La influencia románica en Miró.
Miró consideraba desde su juventud que la pintura y la escultura del Románico eran las artes más cercanas a las raíces populares de Cataluña, un puente desde el que proyectarse hacia la escultura ibérica, y, retrocediendo más en el tiempo, la pintura rupestre cantábrica y levantina.
Al respecto y de acuerdo a la teoría general de Suzi Gablik[1] de la división de la evolución del arte en tres estadios (similares a los del desarrollo cognitivo de Piaget) se puede interpretar que el estadio preoperacional, que toma como paradigma el arte antiguo y medieval, con su perspectiva basada en relaciones topológicas, un espacio organizado subjetivamente y unas imágenes estáticas, se refiere a la concepción espacial del Miró maduro, así que le interesaría el arte románico por su adscripción a esta etapa “infantil”, especialmente pura y sencilla, y explicaría su querencia por un espacio subjetivo y la escasez de movimiento en su obra. Pero, yendo más cerca de nosotros, esa pureza no realista también encaja como un guante en la lógica visual del arte contemporáneo más vanguardista, que requiere y exige una lectura individual de la obra.
Por todo ello, la influencia de la iconografía y el estilo del arte románico fue recurrente desde su juventud y creció en su madurez y hasta su vejez en la que todavía buscaba libros y revistas con reproducciones. En su biblioteca mantuvo libros como el de Eduard Carbonell i Esteller, L’art romànic a Catalunya, s. XII (2 vs), y el de Zervos, L’art de la Catalogne, de Cahiers d’Art (1937).
Su pasión “románica” además enlazaba
con su inicial formación “romántica” gracias a Urgell entre otros y el interés
coetáneo de los noucentistas por un arte considerado nacional: no es baladí que
Josep Puig i Cadafalch publique entre 1909 y 1918 su magna L’arquitectura
romànica a Catalunya.
El influjo se manifiesta
inicialmente hacia 1917-1919 mediante el uso de formas esquemáticas y colores
planos, aunque se expresa mejor en la aparición de algunos rasgos más
espirituales que formales, en los Autorretratos de 1917 [CRP 50] y de 1919 [CRP 72 / https://successiomiro.com/catalogue/object/2910], y en el Retrato de niña (la Vaileta) (1919)
[CRP 70 / https://successiomiro.com/catalogue/object/2909], debido a un aspecto propiamente individual a considerar,
pues, en contraste con el resto de la serie de nueve retratos de 1917-1918,
Miró, cuando se autorretrata, parece acudir a fuentes más primitivas, al
románico, como si quisiera profundizar en los árcanos de la propia
espiritualidad.
Malet apunta así que: ‹‹La
actitud hierática del Autorretrato [1917] —primero de una
serie de cuatro pintados en 1919, 1937 y 1960— parece cogida de las pinturas
románicas que tanto le impresionaron ya desde niño. No hay nada que perturbe el
tema de la composición. El artista aparece completamente solo.››[2]
Continúa el románico en su
pintura de los años 20 y mucho más en los años 30 (como veremos más abajo es
entonces cuando Miró puede estudiar mejor ese estilo), destacadamente en su
presentación abigarrada de las figuras en frisos horizontales es patente en la
serie de cinco pinturas El vuelo de un pájaro sobre la llanura (una
en 1938 y cuatro en 1939, catalogadas como DL 609-613) y Miró incluso apunta
que tratará la serie ‹‹com una pintura romànica››.[3]
Es también una de las más
probables influencias (junto a Gauguin o Klee) en sus numerosas pinturas
coloreadas en damero (también las llamamos en ajedrezado o mosaico) desde
mediados de los años 40.
