Este texto
facilita una visión general del artista, y es una versión para blog, sin notas,
de un capítulo de mi tesis doctoral Joan Miró, el compromiso de un artista
(1968-1983).
UN RESUMEN DE LA EVOLUCIÓN DE JOAN
MIRÓ.
EL PERIODO 1893-1919.
El periodo 1893-1919 transcurre en Cataluña y se divide en tres etapas, 1893-1907, 1907-1915 y 1915-1919, con dos hitos de ruptura: el primero, el inicio de su educación artística académica en 1907; el segundo el fin de ésta en 1915 coincidiendo con el inicio de su dedicación profesional al arte.
La formación: 1893-1915.
Miró nació el 20 de abril de 1893 en Barcelona en el seno de una familia de tradición artesana, una típica representante de la clase media catalana, originada en la pequeña burguesía agraria catalana enriquecida desde 1875 en la llamada Segunda Revolución Industrial y convertida en propietarios rentistas gracias a que muchos de sus miembros habían establecido negocios en Barcelona y habían prosperado, pero sin perder sus raíces campesinas. La formación ideológica de Miró se corresponde con la ideología de esta clase media catalana, una conflictiva mezcla de ideas: entre el catalanismo y el españolismo, entre la República y la Monarquía , entre el laicismo y el catolicismo, entre el progresismo y el conservadurismo. Es el reflejo de una sociedad y una economía que viven un tiempo de profundos vaivenes históricos y sociales, de gran prosperidad, aunque marcada por varias crisis, como las de 1898, 1909 y 1917; una situación política en la que las fuerzas políticas catalanas se decantan y disgregan al socaire de las grandes líneas ideológicas del nacionalismo catalán, la conservadora y la progresista; la abrumadora presión ideológica del catolicismo catalán, predominantemente conservador; y el triunfo de los valores culturales de la Re naixença catalana.
Como fruto de esa clase social, Miró vivió sus contradicciones, y su ideología sufrió dudas y crisis, y aunque el catalanismo, tanto ideológico como temático, estará siempre presente en su obra, hay, empero, la influencia moderadora que emana de las culturas castellana y francesa, especialmente en los campos de la poesía y el arte. En lo religioso el Miró juvenil era un católico fervoroso, por influencia de su educación, su familia y la mayoría de sus compañeros.
En los años 1900-1907 pasa una etapa de formación general relativamente pobre. Ya tiene conciencia de su vocación de artista, pero su familia no apoya sus deseos y le obliga a realizar estudios (1907-1910) de contable de Comercio, aunque también inicia su formación artística en la Escuela de Bellas Artes de la Lonja de Barcelona (1907-1910), donde es discípulo del romántico Urgell y del modernista Pascó. Trabaja insatisfactoria y brevemente como administrativo (finales de 1910 a inicios de 1911) en un almacén de droguería de Barcelona. En 1911 se juntan su vocación de artista, su fracaso laboral, una mejora de la situación del mercado del arte, una enfermedad y la convalecencia (en Mont-roig), para convencer a su familia de que debe dedicarse exclusivamente al arte.
Miró se concentrará en mejorar su formación artística y sus primeros intentos artísticos de calidad. En 1912-1915 estudia con provecho en la Academia Galí , donde Francesc Galí es un verdadero apóstol del noucentisme, cuyo espíritu absorbe, aunque Miró se decanta formalmente por el cezannismo y el fauvismo.
Frecuenta asimismo en 1913-1918 la academia del Cercle Artístic de Sant Lluc, una institución catalanista y católica, inspirada por Josep Torràs, obispo de Vic, en la que participaban los artistas católicos más afamados, como los hermanos Llimona, Baixeras, Hoyos, Gaudí, etc. La institución aceptaba una estética ecléctica (modernismo simbolista, noucentisme). En ella comienza su amistad con Ricart, Ràfols, Prats, Artigas, Gasch y conoce a Gaudí.
De este modo, recibe en esta etapa de formación de su juventud unas influencias variadas, que marcan un rasgo permanente, su eclecticismo estilístico: noucentisme (Campesino, 1914), las primeras vanguardias venidas de Europa como el fauvismo con sus brillantes colores (Playa de Cambrils, 1915), el expresionismo (el color, el trazo libre) y el cubismo (con sus formas fragmentadas), junto a la miniatura persa y las formas bidimensionales de los frescos románicos catalanes.
En suma, la formación de Miró, como en casi todos los artistas desde el Renacimiento, bebe en las fuentes de una formación académica (con Urgell y Pascó en la Llonja ), un maestro particular (Galí) y, sobre todo, una intensa preparación autodidacta a base de contemplar obras en exposiciones y reproducciones en revistas, y leer libros y revistas.
El artista: 1915-1919.
Tras una fase de modernidad en la que predomina la obra fauvista (1915-1917), en 1917 se orienta por el camino de las vanguardias europeas, a consecuencia de su contacto con el marchante Josep Dalmau, la exposición en Barcelona del arte francés que organizó Vollard, las lecturas de poesía francesa y revistas de arte de vanguardia. Sus obras de esta fase, Nord-Sud, Siurana, Prades, son una síntesis espontánea y libre entre la descomposición cubista de la forma y la libertad fauvista en el color. Muestra ya su temprano dominio del color, aunque su dibujo es todavía tosco. Su proyecto personal es ahora el de un joven burgués, que intenta conseguir una difícil autonomía personal, mermada por su falta de independencia económica respecto a su familia; de ideología conservadora y católica, de moralidad casi integrista; que guarda escasas simpatías por la causa revolucionaria obrera, pero que manifiesta ya ciertas vetas progresistas, como lo demuestra que sea francófilo durante la I Guerra Mundial y algunas amistades anarquizantes hacia 1917.
