miércoles, octubre 16, 2024

Joan Miró en 1893-1919. 1. El contexto en España y Cataluña.

LA EVOLUCIÓN DE MIRÓ.
Comienzo aquí un recorrido cronológico por la evolución de Miró, dividida en cuatro grandes periodos: el primero en 1893-1919, determinado por sus estudios y actividades iniciales de formación y por las primeras experiencias artísticas, en su tierra natal; el segundo en 1920-1939, conformado por la apertura a las vanguardias europeas en París y por su consolidación como artista profesional; el tercero en 1940-1967, de exilio interior en Cataluña y Mallorca, junto a un creciente triunfo artístico y comercial en el extranjero; el cuarto en 1968-1983, de inmenso triunfo nacional e internacional, al tiempo que disfruta de dos acontecimientos esenciales en la historia del país, la caída del franquismo y la Transición.

1. PRIMER PERIODO: 1893-1919.
El periodo 1893-1919 para Miró transcurre en Cataluña, aunque entreverado con numerosos viajes a Mallorca, y corresponde a su infancia, adolescencia y primera juventud. Al principio, se incluye un capítulo con varios apartados sobre el contexto histórico y la ideología de Miró.
El periodo se divide en tres etapas, 1893-1906, 1907-1914 y 1915-1919, con tres hitos de ruptura: el primero, el inicio de su educación artística académica en 1907; el segundo, el fin de su educación artística en 1914 que anuncia el inicio el año siguiente de su dedicación profesional al arte; el tercero, el evento fundamental de su marcha a París a los 26 años en febrero de 1920.
La etapa de formación (1893-1906) se podría haber dividido biográficamente, aunque ello es poco útil desde una perspectiva artística, en dos fases de siete años: la formación familiar (1893-1900) y la formación escolar (1900-1907), pero le pongo término en 1906 para no solaparla con la etapa posterior.
En la etapa de formación artística académica (1907-1914) señalo tres fases: la formación romántica y modernista en la Llonja con Urgell y Pascó (1907-1910), la crisis personal y definición profesional como artista (1910-1912) y la formación noucentista, con fechas fluctuantes porque Miró se mueve entre la Academia Galí (1912-1915) y el Cercle de Sant Lluc (1913-1918), pero la considero casi culminada a finales de 1914.
En la etapa de sus inicios como artista profesional (1915-1919) apunto dos fases: la de consolidación de la modernidad cada vez más vanguardista a través del fauvismo y luego del cubofuturismo (1915-1917); y, a partir del fracaso de su primera exposición individual en Can Dalmau, una fase realista y detallista en sus inicios (1918-1919), mucho más próxima a una visión mediterraneísta de la naturaleza, que continúa en los inicios del siguiente periodo, ya en París, pues el realismo detallista alcanza su cénit y su final en 1922, con La masía.

1.0. EL CONTEXTO HISTÓRICO E IDEOLÓGICO DEL JOVEN MIRÓ, 1893-1919.
Para comprender la formación de Miró inevitablemente debemos atender al contexto histórico de sus primeros años, por lo que en este capítulo esbozo un resumen del marco político, histórico, económico, social, cultural y artístico de España y, sobre todo, de Cataluña, en el periodo 1890-1919[1], lo que favorece conocer las primeras manifestaciones de la compleja y a veces contradictoria ideología de Miró, que en la mayoría de sus aspectos esenciales varió poco a lo largo de su vida, salvo en la evolución hacia el progresismo político.
En este bloque estudio dos de las más importantes influencias ideológicas en la formación del pensamiento de Miró, el nacionalismo catalán y el catolicismo, que junto a la influencia familiar y de sus amigos intelectuales y artistas determinan también su mezcla de conservadurismo social y de progresismo político, que se verán mejor a lo largo de los distintos periodos, porque un recorrido exhaustivo en un solo bloque quebraría la estructura expositiva diacrónica de esta investigación.
Apunto el grave problema de que falta todavía mucha información, tal como sus agendas privadas, una edición crítica de toda su correspondencia o un estudio completo sobre su biblioteca, aunque sí son conocidas bastantes fuentes importantes. Señalo además que estas dos influencias mayores, el nacionalismo y el catolicismo, se desarrollan desde su infancia y juventud, y continúan siendo muy significativas durante toda su vida.

Las bases ideológicas de Miró.
Las bases ideológicas que Miró asienta durante sus años de formación son esenciales para entender su evolución vital, pensamiento político y estético, y obra, pero se entreveran y separan en dos vertientes, la conservadora derivada del influjo de sus padres, la mayoría de sus amigos y de los líderes noucentistas como Prat de la Riba, y la progresista que parte de las aportaciones de políticos como Rovira y vanguardistas como Salvat-Papasseit.
La primera en llegar es la ideología propia de la clase media catalana a la que pertenecía su familia, en una conflictiva y ecléctica mezcla de ideas: entre la República y la Monarquía, entre el laicismo y el catolicismo, entre el progresismo y el conservadurismo, siempre a caballo entre ambos polos y que a veces degeneraba en radicalismo (el fervor de los conversos es siempre el más apasionado); Francesc Cambó sería el perfecto representante de esta intrincada fusión ideológica, que infunde una gran complejidad a la formación de las ideas del joven Miró, quien vivió sus contradicciones en un tiempo de profundos vaivenes históricos y sociales, de modo que no estuvo exento de dudas y crisis.
En resumen, encontramos en él desde los años de juventud hasta su plena madurez cuatro rasgos ideológicos básicos: un moderado nacionalismo catalán en lo político, un catolicismo muy íntimamente vivido en lo espiritual, un prudente conservadurismo en lo económico y social, y un creciente progresismo en lo intelectual y político. No se pueden separar estrictamente en cuatro apartados porque en muchos aspectos se interrelacionan hasta confundirse inextricablemente (así, el catalanismo y el catolicismo con el conservadurismo; y el mismo catalanismo con el progresismo), sino que adopto una exposición por temas generales, que veremos en su etapa de formación, en el contexto histórico de la Cataluña de los dos primeros decenios del siglo, marcadamente nacionalista, católica y conservadora, pero en la que hay también vetas progresistas que ya penetran, aunque con dificultades, el pensamiento del joven artista.

La situación política española.


La prensa española ardía de pasión por la guerra con EE UU, al principio. La convicción generalizada era que las fuerzas españolas podían incluso invadir Norteamérica.