El interés de Miró se reactiva en
los primeros años 50, cuando flirtea con las propuestas que le llegan de
Francia para realizar algunos conjuntos de arte sagrado en iglesias, como la de
Audincourt a petición del padre Couturier. Al respecto, colecciona en su álbum
de noticias un artículo, bellamente ilustrado, de François Depautaine, sobre
los Trésors d’art de l’ecole troyenne, que estaba antes de otro de
autor anónimo.[4]
¿Cuándo y cómo surge este
influjo? Miró manifestaba explícitamente que la gran influencia del románico
catalán en su obra había nacido en su infancia. Declara a Raillard en 1975 que
el Museo de Montjuïc fue su primer museo: ‹‹Sí. A los ocho años, a los diez,
iba solo, el domingo por la mañana, al Museo de Arte Románico... Me
trastornaba. (...)››[5] Que es una datación aproximada lo demuestra que contaba
que amaba los frescos románicos de Cataluña ya a los 15 años, en 1960[6] y repite los de los 15 años en 1978.[7] Pero en el mismo 1978 le declara a Amón que el
románico le influyó mucho antes: ‹‹De forma decisiva. Aún no había cumplido los
diez años y ya iba solo los domingos por la mañana al museo de Arte Románico,
en Montjuïch. Sin duda que quedan remembranzas, como usted dice, de
todo aquello en La granjera y en otras muchas de mis
pinturas.››[8] Y en 1975 Miró data
su primer interés por el románico en 1912-1915 y precisa: ‹‹Claro que también
la pintura románica del Parque de la Ciudadela era mi obsesión. Todavía voy a
Montjuïc. Me apasiona, pero también es cierto que no veía del todo el color.››[9]
Pero hay un problema sobre la
datación de este influjo. Es cierto que pudo admirar algunas obras del arte
románico ya en su juventud, tanto por haber contemplado frescos románicos
durante sus excursiones y además porque ya circulaban algunas fotografías de
los descubrimientos que se hacían entonces. Sin duda aprendió de todo ello,
como he apuntado en los párrafos anteriores, pues se ve claramente en algunas
de sus obras. No obstante, no fue una influencia tan importante y temprana en
los mismos términos que él explica, puesto que sus recuerdos de un museo con
fondos románicos son inexactos, como ha apuntado Tomàs Llorens
(2008). Es el primer autor que ha publicado que sobre las fechas en que
Miró conoció a fondo el arte románico hay una insalvable contradicción entre la
historiografía mironiana que apunta a los años 10 y los datos reales sobre los
fondos románicos del MNAC que lo atrasan como mínimo un decenio. Lógicamente,
concluye que los “primitivos” a los que tempranamente se refiere Miró en su
correspondencia, son los primitivos italianos del Trecento y Quattrocento, como
Giovanni Bellini, poniendo como ejemplo la afinidad espiritual y espacial
entre Hort amb ase (1918) y San Francisco en el
desierto (1480, Frick Collection, Nueva York).[10]
En 1891 se habían inaugurado en
Barcelona tres museos: el Museo de Bellas Artes y el Museo de Arqueología,
ambos sitos en el Palau de Belles Arts de la Exposición Universal de 1888,
mientras que en el Palacio de la Industria se abría el 29 de junio de 1891
Museo de Reproducciones Artísticas —con copias de pinturas y escayolas de obras
famosas, con la intención de enseñar Historia del Arte a los artistas, según el
referente de la gran sala de reproducciones del Victoria and Albert Museum de Londres
y Museo Nacional de Reproducciones Artísticas de Madrid; bajo otros nombres
este servicio perduró hasta la Guerra Civil—; y en 1892 se inauguró el Museo de
Historia, en el edificio del restaurante de la misma Exposición.
En 1900 la comisión municipal de bibliotecas, museos y exposiciones acordó instalar todos los museos en el antiguo Arsenal de la Ciutadella (el polvorín de la ciudadela militar que vigilaba la ciudad desde el s. XVIII), y el traslado comenzó en 1902, con la apertura del Museo de Artes Decorativas y Arqueología, formado con los fondos de los de Reproducciones Artísticas y de Historia, y que con toda probabilidad es el que Miró recordaba haber visitado en su niñez.
Museo de Bellas Artes antiguas y modernas de Barcelona. [https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/93/PalauBellesArtsBCN-1888.jpg]
En 1907 se creó la Junta de
Museos, participada por el Ayuntamiento y la Diputación, que en 1912 dio paso a
la Junta de Museos de la Mancomunidad, que concluyó las largas obras del Museo
de Bellas Artes antiguas y modernas que finalmente abrió oficialmente en el
Arsenal el 7 de noviembre de 1915, después de 11 años de obras, en un acto en
el que Carles Pirozzini hizo el discurso de inauguración de la colección de
arte moderno. El conjunto museístico se denominó Museo de Arte y Arqueología de
Barcelona, aunque a menudo se conoció como Museo Románico en atención a que su
principal tesoro era el fondo medieval del periodo románico. Pijoan alerta
de las tremendas dificultades y retrasos en montar el Museo de Arte Románico.[11]
Miró ya tenía entonces 23 años
(no los 10 que declaraba en sus recuerdos) y además por entonces apenas pudo
ver una pequeña colección de arte románico, no tanto por problemas de espacio
sino porque muchas de las obras que hoy son tan famosas todavía no habían sido
extraídas de los muros de sus iglesias; así que sólo había algunos frontales
policromados de altar y esculturas mientras que el resto del museo lo componían
unas todavía pobres colecciones de los estilos gótico, renacentista y barroco,
más reproducciones de obras de otras civilizaciones.
Los frescos románicos sólo se
arrancaron sistemáticamente de sus iglesias rurales pirenaicas, especialmente
las del valle del Boí, hacia 1919-1923. El acuerdo de la Junta del Museo
(datado el 5-XII-1919) pretendía parar un expolio a gran escala que emprendía
el coleccionista Lluís Plandiura, que incluso había hecho traer técnicos
italianos de Bérgamo, y que conseguirá sacar del país y vender en EE UU los
murales del ábside central de la iglesia del castillo de Mur —lo compensará en
parte la adquisición por la Generalitat de la enorme colección Plandiura en
1932 por siete millones de pesetas—. Por fin, tras largos preparativos, la gran
colección románica del Parque de la Ciudadela, seguramente la mejor del mundo,
se abrió al público en junio de 1924. Miró tenía entonces ya 31 años y es
razonable que los contemplase, en directo y en color, porque hay bastantes
motivos mironianos de estos años que semejan románicos.