En 1918 celebra su primera exposición individual, con un completo fracaso de ventas, en las galerías Dalmau, cuyo catálogo presenta (un calígrama) Josep M. Junoy. Poco después, participa en la breve Agrupación Courbet (1918-1919), que encuadra a jóvenes artistas católicos y conservadores: Llorens Artigas y los miembros del grupo de Vilanova (Ricart, Ràfols, Sala...) y Torres García, con los que celebrará tres exposiciones colectivas.
Todo esto le hace replantearse su estilo, en una fase muy ecléctica, en 1918-1919, de diálogo/reacción con la vanguardia (paralelo al “retorno al orden” que se da en el arte europeo), plasmado en un realismo detallista volcado hacia la tradición catalana, con un mayor peso de la influencia de estilos prevanguardistas (románico, gótico, primitivo), así como una visión cada vez más personal y mediterránea de la naturaleza, que se manifiesta en obras como Molinillo de café, Retrato de niña, El huerto del asno, Calle de Prades, de una pintura minuciosa, caligráfica y miniaturista, figurativista, plana, con influencias cubistas y futuristas, a veces de un expresionismo arrebatado, con una tendencia por la que el análisis de los conjuntos visuales lleva a la concreción de cada objeto como un ente separado, aislado, purificado, hecho más típico e intenso, como un signo. Va mejorando su dominio del dibujo. Los temas son cotidianos, paisajísticos, familiares, de un cierto gusto naif, como en Autorretrato (1919).
Su proyecto vital es triunfar como artista en Barcelona, pero fracasa en el empeño. Su obra de estos años, aunque muy moderna en varios aspectos (fauvismo, Cézanne, cubismo, futurismo), se desliza todavía por carriles conservadores, propios del gusto noucentista, ya que su ideal es fundir el arte mediterráneo (el paisaje clasicista) con el vanguardismo de su admirado París. La causa parece ser que Miró quiere triunfar en el mercado barcelonés, con un arte atento a los gustos noucentistas de éste. Pero su moderación será insuficiente, porque si es un estilo perceptiblemente catalán en sus raíces es en cambio demasiado moderno en sus aspiraciones, lo que le llevará a quedar aislado por la crítica y el público. Ante el fracaso, en lugar de rendirse se radicalizará. Sólo la salida al extranjero es una puerta abierta a la esperanza. Cuando marche a París en 1920 Miró es un joven artista de 27 años recién cumplidos, dominador de una técnica asentada aunque mejorable, inquieto y abierto ante toda innovación. Los años de formación en Barcelona, pese a todas las desilusiones, han sido un excelente pedestal para impulsarse para la revolución que significará París. Como dirá siempre, las dificultades le han endurecido.
EL PERIODO 1920-1939.
El periodo 1920-1939 comienza con el primer viaje de Miró a París y se divide en dos etapas, 1920-1929 y 1930-1939, separadas por el hito de su matrimonio, coincidiendo con el inicio de la crisis de los años 30, que culmina en la última fase de la guerra civil (1936-1939), de crucial importancia para Miró por su intensidad vivencial y artística. Si en 1920-1922 Miró continúa y desarrolla las potencialidades del realismo detallista que ya seguía en 1918-1919, en cambio los años 1923-1929 son explosivos creativamente, de una sorprendente riqueza en ideas de nuevas formas y soluciones de construcción del espacio, con bruscas variaciones incluso en un mismo año (1925 y 1928 son especialmente significativos en este sentido), mientras que durante los años 30 hay comparativamente menos novedades estilísticas, compensadas porque se ejecutan buena parte de las ideas inconclusas del decenio anterior y porque el artista responde a los retos de la extrema simplificación de la antipintura, de la abstracción geométrica, de la experimentación con objetos y, finalmente, de los terribles sucesos del mundo exterior, con el resultado de la maduración a saltos de un estilo de madurez que se confirmará en los años 40 tras las Constelaciones.
El impacto parisino: hacia el surrealismo: 1920-1929.
En lo personal es una época de crecimiento y madurez en la independencia: su padre fallece (1926), se casa con Pilar Juncosa (1929) y nace su hija Dolors (1930); vive alternando largas estancias en París, Barcelona y Mont-roig y se convierte en un cosmopolita; en lo intelectual evoluciona hacia una cultura cada vez más francesa y menos catalana, pues percibe a Cataluña como un lugar provinciano; en lo profesional consigue el reconocimiento del público y de la crítica, e incluso un breve éxito comercial a fines de los años 20, antes de que llegue la crisis económica internacional de los años 30, durante la cual mantiene el reconocimiento crítico, pero apenas vende sus obras; en lo ideológico es un hombre lleno de contradicciones, pues sufre una profunda división de ánimo, luchando entre sus ideas conservadoras y católicas sólidamente asentadas en su juventud y la fascinante influencia del mundo laico y ateo de la gran cultura en el que se desenvuelve casi toda su vida desde 1920. Junto a ese hombre conservador cuyas raíces pequeño-burguesas le podrían haber llevado fácilmente a ser un intelectual franquista (en el sentido en que se puede afirmar que lo fueran Josep Pla, Eugeni d’Ors, J. V. Foix o Salvador Dalí), nos encontramos igualmente a un demócrata sincero, que no renunciará a oponerse, implícita o explícitamente, a las dictaduras y al fascismo. Es el suyo un progresismo tanto social como democrático. En lo religioso, en los años 20, en París, su fervor mengua, alejado de la familia y sumido en un ambiente ateo e irrespetuoso, pero tras la boda con Pilar Juncosa regresa sin problemas al cumplimiento riguroso del culto católico (nunca había abandonado sus creencias), aunque mantendrá siempre una gran tolerancia religiosa respecto a los demás y será más bien crítico con el conservadurismo de la Iglesia en cuestiones sociales.