Los años 1890 fueron años de tensión en todos los órdenes de la vida política, económica, social y cultural del país, como lo prueba el asesinato en 1897 del presidente del gobierno español, Antonio Cánovas, por un anarquista; las crecientes tensiones internas de los partidos conservador y liberal; las huelgas recurrentes... Pero la crisis de 1898 es el gran aldabonazo histórico, pues la Guerra hispano-americana conlleva la pérdida de las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas y marca el final del decadente y ancestral Imperio español y una grave crisis comercial, que debió afectar sobremanera a la familia de Miró, pues toda la actividad económica de Barcelona se resintió del rápido hundimiento del mercado colonial, sobre todo en 1898-1899 y todavía con una resaca menor en 1900-1903. El impacto psicológico no fue menor: la “generación del 98”, el reformismo de Maura, el regeneracionismo de Costa, el definitivo auge del modernismo europeizante, el surgimiento de una alternativa catalanista unida en las elecciones, etc., emanan de esta crisis.
Durante la etapa, llamada del Revisionismo, posterior a la crisis de 1898 tanto los gobiernos conservadores (Silvela, Maura, Dato) como los liberales (Canalejas, Romanones) se enfrentan a los problemas reales de España con desigual éxito, pero sin alcanzar a transformar la situación. Los grandes problemas fueron: la cuestión monárquica, la inestabilidad política, la cuestión militar, la guerra de Marruecos, el enconamiento del regionalismo/nacionalismo, el problema religioso, la conflictividad social.
La cuestión monárquica enlaza con la disputa sobre la forma constitucional del Estado entre los partidarios de la monarquía (y en el seno de estos entre los que querían una Corona muy limitada y los que pretendían un rey casi absoluto) y los de la República, estos crecientes en número con el paso de los años debido a las decepciones que causaba el rey Alfonso XIII, que desde que alcanzó su mayoría de edad (17 de mayo de 1902), quiso ejercer hasta el límite sus grandes prerrogativas constitucionales y las aprovechó para boicotear muchos de los indispensables cambios, acabando de estropear su imagen constitucional con su apoyo a la Dictadura de Primo de Rivera. Es sintomático que Miró jamás mencionara en su correspondencia a Alfonso XIII, lo que contrasta con su posterior deferencia y admiración por su nieto Juan Carlos I, al que sí veía como un rey constitucional.
La inestabilidad política se nutre de las otras cuestiones. Entre 1898 y 1905 desaparecieron los políticos de la Restauración, Cánovas, Castelar, Sagasta y Silvela, a los que sucedieron el conservador Maura y el liberal Canalejas sin llegar a dominar sus partidos, que se desgarrarán en disputas internas: el conservador entre los partidarios de Maura y los de Dato o Juan de la Cierva; el liberal entre muchos aspirantes a partir del asesinato de Canalejas en 1912. Al margen de los dos grandes partidos monárquicos, el liberal y el conservador divididos ambos en numerosas facciones, crecían otros partidos, como el Radical de Lerroux y varios grupos republicanos así como la fuerza del partido socialista PSOE dirigido por Pablo Iglesias, de clara postura antimonárquica, al que se añade a partir de 1920 su escisión comunista, el PCE, todavía más a la izquierda. El resultado fue que la inestabilidad política durante el reinado dañó irreparablemente el débil sistema de la monarquía constitucional: sólo entre 1902 y 1923 se sucedieron 32 gobiernos, con 16 presidentes. La clase política no se renovaba, siempre con los mismos apellidos y las mismas ideas, y no dio soluciones definitivas. Lo peor era la escasa democracia real: la poca participación electoral y el fraude electoral (controlado por el caciquismo) hacían que los cambios de gobierno no obedecieran a cambios en la voluntad general del país sino a crisis internas de los partidos, acontecimientos extraordinarios o la voluntad del monarca. El catalanismo conservador denigró este sistema corrupto e ineficaz, que propendía al centralismo, y es razonable suponer que también Miró rechazó el sistema partidista español, de acuerdo a la visión pequeñoburguesa de que todos los partidos españolistas eran iguales.
El problema militar ya era anterior, pues derivaba del intervencionismo decimonónico y se acrecentó con la plétora de oficiales y generales sobrantes después del desastre de la guerra hispano-estadounidense de 1898 y la subsecuente pérdida de las colonias, pero crece porque el ejército vuelve a inmiscuirse en la política, motivado por la guerra de Marruecos, el crecimiento del regionalismo y del nacionalismo no español en la periferia, y de los problemas sociales de la oficialidad, en concreto los bajos sueldos y pensiones. Los oficiales se organizaron en las Juntas de Oficiales y en las Juntas de Defensa (1916), con lo que formaron un formidable grupo de opinión, lo que explica el soporte que tuvo Primo de Rivera en 1923. El catalanismo propendió a criticar la institución militar, vista como un medio de opresión centralista, y el mismo Miró emitirá juicios bastante despectivos durante su servicio militar en 1915-1917, amén de marcar su permanente oposición a los ideales militaristas.


Soldados españoles tras el desastre de Annual (1921).

La guerra de Marruecos fue un problema largo y costoso, que comenzó en 1909 con un ataque marroquí a Melilla —la inmediata leva forzosa de soldados para acudir en su socorro fue el detonante de la famosa Semana Trágica de Barcelona—, los numerosos y sangrientos combates posteriores, y que en julio de 1921 empeoró con el gran desastre de Annual, donde fueron derrotadas las tropas del general Silvestre, que pasaba por ser un protegido del rey, lo que agravó la crisis del sistema político-constitucional, justo mientras el desorden público crecía en Cataluña. Todo ello precipitó el golpe de Estado del general Primo de Rivera, que consiguió terminar en 1925 el gran problema marroquí con una ofensiva con su aliada Francia. No encontraremos empero en la correspondencia o en las declaraciones de Miró ni una sola referencia al tema marroquí.
El problema de la oposición de los diversos regionalismos y nacionalismos se exacerbó a medida que se consolidaron por un lado el nacionalismo español ligado al liberalismo y el capitalismo de la segunda Revolución Industrial, muy centralista y apoyado en gran parte de los terratenientes y la burguesía, la Iglesia y el Ejército, y por el otro lado los movimientos nacionalistas en Cataluña, País Vasco[2] y Galicia[3], con el apoyo de las clases medias de sus zonas y una marcada vocación centrífuga. Cataluña era la región con un nacionalismo más dinámico, liderado por la Lliga regionalista de Prat de la Riba y en un puesto más secundario por Cambó.
La cuestión religiosa al respecto Canalejas decía que “No hay un problema religioso, sino una problema clerical” se enmarcaba en el enfrentamiento de dos posiciones: un clericalismo de derechas, que dominaba a través de la Iglesia católica la educación y se aseguraba un apoyo social e ideológico en su política conservadora, y un anticlericalismo nutrido del liberalismo, el radicalismo y la izquierda, que se plasmó en la Ley del Candado (1911) promovida por Canalejas que limitaba el número de órdenes religiosas, así como en los violentos ataques anarquistas a la Iglesia (quema de conventos en 1909 y 1917). El catalanismo se dividió ante este problema, aunque fue preponderante la posición clerical entre la burguesía (como la familia de Miró y él mismo durante su juventud), y fue muy minoritaria la anticlerical, nutrida sobre todo del proletariado inmigrante.
El problema social derivaba de la profunda y extensa miseria —un dato basta para ilustrarlo: la esperanza de vida era apenas de 35 años en 1900— y que crecía el enfrentamiento entre las clases sociales tanto en el campo como en la ciudad.


Una escena de trabajo agrícola en 1894 en Calpe.

Existía una oposición en el campo entre los latifundistas y los campesinos sin tierras. Las reformas agrarias de distribución de tierras y los programas de regadíos eran boicoteados por la derecha, representante de los intereses de los latifundistas, mientras que los dos millones de jornaleros y un millón de pequeños propietarios sufrían una miseria que les radicalizaba. Los peores conflictos fueron las ocupaciones de tierras y las huelgas de braceros (jornaleros sin tierras o estas eran tan escasas que no podían vivir sin trabajar para los grandes propietarios) de 1918-1920 en Andalucía y en menor grado en otras zonas, casi siempre organizadas por los anarquistas. Este problema afectó a la familia Miró, aunque tardíamente, en 1936-1939.


El trabajo infantil era considerado positivo para los niños y sus familias.

