LA EVOLUCIÓN DE MIRÓ.
Comienzo aquí un recorrido
cronológico por la evolución de Miró, dividida en cuatro grandes periodos: el
primero en 1893-1919, determinado por sus estudios y actividades iniciales de
formación y por las primeras experiencias artísticas, en su tierra natal; el
segundo en 1920-1939, conformado por la apertura a las vanguardias europeas en
París y por su consolidación como artista profesional; el tercero en 1940-1967,
de exilio interior en Cataluña y Mallorca, junto a un creciente triunfo
artístico y comercial en el extranjero; el cuarto en 1968-1983, de inmenso triunfo
nacional e internacional, al tiempo que disfruta de dos acontecimientos
esenciales en la historia del país, la caída del franquismo y la Transición.
1.
PRIMER PERIODO: 1893-1919.
El periodo 1893-1919
para Miró transcurre en Cataluña, aunque entreverado con numerosos viajes a
Mallorca, y corresponde a su infancia, adolescencia y primera juventud. Al
principio, se incluye un capítulo con varios apartados sobre el contexto
histórico y la ideología de Miró.
El periodo se divide
en tres etapas, 1893-1906, 1907-1914 y 1915-1919, con tres hitos de ruptura: el
primero, el inicio de su educación artística académica en 1907; el segundo, el
fin de su educación artística en 1914 que anuncia el inicio el año siguiente de
su dedicación profesional al arte; el tercero, el evento fundamental de su
marcha a París a los 26 años en febrero de 1920.
La etapa de
formación (1893-1906) se podría haber dividido biográficamente, aunque ello es
poco útil desde una perspectiva artística, en dos fases de siete años: la formación
familiar (1893-1900) y la formación escolar (1900-1907), pero le pongo término en
1906 para no solaparla con la etapa posterior.
En la etapa de
formación artística académica (1907-1914) señalo tres fases: la formación
romántica y modernista en la Llonja con Urgell y Pascó (1907-1910), la crisis
personal y definición profesional como artista (1910-1912) y la formación
noucentista, con fechas fluctuantes porque Miró se mueve entre la Academia Galí
(1912-1915) y el Cercle de Sant Lluc (1913-1918), pero la considero casi culminada
a finales de 1914.
En la etapa de sus
inicios como artista profesional (1915-1919) apunto dos fases: la de
consolidación de la modernidad cada vez más vanguardista a través del fauvismo
y luego del cubofuturismo (1915-1917); y, a partir del fracaso de su primera
exposición individual en Can Dalmau, una fase realista y detallista en sus
inicios (1918-1919), mucho más próxima a una visión mediterraneísta de la
naturaleza, que continúa en los inicios del siguiente periodo, ya en París,
pues el realismo detallista alcanza su cénit y su final en 1922, con La
masía.
1.0. EL CONTEXTO
HISTÓRICO E IDEOLÓGICO DEL JOVEN MIRÓ, 1893-1919.
Para comprender la
formación de Miró inevitablemente debemos atender al contexto histórico de sus
primeros años, por lo que en este capítulo esbozo un resumen del marco
político, histórico, económico, social, cultural y artístico de España y, sobre
todo, de Cataluña, en el periodo 1890-1919[1], lo que favorece conocer las
primeras manifestaciones de la compleja y a veces contradictoria ideología de
Miró, que en la mayoría de sus aspectos esenciales varió poco a lo largo de su
vida, salvo en la evolución hacia el progresismo político.
En este bloque
estudio dos de las más importantes influencias ideológicas en la formación del
pensamiento de Miró, el nacionalismo catalán y el catolicismo, que junto a la
influencia familiar y de sus amigos intelectuales y artistas determinan también
su mezcla de conservadurismo social y de progresismo político, que se verán mejor a lo
largo de los distintos periodos, porque un recorrido exhaustivo en un solo
bloque quebraría la estructura expositiva diacrónica de esta investigación.
Apunto el grave
problema de que falta todavía mucha información, tal como sus agendas privadas,
una edición crítica de toda su correspondencia o un estudio completo sobre su
biblioteca, aunque sí son conocidas bastantes fuentes importantes. Señalo además
que estas dos influencias mayores, el nacionalismo y el catolicismo, se
desarrollan desde su infancia y juventud, y continúan siendo muy significativas
durante toda su vida.
Las
bases ideológicas de Miró.
Las bases
ideológicas que Miró asienta durante sus años de formación son esenciales para
entender su evolución vital, pensamiento político y estético, y obra, pero se
entreveran y separan en dos vertientes, la conservadora derivada del influjo de
sus padres, la mayoría de sus amigos y de los líderes noucentistas como Prat de
la Riba, y la progresista que parte de las aportaciones de políticos como
Rovira y vanguardistas como Salvat-Papasseit.
La primera en llegar
es la ideología propia de la clase media catalana a la que pertenecía su
familia, en una conflictiva y ecléctica mezcla de ideas: entre la República y
la Monarquía, entre el laicismo y el catolicismo, entre el progresismo y el
conservadurismo, siempre a caballo entre ambos polos y que a veces degeneraba
en radicalismo (el fervor de los conversos es siempre el más apasionado);
Francesc Cambó sería el perfecto representante de esta intrincada fusión
ideológica, que infunde una gran complejidad a la formación de las ideas del
joven Miró, quien vivió sus contradicciones en un tiempo de profundos vaivenes
históricos y sociales, de modo que no estuvo exento de dudas y crisis.
En resumen,
encontramos en él desde los años de juventud hasta su plena madurez cuatro
rasgos ideológicos básicos: un moderado nacionalismo catalán en lo político, un
catolicismo muy íntimamente vivido en lo espiritual, un prudente
conservadurismo en lo económico y social, y un creciente progresismo en lo
intelectual y político. No se pueden separar estrictamente en cuatro apartados
porque en muchos aspectos se interrelacionan hasta confundirse
inextricablemente (así, el catalanismo y el catolicismo con el conservadurismo;
y el mismo catalanismo con el progresismo), sino que adopto una exposición por
temas generales, que veremos en su etapa de formación, en el contexto histórico
de la Cataluña de los dos primeros decenios del siglo, marcadamente
nacionalista, católica y conservadora, pero en la que hay también vetas
progresistas que ya penetran, aunque con dificultades, el pensamiento del joven
artista.
La
situación política española.
La prensa española ardía de pasión por la guerra con EE UU, al principio. La convicción generalizada era que las fuerzas españolas podían incluso invadir Norteamérica.
Los años 1890 fueron
años de tensión en todos los órdenes de la vida política, económica, social y
cultural del país, como lo prueba el asesinato en 1897 del presidente del
gobierno español, Antonio Cánovas, por un anarquista; las crecientes tensiones
internas de los partidos conservador y liberal; las huelgas recurrentes... Pero
la crisis de 1898 es el gran aldabonazo histórico, pues la Guerra
hispano-americana conlleva la pérdida de las colonias de Cuba, Puerto Rico y
Filipinas y marca el final del decadente y ancestral Imperio español y una
grave crisis comercial, que debió afectar sobremanera a la familia de Miró,
pues toda la actividad económica de Barcelona se resintió del rápido
hundimiento del mercado colonial, sobre todo en 1898-1899 y todavía con una
resaca menor en 1900-1903. El impacto psicológico no fue menor: la “generación
del 98” ,
el reformismo de Maura, el regeneracionismo de Costa, el definitivo auge del
modernismo europeizante, el surgimiento de una alternativa catalanista unida en
las elecciones, etc., emanan de esta crisis.
Durante la etapa,
llamada del Revisionismo, posterior a la crisis de 1898 tanto los gobiernos
conservadores (Silvela, Maura, Dato) como los liberales (Canalejas, Romanones)
se enfrentan a los problemas reales de España con desigual éxito, pero sin
alcanzar a transformar la situación. Los grandes problemas fueron: la cuestión
monárquica, la inestabilidad política, la cuestión militar, la guerra de
Marruecos, el enconamiento del regionalismo/nacionalismo, el problema religioso,
la conflictividad social.