Inauguración en 1934 del Museu Nacional
d’Art de Catalunya.
No fue hasta octubre de 1934 que,
gracias al traslado de los fondos y la apertura del Museu d’Art de Catalunya
—hoy Museu Nacional d’Art de Catalunya—, en el Palacio Nacional en Montjuïc, un
edificio de la Exposición Internacional de 1929, la colección se presentó de un
modo parecido al que hoy conocemos, y fue entonces cuando Miró, a los 41 años,
pudo al fin conocer en profundidad la remodelada colección románica en la
planta baja, y desde entonces esta influencia alcanzó su punto álgido, bastante
tardíamente, en la planitud de los colores y la reiteración de los motivos
iconográficos del Románico. Una prueba más de esta datación es que Picasso
visitó el Museo a principios de septiembre de 1934, antes de su apertura, como
consta en una nota que apareció en “La Publicitat” el 6 de septiembre, alegando
su interés por la colección de pinturas románicas, retiradas de las iglesias
para su mejor conservación.[12] Es razonable suponer que Miró debió hacer lo mismo que su
amigo.
La influencia románica aparece
también en su colección de objetos en el taller Sert, como tres postales de
arte románico que colgaban de sus paredes.[13]
El orante. [https://museusolsona.cat/wp-content/uploads/2014/12/orant-foto-art-924x1024.jpg]
La primera reproduce un fragmento de fresco de la segunda mitad del siglo X, en realidad de estilo aun prerrománico, del ábside del monasterio de Sant Quirze de Pedret (se conserva en el Museu de Solsona), en la que hay un medallón circular con un personaje barbudo en pose orante con los brazos en cruz inscrito en una lauda circular decorada con piel de serpiente y con un Ave Fénix (el pavo real o ave del paraíso lucha contra la serpiente infernal y trae la inmortalidad al fiel cristiano que resucitará en el Juicio Final) sobre el círculo.
Miró usó esta iconografía para unos de
sus temas más usuales en la madurez, el del pájaro inscrito en un círculo
ribeteado de signos musicales —como símbolos de trinos—, y no es baladí apuntar
que las pinturas de Sant Quirze de Pedret fueron, a finales de 1907, el tema
del primer fascículo de gran formato de la amplia serie de reproducciones, con
texto de Josep Pijoan, que el Institut d’Estudis Catalans editaba y la Junta de
Museus pagaba sobre los frescos románicos (los otros tres aparecieron en 1910,
1911 y 1921). ¿Miró las preferiría porque fueron las primeras que
conoció?
[https://bauldechity.files.wordpress.com/2017/12/29bd5-sanlucastaull.jpg]
La segunda postal muestra otro fragmento de pintura mural con el ternero de San Lucas del tetramorfos del ábside central de Sant Climent de Taüll (c. 1123), hoy en el MNAC de Catalunya, en una fotografía tomada antes de su restauración.
[https://encrypted-tbn0.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcRjhNpsDQEseYu-AMJc1QIRW_vSZeUTctI1FImIwZSvtg&s]
La tercera postal es la imagen de una
paloma inscrita en una orla, con el significado del Espíritu Santo, que está justo encima
del Pantocrátor central del Tapiz de la Creación de la catedral de
Girona, del s. XI.
Santos Torroella (1995) resume y
excusa este evidente lapsus cronológico, por pensar Miró en las coincidencias
estéticas con el románico de sus obras de 1915-1919, como su autorretrato de
1917:
‹‹Se ha de advertir, sin embargo,
del lapsus cronológico en que incurre Miró al evocar aquellos tiempos. Él no
podía haber frecuentado a la edad que dice aquel museo por la sencilla razón de
que hasta el 7 de noviembre de 1915 no se inauguraría, con el título de Museo
de Bellas Artes Antiguas y Modernas, en el viejo arsenal de la Ciudadela; y
menos aún tendría ocasión de admirar entonces allí las pinturas románicas que
dice, puesto que estas no se instalaron en el referido museo (entonces
denominado de Arte y Arqueología) hasta el periodo de noviembre de 1923
a junio de 1924. Es decir, que él no pudo verlas en tal lugar hasta ya
entrado en la treintena y no al filo aún de la pubertad según hubiera tenido
que desprenderse de lo que le dijera a Raillard.
Como quiera que Miró no fue nunca
dado a mentir, no cabe suponer que lo hiciera deliberadamente entonces, por lo
que, como hipótesis más plausible, se ha de pensar en un lapsus debido a la
estrecha relación existente entre las primeras obras, ya técnica y compositivamente
bien resueltas por él —las de las etapas que Dupin califica de realismo
“poético” y realismo “último”, que este mismo autor sitúa entre 1918 y 1923—.