Y se repetía esta oposición en la ciudad entre los empresarios organizados en patronales y los obreros organizados en el sindicato socialista UGT y el anarquista CNT, que se funda en Barcelona y será dominante entre la clase obrera catalana hasta 1939. Esta confrontación bien organizada se desarrolla en un periodo de cíclicas crisis económicas (1909, 1917, 1919, 1929), con un aumento del desempleo y pérdida de valor de los salarios, que provocaban oleadas de huelgas, cierres patronales, sabotajes, disturbios y terrorismo, que hacía temer a la derecha el estallido de una revolución semejante a la soviética de 1917. Así, la crisis de 1919 llevó en Barcelona a la famosa huelga de la Canadiense (febrero-marzo), seguida de una huelga general (marzo-abril) y al comienzo del pistolerismo (terrorismo mutuo) entre empresarios y sindicalistas, que continuó hasta 1923 (sólo en 1920 hubo casi 400 muertos en las calles de Barcelona y otros tantos en el resto de España), un ejemplo del cual fue el asesinato de Eduardo Dato, presidente del Gobierno, en 1921. No encontraremos, empero noticias de este problema en la correspondencia de Miró. Pero este padeció en su familia el problema, pues en 1936 los anarquistas asesinaron a su cuñado y él mismo tuvo que exiliarse para evitar que le pasara lo mismo, pues le consideraban miembro de la clase social de los grandes terratenientes.
Los programas políticos de reforma ante tan amplia y profunda problemática pretendían superar la inercia del bipartidismo conservador / liberal de Cánovas y Sagasta. Los tres proyectos más señalados fueron el Regeneracionismo[4] y las propuestas de Maura[5] y Canalejas[6]. Pero sus grandes ambiciones quedaron frustradas, tras pequeños logros. Las reformas sociales fueron muy tímidas[7], pero si a la derecha le parecían excesivas a la izquierda le parecieron insuficientes. Los reformistas acabaron perdiendo la paciencia y la confianza, y los catalanes fueron los más especialmente desengañados porque en Cataluña los problemas se juntaban todos con especial énfasis, salvo tal vez el agrario, más moderado en a mayor parte del territorio. España aparecía como un país enfermo, que jamás acababa de curar sus heridas, y este fracaso tuvo graves consecuencias, una de las cuales fue el progresivo alejamiento afectivo de la juventud catalana respecto al concepto ideal de España y la consiguiente aparición de un creciente separatismo con el que Miró flirteó durante años.
Todas estas cuestiones desembocan y se entrecruzan en las grandes crisis de 1909, 1917 y 1923, en las que la guerra de Marruecos será un decisivo factor común. Miró sufrirá en particular la segunda, al coincidir con su servicio militar.

Cataluña: la sociedad y la economía, las crisis y la prosperidad.
La infancia de Miró se desarrolló en Cataluña en una época de auge cultural y artístico, gracias en gran parte al fuerte crecimiento económico (concretado en la expansión de la industria textil, corcho, maquinaria, química, electricidad, etc.) y la continua y profunda diversificación social (a partir de esta época es evidente la complejidad de la estratificación de las clases medias catalanas) pero en un marco de continuas crisis, que generaban una crónica miseria social.
Las crisis políticas, económicas y sociales que sufrió España y por extensión Cataluña durante los dos últimos decenios del siglo XIX, aunque no pararon el progreso a largo plazo de la economía, explican muchas de las numerosas y divergentes respuestas políticas e ideológicas de la sociedad catalana.[8] En las calles del centro urbano de Barcelona el ambiente social durante los años 1890 era desesperanzador —es en este ambiente de fuerte conflictividad social que sucede el 7 de noviembre de 1893, cuando Miró cuenta unos pocos meses, el famoso atentado anarquista del Liceo de Barcelona—. Las crisis de la filoxera a principios del decenio y la guerra de Cuba al final empujaron a la urbe a un tropel de campesinos arruinados, que intentaban escapar a la miseria y a la falta de trabajo de las comarcas rurales. Muchas mujeres caían en la prostitución o reemplazaban, con muy bajos sueldos, en las fábricas a los hombres, que quedaban a su vez en el paro, y vagabundeaban o se reunían en las tabernas, aumentando la delincuencia y el alcoholismo.


Un poblado de barracas en la playa de Barcelona en los inicios del siglo XX. [https://catalunyaplural.cat/es/barraquismo-pasado-presente-y-futuro/]

Pere Garcia i Fària nos describe la acongojante situación en 1899, cuando Miró tenía seis años (y recordemos cuanto le gustaba callejear):
‹‹(...) desconsolador por lo repugnante es el cuadro que ofrecía Barcelona en 1899. Tropezábase en todas partes con ancianos cubiertos de pringos; hombres demacrados cuyos rostros denotaban las huellas de la devoradora anemia, mujeres sucias y desgreñadas; seres inútiles exponiendo al público sus atrofiados miembros o la falta de alguno de ellos; idiotas, ciegos, paralíticos y mudos, agitando campanillas y lanzando gritos guturales; y finalmente huestes de tiernas criaturas, especie de monos sabios que, al acercarse al viandante solicitando una limosna, las más de las veces lo hacían con exclamación desgarradora: ¡tengo hambre!››[9]
Por su parte, la burguesía industrial catalana, sobre todo la algodonera, dependía del proteccionismo aduanero, más aun en ese contexto de repetidas crisis, por lo que se oponía a la progresiva liberalización aduanera impulsada por los gobiernos centrales. Esto conllevó en los decenios de 1870 y 1880 su creciente apoyo al nacionalismo catalán, utilizado como vía de expresión en Madrid de sus intereses, que culminó en el triunfo proteccionista de 1891 y la inmediata retirada del apoyo a los catalanistas progresistas, que se oponían a las guerras coloniales, mientras que la burguesía industrial apoyaba la represión contra los independentistas en la segunda Guerra de Independencia de Cuba, que había comenzado en 1895.
Sólo una parte, aunque ciertamente decisiva, de las raíces del catalanismo eran conservadoras, y en este ambiente mixto se entiende que Lluís Millet y Amadeo Vives funden en Barcelona en 1894 el Orfeó Català, para promover la música catalana, y que al principio no consigan muchos apoyos. Pero la crisis de 1898 cambió la situación: perdidas las colonias y sus mercados, la burguesía catalana se pasó en masa a las filas catalanistas, como única vía para regenerar el país, dada la ineficacia del bipartidismo español. Un hito en esta dirección es cuando Prat de la Riba y un grupo de catalanistas fundaron el diario “La Veu de Catalunya” en 1899. Miró creció en un ambiente de fervoroso nacionalismo emergente, determinado por una crítica coyuntura económico-social.
Pero de todas estas crisis resurgió con fuerza la economía catalana, con una vitalidad rotunda, desde 1900 en los “años eléctricos” de la Segunda Revolución Industrial, con nuevas fuentes de energía (electricidad y petróleo), un activo comercio, luego la demanda de los beligerantes en la I Guerra Mundial, el optimismo social... El alucinante y cruel cuadro de miseria de 1899 ya no se repetirá, pese a que las crisis vuelvan con mayor o menor relativa gravedad. La idea consecuente difundida por los intelectuales nacionalistas fue que los catalanes solos bien que podían capear sus problemas, sin necesitar al resto de España.
La lucha de clases sociales fue enconada y permanente en esta época. El problema del terrorismo anarquista coleaba desde los años 1890 (con el hito del famoso atentado del Liceo de Barcelona en 1893, medio año después del nacimiento de Miró) y perduró en las tres primeros decenios del siglo XX. Las huelgas volvían cada poco tiempo, con años especialmente duros y con eventos como la huelga general en Barcelona del 16 al 24 de febrero de 1902, que acabó con la declaración del estado de guerra, y que reflejaba el durísimo enfrentamiento entre, por un lado, los sindicatos UGT (socialista)[10] y, sobre todo, CNT (anarquista y mayoritario), y por el otro las patronales catalanas, que desembocó alrededor de 1920 en un pistolerismo desatado entre ambos bandos.
A su vez, en el campo hubo a lo largo de los primeros decenios del siglo XX un conflicto entre el sindicato agrario de la Unió de Rabassaires, mayoritario en el campo catalán desde 1922 a 1939, y la asociación de grandes y medianos terratenientes del Institut Agrícola Català de Sant Isidre (IACSI).[11]
Concretamente, en Mont-roig, como en el resto del Camp de Tarragona, se sufría especialmente esta problemática social agraria[12], pero los peores momentos llegaron en 1936, afectando directamente a la familia de Miró.[13]