En marzo de 1920, tras largos preparativos, viaja a París, donde se sumerge en la vanguardia europea: contactó con el grupo Dada y conoció a Picasso, Raynal, Max Jacob, Reverdy, Tzara... Su objetivo es revolucionar el lenguaje del arte. Su apuesta será absoluta, el camino durísimo, el triunfo lejano... El viaje a París en marzo de 1920 no supondrá un inmediato corte estilístico sino temporal en su producción. Miró, tras descender en Barcelona al infierno del fracaso y carente de un referente político catalán que fuese a la vez progresista en lo político y en lo cultural, se decidirá en estos años por un arte absoluto, hecho en París. (París o muerte!, es su lema. Pero tardará todavía un tiempo en evolucionar estilísticamente, en madurar su estilo en contacto con el dadaísmo, el cubismo y el purismo. Desde 1921 marcha cada invierno a París, en la que realiza ese año su segunda exposición individual (otro rotundo fracaso de ventas), organizada por el marchante Dalmau y presentada por Maurice Raynal. Su combinación del análisis cubista con la encendida coloración fauvista produce en esa época obras complejas, profundas derivaciones del estilo de la fase detallista iniciada en 1918, en un arabesco compacto, como La mesa (1920), la Bailari na española (1920), el simplificado Gran Desnudo (1921), La masovera (1922) y La espiga de trigo (1922), lo que desembocará en la obra maestra de La masía (1921-1922), cima y fin de esta fase.
La masía (1921-1922).
En París, hacia 1920-1923, durante sus ya largas estancias (alternadas con sus veranos en Mont-roig) se relaciona con las vanguardias, en el activo grupo de la Rue Blomet , impulsado por Masson. Es a este influjo que se le deben la mayor parte de los cambios de su estética en esta época, pues no entra en el grupo surrealista de Breton hasta principios de 1925. Es en el verano de 1923, en Mont-roig, cuando se opera la más trascendental transformación artística de la vida de Miró, cuya pintura asume la concepción que ya guardaría en lo esencial para siempre. Su pintura evoluciona hacia la creación de un lenguaje propio, el llamado “onirismo esquemático”, con tintas planas y signos esquemáticos y poéticos. Es un surrealismo abstracto, opuesto al posterior surrealismo figurativo de Dalí. Su estilo cambia de un modo trascendente: el énfasis pasa del realismo a la imaginación, de la representación del mundo exterior a la penetración en el mundo interior, de la inspiración en la naturaleza a la entrega a la poesía. El realismo detallista y el cubismo son superados por una progresiva sencillez, una depuración de los elementos secundarios. Las obras de 1923-1924 le conducen a una evasión de la naturaleza como modelo inmediato, para mostrar las ‹‹espurnes d’or de l’anima›› como Miró le declaró a Dupin. El artista se introspecciona y madura un lenguaje pictórico que abandona la figuración fantástica para entrar de lleno en la pintura del sueño. Las alucinaciones autoinducidas (más que el hambre) y el trabajo sin tregua le llevan a superar el límite entre lo ordinario y lo imaginario.
El carnaval de Arlequín (1924-1925).
Miró se basa entonces en el método del automatismo psíquico (la anulación de la consciencia para que brote la inconsciencia) y quiere un arte tan directo y puro como la poesía surrealista (1924 es el año del primer manifiesto surrealista). No contempla el paisaje con ideas preconcebidas (para encontrarlas en él), sino que deja que el paisaje llegue al pintor y le transforme. Crea ahora un universo pictórico nuevo, con símbolos que repetirá siempre (estrellas, palomas, sexos abiertos), de formas y colores en movimiento, rezumando libertad y alegría. Miró arranca de la memoria, de la fantasía y de lo irracional para crear obras que son transposiciones visuales de la poesía surrealista. Abundan los cuadros-poema, con una asociación literaria a poetas surrealistas (la poesía será siempre una de sus grandes pasiones, destacando los franceses Jarry, Rimbaud, Baudelaire y Apollinaire, los poetas catalanes y los místicos castellanos). Sus obras maestras del periodo son Tierra labrada (1923), Paisaje catalán (1924), El carnaval de Arlequín (1924-1925), El campesino catalán (1925), El campesino catalán de la guitarra (1925), y El perro que ladra a la luna (1926). Estas visiones oníricas a menudo comportan una visión humorística o fantástica, conteniendo imágenes distorsionadas de animales jugando, formas orgánicas retorcidas o extrañas construcciones geométricas. Las composiciones de estas obras se organizan sobre neutros fondos planos (denominados campos de color monocromo, precedente de los fondos de Rothko) y están pintadas con una gama limitada de colores brillantes, especialmente azul, rojo, amarillo, verde y negro. En ellas se disponen sobre el lienzo, como de modo arbitrario, siluetas de amebas amorfas alternando con líneas bastante acentuadas, puntos, rizos o plumas. Posteriormente, Miró producirá obras más etéreas en las que las formas y figuras orgánicas se reducen a puntos, líneas y explosiones de colorido abstractos.
El invierno de 1924-1925 Miró lo comienza en el grupo de la Rue Blomet y lo termina ya en el seno del grupo surrealista. Miró vuelve parcialmente a la complejidad iconográfica del invierno anterior, en obras como Paisaje, Campesino catalán, Cabeza de campesino (un fondo azul plano, insectos...), hasta el extraordinario Carnaval de Arlequín, un abarrocado festival surrealista y Retrato de la señora K. La exposición individual de Miró en 1925 en París, en la Ga lería Pierre, apoyada por los surrealistas, constituye, por fin, un sonoro éxito y Miró adquiere una fama internacional. Más tarde será considerado como el mayor pintor surrealista, por encima de Dalí, André Masson o Max Ernst, basándose en una interpretación sesgada de unas palabras de Breton: ‹‹Miró es probablemente el más surrealista de nosotros››, cuando, en realidad, Breton criticaba que Miró estudiaba demasiado racionalmente la composición de sus obras. Es cierto que hizo en su vida miles de dibujos preparatorios ya que siempre vivió dos pulsiones: una pintura de impulso irracional e inmediato en la inspiración, y una ejecución muy elaborada y meditada, que podía durar muchos años. Es su conocida dicotomía entre un estilo “espontáneo” y otro “meditado”. Sus obras maestras de la etapa declaradamente surrealista que se abre en 1925 son El campesino catalán (1925) y la lírica El perro que ladra a la luna (1926). Inicia su experiencia en el mundo del teatro con los decorados con Max Ernst de Romeo y Julieta (1926), para los Ballets Rusos, una colaboración que le ganó el rechazo temporal del grupo surrealista. En lo político la influencia surrealista le radicaliza un tanto; sin abandonar del todo su catalanismo conservador, empero se abre a un internacionalismo progresista, pero se abstendrá de un compromiso militante y en 1929 se distanciará definitivamente del grupo comunista de Breton, aunque mantendrá una buena relación personal.
