martes, noviembre 14, 2023

Joan Miró. Comentario: Retrato de la señora K, Bailarina española y Bailarina española (“olée”) (1924).

Joan Miró. Comentario: Retrato de la señora K, Bailarina española y Bailarina española (“olée”) (1924).

Retrato de la señora K (1924).

Retrato de la señora K (1924) o Portrait de Madame K es un óleo y carboncillo sobre tela (115 x 89) [D 86. CRP 93], de col. particular. Su primer propietario fue el artista Max Ernst, entonces compañero de estudio de Miró, hasta que se lo compró en 1926 el coleccionista belga René Gaffé, también amigo de Miró.[1]

La historiografía casi siempre lo ha titulado Retrato de Madame K, hasta que Dupin lo rebautizó en 1993 de acuerdo al título del boceto (Retrato de la señorita K), pero en su catálogo definitivo ha aceptado nuevamente el título más generalizado. Sólo hay un esbozo previo al lápiz grafito sobre papel (19,1 x 16,5), mucho más simple en elementos y geometría, por lo que posiblemente se han perdido otros apuntes intermedios. Es una pintura casi monocroma, de un fondo levemente gris, en el que los elementos se dibujan y llenan de negro, salvo un par con unos desvaídos rojo y amarillo. Formalmente, sigue explorando el mundo de la geometrización, con una organización axial a partir de un cruce de dos verticales con una horizontal (rematada en sus extremos por dos senos) y un triángulo, más la aparición de elementos como círculos y escuadras. La estilización y simplificación de los elementos llega en esta obra a su extremo en la obra mironiana de esta época, como se ve en la conversión del pájaro en una simple intersección de líneas. En suma, Miró incorpora su transgresor elenco de simbolismos al género tradicional del retrato femenino, renovándolo.


Jacques Dupin.

Dupin (1961, 1993) explica que esta obra sólo es en apariencia similar a La bailarina española, pues aquí supera el mecanicismo de la subserie de “juguetes”:
‹‹El extraordinario Retrato de la señorita K. deja de ser un autómata o un juguete. Esta tela es una verdadera descripción metafísica y poética de la mujer. El geometrismo de las formas se convierte en un riguroso ritual mágico que ordena y somete la intensa vitalidad del arabesco a través del cual se expresan todos los atributos simbólicos de la mujer. Las obsesionantes imágenes de la escuadra, el triángulo, el pájaro‑tallo, el corazón con sus ramas y sus raíces parecen marcar las etapas de un recorrido iniciático. La cabeza negra, enorme, tentacular, la ambigüedad de las mechas que tapizan el triángulo del pubis, la indicación de los senos, uno de frente y el otro de perfil en los extremos de un eje como dos luminarias, dominan esta pura esencia del conocimiento amoroso. Contribuyen a esta celebración oculta del misterio femenino, el cielo con una mariposa, la tierra con un tallo de una planta, el infierno con una serpiente.››[2]

Penrose (1964) comenta, en la senda de Dupin, su simplicidad hierática: ‹‹With almost childish simplicity and yet with poetic insight and hieratic assurance, Miró has here assembled the attribute of woman, avoiding any unnecessary exuberance of colour in order to give full importance to his graphic symbolism. This painting is, as Dupin writes, ‘a truly metaphysical and poetic description of woman’.››[3]
Más tarde, Penrose (1970) considera que esta obra es un estudio sobre el significado profundo de lo femenino:
‹‹En el Retrato de Madame K (1924) desmenbra Miró la figura femenina del mismo modo que dislocó el cazador y su presa. Con deliberado descuido para con las apariencias y las proporciones objetivas, selecciona detalles que recalcan la presencia de una mujer. El cuadro es monocromo; una mezcla de óleo y atrevidos trazos al carbón contrastan fuertemente con el pálido fondo sin adornos de ninguna clase. Reconócense con facilidad los elementos básicos del cuerpo de la mujer: la cabeza, los pechos, el corazón y la columna vertebral, que acaba en invertida cabeza de flecha decorada con flameados vertículos de aspecto pubescente. Pero hay además otros signos enigmáticos y que producen de nuevo una atmósfera casi onírica en la que la fantasía campea con libertad. Se da aquí un provocativo hiato entre la precisa delineación de los signos mironianos y nuestras interpretaciones, más si se acepta que no es necesaria una traducción literal y se reconoce que el artista está hablando en términos de sensaciones visuales subconscientes, que poseen su propia indescifrable realidad, podemos entonces gozarnos en ellas lo mismo que ante la inexplicable estructura de una flor.››[4]