El catalanismo y la política catalana hacia 1900.
Cataluña era la zona periférica de España con un nacionalismo identitario más dinámico. La importancia del nacionalismo catalán[14] en los años de juventud de Miró proviene en gran medida de la masiva aceptación hacia 1900 de la tesis decimonónica (de raíces idealistas y románticas) de que tener una identidad nacional era un prerrequisito para hallar una identidad personal —esto Miró lo tuvo siempre presente— y que la realización nacional de los pueblos era el motor de la historia, así como el principal factor de unidad social. La búsqueda y la consolidación de una identidad nacional se convertirá, pues, en un tema candente hasta hoy mismo. Pero no había hacia 1900 una estricta unidad en esta tarea: había demasiados intereses diversos en la sociedad catalana. Su máxima expresión ideológica será, a continuación del modernismo y durante dos decenios (hasta la dictadura de Primo de Rivera) el noucentisme, que es una base ideológica y estética fundamental en la juventud de Miró, pues el regionalismo y el catalanismo político polarizaron la cultura catalana a favor de sus ideales a partir de mediados del s. XIX, hasta la quiebra histórica de 1939, como Bilbeny afirma:
‹‹L’aparició del regionalisme i, després, del catalanisme polític, provocarà que pràcticament durant un segle des de mitjan segle XIX la cultura catalana hagi estat fortament polaritzada vers la política i, indiscutiblement, vers la reivindicació nacionalista de Catalunya. En part, perquè el catalanisme emergia també del mateix àmbit cultural: el romanticisme es consubstancial a la Renaixença. En part, perquè el caràcter resistencial, si no emancipatori, del catalanisme polític, en moltes de les seves interpretacions, constituïa, i constitueix encara, un considerable centre d’atenció i d’adhesió per als qui tenen per costum reflexionar.››[15]
A lo largo del proceso histórico en la Cataluña de la segunda mitad del s. XIX, el nacionalismo asumió formas políticas cada vez más organizadas, más enraizadas en la sociedad catalana.[16]
Durante la Restauración, el catalanismo surgió de tres tradiciones: La “republicana federal”, con Valentí Almirall y su Centre Català, que proponía controlar y reformar España desde Cataluña, lo mismo que defendía Pompeyo Gener. La “cultural”, representada por la flor de los intelectuales catalanes, aglutinados en “La Renaixença” (1871-1905).[17] La “católica tradicionalista”, con su órgano de prensa “La Veu de Montserrat” (1878-1900) y dirigida por el obispo Josep Torras i Bages, que será un factor fundamental en la derecha política catalanista.
Dada esta pluralidad, el catalanismo se organizó en una compleja trama de organizaciones.[18] El Centre Català de Valentí Almirall será el tronco político común del catalanismo, cuando, en contacto y colisión con las otras dos tradiciones se bifurque en derecha (la Lliga: Prat de la Riba, Cambó, Puig i Cadafalch...) e izquierda (Acció Catalana y Esquerra Republicana: Rovira, Macià...).
El ideario de estos grupos era muy heterogéneo, tanto en la derecha como en la izquierda, pero hay bastante consenso en que su sentir más radical lo representaban las conclusiones del congreso de los republicanos federales de 1883 y que el sentir mayoritario está reflejado en las “Bases de Manresa” (marzo 1892), redactadas en la Casa de Juntas del Ayuntamiento, que fueron el programa político de la Unió Catalanista, según unas pautas federalistas y tradicionales.[19]
El núcleo de la revista “L’Avenç” sucedió a Almirall en su impulso y lanzó el modernismo en su vertiente más rupturista, con Brossa, Alomar y Maragall (este desde el cristianismo), hasta el culmen de la etapa noucentista de Eugenio d’Ors, cuando el catalanismo promovió una auténtica “cultura oficial” desde la Mancomunidad de Prat de la Riba.


Los principales líderes de la Lliga en 1901.

La Lliga Regionalista, dominada por Prat de la Riba, y por otros dirigentes importantes como Cambó y Puig i Cadafalch, era fundamentalmente conservadora y fue el partido dominante en Cataluña entre su fundación en 1901 y 1922, en competición en Barcelona con los republicanos de Lerroux, hegemónicos en la ciudad hasta 1914, y en el resto de Cataluña con conservadores y liberales, amén de la Unión Monárquica Nacional.[20]
Prat de la Riba fundó la Lliga Regionalista el 25 de abril de 1901 y la dirigió ya en su primer congreso del 24 de mayo del mismo año. El primer gran éxito de la Lliga llegó en 1906, cuando aglutinó a los partidos catalanistas en la gran coalición de Solidaritat Catalana[21], que arrasó en las elecciones siguientes y marcó el camino que conduciría en 1914 a la autonomía administrativa de las cuatro provincias catalanas, reunidas en la Mancomunidad o Mancomunitat[22] de Cataluña(1914), el gran logro de Prat, que la presidió hasta su muerte en 1917, abriendo un periodo de cierta autonomía catalana, muy restringida pues no cabe hablar de autogobierno, y realizando una gran labor económica, social y cultural hasta que la Dictadura de Primo de Rivera la clausuró en 1925, con lo que se ganó la firme enemistad del nacionalismo catalán (y de Miró).

Las dos posturas ideológicas del nacionalismo catalán: derecha e izquierda.
Derecha e izquierda combatieron por la hegemonía en el ámbito del nacionalismo catalán desde sus inicios hasta 1936.[23] Ya en 1904 la Lliga Regionalista se escinde en dos ramas, conservadora y progresista, y aunque cuando el rey visita Barcelona en abril se ponen de acuerdo para organizar actos de afirmación catalanista, batallaron en otros frentes, como el dominio de los movimientos modernista y noucentista, cada uno a su vez escindido en dos corrientes. En el modernista durante un tiempo será mayoritaria la progresista de Brossa y su grupo por encima de la conservadora de Gaudí y otros independientes, al revés que en el noucentista, en el que siempre dominó la conservadora de D’Ors sobre la tibiamente progresista de Feliu Elias. En mi opinión, Miró se sintió escindido entre ambas corrientes, progresista y conservadora, y a la postre no tomaría partido por ninguna de ellas, porque esta indefinición le era necesaria a su tranquilidad de espíritu y le permitía sostener tanto el principio tradicionalista de Prat como el democrático de Rovira, los cuales esbozo a continuación.


