y que el sentir mayoritario está reflejado en las “Bases de Manresa” (marzo 1892), redactadas en la Casa de Juntas del Ayuntamiento, que fueron el programa político de la Unió Catalanista, según unas pautas federalistas y tradicionales.[19]
El núcleo de la revista “L’Avenç” sucedió a Almirall en su impulso y lanzó el modernismo en su vertiente más rupturista, con Brossa, Alomar y Maragall (este desde el cristianismo), hasta el culmen de la etapa noucentista de Eugenio d’Ors, cuando el catalanismo promovió una auténtica “cultura oficial” desde la Mancomunidad de Prat de la Riba.


Los principales líderes de la Lliga en 1901.

La Lliga Regionalista, dominada por Prat de la Riba, y por otros dirigentes importantes como Cambó y Puig i Cadafalch, era fundamentalmente conservadora y fue el partido dominante en Cataluña entre su fundación en 1901 y 1922, en competición en Barcelona con los republicanos de Lerroux, hegemónicos en la ciudad hasta 1914, y en el resto de Cataluña con conservadores y liberales, amén de la Unión Monárquica Nacional.[20]
Prat de la Riba fundó la Lliga Regionalista el 25 de abril de 1901 y la dirigió ya en su primer congreso del 24 de mayo del mismo año. El primer gran éxito de la Lliga llegó en 1906, cuando aglutinó a los partidos catalanistas en la gran coalición de Solidaritat Catalana[21], que arrasó en las elecciones siguientes y marcó el camino que conduciría en 1914 a la autonomía administrativa de las cuatro provincias catalanas, reunidas en la Mancomunidad o Mancomunitat[22] de Cataluña(1914), el gran logro de Prat, que la presidió hasta su muerte en 1917, abriendo un periodo de cierta autonomía catalana, muy restringida pues no cabe hablar de autogobierno, y realizando una gran labor económica, social y cultural hasta que la Dictadura de Primo de Rivera la clausuró en 1925, con lo que se ganó la firme enemistad del nacionalismo catalán (y de Miró).

Las dos posturas ideológicas del nacionalismo catalán: derecha e izquierda.
Derecha e izquierda combatieron por la hegemonía en el ámbito del nacionalismo catalán desde sus inicios hasta 1936.[23] Ya en 1904 la Lliga Regionalista se escinde en dos ramas, conservadora y progresista, y aunque cuando el rey visita Barcelona en abril se ponen de acuerdo para organizar actos de afirmación catalanista, batallaron en otros frentes, como el dominio de los movimientos modernista y noucentista, cada uno a su vez escindido en dos corrientes. En el modernista durante un tiempo será mayoritaria la progresista de Brossa y su grupo por encima de la conservadora de Gaudí y otros independientes, al revés que en el noucentista, en el que siempre dominó la conservadora de D’Ors sobre la tibiamente progresista de Feliu Elias. En mi opinión, Miró se sintió escindido entre ambas corrientes, progresista y conservadora, y a la postre no tomaría partido por ninguna de ellas, porque esta indefinición le era necesaria a su tranquilidad de espíritu y le permitía sostener tanto el principio tradicionalista de Prat como el democrático de Rovira, los cuales esbozo a continuación.


Enric Prat de la Riba, el autor de esta época que más hizo por definir a Cataluña como nación, definirá el catalanismo como ‹‹el sentimiento de patria catalana.››[24] Esto es, propone a Cataluña como Patria (una auténtica nación) y a España como Estado (una formación política secular pero estrictamente estatal, sin raigambre nacional, salvo el intento de Castilla de desarrollar una nación castellana-española), un proyecto que luego articularía Francesc Cambó con su intento de reformar España de acuerdo a los intereses catalanistas. Prat de la Riba no fue sólo un político carismático sino también uno de los principales promotores doctrinales del catalanismo.
Su formación germánica explica que adoptara las doctrinas historicista y nacionalista de Savigny y Niebuhr y las adaptara a la realidad catalana y española, a fin de conseguir un “Imperio ibérico” según los modelos del alemán o el austro-húngaro[25], un Imperio regido por un emperador (el monarca español), que comprendería unos reinos independientes, desde Cataluña a Portugal, unidos en un Jefe del Estado y un gobierno central con unos poderes limitados por la Constitución federal. Sería un Estado fuerte, sano e imperialista que podría ‹‹altra vegada expansionar-se sobre les terres bàrbares, i servir als interessos d’humanitat guiant cap a la civilització als pobles endarrerits i incultes.››[26]
Esta posición imperialista se explica en gran parte por la necesidad de contar con el apoyo de la burguesía industrial y comercial, que deseaba mercados coloniales y, asimismo, por la evocación de la Corona de Aragón y su mítica expansión mediterránea en la Edad Media. Ucelay (2003) lo explica como un intento del catalanismo de encajar la construcción nacional de Cataluña dentro del Estado español, en dos direcciones u objetivos políticos, el primero conseguir una unidad cultural hacia dentro de Cataluña, y el segundo utilizar un proyecto imperial para resolver sus diferencias con el resto de España, un imperialismo con dos vertientes, un dominio económico en el interior del país y una expansión colonial en el exterior.[27]
Prat de la Riba busca el espíritu nacional que sustente la nacionalidad y precisa que los historiadores lo encontraron en las creaciones literarias, musicales y artísticas: ‹‹(...) s’han topat amb l’ànima dels pobles, refosa en el bronze de les estàtues, traspuant pel color i les figures de les obres dels pintors, grontxant-se en les tonades del mestres, inspirant catedrals i monestirs, llotges i palaus››.[28]
Este catalanismo necesitaba reivindicar un específico arte nacional catalán, al que cabrá restaurar y presentar didácticamente en museos. Es así que en 1902 se crea en Barcelona la Junta Municipal de Museos y Bellas Artes, que enseguida organiza una gran exposición de arte antiguo en el Museo Municipal de Bellas Artes (en el Salón de la Reina Regente desde su inauguración en 1891 y hasta su traspaso al Museu d’Art i Arqueologia de Barcelona en el Parc de la Ciutadella en 1915), con 1.890 obras de colecciones públicas y privadas que concita el interés del público y la crítica; y que la familia Miró probablemente visita; al parecer Miró seguirá acudiendo a menudo en los años siguientes, hasta 1915 al menos.
Los historiadores (Pijoan, Puig i Cadafalch, Gudiol), críticos (Folch i Torres), prelados (Torras) y políticos (Prat de la Riba) escogieron y ensalzaron las dos grandes manifestaciones artísticas del reino independiente catalán: el románico en la pintura y la escultura y en cambio el gótico en la arquitectura, sin desdeñar empero los otros estilos y artes, incluso las menores como la orfebrería. Esto es, todo lo catalán es valioso, pero hay unos estilos y unas artes dentro de ellos que representan de una manera más excelsa el llamado “espíritu catalán”. Prat de la Riba precisa ese ideario con claridad: ‹‹Els historiadors de l’art ens parlaven del caràcter nacional com d’una gran força emmotlladora de les obres dels artistes, del caràcter nacional que cercaven en les capes més profundes, més fortes, més permanents de les formacions humanes, per sota de les modes que passen, per sota de la història que muda, per sota de les civilitzacions que cauen...››[29] Y añade: ‹‹La unitat de l’ideal artístic de la nostra nacionalitat va encarnar-se també en el naturalisme severíssim, senzill i ben proporcionat de l’art romànic, que és l’art del nostre poble, el que ha tret més ufana en tots els països de llengua catalana; com apareix també en l’aire especial, en la fesomia ben nostra de l’arquitectura gòtica, que, vinguda de terres del Nord, no llevà entre nosaltres, sinó després d’emmotllar-se a les exigències del geni de la nostra raça.››[30]
No puede obviarse el influjo de estas ideas sobre la generación noucentista (el político, arquitecto y tratadista del románico Puig i Cadafalch[31] hará de puente entre el XIX y el XX y D’Ors será quien legitimará definitivamente la relación entre arte medieval y modernidad) y esta a su vez influirá directamente sobre Miró (sus declaraciones son siempre coherentes en este sentido) y sus contemporáneos. Desde entonces en Cataluña será dominante la idea de la ecuación de arte nacional catalán románico/gótico.
Las bases ideológicas del conservadurismo catalán cambiarán a partir de 1910, en la llamada generación noucentista, y aunque son aún objeto de debate y polémica, razonablemente podemos rastrearlas en el diálogo entre el catolicismo catalán y la derecha católica francesa, agrupada en la Action Française, con un pensador tan influyente como Maurras.[32] En aquel tiempo de crisis parlamentaria, de crisis noventayochista, parece ser avasallador el impacto del ideario de la Action Française en los círculos políticos más conservadores y católicos de Cataluña, los del entorno social de Miró, y especialmente de sus amigos Ràfols i Ricart.[33]


Antoni Rovira i Virgili es el representante más influyente sobre los jóvenes catalanistas progresistas. Once años mayor que Miró, fue el punto equidistante respecto al reformista conservador Prat de la Riba. Un decenio después de la obra cimera de Prat de la Riba, publicaba en 1917 su libro Nacionalisme i federalisme, que influirá decisivamente en la conformación del pensamiento más progresista dentro del catalanismo, en directo contrapunto a la posición conservadora de Prat de la Riba. Fue escasa su preocupación por el tema de la raíz artística de la nacionalidad, pues para este liberal demócrata y nacionalista federal sólo la voluntad del pueblo es el factor determinante del sentimiento nacional y del derecho a ser independiente: ‹‹El catalanista és el català amb consciència nacional.››[34] Remarca que ‹‹cada poble amb voluntat de ésser lliure (sigui o no una nacionalitat perfectamente classificada com a tal), té el dret a constituir un Estat››.[35] Por lo tanto, considera que los fundamentos del derecho nacional a la soberanía según Prat, tales como el determinismo geográfico[36] o la tradición del espíritu (en ella la del arte), no son factores legitimadores per se. En suma, el espíritu es necesario para dar vida a la nación, pero no le otorga el derecho a ser independiente.
Con todo, Rovira, como Prat, también sostenía grandes prejuicios raciales y defendía que hay pueblos superiores con derechos nacionales y pueblos inferiores, ‹‹subnacionals››, que deben ser sometidos y colonizados debido a su inmadurez.[37] Contra esta doctrina imperialista que contaminaba el discurso teórico tanto de la derecha como de la izquierda en toda Europa se levantarán pocas voces (los comunistas y anarquistas), hasta después de la I Guerra Mundial, cuando surgen los grupos dadaísta y surrealista, que defienden un anticolonialismo radical que, al parecer, convencerá a Miró desde su estancia en París, aunque sus declaraciones al respecto constan sólo desde los años 60.

La Renaixença cultural.
En lo cultural, es sabido que la Renaixença catalana fue un exitoso empeño de las clases sociales dominantes en Cataluña por recuperar la lengua y la cultura propias en un contexto no aislacionista. Tuvo dos grandes tendencias:
La conservadora, representada al principio por los Jocs Florals, y dominada por la burguesía y la Iglesia. La mayoría de los poetas cultos se engloban en esta corriente, que defenderá un catalán arcaizante, que tome palabras del latín y el francés, rechazando los castellanismos. Destaquemos como ejemplo que Joan Maragall publica en 1895 sus Poesies, poemario que transita del romanticismo al modernismo e influye decisivamente sobre la juventud vanguardista catalana. Miró leerá regularmente la poesía culta de la Renaixença, como comprobaremos en los apartados siguientes.
La popular, representada por el teatro popular y los semanarios satíricos de tendencia republicana “La Campana de Gràcia” y “L’Esquella de la Torratxa” (1879). Defenderá un catalán popular, tal cómo se habla, abierto a castellanismos si el pueblo los acepta. Es en esta vertiente que el dramaturgo Àngel Guimerà estrena en Barcelona en 1896 Terra baixa. Miró será partidario de esta postura, como atestiguan sus cartas.
Hacia 1900 el movimiento de la Renaixença había logrado asentarse firmemente en la sociedad catalana hasta el punto de que en el s. XX habrá una permanente pugna entre catalanistas y españolistas, temerosos estos de que los primeros les arrumben.
Un fenómeno concomitante en el auge cultural es el desarrollo de la prensa catalana[38], que aumentó extraordinariamente su difusión e influencia en los primeros decenios del s. XX y que se debe relacionar con el desarrollo de las revistas de vanguardia[39] en Cataluña. La labor de creación de instituciones y empresas culturales por parte de la Mancomunidad catalana gracias a Prat será la clave de bóveda del proceso: el Institut d’Estudis Catalans, los museos, las instituciones educativas... hasta el último logro de Prat, en julio de 1917, la fundación de la Editorial Catalana en la que se editarán decenas de traducciones de los clásicos extranjeros (Dante, Shakespeare, Gide, Valéry...), libros que, como demuestran los apuntes de Miró, serán una parte esencial de sus lecturas en los próximos decenios.