Comienzan unos años de crisis recurrentes, en los que Miró defiende su concepto del “asesinato de la pintura” (desde 1927, al menos), una interrogación sobre el sentido de los materiales, las fórmulas y los fines del arte. Miró, nunca bastante satisfecho de lo que ha logrado, intentará siempre nuevos caminos artísticos. Se decanta generalmente por el juego ambiguo y la poesía, pero todavía sufrirá varias crisis que penetran en su obra, alternándose con sus periodos de optimismo. En 1926-1927 se produce un cambio en su obra, hacia una fantasía más inteligible, más accesible para el público, lo que pasa necesariamente por signos más austeros y conectables con el imaginario popular, en obras excelentes como Desnudo (1926), Perro ladrando a la luna (1926) y Fratellini (1927). Pasa al grafismo de los temas de circo reducidos a leves esquemas en 1927, para volver a la gozosa acumulación de objetos en la serie de tres Interiores holandeses (1928). De las numerosas exposiciones celebradas en París hay que destacar la de 1928, organizada por Pierre Loeb, su marchante durante muchos años, que le introducirá en los mercados internacionales: el MOMA le compra en 1929 dos cuadros y hace su primera exposición en Nueva York en la Ga lería Valentine (1930).
Hacia el estilo expresionista “salvaje”: 1930-1939.
En lo personal es una época de felicidad familiar, aunque económicamente sufra penurias y en lo político padezca los conflictos de estos años. La crisis del mercado del arte le fuerza a reinstalarse en Barcelona (1933-1936) aunque sigue exponiendo en las galerías parisinas Bernheim y Pierre, y en la neoyorquina de Pierre Matisse. Durante la guerra civil española (1936-1939) vive en el exilio, entre París y Varengeville (Normandía). Durante los años 30 se ha radicaliza notablemente en política y ahora llega a un compromiso bastante directo con la República española, especialmente en 1937, pero, desencantado, acabará por desvincularse hacia 1938, sin abjurar empero de su progresismo.
En lo artístico madura su estilo hacia un realismo vanguardista, que guarda una estrecha relación con el expresionismo, en cuyas obras emprende una búsqueda de las verdades espirituales bajo las apariencias de la naturaleza vegetal y animal; un surrealismo automático en el que crea un mundo onírico; un despojamiento de las obras del periodo del “asesinato de la pintura”. Comienza sus experiencias con la escultura en 1930-1931, con una estética surrealista del objeto. En 1931 expone en la Ga lerie Pierre sus esculturas-objetos, Construcciones, antecedentes de una actividad escultórica que reprenderá sobre todo en los años 70 con gran fuerza. Estas esculturas son importantes en la comprensión de su evolución porque reflejan una profunda crisis del artista, en la que cultiva el expresionismo y nuevas técnicas (collage, dibujo, escultura) y materiales (objetos reales), que ensambla para sugerir ideas. En el mismo estilo, destacan los decorados y los figurines teatrales de Juegos de Niños (1932), para los Ballets Rusos de Montecarlo. En 1932 elabora una serie de pequeños cuadros en los que reaparece el tema femenino, y vuelve a la representación del espacio. Una Pintura sobre papel Ingres (1932) es el máximo compromiso posible de Miró con la abstracción geométrica que en aquel entonces impulsaba el grupo Abstraction - Création.
Bodegón del zapato viejo (1937).
Sin perder algunos atributos de las fases anteriores, llega su fase más expresionista con las “pinturas salvajes”, a partir de 1934, que reflejan su profundo rechazo a la crisis política y social, su desazón espiritual, premonitoria de los terribles desastres de las guerras que pronto vendrán. Sobre sus obras de estos años Miró explica: ‹‹Comprendía que el realismo, un determinado tipo de realismo, constituye un excelente medio para vencer la desesperación››. Miró capta el espíritu desasosegador de la Historia y lo plasma en obras de materiales duros e impactantes y en grandes pasteles de colores violentos, de figuras de formas retorcidas, que acrecientan obra tras obra su sensación de claustrofobia, de claroscuro. Sus obras de 1937-1938 son de un angustiado compromiso, de un feroz realismo, de colores tensos y tenebrosos, que describen un mundo de violencia trágica poblado por seres deformes y hostiles, que nacen de la tierra en la que se asientan con pies enormes (un motivo que se repite en sus obras). Destacan la perdida El segador, para el Pabellón de la República en la Exposición Uni versal de París, el cartel de propaganda Aidez l’Espagne, y obras tan expresionistas como Bodegón del zapato viejo y Cabeza de mujer II. Las mujeres, monstruosas figuras pilosas, se han relacionado con las mismas figuras que aparecen en la obra Sueño y mentira de Franco, de Picasso. Al final de la guerra, busca un arte menor temporal y dramático, que prefigura las Constelaciones, y experimenta con el grabado.
EL PERIODO 1940-1967.
El periodo 1940-1967 comienza con la vuelta de Miró a España y se divide en dos etapas, 1940-1956 y 1956-1967, separadas por el hito del cambio de domicilio, desde Barcelona a Mallorca, coincidiendo con el escenario del nuevo taller y una crisis creativa.
El exilio interno y el retorno al mundo; la madurez ideográfica: 1940-1956.