Enric Prat de la Riba, el autor de esta época que más hizo por definir a Cataluña como nación, definirá el catalanismo como ‹‹el sentimiento de patria catalana.››[24] Esto es, propone a Cataluña como Patria (una auténtica nación) y a España como Estado (una formación política secular pero estrictamente estatal, sin raigambre nacional, salvo el intento de Castilla de desarrollar una nación castellana-española), un proyecto que luego articularía Francesc Cambó con su intento de reformar España de acuerdo a los intereses catalanistas. Prat de la Riba no fue sólo un político carismático sino también uno de los principales promotores doctrinales del catalanismo.
Su formación germánica explica que adoptara las doctrinas historicista y nacionalista de Savigny y Niebuhr y las adaptara a la realidad catalana y española, a fin de conseguir un “Imperio ibérico” según los modelos del alemán o el austro-húngaro[25], un Imperio regido por un emperador (el monarca español), que comprendería unos reinos independientes, desde Cataluña a Portugal, unidos en un Jefe del Estado y un gobierno central con unos poderes limitados por la Constitución federal. Sería un Estado fuerte, sano e imperialista que podría ‹‹altra vegada expansionar-se sobre les terres bàrbares, i servir als interessos d’humanitat guiant cap a la civilització als pobles endarrerits i incultes.››[26]
Esta posición imperialista se explica en gran parte por la necesidad de contar con el apoyo de la burguesía industrial y comercial, que deseaba mercados coloniales y, asimismo, por la evocación de la Corona de Aragón y su mítica expansión mediterránea en la Edad Media. Ucelay (2003) lo explica como un intento del catalanismo de encajar la construcción nacional de Cataluña dentro del Estado español, en dos direcciones u objetivos políticos, el primero conseguir una unidad cultural hacia dentro de Cataluña, y el segundo utilizar un proyecto imperial para resolver sus diferencias con el resto de España, un imperialismo con dos vertientes, un dominio económico en el interior del país y una expansión colonial en el exterior.[27]
Prat de la Riba busca el espíritu nacional que sustente la nacionalidad y precisa que los historiadores lo encontraron en las creaciones literarias, musicales y artísticas: ‹‹(...) s’han topat amb l’ànima dels pobles, refosa en el bronze de les estàtues, traspuant pel color i les figures de les obres dels pintors, grontxant-se en les tonades del mestres, inspirant catedrals i monestirs, llotges i palaus››.[28]
Este catalanismo necesitaba reivindicar un específico arte nacional catalán, al que cabrá restaurar y presentar didácticamente en museos. Es así que en 1902 se crea en Barcelona la Junta Municipal de Museos y Bellas Artes, que enseguida organiza una gran exposición de arte antiguo en el Museo Municipal de Bellas Artes (en el Salón de la Reina Regente desde su inauguración en 1891 y hasta su traspaso al Museu d’Art i Arqueologia de Barcelona en el Parc de la Ciutadella en 1915), con 1.890 obras de colecciones públicas y privadas que concita el interés del público y la crítica; y que la familia Miró probablemente visita; al parecer Miró seguirá acudiendo a menudo en los años siguientes, hasta 1915 al menos.
Los historiadores (Pijoan, Puig i Cadafalch, Gudiol), críticos (Folch i Torres), prelados (Torras) y políticos (Prat de la Riba) escogieron y ensalzaron las dos grandes manifestaciones artísticas del reino independiente catalán: el románico en la pintura y la escultura y en cambio el gótico en la arquitectura, sin desdeñar empero los otros estilos y artes, incluso las menores como la orfebrería. Esto es, todo lo catalán es valioso, pero hay unos estilos y unas artes dentro de ellos que representan de una manera más excelsa el llamado “espíritu catalán”. Prat de la Riba precisa ese ideario con claridad: ‹‹Els historiadors de l’art ens parlaven del caràcter nacional com d’una gran força emmotlladora de les obres dels artistes, del caràcter nacional que cercaven en les capes més profundes, més fortes, més permanents de les formacions humanes, per sota de les modes que passen, per sota de la història que muda, per sota de les civilitzacions que cauen...››[29] Y añade: ‹‹La unitat de l’ideal artístic de la nostra nacionalitat va encarnar-se també en el naturalisme severíssim, senzill i ben proporcionat de l’art romànic, que és l’art del nostre poble, el que ha tret més ufana en tots els països de llengua catalana; com apareix també en l’aire especial, en la fesomia ben nostra de l’arquitectura gòtica, que, vinguda de terres del Nord, no llevà entre nosaltres, sinó després d’emmotllar-se a les exigències del geni de la nostra raça.››[30]
No puede obviarse el influjo de estas ideas sobre la generación noucentista (el político, arquitecto y tratadista del románico Puig i Cadafalch[31] hará de puente entre el XIX y el XX y D’Ors será quien legitimará definitivamente la relación entre arte medieval y modernidad) y esta a su vez influirá directamente sobre Miró (sus declaraciones son siempre coherentes en este sentido) y sus contemporáneos. Desde entonces en Cataluña será dominante la idea de la ecuación de arte nacional catalán románico/gótico.
Las bases ideológicas del conservadurismo catalán cambiarán a partir de 1910, en la llamada generación noucentista, y aunque son aún objeto de debate y polémica, razonablemente podemos rastrearlas en el diálogo entre el catolicismo catalán y la derecha católica francesa, agrupada en la Action Française, con un pensador tan influyente como Maurras.[32] En aquel tiempo de crisis parlamentaria, de crisis noventayochista, parece ser avasallador el impacto del ideario de la Action Française en los círculos políticos más conservadores y católicos de Cataluña, los del entorno social de Miró, y especialmente de sus amigos Ràfols i Ricart.[33]


Antoni Rovira i Virgili es el representante más influyente sobre los jóvenes catalanistas progresistas. Once años mayor que Miró, fue el punto equidistante respecto al reformista conservador Prat de la Riba. Un decenio después de la obra cimera de Prat de la Riba, publicaba en 1917 su libro Nacionalisme i federalisme, que influirá decisivamente en la conformación del pensamiento más progresista dentro del catalanismo, en directo contrapunto a la posición conservadora de Prat de la Riba. Fue escasa su preocupación por el tema de la raíz artística de la nacionalidad, pues para este liberal demócrata y nacionalista federal sólo la voluntad del pueblo es el factor determinante del sentimiento nacional y del derecho a ser independiente: ‹‹El catalanista és el català amb consciència nacional.››[34] Remarca que ‹‹cada poble amb voluntat de ésser lliure (sigui o no una nacionalitat perfectamente classificada com a tal), té el dret a constituir un Estat››.[35] Por lo tanto, considera que los fundamentos del derecho nacional a la soberanía según Prat, tales como el determinismo geográfico[36] o la tradición del espíritu (en ella la del arte), no son factores legitimadores per se. En suma, el espíritu es necesario para dar vida a la nación, pero no le otorga el derecho a ser independiente.
Con todo, Rovira, como Prat, también sostenía grandes prejuicios raciales y defendía que hay pueblos superiores con derechos nacionales y pueblos inferiores, ‹‹subnacionals››, que deben ser sometidos y colonizados debido a su inmadurez.[37] Contra esta doctrina imperialista que contaminaba el discurso teórico tanto de la derecha como de la izquierda en toda Europa se levantarán pocas voces (los comunistas y anarquistas), hasta después de la I Guerra Mundial, cuando surgen los grupos dadaísta y surrealista, que defienden un anticolonialismo radical que, al parecer, convencerá a Miró desde su estancia en París, aunque sus declaraciones al respecto constan sólo desde los años 60.

La Renaixença cultural.
En lo cultural, es sabido que la Renaixença catalana fue un exitoso empeño de las clases sociales dominantes en Cataluña por recuperar la lengua y la cultura propias en un contexto no aislacionista. Tuvo dos grandes tendencias:
La conservadora, representada al principio por los Jocs Florals, y dominada por la burguesía y la Iglesia. La mayoría de los poetas cultos se engloban en esta corriente, que defenderá un catalán arcaizante, que tome palabras del latín y el francés, rechazando los castellanismos. Destaquemos como ejemplo que Joan Maragall publica en 1895 sus Poesies, poemario que transita del romanticismo al modernismo e influye decisivamente sobre la juventud vanguardista catalana. Miró leerá regularmente la poesía culta de la Renaixença, como comprobaremos en los apartados siguientes.
La popular, representada por el teatro popular y los semanarios satíricos de tendencia republicana “La Campana de Gràcia” y “L’Esquella de la Torratxa” (1879). Defenderá un catalán popular, tal cómo se habla, abierto a castellanismos si el pueblo los acepta. Es en esta vertiente que el dramaturgo Àngel Guimerà estrena en Barcelona en 1896 Terra baixa. Miró será partidario de esta postura, como atestiguan sus cartas.
Hacia 1900 el movimiento de la Renaixença había logrado asentarse firmemente en la sociedad catalana hasta el punto de que en el s. XX habrá una permanente pugna entre catalanistas y españolistas, temerosos estos de que los primeros les arrumben.
Un fenómeno concomitante en el auge cultural es el desarrollo de la prensa catalana[38], que aumentó extraordinariamente su difusión e influencia en los primeros decenios del s. XX y que se debe relacionar con el desarrollo de las revistas de vanguardia[39] en Cataluña. La labor de creación de instituciones y empresas culturales por parte de la Mancomunidad catalana gracias a Prat será la clave de bóveda del proceso: el Institut d’Estudis Catalans, los museos, las instituciones educativas... hasta el último logro de Prat, en julio de 1917, la fundación de la Editorial Catalana en la que se editarán decenas de traducciones de los clásicos extranjeros (Dante, Shakespeare, Gide, Valéry...), libros que, como demuestran los apuntes de Miró, serán una parte esencial de sus lecturas en los próximos decenios.

