Miró: El artista demiurgo.
Miró hará del desvelamiento del ser oculto
tras las apariencias una de sus principales preocupaciones. Lo hará no con la
mecanicista expresión de figuras reveladas —en tal sentido, la iconografía
mironiana no es su principal aportación—, sino con una radical transformación
del lenguaje plástico, conectando figuración y abstracción —entendida en este
preciso contraste sólo como extracción de algo de la realidad natural y su
simplificación, no — en un espacio innovador, al que podemos llamar
“espacio-sueño” en el que despliega un ritual casi religioso a fuerza de
cósmico.
El artista contemporáneo a menudo se presenta
a sí mismo como un demiurgo, un médium entre lo humano y lo divino,
confundido éste a su vez con una naturaleza epifánica, lo que reviste de
significado teleológico la pretensión de Miró, tantas veces repetida, de que
toma la fuerza de la tierra por los pies. Es una opinión compartida por otros
artistas vanguardistas y que sin duda se conecta con el rol de profeta o
sacerdote revelador del mundo oculto que reivindican, en lo que gran parte de
la historiografía les ha seguido el juego.
Paul Klee.
Paul Klee declara sobre el mundo inventado
por el artista: ‹‹El arte es el símil de la creación... Hoy revelamos la
realidad existente tras las cosas visibles, expresando con ello la creencia de
que el mundo visible es, meramente, un caso aislado, en relación con el
universo, y que hay otras muchas realidades latentes››.
Y luego especifica (y advertimos la
extraordinaria similitud entre su pensamiento y el de Miró):
‹‹Es [el artista] como el tronco de un árbol.
Afectado y movido por las fuerzas de la corriente, comunica a su obra lo que él
ha percibido. La copa del árbol se expande en todas direcciones y se hace
visible en el tiempo y el espacio, y aun así ocurren cosas en su obra... Jamás
pensaría nadie en exigir del árbol que la copa tenga la misma configuración que
las raíces. Todo el mundo sabe que lo que queda por encima del suelo no puede
ser, simplemente un reflejo de lo que hay debajo de él... El artista, como el
tronco del árbol, no está haciendo otra cosa, en realidad, que acumular lo que
brota desde la profundidad y transmitirlo. Ni sirve ni manda; es un
intermediario... Únicamente la belleza ha pasado a través de él››.[1]
El símbolo cruciforme del árbol.
No olvidemos la fuerza del símbolo cruciforme
del árbol con su tronco vertical y sus ramas horizontales, hiriendo la tierra,
manando la sangre que la fertiliza. La fuerza primigenia que inspira al artista
se asimila a la belleza y la verdad ocultas debajo de la tierra. El arte es la
transmisión, el desvelamiento, de lo oculto. El artista está siempre
percibiendo sensaciones de lo que le rodea. Al respecto, Picasso decía en 1935:
‹‹El artista es un receptáculo de emociones procedentes de cuanto le rodea: del
firmamento, de la tierra, de un trozo de papel, de una forma que pasa, de una
telaraña... Por lo que se refiere a las cosas, no existen distinciones de
clase. Debemos recoger lo que nos vale dondequiera que lo hallemos››.[2]
Herbert Read.
En este mismo sentido del arte como fuente de
conocimiento, Herbert Read, en Orígenes de la forma en el arte (1967),
busca establecer un principio social en el arte, en un método que él mismo
llama “biológico” por la vinculación que establece entre arte y vida (social),
de modo que el arte adquiera la función de principal instrumento de cognición de
la realidad (también la tesis de Focillon, Fiedler, Worringer...). Precisa que
‹‹El arte es la facultad de que está dotado el hombre para separar una forma
del caótico torbellino de sus sensaciones y contemplarla en su singularidad››.[3] Identifica ‹‹el arte con la fuerza vital misma, en cuanto
esta fuerza logra el establecimiento del ser en la conciencia humana››[4], lo que debemos relacionar con la fuerza vital a que se
refieren Klee y Miró cuando hablan de tomar la fuerza de la tierra, como
plantas, y que es la que permite al artista traspasar los límites de su
conciencia y crear su mundo imaginativo.