La cuestión
monárquica enlaza con la disputa sobre la forma constitucional del Estado entre
los partidarios de la monarquía (y en el seno de estos entre los que querían
una Corona muy limitada y los que pretendían un rey casi absoluto) y los de la
República, estos crecientes en número con el paso de los años debido a las
decepciones que causaba el rey Alfonso XIII, que desde que alcanzó su mayoría
de edad (17 de mayo de 1902), quiso ejercer hasta el límite sus grandes
prerrogativas constitucionales y las aprovechó para boicotear muchos de los
indispensables cambios, acabando de estropear su imagen constitucional con su
apoyo a la Dictadura de Primo de Rivera. Es sintomático que Miró jamás
mencionara en su correspondencia a Alfonso XIII, lo que contrasta con su posterior
deferencia y admiración por su nieto Juan Carlos I, al que sí veía como un rey
constitucional.
La inestabilidad
política se nutre de las otras cuestiones. Entre 1898 y 1905 desaparecieron los
políticos de la Restauración, Cánovas, Castelar, Sagasta y Silvela, a los que
sucedieron el conservador Maura y el liberal Canalejas sin llegar a dominar sus
partidos, que se desgarrarán en disputas internas: el conservador entre los
partidarios de Maura y los de Dato o Juan de la Cierva; el liberal entre muchos
aspirantes a partir del asesinato de Canalejas en 1912. Al margen de los dos
grandes partidos monárquicos, el liberal y el conservador divididos ambos en
numerosas facciones, crecían otros partidos, como el Radical de Lerroux y
varios grupos republicanos así como la fuerza del partido socialista PSOE
dirigido por Pablo Iglesias, de clara postura antimonárquica, al que se añade a
partir de 1920 su escisión comunista, el PCE, todavía más a la izquierda. El
resultado fue que la inestabilidad política durante el reinado dañó
irreparablemente el débil sistema de la monarquía constitucional: sólo entre
1902 y 1923 se sucedieron 32 gobiernos, con 16 presidentes. La clase política
no se renovaba, siempre con los mismos apellidos y las mismas ideas, y no dio
soluciones definitivas. Lo peor era la escasa democracia real: la poca
participación electoral y el fraude electoral (controlado por el caciquismo)
hacían que los cambios de gobierno no obedecieran a cambios en la voluntad
general del país sino a crisis internas de los partidos, acontecimientos
extraordinarios o la voluntad del monarca. El catalanismo conservador denigró
este sistema corrupto e ineficaz, que propendía al centralismo, y es razonable
suponer que también Miró rechazó el sistema partidista español, de acuerdo a la
visión pequeñoburguesa de que todos los partidos españolistas eran iguales.
El problema militar
ya era anterior, pues derivaba del intervencionismo decimonónico y se acrecentó
con la plétora de oficiales y generales sobrantes después del desastre de la
guerra hispano-estadounidense de 1898 y la subsecuente pérdida de las colonias,
pero crece porque el ejército vuelve a inmiscuirse en la política, motivado por
la guerra de Marruecos, el crecimiento del regionalismo y del nacionalismo no
español en la periferia, y de los problemas sociales de la oficialidad, en
concreto los bajos sueldos y pensiones. Los oficiales se organizaron en las
Juntas de Oficiales y en las Juntas de Defensa (1916), con lo que formaron un
formidable grupo de opinión, lo que explica el soporte que tuvo Primo de Rivera
en 1923. El catalanismo propendió a criticar la institución militar, vista como
un medio de opresión centralista, y el mismo Miró emitirá juicios bastante
despectivos durante su servicio militar en 1915-1917, amén de marcar su
permanente oposición a los ideales militaristas.
Soldados españoles tras el desastre de Annual (1921).
La guerra de
Marruecos fue un problema largo y costoso, que comenzó en 1909 con un ataque
marroquí a Melilla —la inmediata leva forzosa de soldados para acudir en su
socorro fue el detonante de la famosa Semana Trágica de Barcelona—, los numerosos
y sangrientos combates posteriores, y que en julio de 1921 empeoró con el gran desastre
de Annual, donde fueron derrotadas las tropas del general Silvestre, que pasaba
por ser un protegido del rey, lo que agravó la crisis del sistema
político-constitucional, justo mientras el desorden público crecía en Cataluña.
Todo ello precipitó el golpe de Estado del general Primo de Rivera, que consiguió
terminar en 1925 el gran problema marroquí con una ofensiva con su aliada Francia.
No encontraremos empero en la correspondencia o en las declaraciones de Miró ni
una sola referencia al tema marroquí.
El problema de la
oposición de los diversos regionalismos y nacionalismos se exacerbó a medida
que se consolidaron por un lado el nacionalismo español ligado al liberalismo y
el capitalismo de la segunda Revolución Industrial, muy centralista y apoyado
en gran parte de los terratenientes y la burguesía, la Iglesia y el Ejército, y
por el otro lado los movimientos nacionalistas en Cataluña, País Vasco[2] y Galicia[3], con el apoyo de las clases
medias de sus zonas y una marcada vocación centrífuga. Cataluña era la región
con un nacionalismo más dinámico, liderado por la Lliga regionalista de Prat de
la Riba y en un puesto más secundario por Cambó.
La cuestión
religiosa —al
respecto Canalejas decía que “No hay un problema religioso, sino una problema
clerical”— se enmarcaba
en el enfrentamiento de dos posiciones: un clericalismo de derechas, que
dominaba a través de la Iglesia católica la educación y se aseguraba un apoyo
social e ideológico en su política conservadora, y un anticlericalismo nutrido
del liberalismo, el radicalismo y la izquierda, que se plasmó en la Ley del
Candado (1911) promovida por Canalejas que limitaba el número de órdenes
religiosas, así como en los violentos ataques anarquistas a la Iglesia (quema
de conventos en 1909 y 1917). El catalanismo se dividió ante este problema,
aunque fue preponderante la posición clerical entre la burguesía (como la
familia de Miró y él mismo durante su juventud), y fue muy minoritaria la
anticlerical, nutrida sobre todo del proletariado inmigrante.
El problema social
derivaba de la profunda y extensa miseria —un dato basta para ilustrarlo: la
esperanza de vida era apenas de 35 años en 1900— y que crecía el enfrentamiento
entre las clases sociales tanto en el campo como en la ciudad.
Una escena de trabajo agrícola en 1894 en Calpe.
Existía una
oposición en el campo entre los latifundistas y los campesinos sin tierras. Las
reformas agrarias de distribución de tierras y los programas de regadíos eran
boicoteados por la derecha, representante de los intereses de los
latifundistas, mientras que los dos millones de jornaleros y un millón de
pequeños propietarios sufrían una miseria que les radicalizaba. Los peores
conflictos fueron las ocupaciones de tierras y las huelgas de braceros
(jornaleros sin tierras o estas eran tan escasas que no podían vivir sin
trabajar para los grandes propietarios) de 1918-1920 en Andalucía y en menor
grado en otras zonas, casi siempre organizadas por los anarquistas. Este
problema afectó a la familia Miró, aunque tardíamente, en 1936-1939.
El trabajo infantil era considerado positivo para los niños y sus familias.
Y se repetía esta
oposición en la ciudad entre los empresarios organizados en patronales y los
obreros organizados en el sindicato socialista UGT y el anarquista CNT, que se
funda en Barcelona y será dominante entre la clase obrera catalana hasta 1939.
Esta confrontación bien organizada se desarrolla en un periodo de cíclicas
crisis económicas (1909, 1917, 1919, 1929), con un aumento del desempleo y
pérdida de valor de los salarios, que provocaban oleadas de huelgas, cierres
patronales, sabotajes, disturbios y terrorismo, que hacía temer a la derecha el
estallido de una revolución semejante a la soviética de 1917. Así, la crisis de
1919 llevó en Barcelona a la famosa huelga de la Canadiense (febrero-marzo),
seguida de una huelga general (marzo-abril) y al comienzo del pistolerismo
(terrorismo mutuo) entre empresarios y sindicalistas, que continuó hasta 1923
(sólo en 1920 hubo casi 400 muertos en las calles de Barcelona y otros tantos
en el resto de España), un ejemplo del cual fue el asesinato de Eduardo Dato,
presidente del Gobierno, en 1921. No encontraremos, empero noticias de este
problema en la correspondencia de Miró. Pero este padeció en su familia el
problema, pues en 1936 los anarquistas asesinaron a su cuñado y él mismo tuvo
que exiliarse para evitar que le pasara lo mismo, pues le consideraban miembro
de la clase social de los grandes terratenientes.
