Miró. Retrato de una bailarina española (1921).
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Retrato de una bailarina española (1921) es un óleo sobre tela de mediano formato (66 x 56), de col. Musée Picasso, París; donación Picasso [D 73. CRP 80]. Es una de las obras mejor estudiadas de esa época, porque avanza algunos rasgos de su pintura más poética de mediados del decenio y, en alguna medida, porque concitó la atención de Picasso, que la incorporó a su colección privada mediante su compra (o más bien un regalo acordado como agradecimiento) a Loeb hacia 1925 o poco después, algo inusual en él y que despertó la curiosidad de los críticos. Añado que algunos afirman que Picasso la compró directamente a Miró durante su exilio francés en la Guerra Civil para ayudarle en una época tan difícil.
Es posible que esta obra se relacione con un confuso recuerdo de Miró en 1981, cuando ya tenía 88 años y estaba muy enfermo, probablemente erróneo porque Miró en 1921 no conocía todavía a los surrealistas:
‹‹(...) Los surrealistas insistieron en el
automatismo. Pero siempre me mantuve alejado un tanto de Breton. Recuerdo que
un día Picasso me vino a ver a mi taller. Yo estaba terminando un cuadro sobre
el rostro de una chica guapa, cuyos rasgos aparecían como prendidos de unos
tallos, ya que el conjunto había de dar la imagen de un ramo de flores de
fuerte influencia surrealista. Y Pablo me pegó un escándalo solemne porque me
había dejado meter en aquella encerrona...››[1]
En suma, Miró declarará a Raillard (1977) que
no recibió por ella ni un franco[2], y Weelen (1984) utiliza su itinerario comercial como
ejemplo de la precariedad que sufría un artista principiante como Miró:
‹‹Cette danseuse
espagnole est passée entre les mains de Dalmau, du docteur Girardin, de Pierre
Loeb, le célèbre marchand de tableaux chez qui il exposera en 1925, pour être
acquise enfin par Picasso. Elle est aujourd’hui présentée au Louvre auprès de
l’Autoportrait de 1919. Acquisition glorieuse certes mais elle n’a
pas contribué à améliorer le menu quotidien de Miró qui pourtant en avait tant
besoin. Des lettres recommandées partaient de Montroig. Le légitime
propriétaire, le docteur Girardin, estimant probablement qu’il en avait assez
fait en organisant une première et infructueuse exposition, ne répondait
pas. “I1 ne m’a jamais donné un sou” (A
Georges Raillard. 1978: page 52).››[3]
Es una obra de colores planos, esquemática en
su composición, austera en detalles decorativos, con elementos que pueden
rastrearse en los retratos que Miró pintó a finales de los años 10, como si
hubiera querido aquilatar su cambio al revisar su temática anterior. El
interés por el mundo del espectáculo que ya tenía entonces aquí se manifiesta
en su plenitud.
Miró partió de una fotografía publicada unos
meses antes en la revista madrileña “Mundo Gráfico”, la más difundida en España
en la época de su publicación entre 1911 y 1938.[4]
La revista publicó otras imágenes de bailarinas, pero no tenían la misma corporalidad.
El uso de imágenes de revistas es un recurso
que será recurrente en su obra, y las tonalidades incluso conservan los matices
almibarados del original así como que los arabescos florales del vestido, que
imita y exagera el artista, aumentando el ritmo sinuoso que entreveía en la
fotografía.
El rostro es presentado con una rebuscada
neutralidad hierática que evita mostrar una emoción y esto puede explicar
porque Miró se fijó en esta reproducción, pues la relacionaba con el arte egipcio
y mesopotámico, y sus herederos, como el ibérico y, más cerca de nosotros, el
románico, esto es con la recuperación que el mismo Miró, Picasso, Derain y
otros artistas vanguardistas estaban realizando del arte más primitivo o
primigenio.
La historiografía es amplia.
