Abstract.
El
artículo resume los datos que apuntan a que Joan Miró padeció desde la infancia
un grave problema de hiperactividad y a cómo lo superó.
The
article summarizes the data suggesting that Joan Miró suffered from a serious childhood hyperactivity
and how he overcame this.
Joan Miró, al parecer, padeció desde niño el síndrome de hiperactividad. Esta enfermedad metabólica afecta sobre todo a los varones y ronda entre el 5 y el 10%, del alumnado y tiene como principal síntoma la falta de atención en clase y el trabajo, y en ocasiones también la carencia de memoria significativa, así como a menudo (pero no siempre) impulsividad, habla constante (o todo lo contrario, por un retraimiento excesivo) o incluso en algunos casos extremos puede haber agresividad, todo lo cual desemboca a menudo en el fracaso escolar, porque muchos de los afectados repiten cursos académicos y no obtienen un título oficial de enseñanza y con frecuencia después padecen graves problemas de adaptación profesional y social, con empleos de bajo nivel y, en menor grado, paro crónico e incluso delincuencia.
Su origen es, para la mayoría de los especialistas, biológico y, en gran medida, hereditario. Según un estudio de Alan Zameckin (1990), los pacientes de hiperactividad tienen un bajo nivel de glucosa en la región que se ocupa de regular la concentración, la inhibición y el control de las facultades motoras; esto explica que muchos de ellos sean aficionados compulsivos a los dulces, una afición notoria en el caso de Miró.[1]
Pero la hiperactividad no acarrea necesariamente el fracaso académico y profesional: entre los más conocidos pacientes de esta enfermedad se encuentran personajes tan exitosos como Leonardo da Vinci, Benjamin Franklin, Beethoven, Rodin, Einstein, Winston Churchill, Kennedy, Clinton, Dustin Hoffman, John Lennon, etc. De hecho, según el psicólogo Russell Barkley, de la universidad de Massachusetts, los hiperactivos a menudo pueden ser especialmente creativos si se les encamina tempranamente hacia actividades en las que puedan desahogar su exceso de energía emocional, como el arte, la música, el teatro, y, en cambio, son francamente inútiles para trabajos de oficina, donde se sienten aprisionados. La mayoría sufren mucho en su infancia y juventud, porque se sienten fracasados e inadaptados, pero si desarrollan una dura disciplina de trabajo pueden alcanzar grandes objetivos. La psicóloga Irene Oromí afirma: ‹‹Estas personas suelen ser muy inteligentes y su hiperactividad puede hacerlas enormemente creativas. La clave está en ayudarles y orientarles adecuadamente.››[2]
Miró parece un claro ejemplo de esta dolencia y también de su ardua superación. Miró confesaba en su vejez que sus notas de niño fueron en general bajas, hasta el punto de haber suspendido el último curso de Bachillerato y lo excusaba en su congénita falta de concentración en el estudio. Los datos conocidos indican que fue un alumno que odiaba en especial las matemáticas, que requieren una gran atención; que fue deficiente incluso en los estudios artísticos aunque sus maestros apreciaban su potencial, y siempre, hasta el final, desdeñaba los textos teóricos —incluso los de historia del arte, que nunca subrayaba y sólo le interesaban por las imágenes; lo corrobora que sus apuntes personales versan sólo sobre técnicas artísticas y en sus cartas los comentarios de otros artistas son generalidades del tipo me gusta o no me gusta, sin entrar en más detalles—, sino que prefería las impresiones que le proporcionaba la poesía, con sus frases cortas e impactantes; no se interesaba largo tiempo por un asunto concreto sino por todos a la vez (una lógica global, no secuencial), de lo que hay incontables ejemplos en sus conversaciones, tanto en sus declaraciones cuando era joven con Trabal en 1928 o Melgar en 1931 como cuando era ya un anciano en 1975 con Raillard, en las que pasaba de un tema a otro sin solución de continuidad; en su juventud le destinaron a un trabajo burocrático que odiaba debido a su confesada incapacidad para concentrarse, pues se dedicaba a dibujar hasta en los libros de contabilidad; cuando viajaba, pasaba largos periodos de inactividad sin centrarse en el trabajo, lo que comprobamos en su primera estancia en París en 1920 o sus semanas de inacción apenas llegaba a Mont-roig o a Barcelona, como reflejan casi todas sus cartas desde los años 20 y que justificaba con la necesidad de tomar fuerzas.