NOTAS.
[1] Un resumen de la historia política, económica y social española de principios de siglo en Juan Pérez de Ayala. La generación del 14. Veinte años de vida española 1906-1926. *<La generación del 14, entre el novecentismo y la vanguardia (1906-1926)>. Madrid. Fundación Cultural Mapfre Vida (26 abril-16 junio 2002): 229-239. Otro resumen, centrado en las relaciones históricas y culturales entre Madrid y Barcelona en *<Barcelona-Madrid 1898-1998>. Barcelona. CCCB (22 septiembre 1997-18 enero 1998): Marc històric (44-93), con artículos de José-Carlos Mainer para 1898-1914 (44-53); Jordi Casassas para 1914-1931 (54-63). Un libro sencillo de consulta a la vez para la Historia de Cataluña y de Baleares, de Ardit, Balcells y Sales, Història dels Països Catalans. De 1714 a 1975 (1980). Un libro adecuado para conocer la Barcelona de 1890-1900 de Cristina Mendoza (directora del MAM de Barcelona) y el novelista Eduardo Mendoz, Barcelona modernista (1989). Sobre la ciudad de Barcelona y la política municipal véase AA.VV. Dossier: L’Ajuntament de Barcelona (1901-1983). “L’Avenç”, 52 (VIII-1982) 37-53. Sobre el noucentismo y su contexto histórico, social y cultural véase Suárez, Ana. En torno al Novecientos. “Prohemio”, nº 2-3 (1975) 359-383. / AA.VV. Dossier: La Barcelona del 1900. “L’Avenç”, 9 (X-1978) 17-48. Sobre el arte del periodo véase Cirici. L’art català contemporani. 1970. La abundancia de fuentes históricas a veces difumina que para conocer la vida cotidiana entonces nada mejor que la literatura, tanto la de ficción como la de memorias. En la primera destaca una novela de Santiago Rusiñol, L’auca del senyor Esteve (1907). En la segunda podemos seleccionar tres obras extraordinarias, las memorias de Agustí Calvet “Gaziel”, Tots els camins duen a Roma. Memòries: Història d’un destí (1893-1914) (1959), Joan Puig i Ferreter, Camins de França (1934) y Josep Maria de Sagarra, Memòries (1954). Estos autores nos explican la educación hacia 1890-1910, la difícil vida en las calles de Barcelona, la atracción irresistible de Francia sobre la juventud catalana, las angustias de una generación dividida entre la presión familiar de “sentar la cabeza” y el ansia de dedicarse al arte o la literatura, la reivindicación del catalanismo, la generación noucentista...
[2] El País Vasco, con un movimiento nacionalista más débil, de ideas xenófobas (Sabino Arana), organizado en el Partido Nacionalista Vasco (PNV), que sólo contó con bases campesinas y de las clases medias, sin el apoyo de la alta burguesía ni del proletariado.
[3] Galicia tenía el nacionalismo más débil, y sólo se estructuró a finales del reinado de Alfonso XIII, ya con un matiz republicano, en la Organización republicana gallega autonomista (ORGA). Por contra, se afirmó un nacionalismo español, que pretendía negar sus derechos a las regiones y nacionalidades.
[4] El desastre de 1898 convulsionó las conciencias críticas con el sistema y abrió paso a la idea de una regeneración del país. El aragonés Joaquín Costa fue la gran figura intelectual del Regeneracionismo, con su lema de “Despensa y escuela”: una reforma económica y cultural del país. La praxis fue menos ambiciosa, aunque el gobierno del conservador Silvela (1899-1901) inició la reforma económica y la anticaciquil de la administración local. Pero su fracaso radicalizó al país: el radicalismo republicano nace entonces.
[5] El conservador Antonio Maura presidió varios gobiernos entre 1904 y 1909, con un ambicioso programa reformista, que se resumía en su lema “o hacemos la revolución desde arriba o nos la hacen desde abajo”. Pero su política opuso un gran bloque de la derecha apoyada por la Iglesia y un bloque de izquierda (liberales, radicales republicanos...) que aprovechó el comienzo de la guerra de Marruecos (1909), los excesos en la represión del levantamiento popular de Barcelona y el terrorismo para forzar la caída de Maura. Aunque volvió al poder en otras ocasiones, lo mejor de su carrera política había terminado.
[6] Después del gobierno Maura, siguiendo el turno, llegó el gobierno liberal dirigido por Canalejas (1909-1912). Su programa reformista era la continuación del regeneracionismo y del maurismo y consistía en cuatro puntos: Ley del Candado (1911), que prohibió el establecimiento de nuevas órdenes religiosas. Propuesta de una Mancomunidad para Cataluña (aprobada más tarde, en 1914). Moderación en la represión de las huelgas de 1911-1912. Intervención en Marruecos: ocupación en 1911 de Larache, Arcila y Alcazarquivir, para frenar el intento de Francia de entrar en la zona española. Pero el programa quedó inacabado debido a su asesinato en 1912, por un terrorista anarquista.
[7] Creación del Instituto de Previsión Social (1908), jornada laboral de ocho horas (1920), creación del Ministerio de Trabajo (1920).
[8] En 1866 la crisis financiera había provocado el descontento popular y, a la postre, la caída de Isabel II en 1868. En 1876-1886 se producía la febre d’or, un periodo de extraordinario desarrollo económico, sobre todo financiero e industrial, justo cuando el padre de Miró se abría camino y consolidaba su posición económico-social en Barcelona. Pero pronto se encadenaron varias crisis: en 1886 el dramático final de la febre d’or, en 1892-1894 la gran crisis vitícola de la filoxera (cuando esta llega a los más grandes viñedos del Penedés y otras comarcas), la guerra de Cuba (1895-1898) y la pérdida de los mercados de las colonias (1898), con la aguda crisis de sobreproducción de los años posteriores, con un hecho tan sintomático como el “tancament de caixes” de 1899, que consistió en un boicot de los comerciantes e industriales catalanes (especialmente los de Barcelona y el padre de Miró no sería una excepción), que se negaron a pagar el aumento de los impuestos de actividades económicas.
[9] Garcia i Fària, en Riquer. Història. Política, Societat i Cultura dels Països Catalans. 1995: v. VII, p. 64-65.
[10] En Barcelona fue donde surgieron tanto el PSOE (1882) como la UGT (1888), pese a la creencia común de que son organizaciones de origen madrileño. Pero su implantación en Cataluña fue relativamente escasa hasta los años 30, debido al predominio anarquista.
[11] AA.VV. Dossier: La qüestió rabassaire. “L’Avenç”, 10 (XI-1978) 17-40. Sobre la implantación de este sindicato agrario IACSI véase: Planas i Maresma, Jordi. LInstitut Agrícola Català de Sant Isidre (156-157). en Riquer (dir.). Història. Política, Societat i Cultura dels Països Catalans. 1995. v. 9. De la gran esperança a la gran ensulsiada 1930-1939. 1999.
[12] En Mont-roig, después del auge asociativo de 1931, había en 1933 dos sindicatos (asociados al IACSI) de propietarios agrarios, el Sindicat Agrícola de Mont-roig (fue fundado en 1917 y aún subsistía en 1982 con 475 socios) y el Sindicat Agrícola Montroigense. Es muy probable que los padres de Miró fuesen socios, porque el porcentaje de propietarios afiliados era altísimo. Enfrente, había una asociación anarquista de campesinos fundada en 1910, mientras que no surgió una sección de la Unió de Rabassaires, ni siquiera durante la II República (al menos hasta 1933).
[13] En 1934 los dirigentes del IACSI se aliaron con la CEDA, esto es con la derecha centralista y en la represión republicana del verano de 1936 más de un centenar de propietarios del IACSI fueron asesinados, entre ellos Jaume Galobart, el cuñado falangista de Miró.