NOTAS.
[1] Un resumen de la historia política, económica y social española de principios de siglo en Juan Pérez de Ayala. La generación del 14. Veinte años de vida española 1906-1926. *<La generación del 14, entre el novecentismo y la vanguardia (1906-1926)>. Madrid. Fundación Cultural Mapfre Vida (26 abril-16 junio 2002): 229-239. Otro resumen, centrado en las relaciones históricas y culturales entre Madrid y Barcelona en *<Barcelona-Madrid 1898-1998>. Barcelona. CCCB (22 septiembre 1997-18 enero 1998): Marc històric (44-93), con artículos de José-Carlos Mainer para 1898-1914 (44-53); Jordi Casassas para 1914-1931 (54-63). Un libro sencillo de consulta a la vez para la Historia de Cataluña y de Baleares, de Ardit, Balcells y Sales, Història dels Països Catalans. De 1714 a 1975 (1980). Un libro adecuado para conocer la Barcelona de 1890-1900 de Cristina Mendoza (directora del MAM de Barcelona) y el novelista Eduardo Mendoz, Barcelona modernista (1989). Sobre la ciudad de Barcelona y la política municipal véase AA.VV. Dossier: L’Ajuntament de Barcelona (1901-1983). “L’Avenç”, 52 (VIII-1982) 37-53. Sobre el noucentismo y su contexto histórico, social y cultural véase Suárez, Ana. En torno al Novecientos. “Prohemio”, nº 2-3 (1975) 359-383. / AA.VV. Dossier: La Barcelona del 1900. “L’Avenç”, 9 (X-1978) 17-48. Sobre el arte del periodo véase Cirici. L’art català contemporani. 1970. La abundancia de fuentes históricas a veces difumina que para conocer la vida cotidiana entonces nada mejor que la literatura, tanto la de ficción como la de memorias. En la primera destaca una novela de Santiago Rusiñol, L’auca del senyor Esteve (1907). En la segunda podemos seleccionar tres obras extraordinarias, las memorias de Agustí Calvet “Gaziel”, Tots els camins duen a Roma. Memòries: Història d’un destí (1893-1914) (1959), Joan Puig i Ferreter, Camins de França (1934) y Josep Maria de Sagarra, Memòries (1954). Estos autores nos explican la educación hacia 1890-1910, la difícil vida en las calles de Barcelona, la atracción irresistible de Francia sobre la juventud catalana, las angustias de una generación dividida entre la presión familiar de “sentar la cabeza” y el ansia de dedicarse al arte o la literatura, la reivindicación del catalanismo, la generación noucentista...
[2] El País Vasco, con un movimiento nacionalista más débil, de ideas xenófobas (Sabino Arana), organizado en el Partido Nacionalista Vasco (PNV), que sólo contó con bases campesinas y de las clases medias, sin el apoyo de la alta burguesía ni del proletariado.
[3] Galicia tenía el nacionalismo más débil, y sólo se estructuró a finales del reinado de Alfonso XIII, ya con un matiz republicano, en la Organización republicana gallega autonomista (ORGA). Por contra, se afirmó un nacionalismo español, que pretendía negar sus derechos a las regiones y nacionalidades.
[4] El desastre de 1898 convulsionó las conciencias críticas con el sistema y abrió paso a la idea de una regeneración del país. El aragonés Joaquín Costa fue la gran figura intelectual del Regeneracionismo, con su lema de “Despensa y escuela”: una reforma económica y cultural del país. La praxis fue menos ambiciosa, aunque el gobierno del conservador Silvela (1899-1901) inició la reforma económica y la anticaciquil de la administración local. Pero su fracaso radicalizó al país: el radicalismo republicano nace entonces.
[5] El conservador Antonio Maura presidió varios gobiernos entre 1904 y 1909, con un ambicioso programa reformista, que se resumía en su lema “o hacemos la revolución desde arriba o nos la hacen desde abajo”. Pero su política opuso un gran bloque de la derecha apoyada por la Iglesia y un bloque de izquierda (liberales, radicales republicanos...) que aprovechó el comienzo de la guerra de Marruecos (1909), los excesos en la represión del levantamiento popular de Barcelona y el terrorismo para forzar la caída de Maura. Aunque volvió al poder en otras ocasiones, lo mejor de su carrera política había terminado.
[6] Después del gobierno Maura, siguiendo el turno, llegó el gobierno liberal dirigido por Canalejas (1909-1912). Su programa reformista era la continuación del regeneracionismo y del maurismo y consistía en cuatro puntos: Ley del Candado (1911), que prohibió el establecimiento de nuevas órdenes religiosas. Propuesta de una Mancomunidad para Cataluña (aprobada más tarde, en 1914). Moderación en la represión de las huelgas de 1911-1912. Intervención en Marruecos: ocupación en 1911 de Larache, Arcila y Alcazarquivir, para frenar el intento de Francia de entrar en la zona española. Pero el programa quedó inacabado debido a su asesinato en 1912, por un terrorista anarquista.
[7] Creación del Instituto de Previsión Social (1908), jornada laboral de ocho horas (1920), creación del Ministerio de Trabajo (1920).
[8] En 1866 la crisis financiera había provocado el descontento popular y, a la postre, la caída de Isabel II en 1868. En 1876-1886 se producía la febre d’or, un periodo de extraordinario desarrollo económico, sobre todo financiero e industrial, justo cuando el padre de Miró se abría camino y consolidaba su posición económico-social en Barcelona. Pero pronto se encadenaron varias crisis: en 1886 el dramático final de la febre d’or, en 1892-1894 la gran crisis vitícola de la filoxera (cuando esta llega a los más grandes viñedos del Penedés y otras comarcas), la guerra de Cuba (1895-1898) y la pérdida de los mercados de las colonias (1898), con la aguda crisis de sobreproducción de los años posteriores, con un hecho tan sintomático como el “tancament de caixes” de 1899, que consistió en un boicot de los comerciantes e industriales catalanes (especialmente los de Barcelona y el padre de Miró no sería una excepción), que se negaron a pagar el aumento de los impuestos de actividades económicas.
[9] Garcia i Fària, en Riquer. Història. Política, Societat i Cultura dels Països Catalans. 1995: v. VII, p. 64-65.
[10] En Barcelona fue donde surgieron tanto el PSOE (1882) como la UGT (1888), pese a la creencia común de que son organizaciones de origen madrileño. Pero su implantación en Cataluña fue relativamente escasa hasta los años 30, debido al predominio anarquista.
[11] AA.VV. Dossier: La qüestió rabassaire. “L’Avenç”, 10 (XI-1978) 17-40. Sobre la implantación de este sindicato agrario IACSI véase: Planas i Maresma, Jordi. LInstitut Agrícola Català de Sant Isidre (156-157). en Riquer (dir.). Història. Política, Societat i Cultura dels Països Catalans. 1995. v. 9. De la gran esperança a la gran ensulsiada 1930-1939. 1999.
[12] En Mont-roig, después del auge asociativo de 1931, había en 1933 dos sindicatos (asociados al IACSI) de propietarios agrarios, el Sindicat Agrícola de Mont-roig (fue fundado en 1917 y aún subsistía en 1982 con 475 socios) y el Sindicat Agrícola Montroigense. Es muy probable que los padres de Miró fuesen socios, porque el porcentaje de propietarios afiliados era altísimo. Enfrente, había una asociación anarquista de campesinos fundada en 1910, mientras que no surgió una sección de la Unió de Rabassaires, ni siquiera durante la II República (al menos hasta 1933).
[13] En 1934 los dirigentes del IACSI se aliaron con la CEDA, esto es con la derecha centralista y en la represión republicana del verano de 1936 más de un centenar de propietarios del IACSI fueron asesinados, entre ellos Jaume Galobart, el cuñado falangista de Miró.
[14] Sobre el tema de la formación ideológica del nacionalismo catalán a finales del siglo XIX y principios del XX evitaremos la paráfrasis de los muchos trabajos científicos disponibles y nos remitimos al apartado siguiente de esta tesis sobre las dos tendencias del nacionalismo, de Prat y de Rovira. En la bibliografía hay las referencias básicas sobre el tema y proponemos la lectura de unas fuentes primarias esenciales (Almirall, Prat de la Riba y Torras) y entre los estudios más conseguidos destacamos los de Anguera, Balcells, Gabriel, Galí, Marfany, Riquer et al, Soldevila, Termes y Trías. No entraremos en otras causas históricas, económicas, etc., del nacionalismo catalán, pues aquí sólo nos interesa su consolidación en cuanto coincidió con la infancia y juventud de Miró. En nuestra opinión fue un proceso de pocos años y estuvo ligado en gran parte a la crisis del 98, que desencadenó un fulgurante proceso de debate intelectual sobre la problemática político-social, el proyecto histórico de España y la identidad nacional catalana. Entre 1901 y 1906 el nacionalismo catalán (y sus reivindicaciones) se presentó definitivamente en público y fue existencia fue interiorizada en Barcelona y Madrid (con respuestas divergentes).
Según el historiador David Ringrose [España 1700-1900: el mito del fracaso. Alianza. 1996], que a su vez se basa en la tesis de Arno Meyer sobre la persistencia del Antiguo Régimen, el primer gran problema a resolver fue la ausencia de una red de influencias locales catalanas en Madrid como sí lo había conseguido el resto de la periferia, y en ello fue esencial la falta de emigración catalana a la capital y la barrera idiomática. En España el tejido patrimonial de intereses periféricos logró persistir intacto a través de todos los cambios de régimen, colonizando para ello la Administración central (en Madrid) mediante el tráfico de influencias. Las élites locales, para mejor defender sus intereses locales, enviaban a sus hijos segundos a Madrid, constituyendo así una doble red familiar interconectada: en Madrid y en los núcleos locales. Así Madrid se conformó como una ciudad sin madrileños, colonizada demográficamente por la periferia (excepto Cataluña, por la barrera idiomática para la emigración). Se fundamenta la descentralización autonómica en la persistencia histórica de las anteriores pautas: aunque la España oficial ha sido jurídicamente centralista, la España real ha sido siempre centrífuga. La situación actual es otra etapa más intensa en la histórica descentralización del país y remarca la dependencia de la capital respecto a la periferia. Para Ringrose es un proceso funcional, positivo, pues son las fuerzas dinámicas de la periferia las responsables del desarrollo español y de la modernidad. Y concluye que potenciar la variedad regional y nacional es la mejor opción para el futuro.
[15] Bilbeny, Norbert. La cultura política del Noucentisme. “L’Avenç”, 124 (III-1989): 8.
[16] Costafreda. cap. Del sentimentalisme regionalista a la proposta nacional, en Riquer. Història. Política, Societat i Cultura dels Països Catalans. 1995: v. VII, pp.128 y ss.
[17] La primera asociación catalanista, Jove Catalunya, se fundó en 1870, con Angel Guimerà, Pere Aldavert, A. Aulèstia, Josep Pella, etc, y lanzaron el diario “La Renaxensa” (1871), mejor retitulado como “La Renaixença” desde 1876, con Valentí Almirall como nuevo líder. Su tarea era literaria y sus posiciones políticas muy distintas, pero su reivindicación de la lengua unía en lo esencial a los bandos y mostró su capacidad de aglutinamiento futuro.
[18] Al principio del sexenio revolucionario (1868-1874), había dos fuerzas, La Jove Catalunya y los federales, que se sumaron para formar el Centre Català, que evolucionó a la Lliga de Catalunya (1886) y esta a la Unió Catalanista (1891), de la que se escindió el Centre Nacional Català. Este, a su vez se fusionó con la Unió Regionalista, para formar la Lliga Regionalista, de la que surgió una escisión, el Centre Nacionalista Republicà.
[19] Las Bases de Manresa fueron el manifiesto del nuevo catalanismo político. Proclamaba la nacionalidad catalana y reclamaba un poder político propio, con Parlamento y Gobierno, con el catalán como única lengua oficial. Era un proyecto conservador, antimodernizador, temeroso de la industrialización. No se manifestaba sobre el modelo del Estado español (monarquía o república). El sufragio aún era censatario masculino, corporativo-gremial y familiar. No podía ser de otro modo, en cuanto que sus miembros procedían abrumadoramente de la Cataluña rural tradicional.
[20] La Unión Monárquica Nacional fue dirigida por Alfons Sala, conde de Egara, desde su feudo de Terrassa y llegó al poder en la Mancomunidad en 1923 gracias al golpe de Primo de Rivera. Su enemistad con la Lliga se hizo legendaria.
[21] Su modelo fue la candidatura unitaria de 1901, para las elecciones generales del 19 de mayo, que supusieron el fin del caciquismo de los partidos de turno y el inicio de una nueva etapa en la vida política catalana. La candidatura unitaria catalanista, conocida como la de los “Quatre Presidents”, ganó abrumadoramente. La integraban Bartomeu Robert i Yárzabal (conocido como Doctor Robert, de la Societat Econòmica d’Amics del País), Albert Rusiñol i Prats (Foment del Treball Nacional), Lluís Domènech i Montaner (arquitecto, del Ateneu Barcelonés) y Sebastià Torres i Planas (Lliga de Defensa Industrial i Comercial, de la que era presidente, mientras los otros tres lo habían sido de sus respectivas instituciones). Pero la Solidaritat Catalana se rompió en 1908 y la Lliga, ya en solitario, atravesará numerosas vicisitudes, aunque será la fuerza dominante en la Cataluña del primer cuarto de siglo.         
[22] AA.VV. Dossier: La Mancomunitat de Catalunya. “L’Avenç”, 3 (VI-1977) 19-53. Santacana, Carles. Mancomunitat, el govern dels millors. “El País” Quadern 1.521 (3-IV-2014) 1-2. / Geli, Carles. Albert Balcells / Historiador. ‘La Mancomunitat va fer més feina que partidisme’. “El País” Quadern 1.521 (3-IV-2014) 2-3.
[23] Las dos tesis más fundadas sobre el catalanismo político hacia el 1900 (decenio más, decenio menos) son contrarias. Según Pere Anguera (El català al segle XIX. Empúries. Barcelona. 1997) el nacionalismo catalán en sus orígenes es progresista, en la tradición republicana federal. Para el profesor, de la universidad de Liverpool, Joan Lluís Marfany (La cultura del catalanisme: el nacionalisme català en els seus inicis. Empúries. Barcelona. 1996) es un nacionalismo conservador, de modo que cuanto más nacionalismo hay más desaparece el republicanismo y el espíritu de revuelta que le hizo nacer. Marfany -y ya antes Termes- sostienen que fueron las clases conservadoras catalanas las que empezaron a utilizar la lengua como símbolo de identidad nacional. Un debate sobre sus ideas se puede seguir en: Valls, Francesc. Conversa entre Joan Lluís Marfany y Pere Anguera. La dubtosa paternitat del nacionalisme català. “El País”, Barcelona, Quadern, 763 (20-XI-1997) 1-2. Nuestra opinión sigue en lo esencial la de Anguera, historiador y catedrático de Historia Contemporánea, que se resume en una reseña aparecida en “El País”, Quadern (3-VII-1997). Anguera mantiene en su libro que fue el entorno republicano y liberal el que promovió la reivindicación de la lengua catalana y no el conservador. Opina que ‹‹el catalanismo es un movimiento popular de raíces izquierdistas›› y que la falta de una literatura catalana en el siglo XIX se debe a ‹‹un sistema de censura-represión poco estudiado y conocido que limitó la aparición de más obras en nuestra lengua.›› Durante el siglo XIX el catalán fue la lengua mayoritaria, extensamente hablada en Cataluña, pero se produjo un proceso de progresiva castellanización de las clases dirigentes, hasta llegar ‹‹a un punto en los años 1860 en que el catalán estuvo al borde de la extinción.›› A su juicio, fue el republicanismo federal el que levantó la bandera del catalán como lengua propia de Cataluña e intentó convertirlo en lengua de comunicación de todas las actividades de la vida social.
[24] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana. 1978: 44.
[25] El modelo confederal de los imperios centrales fue admirado no sólo por Prat de la Riba, sino también por Almirall, Cambó y otros nacionalistas catalanes, de modo que algunas reivindicaciones conceptuales del imperialismo pueden leerse bajo una perspectiva no expansionista, lo que no es el caso de Prat de la Riba, quien claramente aboga por la conquista de otros territorios. Véase este asunto en Ucelay da Cal, Enric. El imperialismo catalán. Prat de la Riba, Cambó, D’Ors y la conquista moral de España. Edhasa. Barcelona. 2003. 1099 pp. Reseña de Santos Juliá. “El País”, Babelia, nº 632 (3-I-2004) 10. Comentarios de Andrés de Blas Guerrero. El imperialismo catalán. “El País” (25-VIII-2004) 9. Santos Juliá. De metáforas y juegos: Cataluña conquista España. “Revista de Libros” 90 (VI-2004) 5 pp. / Sosa Wagner, Francisco; Sosa Mayor, Ígor. El estado fragmentado (Modelo austrohúngaro y brote de naciones en España). Trotta. Madrid. 2006. 220 pp. Reseña de De Blas Guerrero, Andrés. La sombra austrohúngara. “El País”, Babelia 796 (24-II-2007) 11.
[26] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana. 1978: 118.
[27] Ucelay. El imperialismo catalán. Prat de la Riba, Cambó, D’Ors y la conquista moral de España. 2003: varios caps.
[28] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana. 1978: 118.
[29] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana. 1978: 47.
[30] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana. 1978: 91.
[31] Sobre la visión que se tenía en los círculos catalanistas sobre Puig i Cadafalch y en general sobre el arte contemporáneo catalán de los primeros decenios (noucentisme, Maillol, Galí. Aragay, el galerista Dalmau, el promotor Joan Prats, Miró...) véase Cirici. L’art català contemporani. 1970.
[32] Es un fenómeno poco conocido la poderosa influencia ideológica del provenzal Maurras (1868-1952) y de su diario “Action Française” (1908-1944) sobre el noucentisme catalán y sobre D’Ors en particular. Al respecto, Ricart fue uno de sus más decididos adeptos en los años 20. Un problema a precisar y ponderar sin apriorismos es el de su carácter contrarrevolucionario (inspirado por Burke, Bonald, Maistre) o más bien fascista. Vicente Cacho Viu considera indudable que el pensamiento orsiano es prefascista, como prueba su admiración por la Action Française. De acuerdo con E. Nolte Aramburu, la Action Française tuvo rasgos inequívocamente fascistas (como su feroz antisemitismo inspirado por el caso Dreyfus). Para Stanley Payne, en cambio, se ha producido una confusión entre movimientos fascistas y grupos nacionalistas autoritarios, que se deriva de una coincidencia cronológica de sus épocas de auge. Para el ensayista Valentí Puig, ‹‹en todo caso, el ideario de Maurras debiera más bien definirse como autoritarismo monárquico y nacionalismo integral. Es una síntesis tradicionalista sin organización de masas. Es otro elemento categóricamente diferenciador que ese monarquismo sin pretendiente carezca del jefe que todo fascismo reclama.›› [Puig, V. Ahórremonos por fin el “caso D’Ors”. “El País” Catalunya (3-VIII-1997) 2. / Enciclopaedia Universalis, I. pp. 226-229]. Se ha afirmado el parentesco nacionalista de Barrès y D’Ors [Dupláa, Cristina. El nacionalisme biològic de Maurice Barrès i Eugeni dOrs. “LAvenç”, 105 (VI-1987) 40-45]. Barrès, Bourget y Maurras defendían el nacionalismo francés, el autoritarismo político, el antisemitismo, el catolicismo, y, al menos en los años 1890, también el regionalismo y una descentralización administrativa. Se constituyeron de este modo en la encarnación de un cierto tipo de intelectual extranjero de alto nivel y avanzado, justo lo que buscaba el movimiento conservador de intelectuales catalanistas, hasta que la Action Française cayó en el centralismo jacobino, lo que tan tarde como los años 20 le enajenó el aplauso de algunos de los regionalistas catalanes más inteligentes, como Josep Pla [Panyella, Vinyet. Josep Pla i J.V. Foix: la polèmica política de dos escriptors. “L’Avenç”, 103-104 (abril-mayo 1987) 18-23].
[33] El círculo más íntimo de Miró durante los años 10 y principios de los 20 estaba formado por los Ricart, Junoy, Foix, Ràfols..., un grupo de intelectuales muy ecléctico, atraídos por la estética de la revolución, pero que en el fondo eran conservadores en sus soluciones políticas y en algunos casos coquetearon (Foix incluso será considerado fascista en 1924) y en otros cayeron (Junoy) en el pensamiento reaccionario. La correspondencia de Ràfols y Ricart está llena de largas parrafadas sobre el catolicismo y Maurras, Péguy, etc. [Carta de Ràfols a Ricart. Vilanova (12-XII-1920) BMB]. Sólo Miró prescindió o superó decididamente estas influencias.
[34] Rovira. Nacionalisme i federalisme. 1982 (1917): 77-78.
[35] Rovira. Nacionalisme i federalisme. 1982 (1917): 40.
[36] Rovira. Nacionalisme i federalisme. 1982 (1917): 33 y ss.       
[37] Rovira. Nacionalisme i federalisme. 1982 (1917): 160-161.
[38] Sobre la prensa diaria en Cataluña véase AA.VV. Dossier: La premsa diària a Catalunya al segle XX (1900-1966). “L’Avenç”, 18 (VIII-1979) 17-48. Sobre la prensa española véase Fuentes, Juan Francisco; Fernández Sebastián, Javier. Historia del periodismo español. Prensa, política y opinión pública en la España contemporánea. 1998. La prensa catalana contaba con cabeceras tan importantes como “La Vanguardia”, “La Veu de Catalunya”, “La Publicitat”, “El Noticiero Universal”, etc. “La Vanguardia” (1881) era el diario de la clase media españolista y desde, 1939, rebautizado como “La Vanguardia Española”, fue el diario católico por excelencia en Cataluña, con numerosas páginas dedicadas a la Iglesia, y en parte por ello fue el preferido por la familia Miró durante la posguerra. “El Correo Catalán” (1876-1964), muy conservador y católico. “La Veu de Catalunya” (1899-1939) se denominaba popularmente “La Veu” y era el diario de la clase media afín a la Lliga Regionalista.La Publicitat” (1922-1939, de 1878 a 1922 era “La Publicidad”) era el diario del partido Acció Catalana y tenía como apéndices el semanal cultural “Mirador” (en el que Foix, miembro muy activo del partido, promovía a Miró, y donde saldrán muchas críticas de Gasch sobre Miró) y el semanario satírico “El Be Negre”. “La Nau”, de Rovira i Virgili, sobrevivió entre 1927 y 1933. “El Noticiero Universal” (1888) era un diario popular, sin una línea política definida. En 1913, los dos diarios barceloneses más leídos —los artistas publicitados en estas publicaciones tenían un éxito social y mercantil mucho mayor— eran “La Vanguardia” (58.000 ejemplares), a la que apuntamos que estaba abonada la familia Miró, y “La Publicitat” (25.000), mientras que los demás no alcanzaban los 10.000. [Fernández. Historia del periodismo español. 1998: 191].
[39] Destacan unas publicaciones, tradicionales o de vanguardia, casi todas en Barcelona: “Vell i Nou” (1915-1919?), “Revista Nova” (1914-1917), “Troços” (1916), “391” (1917), “Un enemic del poble” (1917), “Arc Voltaic” (1917), “L’Instant” (París, 1918, Barcelona 1919). “Gaseta de les Arts” (1924-1927 y otra etapa posterior en años 30), “Revista de Catalunya” (1924-1932 y 1934), “La ma trencada” (1924-1925). En localidades menores “L’Amic de les Arts” (1926-1929) en Sitges, y “Art” (1933-1934) en Lérida. Un resumen bibliográfico (no exhaustivo) sobre las revistas de vanguardia en Inmaculada Julián. 1910-1940 (457-477), en AA.VV. Arte catalán (estado de la cuestión). V Congreso del CEHA. 1984.