Apunto que Willard Bohn (2005) probablemente sigue esta idea de la fragmentación de Penrose al comentar la analogía del estilo desmenuzador de Miró en esta época y obra concreta con la frase de Apollinaire sobre el cubismo de Picasso de que es como el cirujano que disecciona el cuerpo.[5]

Penrose (1970) señala a continuación que en esta pintura Miró desarrolla un concepto visual de la mujer que trasciende los idiomas:
‹‹El lenguaje inventado por Miró en esta pintura crea un símbolo que, a mi entender, es parangonable con el que obtiene la palabra “mujer”. Evoca, en efecto, una imagen de significación aún más universal, puesto que la de una palabra está limitada a quienes hablan una misma lengua. La palabra “mujer” es un signo dotado de gran prestigio y que nos resulta muy familiar, pero, al fin y al cabo, no es más que una serie de sonidos y letras que, por separado, no tienen ninguna analogía obvia con la idea de “mujer” y que, por ejemplo, a un esquimal no le dicen nada. Miró crea, en cambio, una especie de realidad en forma visual, donde cada sílaba tiene una autenticidad comparable a la de la palabra, pero más rica y, eventualmente, más intangible para todos.››[6]

Malet (1983) explica su simbolismo femenino:
‹‹El Retrato de la señora K es un buen ejemplo del simbolismo esquemático de la mujer. Aparecen de nuevo las imágenes de triángulo y la escuadra, ahora para significar la feminidad del personaje. Los pechos, uno de frente y otro de perfil, están unidos por un eje vertical igual que antes los ojos del campesino catalán. La tierra ofrece uno de sus frutos, un vegetal, del que vemos la planta y las raíces, mientras en el cielo aparece un pájaro, igualmente esquemático. El corazón flameante simboliza la vida afectiva del personaje.››[7]

Doepel (1985) ha establecido una conexión íntima, a nuestro juicio probable, con el cabalístico “Árbol de la Vida” y considera Retrato de la señora K (1924) como la prueba más evidente, aunque extiende esta relación a la serie de Campesino catalán (1924-1925), Bailarina española Bailarina española (1924) [CRP 94].[8]

Bozal (1992) comenta que hay paralelismos con Klee y analiza su composición:
‹‹El Retrato de la Señora K, una obra en la que se advierten paralelismo con la pintura de Klee, no es ni naturalista ni psicológico, y ello a pesar de que fue un retrato en que la modelo posó para el pintor. La Señora K no aparece por parte alguna, pero está ahí, en el pecho, la oreja y el corazón, la cabeza volumen, el cuello columna. La ordenada disposición de todos estos elementos nos hace pensar en una dinámica, arbitraria y caprichosa veleta, una imagen que sólo la escultura de Calder será capaz de precisar con tal nitidez. Hacer del ser humano una veleta o una construcción infantil, convertirle en un monigote, son licencias con las que Miró se atreve y en las que llegamos a identificarnos. Se ha dicho que algunas de estas imágenes pueden ser representaciones de alucinaciones producidas por el hambre, pero el mismo Miró lo ha negado: “Aunque no comiera, me divertía mucho en esa época. No, no estaba en trágico” (Raillard. 1978: 84) y tampoco pasaba hambre en estos años.
Miró se ha referido en diferentes ocasiones a la Señora K. En una entrevista publicada por Francesc Trabal en “La Publicitat” (14-VII-1928) afirma: “Yo al hacer el retrato de Mme. K. (que se hizo posando), me proponía hacer una cosa realista y entonces iba eliminando, eliminando, hasta sentirme en ese momento de mi revuelta completamente anticubista, hasta eliminar el cubismo de mi obra”. La referencia al cubismo indica cuán importante fue para él, la explicación de su realismo, un realismo que elimina, el proceso seguido en ésta y otras obras: no abstracciones sino eliminaciones.››[9]