Los programas
políticos de reforma ante tan amplia y profunda problemática pretendían superar
la inercia del bipartidismo conservador / liberal de Cánovas y Sagasta. Los
tres proyectos más señalados fueron el Regeneracionismo[4] y las propuestas de Maura[5] y Canalejas[6]. Pero sus grandes ambiciones
quedaron frustradas, tras pequeños logros. Las reformas sociales fueron muy
tímidas[7], pero si a la derecha le
parecían excesivas a la izquierda le parecieron insuficientes. Los reformistas
acabaron perdiendo la paciencia y la confianza, y los catalanes fueron los más
especialmente desengañados porque en Cataluña los problemas se juntaban todos
con especial énfasis, salvo tal vez el agrario, más moderado en a mayor parte
del territorio. España aparecía como un país enfermo, que jamás acababa de
curar sus heridas, y este fracaso tuvo graves consecuencias, una de las cuales
fue el progresivo alejamiento afectivo de la juventud catalana respecto al
concepto ideal de España y la consiguiente aparición de un creciente
separatismo con el que Miró flirteó durante años.
Todas estas
cuestiones desembocan y se entrecruzan en las grandes crisis de 1909, 1917 y
1923, en las que la guerra de Marruecos será un decisivo factor común. Miró
sufrirá en particular la segunda, al coincidir con su servicio militar.
Cataluña:
la sociedad y la economía, las crisis y la prosperidad.
La infancia de Miró
se desarrolló en Cataluña en una época de auge cultural y artístico, gracias en
gran parte al fuerte crecimiento económico (concretado en la expansión de la
industria textil, corcho, maquinaria, química, electricidad, etc.) y la
continua y profunda diversificación social (a partir de esta época es evidente
la complejidad de la estratificación de las clases medias catalanas) pero en un
marco de continuas crisis, que generaban una crónica miseria social.
Las crisis
políticas, económicas y sociales que sufrió España y por extensión Cataluña
durante los dos últimos decenios del siglo XIX, aunque no pararon el progreso a
largo plazo de la economía, explican muchas de las numerosas y divergentes
respuestas políticas e ideológicas de la sociedad catalana.[8] En las calles del centro urbano
de Barcelona el ambiente social durante los años 1890 era desesperanzador —es
en este ambiente de fuerte conflictividad social que sucede el 7 de noviembre
de 1893, cuando Miró cuenta unos pocos meses, el famoso atentado anarquista del
Liceo de Barcelona—. Las crisis de la filoxera a principios del decenio y la
guerra de Cuba al final empujaron a la urbe a un tropel de campesinos
arruinados, que intentaban escapar a la miseria y a la falta de trabajo de las
comarcas rurales. Muchas mujeres caían en la prostitución o reemplazaban, con muy
bajos sueldos, en las fábricas a los hombres, que quedaban a su vez en el paro,
y vagabundeaban o se reunían en las tabernas, aumentando la delincuencia y el
alcoholismo.
Un poblado de barracas en la playa de Barcelona en los inicios del siglo XX. [https://catalunyaplural.cat/es/barraquismo-pasado-presente-y-futuro/]
Pere Garcia i Fària
nos describe la acongojante situación en 1899, cuando Miró tenía seis años (y
recordemos cuanto le gustaba callejear):
‹‹(...)
desconsolador por lo repugnante es el cuadro que ofrecía Barcelona en 1899.
Tropezábase en todas partes con ancianos cubiertos de pringos; hombres
demacrados cuyos rostros denotaban las huellas de la devoradora anemia, mujeres
sucias y desgreñadas; seres inútiles exponiendo al público sus atrofiados
miembros o la falta de alguno de ellos; idiotas, ciegos, paralíticos y mudos,
agitando campanillas y lanzando gritos guturales; y finalmente huestes de
tiernas criaturas, especie de monos sabios que, al acercarse al viandante
solicitando una limosna, las más de las veces lo hacían con exclamación
desgarradora: ¡tengo hambre!››[9]
Por su parte, la
burguesía industrial catalana, sobre todo la algodonera, dependía del
proteccionismo aduanero, más aun en ese contexto de repetidas crisis, por lo
que se oponía a la progresiva liberalización aduanera impulsada por los
gobiernos centrales. Esto conllevó en los decenios de 1870 y 1880 su creciente
apoyo al nacionalismo catalán, utilizado como vía de expresión en Madrid de sus
intereses, que culminó en el triunfo proteccionista de 1891 y la inmediata
retirada del apoyo a los catalanistas progresistas, que se oponían a las
guerras coloniales, mientras que la burguesía industrial apoyaba la represión
contra los independentistas en la segunda Guerra de Independencia de Cuba, que
había comenzado en 1895.
Sólo una parte,
aunque ciertamente decisiva, de las raíces del catalanismo eran conservadoras,
y en este ambiente mixto se entiende que Lluís Millet y Amadeo Vives funden en
Barcelona en 1894 el Orfeó Català, para promover la música catalana, y que al
principio no consigan muchos apoyos. Pero la crisis de 1898 cambió la
situación: perdidas las colonias y sus mercados, la burguesía catalana se pasó
en masa a las filas catalanistas, como única vía para regenerar el país, dada
la ineficacia del bipartidismo español. Un hito en esta dirección es cuando
Prat de la Riba y un grupo de catalanistas fundaron el diario “La Veu de
Catalunya” en 1899. Miró creció en un ambiente de fervoroso nacionalismo
emergente, determinado por una crítica coyuntura económico-social.
Pero de todas estas
crisis resurgió con fuerza la economía catalana, con una vitalidad rotunda, desde
1900 en los “años eléctricos” de la Segunda Revolución Industrial, con nuevas
fuentes de energía (electricidad y petróleo), un activo comercio, luego la
demanda de los beligerantes en la I Guerra Mundial, el optimismo social... El
alucinante y cruel cuadro de miseria de 1899 ya no se repetirá, pese a que las
crisis vuelvan con mayor o menor relativa gravedad. La idea consecuente
difundida por los intelectuales nacionalistas fue que los catalanes solos bien
que podían capear sus problemas, sin necesitar al resto de España.
La lucha de clases
sociales fue enconada y permanente en esta época. El problema del terrorismo
anarquista coleaba desde los años 1890 (con el hito del famoso atentado del
Liceo de Barcelona en 1893, medio año después del nacimiento de Miró) y perduró
en las tres primeros decenios del siglo XX. Las huelgas volvían cada poco
tiempo, con años especialmente duros y con eventos como la huelga general en
Barcelona del 16 al 24 de febrero de 1902, que acabó con la declaración del
estado de guerra, y que reflejaba el durísimo enfrentamiento entre, por un
lado, los sindicatos UGT (socialista)[10] y, sobre todo, CNT (anarquista
y mayoritario), y por el otro las patronales catalanas, que desembocó alrededor
de 1920 en un pistolerismo desatado entre ambos bandos.
A su vez, en el
campo hubo a lo largo de los primeros decenios del siglo XX un conflicto entre
el sindicato agrario de la Unió de Rabassaires, mayoritario en el campo catalán
desde 1922 a
1939, y la asociación de grandes y medianos terratenientes del Institut
Agrícola Català de Sant Isidre (IACSI).[11]
Concretamente, en
Mont-roig, como en el resto del Camp de Tarragona, se sufría especialmente esta
problemática social agraria[12], pero los peores momentos
llegaron en 1936, afectando directamente a la familia de Miró.[13]
El
catalanismo y la política catalana hacia 1900.