El nacionalismo en Miró.

La influencia nacionalista catalana en el joven Miró.
Miró, ¿pintor español, catalán o incluso francés como se le clasificó en alguna exposición? Llorens (1987-1988) explica que la clasificación taxonómica por nacionalidades, propia de la historiografía del siglo XIX, no tiene utilidad para explicar el arte del siglo XX, por la internacionalización de las relaciones artísticas.[1] A esta idea me sumo, pero Miró no es sólo un artista, sino también un hombre volcado en su tiempo y como tal dividido entre las pulsiones ideológicas de tres polos muy diferentes: España, Cataluña y Francia. Inequívocamente se decantará por su tierra catalana pero los otros dos polos serán omnipresentes.


Enric Prat de la Riba, una influencia nacionalista y catalanista de sentido conservador.


Antoni Rovira i Virgili, una influencia nacionalista y catalanista de sentido progresista.

La formación de la ideología catalanista de Miró es un tema aún abierto a la investigación, pero debemos realzar el interés de la tesis doctoral de Lubar[2] en cuanto se concentra en la vivencia de Miró durante la época noucentista de Eugeni d’Ors, Joaquim Sunyer y Joaquín Torres García, como ejemplo del “encuentro” entre el catalanismo y la vanguardia. Hubo un doble componente ideológico, progresista y conservador en la formación del nacionalismo catalán, pero casi todas las influencias que recibió Miró antes de 1920 provenían del bando conservador.
La actitud nacionalista que Miró mostró en los años 10, que enlazaba con la lucha de la burguesía catalana por reivindicar una entidad nacional para su pueblo, era una posición que compartía con casi todos los miembros de las familias catalanas de clase media bienestante. Ya tan pronto como en 1915 Miró escribe a Ricart que trabaja para un renacimiento artístico de Catalunya —asumiendo el ideal noucentista— y se proclama ‹‹fill d’aquesta Catalunya, tan furriacada pels homens d’Iberia.››[3]
Es un joven nacionalista de 22 años, que está en pleno servicio militar, lleno de ilusiones sobre la recién nacida Mancomunidad de Cataluña y la gran tarea de la recuperación de la lengua y la cultura catalanas. En este sentido, hay que matizar la tesis de Lubar de que ‹‹la formación de la estética de Miró se basaba precisamente en un alejamiento de la política.››[4] porque si Miró rehusaba entonces un compromiso práctico con el catalanismo político es porque éste se asociaba en aquellos años a un conservadurismo cultural-artístico al que Miró se oponía, porque chocaba con su incipiente vanguardismo artístico.
Tomàs Llorens (2008) opina que hacia 1917 Miró (como Salvat-Papasseit y los otros miembros del pequeño grupo futurista catalán) había rechazado el nacionalismo noucentista que muchos de sus compañeros abrazaban y que:
‹‹Ese rechazo supuso una ruptura con el nacionalismo de su generación; pero trajo consigo, al mismo tiempo, y paradójicamente, una especie de radicalización de su sentimiento nacionalista. Una radicalización que le llevó hacia atrás, hacia las raíces románticas de ese sentimiento, y al mismo tiempo hacia delante, hacia una especie de nacionalismo trascendente y fantasmagórico que, transfigurado, vino a confluir con el primitivismo de los poetas surrealistas de París.››[5]
Acto seguido, Llorens remarca con acierto que Miró rechazó de noucentistas y futuristas la asociación entre Barcelona y la modernidad y se decantó, en la lucha polar entre Barcelona y la Cataluña rural, a favor de las raíces de Mont-roig, tomando como referente el arte medieval para su realismo detallista desde 1918 que desembocó en La masía (1921-1922), mientras que desde 1920 París (el cosmopolitismo) sustituyó a Barcelona en dicha polaridad. Pero este ruralismo mironiano era ya más poético que nacionalista, aunque un nacionalismo rural todavía latiera en el “franciscanismo” y en la imagen de la tierra como fuente de regeneración de la vida.[6]
Son años de consolidación en Miró de una personalidad firmemente catalana, apegada a la tierra del propio país: la ciudad de Barcelona en lo humano, el campo de Mont-roig en lo natural, y la isla de Mallorca a través del mar civilizador.
Malet (1983) proclama este rasgo de la personalidad del artista: ‹‹La catalanidad de Miró, reforzada por el amplio conocimiento que, desde pequeño, tiene de su país, es patente en toda su obra y en su manera de ser y actuar.››[7]
Calvo Serraller (2001) destaca de Miró su condición de pintor relacionado con el mundo rural catalán : ‹‹(...) catalán de origen y muy vinculado a la cultura telúrica, del mundo rural, desplegó un potente universo de signos y símbolos relacionados con ese muy rico depósito de la imaginación de tradición campesina, dotándolo además de una muy sugestiva fuerza poética. (...)››[8]
Miró le explicaba a Sweeney en 1948 su enraizamiento en la tierra catalana debido a su carácter catalán antes que español: ‹‹El carácter catalán no se parece al malagueño ni al de otras partes de España, es un carácter muy apegado al suelo. Los catalanes pensamos que hay que tener los pies sólidamente asentados en tierra si queremos alzar el vuelo. El hecho de volver de vez en cuando a tierra firme me permite saltar luego más alto.››[9]
Y queda explícito este arraigo en la tierra en una reflexión que repetía siempre y que Cela recoge en 1957 como el rasgo más esencial de su personalidad artística: ‹‹Hay que pintar pisando la tierra, para que entre la fuerza por los pies.››[10] No es sólo la fuerza de la materia, de la tierra, como entiende Raillard, sino la fuerza espiritual que le comunica vivir en la tierra con la que se siente identificado como ser social. Es una relación que podemos considerar como panteísta, en el mismo sentido mítico que profesaba el noucentisme.
Su correspondencia más temprana, como destaca Lubar (1993), estaba ya marcada por este profundo sentimiento catalanista y el amor a la tierra:
‹‹En una de sus cartas más tempranas y reveladoras, Joan Miró expresó un sentimiento que formaría el núcleo emocional de su arte durante las siete décadas siguientes: su profundo arraigo a la tierra, a la gente y a las tradiciones de su Cataluña natal. En agosto de 1917 escribe a su amigo y compañero de estudios Enric Cristòfol Ricart, desde Ciurana, un pueblo remoto de la provincia de Tarragona, describiendo introspectivamente su estado de ánimo: ‹‹La vida solitaria en Ciurana, el primitivismo de aquella gente admirable, mi trabajo intensísimo y, ante todo, mi recogimiento espiritual, vivir un mundo hijo de mi espíritu y de mi alma, alejado, como Dante, de la realidad (¿entiendes?), me han recluido en mi interior, a medida que me iba convirtiendo en un escéptico, me he ido acercando más a Dios, a los árboles y a las montañas, a la amistad, en un primitivo como aquella gente de Ciurana y en un enamorado como Dante.››[11] ››[12]
La opinión más íntima del propio Miró sobre Cataluña la debemos inferir de un texto de Dupin (desarrollado a finales de los años 50 y publicado en 1961, y apenas revisado en la versión de 1993), forjado en sus numerosas entrevistas, traslación se supone pues casi literal del pensamiento mironiano, en el que el autor francés loa el espíritu catalán, frugal e independiente, poseedor de una rica cultura propia —tanto en la lengua y la literatura como en el arte—, de una estética realista, de una cercanía con lo francés, así como en lo político de una fuerza expansionista que se relaciona con los ideales conquistadores de los nacionalistas Prat de la Riba y Rovira i Virgili. En este espíritu idealmente catalán se reconocen muchos de los rasgos de Miró:
‹‹Muchos de los rasgos de carácter de Miró pertenecen a la psicología catalana, o en todo caso no se explican sin ella. El propio Miró reivindicó siempre con fuerza sus orígenes y no quiso nunca ser considerado como un pintor español. “El carácter catalán declaró a J. J. Sweeney, no se parece al malagueño ni al de otras partes de España, es un carácter muy apegado al suelo. Los catalanes pensamos que hay que tener los pies sólidamente asentados en tierra si queremos alzar el vuelo. El hecho de volver de vez en cuando a tierra firme me permite saltar luego más alto.”[13] El realismo de los catalanes, que se acostumbra oponer al espíritu contemplativo y al ardor místico de España, ha hecho de ellos los más robustos y activos de los ibéricos. Este pueblo rudo está fuertemente apegado a una tradición de libertad y de independencia alimentada, reforzada constantemente por una encarnizada lucha de doce siglos. Cataluña ha sido constantemente, desde la prehistoria, un país de tránsito, un país invadido y colonizado. Los griegos y los romanos dejaron en él una huella profunda. La invasión árabe, en cambio, fue mucho más tardía que en el resto de España y, sobre todo, más breve. La reconquista por los cristianos bajo el impulso de los barones de Tolosa y Narbona marcó el despertar del espíritu nacional, al mismo tiempo que sellaba la tradicional amistad entre catalanes y franceses, evidenciada desde dicha época por intercambios en todos los campos. Cuando España era todavía sarracena, Cataluña constituía ya, desde el siglo IX, un Estado cristiano lleno de cultura griega y romana, mirando más hacia Francia que hacia el interior de la Península Ibérica. Su lengua, mucho más próxima a los dialectos occitanos que al castellano se convirtió rápidamente en vehículo de una cultura refinada a la que numerosos poetas, clérigos e intelectuales dieron incomparable brillo entre los siglos XII y XIII. El desarrollo de las artes se vio acompañado de una prodigiosa expansión política de Cataluña, unida entonces al reino de Aragón. En el siglo XIV, el Mediterráneo estaba controlado en su totalidad por naves bajo pabellón catalán, cuatro barras escarlatas sobre campo de oro, y el almirante Roger de Lauria podía proclamar: “Todos los peces del Mediterráneo llevan en el lomo las barras catalanas”. El origen del escudo catalán es, al respecto, sumamente revelador: herido gravemente en el curso de un combate, Wifredo el Velloso consiguió que el rey de Francia, Carlos el Calvo, reconociera oficialmente a Cataluña. Para sellar la promesa, el rey francés puso la mano sobre la herida del conde y deslizó luego sus cuatro dedos ensangrentados sobre una tela recamada de oro, convertida desde entonces en emblema de la independencia catalana.››[14]
Pero este carácter propio del pueblo catalán, según la interpretación de Miró que Dupin transcribe a su modo, se debió forjar en la adversidad de la dominación castellana, que le impuso una lengua y una administración que frenó su desarrollo hasta el s. XIX, cuando la burguesía catalana abrió nuevos cauces, hasta el trágico suceso de la guerra civil y la larga represión que el franquismo impuso sobre Cataluña:
‹‹Este país, considerado en la Edad Media el más libre del mundo, se vio reducido por una boda real a la condición de provincia vasalla de un Estado de lengua y costumbres diferentes que se esforzará en asimilarlo. Desde el siglo XV, bajo la opresión castellana, su historia se reducirá a sus sufrimientos, a numerosas y heroicas rebeliones, reprimidas siempre con la mayor crueldad. Los catalanes conseguirán, pese a ello, conservar su lengua, sus tradiciones y una pizca de sus libertades. Hacia 1850, siguiendo el ejemplo de sus poetas, Cataluña conoció un verdadero renacimiento en el campo de la literatura y las bellas artes, al mismo tiempo que un avivamiento de la reivindicación autonomista. La actividad de las Ligas, las manifestaciones espontáneas de un pueblo amante de su lengua y su danza, la sardana, amante de su himno rebelde, Els Segadors, la amplitud y la perseverancia del movimiento desembocaron en la concesión a Cataluña de una primera descentralización administrativa en 1913 y, sobre todo, de una amplia autonomía en el marco de la República española. El espíritu de resistencia de los catalanes no tuvo tiempo de debilitarse: cuatro años más tarde estallaba la guerra civil, la atroz guerra civil. La dictadura franquista suprimió todos los privilegios, eliminó todo signo de autonomía y de libertad, prohibió la enseñanza, los periódicos y los libros en lengua catalana.››[15]

Cataluña se presenta como víctima de Castilla. Es un lugar común entre los catalanistas y en Miró, un hijo intelectual del catalanismo conservador de finales del XIX, quien cree que la historia es una lucha entre pueblos (catalanes contra españoles, franceses contra alemanes), simbolizados en sus líderes (Franco como arquetipo del mal). Jamás en su vida hará mención alguna a clases sociales dominantes y dominadas, y, así, durante la posguerra, en los años 40 y aún más tarde, procurará mantener una buena amistad con franquistas declarados como Ràfols, Ricart o Foix, o colaborará con el alcalde Porcioles, pues ante todo considera que son catalanes.
Pero el catalanismo o catalanidad de Miró se nutre también de un amor positivo por su tierra, como indica Joan Perucho (1966) incide:
‹‹Si hay algún hombre que esté estrechamente vinculado a la raíz física de una tierra o de un paisaje, éste es indudablemente Joan Miró y lo está tanto por una conexión de fatalidad biológica e irrenunciable como por una mantenida voluntad de que así sea. En efecto Joan Miró y Cataluña han estado unidos siempre y si Joan Miró ha extraído su fuerza del suelo y del pasado de Cataluña ésta, a su vez, se ha visto ensalzada y prestigiada universalmente por Joan Miró quien nunca ha olvidado de proclamar su origen poniendo contra viento y marea ante su apellido el luminoso Joan.
El primer aspecto de esta conexión es sin duda debido a ese identificarse de Miró a las esencias más puras de su país natal, a su luz fulgente, a su tradición. En la obra de Miró siempre hay reminiscencias de ello, aun en sus momentos más esquemáticos y aparentemente desligados de lo real y surgen impensadamente con una turbulencia de símbolo y de audacia juvenil disparada hacia lo absoluto, hacia lo que permanece eterno e inmutable. El rostro de Miró se aproxima a estas fuentes, las examina detenidamente y luego saca de ellas la fuerza telúrica que se halla escondida. No en vano hace un momento hemos hecho alusión al impulso juvenil de Miró, derramado en toda su larga obra, y este impulso lo determina la configuración y el espíritu de su tierra de Cataluña, país donde al lado de la tradicional sensatez del seny ostentado por el mítico “senyor Esteve” puede darse también y en altísima medida, la locura genial, la “follia” de Ramón Llull y de un Antonio Gaudí.
El segundo aspecto de esta conexión se da en el hecho de que sea el propio Miró el primero en conocer este orden de vinculaciones y afectos y que sea también el primero en decírselo al mundo. Desde sus primeros pasos en el quehacer del arte, existe una fidelidad entrañable de Miró a unas determinadas formas de vida, a un peculiar “modo de estar” en las sensaciones e ideas. Con una ciega confianza en sí mismo se sabe portador de una categoría de invenciones nuevas no totalmente vislumbradas aún pero al mismo tiempo en lo secreto de su sangre se descubre también heredero de unos valores tradicionales sin los cuales nada valdrían sus esfuerzos para hallar su originalísimo vocabulario. Entonces, Miró se esfuerza reflexivamente en ir al fondo de lo que es ancestral y se halla perdido en la nebulosa del tiempo, interesándole, no lo que es sólo recuerdo y vanagloria de un pasado, románticamente evaporado, sino lo que está vivo y vigente e informa una realidad actual distinta a las demás. Todo esto lo hace Miró con una seriedad y una pureza inigualables, casi maniáticas, y al lado de su preocupación por lo que es vivo gracias al dominio de las fuerzas ocultas de la naturaleza existirá asimismo un apasionado interés por lo que es vivo culturalmente y ha sido depositado y remansado por la sabiduría popular a través de los siglos. De aquí su afición por los oficios y las artes del pueblo, su pararse a cada momento ante lo que la mano del hombre ha hecho, con un temblor de vida, pero a través de unos cauces antiquísimos. En consecuencia, este interés se centrará en una dualidad y tanta emoción encontraremos en los ojos de Miró ante una raíz o un arbusto pulimentado por la impetuosa corriente de agua de un torrente como ante un típico y coloreado “siurell”, estatuilla popular de Mallorca.››[16]