Read cita como autoridad a Henri
Focillon: ‹‹La vida es forma, y forma es la modalidad de la vida. Las
relaciones que vinculan a las formas en la naturaleza no pueden ser puro azar,
y lo que llamamos “vida natural” es, en efecto, una relación entre formas, tan
inexorable que sin ella esta vida natural no podría existir. Igual cosa ocurre
con el arte. Las relaciones formales en una obra de arte y entre diferentes
obras de arte constituyen un orden para todo el universo, y una metáfora de
él››.[5]
Los existencialistas abordarán igualmente el
problema. Heidegger afirma que para los griegos (su gran referente estético) el
Arte es el desocultamiento del ser del ente, y el profesor Souriau (1947) nos
ofrece una definición existencialista del arte muy semejante: ‹‹el arte es la
actividad instauradora. Es el conjunto de las búsquedas, orientadas y
motivadas, que tienden expresamente a conducir un ser (...) desde la nada, o
desde un caos inicial, hasta la existencia completa, singular, concreta, de la
que da fe su presencia indiscutible››.[6]
De resultas, no sorprende constatar la
influencia religiosa en las obras oníricas de Miró, que realiza una continua
invención del mundo. Ya el apotegma clásico de Zacarías de Mitilene decía que
“Dios no se limita a crear el mundo de una sola vez, sino que lo crea
continuamente” y Miró acotaba: ‹‹Debemos intentar descubrir nuevas cosas en un
cuadro, cada vez que se mira››.[7]
Según esta concepción, propia del idealismo
que subsistía en las vanguardias, el artista sería un vehículo privilegiado de
esa creación permanente y esta pasión por la dialéctica creadora era común a
los vanguardistas europeos de los años 20 y explica en parte su encendida
pasión por los antiguos mitos orientales, la poesía griega arcaica y la
filosofía presocrática, así como su cálida recepción de las teorías del
indeterminismo de Heisenberg, como Preckler apunta: Miró sería un pintor
surrealista abstracto que se nutre ideológicamente de la Teoría de la
Indeterminación de Heisenberg, con su interpretación indeterminista del
microcosmos (toda observación lo transforma irreversiblemente), en contraste
con la determinación de un macrocosmos que se rige por leyes inexorables.[8]
Otras probables influencias serían el
vitalismo de Ortega o el idealismo vital en las versiones de Oswald Spengler,
Giovanni Gentile o Benedetto Croce. El tema de la creación divina ha fascinado
a innumerables artistas y poetas, desde mucho antes que Miguel Ángel, y se
refleja sin duda en los Campos Magnéticos de Breton y
Soupault, y en Miró.
Los surrealistas se limitarían a transferir
el poder creador de Dios al hombre, al genio en su obra literaria o artística.
En este sentido, y más específicamente, el libro bíblico del Génesis,
en su primer capítulo, parece un inventario del universo simbólico mironiano
desde los años 20: día y noche, mar, tierra y cielo, peces y aves, etc. y así
cobra sentido que Miró tuviera siempre en su taller una Biblia y cuando
atravesaba una fase inactiva dedicase largos ratos a leerla para reencontrar la
inspiración.
La historiografía más filosófica-poética
refleja esta idea.