En lo personal es un periodo de feliz madurez: lo comienza con 47 años y lo termina ya con 63, habiendo decantado la mayoría de sus ideas: un catolicismo aperturista, un conservadurismo moderado en lo social, un liberalismo político, un catalanismo moderado e inquebrantable en los principios. Tras una breve temporada de sosiego al inicio de la II Guerra Mundial, en el verano de 1940 huye de la invasión alemana y, aunque identificado con la causa republicana, vuelve a España, donde llevará una vida retirada durante toda la dictadura franquista. Primero se refugia en Palma de Mallorca (1940-1942), para residir más tarde en Barcelona, entre 1942 y 1956, salvo algunos viajes al extranjero y Mallorca.
A partir de los años 40 Miró crea un nuevo lenguaje: elimina las referencias espaciales y la figuración pasa a tener valor de ideograma. Esto se advierte primero en la serie de gouaches Constelaciones (1940-1941), un evidente escape imaginativo de la guerra, nacido en la paz de Varengeville y reanudado en Mallorca, en la que contemplamos un microcosmos de nocturnos imposibles lleno de figuras indefinibles, que corresponden a su mitología particular: luna, sol, estrellas, pie, mujer, elementos fálicos y femeninos.
Su fama crece. En 1941 realiza su primera gran retrospectiva en el MOMA de Nueva York, que le consagra allí. Pero en España son años de oscurantismo, de exilio interior. Vuelve al mercado internacional, destacando en 1945 la exposición de sus Constelaciones en la galería de Pierre Matisse, su marchante en Nueva York, y en 1948 su exposición en la galería de Aimé Maeght, su marchante en París; desde esta época alcanzará el nivel deseado de bienestar económico, con el apoyo de sus marchantes y el éxito comercial. En estos años es manifiesta su influencia sobre los movimientos artísticos de posguerra: el expresionismo abstracto en EEUU y el informalismo en Europa, así como en el futuro será patente la de estos en la renovación de su propia obra, en un fecundo diálogo.
Scheidegger. Miró en su taller de Mont-roig (1952) [https://www.ernst-scheidegger-archiv.org/en/photos-of-artists/joan-miro/?id=470] Se fecha en el archivo en 1953. Miró viaja en marzo de 1952 a París,
donde conoce la maqueta del libro de fotos que Scheidegger realiza sobre Giacometti y acuerdan
que también le hará uno a Miró. Durante ese verano el fotógrafo le visita en Mont-roig y toma las imágenes, aunque
su libro tardará en encontrar un editor y se publicará en 1958.
Su obra artística está marcada por la preocupación por los materiales y la fusión de las artes le llevará a experimentar en los decenios siguientes con casi todos los medios artísticos, como pintura al óleo o cobre, acuarelas, pasteles, collages, grabados, litografías, cerámicas, murales cerámicos, esculturas, escenografías teatrales, cartones para tapices, diseños de moda... En pintura este periodo está lleno de obras maestras, de gran tamaño, en los que madura los dos estilos de su madurez, el “espontáneo”, muy rápido y gestual, y el “meditado”, más lento y trabajado. En grabado, en 1944 acaba su primera gran obra maestra(sus primeras experiencias son de 1928), con las litografías de la serie Barcelona, otra obra de clara evocación antibelicista; en 1947, gracias a su colaboración con Hayter, retorna al grabado, con nuevas técnicas (aguatinta, grabado al azúcar, barniz blando), mientras la figuración evidencia un retorno a las fuentes de la expresión del arte primitivo, pues quiere alcanzar un arte anónimo y colectivo, con obras como Álbum 13 (1948); sus éxitos gráficos son reconocidos con el Premio Internacional de Grabado de la Bienal de Venecia de 1954. La escultura cerámica la comienza a cultivar en 1944 (con Llorens Artigas), primero con pequeños objetos, como la magnífica serie de 1953-1955, que expone en 1956 en París y Nueva York. La escultura a partir de 1944 describe los personajes del imaginario mironiano, utilizando a menudo la técnica del objet-trouvé, con obras tan famosas como Pájaro solar y Pájaro lunar. El muralismo cerámico le permite engarzar la cerámica con la pintura, destacando grandes conjuntos murales, en los que, con su universo simbólico, trasciende el muralismo realista mexicano; sus máximas obras son la pareja Muro del Sol y Muro de la Luna para la sede de la UNES CO de París (1958), por la que en 1959 recibe del presidente Eisenhower el premio Guggenheim.
La etapa mallorquina y el nuevo cambio de lenguaje: 1956-1967.
En lo personal es tal vez la mejor época de su vida en los aspectos familiar, profesional y financiero. El éxito económico de estos años le permitirá satisfacer su sueño de un “gran taller”, que su amigo Josep Lluís Sert le realizará en su nueva residencia de Son Abrines, en Palma de Mallorca, lo suficientemente lejos de Barcelona y de los circuitos internacionales del arte como para poder concentrarse en su obra. Sobre todo desde los años 60 su fama es mundial: se le hacen grandes exposiciones antológicas en los mejores museos e instituciones de París, Londres (Tate Gallery, 1964), Fundación Maeght de Saint-Paul-de-Vence (1968), Nueva York (MoMA, Guggenheim), Tokio.
El impacto psicológico del taller sobre Miró es el mismo que el que le produjo París en 1919: una crisis de desconcierto ante su magnitud y un profundo replanteamiento de su obra. Era una oportunidad para conocer el nuevo arte contemporáneo, con el que confronta toda su obra anterior, para superarse en este diálogo. Durante cuatro años (1955-1959) al menos no pintará ninguna obra, pero abre sus carpetas largo tiempo abandonadas, recapitula sobre sí mismo y su arte, redefine su estilo y se dedica a otras artes. Cuando en 1959 vuelve a pintar con intensidad lo que surge es “un Miró nuevo a fuerza de ser viejo”: es otro de sus “regresos” estilísticos, marcado por un progresivo despojamiento de lo no esencial, dominado (o dejado dominar) por la materia, en una especie de panteísmo de lo anecdótico, del microcosmos.