Cataluña era la zona
periférica de España con un nacionalismo identitario más dinámico. La
importancia del nacionalismo catalán[14] en los años de juventud de Miró
proviene en gran medida de la masiva aceptación hacia 1900 de la tesis
decimonónica (de raíces idealistas y románticas) de que tener una identidad
nacional era un prerrequisito para hallar una identidad personal —esto Miró lo
tuvo siempre presente— y que la realización nacional de los pueblos era el
motor de la historia, así como el principal factor de unidad social. La
búsqueda y la consolidación de una identidad nacional se convertirá, pues, en
un tema candente hasta hoy mismo. Pero no había hacia 1900 una estricta unidad
en esta tarea: había demasiados intereses diversos en la sociedad catalana. Su
máxima expresión ideológica será, a continuación del modernismo y durante dos
decenios (hasta la dictadura de Primo de Rivera) el noucentisme, que es una
base ideológica y estética fundamental en la juventud de Miró, pues el
regionalismo y el catalanismo político polarizaron la cultura catalana a favor
de sus ideales a partir de mediados del s. XIX, hasta la quiebra histórica de 1939,
como Bilbeny afirma:
‹‹L’aparició del
regionalisme i, després, del catalanisme polític, provocarà que pràcticament
durant un segle —des
de mitjan segle XIX—
la cultura catalana hagi estat fortament polaritzada vers la política i,
indiscutiblement, vers la reivindicació nacionalista de Catalunya. En part,
perquè el catalanisme emergia també del mateix àmbit cultural: el romanticisme
es consubstancial a la Renaixença. En part, perquè el caràcter resistencial, si
no emancipatori, del catalanisme polític, en moltes de les seves
interpretacions, constituïa, i constitueix encara, un considerable centre
d’atenció i d’adhesió per als qui tenen per costum reflexionar.››[15]
A lo largo del
proceso histórico en la Cataluña de la segunda mitad del s. XIX, el
nacionalismo asumió formas políticas cada vez más organizadas, más enraizadas
en la sociedad catalana.[16]
Durante la
Restauración, el catalanismo surgió de tres tradiciones: La “republicana
federal”, con Valentí Almirall y su Centre Català, que proponía controlar y
reformar España desde Cataluña, lo mismo que defendía Pompeyo Gener. La
“cultural”, representada por la flor de los intelectuales catalanes,
aglutinados en “La Renaixença” (1871-1905).[17] La “católica tradicionalista”,
con su órgano de prensa “La Veu de Montserrat” (1878-1900) y dirigida por el
obispo Josep Torras i Bages, que será un factor fundamental en la derecha
política catalanista.
Dada esta
pluralidad, el catalanismo se organizó en una compleja trama de organizaciones.[18] El Centre Català de Valentí
Almirall será el tronco político común del catalanismo, cuando, en contacto y
colisión con las otras dos tradiciones se bifurque en derecha (la Lliga: Prat
de la Riba, Cambó, Puig i Cadafalch...) e izquierda (Acció Catalana y Esquerra
Republicana: Rovira, Macià...).
El ideario de estos
grupos era muy heterogéneo, tanto en la derecha como en la izquierda, pero hay
bastante consenso en que su sentir más radical lo representaban las
conclusiones del congreso de los republicanos federales de 1883 y que el sentir
mayoritario está reflejado en las “Bases de Manresa” (marzo 1892), redactadas
en la Casa de Juntas del Ayuntamiento, que fueron el programa político de la
Unió Catalanista, según unas pautas federalistas y tradicionales.[19]
El núcleo de la
revista “L’Avenç” sucedió a Almirall en su impulso y lanzó el modernismo en su
vertiente más rupturista, con Brossa, Alomar y Maragall (este desde el
cristianismo), hasta el culmen de la etapa noucentista de Eugenio d’Ors, cuando
el catalanismo promovió una auténtica “cultura oficial” desde la Mancomunidad
de Prat de la Riba.
Los principales líderes de la Lliga en 1901.
La Lliga Regionalista, dominada por Prat de la Riba, y por
otros dirigentes importantes como Cambó y Puig i Cadafalch, era
fundamentalmente conservadora y fue el partido dominante en Cataluña entre su
fundación en 1901 y 1922, en competición en Barcelona con los republicanos de
Lerroux, hegemónicos en la ciudad hasta 1914, y en el resto de Cataluña con conservadores
y liberales, amén de la Unión Monárquica Nacional.[20]
Prat de la Riba
fundó la Lliga Regionalista el 25 de abril de 1901 y la dirigió ya en su primer
congreso del 24 de mayo del mismo año. El primer gran éxito de la Lliga llegó en
1906, cuando aglutinó a los partidos catalanistas en la gran coalición de
Solidaritat Catalana[21], que arrasó en las elecciones
siguientes y marcó el camino que conduciría en 1914 a la autonomía administrativa de
las cuatro provincias catalanas, reunidas en la Mancomunidad o Mancomunitat[22] de Cataluña(1914), el gran
logro de Prat, que la presidió hasta su muerte en 1917, abriendo un periodo de
cierta autonomía catalana, muy restringida pues no cabe hablar de autogobierno,
y realizando una gran labor económica, social y cultural hasta que la Dictadura
de Primo de Rivera la clausuró en 1925, con lo que se ganó la firme enemistad
del nacionalismo catalán (y de Miró).
Las
dos posturas ideológicas del nacionalismo catalán: derecha e izquierda.
Derecha e izquierda
combatieron por la hegemonía en el ámbito del nacionalismo catalán desde sus
inicios hasta 1936.[23] Ya en 1904 la Lliga
Regionalista se escinde en dos ramas, conservadora y progresista, y aunque
cuando el rey visita Barcelona en abril se ponen de acuerdo para organizar
actos de afirmación catalanista, batallaron en otros frentes, como el dominio
de los movimientos modernista y noucentista, cada uno a su vez escindido en dos
corrientes. En el modernista durante un tiempo será mayoritaria la progresista
de Brossa y su grupo por encima de la conservadora de Gaudí y otros
independientes, al revés que en el noucentista, en el que siempre dominó la
conservadora de D’Ors sobre la tibiamente progresista de Feliu Elias. En mi opinión,
Miró se sintió escindido entre ambas corrientes, progresista y conservadora, y
a la postre no tomaría partido por ninguna de ellas, porque esta indefinición
le era necesaria a su tranquilidad de espíritu y le permitía sostener tanto el
principio tradicionalista de Prat como el democrático de Rovira, los cuales
esbozo a continuación.
Enric Prat de la
Riba, el autor de esta época que más hizo por definir a Cataluña como nación,
definirá el catalanismo como ‹‹el sentimiento de patria catalana.››[24] Esto es, propone a Cataluña
como Patria (una auténtica nación) y a España como Estado (una formación
política secular pero estrictamente estatal, sin raigambre nacional, salvo el
intento de Castilla de desarrollar una nación castellana-española), un proyecto
que luego articularía Francesc Cambó con su intento de reformar España de
acuerdo a los intereses catalanistas. Prat de la Riba no fue sólo un político
carismático sino también uno de los principales promotores doctrinales del
catalanismo.
Su formación
germánica explica que adoptara las doctrinas historicista y nacionalista de
Savigny y Niebuhr y las adaptara a la realidad catalana y española, a fin de
conseguir un “Imperio ibérico” según los modelos del alemán o el austro-húngaro[25], un Imperio regido por un
emperador (el monarca español), que comprendería unos reinos independientes,
desde Cataluña a Portugal, unidos en un Jefe del Estado y un gobierno central
con unos poderes limitados por la Constitución federal. Sería un Estado fuerte,
sano e imperialista que podría ‹‹altra vegada expansionar-se sobre les terres
bàrbares, i servir als interessos d’humanitat guiant cap a la civilització als
pobles endarrerits i incultes.››[26]
Esta posición
imperialista se explica en gran parte por la necesidad de contar con el apoyo
de la burguesía industrial y comercial, que deseaba mercados coloniales y, asimismo,
por la evocación de la Corona de Aragón y su mítica expansión mediterránea en
la Edad Media. Ucelay (2003) lo explica como un intento del catalanismo de
encajar la construcción nacional de Cataluña dentro del Estado español, en dos
direcciones u objetivos políticos, el primero conseguir una unidad cultural
hacia dentro de Cataluña, y el segundo utilizar un proyecto imperial para
resolver sus diferencias con el resto de España, un imperialismo con dos
vertientes, un dominio económico en el interior del país y una expansión
colonial en el exterior.[27]
Prat de la Riba
busca el espíritu nacional que sustente la nacionalidad y precisa que los
historiadores lo encontraron en las creaciones literarias, musicales y
artísticas: ‹‹(...) s’han topat amb l’ànima dels pobles, refosa en el bronze de
les estàtues, traspuant pel color i les figures de les obres dels pintors,
grontxant-se en les tonades del mestres, inspirant catedrals i monestirs,
llotges i palaus››.[28]
Este catalanismo
necesitaba reivindicar un específico arte nacional catalán, al que cabrá
restaurar y presentar didácticamente en museos. Es así que en 1902 se crea en
Barcelona la Junta Municipal de Museos y Bellas Artes, que enseguida organiza
una gran exposición de arte antiguo en el Museo Municipal de Bellas Artes (en
el Salón de la Reina Regente desde su inauguración en 1891 y hasta su traspaso
al Museu d’Art i Arqueologia de Barcelona en el Parc de la Ciutadella en 1915),
con 1.890 obras de colecciones públicas y privadas que concita el interés del público
y la crítica; y que la familia Miró probablemente visita; al parecer Miró
seguirá acudiendo a menudo en los años siguientes, hasta 1915 al menos.