El ensayista Ignacio Jesús Angulo (Santo
Domingo de la Calzada, 1953), poeta y profesor de Literatura e Historia del
Arte en el Centro de Estudios Universitarios EZA de Madrid, escribe que
‹‹La religión, en el sentido etimológico del término, es un hecho en la pintura
de Miró. “Religare”: voluntad de reunión con los orígenes.››, un Miró
artista religioso, en lo que denota la influencia de Zubiri y su teoría de la
“religación”.[9]
El escritor cubano Alejo Carpentier presenta
a Miró como un Dios artista que crea en siete días un universo de formas y
criaturas, para volver a empezar al séptimo día.[10]
El escritor argentino Caride opina que Miró
instaura una cosmología mágica a través de su mundo subconsciente, que se
relacionaría con la memoria milenarista que reposa en el subconsciente
colectivo de Jung: ‹‹Miró rescata para el arte de nuestro tiempo la
instauración en el espacio de una iconografía imaginaria que posibilita la
capacidad de desentrañar la imagen del universo››.[11]
Las pruebas de la creencia mironiana sobre la
condición del artista como profeta y demiurgo son incontables en declaraciones,
entrevistas, apuntes... Las de los años 1934-1941 son muy conocidas y están
bien estudiadas en la historiografía y en sus capítulos correspondientes de
esta investigación, por lo que en este apartado sólo citaremos los últimos
documentos, de agosto de 1980, cuando aún escribe en sus apuntes su intención
de ser un profeta que anuncie un mundo nuevo basándose en una inspiración primitiva:
‹‹2-VIII-1980. Serie teles 80 i 100 fons matèria com pà torrat que menjo
per esmorzar. Grafismes purs, com els de les coves›› (FJM 9995), y el ‹‹3.VIII.80. Exposar dibuixos al costat de certes teles, són de la mateixa
família, una cosa valoritza i posa en valor l’altra, tot està fet dins el
mateix estat d’esprit. Descartar la diferència entre dibuixos i pintura, no hi
ha superioritat ni inferioritat. Tot lo que toco jo esdevé màgic i espiritual›› (FJM 9996), a la que sigue ‹‹6-VIII-1980. La meva obra que esdevingui un diari humà i una profecia››
(FJM 10009) y el mismo mes ‹‹[Ilegible]-VIII-80. En oposició a la sèrie de teles
precedents, començar nova sèrie amb tranquilitat d’esprit, mirant vers el
futur, amb un sentit màgic i religiós, valoritzant l’home›› (FJM 9997). Y ya a finales
del mismo mes de agosto vuelve a considerarse un profeta con un profundo
sentido religioso que vuelve en un círculo final a la visión prenoucentista (de
Torras i Bages) y noucentista (de Torres García y Joaquim Sunyer) del
Mediterráneo como paraíso mítico: ‹‹31-VIII-1980. Retrobar una civilització
mediterrània (com un oracle). La meva última exposició serà la última de
cavallet, però retrobant el sentit religiós profund i màgic i profètic. S’anirà
a una obra de contacte directe, grans murals i obra gràfica. L’obra de Picasso
és engegar-ho tot a fer punyetes, l’obra de Braque és plena de seny, dintre les
grans lleis de la tradició. Que jo faci teles grans és igual, del moment que és
l’acabament de tot›› (FJM 9970).
Pero zanjemos aquí las expectativas de Miró
(o Picasso o Dalí) profeta, una idea irracional que sólo se cumple a
posteriori, como nos recuerda Francis Haskell con su impecable common
sense, puesto que es ‹‹una estupidez insostenible. Sin embargo, es algo que
a los artistas les gusta oír sobre sí mismos, porque resulta bastante agradable
que te digan que han anticipado el futuro.››[12] Haskell explica que más bien cree que la época refleja el
arte que al revés, porque el arte forma parte del espíritu general de la época.
Sí es cierto empero que los artistas captan muchas
veces la autenticidad del drama de su tiempo y en la historia es tan fácil
pasar del drama a la tragedia que anunciar ésta es jugar con los dados
cargados.
NOTAS.
[1] Klee,
cit. Elsen. Los propósitos del arte. 1971: 309.
[2] Picasso.
cit. Elsen. Los propósitos del arte. 1971: 374.
[3] Read. Orígenes
de la forma en el arte. 1967: 7.
[4] Read. Orígenes
de la forma en el arte. 1967: 8.
[5] Focillon,
cit. en Read. Orígenes de la forma en el arte. 1967: 8.
[6] Souriau. La
correspondencia de las artes. 1979 (texto de 1947): introd.
[7] Cano,
Ferrán. La vida como provocación. Especial Miró.
“Gala”, Palma de Mallorca, 6 (IX-1993): 59.
[8] Preckler,
Ana María. Historia del Arte Universal de los Siglos XIX y XX.
2003: v. II, p. 236.
[9] Angulo,
I. J. Joan Miró: una lúdica religión. “La Rioja” (13-IX-1994).
[10] Carpentier,
Alejo. Génesis. “Ultima Hora” (26-XII-1983).
[11] Caride,
Vicente P. El mundo mágico de Joan Miró. Especial Miró
a los 85. “Daily Bulletin” (1978) 35.
[12] Haskell. Declaración
en 1999 a Yvars. El historiador en su mundo. Francis Haskell (137-170)
en Yvars, J.F. El momento estético. 2006: 164.
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