Arco del Laberinto de Saint-Paul-de-Vence (1963).
Su obra artística de los años 60 es de un estilo crecientemente espontáneo, más gestual, pues la representación cede ante la pulsión subjetiva, sugerida a menudo por la materia y los utensilios que usa. Se inspira en el expresionismo abstracto norteamericano, en especial en Pollock y en la caligrafía oriental. El artista ha recuperado el sentir de la infancia del mundo, un lenguaje espontáneo y desenvuelto, alegre y libre, en el que dominan las grandes superficies de color, aunque con un predominio del gesto sobre la construcción del espacio pictórico. Pero todavía se pueden encontrar en su pintura de los años 60 y 70 muchos ejemplos del estilo “meditado” y con el paso del tiempo su obra a menudo se oscurece, con el color negro estructurando el cuadro. Se interesa aun más por la litografía y el grabado, como en Rojo y azul (1960), una serie de grabados en los que destaca la influencia de la caligrafía oriental. Cultiva la escultura, utilizando como materiales unos bronces que surgen de la reflexión sobre cosas encontradas (los objet trouvé del dadaísmo y surrealismo), con obras como Pájaro solar, así como materiales cerámicos, con los que obtiene texturas y matices inéditos para sus esculturas monumentales, como el gran conjunto del Laberinto de Saint-Paul-de-Vence. Confecciona murales cerámicos, como el de la Uni versidad de Harvard (1960).
EL PERIODO 1968-1983.
El periodo 1968-1983 se divide en dos etapas, 1968-1975 y 1976-1983, separadas por un acontecimiento fundamental: el cambio político a la muerte del dictador Franco, con la asunción de libertades democráticas y nacionales para España y Cataluña.
Contra el franquismo: 1968-1975.
En lo personal, Miró goza de una ancianidad vital, plena de optimismo, en la que su salud atraviesa una apreciable bonanza y el erotismo vuelve a su obra. Las exposiciones son un éxito de público y crítica. Su prestigio en España se acrecienta. El segundo viaje a Japón (1969) acelera un nuevo cambio formal y temático en su obra, y Miró profundiza en la filosofía oriental con pasión, aunque nació, vivió y murió como auténtico católico practicante. Pero comienzan a fallecer los amigos (Breton, los Zervos, Prats, Picasso) y presiente la proximidad del fin, por lo que ha de aprovechar el tiempo al máximo.
En lo político Miró toma progresivamente conciencia del proceso de descomposición interna del régimen franquista, que se aproxima a un punto de crisis —estallan las primeras luchas masivas en la Univer sidad española contra el régimen y aparece ETA—, en medio de un contexto internacional de graves acontecimientos —1968 es el año del Mayo francés y de la Pri mavera de Praga—. En 1968 Miró cambia radicalmente sus prioridades vitales y artísticas, en el sentido de evolucionar de lo privado a la preeminencia de lo público. Esto se plasma en varias facetas: “reescribe” su biografía, se compromete en causas públicas concretas, reorienta su obra artística, su pensamiento estético evoluciona, y acepta que el mundo exterior participe en la creación de su mito e incluso que le utilice como bandera ideológica, icono de la lucha en los nuevos tiempos. La crítica acude a él, reverenciándole como el último gran pintor vivo de las vanguardias. En 1968 comienza el proyecto de crear una fundación en Barcelona, impulsada por sus amigos Prats y Sert, y el alcalde de Barcelona, Porcioles; se abre en junio de 1975, como un Centro de Estudios de Arte Contemporáneo, siendo la culminación de su esfuerzo institucional para perdurar.
Su compromiso político y social durante los años finales del franquismo se evidencia en su participación en muchas acciones que reforzaran en el seno de la opinión pública su imagen catalanista y progresista, sobre todo en el encierro de Montserrat (12-14 de diciembre de 1970), con ocasión del proceso de Burgos. Confecciona carteles propagandísticos para instituciones catalanas o defensoras de los derechos humanos, como el 1 de Maig (1968) y el Unesco-Droits de l’homme. Mantiene las distancias respecto a los dirigentes franquistas y, junto con Sert, se implica en la larga lucha ecologista del Parc de la Mar de Palma. Pinta obras con mensajes tan polémicos como el Tríptico para la celda de un solitario (1968), La represión y la libertad (1973) y el gran tríptico La esperanza del condenado a muerte (1974). En Mallorca, en los momentos más difíciles de la represión de 1975, participa en la exposición *<Amnistia i Drets Humans> de la galería palmesana 4 Gats, para sufragar las fianzas de los detenidos.
Su obra artística progresa del ámbito privado hacia la vertiente pública. En la pintura, desde 1960 domina el gran formato en los cuadros, los colores son de una paleta más austera y reducida con un creciente predominio del negro, los signos de su vocabulario plástico se simplifican en número y dificultad de abstracción con abundantes signos y técnicas orientales, por influencia de sus viajes a Japón, aunque sus maestros son Picasso y el arte rupestre; en la escultura la decantación de su estilo es completa y definitiva, con el ensamblaje de objetos y coloca esculturas en parques y jardines públicos; desde 1969 trabaja en grandes tapices (sobreteixims y sacs) con Josep Royo; multiplica los grandes murales cerámicos en centros públicos como en un pabellón de la Ex posición Universal de Osaka (1970) o el aeropuerto del Prat en Barcelona (1970); diseña vitrales en la mejor tradición del color para iglesias y centros culturales franceses; practica el arte efímero en su pintura mural del ColAlegi d’Arquitectes de Barcelona (1969); ilustra más libros que nunca y cultiva la obra gráfica en numerosas series, en la que busca la reproducción múltiple de la obra y la experimentación en nuevas técnicas.