Gimferrer (1993) se centra en la comparación del esbozo y la pintura, resaltando la gran diferencia entre ambos:
‹‹Una de las obras más interesantes y complejas producidas por Miró en 1924, el Retrato de la señora K, tiene un antecedente bastante más alejado del resultado final de lo que acostumbran a estarlo las obras de este periodo. El esbozo, titulado Retrato de la señorita K, presenta, de una parte, una estructura interna bastante más simple; de otra, algunas variantes no menos sensibles en el tratamiento plástico mismo, la más llamativa de las cuales es la sustitución, como, de una manera parecida, ocurre también en el paso del esbozo a la tela en otras obras de la misma época, del tratamiento puntillístico de algunos elementos en favor de un tratamiento lineal continuado.››[10]

Green (1993) considera que esta obra conjuga esa misma idea de provocativa “impureza” sexual y a la vez de fría racionalidad geométrica: ‹‹Este aspecto se hace aún más patente en la imagen con fondo gris de 1924, Retrato de Madame K. Aquí, la burlona transformación de la geometría se concentra en el más poderoso de los signos: el sexo expuesto lascivamente con su ribete de vello púbico es el cartabón de un geómetra. La identificación platónica de la belleza con las formas construidas con regla, compás y cartabón es reformulada de una forma monstruosa e hilarante.››[11]

Gassner (1994) interpreta esta obra como resultado de la lectura y de las imágenes astrológicas y antropocéntricas del libro de Jakob Böhme Aurora.[12]

Malet y Montaner (1998) explican que formalmente está a medio camino entre la linealidad del arabesco y la composición geométrica, y que su temática es una ironía erótica:
‹‹conjuga elementos figurativos y formas ondulantes con un armazón geométrico que define el esquema corporal básico del personaje. El tema es, sin embargo, la mujer. El rostro, oculto tras su propia apariencia (una suerte de yelmo negro tentacular y hermético), resulta tan misterioso como la sigla del nombre de la señora representada; los senos basculan como una veleta sobre el tronco lineal; y el sexo, exhibido sensualmente y ornado con el vello púbico, es una escuadra. El ideal neutro y platónico de la belleza cubista, una belleza más intelectual que apasionada, es trastocado por Miró, que se sirve de los instrumentos emblemáticos del cubismo para ironizar sobre dicha tendencia.››[13]

Beaumelle (2004) apunta la ortogonalidad de la composición y su relación con Picasso:
‹‹Cristalline, incandescente présence féminine du Portrait de Madame K (1924): la corporéité de la figure, de ce corps offert de face au regard qui la spectrifie”, s’évanouit dèjà au profit d’un diagramme orthogonal signifiant l’architecture humaine, où ne subsistent que les organes premiers”, polysémiques, de la vie oeil/tête/oreille/sein/coeur/sexe. Accrochés tels des trophées à une structure géométrique orthogonale, agressifs comme des pointes cloutées ou caressants comme des plumes, des éléments résiduels, mais vivants, sont d’une figure médusante: le pouvoir de fascination de Madame K, aux reflets mordorés, l’emporte sur celui, plus charnel, de cette divinité qu’est la Femme aux seins dorés de Picasso, à laquelle Miró, admiratif, semble ici offrir un double spectral.››[14]
Beaumelle (2013) incidirá en la trascendencia rupturista de esta obra, que parece ofrecer en sacrificio el cuerpo femenino, abierto en canal y mostrando sus órganos esenciales:
‹‹La solaire et raffinée Madame K, aux seins cloutés et au sexe d’équerre s’érige en machine de guerre contre les conventions esthétiques —fauvisme, cubisme. (…) Le pouvoir de fascination, mélant terreur et seduction, exercé para cette Madame K, n’est pas prêt de s’éteindre masquée, sa tête noire est bien celle de Méduse, et son sexe de poils semble un piège. Le miroitement doré de l’icône ajoute encore à la sacralisation de cette nouvelle Eve, dont le flanc est caressé par un serpent. Avec ce “portrait” cruel, où est livré un archétype féminin, Miró inscrit, avant l’heure, sa vision dans le champ des pensées anthropologiques du sacré et du mythe qui domineront le tournant des années 1920-1930.››[15]