Los tres idiomas de Miró: catalán, español y francés; un choque cultural.
En la definición de la identidad nacional de Miró influye una escisión, un conflicto íntimo del lenguaje: Miró comparte tres idiomas de cultura a lo largo de su vida, el catalán, el francés y el español. Se advierte mejor su equilibrada actitud ante los tres idiomas (y sus culturas), a través de su comparación con las ideas de una de sus grandes influencias de juventud, el obispo Torras, acérrimo defensor en exclusiva del catalán. Este conflicto lo resolvió con una distribución de funciones entre los tres idiomas, con matices, pues prefería su lengua catalana, la materna, pero utilizaba las otras dos para gozar de las ventajas de acceder a sus respectivas culturas.
El catalán casi siempre lo habla en su vida privada en la familia y con los amigos, y en este idioma lee en su juventud las obras de la Renaixença y cultiva una cultura literaria que hacia 1920 ya es muy sólida. Le cuenta a Raillard: ‹‹En mi juventud, en la academia Galí, por ejemplo, se hablaba siempre catalán. (…) El catalán era la lengua de la familia, del mercado, de los amigos, y había que luchar para que el catalán, nuestra lengua, fuese reconocido como lengua cultural.››[17] 
Miró siempre usó primordialmente en su vida cotidiana la lengua catalana y su preferencia por los nombres catalanes es indiscutible, comenzando por su orgullo de escribir su nombre “Joan” incluso durante los primeros años del franquismo, siguiendo las tesis de Torras, quien sostenía una empeñada defensa del idioma catalán[18], ya desde la onomástica:
‹‹Què més ridícul que usar noms castellans i fins de vegades francesos o anglesos per anomenar persones nascudes i que han de morir al cor de Catalunya? Amb la intel·ligència que, quan els diminutius de que sol usar-se per als nens i per les nenes, difícilment pot trobar-se, fora de la italiana, llengua que els tingui més graciosos que la llengua catalana. Comparem, per exemple, Marieta i Antonieta a Mariquita i Antoñita. La més fàtua moda arriba a corrompre el bon gust natural dels homes.››[19]


El obispo catalán Josep Torras, una de las mayores influencias en el catolicismo conservador y catalanista del joven Miró.

El español lo usa para la lectura poética (siempre, desde muy joven, le atrajo la poesía mística castellana) y de traducciones, así como para las relaciones culturales y comerciales en el interior de España, salvo en Cataluña. Era una necesidad o una obligación indeseada, como le cuenta a Raillard: ‹‹En la escuela había que hablar en castellano y todos los libros estaban en castellano.››[20] Mientras que Torras despreciaba la cultura popular castellana[21] para reservar su veneración a la tradición cultural catalana[22], el más moderado Miró en cambio no rechazaba la cultura popular “española” en Cataluña, sino que incluso admiraba sus manifestaciones más populares, exóticas o primitivas, como el flamenco[23], pero no se quedaba sólo en este nivel popular, pues entre sus pintores favoritos, destacará siempre Zurbarán —tanto en los años 20 como en los 60— en el que admira precisamente su expresionismo español. Incluso sus lecturas de poesía desde los años 40 eran cada vez más y más españolas: seguía siempre con pasión la poesía francesa y catalana pero también la de Góngora, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León... y esta cultura castellana le impregnaba.

El francés es su lengua de cultura universal, para las relaciones culturales y comerciales en el extranjero, para la correspondencia con sus amigos artistas y sus marchantes, para la lectura de la poesía que le inspira, para la reflexión teórica y la creación poética, para los títulos de la inmensa mayoría de sus obras. Le dice a Raillard que los títulos los pone ‹‹Sí, siempre en francés. Hay que tener en cuenta que fue en París donde realmente comencé.››[24], sigue ‹‹Es en París donde me formé intelectualmente. Por eso, el francés es para mí la lengua del trabajo intelectual y de la reflexión. Cuando pienso un proyecto lo hago siempre en francés. (…) cuando se trata de reflexionar o de construir alguna cosa, lo hago en francés. Hasta el punto de que jamás he pensado escribir poemas en catalán; y las frases que he escrito en mis cuadros están en francés. Toda mi formación fue parisiense.››[25], y añade que ‹‹todos mis poemas están escritos en francés››[26]
En su programa de estudios de secundaria era el único idioma extranjero y podemos intuir que no era de sus asignaturas peor calificadas. Amaba la cultura francesa, desde que recibió el influjo del ambiente francófilo de Barcelona, al que se asoma desde 1912, y con una larga tradición: a guisa de ejemplos, en “Els Quatre Gats” se reúnen en 1900-1904 varios de los más destacados miembros laicos de la vanguardia barcelonesa: Picasso, Miguel Utrillo, Casas, Rusiñol, Nonell, Mir, Josep Dalmau, Manolo... difundiendo su apasionado interés por París, la capital artística del mundo de la “Belle Époque”; al mismo tiempo, los artistas más admirados por Miró en su juventud se instalan en París como hitos decisivos en sus vidas, así Nonell en 1897 o Picasso en 1904 (después de los viajes de 1900 y 1901), y destacan sobremanera en el ámbito del arte catalán: en la prestigiosa Sala Parés de Barcelona exponen en 1901 el ya maduro y triunfador Casas y el joven Picasso, que inicia su etapa “azul” (1901-1904) y señala el camino del éxito a los nuevos artistas catalanes. No es extraño que Miró siga esta misma dirección, lo que explica sus frecuentes lecturas de revistas vanguardistas francesas en los años 10, su presencia desde 1917 en el círculo francófilo de las Galeries Dalmau, su apoyo al bando aliado durante la Guerra Mundial, etc., aunque su primer viaje a París deberá esperar hasta 1920. Brigitte Léal (2004) resume la división vital de Miró entre Cataluña y París: ‹‹De 1920 à 1940, Miró va vivre entre les deux pays et les deux cultures, conciliant son attachement indéfectible à sa terre de Montroig où sa famille possède une masia (ferme), avec la France, où il se trouve les nouveautés artistiques et lactivité qui vont stimuler son inspiration.››[27]

NOTAS.
[1] Llorens. Exilio y gusto español en el arte moderno*<Le siècle de Picasso>. París. MAMV (1987-1988): 39.
[2] Lubar. Joan Miró Before The Farm, 1915‑1922: Catalan Nationalism and the Avant‑Garde. 1988. Consulta en FJM. Hay el inconveniente de que la tesis de Lubar no ha sido publicada ni es consultable para muchos de los lectores de esta tesis.
[3] Carta a E.C. Ricart, Caldetas (7 a 15-III-1915) 445 BMB. Esta carta es datada en 31-I-1915 por Rowell. Joan Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 48-49. / Rowell. Joan Miró. Écrits et entretiens1995: 57-58. / Rowell. Joan Miró. Escritos y conversaciones. 2002: 79-82 en las versiones de 1986: 48-49. La causa de este error puede ser la difícil caligrafía; o que la fecha 31-I se corresponde con la carta justo anterior, la 444 BMB; además, por un error del listado oficial del archivo BMB se cataloga este doc. como nº 445 cuando está señalado como nº 444 en el mismo documento). Miró comienza a escribir la carta en Caldetas, en torno al domingo 7 (la mención a las veraneantes del domingo es muy expresiva), la interrumpe unos días, y la acaba en Barcelona, en el domingo 14 y el lunes 15-III (la fecha indicada de envío).
[4] Lubar. <Joan Miró 1893-1993>. 1993: 44.
[5] Llorens. La catalanidad de Miró<Miró: Tierra>. Madrid. Museo Thyssen-Bornemisza (2008): 25.
[6] Llorens. La catalanidad de Miró<Miró: Tierra>. Madrid. Museo Thyssen-Bornemisza (2008): 26-27.
[7] Malet. Joan Miró. 1983: 7.
[8] Calvo Serraller. El arte contemporáneo2001: 266-269.
[9] Sweeney. Joan Miró. Comment and Interview“Partisan Review”, v. 15, nº 2 (II-1948): 212. cit. Dupin. Miró. 1993: 11.
[10] Cela. Acta de un monólogo de J.M. “Papeles de Son Armadans”, Palma/Madrid. Número especial dedicado a Joan Miró, v. 7, nº 21 (XII-1957). cit. Dupin. Miró. 1993: 20. No es una entrevista en realidad, pues parece que esta frase, como otras, Cela la tomó de fuentes anteriores, pues con variaciones literarias y de contexto, Miró repitió lo mismo a Sweeney, Charbonnier, Perucho, Erben, Raillard... desde los años 20 a los 70. Un ejemplo bastará: en una entrevista de 1928, Miró cuenta que ‹‹Para comprender bien a un pintor hay que ir a su tierra.›› [Anónimo. Entrevista Joan Miró en Madrid. “La Gaceta Literaria”, Madrid, año II, 37 (1-VII-1928) 6.] Veinte años más tarde, aplica ese amor por la tierra a los catalanes en general. [Sweeney. Joan Miró: comment and interview“Partisan Review” (II-1948): 212.]
[11] Carta de Miró a Ricart. Barcelona (IX?-1917) BMB 449. Lubar la fecha en agosto.
[12] Lubar. El Mediterráneo de Miró: concepciones de una identidad cultural<Joan Miró 1893‑1983>. Barcelona. FJM (1993): 25.
[13] Sweeney. Joan Miró: comment and interview“Partisan Review” (II-1948): 212.
[14] Dupin. Miró. 1993: 11-12.
[15] Dupin. Miró. 1993: 12.
[16] Perucho, Joan. La fidelidad de Joan Miró. Serie de artículos sobre Cataluña y sus hombres. “La Vanguardia” (20-XI-1966).
[17] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 111.
[18] Sobre su concepción más doctrinal del tema de la lengua véase Torras. La tradició catalana. 1981 (1892, 1906): 42-57.
[19] Torras. La tradició catalana. 1981 (1892): 81. Parece que la fuente es un sermón referente a los nombres impuestos a los recién nacidos.
[20] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 111.
[21] Torras escribe: ‹‹avui Catalunya està farcida de cançons castellanes: pels carrers, per les escoles, en les cases particulars, no s’ouen altres coses que cançons castellanes, i els formosos i honestíssims cants catalans són oblidats (...). Però encara convé més alçar el crit contra les representacions, cançons i danses que comunament anomenem gènere flamenc. No hi ha res més antitètic que elles al caràcter català, no pot trobar-se cap cosa més destructiva de severitat i fermesa de la nostra raça. Les diversions indígenes catalanes són senzilles, populars i formoses i, no obstant, aquesta generació nostra que es titula democràtica serà, segons totes les aparences, la que les veurà desaparèixer i substituir per altres que ni moralment ni estèticament s’hi poden comparar.›› [Ibid.]
[22] Torras escribe en 1905: ‹‹Temíem (...) que examinada de nou la Tradició de la terra, indígena, no resultés atemptatòria a l’organització universal del nostre llinatge per la qual sospira la Civilització cristiana. Però de nou ens havem convençut que la tradició és un element essencial del patriotisme, i que el concepte patriotisme difícilment pot subsistir, anihilada la idea de tradició.›› [Torras. Nueva introducción a la reed. de La Tradició Catalana. 1906. Véase reed. 1981: 18 y Torras, Obres Completes. v. I. p. 226. Hay una trad. castellana en Peran, Suàrez y Vidal. <El Noucentisme, un projecte de modernitat>. Barcelona. CCCB (22 diciembre 1994-12 marzo 1995): 406.] Sobre la influencia moral de Torras en el movimiento noucentista véase Camps i Miró, Teresa. Una aproximació al contingut moral del noucentisme artístic. “Ateneu”, Barcelona, 8 (41 trimestre 1986) 27-29.
[23] Por ejemplo, de la mano de su amigo Gasch, en los años 20 y sabemos que hasta el final, el artista fue un ferviente admirador del baile flamenco. Miró ya desde 1912, cuando al salir de clases de dibujo tomaba apuntes en sus calles y locales, se aficionó a la vida bohemia del barrio del Raval, que se estaba convirtiendo por los años 10 en el Barrio Chino, un lugar de ocio, fiesta, música, prostitución... con locales célebres como la Bombilla, el Molino, Villa Rosa o La Criolla (un local semi gai), que Miró, Gasch y sus amigos frecuentaban, porque podían gozar de momentos llenos de intensidad vital e incluso cultural, para quienes admiraban el flamenco, como era el caso de Miró (quien profesó gran admiración a varios bailarines). Mantuvieron esta afición siempre. Por ejemplo, Gasch recuerda una noche de fiesta en la que se llevó a El Manquet a unos bailarines rusos que habían estrenado (16 de mayo de 1933) en el Liceu el ballet Jeux d’enfants con decorados de Miró, quien probablemente también estaba: ‹‹La sesión era monótona; pero de pronto del cuadro flamenco se separó una chiquilla de unos 14 años, y empezó a bailar. La llamaban “La Capitana” y se hacía difícil encontrar palabra exacta para aquella maravilla. El verdadero nombre de “La Capitana” era Carmen Amaya››. [Huertas, Josep M. Com es formà el Barri “Xino”. “L’Avenç”, 15 (IV-1979) 66-71. cit. 68.]. Otro ejemplo es la descripción de Julio Rosselló de la actuación en 1958 de “La Chunga” en la casa de Cela, ante Miró y un selecto grupo de escritores, artistas y músicos. Miró apreciaba en aquella muchacha de 18 años, nacida en Cataluña, ser una “bailaora” que representaba una cultura ancestral, gitana o hindú, de siglos. Se le hizo incluso un homenaje en “Papeles de Son Armadans”. [Rosselló, Julio. “Destino” (20-IX-1958)]. También muy conocida es la amistad de Miró desde los años 20 con el bailarín vallisoletano de flamenco Vicente Escudero. Sobre la intensa actividad de su introductor Gasch como “periodista del Paral·lel”, véase: Casacuberta, Margarita; Ucelay-da Cal, Enric. Entre la civilitat i el vici (196-197), en Riquer (dir.). Història. Política, Societat i Cultura dels Països Catalans. v. 9. De la gran esperança a la gran ensulsiada 1930-1939. 1999. Sobre el Paral·lel véanse: Badenas i Rico, Miquel. El Paral·lel, història d’un mite. Pagès Editors. Lérida. 1998. 358 pp. / Cabañas Guevara, Luis (seudónimo de Rafael Moragas). Biografía del Paralelo 1894-1934. Ed. Memphis. Barcelona. 1948 (1ª 1945). 314 pp. / Ginart, Belén. Paral·lel: el mite reviscola. “El País”, Quadern 1.201 (22-II-2007) 1-2. / Ginart, Belén. De quan Barcelona tenia el seu Montmartre. “El País”, Quadern 1.201 (22-II-2007) 3. / Gasch, S. Les nits de Barcelona. Pòrtic. Barcelona. 1969. 120 pp. / Gasch, S. El Molino. Dopesa. Barcelona. 1972. 190 pp. / Permanyer, Lluís. Establiments i negocis que han fet històriaLa Campana. Barcelona. 1997. 302 pp. / Villar, Paco. Historia y Leyenda del Barrio Chino (1900-1992). Crónica y documentos de los bajos fondos de BarcelonaLa Campana. Barcelona. 1997. 255 pp. / Zúñiga, Ángel. Barcelona y la noche. Ed. José Janés. Barcelona. 1949. 211 pp. Reed. Parsifal Ediciones. Barcelona. 2001. 194 pp.
[24] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 49.
[25] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 99-100.
[26] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 110.
[27] Léal, Brigitte. Un Catalan international, en AA.VV. Miró au Centre Pompidou. “Beaux Arts Magazine”, hors-série. 2004: 23.