Su pensamiento estético cambia: el ideal del arte puro, propio de los largos y oscuros años del franquismo, se reconvierte ahora en un ideal del arte revolucionario que libere los sentidos y el espíritu del individuo, para transformar la sociedad hacia un mundo utópico de felicidad. El parentesco de esto con la obra teórica radical que su amigo Tàpies desarrollaba justo entonces es evidente, pero descansa también en los ideales radicales del joven Miró.
Miró se dedica a un programa biográfico de “reinvención de sí mismo”, a concluir una imagen pública de su personalidad que esté imbricada con sus ideas. En lo biográfico, su vida será “reescrita” mediante un aumento extraordinario del número, extensión y profundidad de las declaraciones y entrevistas que concede, marcadas todas ellas por una voluntad de marcar una coherencia de su imagen pública como hombre honesto, antifranquista, artista-trabajador, radicado en Cataluña y en Mallorca. Esto implicaba necesariamente que todos los detalles biográficos se ajustasen perfectamente, pero no se consiguió, produciéndose una alteración de los hechos que perjudicará el cabal conocimiento de su figura, al resaltar muchas lagunas y contradicciones en su vida y en su evolución artística. En 1977 se publica el libro de conversaciones con Raillard, Ceci est la couleur de mes rêves, que se había completado a finales de 1975; es casi una autobiografía, una fuente menos fiable de lo deseable, porque es la interpretación que un Miró de 82 años pretendía hacer de toda su vida.
Vistas de la Fundació Joan Miro en Barcelona, diseñada por J. L. Sert e inaugurada en 1975.
Su mito también lo transforman ahora muchos políticos, artistas, intelectuales, marchantes, críticos, historiadores del arte... que asumen que es un artista con una imagen conveniente como bandera de los ideales democráticos y nacionalistas catalanes. Incluso políticos aperturistas del régimen franquista, como los alcaldes Porcioles en Barcelona y Alzamora en Palma, le apoyan con precaución. En España comienza a ser reconocido por el público, gracias a que en Barcelona se celebran grandes exposiciones de homenaje en 1968 (la primera en España), 1969 y 1973. Se asienta como uno de los tres artistas más famosos del país, junto a Picasso y Dalí, y la muerte del primero en 1973 le permite deshacerse de su sombra y gozar de la gloria de ser el más prestigioso pintor vivo del mundo.
En la Transición democrática: 1976-1983.
En los últimos años sufre un lento declinar. Una primera fase de cuatro años (1976-1979) es de menguante pero muy interesante creatividad. Una segunda fase de otros cuatro años (1980-1983) es de casi total inactividad, que llega hasta la inanidad total del último bienio, cuando su penosa salud física (casi invalidez) y su depresión le impedían incluso dibujar.
Durante la Transición profundiza su compromiso en causas públicas. En 1976 el rápido advenimiento de la democracia le sorprendió, como a tantos otros demócratas en su tiempo. Él esperaba que la monarquía franquista se hundiese rápidamente en medio de un conflicto revolucionario, tal como había pasado al salazarismo en la Re volución de los Claveles en Portugal el 25 de abril de 1974. Pero, en contra de la opinión de los partidarios de la “ruptura”, la Reforma política resulta rápida, moderada, pacífica, exitosa en una perspectiva histórica. Y el proceso le encanta pues goza de una libertad nueva para manifestarse, después de la larga dictadura que le había oprimido. Intenta recuperar la vida que había soñado —que el franquismo le había sustraído— y lo consigue en buena parte. En el extranjero su imagen es la de un gran símbolo de la lucha de Cataluña por la libertad y la soberanía. En Palma participa en exposiciones en la galería 4 Gats tan comprometidas como las organizadas en favor de *<Per l’autonomia> y la *<Obra Cultural Balear> y acepta el nombramiento como vicepresidente de honor del Congrés de Cultura Catalana. Realiza carteles para Amnesty International, de 1976, el del Congrés de Cultura Catalana, de 1977 y el de Volem l’Estatut, del mismo año y claramente comprometido con el nacionalismo catalán; manifiesta explícitamente su compromiso catalanista y, así, invita al exiliado presidente de la Generalitat , Josep Tarradellas, a una exposición de su obra en Céret en julio de 1978. Pero su apoyo no es tanto hacia la izquierda como al catalanismo cultural —como lo demuestra que el mismo año 1978 rehúsa dibujar un cartel para el PSC— y a la democracia, tanto en España como en el extranjero —como ejemplo, en 1980 pinta y dona una obra para la exposición del Museo de la Re sistencia “Salvador Allende” en homenaje a Chile, y un cartel para la exposición en el Palau Solleric—. Su aportación escenográfica a la obra teatral Mori el Merma es esencial para atestiguar la radicalidad de su pensamiento político: acepta colaborar con la compañía teatral La Cla ca en 1976 en un proyecto de representar su imaginario universo artístico y político, e impone la condición de ‹‹que l’espectacle sigui la festa de la celebració de la mort de Franco. L’argument em dóna igual. Jo participaré plàsticament i és prou››, siendo el tema escogido el Ubu Roi de Jarry y su corte de personajes grotescos, una parodia de los valores burgueses, convertida ahora en un trasunto de un Franco ridículo y bestial.
Miró continúa su programa biográfico al llegar la democracia, facilitando entrevistas y libros que completen su “reinvención”, siendo sus declaraciones ahora diáfanas. En estos años da varias entrevistas a la televisión, destacando dos de 1978, de Paloma Chamorro para TVE y de Penrose para la BBC . En una entrevista de Permanyer en 1978 especifica Hombre y mujer frente a una pila de excremento (1936), Aidez l’Espagne y Bodegón del zapato viejo (1937) y Campesino catalán a la luz de la luna (1968), como obras fundamentales de su evolución estética y muestras de su fiel vinculación política con Catalunya; meses después declara a Amón sobre los años de la Guerra Civil (mitificándolos) y los últimos acontecimientos del régimen franquista (como la ejecución del anarquista Puig Antich).