Los historiadores
(Pijoan, Puig i Cadafalch, Gudiol), críticos (Folch i Torres), prelados
(Torras) y políticos (Prat de la Riba) escogieron y ensalzaron las dos grandes
manifestaciones artísticas del reino independiente catalán: el románico en la
pintura y la escultura y en cambio el gótico en la arquitectura, sin desdeñar
empero los otros estilos y artes, incluso las menores como la orfebrería. Esto
es, todo lo catalán es valioso, pero hay unos estilos y unas artes dentro de
ellos que representan de una manera más excelsa el llamado “espíritu catalán”.
Prat de la Riba precisa ese ideario con claridad: ‹‹Els historiadors de l’art
ens parlaven del caràcter nacional com d’una gran força emmotlladora de les
obres dels artistes, del caràcter nacional que cercaven en les capes més
profundes, més fortes, més permanents de les formacions humanes, per sota de
les modes que passen, per sota de la història que muda, per sota de les
civilitzacions que cauen...››[29] Y añade: ‹‹La unitat de l’ideal
artístic de la nostra nacionalitat va encarnar-se també en el naturalisme
severíssim, senzill i ben proporcionat de l’art romànic, que és l’art del
nostre poble, el que ha tret més ufana en tots els països de llengua catalana;
com apareix també en l’aire especial, en la fesomia ben nostra de
l’arquitectura gòtica, que, vinguda de terres del Nord, no llevà entre
nosaltres, sinó després d’emmotllar-se a les exigències del geni de la nostra
raça.››[30]
No puede obviarse el
influjo de estas ideas sobre la generación noucentista (el político, arquitecto
y tratadista del románico Puig i Cadafalch[31] hará de puente entre el XIX y
el XX y D’Ors será quien legitimará definitivamente la relación entre arte
medieval y modernidad) y esta a su vez influirá directamente sobre Miró (sus
declaraciones son siempre coherentes en este sentido) y sus contemporáneos.
Desde entonces en Cataluña será dominante la idea de la ecuación de arte
nacional catalán románico/gótico.
Las bases
ideológicas del conservadurismo catalán cambiarán a partir de 1910, en la
llamada generación noucentista, y aunque son aún objeto de debate y polémica,
razonablemente podemos rastrearlas en el diálogo entre el catolicismo catalán y
la derecha católica francesa, agrupada en la Action Française, con un
pensador tan influyente como Maurras.[32] En aquel tiempo de crisis
parlamentaria, de crisis noventayochista, parece ser avasallador el impacto del
ideario de la Action Française en los círculos políticos más
conservadores y católicos de Cataluña, los del entorno social de Miró, y
especialmente de sus amigos Ràfols i Ricart.[33]
Antoni Rovira i Virgili es el
representante más influyente sobre los jóvenes catalanistas progresistas. Once
años mayor que Miró, fue el punto equidistante respecto al reformista
conservador Prat de la Riba. Un decenio después de la obra cimera de Prat de la
Riba, publicaba en 1917 su libro Nacionalisme i federalisme, que
influirá decisivamente en la conformación del pensamiento más progresista
dentro del catalanismo, en directo contrapunto a la posición conservadora de
Prat de la Riba. Fue escasa su preocupación por el tema de la raíz artística de
la nacionalidad, pues para este liberal demócrata y nacionalista federal sólo
la voluntad del pueblo es el factor determinante del sentimiento nacional y del
derecho a ser independiente: ‹‹El catalanista és el català amb consciència
nacional.››[34] Remarca que ‹‹cada poble amb
voluntat de ésser lliure (sigui o no una nacionalitat perfectamente
classificada com a tal), té el dret a constituir un Estat››.[35] Por lo tanto, considera que los
fundamentos del derecho nacional a la soberanía según Prat, tales como el
determinismo geográfico[36] o la tradición del espíritu (en
ella la del arte), no son factores legitimadores per se. En suma, el
espíritu es necesario para dar vida a la nación, pero no le otorga el derecho a
ser independiente.
Con todo, Rovira,
como Prat, también sostenía grandes prejuicios raciales y defendía que hay
pueblos superiores con derechos nacionales y pueblos inferiores,
‹‹subnacionals››, que deben ser sometidos y colonizados debido a su inmadurez.[37] Contra esta doctrina
imperialista que contaminaba el discurso teórico tanto de la derecha como de la
izquierda en toda Europa se levantarán pocas voces (los comunistas y
anarquistas), hasta después de la I Guerra Mundial, cuando surgen los grupos
dadaísta y surrealista, que defienden un anticolonialismo radical que, al
parecer, convencerá a Miró desde su estancia en París, aunque sus declaraciones
al respecto constan sólo desde los años 60.
La
Renaixença cultural.
En lo cultural, es
sabido que la Renaixença catalana fue un exitoso empeño de las clases
sociales dominantes en Cataluña por recuperar la lengua y la cultura propias en
un contexto no aislacionista. Tuvo dos grandes tendencias:
La conservadora,
representada al principio por los Jocs Florals, y dominada por la
burguesía y la Iglesia. La mayoría de los poetas cultos se engloban en esta
corriente, que defenderá un catalán arcaizante, que tome palabras del latín y
el francés, rechazando los castellanismos. Destaquemos como ejemplo que Joan
Maragall publica en 1895 sus Poesies, poemario que transita del
romanticismo al modernismo e influye decisivamente sobre la juventud
vanguardista catalana. Miró leerá regularmente la poesía culta de la
Renaixença, como comprobaremos en los apartados siguientes.
La popular,
representada por el teatro popular y los semanarios satíricos de tendencia
republicana “La Campana de Gràcia” y “L’Esquella de la Torratxa” (1879).
Defenderá un catalán popular, tal cómo se habla, abierto a castellanismos si el
pueblo los acepta. Es en esta vertiente que el dramaturgo Àngel Guimerà estrena
en Barcelona en 1896 Terra baixa. Miró será partidario de esta postura,
como atestiguan sus cartas.
Hacia 1900 el
movimiento de la Renaixença había logrado asentarse firmemente en la
sociedad catalana hasta el punto de que en el s. XX habrá una permanente pugna
entre catalanistas y españolistas, temerosos estos de que los primeros les
arrumben.
Un fenómeno
concomitante en el auge cultural es el desarrollo de la prensa catalana[38], que aumentó extraordinariamente
su difusión e influencia en los primeros decenios del s. XX y que se debe
relacionar con el desarrollo de las revistas de vanguardia[39] en Cataluña. La labor de
creación de instituciones y empresas culturales por parte de la Mancomunidad
catalana gracias a Prat será la clave de bóveda del proceso: el Institut
d’Estudis Catalans, los museos, las instituciones educativas... hasta el último
logro de Prat, en julio de 1917, la fundación de la Editorial Catalana en la
que se editarán decenas de traducciones de los clásicos extranjeros (Dante,
Shakespeare, Gide, Valéry...), libros que, como demuestran los apuntes de Miró,
serán una parte esencial de sus lecturas en los próximos decenios.
NOTAS.
[1] Un resumen de la historia política,
económica y social española de principios de siglo en Juan Pérez de Ayala. La
generación del 14. Veinte años de vida española 1906-1926. *<La
generación del 14, entre el novecentismo y la vanguardia (1906-1926)>.
Madrid. Fundación Cultural Mapfre Vida (26 abril-16 junio 2002): 229-239. Otro
resumen, centrado en las relaciones históricas y culturales entre Madrid y
Barcelona en *<Barcelona-Madrid 1898-1998>. Barcelona. CCCB (22
septiembre 1997-18 enero 1998): Marc històric (44-93), con artículos de
José-Carlos Mainer para 1898-1914 (44-53); Jordi Casassas para 1914-1931 (54-63).