(...)››[14]
La opinión de Lubar (2002)
es que Miró, aunque no pudo ver directamente las obras, sí admiró de niño unas
reproducciones que la Junta del Museo encargó para el estudio de los cuatro
volúmenes de Les Pintures Murals Catalanes, publicados por el
Institut d’Estudis Catalanas entre 1907 y 1921, esto es, entre los 14 y 28 años
de edad del artista.[15]
Por mi parte, apunto al respecto
que sólo Josep Pijoan y unos pocos estudiosos tuvieron acceso directo a esas
primeras fuentes fotográficas, además en blanco y negro, pues eran el material
de base para el gran libro de Pijoan sobre la pintura románica catalana, que
Prat de la Riba y el Museo habían impulsado, y que se publicó en 1918, y que
éste sí tuvo una gran difusión y pudo consultarse en las bibliotecas, como la
del Centre de Sant Lluc, donde Miró acudía regularmente.
Es sólo a partir de una época muy
tardía que aparecen sus primeras declaraciones de entusiasmo por este estilo.
La primera vez que aparece es cuando declara (1951) a Santos Torroella, en un
consejo a los jóvenes pintores: ‹‹Ante todo, que conserven el sentido racial
español y que sean sinceros. Si necesitan mirarse en algo, ahí está nuestra
gran pintura románica. ¿Qué tiene que ver con ella, con su intensidad y su
pureza de intención artística, un Monet, por ejemplo?››[16]
Una segunda mención aparece en
1959, cuando explica la ejecución de los murales cerámicos para la UNESCO y
menciona que buscó inspiración en las iglesias románicas.[17]
Otra mención es indirecta y
aparece en boca del cineasta Bouchard, que trató estrechamente a Miró en
1947-1957, y que declaró en 1958: ‹‹Miró siempre me decía, por los artistas del
románico catalán: “Estos son mis maestros”››, y cita especialmente el influjo
del Maestro de Sant Clemente de Tahull.[18]
En su vejez las declaraciones en
este mismo sentido ya son innumerables (Dupin, Melià, Raillard, Amón...), pero
antedatan la aparición de esta influencia a su misma infancia, lo que a su vez
determinará que los juicios de la historiografía sobre la obra de Miró en sus
años de juventud exageren la importancia relativa del románico, como veremos
más abajo.
Comenzamos la recopilación
historiográfica con su galerista francés Pierre Loeb (1946), quien resume las
primeras influencias sobre Miró y realza sus raíces de primitivo catalán, en
aparente alusión al románico, idea que refuerza con la selección entre las cuatro
obras de Miró de su libro con dos ilustraciones “primitivistas” como La
casa de la palmera (1918) —que titula La maison aux palmiers aunque
sólo tenga una— y un detalle de Interior (La masovera) (1922-1923)
—que Loeb titula La fermière—, para integrar y superar en los años
20 todas estas influencias y lograr un estilo personal despojado de
anecdotismo: ‹‹Il prend son point de départ chez les “fauves”, jette un furtif
regard au cubisme, a sans doute vu Rousseau, mais sa véritable nature est celle
d’un primitif catalan. Certaines figures de la première partie de son oeuvre le démontrent
clairement. Mais il va rapidement éliminer toute influence, toute anecdote,
pour se lancer dans l’une des oeuvres les plus originales, les plus étranges de
toute la peinture.››[19]
La crítica estadounidense Emily
Genauer (1959) reconoce en las obras románicas las principales fuentes de las
alusiones fisiológicas y de los colores exuberantes en la obra mironiana.[20]
Dupin (1961, 1993) resalta la
importancia del románico para Miró:
‹‹El arte románico catalán, una
de las fuentes esenciales de Miró, se desarrolló a partir de los estilos
románicos del Sur de Francia y Lombardía. En realidad procede, a través de
ellos, de Bizancio. Su originalidad reside, sin duda, en la excepcional
vitalidad de la cultura catalana en aquella época, aunque se explique al mismo tiempo
por la luz y por el paisaje en que trabajaban los artistas. La mayor parte de
las iglesias y abadías se sitúan, en efecto, en lugares grandiosos donde la
belleza y rareza de las formas resultan particularmente cautivadoras. La
arquitectura religiosa, las esculturas polícromas, la pintura sobre madera de
los retablos y especialmente los frescos forman un conjunto de austera y
poderosa belleza. Miró se apasionó, desde sus más tiernos años, por esas
maravillas y nunca dejó de interrogarlas. La simplicidad franca y expresiva,
especialmente en los frescos, el vigor de los ritmos, la extraordinaria
imaginación de las formas y de las figuras desplegándose en rigurosa
composición, influyeron en el pintor con la misma fuerza con la que habían
impresionado al niño. Cabe pensar asimismo que los artistas románicos pudieron
sugerirle, por lo que respecta al color, todas las posibilidades de los tonos