[14] Sobre el tema de la formación ideológica del nacionalismo catalán a finales del siglo XIX y principios del XX evitaremos la paráfrasis de los muchos trabajos científicos disponibles y nos remitimos al apartado siguiente de esta tesis sobre las dos tendencias del nacionalismo, de Prat y de Rovira. En la bibliografía hay las referencias básicas sobre el tema y proponemos la lectura de unas fuentes primarias esenciales (Almirall, Prat de la Riba y Torras) y entre los estudios más conseguidos destacamos los de Anguera, Balcells, Gabriel, Galí, Marfany, Riquer et al, Soldevila, Termes y Trías. No entraremos en otras causas históricas, económicas, etc., del nacionalismo catalán, pues aquí sólo nos interesa su consolidación en cuanto coincidió con la infancia y juventud de Miró. En nuestra opinión fue un proceso de pocos años y estuvo ligado en gran parte a la crisis del 98, que desencadenó un fulgurante proceso de debate intelectual sobre la problemática político-social, el proyecto histórico de España y la identidad nacional catalana. Entre 1901 y 1906 el nacionalismo catalán (y sus reivindicaciones) se presentó definitivamente en público y fue existencia fue interiorizada en Barcelona y Madrid (con respuestas divergentes).
Según el historiador David Ringrose [España 1700-1900: el mito del fracaso. Alianza. 1996], que a su vez se basa en la tesis de Arno Meyer sobre la persistencia del Antiguo Régimen, el primer gran problema a resolver fue la ausencia de una red de influencias locales catalanas en Madrid como sí lo había conseguido el resto de la periferia, y en ello fue esencial la falta de emigración catalana a la capital y la barrera idiomática. En España el tejido patrimonial de intereses periféricos logró persistir intacto a través de todos los cambios de régimen, colonizando para ello la Administración central (en Madrid) mediante el tráfico de influencias. Las élites locales, para mejor defender sus intereses locales, enviaban a sus hijos segundos a Madrid, constituyendo así una doble red familiar interconectada: en Madrid y en los núcleos locales. Así Madrid se conformó como una ciudad sin madrileños, colonizada demográficamente por la periferia (excepto Cataluña, por la barrera idiomática para la emigración). Se fundamenta la descentralización autonómica en la persistencia histórica de las anteriores pautas: aunque la España oficial ha sido jurídicamente centralista, la España real ha sido siempre centrífuga. La situación actual es otra etapa más intensa en la histórica descentralización del país y remarca la dependencia de la capital respecto a la periferia. Para Ringrose es un proceso funcional, positivo, pues son las fuerzas dinámicas de la periferia las responsables del desarrollo español y de la modernidad. Y concluye que potenciar la variedad regional y nacional es la mejor opción para el futuro.
[15] Bilbeny, Norbert. La cultura política del Noucentisme. “L’Avenç”, 124 (III-1989): 8.
[16] Costafreda. cap. Del sentimentalisme regionalista a la proposta nacional, en Riquer. Història. Política, Societat i Cultura dels Països Catalans. 1995: v. VII, pp.128 y ss.
[17] La primera asociación catalanista, Jove Catalunya, se fundó en 1870, con Angel Guimerà, Pere Aldavert, A. Aulèstia, Josep Pella, etc, y lanzaron el diario “La Renaxensa” (1871), mejor retitulado como “La Renaixença” desde 1876, con Valentí Almirall como nuevo líder. Su tarea era literaria y sus posiciones políticas muy distintas, pero su reivindicación de la lengua unía en lo esencial a los bandos y mostró su capacidad de aglutinamiento futuro.
[18] Al principio del sexenio revolucionario (1868-1874), había dos fuerzas, La Jove Catalunya y los federales, que se sumaron para formar el Centre Català, que evolucionó a la Lliga de Catalunya (1886) y esta a la Unió Catalanista (1891), de la que se escindió el Centre Nacional Català. Este, a su vez se fusionó con la Unió Regionalista, para formar la Lliga Regionalista, de la que surgió una escisión, el Centre Nacionalista Republicà.
[19] Las Bases de Manresa fueron el manifiesto del nuevo catalanismo político. Proclamaba la nacionalidad catalana y reclamaba un poder político propio, con Parlamento y Gobierno, con el catalán como única lengua oficial. Era un proyecto conservador, antimodernizador, temeroso de la industrialización. No se manifestaba sobre el modelo del Estado español (monarquía o república). El sufragio aún era censatario masculino, corporativo-gremial y familiar. No podía ser de otro modo, en cuanto que sus miembros procedían abrumadoramente de la Cataluña rural tradicional.
[20] La Unión Monárquica Nacional fue dirigida por Alfons Sala, conde de Egara, desde su feudo de Terrassa y llegó al poder en la Mancomunidad en 1923 gracias al golpe de Primo de Rivera. Su enemistad con la Lliga se hizo legendaria.
[21] Su modelo fue la candidatura unitaria de 1901, para las elecciones generales del 19 de mayo, que supusieron el fin del caciquismo de los partidos de turno y el inicio de una nueva etapa en la vida política catalana. La candidatura unitaria catalanista, conocida como la de los “Quatre Presidents”, ganó abrumadoramente. La integraban Bartomeu Robert i Yárzabal (conocido como Doctor Robert, de la Societat Econòmica d’Amics del País), Albert Rusiñol i Prats (Foment del Treball Nacional), Lluís Domènech i Montaner (arquitecto, del Ateneu Barcelonés) y Sebastià Torres i Planas (Lliga de Defensa Industrial i Comercial, de la que era presidente, mientras los otros tres lo habían sido de sus respectivas instituciones). Pero la Solidaritat Catalana se rompió en 1908 y la Lliga, ya en solitario, atravesará numerosas vicisitudes, aunque será la fuerza dominante en la Cataluña del primer cuarto de siglo.         
[22] AA.VV. Dossier: La Mancomunitat de Catalunya. “L’Avenç”, 3 (VI-1977) 19-53. Santacana, Carles. Mancomunitat, el govern dels millors. “El País” Quadern 1.521 (3-IV-2014) 1-2. / Geli, Carles. Albert Balcells / Historiador. ‘La Mancomunitat va fer més feina que partidisme’. “El País” Quadern 1.521 (3-IV-2014) 2-3.
[23] Las dos tesis más fundadas sobre el catalanismo político hacia el 1900 (decenio más, decenio menos) son contrarias. Según Pere Anguera (El català al segle XIX. Empúries. Barcelona. 1997) el nacionalismo catalán en sus orígenes es progresista, en la tradición republicana federal. Para el profesor, de la universidad de Liverpool, Joan Lluís Marfany (La cultura del catalanisme: el nacionalisme català en els seus inicis. Empúries. Barcelona. 1996) es un nacionalismo conservador, de modo que cuanto más nacionalismo hay más desaparece el republicanismo y el espíritu de revuelta que le hizo nacer. Marfany -y ya antes Termes- sostienen que fueron las clases conservadoras catalanas las que empezaron a utilizar la lengua como símbolo de identidad nacional. Un debate sobre sus ideas se puede seguir en: Valls, Francesc. Conversa entre Joan Lluís Marfany y Pere Anguera. La dubtosa paternitat del nacionalisme català. “El País”, Barcelona, Quadern, 763 (20-XI-1997) 1-2. Nuestra opinión sigue en lo esencial la de Anguera, historiador y catedrático de Historia Contemporánea, que se resume en una reseña aparecida en “El País”, Quadern (3-VII-1997). Anguera mantiene en su libro que fue el entorno republicano y liberal el que promovió la reivindicación de la lengua catalana y no el conservador. Opina que ‹‹el catalanismo es un movimiento popular de raíces izquierdistas›› y que la falta de una literatura catalana en el siglo XIX se debe a ‹‹un sistema de censura-represión poco estudiado y conocido que limitó la aparición de más obras en nuestra lengua.›› Durante el siglo XIX el catalán fue la lengua mayoritaria, extensamente hablada en Cataluña, pero se produjo un proceso de progresiva castellanización de las clases dirigentes, hasta llegar ‹‹a un punto en los años 1860 en que el catalán estuvo al borde de la extinción.›› A su juicio, fue el republicanismo federal el que levantó la bandera del catalán como lengua propia de Cataluña e intentó convertirlo en lengua de comunicación de todas las actividades de la vida social.