Un libro sencillo de consulta a la vez para la Historia de Cataluña y de
Baleares, de Ardit, Balcells y Sales, Història dels Països Catalans. De 1714 a 1975 (1980). Un
libro adecuado para conocer la
Barcelona de 1890-1900 de Cristina Mendoza (directora del MAM
de Barcelona) y el novelista Eduardo Mendoz, Barcelona modernista (1989).
Sobre la ciudad de Barcelona y la política municipal véase AA.VV. Dossier: L’Ajuntament
de Barcelona (1901-1983). “L’Avenç”, 52 (VIII-1982) 37-53. Sobre el
noucentismo y su contexto histórico, social y cultural véase Suárez, Ana. En
torno al Novecientos. “Prohemio”, nº 2-3 (1975) 359-383. / AA.VV. Dossier:
La Barcelona
del 1900. “L’Avenç”, 9 (X-1978) 17-48. Sobre el arte del periodo véase
Cirici. L’art català contemporani. 1970. La abundancia de fuentes
históricas a veces difumina que para conocer la vida cotidiana entonces nada
mejor que la literatura, tanto la de ficción como la de memorias. En la primera
destaca una novela de Santiago Rusiñol, L’auca del senyor Esteve (1907).
En la segunda podemos seleccionar tres obras extraordinarias, las memorias de
Agustí Calvet “Gaziel”, Tots els camins duen a Roma. Memòries: Història d’un
destí (1893-1914) (1959), Joan Puig i Ferreter, Camins de França (1934)
y Josep Maria de Sagarra, Memòries (1954). Estos autores nos explican la
educación hacia 1890-1910, la difícil vida en las calles de Barcelona, la
atracción irresistible de Francia sobre la juventud catalana, las angustias de
una generación dividida entre la presión familiar de “sentar la cabeza” y el
ansia de dedicarse al arte o la literatura, la reivindicación del catalanismo,
la generación noucentista...
[2] El País Vasco, con un movimiento nacionalista más
débil, de ideas xenófobas (Sabino Arana), organizado en el Partido Nacionalista
Vasco (PNV), que sólo contó con bases campesinas y de las clases medias, sin el
apoyo de la alta burguesía ni del proletariado.
[3] Galicia tenía el nacionalismo más débil, y sólo se
estructuró a finales del reinado de Alfonso XIII, ya con un matiz republicano,
en la Organización
republicana gallega autonomista (ORGA). Por contra, se afirmó un nacionalismo
español, que pretendía negar sus derechos a las regiones y nacionalidades.
[4] El desastre de 1898 convulsionó las conciencias
críticas con el sistema y abrió paso a la idea de una regeneración del país. El
aragonés Joaquín Costa fue la gran figura intelectual del Regeneracionismo, con
su lema de “Despensa y escuela”: una reforma económica y cultural del país. La praxis
fue menos ambiciosa, aunque el gobierno del conservador Silvela (1899-1901)
inició la reforma económica y la anticaciquil de la administración local. Pero
su fracaso radicalizó al país: el radicalismo republicano nace entonces.
[5] El conservador Antonio Maura presidió varios
gobiernos entre 1904 y 1909, con un ambicioso programa reformista, que se
resumía en su lema “o hacemos la revolución desde arriba o nos la hacen desde
abajo”. Pero su política opuso un gran bloque de la derecha apoyada por la Iglesia y un bloque de
izquierda (liberales, radicales republicanos...) que aprovechó el comienzo de
la guerra de Marruecos (1909), los excesos en la represión del levantamiento
popular de Barcelona y el terrorismo para forzar la caída de Maura. Aunque volvió
al poder en otras ocasiones, lo mejor de su carrera política había terminado.
[6] Después del gobierno Maura, siguiendo el turno, llegó
el gobierno liberal dirigido por Canalejas (1909-1912). Su programa reformista
era la continuación del regeneracionismo y del maurismo y consistía en cuatro
puntos: Ley del Candado (1911), que prohibió el establecimiento de nuevas
órdenes religiosas. Propuesta de una Mancomunidad para Cataluña (aprobada más tarde,
en 1914). Moderación en la represión de las huelgas de 1911-1912. Intervención
en Marruecos: ocupación en 1911 de Larache, Arcila y Alcazarquivir, para frenar
el intento de Francia de entrar en la zona española. Pero el programa quedó
inacabado debido a su asesinato en 1912, por un terrorista anarquista.
[7] Creación del Instituto de Previsión Social (1908),
jornada laboral de ocho horas (1920), creación del Ministerio de Trabajo (1920).
[8] En 1866 la crisis financiera había provocado el
descontento popular y, a la postre, la caída de Isabel II en 1868. En 1876-1886
se producía la febre d’or, un periodo de extraordinario desarrollo
económico, sobre todo financiero e industrial, justo cuando el padre de Miró se
abría camino y consolidaba su posición económico-social en Barcelona. Pero
pronto se encadenaron varias crisis: en 1886 el dramático final de la febre
d’or, en 1892-1894 la gran crisis vitícola de la filoxera (cuando esta
llega a los más grandes viñedos del Penedés y otras comarcas), la guerra de
Cuba (1895-1898) y la pérdida de los mercados de las colonias (1898), con la
aguda crisis de sobreproducción de los años posteriores, con un hecho tan
sintomático como el “tancament de caixes” de 1899, que consistió en un boicot
de los comerciantes e industriales catalanes (especialmente los de Barcelona y
el padre de Miró no sería una excepción), que se negaron a pagar el aumento de
los impuestos de actividades económicas.
[9] Garcia i Fària, en Riquer. Història. Política,
Societat i Cultura dels Països Catalans. 1995: v. VII, p. 64-65.
[10] En Barcelona fue donde surgieron tanto el PSOE (1882)
como la UGT (1888),
pese a la creencia común de que son organizaciones de origen madrileño. Pero su
implantación en Cataluña fue relativamente escasa hasta los años 30, debido al
predominio anarquista.
[11] AA.VV. Dossier: La
qüestió rabassaire. “L’Avenç”, 10 (XI-1978)
17-40. Sobre la implantación de este sindicato agrario IACSI véase: Planas i
Maresma, Jordi. L’Institut Agrícola Català de Sant
Isidre (156-157).
en Riquer (dir.). Història. Política,
Societat i Cultura dels Països Catalans. 1995. v. 9. De la gran esperança a la gran ensulsiada 1930-1939.
1999.
[12] En Mont-roig, después del auge asociativo de 1931,
había en 1933 dos sindicatos (asociados al IACSI) de propietarios agrarios, el
Sindicat Agrícola de Mont-roig (fue fundado en 1917 y aún subsistía en 1982 con
475 socios) y el Sindicat Agrícola Montroigense. Es muy probable que los padres
de Miró fuesen socios, porque el porcentaje de propietarios afiliados era
altísimo. Enfrente, había una asociación anarquista de campesinos fundada en
1910, mientras que no surgió una sección de la Unió de Rabassaires, ni siquiera durante la II República (al
menos hasta 1933).
[13] En 1934 los dirigentes del IACSI se aliaron con la
CEDA, esto es con la derecha centralista y en la represión republicana del
verano de 1936 más de un centenar de propietarios del IACSI fueron asesinados,
entre ellos Jaume Galobart, el cuñado falangista de Miró.
[14] Sobre el tema de la formación ideológica del
nacionalismo catalán a finales del siglo XIX y principios del XX evitaremos la
paráfrasis de los muchos trabajos científicos disponibles y nos remitimos al
apartado siguiente de esta tesis sobre las dos tendencias del nacionalismo, de
Prat y de Rovira. En la bibliografía hay las referencias básicas sobre el tema
y proponemos la lectura de unas fuentes primarias esenciales (Almirall, Prat de
la Riba y Torras)
y entre los estudios más conseguidos destacamos los de Anguera, Balcells,
Gabriel, Galí, Marfany, Riquer et al, Soldevila, Termes y Trías. No entraremos
en otras causas históricas, económicas, etc., del nacionalismo catalán, pues
aquí sólo nos interesa su consolidación en cuanto coincidió con la infancia y
juventud de Miró. En nuestra opinión fue un proceso de pocos años y estuvo
ligado en gran parte a la crisis del 98, que desencadenó un fulgurante proceso
de debate intelectual sobre la problemática político-social, el proyecto
histórico de España y la identidad nacional catalana. Entre 1901 y 1906 el
nacionalismo catalán (y sus reivindicaciones) se presentó definitivamente en
público y fue existencia fue interiorizada en Barcelona y Madrid (con
respuestas divergentes).