puros y uniformes, la eficacia de una paleta simplificada, muy reducida, aunque
exigiendo, en contrapartida, una composición infalible. ¿Y cómo no adivinar ya
en esa turbadora confusión entre el realismo y lo mágico o maravilloso, en esa
búsqueda de una expresión interiorizada y, a menudo, en esa proyección en plena
luz de los gozos y terrores más profundos del ser, los rasgos más
característicos de la obra de Miró?››[21]
Esta versión canónica de Dupin es
la que toman Doepel (1967) y Deslandes (1975), en sus tesis doctorales, cuando
dan gran importancia en la juventud de Miró (años 10 y primeros 20) a la
influencia formal del arte románico, especialmente su escultura. Doepel
hace una referencia genérica a la influencia del arte románico y del popular en
general en la formación barcelonesa de Miró, apuntando que es un estilo que
refleja el espíritu catalán.[22] Deslandes trata superficialmente la formación de Miró en
Barcelona y sigue a Doepel.[23]
Barbara Rose (1982) explica que
los fondos monocromos de los retablos medievales de Cataluña (junto a las
experiencias alucinatorias) llevan a Miró a desarrollar los campos de color:
‹‹(...) Miró had, of course, looked for years at the gold-leafed
backgrounds of Catalan retables, which create a strange, indeterminate space
behind the figures. The monochrome fields of the early picture-poems are
reminiscent of the neutrality of these anonymous backgrounds.››[24]
Guy Weelen (1984) considera
también que, hacia 1918-1920, la influencia determinante en la obra realista
detallista es la pintura románica (y gótica) de los “primitivos” catalanes:
‹‹La
volonté de tirer argument des accidents du relief, de réduire l’espace doit
bien peu au Cubisme. Elle me semble révélatrice d’un autre état d’esprit. Même
si Miró n’a pas encore visité le Prado, il a vu des reproductions des primitifs
allemands, flamands, hollandais et des oeuvres de l’école espagnole. Les
institutions de Barcelone sont riches en peintures, en retables de cette
période. Jaime Huguet est l’orgueil de la Catalogne. A
huit ans déjà, le petit Joan fréquente seul le dimanche matin le musée de
Montjuich. Son oeil a retenu la façon dont les uns et les autres savent tirer
admirablement effets et parti des draperies, des plis, des broches et des
moires. Ces peintres ont su utiliser les formes cassées qui souvent composent
un dispositif à l’intérieur de la structure générale du tableau. Nappes,
surplis, dalmatiques gardent la mémoire de leur long séjour sur les étagères,
dans les armoiles et les coffres. Chez eux, on retrouve encore les fonds dorés,
ces formes polies, réduites à des abstractions inscrites sans volume sur le
plan de la fresque ou de la toile. Ils tirent un avantage ornemental d’une
bordure, d’un ourlet, pour fragmenter la surface. Avec un oeil frais, Miró, mal
à l’aise dans le domaine cubiste, regarde cette peinture “réaliste”. Il l’interprète pour
l’adapter à sa sensibilité. Il réalise des rapprochements que leur commune
façon de comprendre l’espace, la forme, la couleur
justifient. D’eux, il saura tirer bien
d’autres enseignements.››[25]
Weelen considerará con más
detalle esta influencia románica cuando aborde las telas oníricas de 1925-1927
y apuntará que el pintor toma del románico no sólo formas y colores, sino la
sencillez y el compromiso con el arte puro:
‹‹Le
moment es venu de rappeler cet admirable exercise de l’oeil dont très tôt probablement il a découvert la gymnastique. Tout enfant,
il allait au musée d’art ancien. Là, sont regroupées de superbes fresques
romanes. Les plus anciennes datent du IX siècle et proviennent toutes des
sanctuaires et des ermitages de la Catalogne. Des mains pieuses et bien
inspirées les ont sauvées de l’humidité et des graffiti touristiques. Les
petites églises isolées, sur les contreforts de la montagne, n’ont pas pour autant
perdu leur revêtement; des copies respectueuses ont remplacé les originaux
sauvegardés ici.
Dieu
en gloire, Vierge régnante sur la terre comme au ciel, évangelistes représentés
par leurs animaux symboliques: aigle, taureau, lion, théories de saints, martyrs
déchirés par le gril ou le pal, anges aux ailes chargés d’yeux, se déploient sur les voûtes. Des terres naturelles, bleues, ocres,
rouges, jaunes, jouent sur des fonds blancs. Venant de l’Orient par Byzance,
ces silhouettes plates, sans modelé, sont plaquées sur la surface des murs.
Tendues d’étoffe, aux plis cassés, aux ondes
concentriques, aux lignes entrecroisées, ces figures aux yeux d’ombre son des idées, elles donnent une image à ce qui, en vérité, ne peut
en avoir: la transcendance. Les courbes, les droites, les taches colorées sont
organisées sur un rhytme aussi autoritaire qu’un tambour scandant la marche.