Balsach (2007) toma de esta obra el motivo del corazón para ilustrar su idea de que Miró expone su corazón (en el sentido de alma) desnudo: ‹‹Miró representa un desmembramiento (sparagmos) simbólico del cuerpo, donde el corazón aparece suspendido en pleno centro de la representación. Si nos remitimos a la tradición cabalística este cuadro tendría la estructura del “Árbol de la vida”, microcosmos de la mística judía, en el que se muestra la estructura de las fuerzas (sefirots) que pueden representar la imagen arquetípica de la creación. El corazón de Madame K. se hallaría en el centro del Tipheret, séfira de la creación y la belleza.››[16]

NOTAS.
[1] Noel-Johnson. Miró’s Quest for Absolute Freedom via the Spirit of the Past (1901-1929). <Joan Miró. The Essence of Past and Present Things>. Mons. BAM) (2022-2023): 35. Un análisis resumido en 35-36
[2] Dupin. Miró. 1993: 101, 103.
[3] Penrose. <Miró>. Londres. The Tate Gallery (1964): 22.
[4] Penrose. Miró. 1970: 39.
[5] Bohn. Marvelous Encounters: Surrealist Responses to Film, Art, Poetry and Architecture. 2005: 55.
[6] Penrose. Miró. 1970: 39-40.
[7] Malet. Joan Miró. 1983: 11.
[8] Doepel. Arcane symbolism in Marcel Duchamp’s Large Glass and Selected Works (1924-1927) by Joan Miró. 1985: cap. 4.3. Miró’s Imagery and the Kabbalists’ Tree of Life (738-778).
[9] Bozal. Pintura y escultura españolas del siglo XX (1900-1939). 1992: 369-371.
[10] Gimferrer. Las raíces de Miró. 1993: 74. El análisis detallado se extiende a 74-77.
[11] Green. Joan Miró, 1923-1933: El último y primer pintor. <Joan Miró 1893‑1983>. Barcelona. FJM (1993): 51.
[12] Gassner. Der Magische Gärtner. 1994: 80 y ss. Esta interpretación la tomo de Balsach. Joan Miró. Cosmogonías de un mundo originario (1918-1939). 2007: 135.
[13] Malet; Montaner. CD-rom. Joan Miró. 1998.
[14] Beaumelle. Le défi des X, en exergue. <Joan Miró 1917-1934: la naissance du monde>. París. MNAM (2004): 25.
[15] Beaumelle. Miró. 2013: 26.
[16] Balsach. Joan Miró. Cosmogonías de un mundo originario (1918-1939). 2007: 134-135.

Bailarina española (1924).


Bailarina española (1924) o Danseuse espagnole es un óleo, carboncillo, lápiz de color, pastel, tiza roja y blanca, y lápiz sobre tela (239,5 x 149), realizado en París (primavera 1924) [D 87. CRP 94]. Se basa bastante fielmente en uno de sus cuatro bocetos preparatorios.

En esta pintura vuelve el tema de la bailarina española y supone un antecedente inmediato de la coetánea Bailarina española (“olée”) (1924), aunque con mayor simplicidad formal. Podemos ver rasgos del purismo de Ozenfant y Le Corbusier, como el énfasis en la geometría y los tonos discretos. Más que transgresión, aquí podemos reconocer experimentación. En este sentido, Malet y Montaner (1998) explican que: ‹‹El artista utiliza irónicamente la visión fragmentada y las líneas reguladoras, dogmas de la ortodoxia cubista que se propone subvertir desde dentro.››[1] Miró explica sobre su creación y la favorable opinión que le mereció a Picasso: ‹‹A causa de nuestros lazos de amistad, Picasso venía a la calle Blomet. Entonces vivía en la calle La Boétie y él también venía por el Norte-Sur [una línea del metro]. En el otoño de 1924, se entusiasmó con mi Danseuse espagnole, que no era más que un boceto a carboncillo sobre lienzo. Yo me paré, sintiéndome molesto para continuar. Me dijo que la dejara en ese estado, y así se quedó. “Después de mí —decía también— tú abres una nueva puerta”.››[2]
Se inspira en el retrato de una bailarina conocida como “Angustias, la gitana”, que apareció en la cubierta de la revista “La Unión Ilustrada”, para desarrollar un amplio trabajo de esbozos preparatorios, que Gimferrer ha analizado en el sentido de que Miró “mecaniza” la tela final mediante un proceso de deshumanización de las formas.[3] En el boceto inicial aún es evidente el realismo, pero el artista va depurando la figura en los sucesivos esbozos hasta transformarla en un autómata geometrizado. Del inicio sólo subsisten los brazaletes, un zapato, un par de lunares del vestido y la peineta, mientras que la pose estática se transforma en un movimiento controlado por fuerzas diagonales. La bailarina, en lo que sería una herencia del cubismo sintético, se va conformando a través de la combinación de sus fragmentos sobre una retícula que el artista ha dispuesto previamente. 
Sobre este proceso de esquematización desmaterializadora, Picon (1976) comenta, a partir de una explicación del propio artista:
‹‹[Miró explica]: “En 1924 hice un gran cuadro en la Rue Blomet. Aquí vemos los dos dibujos que me sirvieron de punto de partida. El tercero lo dividí en dos recuadros: cuadriculé la hoja y numeré cada división de la superficie. Sí, trabajé así durante una breve etapa.”
[Picon comenta a continuación] Pero hay una gran diferencia entre estos dibujos y el cuadro. En los dos primeros la cabeza está tratada de una forma realista: el casco que será su estilización apenas se esboza y no se acabará de definir hasta llegar al dibujo cuadriculado. Casi se podría decir que, en el cuadro, de los dibujos sólo se conserva el movimiento: la diagonal que sale de abajo a la izquierda hacia arriba a la derecha. En cambio, el eje del que cuelgan los senos de perfil y de frente como los platos de una balanza, el mismo de Maternidad, lo encontramos de nuevo en el cuadro, no en el dibujo. (...)››[4]