[24] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana. 1978: 44.
[25] El modelo confederal de los imperios centrales fue admirado no sólo por Prat de la Riba, sino también por Almirall, Cambó y otros nacionalistas catalanes, de modo que algunas reivindicaciones conceptuales del imperialismo pueden leerse bajo una perspectiva no expansionista, lo que no es el caso de Prat de la Riba, quien claramente aboga por la conquista de otros territorios. Véase este asunto en Ucelay da Cal, Enric. El imperialismo catalán. Prat de la Riba, Cambó, D’Ors y la conquista moral de España. Edhasa. Barcelona. 2003. 1099 pp. Reseña de Santos Juliá. “El País”, Babelia, nº 632 (3-I-2004) 10. Comentarios de Andrés de Blas Guerrero. El imperialismo catalán. “El País” (25-VIII-2004) 9. Santos Juliá. De metáforas y juegos: Cataluña conquista España. “Revista de Libros” 90 (VI-2004) 5 pp. / Sosa Wagner, Francisco; Sosa Mayor, Ígor. El estado fragmentado (Modelo austrohúngaro y brote de naciones en España). Trotta. Madrid. 2006. 220 pp. Reseña de De Blas Guerrero, Andrés. La sombra austrohúngara. “El País”, Babelia 796 (24-II-2007) 11.
[26] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana. 1978: 118.
[27] Ucelay. El imperialismo catalán. Prat de la Riba, Cambó, D’Ors y la conquista moral de España. 2003: varios caps.
[28] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana. 1978: 118.
[29] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana. 1978: 47.
[30] Prat de la Riba. La nacionalitat catalana. 1978: 91.
[31] Sobre la visión que se tenía en los círculos catalanistas sobre Puig i Cadafalch y en general sobre el arte contemporáneo catalán de los primeros decenios (noucentisme, Maillol, Galí. Aragay, el galerista Dalmau, el promotor Joan Prats, Miró...) véase Cirici. L’art català contemporani. 1970.
[32] Es un fenómeno poco conocido la poderosa influencia ideológica del provenzal Maurras (1868-1952) y de su diario “Action Française” (1908-1944) sobre el noucentisme catalán y sobre D’Ors en particular. Al respecto, Ricart fue uno de sus más decididos adeptos en los años 20. Un problema a precisar y ponderar sin apriorismos es el de su carácter contrarrevolucionario (inspirado por Burke, Bonald, Maistre) o más bien fascista. Vicente Cacho Viu considera indudable que el pensamiento orsiano es prefascista, como prueba su admiración por la Action Française. De acuerdo con E. Nolte Aramburu, la Action Française tuvo rasgos inequívocamente fascistas (como su feroz antisemitismo inspirado por el caso Dreyfus). Para Stanley Payne, en cambio, se ha producido una confusión entre movimientos fascistas y grupos nacionalistas autoritarios, que se deriva de una coincidencia cronológica de sus épocas de auge. Para el ensayista Valentí Puig, ‹‹en todo caso, el ideario de Maurras debiera más bien definirse como autoritarismo monárquico y nacionalismo integral. Es una síntesis tradicionalista sin organización de masas. Es otro elemento categóricamente diferenciador que ese monarquismo sin pretendiente carezca del jefe que todo fascismo reclama.›› [Puig, V. Ahórremonos por fin el “caso D’Ors”. “El País” Catalunya (3-VIII-1997) 2. / Enciclopaedia Universalis, I. pp. 226-229]. Se ha afirmado el parentesco nacionalista de Barrès y D’Ors [Dupláa, Cristina. El nacionalisme biològic de Maurice Barrès i Eugeni dOrs. “LAvenç”, 105 (VI-1987) 40-45]. Barrès, Bourget y Maurras defendían el nacionalismo francés, el autoritarismo político, el antisemitismo, el catolicismo, y, al menos en los años 1890, también el regionalismo y una descentralización administrativa. Se constituyeron de este modo en la encarnación de un cierto tipo de intelectual extranjero de alto nivel y avanzado, justo lo que buscaba el movimiento conservador de intelectuales catalanistas, hasta que la Action Française cayó en el centralismo jacobino, lo que tan tarde como los años 20 le enajenó el aplauso de algunos de los regionalistas catalanes más inteligentes, como Josep Pla [Panyella, Vinyet. Josep Pla i J.V. Foix: la polèmica política de dos escriptors. “L’Avenç”, 103-104 (abril-mayo 1987) 18-23].
[33] El círculo más íntimo de Miró durante los años 10 y principios de los 20 estaba formado por los Ricart, Junoy, Foix, Ràfols..., un grupo de intelectuales muy ecléctico, atraídos por la estética de la revolución, pero que en el fondo eran conservadores en sus soluciones políticas y en algunos casos coquetearon (Foix incluso será considerado fascista en 1924) y en otros cayeron (Junoy) en el pensamiento reaccionario. La correspondencia de Ràfols y Ricart está llena de largas parrafadas sobre el catolicismo y Maurras, Péguy, etc. [Carta de Ràfols a Ricart. Vilanova (12-XII-1920) BMB]. Sólo Miró prescindió o superó decididamente estas influencias.
[34] Rovira. Nacionalisme i federalisme. 1982 (1917): 77-78.
[35] Rovira. Nacionalisme i federalisme. 1982 (1917): 40.
[36] Rovira. Nacionalisme i federalisme. 1982 (1917): 33 y ss.       
[37] Rovira. Nacionalisme i federalisme. 1982 (1917): 160-161.
[38] Sobre la prensa diaria en Cataluña véase AA.VV. Dossier: La premsa diària a Catalunya al segle XX (1900-1966). “L’Avenç”, 18 (VIII-1979) 17-48. Sobre la prensa española véase Fuentes, Juan Francisco; Fernández Sebastián, Javier. Historia del periodismo español. Prensa, política y opinión pública en la España contemporánea. 1998. La prensa catalana contaba con cabeceras tan importantes como “La Vanguardia”, “La Veu de Catalunya”, “La Publicitat”, “El Noticiero Universal”, etc. “La Vanguardia” (1881) era el diario de la clase media españolista y desde, 1939, rebautizado como “La Vanguardia Española”, fue el diario católico por excelencia en Cataluña, con numerosas páginas dedicadas a la Iglesia, y en parte por ello fue el preferido por la familia Miró durante la posguerra. “El Correo Catalán” (1876-1964), muy conservador y católico. “La Veu de Catalunya” (1899-1939) se denominaba popularmente “La Veu” y era el diario de la clase media afín a la Lliga Regionalista.La Publicitat” (1922-1939, de 1878 a 1922 era “La Publicidad”) era el diario del partido Acció Catalana y tenía como apéndices el semanal cultural “Mirador” (en el que Foix, miembro muy activo del partido, promovía a Miró, y donde saldrán muchas críticas de Gasch sobre Miró) y el semanario satírico “El Be Negre”. “La Nau”, de Rovira i Virgili, sobrevivió entre 1927 y 1933. “El Noticiero Universal” (1888) era un diario popular, sin una línea política definida. En 1913, los dos diarios barceloneses más leídos —los artistas publicitados en estas publicaciones tenían un éxito social y mercantil mucho mayor— eran “La Vanguardia” (58.000 ejemplares), a la que apuntamos que estaba abonada la familia Miró, y “La Publicitat” (25.000), mientras que los demás no alcanzaban los 10.000. [Fernández. Historia del periodismo español. 1998: 191].
[39] Destacan unas publicaciones, tradicionales o de vanguardia, casi todas en Barcelona: “Vell i Nou” (1915-1919?), “Revista Nova” (1914-1917), “Troços” (1916), “391” (1917), “Un enemic del poble” (1917), “Arc Voltaic” (1917), “L’Instant” (París, 1918, Barcelona 1919). “Gaseta de les Arts” (1924-1927 y otra etapa posterior en años 30), “Revista de Catalunya” (1924-1932 y 1934), “La ma trencada” (1924-1925). En localidades menores “L’Amic de les Arts” (1926-1929) en Sitges, y “Art” (1933-1934) en Lérida. Un resumen bibliográfico (no exhaustivo) sobre las revistas de vanguardia en Inmaculada Julián. 1910-1940 (457-477), en AA.VV. Arte catalán (estado de la cuestión). V Congreso del CEHA. 1984.

ENLACES A TEMAS SIGUIENTES. 
Arte Miró. Biografía (1893-1919). 2. El nacionalismo en Miró.*
Arte Miró. Biografía (1893-1919). 3. El catolicismo en Miró.*


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