El catolicismo en Miró.


El catolicismo será decisivo en el desarrollo vital, y en la formación y evolución del pensamiento de Miró, en tres facetas: moral, al darle unos conceptos del deber personal y del pecado, que probablemente heredó sobre todo de su familia pero también con aportaciones de Torras; política, con un conservadurismo social que le marca primero su familia y remacha luego Torras, especialmente en su idea del compromiso y relación con los partidos, y que evolucionará luego hacia el progresismo gracias a sus amigos surrealistas y Maritain; estética, en concreto la recepción de la concepción tomista del arte, que le viene de sus amigos y sobre todo de Torras y Maritain.


Distingo dos etapas en su formación católica.

Una muy conservadora en su infancia y juventud, encarnada en Torras, aunque de él provengan ciertas ideas estéticas que pueden considerarse avanzadas, y que exploro con más profundidad en el apartado del misticismo juvenil del Miró católico y noucentista.

Otra muy progresista cuando ya es un adulto, a finales de los años 20 y principios de los 30, con la figura emblemática de Maritain, a través posiblemente de Gasch, de Carles Cardó, y preparada ya por sus contactos anteriores en París con Max Jacob, Reverdy y otros católicos progresistas, así como por el ejercicio de tolerancia que requiere su amistad con anticatólicos como Breton, o la autocrítica que incita su misma práctica artística, que le aboga a una toma de conciencia progresista: ¿cómo ser dadaísta o surrealista, o al menos apreciarlos, sin poner al mismo tiempo en tela de juicio los conceptos reaccionarios que le habían inculcado? El problema es que el ascenso de la conciencia progresista en Miró será un camino de incontables e inadvertidos pequeños pasos, desde el derechista casi ultramontano de 1917 hasta llegar a ser el izquierdista moderado de 1937.

Así, resulta que los influjos le llegan por tres vías: familiares, amicales y teóricas.

Su familia —esta faceta la englobamos más en extenso en su relación familiar, pues los detalles son inseparables de ésta—, de católicos conservadores a machamartillo, le influye de un modo difuso y continuo, especialmente en las facetas moral y política, hasta la muerte de su padre en 1926 y su madre en 1944, y continúa con su esposa (su catolicismo a veces fue descrito como el de una beata) desde 1929 hasta su muerte en 1983.

Sus amigos católicos, desde los catalanes de su juventud, en especial Ràfols, Ricart, Foix y Junoy, hasta los que conoce en sus largas estancias en París como Max Jacob, Reverdy o el mismo Maritain, y todos ellos le marcan, los primeros en un sentido más cerrado y conservador y los segundos en otro más abierto y tolerante, y abriéndole finalmente los amigos del movimiento surrealista a unas posiciones críticas que le hubieran llevado tal vez al agnosticismo o al ateísmo de no ser tan importantes los anteriores influjos católicos.

Los influjos teóricos le llegan a través de sus numerosas lecturas, de las conversaciones con sus amigos y, sobre todo de la relación con dos grandes pensadores, el catalán Torras, el más temprano en orden cronológico, que le influye en una vertiente conservadora y colectiva (el pueblo como sujeto privilegiado de la historia y el arte) en los años 10; y el francés Maritain, muy posterior, a partir de finales de los años 20, que le llevará por una senda progresista e individualista (el concepto del artista que como tal se debe prioritariamente a sí mismo, aunque como persona debe comprometerse con la Humanidad); aun con estas diferencias, ambas funcionan y se interrelacionan en un inestable equilibrio, como el anverso y el reverso de una moneda, y mantendrán vivos en su pensamiento los fundamentos de la concepción tomista del arte, a pesar de que Miró irá incorporando más y más ideas vanguardistas a menudo contradictorias con aquella.


El catolicismo catalán.

El ensayista George Steiner ha afirmado la necesaria presencia del problema de Dios o de su ausencia, o de su mutismo, en toda obra literaria o artística fundamental. Miró es un excelente ejemplo de esta presencia de lo divino: se educó en una familia conservadora y católica ferviente, frecuentó el católico Cercle Artístic de Sant Lluc, se casó con una católica entusiasta por no decir beata, siempre tuvo un trato exquisito con la Iglesia y con los curas de sus parroquias, iba a misa todos los domingos y fiestas de precepto, cumplía todas las normas de rigor, se interesó sinceramente por las ideas de las religiones orientales y primitivas... Creía que Dios se mostraba en la naturaleza, lo impregnaba todo, lo estable y lo variable. Su pensamiento y su obra fueron necesariamente influenciados por su religiosidad, inequívocamente católica. Por todo ello se requiere profundizar sobre este tema.

El catolicismo catalán siempre fue fundamentalmente conservador y reflejó las mismas tensiones que la sociedad catalana.[1] La Iglesia de la Restauración, hacia 1875, aceptó de mala gana la libertad de cultos y se dividió en dos bandos: los integristas[2], reacios a todo compromiso, y los “mestissos” (colaboracionistas), que aceptaban una entente a cambio de mantener una cuota de poder sobre la sociedad, y que se apoyaban en el Papa León XIII, quien en 1878 había aceptado el nuevo orden liberal europeo. Cuando se produjo la escisión de los carlistas (1888) la posición de los integristas se debilitó considerablemente e incluso, en el decenio siguiente, los abandonó su mejor portavoz, el obispo de la Seu de Urgell, Salvador Casañas, al comprobar que los excesos integristas eran mal vistos en el Vaticano. Gracias a su creciente colaboración en los últimos decenios del siglo XIX, la Iglesia asumió un nuevo papel social, el de eficaz arma ideológica contra el obrerismo[3], el republicanismo y el carlismo, así que el poder político de la Restauración la benefició con leyes favorables y dinero, lo que consolidó el dominio eclesiástico en la educación (las órdenes religiosas controlaron la educación de las clases medias y altas en las ciudades) y en muchas de las instituciones sociales y culturales. En suma, la Iglesia recuperó hacia 1900 su ancestral situación de privilegio en la sociedad catalana.

El proceso de recuperación de la Iglesia fue vigorizado por un formidable grupo de cinco prelados catalanes: Morgades, Casañas, Villamitjana, Vives i Tutó y Torras i Bages. Su creación de instituciones y asociaciones fue inmensamente fructífera para la Iglesia: la Lliga Espiritual de la Mare de Déu de Montserrat, la Lliga del Bon Mot, el Foment de la Pietat Catalana, el Cercle Artístic de Sant Lluc, la Biblioteca de lo Català Devot... Crecieron durante la Restauración nuevas prácticas devocionales como la del Sagrado Corazón de Jesús (del que Miró fue particularmente devoto), la Sagrada Familia y el rezo del Rosario, como asimismo las peregrinaciones y las misiones populares. Así, apareció el espectacular fenómeno moderno del culto en la abadía de Montserrat, gracias a las fiestas del Milenario y la coronación de la Mare de Déu morena como patrona de Cataluña en 1880-1881, que se relaciona con Gaudí y su magna empresa de la Sagrada Familia.[4]



La Sagrada Familia de Barcelona.


El catolicismo conformó además una de las tres corrientes iniciales del catalanismo político, justo la más conservadora. Aunque al principio muchos cargos eclesiásticos se desligaban del catalanismo y fueron activos agentes de españolización, una creciente minoría de eclesiásticos adoptó el regionalismo/catalanismo, unos como estrategia para mantener su peso en la sociedad y otros también por convicción, por lo que comenzó una actividad pastoral en catalán[5] y la Iglesia oficial acabó por vincularse inequívocamente con la Renaixença, a través de la publicación de “La Veu de Montserrat”, un vínculo que se sacralizó en 1893, dos meses después del nacimiento de Miró, al consagrarse el restaurado monasterio de Ripoll.[6]

El núcleo de Vic fue el gran foco intelectual del tradicionalismo catalanista, antiliberal y antidemocrático, con los obispos de Vic (Josep Morgades i Gili, luego obispo de Barcelona; fue sustituido por Torras i Bages) y de Tarragona (Benet Villamitjana i Vila), más periodistas como Narcís Verdaguer i Callís. Estos tres fueron quienes primero elaboraron su cuerpo doctrinal, a través del semanario “La Veu de Montserrat” (1878-1900), cuya línea compartía el “Setmanari Català” de Manresa (1890-1897). A este círculo se debió, por ejemplo, en 1891 el Museo Arqueológico-Artístico Episcopal de Vic, un hito en la recuperación del Románico, el estilo preferido por la Iglesia catalanista, que se impuso por encima del gótico que prefería la burguesía.[7]


La influencia de la religión católica, mediante Torras, sobre el joven Miró.

Miró vivió casi siempre en un ambiente de catolicismo conservador: sus padres, sus lecturas religiosas, su educación en la escuela de Regomir (laica pero de ideario católico) y en el Cercle Artístic de Sant Lluc, sus numerosas amistades fervientemente católicas (Artigas, Foix, Ràfols, Ricart...), su matrimonio... Ligado con este ambiente surge el evidente conservadurismo social de Miró, ante el cual Josep Melià (durante años una de las personas más comprometidas en su reivindicación biográfica como artista progresista y revolucionario) no puede sino confesar que Miró creía en la familia, la patria y la sociedad.[8]

Entre los pocos autores que se han atrevido a entrar en este tema, citemos a Barbara Rose (1982), que explica su versión de un Miró panteísta más que cristiano, para fundamentar mejor sus vínculos con los expresionistas abstractos americanos:

‹‹Several writers have understood that Miró, like Kandinsky, is essentially a religious artist. However, since his is an eclectic view of religion, as much related to animistic agricultural fertility cults as to Christianity. Miró’s religiosity has been difficult to discuss. He was not a Theosofist, like Kandinsky or Mondrian, but a kind of pantheist, another reason his art was accessible to American artists, many of whom were influenced by Transcendentalist pantheism.››[9]

Sus padres —tan duros y estrictos en el trato personal como fervorosos católicos— le proporcionaron una educación religiosa muy estricta y ortodoxa, entreverada de respeto a las instituciones básicas. Su madre era de misa casi diaria, invariable comunión dominical, intensa vida social en los círculos femeninos católicos, que decoraba sus casas con una abrumadora iconografía religiosa (desde las paredes de las habitaciones a la cabecera de la cama matrimonial), lecturas casi exclusivamente religiosas, un moralismo extremadamente conservador en la vida y los diálogos. Su padre, no tan extremado en las manifestaciones externas, era, empero, igualmente sincero y estricto en el cumplimiento íntimo de los deberes religiosos y en su conducta personal. La celebración de la Primera Comunión de su hijo en 1900 fue un ritual no sólo social sino de entrada en las filas de la Asamblea en Cristo que era entonces la Iglesia católica y esto implicaba el cumplimiento de unas estrictas reglas. Miró recordaba de ese evento el miedo que le torturaba de noche, temiendo haber olvidado confesar algún pecado en la confesión.[10] La misa dominical conjunta para toda la familia fue un ritual insoslayable lo que explica que una de las primeras obras que hizo el padre de Miró cuando compraron el mas de Mont-roig en 1910 fue rehabilitar la capilla. Una fotografía documenta una visita en 1903 de la familia Miró (los padres, Joan y su hermana) al monasterio de Montserrat, centro máximo de la devoción mariana en Cataluña.[11]

La familia tenía un motivo añadido para ser tan fervorosa: sus antecedentes judíos. Procedía de antepasados judíos conversos al catolicismo en un tiempo pasado inmemorial y sus contemporáneos no rehusaban hacer comentarios al respecto —aunque queden pocas pruebas por escrito— y, así, el escritor mallorquín Llorenç Villalonga le denostaba en los años 60 por xueta (en mallorquín un término despectivo para el converso judío), de lo cual Gaya Nuño le defenderá: ‹‹Tiene apellido hebreo, pero yo no sabría penetrar si conserva residuos de tal hebraísmo.››[12] A menudo los conversos y sus descendientes deben demostrar constantemente su nueva fidelidad y no es extraño que los poetas españoles que más interesaron siempre al artista fueran los nuevos cristianos Santa Teresa, San Juan de la Cruz y Fray Luis de León. Un lamentable ideario integrista y antisemita era un lugar común entre el catolicismo catalán conservador del 1900, cuando la mayor parte de los catalanistas recibían, con el obispo Torras y los políticos Prat de la Riba y Cambó a la cabeza, la influencia de Maurras y los intelectuales franceses antisemitas de extrema derecha, a los que prestarán su apoyo durante el caso Dreyfus.[13] En este clima no sorprende que las cartas de sus amigos de juventud Ràfols y Ricart estén plagadas de desafortunadas manifestaciones en contra de los judíos, que a veces parecen insinuar un apenas velado desprecio a su compañero, y la misma familia Miró no parece que fuera una excepción, pues el mismo artista cae en estos lugares comunes del lenguaje: en 1928 (a los 35 años) y nuevamente en 1953 (cuando ya tiene 60 años), le explica a Gasch que su amigo Jacques Viot es un hombre arriesgado y admirable, sin interés por el dinero, y enfatiza sus buenas cualidades con una mención a que ‹‹Viot no tiene nada de judío››.[14] Pero eran sólo ramalazos de la educación que había sufrido, y en el París abierto y progresista de los años 20 y 30 se reconcilió con esta condición de sus antepasados. Es muy probable que éste fuera el motivo de que coleccionase en su álbum un artículo de Josep Carner, que, entre otros temas, defiende que los judíos conversos están muy capacitados para conocer el alma española.[15] Es más, los judíos Max Ernst y Kandinky y varios conversos como Max Jacob fueron grandes amigos suyos, y comenzó a utilizar la Kabala como fuente de inspiración para sus pinturas, y no olvidemos que huyó de Francia en 1940 probablemente alarmado, entre otros motivos, por la persecución racial de los nazis. Finalmente, hacia 1980 incluso negoció con el alcalde de Jerusalén levantar una gran escultura a la entrada de la ciudad, aunque su mal estado de salud frustró el proyecto.[16] Hubiera sido la realización de un ciclo completo alrededor del Mediterráneo de su vida, en la ciudad de las tres religiones y las tres culturas que impregnaron su vida.

Las lecturas religiosas favoritas de Miró desde su juventud eran la Biblia (tenía una en su taller, donde la leía con mucha frecuencia, durante las frecuentes pausas en el trabajo), los libros de Teresa de Jesús (libros y afición que heredó de su madre; poco antes de morir tenía un tomo de sus obras en el taller; esta carmelita, descendiente de conversos como los Miró, parece ser la preferida de la familia) y San Juan de la Cruz (en especial su pasión mística); conocía también las obras de otros místicos que parecen conocer la Kabala, como Fray Luis de León (el agustino era otro descendiente de conversos), del que admiraba su oda a la vida retirada, al recogimiento del mundo en la soledad del campo, y Fray Luis de Granada.

Josep Massot (1999) resume los libros religiosos de la biblioteca personal del artista: ‹‹(…) Los autores cristianos no están ajenos a la forja de su carácter. Entre sus libros se encuentran no sólo santa Teresa y san Juan de la Cruz —tan próximos a su universo plástico: del corazón en llamas al vuelo contemplativo que enlaza tierra y cielo o su ejemplo para, en las horas difíciles, “recluirse todavía más en el palacio del espíritu y la más pura contemplación”—; la Biblia y el catecismo de Pedro de Gante, sino también las “Confesiones” de san Agustín y un ejemplar —con su nombre, cosa que rara vez hacía— del Kempis. (…)››.[17]

Entre los autores modernos, ya hemos destacado al obispo Torras, lo que se refleja en las múltiples concomitancias de su pensamiento, como por otra parte hacía buena parte de la juventud burguesa de entonces. El pensamiento moral de Miró estaba abierto a la psicología científica, pero en realidad se puede rastrear casi por completo en la obra de Torras, que forjaba el carácter de los fieles en la modestia y humildad, la templanza, la castidad, la austeridad en el gasto, el trabajo, la voluntad... [18] La influencia de Jacques Maritain será muy posterior, ya a finales de los años 20 y en los años 30.