Dupin (1961, 1993) la analiza como una obra “mecánica”, en la que el movimiento es automático, sometido a las reglas de la geometría, y revela que en sus apuntes Miró escribía sobre la aplicación de una variada paleta de colores, pero que al final se decidió por dejar el gris, tal vez para no alterar su sentido casi “técnico” de dibujo:
‹‹Una llavecita nos advierte que la Bailarina española no es más que un autómata. La llavecita volverá más de una vez a exorcizar las figuras. La Bailarina fue al principio un cromo en la portada de una revista, una gitana típica, con la mano en la cadera y un rizo en la frente. En el primer croquis aparece severamente simplificada y estilizada; en el siguiente la vemos presa de una rígida retícula de verticales, horizontales y diagonales. Y lo que prevalece justamente, de la imagen inicial al cuadro, es la dirección diagonal que pone a la bailarina en movimiento (la postura, el porte, la ondulación de los brazos). Leemos en el cuaderno numerosas indicaciones de colores (amarillo, negro, azul, blanco, ultramar y rojo Pouzzoles), pero el cuadro seguirá siendo gris.››[5]

Green (1993) toma las obras basadas en el motivo de la bailarina de la época 1924-1928 (que se inician con esta pieza y Retrato de la señora K), como ejemplo de la dilatada continuidad de su voluntad transgresora, en sus inicios enfocada en contra del cubismo —señalemos que esta misma interpretación es la que Lubar seguirá más tarde—, para convertirse finalmente en una obra “entre el cubismo y otra cosa”, una ruptura o un decisivo punto de inflexión en su estilo:
‹‹Los cambios de rumbo de Miró en 1924 y 1928 tienen una característica en común obvia. En ambas ocasiones aparece la bailarina española. En 1928 Miró da un paso adelante al reducirla al mínimo: la convierte en nada más que una pluma y un alfiler de sombrero prendidos a la tela. En 1924 da un paso adelante produciendo una compleja representación fragmentada que la sitúa entre el cubismo y algo más. En 1928 es una composición pictórica que se logra casi sin pintura. En 1924 no es la pintura en general lo que es subvertido, sino la pintura cubista en particular, las convenciones de la pintura cubista tardía se reciclan con ironía. En 1928 Miró se vuelve contra la pintura en general. En 1924 el objeto de su ataque era el cubismo, que era lo mismo que decir la pintura en su forma más moderna.
La relación irónica entre la Bailarina española de Miró de 1924 y el cubismo debe ser entendida dentro de la estructura conceptual y formal, no en el tema. Esta bailarina mecánica (ya que es un juguete) está construida de fragmentos el sombrero floreado sobre la cabeza perfilada, la llave, el cono de la falda, el zapato encajados en una armadura de líneas cuidadosamente trazada. La disposición pieza por pieza de la bailarina hace referencia inequívoca a la representación de las cosas parte por parte asociada al cubismo. Los “trazos reguladores” geométricos aún se refieren con más claridad a las disciplinas formales abstractas asociadas con el cubismo tardío posterior al rappel à l’ordre de 1918. Miró nos recuerda la rama más sistematizada del cubismo tardío, el purismo de Ozenfant y Jeanneret (Le Corbusier).
La reputación del cubismo tardío en París no sólo era pura sino puritana. Escritores como Maurice Raynal y Pierre Reverdy lo presentaban como una negación de lo sensual o, sobre todo, de lo sexual; la pintura se convertía en un asunto exclusivo de la estética y del intelecto. La geometría rigurosa del cubismo tardío iba unida a una retórica de austeridad. El representar el pecho vergonzosamente desnudo de la bailarina como una ridícula excrecencia al final de una armadura composicional era subvertir los principios cubistas de la manera más ingeniosa. Miró funde sus “trazos reguladores” con una imagen de mujer enteramente “impura”, palpablemente erótica.››[6]