Según el historiador David Ringrose [España
1700-1900: el mito del fracaso. Alianza. 1996], que a su vez se basa en la
tesis de Arno Meyer sobre la persistencia del Antiguo Régimen, el primer gran
problema a resolver fue la ausencia de una red de influencias locales catalanas
en Madrid como sí lo había conseguido el resto de la periferia, y en ello fue
esencial la falta de emigración catalana a la capital y la barrera idiomática.
En España el tejido patrimonial de intereses periféricos logró persistir
intacto a través de todos los cambios de régimen, colonizando para ello la
Administración central (en Madrid) mediante el tráfico de influencias. Las
élites locales, para mejor defender sus intereses locales, enviaban a sus hijos
segundos a Madrid, constituyendo así una doble red familiar interconectada: en
Madrid y en los núcleos locales. Así Madrid se conformó como una ciudad sin
madrileños, colonizada demográficamente por la periferia (excepto Cataluña, por
la barrera idiomática para la emigración). Se fundamenta la descentralización
autonómica en la persistencia histórica de las anteriores pautas: aunque la España oficial ha
sido jurídicamente centralista, la
España real ha sido siempre centrífuga. La situación
actual es otra etapa más intensa en la histórica descentralización del país y
remarca la dependencia de la capital respecto a la periferia. Para Ringrose es
un proceso funcional, positivo, pues son las fuerzas dinámicas de la periferia
las responsables del desarrollo español y de la modernidad. Y concluye que
potenciar la variedad regional y nacional es la mejor opción para el futuro.
[15] Bilbeny, Norbert. La cultura política del
Noucentisme. “L’Avenç”, 124 (III-1989): 8.
[16] Costafreda. cap. Del sentimentalisme regionalista
a la proposta nacional, en Riquer. Història. Política, Societat i
Cultura dels Països Catalans. 1995: v. VII, pp.128 y ss.
[17] La primera asociación catalanista, Jove Catalunya,
se fundó en 1870, con Angel Guimerà, Pere Aldavert, A. Aulèstia, Josep Pella,
etc, y lanzaron el diario “La
Renaxensa ” (1871), mejor retitulado como “La Renaixença ” desde 1876,
con Valentí Almirall como nuevo líder. Su tarea era literaria y sus posiciones
políticas muy distintas, pero su reivindicación de la lengua unía en lo
esencial a los bandos y mostró su capacidad de aglutinamiento futuro.
[18] Al principio del sexenio revolucionario (1868-1874),
había dos fuerzas, La
Jove Catalunya y los federales, que se sumaron para formar el
Centre Català, que evolucionó a la
Lliga de Catalunya (1886) y esta a la Unió Catalanista (1891),
de la que se escindió el Centre Nacional Català. Este, a su vez se fusionó con la Unió Regionalista ,
para formar la
Lliga Regionalista , de la que surgió una escisión, el Centre
Nacionalista Republicà.
[19] Las Bases de Manresa fueron el manifiesto del
nuevo catalanismo político. Proclamaba la nacionalidad catalana y reclamaba un
poder político propio, con Parlamento y Gobierno, con el catalán como única
lengua oficial. Era un proyecto conservador, antimodernizador, temeroso de la
industrialización. No se manifestaba sobre el modelo del Estado español (monarquía
o república). El sufragio aún era censatario masculino, corporativo-gremial y
familiar. No podía ser de otro modo, en cuanto que sus miembros procedían
abrumadoramente de la
Cataluña rural tradicional.
[20] La Unión Monárquica Nacional fue dirigida por Alfons
Sala, conde de Egara, desde su feudo de Terrassa y llegó al poder en la Mancomunidad en 1923
gracias al golpe de Primo de Rivera. Su enemistad con la Lliga se hizo legendaria.
[21] Su modelo fue la candidatura unitaria de 1901, para
las elecciones generales del 19 de mayo, que supusieron el fin del caciquismo
de los partidos de turno y el inicio de una nueva etapa en la vida política
catalana. La candidatura unitaria catalanista, conocida como la de los “Quatre
Presidents”, ganó abrumadoramente. La integraban Bartomeu Robert i Yárzabal (conocido
como Doctor Robert, de la Societat Econòmica d’Amics del País), Albert Rusiñol
i Prats (Foment del Treball Nacional), Lluís Domènech i Montaner (arquitecto,
del Ateneu Barcelonés) y Sebastià Torres i Planas (Lliga de Defensa Industrial
i Comercial, de la que era presidente, mientras los otros tres lo habían sido
de sus respectivas instituciones). Pero la Solidaritat Catalana se rompió en
1908 y la Lliga ,
ya en solitario, atravesará numerosas vicisitudes, aunque será la fuerza
dominante en la Cataluña
del primer cuarto de siglo.
[22] AA.VV. Dossier: La Mancomunitat de
Catalunya. “L’Avenç”, 3 (VI-1977)
19-53. / Santacana, Carles. Mancomunitat, el govern dels millors. “El País” Quadern 1.521 (3-IV-2014) 1-2. / Geli, Carles. Albert Balcells / Historiador. ‘La Mancomunitat va fer més feina que partidisme’. “El País” Quadern 1.521 (3-IV-2014) 2-3.
[23] Las dos tesis más fundadas sobre el catalanismo
político hacia el 1900 (decenio más, decenio menos) son contrarias. Según Pere
Anguera (El català al segle XIX. Empúries. Barcelona. 1997) el
nacionalismo catalán en sus orígenes es progresista, en la tradición
republicana federal. Para el profesor, de la universidad de Liverpool, Joan
Lluís Marfany (La cultura del catalanisme: el nacionalisme català en els
seus inicis. Empúries. Barcelona. 1996) es un nacionalismo conservador, de
modo que cuanto más nacionalismo hay más desaparece el republicanismo y el
espíritu de revuelta que le hizo nacer. Marfany -y ya antes Termes- sostienen
que fueron las clases conservadoras catalanas las que empezaron a utilizar la lengua
como símbolo de identidad nacional. Un debate sobre sus ideas se puede seguir
en: Valls, Francesc. Conversa entre Joan Lluís Marfany y Pere Anguera. La
dubtosa paternitat del nacionalisme català. “El País”, Barcelona, Quadern,
763 (20-XI-1997) 1-2. Nuestra opinión sigue en lo esencial la de Anguera,
historiador y catedrático de Historia Contemporánea, que se resume en una
reseña aparecida en “El País”, Quadern (3-VII-1997). Anguera mantiene en su
libro que fue el entorno republicano y liberal el que promovió la
reivindicación de la lengua catalana y no el conservador. Opina que ‹‹el
catalanismo es un movimiento popular de raíces izquierdistas›› y que la falta
de una literatura catalana en el siglo XIX se debe a ‹‹un sistema de
censura-represión poco estudiado y conocido que limitó la aparición de más
obras en nuestra lengua.›› Durante el siglo XIX el catalán fue la lengua
mayoritaria, extensamente hablada en Cataluña, pero se produjo un proceso de
progresiva castellanización de las clases dirigentes, hasta llegar ‹‹a un punto
en los años 1860 en que el catalán estuvo al borde de la extinción.›› A su
juicio, fue el republicanismo federal el que levantó la bandera del catalán como
lengua propia de Cataluña e intentó convertirlo en lengua de comunicación de
todas las actividades de la vida social.
[24] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana.
1978: 44.