Su obra artística persevera en cultivar el carácter público y monumental, aunque hace sólo unas pocas y pequeñas exposiciones, debido a la escasa obra original de los últimos años. Su lenguaje vuelve a una amplia gama cromática —aunque sigue dominando el negro— en la mayoría de las obras, sobre todo las gráficas, después de la etapa casi totalmente “negra” de los primeros años 70. Admira ahora la sencillez del arte rupestre, Turner y Cézanne. La fuerza liberadora del arte es lo que quiere resaltar, pero con complacencia, sin un espíritu tan radical de lucha. En todo caso, las pinturas son mucho más pequeñas, porque le falta la salud para acometer los grandes formatos —que exigen mayor agilidad—. Intensifica, basándose en dibujos anteriores, la producción de esculturas para espacios públicos. Supervisa tapices, como el inmenso para la Na tional Gallery de Washington, y más murales cerámicos para monumentos, como el mosaico Personajes y pájaros de la universidad de Wichita. Produce sus vitrales, en colaboración con Charles Marc. Continúa las series gráficas, con una tan excelente como Gaudí (1979), hasta su última obra, La marchande des couleurs, para la serie Allegro vivace (1981). Diseña carteles, ilustraciones de numerosos libros y portadas para diarios y revistas de poesía catalana.
Su pensamiento estético se equilibra. En línea con todo lo anterior, evoluciona desde la vertiente casi revolucionaria de la etapa anterior hacia un mayor compromiso entre la búsqueda del arte puro y la función social del arte. Manifiesta en 1978 que si el artista tiene un compromiso con un arte que se ha de crear libremente puede convertirlo después en símbolo de un pueblo. Es lo que expresa en la lección magistral que Miró escribió en 1980 con motivo de su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Uni versitat de Barcelona.
Crece el mito: el mundo exalta definitivamente la gloria de Miró como un luchador del interior contra el franquismo. Los artistas jóvenes le estudian, la crítica y la historiografía del arte prosiguen la apología más encendida, pese a algunas aisladas acusaciones de infantilismo o agotamiento por parte de sus enemigos. Miró se ha insertado plenamente en el arte oficial, no por renuncia a sus ideales estéticos, sino debido a que el mismo poder había extendido sus límites. Abundan las exposiciones antológicas, sobre todo coincidiendo con su 85 aniversario (1978), destacando la primera gran exposición oficial en Madrid, y después con su 90 aniversario (1983), en Barcelona, Madrid, Palma, París, Londres, Nova York, Milán, Viena... Los honores y homenajes públicos florecen: el rey Juan Carlos I le inviste en 1978 con la Gran Cruz de Isabel la Ca tólica y en 1980 con la Me dalla de Mérito de las Bellas Artes en la categoría de oro; para quien se había significado en los años 20 y 30 por su republicanismo era un cambio asombroso, pero lo cierto es que hasta su muerte Miró no se abstuvo de mostrarse como admirador del monarca. Negocia el futuro de su obra y de los talleres. La Ge neralitat de Catalunya le otorga la Medalla d’Or (1981) y el ministro de Cultura de la UCD , Pío Cabanillas, le encomienda un gran mural cerámico para el frontispicio del Palacio Nacional de Congresos (1980). Las relaciones con la Fun dación Joan Miró de Barcelona mejoraban desde 1979, con la llegada al poder en el Ayuntamiento de Narcís Serra y el cambio del equipo ejecutivo cultural. En octubre de 1978 se inician los trámites para constituir la Funda ción Pilar y Joan Miró en Palma, donando los talleres como centro cultural.
A su alrededor la lucha mercantil —entre familia, coleccionistas, marchantes— respecto a las obras se hace apasionada, porque su cotización subía enormemente, sobre todo en los años 80 y más todavía después de morir, cuando se multiplicó. Las galerías pugnaban por hacer exposiciones de Miró, un valor comercial seguro, tanto en el periodo de subidas generales de 1969-1979, como en la crisis del mercado artístico de 1979-1985, mientras que una parte de la familia criticaba duramente a los marchantes y a otros familiares. Su muerte, como casi siempre, fue el impulso final para su valoración económica y para la lucha por su legado. Instituciones y herederos, marchantes y coleccionistas, pugnando, como era inevitable, por sus intereses y por monopolizar la defensa del prestigio y la obra de Miró...
El final había de llegar. En los últimos años la vejez reduce la cantidad y calidad de su obra, pero con su voluntad de hacer un arte popular, para toda la sociedad, aún consigue ultimar grandes proyectos monumentales de murales y esculturas cerámicas que se emplazan en grandes espacios públicos. A este hombre de más de 80 años, que aún pintaba diariamente, sólo el desfallecimiento físico le frenó: desde 1978 menudean las caídas y las enfermedades; a finales de 1979 la debacle fue absoluta debido a una apoplejía, de la cual ya no se repondría del todo, además de unas cataratas, y una cada vez más profunda depresión por las muertes de los amigos —destaca la de Sert en 1983— y su incapacidad para crear.
Cuando Miró expira, el 25 de diciembre de 1983, es el gran artista de la España democrática. Será enterrado mirando al mar y al cielo desde su tumba en la montaña catalana de Montjuïc. El color azul, la belleza que le envolvió en vida, le acompaña más allá de la muerte. Había conseguido cumplir la mayoría de sus ideales juveniles como vivir plenamente y en un país democrático, y, sobre todo, había logrado ser un gran artista, dueño de un estilo extraordinario, inventor de un lenguaje innovador, que había abierto nuevos caminos hacia en el mundo de los sueños. Murió el hombre, pero sobrevivió el mito.
Me siento agradecida hacia usted, que comparte sus conocimientos con tod@s aquell@s, que como yo, buscan información de calidad en la red. Sus alumn@s tienen que sentirse muy afortunad@s.
ResponderEliminarMuchísimas gracias!!