Dados sus antecedentes familiares, e insertado socialmente en esta dinámica, Miró no pudo librarse nunca de estas raíces ideológicas católicas y conservadoras. Durante un largo tiempo de juventud fue un católico ferviente, que sufría un crujido existencial cuando se ofendían las normas de su religión. No parece que Miró siguiera con desgana estos ritos, porque cumplirá siempre las reglas eclesiásticas; incluso en sus últimos años, ya muy débil, cumplía estrictamente con el ayuno de Pascua. En la correspondencia que mantuvo con sus amigos de la Agrupació Courbet en los años 1918-1920 hasta mucho después, se deslizan confesiones sobre sus ideas religiosas y morales que asombran por su pasión. Miró, como la mayoría de sus amigos, era entonces incluso más integrista que el obispo Torras, quien propugnaba cierta moderación. Destaca una carta en la que se muestra ultramontano, enemigo de las diversiones sensuales y particularmente devoto del Sagrado Corazón:

‹‹(...) Fet aquest paréntesi segueixo contestant-te. Comencem. Llegeixo en un paràgraf que ja ens veurem al Círcol. Es que encara penses allistar-te en les llistes de Socios (en castellà i en majúscula, fa més) del Círculo (altra vegada mot castellà)? Jo crec que el teu bon sentit no permetrà tal cosa. No coneixes per ventura l’ambient repugnant, de joc i cocottes que dóna menjar en aquesta casa, que baix el mot d’“Artístico” (paraula empleada a Madrid) vol enredar a joves i distinguidos artistes (o lo que sian) per a tapar aquestes ses repugnants i encomanadisses llagues? Els homes forts no ens tenim de deixar enredar, amic. Han seguit aquestes patranyes alguns xicots carregats de bona fe, que han anat allí per lluïr en aquells salons per que els criats enguantats amb frac es hi obrin les portes, tot fent-los-hi respectuós tractament. Bien, Ricart, ço que et diu un bon amic i que, altrament els fets et farien palpar, cobreix-te i hostatge’t en els senzills postres (senzills, que hi fa, si són bells?) sostres de la casa que venerà a nostre patró Sant Lluc, i que és mare de tota una generació de vers artistes. Acullim-nos nosaltres de joves, al entorn d’aquella imatge del Sagrat Cor que presideix la sala i seguem valentment nostra tasca de Renaixement artístic, ben català, ben fill d’aquesta Catalunya, tan furriacada pels homens d’Iberia.››[19].

El catolicismo dominaba profundamente su vida privada. Del joven Miró destacan ya unas características personales relacionadas con su catolicismo aunque derivan asimismo en parte de su austero sentido del orden social y son que se preocupó durante toda su vida por la moral familiar, por el valor del trabajo como suprema realización personal y por conseguir dinero como prueba del trabajo bien hecho y base para una vida independiente, según el canon de la familia cristiana tradicional.

Por ejemplo, si Torras defendía el ideal de una vida matrimonial fiel y casta: ‹‹El dogma de l’amor lliure, que la Maçoneria ha après de les bèsties, és la conculcació del vertader amor i la profanació d’un nom honrat. El matrimoni civil és el crepuscle verpertí de la nit de l’amor lliure.››[20] en Miró esto se reflejaba en su abierto desprecio por la homosexualidad, pederastia y la promiscuidad en general, que le parecían manifestaciones de debilidad moral, propias de un hombre inferior dominado por las bajas pasiones, de modo que su repulsión asoma frecuentemente en su correspondencia anterior a 1939.[21] Además el rechazo de Miró hacia la promiscuidad y la homosexualidad, aunque tenía una base cristiana, congeniará bien en su madurez vanguardista con la apuesta ideológica de los surrealistas Breton o Man Ray, que también aborrecían la pederastia y la homosexualidad, entonces consideradas enfermedades idénticas.[22]

Lo que no será óbice para que con su amigo Gasch visite los ambientes más sórdidos de Barcelona durante los años 20, antes de su boda con Pilar Juncosa; tal vez por una atracción hacia lo prohibido, o bien un interés por tomar apuntes del natural.

Dominar el infierno del pecado carnal, ese era el objetivo. Torras ante la “perversa inclinación” de la lujuria, predica el consejo de ‹‹l’exercici, el moviment, la distracció i el treball››[23] Por su parte, Miró practicará el ejercicio físico con una disciplina férrea y se dedicará al trabajo con el ansía del atormentado. Esto era una idea común de la época, ya divulgadas las teorías de Freud acerca de la sublimación. A este respecto, Miró creía que debía reprimir completamente sus apetitos sexuales y su vida social para dedicar toda su potencia a la creación, como manifiesta en una carta a Roland Tual en 1922 en la que se atreve a identificar el pintar con practicar el sexo: ‹‹D’ailleurs je suis convaincu qu’une oeuvre saine et puissante demande un corps sain et vigoureux. Ici [Mont-roig], je ne vois personne et mon chasteté est absolue. Choc sensible à ma vie mondaine et de fréquentation à Paris, qu’il ne faut point négliger non plus. (...) Parfois, au bout de ma séance de travail, je me laisse tomber dans un fauteuil, épuisé, comme après l’acte sexuel de faire l’amour.››[24]

Esta idea sugiere el temprano influjo de Freud, probablemente ya en los años 10 a través de fuentes indirectas, como las tertulias en el círculo de Dalmau desde 1916 o las lecturas de revistas francesas de vanguardia, con autores como Apollinaire, que glosan sus teorías a partir de la publicación en 1900 de su Interpretación de los sueños, fundamento de la teoría sobre el onirismo y la sexualidad. En los años 20 crece su influencia sobre los intelectuales y artistas, surrealistas o no, como Max Jacob, Raymond Roussel, Rober Desnos, Breton… y Miró, gracias a que sus libros comienzan a traducirse al francés. Así, en 1926 la fundamental La Science des Rêves;[25] en 1927 Trois Essais sur la théorie de la Sexualité[26], mientras que el número doble nº 9-10 (1-X-1927) de “La Révolution Surréaliste” publica un fragmento de la traducción de su libro La question de l’analyse par les non-médecins (25-32), con ilustraciones de Chirico, Tanguy y dos cadavres exquis, y en 1930 la editorial Gallimard publica Le Mot d’Esprit et ses rapports avec l’Inconscient (1905 alemán, 1917 inglés).[27]


Respecto a la ética del trabajo, Torras predicaba una diligencia intensa y constante en el trabajo a fin de evitar el mal de la pereza: ‹‹La peresa és incompatible amb qualsevol virtut cristiana o humana; és incompatible amb qualsevol de les perfeccions humanes, i això no tan sols en l’esfera moral, sinó també en el terreny intel·lectual.››[28] El trabajo es un requisito para ser considerado un hombre pleno: ‹‹El hombre que no trabaja casi no es persona››.[29]

La preocupación de Miró por este tema se relaciona probablemente por el problema de hiperactividad que parecía sufrir desde niño[30], hay numerosísimas afirmaciones sobre rl trabajo en su correspondencia y en sus declaraciones, hasta ser un lugar común. Apenas hay una carta suya en la que no haya referencias al trabajo, a lo mucho que trabaja, a que desea que su correspondiente pueda trabajar más, etc. El tenor es muy parecido a estas líneas suyas que dirige a Ricart en 1915: ‹‹Jo fins ara he treballat amb força; des de ja quelques dies estic ensopit; crec que això és motivat per la concentració en que hi he treballat durant la meva darrera època, que m’ha mostrat homs problemes a resoldre, fins ara desconeguts per mí, després d’aquest ensopiment crec jo vindrà una nova tanda de dies de treball.››[31] o, pocos meses después, ‹‹Jo crec deus estar treballant, que aquest és el deute de tot home qui té talent.››[32] El trabajo, siempre como disciplina creativa de la que extrae los mejores frutos, como razona Giralt-Miracle (1993):

‹‹El treball va ser la raó de ser de la seva vida, el motor que inspirava les seves idees i la seva producció. Si d’una banda era molt metòdic, pausat, reflexiu, com ho constaten els milers d’obres, dibuixos i esbossos preparatoris que va realitzar, d’altra, el mateix Miró confesava que treballava sota l’efecte d’una apassionamet i d’una compulsió que només a través de la feina aconseguia alliberar.››[33]

Y Alessandra Fornasiero (2003) comenta que:

‹‹Miró è um distratto attento, um sognatore risvegliato. I suoi sensi strarodinariamente acuti son sempre all’erta, senza parere, e questa tensione dello spirito che lui steso si riconosce proviene da una volontà caparbia di cuoi non lascia trapelare nulla. Di questa volontà, di questa perseveranza nello sforzo, spinta a volte fino all’ostinazione, tutta la sua vita ne porta il segno.››[34]


En cuanto al dinero, Torras consideraba la frugalidad y el ahorro como cualidades del buen cristiano, siguiendo los principios de la buena ética tanto católica como calvinista. De la preocupación de Miró por el dinero tenemos abundantes referencias, pero más matizadas, cuando no vergonzosas. Atesoraba el dinero con dedicación y contabilizaba minuciosa y cuidadosamente todos sus gastos, incluso cuando ya en la madurez tenía una desahogada posición. Su actitud austera en ocasiones ha sido tildada de tacañería (aunque jamás llegó a los extremos de un Dalí), pero no era sino su deseo de afirmar su independencia económica para poder mantener una familia y dedicarse libremente al arte (escribe en 1919 que ‹‹De quedar-me a Barcelona no veig altra solució que fer cualsevol carallada per poder pintar i guanyar els diners que per això es necessiten››[35]), y asimismo de probar irrefutablemente que había triunfado como artista pese a las lacerantes ironías y desconfianzas de su padre que tanto le habían avergonzado en su juventud.

Estas preocupaciones económicas explican en parte que Miró siempre, ya desde su juventud, pugnase por mostrarse en público como un artista que vivía de su trabajo y que había sufrido una terrible pobreza hasta que comenzó a vender bien su obra a finales de los años 20. Esa imagen que trasmitía de sí mismo es inexacta porque no ganó dinero salvo durante los breves meses de su trabajo en la droguería Dalmau en el otoño-invierno de 1910-1911 y por su escuálida venta a Dalmau del fondo de la exposición de 1918, así que su familia le mantuvo al menos hasta 1926, cuando él tenía ya 33 años, e incluso después los envíos familiares y las rentas de Mont-roig fueron esenciales hasta 1946.

En realidad, Miró en su juventud y más allá vivió casi siempre en una muy decorosa prosperidad, como un buen burgués perteneciente a una familia bien acomodada, puesto que, aunque fuera a regañadientes y salvo en ocasiones cuando querían presionarle, sus padres no le negaron el dinero necesario para ejercer como artista, vivir como bohemio o pasar sus vacaciones donde le gustara, con un modesto desahogo a condición de que no derrochase, lo que nunca hizo. Pero el ideal moral que deseaba era incompatible con su realidad personal, y esto le desgarraba, llevándole a extremar algunas facetas de su conducta.


La influencia del pensamiento católico y estético de Torras en la juventud de Miró.



El representante por excelencia del grupo de Vic fue Josep Torras, uno de los ideólogos más influyentes sobre la juventud catalana del 1900 y por ende en el joven Miró. Ha sido llamado el “Patriarca espiritual de la Catalunya moderna”[36] porque formuló las bases teóricas del catalanismo cristiano y conservador del siglo XX. En este sentido, fue él, al parecer, quien lanzó la divisa ‹‹Catalunya serà cristiana, o no serà››.[37] Teorizó sobre los males del progreso y preconizó el rechazo por ineficaz de la industrialización (que privaba a la Iglesia de sus bases sociales rurales) y de la modernización. Su fama trascendió las fronteras de Cataluña y llegó a Hispanoamérica.[38] Solé Tura ha escrito que era: ‹‹la voz directa de la tierra, la voz pura del ruralismo, la voz de un campo militarmente doblegado, pero socialmente subsistente y económicamente influyente.

Esta voz fue la de Torras i Bages››.[39] Su ideología política, envuelta en un verbo apasionado y directo, resultó muy atractiva en las zonas rurales de la Muntanya catalana, de gran tradición carlista, y se convirtió en el modelo más exitoso de adaptación de la Iglesia a la nueva sociedad catalana, asentando su influencia social entre todas las capas de la burguesía y el campesinado, e incluso en muchos círculos obreros e intelectuales. En La Tradició catalana (1892), subtitulada Estudi del valor étic i racional del regionalisme català, ya planteó un discurso regionalista y tradicionalista, al margen de la pugna entre integristas y “mestissos”.[40] Pero, aunque era muy crítico con el Estado liberal de la Restauración, siendo autor de infinidad de documentos de denuncia contra las corrientes liberales y masónicas y sus peligrosas consecuencias de democracia, sufragio y laicismo, en realidad no pretendía levantar una alternativa al sistema (al contrario del absolutismo carlista), sino que se amoldaba a los parámetros políticos de la burguesía conservadora y regionalista catalana que temía el avance político de las masas obreras.

Así, como programa del regionalismo defendía la desaparición de los partidos políticos, la limitación del voto popular, la abolición de la mayoría numérica (a fin de dar más importancia al voto de la élite), el predominio del derecho histórico (pero emanado no de las instituciones democráticas, sino de las organizaciones sociales, en especial la Iglesia y las asociaciones conservadoras).[41] Repudiaba a los partidos no catalanistas de un modo virulento: ‹‹No devem mai fiar-nos dels partits que tot ho volen anar a cercar fora de casa.››[42] Carner también los denostará y el mismo Miró manifestará en alguna ocasión en su juventud su rechazo al régimen político de la Restauración. En suma, el credo político de Torras es que el regionalismo defiende los grandes principios de una sociedad sana, esto es la religión, la propiedad y la familia: ‹‹La religió, la propietat i la família, principis que d’una manera forta i blana aglutinen als homes entre si, i els restaurament de les quals tant necessita la nostra desconsolada societat, que es veu amenaçada de mort per la secta dels socialistes (...) eficaçment protegides i fecundades per la pràctica de la vida regional.››[43]

En abierto contraste con sus muy conservadoras posiciones políticas y sociales, promovió unas ideas tomadas del romanticismo —como la búsqueda de las raíces en el sentimiento estético de reivindicación de lo regional, que será una constante del pensamiento mironiano—, bastante abiertas respecto al arte y la cultura, desarrollando en este campo una alternativa católica más moderna, aperturista, que influyó decisivamente en el pensamiento de muchos artistas: Antoni Gaudí, los hermanos Llimona y la mayoría de los artistas del Círcol Artístic de Sant Lluc, la Academia de Belles Arts de Sant Jordi i la Lliga Espiritual de la Mare de Déu de Montserrat, que Torras, como consiliario, dominaba como un coto. Por sí mismo y a través de todos ellos influyó en el joven Miró. También llegó su influencia a la poesía, marcando, en fin, de un modo rotundo el ideario político y estético de la primera generación noucentista formada por Carner, Guerau de Liost, Ors...[44]

Pero contra la panoplia modernista se levantó el obispo Torras, quien criticó el modernismo como un exceso anárquico (salvo la obra de Gaudí y de Maragall, naturalmente).[45] Sin embargo, Vidal Oliveras (2002) explica que Torras i Bages era un conservador abierto a la modernidad, contrapuesto al modelo de un Gaudí que un cristiano más fanático e intransigente:

‹‹Frente a lo que se dicho en muchas ocasiones, la Iglesia católica catalana participa de este proyecto de modernización, que, dicho sea de paso, sintoniza con un movimiento más general a nivel europeo. Claro que representa el ala conservadora del Modernismo, pero no adopta una posición de censura frontal y convive Cno sin contradicciones y limitaciones con las transformaciones de la ciudad industrial. La expresión artística de esta iglesia se concreta en el Cercle artístic de St. Lluc, que aglutina críticos, artistas, arquitectos; su doctrinario: el obispo Torres [sic] i Bages, el gran teórico del catolicismo conservador. El arte que proponía Torres i Bages, era la expresión de valores cristianos y poseía sin duda alguna un registro de modernidad en el contexto de la época. Los hermanos Llimona Joan, el pintor, y Josep, que pasa por ser la cima de la escultura catalana del momento expresan este ideal; hoy en día los percibimos como creadores de una gran sensualidad. Y en todo caso tal vez por esta razón, respondían a un sentimiento cristiano, cristalino y diáfano.››[46]

Toda su obra escrita muestra que era un apasionado admirador como Miró de los místicos Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y Fray Luis de Granada: ‹‹San Juan de la Cruz y Fray Luis de Granada sólo exhortaban a la perfección humana sin cohibir la libertad individual››.[47] Su ideal era el equilibrio de un espiritualismo atento a la satisfacción de las necesidades del cuerpo y de la mente, pero que no cayera en las trampas del racionalismo escéptico.[48] Su estética romántica (de reivindicación nacional catalanista) y neotomista (como De Wulf, Maritain, Menéndez y Pelayo, Étienne Gilson...) se encuentra desperdigada, además de en La tradició catalana, en numerosos artículos, sermones y conferencias, entre las que destacan De la fruïció artística (1894), De l’infinit i del límit en l’art (1896) y Del verb artístic (1897).[49] Su pensamiento estético está inspirado por sus lecturas de Platón, Aristóteles, Plotino, Dionisio Areopagita, San Agustín, Dante, Goethe, Taine, Verdaguer... y, sobre todo, Tomás de Aquino (de quien admira su racionalidad) y se define a sí mismo como tomista, considerando al arte como un medio de conocimiento de lo divino, sin confundirse con este: ‹‹L’art és un preàmbul de la religió, però no una religió, com la filosofia és un preàmbul de la fe, però no és la fe.››[50] En este sentido, Miró seguirá de un modo tenue la doctrina del tomismo a través de Torras y, más tarde, de Maritain, su pensador católico favorito en la madurez.