Greenberg (1948), aun destacando la precisa
caligrafía del pelo, criticará en esta (para él no bien lograda) obra el
contraste entre dos propósitos: la atención naturalista hacia el sujeto y el
dibujo estilizado. La obra ‹‹reveals in the handling of the subject’s hair
that precise vermiform calligraphy which was to remain prominent in Miró’s
style until around 1925. This painting suffers, however, from a divided
purpose; the attention paid to the subject itself does not go well with the stylized
drawing, and the result becomes picturesque and gaudy, with a kind of Spanish
vulgarity about it.››[5]
Soby (1959) recalca su rígida expresión, típica
del románico, conseguida con los tonos metálicos del color, al servicio de una
concepción poética del retrato: ‹‹The facial exaggerations in this painting are
wonderfully evocative in their roundness; the hard, almost metallic surfaces
are strangely warm and alive. Once more it is necessary to stress the psychological
astuteness of Miró’s portraiture, though its basis is unquestionably poetic
rather than intellectual.››[6]
Dupin (1961,1993) considera que es una pintura
poco conseguida, mal definida en sus objetivos, desprovista de pasión hasta
convertirse sólo en un ejercicio de representación realista, demasiado
esquemática:
‹‹Volveremos a encontrar esa lucha con la
realidad, ese dramático combate, en las representaciones femeninas de 1921.
Pinta en la rue Blomet, a partir de un cromo, el Retrato de una
bailarina española, que entrará en la colección Picasso. Nos recuerda la
manera del Desnudo delante del espejo, pero la expresión
misteriosa y el encanto de este último han desaparecido. Es una pintura
fuerte, de dibujo intenso y preciso, cuyo acierto plástico es indudable, pero
que parece desprovisto de toda emoción. El fuerte y concentrado realismo
intenta en vano alcanzar una verdad objetiva que se le escapa. No hay casi más
que el arabesco del corpiño y de los rizos del pelo para preservar en la
justeza de sus inflexiones la línea grácil y sensual tan típica de Miró.››[7]
Penrose (1964) comenta sólo que: ‹‹Miró has
eliminated all sentiment and portrayed only the simple, sensuous curves and the
traditional attributes of his subject.››[8]
Malet (1983), por su parte, sigue fielmente a
Dupin al resumir: ‹‹En 1921 Miró pinta Retrato de bailarina española inspirándose
en un cromo. Se trata de una pintura de trazo intenso y preciso, desprovista
de todo elemento accesorio, exceptuados los rasgos característicos del
personaje. Pronto, esta bailarina pasará a formar parte de la colección privada
de otro pintor célebre, Pablo Picasso.››[9]
Weelen (1984) analiza la pintura como la
representación realista de la condición femenina, que oculta el ofrecimiento
erótico de la bailarina:
‹‹[La Danseuse
espagnole] Une grande âpreté dans l’organisation des formes se
distingue dans le portrait d’une danseuse espagnole. Peinte e Paris, d’après un
chromo, cette toile ne relève pas de la nostalgie d’un exilé. A force
d’évidence et de soin dans le détail pour n’oublier aucune des caractéristiques
d’un type, cette danseuse métallisée devient l’archétype de la femme, danseuse
ou non, provocante qui souffle au visage du mâle trop sûr de lui, la fumée de
sa cigarette. Les bruns du soir pour la chevelure, les rouges de la passion
pour le corsage orné de broderies machine, évoquent sans erreur de piste
possible, la vénalité et la parodie sexuelle.
A travers des
recherches formelles d’ordre esthétique, ses tableaux sont tous des mondes
cohérents, d’autant plus lorsque des contradictions internes les tiraillent.