[25] El modelo confederal de los imperios centrales fue admirado no sólo
por Prat de la Riba ,
sino también por Almirall, Cambó y otros nacionalistas catalanes, de modo que
algunas reivindicaciones conceptuales del imperialismo pueden leerse bajo una
perspectiva no expansionista, lo que no es el caso de Prat de la Riba , quien claramente aboga
por la conquista de otros territorios. Véase este asunto en Ucelay da Cal, Enric. El imperialismo catalán. Prat
de la Riba ,
Cambó, D’Ors y la conquista moral de España. Edhasa. Barcelona. 2003. 1099
pp. Reseña de Santos Juliá. “El País”, Babelia, nº 632 (3-I-2004) 10. Comentarios
de Andrés de Blas Guerrero. El imperialismo catalán. “El País” (25-VIII-2004)
9. Santos Juliá. De metáforas y juegos:
Cataluña conquista España. “Revista de Libros” 90 (VI-2004) 5 pp. / Sosa Wagner,
Francisco; Sosa Mayor, Ígor. El estado
fragmentado (Modelo austrohúngaro y brote de naciones en España). Trotta.
Madrid. 2006. 220 pp. Reseña de De Blas Guerrero, Andrés. La sombra austrohúngara. “El País”, Babelia 796 (24-II-2007) 11.
[26] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana.
1978: 118.
[27] Ucelay. El imperialismo catalán. Prat de la Riba , Cambó, D’Ors y la
conquista moral de España. 2003: varios caps.
[28] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana.
1978: 118.
[29] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana.
1978: 47.
[30] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana.
1978: 91.
[31] Sobre la visión que se tenía en los círculos
catalanistas sobre Puig i Cadafalch y en general sobre el arte contemporáneo
catalán de los primeros decenios (noucentisme, Maillol, Galí. Aragay, el
galerista Dalmau, el promotor Joan Prats, Miró...) véase Cirici. L’art
català contemporani. 1970.
[32] Es un fenómeno poco conocido la poderosa influencia
ideológica del provenzal Maurras (1868-1952) y de su diario “Action Française” (1908-1944)
sobre el noucentisme catalán y sobre D’Ors en particular. Al respecto, Ricart
fue uno de sus más decididos adeptos en los años 20. Un problema a precisar y
ponderar sin apriorismos es el de su carácter contrarrevolucionario (inspirado
por Burke, Bonald, Maistre) o más bien fascista. Vicente Cacho Viu considera indudable
que el pensamiento orsiano es prefascista, como prueba su admiración por la
Action Française. De acuerdo con E. Nolte Aramburu, la Action Française tuvo
rasgos inequívocamente fascistas (como su feroz antisemitismo inspirado por el
caso Dreyfus). Para Stanley Payne, en cambio, se ha producido una confusión
entre movimientos fascistas y grupos nacionalistas autoritarios, que se deriva
de una coincidencia cronológica de sus épocas de auge. Para el ensayista
Valentí Puig, ‹‹en todo caso, el ideario de Maurras debiera más bien definirse
como autoritarismo monárquico y nacionalismo integral. Es una síntesis
tradicionalista sin organización de masas. Es otro elemento categóricamente
diferenciador que ese monarquismo sin pretendiente carezca del jefe que
todo fascismo reclama.›› [Puig, V. Ahórremonos por fin el “caso D’Ors”. “El
País” Catalunya (3-VIII-1997) 2. / Enciclopaedia Universalis, I. pp.
226-229]. Se ha afirmado el parentesco nacionalista de Barrès y D’Ors [Dupláa,
Cristina. El nacionalisme biològic de Maurice Barrès i Eugeni d’Ors. “L’Avenç”, 105 (VI-1987)
40-45]. Barrès, Bourget y Maurras
defendían el nacionalismo francés, el autoritarismo político, el antisemitismo,
el catolicismo, y, al menos en los años 1890, también el regionalismo y una
descentralización administrativa. Se constituyeron de este modo en la
encarnación de un cierto tipo de intelectual extranjero de alto nivel y
avanzado, justo lo que buscaba el movimiento conservador de intelectuales
catalanistas, hasta que la
Action Française cayó en el centralismo jacobino, lo que tan
tarde como los años 20 le enajenó el aplauso de algunos de los regionalistas
catalanes más inteligentes, como Josep Pla [Panyella, Vinyet. Josep Pla i
J.V. Foix: la polèmica política de dos escriptors. “L’Avenç”, 103-104 (abril-mayo
1987) 18-23].
[33] El círculo más íntimo de Miró durante los años 10 y
principios de los 20 estaba formado por los Ricart, Junoy, Foix, Ràfols..., un
grupo de intelectuales muy ecléctico, atraídos por la estética de la
revolución, pero que en el fondo eran conservadores en sus soluciones políticas
y en algunos casos coquetearon (Foix incluso será considerado fascista en 1924)
y en otros cayeron (Junoy) en el pensamiento reaccionario. La correspondencia
de Ràfols y Ricart está llena de largas parrafadas sobre el catolicismo y
Maurras, Péguy, etc. [Carta de Ràfols a Ricart. Vilanova (12-XII-1920) BMB].
Sólo Miró prescindió o superó decididamente estas influencias.
[34] Rovira. Nacionalisme i federalisme. 1982 (1917):
77-78.
[35] Rovira. Nacionalisme i federalisme. 1982 (1917):
40.
[36] Rovira. Nacionalisme i federalisme. 1982 (1917):
33 y ss.
[37] Rovira. Nacionalisme i federalisme. 1982 (1917):
160-161.
[38] Sobre la prensa diaria en Cataluña véase AA.VV. Dossier:
La premsa diària a Catalunya al segle XX (1900-1966). “L’Avenç”, 18 (VIII-1979)
17-48. Sobre la prensa española véase Fuentes, Juan Francisco; Fernández
Sebastián, Javier. Historia del periodismo español. Prensa, política y
opinión pública en la España
contemporánea. 1998. La prensa catalana contaba con cabeceras tan importantes
como “La Vanguardia ”,
“La Veu de
Catalunya”, “La Publicitat ”,
“El Noticiero Universal”, etc. “La Vanguardia ” (1881) era el diario de la clase
media españolista y desde, 1939, rebautizado como “La Vanguardia Española ”,
fue el diario católico por excelencia en Cataluña, con numerosas páginas
dedicadas a la Iglesia ,
y en parte por ello fue el preferido por la familia Miró durante la posguerra. “El
Correo Catalán” (1876-1964), muy conservador y católico. “La Veu de Catalunya” (1899-1939)
se denominaba popularmente “La Veu ”
y era el diario de la clase media afín a la Lliga Regionalista.
“La Publicitat ”
(1922-1939, de 1878 a
1922 era “La Publicidad ”)
era el diario del partido Acció Catalana y tenía como apéndices el semanal cultural
“Mirador” (en el que Foix, miembro muy activo del partido, promovía a Miró, y
donde saldrán muchas críticas de Gasch sobre Miró) y el semanario satírico “El
Be Negre”. “La Nau ”,
de Rovira i Virgili, sobrevivió entre 1927 y 1933. “El Noticiero Universal” (1888)
era un diario popular, sin una línea política definida. En 1913, los dos
diarios barceloneses más leídos —los artistas publicitados en estas
publicaciones tenían un éxito social y mercantil mucho mayor— eran “La Vanguardia ” (58.000
ejemplares), a la que apuntamos que estaba abonada la familia Miró, y “La Publicitat ” (25.000),
mientras que los demás no alcanzaban los 10.000. [Fernández. Historia del
periodismo español. 1998: 191].
[39] Destacan unas publicaciones, tradicionales o de
vanguardia, casi todas en Barcelona: “Vell i Nou” (1915-1919?), “Revista Nova” (1914-1917),
“Troços” (1916), “391”
(1917), “Un enemic del poble” (1917), “Arc Voltaic” (1917), “L’Instant” (París,
1918, Barcelona 1919). “Gaseta de les Arts” (1924-1927 y otra etapa posterior
en años 30), “Revista de Catalunya” (1924-1932 y 1934), “La ma trencada” (1924-1925).
En localidades menores “L’Amic de les Arts” (1926-1929) en Sitges, y “Art” (1933-1934)
en Lérida. Un resumen bibliográfico (no exhaustivo) sobre las revistas de
vanguardia en Inmaculada Julián. 1910-1940 (457-477), en AA.VV. Arte
catalán (estado de la cuestión). V Congreso del CEHA. 1984.
ENLACES A TEMAS SIGUIENTES.
Arte Miró. Biografía (1893-1919). 2. El nacionalismo en Miró.*
Arte Miró. Biografía (1893-1919). 3. El catolicismo en Miró.*
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