Les couleurs sans modulation aucune martèlent l’oeil.
Influence
serait le mot qu’on pourrait utiliser mais il serait
simpliste. Il faut aller plus loin. Ces fresques étalées sous ses yeux
enfantins ont été pour Miró l’instant intense d’une adhésion. Pour lui, la
peinture: lignes, couleurs associées, son liées au mouvement de son coeur qui
bat la chamade. Sous des formes diverses, en empruntant des chemins de
traverses, et sigzagant, voilà peut-être ce qu’il désire sans le savoir encore,
voilà peut-être quel est son secret. Par la peinture, il l’expérimente aujourd’hui. Enfin, cette peinture ne
représente pas ce que le titre semble vouloir suggérer. Sans avoir besoin d’une
robe-prétexte, les formes, les couleurs, les rapports qui s’établissent entre
elles, l’espace qu’elles suggèrent, sont la peinture, celle qu’il espère.
Degas, dans l’embrassure d’une fenêtre, confiait à Mallarmé qu’il avait des idées pour divers
sonnets. Le poète lui fit remarquer que le poème se faisait avec des mots.
Cette anecdote amplificatrice en apparence, dans son sens s’applique aussi á la peinture.››[26]
Valeriano Bozal (1992) advierte
la influencia románica ya en sus retratos y otras obras de 1917-1919,
como Retrato de V. Nubiola (1917) [DL 54]:
‹‹(...) es posible que influyera
en él una imagen más concreta: la que es propia de los murales románicos
catalanes, que utilizan las siluetas de las figuras no sólo para representar,
sino también para componer y desarrollar el ritmo, a veces ornamental, como
también es ornamental el paisaje que “adorna” este cuadro.
Esta referencia al románico
catalán puede ser coherente. Por una parte, sabemos que Miró admiraba esta
pintura (Raillard. 1977: 25. / Malet. 1983: 7), por otra, es característico del
románico mural el uso constructivo de los elementos ornamentales y la autonomía
de las figuras, lo que permite una notable monumentalidad en las imágenes, nota
también del Autorretrato y de Siurana, el pueblo.››[27]
Xavier Barral (1994) explica que
el influjo románico en Miró se plasma en su concepción de la naturaleza, desde
sus primeras obras hasta los monumentales murales cerámicos o la idea de que
sus últimas representaciones de la mujer y el pájaro estén influidos por la idea
de la paloma eucarística:
‹‹Desde un principio, Joan Miró
mostró un arraigo ancestral en su tierra, la conciencia de ser heredero de una
tradición cultural y un claro gusto por el arte popular y primitivo. (...) en
estos murales, encontramos una constante en su obra, el carácter plano de las
figuras en un fondo abstraído de la concepción espacio temporal y la voluntad
de reducir la gama de colores hasta llegar a utilizar, en sus últimos años, los
colores primarios (recordemos el mosaico del Pla de la Boqueria en Barcelona.››[28]
Pilar Parcerisas (1995) explica
que su interés por la naturaleza procede del románico, pasando por el puente
del “aduanero” Henri Rousseau, como demostrarían los rasgos de frontalidad,
simetría, hieratismo, fuerte perfilado... del Autorretrato de la
garibaldina (1919) [DL 72], los retratos de sus amigos Ricart, Joana
Obrador, Casany... de 1917-1918, y el amor por la naturaleza de los paisajes
del realismo detallista, desde La casa de la palmera (1918)
[DL 64] hasta la misma La masía (1921-1922), [DL 81]
unas obras:
‹‹(...) directamente relacionadas
con el románico, pues Miró une la visión del arte popular que proviene del
románico aún como imagen de culto, con la ornamentación oriental y
bizantinizante, dando como resultado obras singulares como el Retrat de
vaileta (1919), el retrato del amigo Ricart o la Venus del
mirall del mismo año, para citar algunas obras que ponen de manifiesto
ambos componentes. En Miró, aparte de las características de frontalidad y
simetría, del uso de los perfiles negros y del hieratismo en los retratos, el
artista también toma del románico la visión de la naturaleza como universo
viviente, en el que conviven el hombre, los animales y las plantas, en un gran
teatro cósmico.