Ils véhiculent les fantasmes de l’artiste. Ils restent une grille,
une transposition de la “réalité” tenue à distance.››[10]
Carmen Bernárdez (2003) explica que
en 1918-1922 Miró integró las enseñanzas del cubismo en su estilo
detallista y que en esta bailarina española manifiesta cierta distancia
respecto a los postulados cubistas, a favor de formas llenas de volumen y de un
claroscuro de clasicista:
‹‹En esos años [1918-1922], Miró ensayó el
Cubismo de una manera personal, haciéndolo compatible con un sentido de las
formas muy compacto y una atención especialísima a la plasmación detallada de
los objetos. Esta figura femenina responde a un tema, el de la bailarina
española, que será recurrente en su obra y que está inmerso de lleno en el
gusto —tanto por parte de los propios españoles como de artistas y críticos de
otros países— por el tipismo de la pintura y los personajes populares españoles
desde el siglo XIX. En ella se aprecia un alejamiento de Miró de los postulados
del Cubismo. Frente a la tensión entre facetación y descripción minuciosa de la
corporeidad de los objetos que había hecho convivir en algunos cuadros
anteriores, en Retrato de bailarina española triunfa la recia
concepción del volumen y el claroscuro más en correspondencia con el clasicismo
del Retour à l’ordre que con los neocubismos. La mujer
aparecer retratada en tres cuartos, ataviada con traje y alta peineta, con sus
contornos nítidamente marcados. Miró se recrea en los adornos y en detalles,
como el estampado de la tela o las ondulaciones del pelo, que preludian los
ondulados surcos de la tierra de paisajes catalanes posteriores, así como
también en dar una cierta independencia a los grafismos que definen los rizos.
Se ha destacado la influencia de Picasso en este cuadro de Miró, ya que este
retrato está muy próximo al de Olga con mantilla que Picasso
pintara en 1917.››[11]
Eileen Romano (2005) comenta:
‹‹Cuando pintó este retrato, Miró se había
trasladado a París, donde vivía pobremente en un hotel y comía sólo una vez al
día.
Su estudio, en la Rue Blomet, estaba separado
por una medianera del de André Masson, de quien se hizo amigo. Más adelante
recordaría aquellos tiempos: “Pinté la cabeza de una bailarina española, hoy
en posesión de Picasso. Fueron tiempos duros”.
En este retrato, la solemne bailarina es una
especie de anticipación del estilo que el artista traducirá en la famosa Masía.
Aquí, como en dicha obra, Miró utiliza el estilo particularizado o
“detallista”, con el cual logra captar todos los matices del personaje
representado. Ante el fondo coloreado, la mujer destaca nítidamente y con gran
meticulosidad: el traje, los adornos y el peinado son estudiados y reproducidos
con una fidelidad que supera la propia realidad. Es posible, además, que en
este tipo de realizaciones el artista se dejara influir por las pinturas
murales románico-catalanas, donde los rostros de los santos aparecen con la
misma impermeable seriedad.
Las características del sujeto son tan
realistas que parecen un poco barrocas: no hay un intento de introspección
psicológica; antes bien, en este caso el rostro de la bailarina aparece en su
actitud formal.››[12]
Picabia. Española (1923).
Fèlix Fanés (2007) ha aportado una novedosa
explicación —la consideramos muy fértil pero tan arriesgada que algunas partes
parecen improbables, por ejemplo el que Miró se había impuesto como pintor moderno
en 1920 cuando apenas estaba comenzando, o poner a Picabia como fuente cuando
el tema de la bailarina ya lo trataba Miró desde cuatro años antes—. El cuadro
sería una guisa de cartel irónico con el que Miró se presentaba en París con
una “españolada”, al modo de Picabia, en un gesto que Picasso entendió
enseguida:
‹‹El pintor regaló el cuadro a Picasso con un
gesto que, sin duda, hemos de valorar como irónico: ambos sabían muy bien que
los temas españoles —bailarinas, toreros, etc.— habían sido el precio pagado
por muchos artistas de la Península para abrirse paso en el mercado del arte en
París (lo que se conocía como “españolada”); un precio que ellos se habían
ahorrado al conseguir imponerse como pintores modernos sin más calificativos.