Miró consiguió vencer lo peor de su problema del mismo modo que la mayoría de los hiperactivos: decidiendo tempranamente su vocación e imponiéndose una severa disciplina. En su caso lo hizo desde que hacia 1911-1912 asumió como misión de su vida la creación artística y se esforzó por desarrollar su atención en el trabajo. Desde esa época comenzó la lenta construcción de una personalidad con hábitos estrictos, entre los que destaca su manía por el orden —sus dibujos y esbozos aparecen clasificados, con la fecha de realización en unos ficheros especiales para que no penetre una mota de polvo; tan pronto como terminaba de usar los pinceles, los limpiaba y ordenaba según su tamaño—, mientras eliminaba todas las fuentes que podían disturbarle, y en particular exigía una soledad absoluta, sin intromisiones en su taller[3], con un silencio completo a su alrededor, pues ni siquiera aceptaba que hubiera música[4], y hasta los cuadros los volvía del revés para que no le distrajeran.
En los años 1950-1960 ya había logrado forjar los hábitos correctos, pero aún así mostraba los rasgos fundamentales de los hiperactivos, con periodos de incapacidad para concentrarse en la creación —que casi siempre coincidían con las semanas anteriores y posteriores a los viajes y que llegó a su culmen con el traslado definitivo a Mallorca en 1956 que le costó casi tres años de inacción—, con frecuentes y constantes cambios de atención de una obra a otra trabajando con varias a la vez como si estuviese poseído de un furor inextinguible, la misma apasionada gestualidad que fue su principal característica desde su retorno a la pintura en 1959.
No podía parar de trabajar, porque si lo hacía le costaba mucho recomenzar, como explica en 1975 a Raillard: ‹‹(…) lo que me resulta imposible es interrumpir el trabajo. Todavía hoy sigue siendo así. Por eso evito los viajes. Para llegar a París en avión, basta una hora, pero eso corta el trabajo; y si me quedo cuarenta y ocho horas en París necesito por lo menos una semana para recomenzar, para retomar el hilo.››[5]
Pasaba por arrebatos de creatividad que duraban semanas, con sesiones inacabables de muchas horas, que intentaba refrenar poniéndose una restricción horaria que a duras penas cumplía. En otras ocasiones, en cambio, permanecía inactivo ante el caballete horas y eso se prolongaba durante días, pensando posiblemente en infinidad de asuntos, hasta que por fin se centraba, su talento le conducía a un fin concreto y recomenzaba un ciclo de gran intensidad creativa. Miró se espantaba de estas recaídas en lo que él consideraba molicie (algunos conocidos, como sus compañeros de juventud en Barcelona o más tarde Ramón Gaya, sólo veían esta faceta suya y le calificaban cruelmente de perezoso), y esto explica su constante invocación, mil veces repetida, a la disciplina de trabajo como eje de su vida, otra característica más que comparte con los hiperactivos que han superado su trastorno.
Antonio Boix, en Palma de Mallorca (29-X-2011).
Este texto es una versión para blog del artículo de Boix Pons, Antonio. El problema de hiperactividad de Joan Miró. “Octopus” RDCS, nº 11 (XI-2011) 33-35.
NOTAS.
[1] Alan Zameckin. “New England Journal of Medicine” (1990).
[2] Irene Oromí. cit. Jáuregui, Pablo. Psicología infantil. “El Mundo” especial Salud (31-VII-1997) 1-3.
[3] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 47.
[4] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 57-58.
[5] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 29.
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