Como nos recuerda Joan Sureda, en
el románico “Lo más usual fue la indicación de la tierra como una serie de
líneas ondulantes paralelas de las que brotan pequeños matojos o flores en
racimo; no falta tampoco la flora arbórea individualizada y con un contenido
plenamente simbólico en aquellas escenas que así lo requieren (...)”.[29] Esta descripción de la naturaleza en el románico
corresponde exactamente a la representación detallada que hace Joan Miró entre
1917 y 1919, para quien la naturaleza es una irradiación divina (...). El
románico en Miró se extiende al antropomorfismo de los astros, a la dimensión
cósmica del paisaje, a la valoración que hace por un igual del cielo y de la
tierra. A lo largo de su trayectoria, seguimos encontrando reminiscencias
románicas en el teocentrismo del Autoretrat (1937-1938), en la
red de ojos de las Constel·lacions (1938-1939) [sic], en Dona
en la nit (1973), e, incluso en las series de última época, que
recrean el mundo de la mujer y el pájaro, donde incluso se ha observado una
argumental relación en favor de la paloma eucarística, tan representada en
época medieval.››[30]
Rafael Santos Torroella (1995),
por su parte, sigue a Malet y los comentarios de Miró a Raillard, y explica los
rasgos románicos de sus autorretratos de 1917 a 1937-1938:
‹‹La frontalidad hierática, la
claridad definidora, sin recurso apenas a plasticidades de índole ambiental, la
fijación expresiva y honda de este rostro y la ordenación, por decirlo así,
enumerativa de cuantos elementos integran la composición, son otros tantos de
los rasgos que las obras del Miró de las primeras épocas referidas tienen en
común —al margen de las consiguientes especificaciones estilísticas— con
los de las correspondientes a las de sus antepasados que, en ciertos aspectos
sustantivos cabe considerar directos —o, si se prefiere, ejemplarmente
indirectos—. (...)››[31]
Victoria Noel-Johnson (2022)
acota más recientemente que Miró aprendió del Románico gracias a sus
visitas a museos y a las iglesias románicas de Siurana, Prades y otras, y
resume: ‹‹This early influence of Catalan Romanesque wall painting —with
the two-dimensional flatness, the use of block primary colours, and the
insertion of symbolic motifs— infiltrated Miró’s thinking and artistic
development from the early 1910s onwards.››[32] Noel-Johnson explica el interés de Miró por el arte
románico y el arte popular catalán y mallorquín en relación con su pasión por
el primitivismo, en busca de la creación más primigenia, más pura.[33]
¿Por qué Miró y la historiografía
exageran tanto esta reivindicación del Románico, aunque sea innegable su
influencia? Amén de la confusión arriba citada sobre cuándo pudo estudiar a
fondo el estilo, pienso que la causa parece ser tanto política como estética, y
late en su compromiso con Cataluña y su tierra. En lo político, el Noucentisme
y el partido de la Lliga Regionalista potenciaron este estilo como el catalán
nacional por antonomasia. Pero es que además en Miró todo esto se fusiona con
su vivencia de la naturaleza y la espiritualidad. Una buena descripción de esta
unidad es cómo el pintor Jean Bazaine, buen amigo suyo, relaciona estrechamente
la estética y el compromiso de Miró con la idiosincrasia de su tierra catalana,
con el espiritualismo medieval y con la voluntad de resistencia ante la
agresión:
‹‹Miró no es un meteoro
deslumbrador caído por azar en tierra catalana. Hay, por supuesto, los
admirables frescos románicos de Cataluña, y mucho antes aún, el más antiguo
Apocalipsis del arte mozárabe, el del monje Beatus. ¿Conocía Miró esta obra
pletórica, sublime? Poco importa. Lo cierto es que diez siglos más tarde, sin
que formas o fuentes de inspiración tengan o no cosas en común, Miró
reencuentra el verbo, la invención dramática, la gallardía, la violencia
coloreada de la obra medieval. Hay más todavía. Sabemos que el drama tumultuoso
del Apocalipsis a los ojos del ardiente monje Beatus y de sus contemporáneos
fue símbolo e instrumento de resistencia; en aquella época, resistencia a la
ocupación árabe. Hace años conocimos a un Miró en el que la ternura, la gracia,
se imponían. Qué decir de su evolución, de la dimensión trágica que se instala
y agranda en el corazón de su obra, sino que esta se hace eco del drama que
tenía lugar en su país, drama que no dejaba de atormentarle, y con respecto al
cual conocemos también la actitud valerosa, ejemplar, que fue la suya. Ahí está
quizá la “tierra” más profunda, más secreta, de Miró.››[34]
NOTAS.
[1] Gablik. Progress in Art. 1976: 42-43, 80-91.
[2] Malet. Joan Miró. 1983: 9.
[3] Miró, apunte en Dibujo preparatorio para serie El vuelo de un pájaro sobre la llanura (1939). Col. FJM (1319). Reprod. Malet. Obra de Joan Miró. 1988: fig. 791,
[4] Redacción. Roger Lacourière dans son atelier de Montmartre a formé quelques-uns des maîtres graveurs contemporains. “France Illustration” (XII-1953). Col. FPJM, t. V, p. 38.
[5] Raillard. Conversaciones con Miró. 1993 (1977): 25.
[6] Vallier, Dora. Avec Miró. “Cahiers d’Art”, v. 33-35 (1960) 161-174. Reprod. Número especial Miró de “Cahiers d’Art” (2018): 35.
[7] Documental de Chamorro. Miró. 1978. nº 53.
[8] Amón. Tres horas con Joan Miró. “El País Semanal”, nº 62 (18-VI-1978).
[9] Melià. Joan Miró, vida y testimonio. 1975: 108.