No podemos olvidar, por otra parte, que la bailarina regalada a Picasso, por la
composición, las tintas planas, la falta de profundidad, la uniformidad del
modelado y la esquematización caricaturesca, más parece un proyecto de cartel
que un cuadro. Y resulta lógico que así fuera. La española, a fin de cuentas,
formaba parte de la pintura concebida casi como un producto en serie. Algo que
previamente había descubierto Picabia, en quien quizá Miró había encontrado una
primera fuente de inspiración al fijarse en aquel tema.››[13]
Victoria Noel-Johnson (2022) explica que en
esta obra confluyen el fauvismo, el cubismo, el primitivismo y el japonesismo,
fundidos en su estilo de realismo detallista forjado durante la crisis de su
primer viaje a París en 1920 por la difícil asimilación de tantas
novedades:
‹‹(…) this striking figurative
portrait of a woman dressed in traditional Spanish costume contains
indisputable signs of his developing style, the carefully orchestrated curls of
hair around the woman’s hairline, her geometrically aligned hairstyle, the
presence of flowers on her dress, and the “empty”, uniformly coloured
background. His decisión to acknowledge (and therefore celebrate) the key role
that women play in Spanish society is particularly significant, an early
example of what would fast become a popular choice of subject matter within
Miró’s artistic repertoire.››.[14]
Dimitri Ozerkov (2002) encuentra una
significativa afinidad entre el busto de la Dama de Elche,
encontrada en 1897 y pronto expuesta en el Louvre hasta su devolución en 1941,
y el Retrato de una bailarina española (1921), que Miró pintó
poco después de sus primeras y entusiastas visitas al museo parisino o tal vez
tenía una fotografía de la célebre estatua ibérica y concluye: ‹‹This
woman in a red dress is somewhat similar to the bust of Dama de Elche,
if one takes into account her frozen statuary, he reyes staring into the void,
her thick cheeks, and ner neck jewelry in the form of beads and her remarkable
headdress.››.[15]
Por mi parte, opino que es casi seguro que Miró había
visto el busto ibérico y que lo pudo relacionar con la fotografía de la revista
"Mundo Gráfico" que fue la directa inspiración.
NOTAS.
[1] Permanyer,
Lluís. Entrevista a Miró. El arte ha de volver a la pureza de sus orígenes.
(Fechable entre mayo y diciembre, 1981). Sirvió de prólogo de Historia
del Arte, ed. Carroggio.
[2] Raillard. Conversaciones
con Miró. 1993 (1977): 63-64. La p. 52 en la ed. francesa.
[3] Weelen. Joan
Miró. 1984: 46.
[4] Martínez
Aured, Victoria (Universidad de Zaragoza). El caso del ‘Retrato de
bailarina española’ de Miró. Las revistas ilustradas como difusoras del gusto y
fuente de inspiración. Instituto Fernando el Católico (IFC). Diputación
Provincial de Zaragoza. pp. 523-538. [https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/32/68/31martinezaured.pdf.]
La fig 5 es la imagen que inspira el cuadro, de la cantante (no bailarina)
Conchita Pérez. [Fotografía de Conchita Pérez, por Calvache, publicada en
Mundo Gráfico, Madrid, 15-XII-1920, n.° 476, p. 1].
[5] Greenberg. Joan
Miró. 1948: 16-17.
[6] Soby.
<Joan Miró>. Nueva York. MoMA (1959): 28.
[7] Dupin. Miró.
1993: 79.
[8] Penrose.
<Miró>. Londres. The Tate Gallery (1964): 20.
[9] Malet. Joan
Miró. 1983: 10.
[10] Weelen. Joan
Miró. 1984: 46.
[11] Bernárdez. Joan
Miró. *<De Picasso à Barceló. Les artistes espagnols>. Martigny. Fondation
Pierre Gianadda (2003): 81.
[12] Romano,
Eileen (dir.); et al. Miró. 2005: 84.
[13] Fanés. Pintura,
collage, cultura de masas. Joan Miró, 1919-1934. 2007: 100-101. Fanés
continúa en 101-102 refiriéndose a Picabia, que pintaba pinturas de “españolas”
con fines confesadamente comerciales.
[14] <Joan
Miró. The Essence of Past and Present Things>. Mons. BAM (2022-2023).
Noel-Johnson. Artistic Formation & Catalan Fauvism: 79.
[15] Ozerkov, I
Must Stop Being Miró: Primitivism as an Artistic Method. <Joan Miró.
The Essence of Past and Present Things>. Mons. BAM (2022-2023): 70, con
reprod. de las dos obras en p. 71.
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