La ideología estética de Torras la resume así Colomer:

‹‹(...) la Renaixença cristianitzada amb el model medieval, apareix i s’aplica amb l’èxit en el lideratge de Torras al capdavant del Cercle Artístic de Sant Lluc. Calia retenir del modernisme tot allò que fos tradicional (medievalista) i expressiu del catalanisme (floralisme, localisme, gnòmica, etc.); se n’ahavien de suprimir, però, els aspectes exagerats, llibertaris i bohemis (liberalisme d’imatge i humorisme anticristià). Amb el naixent noucentisme calia fer el mateix: afavorir els aspectes clàssico-romanistes, la seriositat, la grandesa, el hieratisme, la serenitat i la gravetat; però calia injectar-hi la inspiració cristiana (en lloc d’un universalisme laic i fred) i el caràcter català (en lloc d’un cosmopolitisme generalista).››[51]

Su pensamiento lo difunde sobre todo entre sus tutelados en el Cercle Artístic de Sant Lluc, como Eugeni d’Ors, quien rechazaba el materialismo de Cézanne utilizando el concepto en el mismo sentido que Torras, quien defiende que ‹‹materialisme i Art són dos conceptes que mútuament es repel·leixen, com les tenebres i la llum››.[52] Santo Tomás de Aquino y Goethe le proporcionan la idea de que las formas sensibles son representaciones de las creaciones divinas y participan de su divinidad (una de las múltiples expresiones de la “falacia sentimental” romántica): ‹‹Les formes no són més que simulacres, però simulacres divins (...) [Tomás de Aquino] dient que en les formes sensibles hi ha una participació de similitud amb les substàncies o existències superiors, les quals parlen a l’ànima de l’home que les contempla.››[53] En consecuencia, el artista debe usar como modelo las formas naturales, frutos de la divinidad: ‹‹serà cert que no teniu més remei per a comunicar als homes el plaer de l’Infinit que valer-vos de les formes que ensenya amb gran eloqüència la mateixa naturalesa.››[54] Al tiempo, se interesa por la idea de infinito en el arte, lo que los posrrománticos (y Miró) entenderán como una vía para identificar el infinito en la naturaleza profunda de las pequeñas cosas:

‹‹L’Infinit és una condició per a conèixer bé lo finit; qui es fixa solament en aquest no tindrà mai una vera noció de l’existència, i, de consegüent, de la vida i, per tant, de la bellesa. Així com la llum física s’apaga quan està fora de l’aire, així també la llum misteriosa que dóna a una cosa el caràcter estètic, es desvaneix quan se la separa de la immensitat de l’horitzó que forma l’Infinit. (...) L’Art modern sent d’una manera molt fonda i viva el desig de l’Infinit; més que mai ara es parla de l’Art transcendental.››[55]

Así se puede comprender mejor que Miró declare (1981), poco antes del final, acerca de su amor por la naturaleza:

‹‹Para mí, una brizna de hierba tiene más importancia que un gran árbol, una piedrecilla más que una montaña, una libélula más que un águila. En la civilización occidental es necesario el volumen. La enorme montaña es la que tiene todos los privilegios... El ombligo que mira es una banalidad. Por el contrario, en los frescos románicos los ojos están por todas partes. El mundo entero te mira. Todo; en el cielo raso, en el árbol, por todas partes hay ojos. Para mí todo está vivo; ese árbol tiene tanta vida como esos animales, tiene un alma, un espíritu, no es sólo un tronco y hojas››[56]

Torras cree que la función del artista es ser un vidente que percibe la divinidad en la materia: ‹‹Sí, la fruïció artística reposa principalment en les espirituals visions, consisteix en sentir l’esperit vivint en la matèria: per això qualifiquem de vidents als grans artistes››.[57] Por consiguiente, critica al artista individualista, anarquista, que pretende distinguirse del resto con un arte forzadamente original, enemigo del carácter social del arte, del arte religioso y católico.[58]

Una tesis, que llevada al extremo de exigir un arte figurativo realista, le alejaría de los jóvenes artistas vanguardistas catalanes, como Miró, pero que se emparenta con el ideal de Torras (y compartido por Miró), de que el arte tiene una función moral y social, que es la elevación y progreso del hombre: ‹‹el fi de l’Art és essencialment humà i, per tant, si es dirigeix a l’home ha d’ésser per a perfeccionar-lo i ennoblir-lo.››[59]

Contra la idea de los artistas “anárquicos” de que el arte es absolutamente independiente (entre otras cosas, respecto a la moral), afirma que el arte debe obedecer a la ley divina, superior a los hombres y sus creaciones. En suma, el arte debe servir a Dios, a la Iglesia y al hombre, a través de una obra que eleve espiritualmente al hombre hasta la contemplación y la admiración de Dios. Y opina que el artista no sabe responder racionalmente sobre los misterios de su propia obra, porque el arte es irracional, no explicable:

‹‹LArt està ple de misteris. Si demaneu a l’artista la raó d’ésser de tots els elements de la seva obra, el perquè d’ells, d’on es tragué la llei de les colors, qui li ensenya l’expressió que devia donar als personatges que crea, no us sabrà respondre, ho ha fet sabent lo que feia, ho ha fet volent-lo fer; però la seva obra no ha sigut execució d’alguna regla concreta. L’obra d’art no es fa en motllo, ni el principi de la seva existència és deu a una fòrmula. És una nova criatura.››[60]

Torras considera que la inspiración del artista es casi siempre irracional, al igual que Miró pensará toda su vida: ‹‹En la fecundació intel·lectual de l’artista, en la concepció de la seva obra, tothom hi reconeix un element inexplicable: la conjunció entre el món de la matèria i el món dels esperits; la imaginació popular i la saviesa dels filosofs de l’antiguitat crearen muses i genis per a explicar el misteri (...) el nom d’inspiració››.[61]

La inspiración (el verbo artístico) tiene un origen muy complejo. Torras explica la teoría platónica del origen divino, la que más le gusta sin duda: ‹‹l’estat d’inspiració com efecte d>una influència divina.››[62], así como la tesis hegeliano-wagneriana del origen humano de la inspiración, que se halla en los profundos recovecos del yo del artista[63] y la tesis positivista de Taine de que la inspiración proviene del medio geográfico y social.[64] Propone la conciliación de las tres teorías en la tesis de Santo Tomás de Aquino, proplatónica, de que la inspiración (verbum cordis, el verbo del corazón) procede de Dios, aunque se expresa a través de sus criaturas: el hombre y la naturaleza.[65]

Atento al interés del arte griego para su proyecto, reivindica que ‹‹l’Art grec ha sigut proclamat com una summa manifestació de bellesa plàstica. (...) L’antiguitat, Grècia i Roma, fou essencialment religiosa. ho fou erradament, però ho fou en un grau eminent. Per això és indubtable que l’Art clàssic és profundament religiós.››[66] Con esto se legitimaba la mediterraneidad sensual, alejándola de una peligrosa adjetivación pagana y asienta las bases estéticas del noucentisme mediterraneísta en la ya muy próxima generación (faltan sólo 11 años para que D’Ors comience su glosario).

Influido por el romanticismo, sin desmerecer la románica, enaltece la importancia de la arquitectura gótica y relaciona la naturaleza y la religión, el árbol y el templo, y estos símbolos con la agricultura entendida como arte popular catalán (es evidente el paralelismo de estas ideas con las de Miró):

‹‹Perquè precisament en l’agricultura lo natural i lo sobrenatural es toquen. La naturalesa és com un temple, en ella hi sentim la religió; per lo qual l’art arquitectònic, cristià per excel·lència, l’art gòtic, s’inspira en els boscos i muntayes, i nosaltres dins d’una catedral gòtica hi sentim el misteri de Déu etern i infinit com dins d’un bosc; i fins el salmejar dels sacerdots en el cor, ens recorda el ritme de les grans harmonies naturals. La naturalesa i la religió estan íntimament relacionades. El signe de la nostra redempció és un arbre, l’arbre de la Santa Creu (...)››[67]

Dentro de esta recuperación medievalista, hace constantes invocaciones a Dante[68] como poeta cristiano, en el que se hermanan el amor por Dios y la belleza, en contraste con el pecaminoso Byron. Dante era un tema común para el arte catalán en los decenios anteriores[69] y será también uno de los poetas favoritos de Miró en estos años de formación, como consta en su correspondencia con Ricart. Torras valora las obras medievales (se entiende románicas y góticas), por su valor espiritual, aunque su valor técnico-plástico sea menor: ‹‹aquelles obres primitives ingènues, quasi puerils, però clares com un mirall per a expressar una situació o un estat espiritual (...) avui encara són cercats pels homes de la nostra civilització››.[70] Esto conecta plenamente con los intereses medievalistas de Miró, Marés, Galí y tantos otros artistas catalanes de esta época.

En cambio, critica a los modernistas e impresionistas por buscar un placer puramente espiritual con una obra que representa ‹‹ombres, figures i aparences, en lloc de la bellesa real, fruit del geni creador, que evoca racionalment amb grans afectes l’Infinit››[71] y en otra nota les apostrofa: ‹‹Els decadents, els impressionistes, els místics i tots els epilèptics de l’Art››.[72] Era el aspecto más oscuro de su juicio estético y es justo el que Miró no podía compartir ya desde 1912.



El 7 de febrero de 1916 murió Josep Torras i Bages y dejó un hueco enorme. Había sujetado con una sabia mezcla de disciplina y mano izquierda las filas de los artistas católicos y desde entonces se produce una especie de anarquía, que explica en parte que Miró, Artigas, Torres García y otros jóvenes artistas antes cobijados bajo sus alas deriven hacia ideas estéticas que Torras jamás hubiera aceptado. Carner, quien ya le había dedicado un poema en 1900, escribió un poema panegírico, cuyo contenido es explícito acerca de lo que sentían sus huérfanos espirituales: ‹‹Oh Pare i mestre que te n’han anat / pels camins de l’eternitat! / (...) / Oh Catalunya, camp ara mateix sembrat, / novella nau, encara no gosada, / casa d’ahir, tot just embanderada, / infant al caire de la humanitat, / sigues en pau, que Ell tha senyat!››[73]


NOTAS.

[1] Figuerola, Jordi. Església i debat polític, en Riquer, 1995: v. VII. 126-127.

[2] En 1884 se publicó un libro, El liberalismo es pecado, del director de la “Revista Popular”, el presbítero Felix Sardà i Salvany, que levantó una gran polémica, porque era partidario de excomulgar a los liberales (y, de paso, a los tibios).

[3] Los obreros fueron reintegrados en gran número, gracias a que el Papa afrontó el problema obrero y promulgó en 1891 su famosa encíclica Rerum Novarum, que era un claro avance en la política cristiano-social; el obispo Josep Morgades fue uno de los primeros en difundirla, mientras que otros obispos (los más integristas) no la aceptaron todavía en la práctica.

[4] Para conocer la relación entre Gaudí y su entorno cultural y social (los mecenas de la burguesía y la Iglesia) modernista; la relación que estableció Maragall entre el templo de la Sagrada Familia y la mítica montaña de Montserrat; las críticas del noucentisme al proyecto del templo y su lenta progresión en los decenios siguientes, véase: Lahuerta, Juan José. Antonio Gaudí, 1852-1926. Arquitectura, ideología y política. Electa. Madrid. 1993. Reseña de Josep M. Fradera. “L’Avenç”, 179 (III-1994): 58-59. Para una sucinta explicación sobre el mito de la montaña de Montserrat en Maragall y su apoyo al desarrollo del templode Gaudí, asociando montaña-templo, véase: Lahuerta, Juan José. Temple i temps: Maragall i Gaudí. “L’Avenç”, 130 (X-1989) 8-16.

 [5] A destacar las pastorales del obispo de Barcelona, Josep Morgades, escritas en 1900, sobre la predicación en lengua catalana y que provocaron una controversia política con los nacionalistas españoles y motivaron la intervención del Vaticano para moderar al obispo. Por su parte, ya el padre Claret escribía y leía sus sermones en la lengua catalana. Pero insisto en que estos activistas eran una minoría.

[6] El monasterio de Ripoll se consagró el 10 de julio 1893, como probable panteón de los primeros condes de Cataluña, con la bendición papal y la presencia de casi todas las personalidades catalanas. La fiesta fue una auténtica apoteósis de catalanismo y religiosidad, con una escenografía espectacular y una ofrenda poética (la mayoría de los poemas en catalán). Había sido destruido en 1835 en la “Quema de Conventos” y el arquitecto Elies Rogent lo restauró entre 1885 y 1893, gracias a una campaña de petición de fondos organizada con gran éxito por el obispo de Vic, Josep Morgades [Riquer, 1995: 129].

[7] Sobre la reivindicación del arte medieval como arte catalanista y católico veáse: Figuerola, Jordi. Església, catalanisme i museus: el centenari de la fundació del Museu Episcopal de Vic. “L’Avenç” 149 (VI-1991) 10-17.

[8] Melià destaca este conservadurismo en comparación con el radicalismo de un Breton, que escribía en Le Surréalisme et la peinture (1928), que ‹‹Las palabras familia, patria, sociedad, noscausan el efecto de diversiones macabras.›› [Melià. Joan Miró, vida y testimonio. 1975: 68].

[9] Rose. Miró in America<Miró in America>. Houston. Museum of Fine Arts (1982): 17.

[10] Permanyer. Miró. La vida d’una passió. 2003: 14.

[11] Fotografía pub. en Joan Punyet Miró. Una mirada íntima, en De la Cierva; et al. Joan Miró. 2007: 38 y 41.

[12] Gaya Nuño, J. A. Los sesenta años de Juan Miró. “Insula” (15-IV-1953). Reprod. en Entendimiento del arte. 1959: 215.

[13] La prensa catalanista comenzó a tratarlo a principios de 1895 y hasta el tolerante y nada racista Cambó justificó en varios artículos la segunda condena en 1899 del capitán Dreyfus por alta traición, cuando para todos era ya evidente la grave injusticia que este padecía. Prat de la Riba y el obispo Torras también fueron antidrefusystas. [Coll i Amargós, Joaquim. El catalanisme conservador davant l’afer Dreyfus. Prólogo de Jordi Cassasas. Curial. Barcelona. 1994. 190 pp. / Reseña de Emili Bayón del Puerto, “L’Avenç”, 196 (X-1994) 76-77. / Coll i Amargós, Joaquim. Lanné Dreyfus est arrivée! (Linici dun llarg centenari)“L’Avenç”, 181 (V-1994) 8-15].

[14] Gasch. Entrevista a Joan Miró. “Destino” (18-IV-1953). Es plausible que Gasch tomase la frase, exactamente igual, de Trabal. Entrevista a Miró. “La Publicitat” Barcelona (14-VII-1928). Las entrevistas a Miró se basaban a menudo en “refritos” realizados por el entrevistador en base a entrevistas anteriores y que le presentaban al artista para su aprobación, por lo que aunque Miró no lo hubiera dicho en 1953 sí que aprobó que se publicara.

[15] Carner, Josep. Una apología. “La Veu de Catalunya” (19-VII-1928). Col. FPJM, v. I, p. 89. Reseña del libro de un judío converso, René Schwob, Profondeurs de l’Espagne, que estudia la pintura española en conexión con la tierra castellana.       

[16] El alcalde de Jerusalén le invitó a visitar la ciudad después de haber recibido una carta de Lelong en la que este le comunicaba que Miró se comprometía a visitar Jerusalén en la primavera, para discutir los planes para una gran escultura en la entrada de la ciudad. [Carta de Teddy Kollek, alcalde de Jerusalén, a Miró. Jerusalén (7-I-1980) FPJM 3370.]

[17] Massot, Josep. Los libros de Miró. “La Vanguardia” (10-I-1999) 62-63.

[18] Torras. La formació del caràcter, en Conferencias en la Acadèmia de la Jovenut Catòlica de Barcelona (Cuaresma de 1899). En Torras. Obres completes, v. II, 1986: 492-617.

[19] Carta de Miró a Ricart. Barcelona (15-III-1915) BMB 445. Los subrayados son de Miró.

[20] Torras. La tradició catalana. 1981 (1892): 79.