NOTAS.
[1] Malet; Montaner. CD-rom. Joan Miró. 1998.
[2] Miró. Recuerdo de la calle Blomet (transcripción de Dupin en 1977). Cit. Rowell. Joan Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 102. / Rowell. Joan Miró. Écrits et entretiens. 1995: 115. / Rowell. Joan Miró. Escritos y conversaciones. 2002: 163.
[3] Gimferrer. Las raíces de Miró. 1993: 78-83.
[4] Picon. Joan Miró. Cuadernos catalanes. 1976: 82-85.
[5] Dupin. Miró. 1993: 100-101.
[6] Green. Joan Miró, 1923-1933: El último y primer pintor. <Joan Miró 1893‑1983>. Barcelona. FJM (1993): 50-51. / Fanés. Pintura, collage, cultura de masas. Joan Miró, 1919-1934. 2007: 102, asume la visión de Green sobre este cambio en la trayectoria de Miró.
 
Bailarina española (“olée”) (1924).

Bailarina española (“olée”) (1924). [https://successiomiro.com/catalogue/object/107]

Bailarina española (“olée”) (1924) es un óleo sobre tela (92 x 73) [D 93. CRP 100], realizado el 20-X-1924, de la col. Musées Royaux de Beaux Arts de Bruselas. Miró desarrolla el tema de la bailarina de una obra precedente de este mismo año, pero con unas características formales bien distintas: fondo azul, estilización máxima del personaje, uso de la escritura con intención informativa y formal a la vez…[1] 
Está relacionada con un dibujo previo.[2]

NOTAS.
[1] Carta de Miró a Leiris. Montroig (31-X-1924) FJM, en la que se refiere poéticamente a la pintura Bailarina española (“olée”) (realizada 20-X-1924): ‹‹(...) L’escalier qui surmonte en spirale dans le Philosophe de Rembrandt. Hokusai disait qu’il voulait rendre sensible une ligne ou un point, tout simplement. / Une ligne en forme de zig-zag décrit sur un papier blanc; au bout une espèce d’oeuf (un ovale) d’où jaillissent des étincelles. / Beauté des astres et des lettres. Interjections. Douleur; surprise. Etonnement. / Eloquence d’un cri d’admiration poussé par un enfant devant une fleur qui s’épanouit. (...)››. [Rowell. Joan Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 87. / Rowell. Joan Miró. Écrits et entretiens. 1995: 98. / Rowell. Joan Miró. Escritos y conversaciones. 2002: 142. / cit. Umland. <Joan Miró>. Nueva York. MoMA (1993-1994): 323, desde 1924, n. 212.]
[2] Dibujo preparatorio para Bailarina española (“olée”) (1924). Lápiz grafito y lápiz carbón sobre papel (19,1 x 16,5). Col. FJM (659a). [Malet. Obra de Joan Miró. 1988: fig. 230.]

ENLACES.
Joan Miró en 1924.*
Joan Miró. El erotismo y el nuevo impulso estilístico, 1924. La serie de “fondos grises” (1924).*
Joan Miró. Comentario: La trampa y otras obras (1924).*
Joan Miró. La serie de “fondos amarillos” (1924).*
Joan Miró en 1925.*

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