[10] Llorens. <Miró: Tierra>. Madrid. Museo Thyssen-Bornemisza (2008): 35.
[11] Pla, Josep. Vida i miracles de Josep Pijoan. Tres biografies. Obra completa. v. 10. 1968: 224-241. Sobre el conjunto del Museu d’Art de Catalunya (MAC) véanse: Barral. <El Palau Nacional de Montjuïc. Crònica gràfica>. Barcelona. MNAC, itinerante (1992-1993). / Immaculada Lorés i Otzet. El procés de formació de les col·leccions d’art medieval del museus de Vic i Barcelona. “L’Avenç”, 276 (I-2003) 42-55. / Ojuel, Maria. Carles Pirozzini i la Barcelona de 1888. “L’Avenç”, 296 (XI-2004) 49-52. Pirozzini fue secretario de la Junta de Museos y se trata el tema en p. 51. / Montañés, José Ángel. Cronologia, en El MNAC ja està acabat. “El País”, Quadern 1096 (16-XII-2004) 3.
[12] <Pablo Picasso: retrospectiva>. Nueva York. MoMA (1980): 306-307.
[13] <Joan Miró. Territorios creativos>. Las Palmas, Gran Canaria. CAAM (1997): tres postales, en p. 207.
[14] Santos Torroella, R. Miró i les seves arrels. *<Agnus Dei. L’art romànic i els artistes del segle XX>. Barcelona. MNAC (1995-1996): 183.
[15] Lubar. El nacionalismo lingüístico de Miró. *<París-Barcelona. De Gaudí a Miró>. París. Grand Palais (2001-2002). Barcelona. Museu Picasso (2002): 398-421.
[16] Santos Torroella, R. Entrevista a Miró. Joan Miró en su estudio II. “Correo Literario”, Madrid (15-III-1951). Retitulado Pasaje del Crédito. Dos visitas II, en Santos Torroella, R. 35 años de Joan Miró. 1994: 13-15.
[17] Miró. Cómo hice los murales para la Unesco. “Blanco y Negro”, 2.457 (6-VI-1959) 3 pp.
[18] Villegas López, Manuel. El secreto de Miró. “Índice”, Madrid (V-1959) 35-36. Lleva una entrevista a Bouchard, realizada en el estreno, muy anterior a la publicación.
[19] Loeb. Voyages à travers la peinture. 1946: Joan Miró, 49.
[20] Genauer, Emily. Oh, Miró, Miró on the Wall, Are You Cruelest of All? “The New York Herald Tribune” (22-III-1959).
[21] Dupin. Miró. 1993: 14-15.
[22] Doepel, R.T. Aspects of Joan Miró’s Stylistic Development, 1920-25. 1967.
[23] Deslandes, G.F. Miró’s Work Before the Farm. 1975. Consulta en Lubar. Joan Miró Before The Farm, 1915‑1922: Catalan Nationalism and the Avant‑Garde. 1988: n. 6, p. XVI.
[24] Rose. Miró in America. <Miró in America>. Houston. Museum of Fine Arts (1982): 16.
[25] Weelen. Joan Miró. 1984: 36.
[26] Weelen. Joan Miró. 1983: 69.
[27] Bozal. Pintura y escultura españolas del siglo XX (1900-1939). 1992: 355.
[28] Barral i Altet, Xavier. Joan Miró i l’art romànic català. “Revista de Catalunya”, Barcelona, 87 (julio-agosto 1994) 81-107. cit. 96. Sobre la idea de la paloma eucarística en las últimas obras de Miró véase pp. 102-103.
[29] Joan Sureda. Historia Universal del Arte. v. IV. La Edad Media. Románico / Gótico. Planeta. Barcelona. 1985: 168. La cita es del original, no de la versión de Parcerisas.
[30] Parcerisas, Pilar. L’avantguarda i el romànic al segle XX. *<Agnus Dei. L’art romànic i els artistes del segle XX>. Barcelona. MNAC (1995-1996): 169-170. Parcerisas sigue y cita en lo fundamental las ideas de Barral antes señaladas.
[31] Santos Torroella. Miró i les seves arrels. *<Agnus Dei. L’art romànic i els artistes del segle XX>. Barcelona. MNAC (1995-1996): 183.
[32] Noel-Johnson. Miró’s Quest for Absolute Freedom via the Spirit of the Past (1901-1929). <Joan Miró. The Essence of Past and Present Things>. Mons. BAM) (2022- 2023): 21. En la nota 28 señala que Miró incurrió en un lapso de memoria al datar erróneamente demasiado pronto sus visitas al MNAC, abierto en 1934.
[33] <Joan Miró. The Essence of Past and Present Things>. Mons. BAM) (2022-2023). Noel-Johnson. Pure Primitivism: 97.
[34] Bazaine, Jean. La tierra de Miró. Especial Miró a los 85. “Daily Bulletin” (1978) 22.
No hay comentarios:
Publicar un comentario