[21] Por ejemplo Miró escribe ‹‹En estos tiempos de pederastas y esnobs, habríamos de golpear muy duro a este grupo de imbéciles.›› [Carta de Miró a P. Matisse, en Nueva York. París (14-XII-1936). cit. Rowell. Joan Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 133. / Rowell. Joan Miró. Écrits et entretiens1995: 145. / Rowell. Joan Miró. Escritos y conversaciones. 2002: 195-196.] Miró utiliza aquí “pederasta” como sinónimo de débil, pero en esa época era una forma ampliamente reconocida de referirse a los homosexuales. Estos ya teneían entonces una presencia normalizada en los ambientes artísticos y literarios de vanguardia y Miró aprendió pronto a mantener un trato respetuoso con ellos, pero su tolerancia ha facilitado que se propalen rumores entre los estudiosos acerca de tendencias o episodios homosexuales en la vida de Miró, argumentando que sólo tuvo una hija y además en el primer año de matrimonio y las quejas de su esposa por no tener más, su iconografía de la mujer como un ser amenazador y agresivo, su discreción acerca de sus relaciones sentimentales, y sus numerosas relaciones de sincera amistad con homosexuales. Ciertamente, su rechazo moral no le impidió tratar a tan notorios como los poetas René Crevel y Evan Shipman, el escritor Louis Aragon (aunque bisexual), el poeta y marchante Jacques Viot, los artistas Louis Marcoussis, Robert Rauschenberg y Jasper Johns, el músico John Cage y su pareja el bailarín Merce Cunningham, y muchos más. No obstante, mi conclusión es que ni siquiera tuvo escarceos homosexuales, debido a que jamás muestra una atracción sospechosa en sus cartas o testimonios; en mi investigación han surgido varias relaciones heterosexuales de antes de su matrimonio, pese a que él procuraba ocultarlas con discreción y caballerosidad; la férrea formación religiosa que impregnaba su vida; sus amigos a los que he entrevistado ni siquiera sospechaban algo así; y su esposa estaba celosa de sus relaciones con otras mujeres, nunca con hombres. Esto explica que mis análisis sobre la sexualidad en sus imágenes obvien siempre esta interpretación, por no tener fundamento.

[22] Breton (1928): ‹‹Acuso a los pederastas de proponer a la tolerancia humana una carencia mental y moral que busca erigirse en sistema, paralizando todas las empresas que respeto››. Man Ray (1928): ‹‹(...) las relaciones sentimentales entre hombres me han parecido siempre peor que entre hombre y mujer.›› [cit. Pariente. Diccionario temático del surrealismo. 1996: 173.]

[23] Torras. La formació del caràcter (1899) en Obres completes. v. II, 1986: 537.

[24] Carta de Miró a Roland Tual, en París. Mont-roig (31-VII-1922). En francés. Reprod. Rowell. Joan Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 79-80. / Rowell. Joan Miró. Écrits et entretiens. 1995: 91-92. / Rowell. Joan Miró. Escritos y conversaciones. 2002: 131-133. Repetirá las mismas palabras en el filme de Bouchard, tres decenios después.

[25] Breton y Freud mantuvieron una correspondencia en diciembre de 1932 sobre un problema académico de citas de este libro. Reproducida en “Le Surréalisme au service de la révolution”, nº 5 (1933): 10-11, denota sobre todo la admiración que Breton sentía por el austriaco.

[26] La publicidad de esta edición aparece en una página inicial de “La Révolution Surréaliste”, nº 9-10 (1-X-1927).

[27] Jean Frois-Wittman celebra el aumento del interés del público francés por las teorías de Freud en Les Mots d’Esprit et l’Inconscient“Le Surréalisme au service de la révolution”, nº 2 (1930): 26-29. Le sigue un artículo de Breton, Le médecine mentale devant le surréalisme, en 29-32. El nº 4 (1932) tiene más artículos sobre el inconsciente, tema recurrente de la revista.

[28] Torras. La formació del caràcter (1899) en Obres completes. v. II, 1986: 582.

[29] Torras. Lo eterno y lo variable del cuerpo social (Discurso en la Semana Social de Sevilla, 1908) en Obres completes. v. III, 1987: 243.

[30] Arte Miró. Biografía (1893-1983). Temas: La hiperactividad de Miró.* [https://artcontemporanigeneral.blogspot.com/2011/11/el-problema-de-hiperactividad-de-joan.html] 

[31] Carta de Miró a Ricart. Barcelona (15-III-1915) BMB 445.

[32] Carta de Miró a Ricart. Barcelona (10-VI-1915) BMB 446.

[33] Giralt-Miracle, Daniel. Les “energies” vitals i creatives de Joan Miró. 1993: 12.

[34] Fornasiero. Miró e Dalí. La pittura catalana degli anni venti. *<Picasso, Miró, Dalí tra Modernismo e Avanguardia nella pittura cattalana del primo Novecento>. Cremona. Museo civico Ala Ponzone (2003): 71. Trata a Miró en 71-78 y Dalí en 79-81.

[35] Carta de Miró a Ricart. Mont-roig (Domingo, febrero, 1920) BMB 485.

[36] Torras era un paradigma de la Iglesia catalanista y fue defendido como tal incluso en la época franquista. Cuando el falangista José María Fontana (de Reus, fue jefe provincial de FET y de las Jons en 1939 y autor del libro Los catalanes en la guerra de España, 1951, un éxito editorial de la época), atacó a Torras por su catalanismo, a finales de 1951, en un artículo en la revista “Mundo Hispánico”, recibió un duro contraataque de la Iglesia catalana. [Thomàs, Joan M. 1951; ressò i polèmica a l’entorn de la publicació de Los catalanes en la guerra de España de José María Fontana. “L’Avenç”, 178 (II-1994): 62.] Su influencia aún era tan importante como para que la Iglesia catalana conmemorase su cincuentenario en 1966. [“La Vanguardia Española” (6-II-1966) 49].

[37] Carme Arnau en introducción a Torras. La tradició catalana. 1981 (1892, 1906): 11. También lo cita Costafreda, en Riquer, Història. Política, Societat i Cultura dels Països Catalans. 1995: 133. Parece que se basan en Vicente Cacho Viu, Catalanismo y catolicismo en el ambiente intelectual finisecular, en José Manuel Cuenca (ed.), Aproximación a la historia social de la Iglesia española contemporánea. Ed. Colegio Universitario del Escorial. 1978: 304, que aunque éste apunta la falta de una constatación documental y sugiere que es una idea tardía. En una atenta relectura de las obras de Torras tampoco hemos encontrado esta frase, pero, en todo caso, se ajusta perfectamente a su pensamiento y probablemente la pronunció en un sermón o conferencia no transcrito y perduró con éxito por la fuerza inmediata de su mensaje.

[38] Una anécdota lo ilustra: al parecer el Arzobispo de Santiago de Chile favoreció la boda de Josep Carner con Carmen de Ossa, porque Carner llevaba una carta de presentación de Torras, a quien admiraba. [Manent, Albert. Josep Carner i el noucentisme. 1988 (1969): 178].     

[39] Solé Tura, Jordi. Catalanismo y revolución burguesa. 1970: 79. cit. Bozal. Pintura y escultura españolas del siglo XX (1900-1939). 1995: 44.

[40] La Tradició Catalana fue una lectura casi obligada de los catalanistas católicos hasta los años años 40. Por ejemplo, fue la única lectura “catalanista” del joven Alexandre Cirici durante los años de la guerra civil, después de muchas recomendaciones. [Cirici. A cor batent. 1976: 203.]

[41] Torras. Influència moralitzadora del Regionalisme (1887), en Obres completes. v. II, 1986, 7-16. En especial 13-14. Solé Tura lo resume en: ‹‹Torras formula una programa completo de regionalismo tradicionalista, directamente opuesto a las fórmulas del centralismo político y del “nihilismo revolucionario”: 1. Admisión de la existencia de una sustancia nacional invariable. 2. Abolición del poder del sufragio universal y de la mayoría numérica. Los ciudadanos no pueden declarar ni definir el derecho: han de ser los órganos sociales indicados por la naturaleza misma de las cosas. 3. Abolición de los partidos políticos: la vida política debe fundarse en la familia, el municipio, la comarca, las asociaciones eclesiásticas, literarias, agrícolas, industriales, etc. 4. Rechazo de la revolución y de la violencia como formas de implantación del regionalismo: no debe imponerse por la fuerza sino por su propia virtualidad››. [Solé Tura, J. Catalanismo y revolución burguesa. 1970: 89. cit. Bozal. Pintura y escultura españolas del siglo XX (1900-1939). 1995: 44].

[42] Torras. cit. Sobre el 1501 aniversario de Josep Torras i Bages, “El País Quadern”, 706 (12-IX-1996).

[43] Torras. Consideracions sociològiques sobre el Regionalisme (1893), en Obres completes. v. II, 1986, 36-94. cit. en p. 70.

[44] Las conferencias de Torras eran su recurso favorito, ante asistencias multitudinarias, por ejemplo, en la Academia de la Llengua Catalana (dominada por el padre Ignasi Casanovas y en la que también dieron conferencias Verdaguer y Josep Carner). Su estilo popular y sus contactos hicieron que fuera llamado en bastantes ocasiones para presidir jurados de premios de poesía, en especial los Jocs Florals, aprovechando la ocasión para lanzar sus discursos. En 1905 la revista “Catalunya”, dirigida por Josep Carner, le dedicará un número especial a él y los Jocs Florals. En el nº 35-36, la revista proclamará: ‹‹Serem defensors del sentit Tradicional del Catalanisme, de l’Art Cristià, de la Fe, de la Serenitat i del Treball seguit i sense defalliment››. Es el mismo ideario de Torras. Véase: Manent. Josep Carner i el noucentisme. 1988 (1969): 38-41; y Osvald Cardona. El temps de Josep Carner. Barcelona. 1967: 14. 

[45] Casals, Josep. Nou-cents i modernitat. “El País”, Quadern nº 113 (24-XI-1984) 3. Torras era crítico respecto al modernismo, al que consideraba una importación nórdica sin raíces mediterráneas, aunque su llegada significaba que había una necesidad espiritual insatisfecha de los jóvenes catalanes. Un resumen de las críticas de Torras al modernismo en Castellanos. Raimon Casellas i el Modernisme. 1983. v. I: 172-218, especialmente 205-213. Véase sobre todo Torras. De la fruïció artística (primera conferencia al Círcol Artístic de Sant Lluc, 1-III-1894), en Obres completes. v. II, 1986, 216-256; también Torras. L’art modernista, en Notes d’art (inéditas, 1936), en Obres completes. v. II, 1986: 435. En otra nota, escribe que: ‹‹L’Art modernista de tot fa misteris; és la reacció exagerada d’aquella tendència que volia anihilar els misteris››. [Torras. Nòtules d’art agnòstic, en Notes d’art (inéditas, 1936), en Obres completes. v. II, 1986: 484]. En otro fragmento, Torras declara que modernismo y cristianismo son opuestos, porque el primero no quiere tener fe, se guía sólo por la razón, que al final siempre cae en el escepticismo. [L’art modernista i l’idealisme cristià, en Notes d’art (inéditas, 1936), op. cit.: 451]. En esta última nota Torras hace una referencia a consultar un asunto de arte moderno a Artigas, seguramente Llorens Artigas, quien era socio del Círcol de Sant Lluc y muy católico.

[46] Vidal Oliveras, Jaume. Formas líquidas. “El Cultural” (20 a 26-III-2002) 32-33.

[47] Torras. Los excesos del Estado (1906), en Obres completes. v. III, 1987: 187.

[48] Torras. Devoción al Sagrado Corazón de Jesús (1881), en Obres completes. v. I, 1984: 62-63 y 73.

[49] Se pueden consultar Torras i Bages, J. Obras completas. PAM. Barcelona. 1991. 3 vs. (consulta en BMB de Vilanova). Una monografía interesante es el resumen de la tesis doctoral de Oriol Colomer i Carles, El pensament de Torras i Bages (1991). Una ampliación sobre el tema más específico de su estética, del mismo Colomer, es Josep Torras i Bages en el Cercle Artístic de Sant Lluc: un model estètic de catalanisme cristià, 21-26, en <Cercle Artístic de Sant Lluc 1893-1993. Cent anys>. Barcelona. Pia Almoina (abril-junio 1993); comprende una lista de obras de estética de Bages en p. 22. También Valentí, Eduard. El programa antimodernista de Torras i Bages, en Els clàssics i la literatura moderna. Barcelona. 1972: 152-187; y El primer modernismo literario catalán y sus fundamentos ideológicos, 1973: 243-265. No hemos consultado el libro de Carles Cardó. Doctrina estètica del Dr. Torras i Bages. Barcelona. 1919. El pensamiento estético deTorras i Bages se encuentra sobre todo en: De la fruïció artística (primera conferencia al Círcol Artístic de Sant Lluc, 1-III-1894), en Obres completes. v. II, 1986, 216-256. De l’infinit i del límit en l’art (segunda conferencia al Círcol Artístic de Sant Lluc, V-1896), en op. cit. 257-293. Del verb artístic (tercera conferencia al Círcol Artístic de Sant Lluc, IV-1897), en op. cit. 293-333. Llei d’art (conferencia al Círcol Artístic de Sant Lluc, XI-1905), en op. cit. 333-372. Ofici espiritual de l’art (discurso en sesión inaugural del Primer Congrés d’Art Cristià a Catalunya, Palau de Belles Arts de Barcelona, 1913), en op. cit. 373-403. La Glorificació de l’art del pagès (¿hacia 1895?), en op. cit. 404-406. La belleza en la vida social (discurso de entrada en la Acadèmica Provincial de Belles Arts de Barcelona, 27-XII-1896), en op. cit. 406-425. Notes dart (inéditas, pub. en Estètiques, Barcelona, 1936), en op. cit. 425-491.

[50] Torras. Notes d’art. en Obres Completes: II. 452. Les Notes d’art aparecieron póstumamente en 1936.

[51] Colomer, Oriol. Josep Torras i Bages en el Cercle Artístic de Sant Lluc: un model estètic de catalanisme cristià, en <Cercle Artístic de Sant Lluc 1893-1993. Cent anys>. Barcelona. Pia Almoina (abril-junio 1993): 22.

[52] Torras. De la fruïció artística (1894), en Obres completes. v. II, 1986: 217-218.

[53] Torras. De la fruïció artística (1894), en Obres completes. v. II, 1986: 221-222.

[54] Torras. De l’infinit i del límit en l’art (1896), en Obres completes. v. II, 1986: 288.

[50] Torras. De l’infinit i del límit en l’art (1896), en Obres completes. v. II, 1986: 266.

[56] Permanyer, Lluís. Revelaciones de Miró. Entrevistas hasta 1981. Especial “La Vanguardia” Miró 100 años (IV-1993) 4-5.

[57] Torras. De la fruïció artística (1894), en Obres completes. v. II, 1986: 222.

[58] Torras. Llei d’art (1905), en Obres completes. v. II, 1986: 344.

[59] Torras. De la fruïció artística (1894), en Obres completes. v. II, 1986: 252. También: ‹‹L’elevació de l’home, el progrés de l’home, és el fi de l’Art››: op. cit. 254.

[60] Torras. Del verb artístic (1897), en Obres completes. v. II, 1986: 293-294.

[61] Torras. Del verb artístic (1897), en Obres completes. v. II, 1986: 295-296.

[62] Torras. Del verb artístic (1897), en Obres completes. v. II, 1986: 306.

[63] Torras. Del verb artístic (1897), en Obres completes. v. II, 1986: 306-313.

[64] Torras. Del verb artístic (1897), en Obres completes. v. II, 1986: 313-317.

[65] Torras. Del verb artístic (1897), en Obres completes. v. II, 1986: 318-333.

[661] Torras. Llei d’art (1905), en Obres completes. v. II, 1986: 364. Otra reflexión semejante: ‹‹debido tributo al Arte y a la civilización helénicos, que en el orden natural son quizá el factor más importante en la génesis de la civilización cristiana››.Torras. La belleza en la vida social (1896), en Obres completes. v. II, 1986: 413.

[67] Torras. La Glorificació de l’art del pagès (¿hacia 1895?), en Obres completes. 1986. v. II: 404-406.

[68] Referencias a Dante en Torras. Obres completes. v. II, 1986: 258, 259, 381, 432... Su estima al poeta italiano equivalía a la que le profesaban los poetas y filólogos de la Renaixença y del 1900 (como Pompeu Fabra), que admiraban su calidad de referente fundacional de la poesía italiana, y de primer defensor de las “lenguas vulgares” en De vulgari eloquentia, lo que reivindicaba de la altura intelectual de la propia lengua catalana.

[69] Por ejemplo, el escultor Jeroni Suñol (Barcelona, 1839-Madrid, 1902) realiza un bronce realista Dante (1864), que Miró pudo admirar en el MNAC de Barcelona.

[70] Torras. Ofici espiritual de l’art (1913), en Obres completes. v. II, 1986: 381.

[71] Torras. Nòtules d’art agnòstic, en Notes d’art (inéditas, 1936), en Obres completes. v. II, 1986: 463.

[72] Torras. Nòtules d’art agnòstic, en Notes d’art (inéditas, 1936), en Obres completes. v. II, 1986: 464.

[73] Carner. La deixa (1916), en Carner, Josep. Poesia. 1992: 142.


ENLACES.

El sacerdote español Josep Torras i Bages (1846-1916) y su influencia en Joan Miró.*

[https://artcontemporanigeneral.blogspot.com/2016/04/el-sacerdote-espanol-josep-torras-i.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario