La estética de Miró. 30. La
paleta de colores y el azul de los sueños.
Retrato de E.-C. Ricart (1917) es la primera aparición de la paleta mironiana. [https://www.moma.org/collection/works/80389]
La paleta de colores
mironiana varía con el paso de los años. En los años 10 es de clara inspiración
fauvista, con una gran riqueza tonal, y es en los años 20 que alcanza su
madurez, de modo que su paleta posterior variará, como cuando en los años 70
vuelva a predominar el negro, pero en esencia utiliza sobre todo tres colores: el
negro, el azul y una mezcla de gris y marrón, tomando el negro como el color de
la realidad para la construcción de las figuras y signos, mientras que para los
fondos el azul es el color de los sueños y el gris es el color del universo en
caos. Pero estos significados son abiertos, puesto que el simbolismo de los
colores para los vanguardistas es un problema poco estudiado todavía. El
expresionismo alemán utiliza los colores como armas de un conflicto existencial
y así Franz Marc le escribe en diciembre de 1910 a su amigo Macke sobre
el simbolismo de los colores en las vanguardias: ‹‹El azul es el principio
masculino, severo y espiritual. El amarillo es el principio femenino, delicado,
suave y sensual. El rojo es la materia, la realidad dura y brutal, el color que
tiene que entrar en conflicto con los otros dos y sucumbir ante ellos.›› [Pascual, Carlos (dir.). Grandes de la pintura.
v. IX. 1979: 133.]
Pero para el pintor catalán, en cambio, los colores son símbolos de un mundo
natural y de una visión interior.
La historiografía ha
reconocido pronto el espléndido dominio de Miró del color.
Clement Greenberg.
Greenberg (1948)
celebra en Miró a uno de los más acertados pintores del color. Si ya era uno de
sus puntos fuertes en su juventud, en su madurez se convierte en un maestro,
alcanzando al fin en los años 30 una monumental pureza, justo la que Greenberg
entiende como cima del puro arte abstracto. Miró construye la estructura de un
espacio pictórico con una austera economía de colores en unos casos y una
riquísima paleta en otros. Entiende que su principal descubrimiento radica en
las posibilidades constructivas del negro y que a continuación experimenta con
otros colores profundos hasta dominarlos hacia 1930, superando por entonces
incluso a Picasso e igualando al menos a Matisse en su habilidad de usar el
color estructuralmente:
‹‹Miró has early
discovered black as a color, and had begun using it, even before 1924,
with an effect no other painter of our time except Matisse has approached.
Black becomes his touch-stone, as white for Picasso. It is the vehemence and
opacity of black and the precision with which it defines a plane that he tries
to equal in his other deep colors. And he succeeds in doing this fully by 1930,
achieving a brilliant density in his ultramarines, vermilions, viridians, and
browns, while his oranges, yellows, and even light blues and pinks take on, by
contrast, some of great decorator. Thus he becomes a great constructor in color
as well as a great decorator.››
Y acto seguido Greenberg
celebra especialmente que el Miró maduro resuelva el difícil problema, que todo
pintor conoce, de componer en colores planos sin emplear modulaciones de sombra
y luz —el tradicional claroscuro que había dominado la pintura española desde
la recepción barroca del tenebrismo de Caravaggio— o un tono singular para
unificar la superficie. Miró
es uno de los pocos artistas, como Matisse y Mondrian, que han resuelto esta
cuestión: ‹‹Every painter knows how difficult it is to compose in flat colors
without employing modulations of dark and light or a single over-all tone to
unify the surface; Miró, along with Matisse and Mondrian, belongs among the few
artists in western tradition who have done with consistent success.›› [Greenberg. Joan Miró. 1948: 31.]
Areán (1975) escribe
sobre el colorido en el Miró maduro (desde los años 20), sin percibir la suma
importancia del azul. :
‹‹El color lo aplica
preferentemente plano, pero tampoco deja de sumergir pinceladas netamente
visibles o de multitonalizarlo en abundantes ocasiones. Por otra parte, cuando
no hay multitonalización en sentido estricto, no por eso suele renunciar Miró a
las degradaciones más sutiles.
La paleta es muy
selectiva, pero con nitidez sin igual —exceptuando Kandinsky— en nuestro siglo. Se reduce, en
principio, a los tres colores primarios —el rojo, el amarillo, el azul— y a un binario: el verde. Los
otros dos binarios —el
naranja y el violeta—
los emplearán asimismo ocasionalmente, pero casi siempre con parquedad y en
momentos posteriores. La nitidez con que los emplea es, por otra parte, menor
que en sus tres preferidos. Hay, además, en muchos de sus lienzos una verdadera
apoteosis del negro, pero ello no evita que ese color no color apenas exista en
calidad de forma propiamente dicha, sino como fondo —pocas veces— o como grafismo —muchísimas—. Habrá también fondos blancos y marrones,
pero con funciones muy específicas y no en demasiados lienzos. Cuando el negro
o el marrón actúan como fondos, lo habitual es que los multitonalice y les
reste así su “pesantez”. Cuando el negro es signo o línea gestual suele ser
finísimo, aunque quepa a veces su deshilachado muy emotivo y sin
diferenciaciones de intensidad.›› [Areán,
Carlos. Joan Miró como expresionista. “Cuadernos Hispanoamericanos”,
Madrid, 298 (IV-1975) 163-168. cit. 165.]
Barbara Rose (1982)
explica, retomando la opinión de Greenberg, que las experiencias alucinatorias
(y los fondos monocromos de los retablos medievales de Cataluña) llevan a Miró
a desarrollar los campos de color que le sitúan a la altura de los grandes maestros
abstractos:
‹‹(...) These
hallucinatory experiences led Miró to conceive painting in a new way and to
identify pictorial space as a color field. This was a significant innovation
with repercussions for American art.
Miró’s invention of a
new kind of pictorial space places him firmly within the context, not of
Surrealism, but of the great metaphysical modern painters —Klee, Kandinsky, and
Pollock—. Miró appears to have arrived at the concept of space as a field
through which objects buoyantly float instead of a backdrop against which they
are deployed during the critical years of 1923-25.›› [Rose. Miró in America. <Miró in America>. Houston.
Museum of Fine Arts (1982): 16.]
Combalía (1983)
destaca la excelencia de los fondos de colores puros, especialmente el azul, de
mediados de los años 20:
‹‹[Buena parte de
las obras de este periodo] tienen como fondo el color azul monocromo, con un
tratamiento que precederá a las realizaciones de la pintura abstracta colorista
norteamericana posterior. Contrariamente a la tinta plana que tanto utilizará
Miró más tarde, el pigmento es aquí fluido y por el paso discontinuo del pincel
adquiere cualidades de aguas o manchas: en Bañista (1924, Col. Leiris,
París), el ultramar se unifica, en remolinos de color, para el mar y el cielo.
Tal vez la obra más elocuente por su carácter de programa-idea sea Ceci est
la couleur de mes rêves (1925, Col. Pierre Matisse, Nueva York), en donde
esta frase aparece escrita bajo un fantástico borrón azul, que, visto al
natural, ofrece varios planos superpuestos de color.›› [Combalía, Victoria. “El País” (22-IV-1983). En una
crónica con motivo de la exposición <Joan Miró: años veinte. Mutación de
la realidad>.]
Fuchs (1983) aduce
que ‹‹los cuadros de Miró desprenden destellos, los colores chispean, y la
suavísima ejecución de los trazos tiene una vibración musical. (...) la soltura
del trazo: la común negativa a reducir la forma y el color a una composición
razonada y definitiva.›› [Fuchs. Miró:
nuestro contemporáneo. <Joan Miró 1893‑1983>. Barcelona. FJM (1983):
89.]
Un estudio
individual de los colores nos señala su función estructural y simbólica.
El color negro es
para Miró sobre todo el color de la estructura, como ya indicaba Greenberg
(1948), pero también de masa, luz, energía... Es el color favorito de muchos
vanguardistas, como Gérard-Georges Lemaire (2006) apunta: ‹‹De Francis Picabia
à Fortunato Depero, le noir est la couleur emblématique des avant-agardes les
plus incisives.›› [Gérard-Georges
Lemaire. La quête du noir. *<Le noir est une couleur. Hommage vivant à
Aimé Maeght>. Saint-Paul-de-Vence. Fondation Maeght (30 junio-5
noviembre 2006): 47.],
mientras que Gilbert Lascault (2006) señala sus incontables variantes de
uso plástico. [Gilbert Lascault. L’obscur rayonne. *<Le noir est une couleur. Hommage vivant à
Aimé Maeght>. Saint-Paul-de-Vence. Fondation Maeght (30 junio-5
noviembre 2006): 67-71.]
Miró lo domina de modo magistral muy pronto, como informa Blanch (1983) al escribe sobre
el color negro en la pintura de Miró de los años 20:
‹‹A partir de
l’etapa més surrealista, que dóna major preponderància a la síntesi, i a la
sensació directa de les coses, el negre apareixerà imperiós en quadres com el
revolucionari Naixement del món de 1925, serà objecte de minúscules
imatges-clau, crearà solcs solitaris i petites flotacions en la diafanitat de
l’espai cru de la tela, i es vestirà la immensitat espacial més fosca, de la
taca més sòlida, o del bri més fi, segons la idea, “vinguda a cops” que assalti
Miró.›› [Blanch, Maria Teresa. La
fascinació del negre. “El Món” (22-IV-1983).]
Su uso del negro no
es nunca estable, sino que varía apreciablemente a cada vuelta de su estilo,
como veremos en los sucesivos apartados cronológicos, pero podemos ver una
secuencia de rápidos cambios en sus carteles de los primeros años 60, cuando
Corredor-Matheos (1980) nos alerta de su creciente uso dramático e informalista
del negro con respecto a otros colores como el rojo, amarillo, azul y verde,
primero desde una posición de sólido predominio del negro para llegar después a
un entendimiento más igualitario:
‹‹Con el intervalo
de los carteles que realiza entre 1958 y 1960, 1961 es el año en que, dentro de
los carteles, se manifiesta la nueva manera, con el predominio del negro y el
carácter dramático del conjunto. Lo informal estará, no sólo en la imprecisión
de los límites y los perfiles, sino también en las manchas que salpican el
fondo. El color propiamente dicho es, no obstante, violento: ha de serlo para
existir. Rojos, azules, amarillos y verdes se manifiestan con violencia y
forman, juntos, el otro polo de este diálogo-oposición cromático. La pujanza
del negro se revela en el hecho de que corre a su cargo la configuración de los
signos principales. Las masas negras ocupan grandes zonas y amenazan el resto,
incluso invadiendo otros colores. Es, este negro, compacto, pero su misma
expansión lo aligera a veces, creando transparencias.
Con el tiempo, y
pasada esta fase informal, el trazo del signo es más preciso, y los otros
colores adquieren autonomía. Parece haberse hallado cierta entente. Puede
decirse que el negro conserva su papel de crear los signos que han de comunicar
el mensaje del cartel, junto al del núcleo principal del tema plástico, y que
los colores dan la réplica propiamente cromática, que no es exactamente de
acompañamiento, sino de juego dialéctico. Evidentemente, el negro sigue
teniendo preponderancia visible: por el hecho mismo de su presencia, pesa
más, pero las cosas parecen estar claras e incluso, con el tiempo, a veces los colores
llegarán a superar en alguna que otra ocasión al negro, devolviendo la alegría
absoluta, sin sombra, que definió épocas anteriores del artista.›› [Corredor-Matheos;
Picazo. Los carteles de
Miró. 1980: 17-18.]
El significado del color negro se conecta con el tema de la noche, lo que
explica que sea el color preferido por Miró desde mediados de los años 30,
vinculándolo a la muerte y al pesimismo existencial, y que elevan al summum del color espiritual tanto
Caravaggio, Velázquez, Goya, Manet, el último Renoir, Matisse, Rouault… en sus
pinturas, como Kandinsky en su libro De
lo espiritual en el arte (1911) o Adorno en su Teoría estética (1970). El poeta Jacques Kober (1946)
escribe: ‹‹El negro nos da
una perspectiva, una especie de pobreza. Es una pérdida de equilibrio, una
aspiración de aire. El negro obliga los demás colores a darlo todo de sí. Se
trata de una luz más allá de la renovación, un resurgir (Mis hambres, son trozos de aire negro, dice Rimbaud).›› [*<Le
noir est une couleur>. París. Galerie Maeght (diciembre 1946). cit.
Veinstein. Para decirlo con flores.
*<Le noir est une couleur>.
Barcelona. Galerie Maeght (noviembre 1995-enero 1996): s/p. Rimbaud canta: ‹‹Mes faims, c’est les bouts d’air noir››. Kober señala que el negro es abstracto y
concreto a la vez, en su prefacio al primer número de “Derrière le miroir” que
fue cat. de *<Le noir est une couleur>.
París. Galerie Maeght (diciembre
1946) y que se reeditó en *<Le noir
est une couleur. Hommage vivant à Aimé Maeght>. Saint-Paul-de-Vence.
Fondation Maeght (2006): 27-28.]
Dominique Païni (2006) apunta la violenta danza de contraste que el negro
y los otros colores ejecutan en su pintura:
‹‹Joan Miró répand ses nuages et laisse
percevoir en dessous les signes vivement colorés de son vocabulaire joyeux. Au
sens propre, le noir tombe comme on dit que la nuit tombe. La noirceur de la
nappe est dotée de franges: ce ne sont pas des coulures [significa también
colores], car les accidents dus aux lois de la gravité n’échappent jamais au
contrôle de cet artiste qui peint comme on danse.
Chez Joan Miró, la lutte est
vive entre le noir et les autres couleurs, entre la nuit et les chatoiements du
jour.›› [Païni, Dominique. Les couleurs du noir. *<Le
noir est une couleur. Hommage vivant à Aimé Maeght>. Saint-Paul-de-Vence.
Fondation Maeght (2006): 15-16.]
El color gris, que a
menudo pasa sin transición al marrón, se convierte en uno de los más utilizados
junto al azul marino, en sus fondos monocromos a mediados de los años 20, y así
en varias de sus tituladas Pintura (1925) vemos un gris de distintas
tonalidades, con vida propia, que parece indicarnos una sutil variación en un
cielo en movimiento.
Los colores
amarillo, verde y rojo son comparativamente menos frecuentes, aunque hay
ejemplos notables en las pinturas-poema y otras posteriores en los que el
amarillo para representar la vida y el amor, el verde para la esperanza y las
notas de vida calma, el rojo para la pasión creadora/destructora de la
naturaleza. Corredor-Matheos (1980) apunta (en los carteles) la importancia y
el simbolismo de los colores rojo, amarillo, azul y verde, a medida que se
liberan del negro:
‹‹El color, a lo
largo de la etapa que arranca en 1960, se presenta muy ceñido por el negro, que
lo encierra en las formas que crea o en trazos y manchas muy precisamente
aplicadas. La propia composición y las formas van configurando ciertos
compartimientos que el color rellena. Los dos básicos de Miró son el rojo y el
azul, y, sobre el esquema de esta dualidad fundamental, aparecen los otros
colores. El amarillo y el verde ponen seguramente la nota de la alegría y crean
las derivaciones que nos distraen del conflicto esencial que siguen siendo la
oposición negro-color, en el cual la presencia del rojo y el azul no introducen
variaciones fundamentales: siguen siendo colores serios, claves. El
amarillo y el verde cumplirían, en el plano cromático, el papel que atribuíamos
a los elementos menores en el plano compositivo y formal. El amarillo y
el verde nos hablan del alma colorista que subyace en el dramatismo
actual. (…)›› [Corredor-Matheos; Picazo. Los carteles de Miró. 1980:
19-20.]
La bañista (1925).
El color azul, con
sus numerosas tonalidades, es sin duda el más emblemático de nuestro artista.
Lo emplea masivamente en los fondos predominantemente monocromos de sus obras desde
1924, salvo los casos en que se decanta por un gris o marrón suave y así vemos
que en la serie Cabeza de Campesino el azul es un uniforme e inmóvil
fondo en el que las figuras ganan en protagonismo, en el contraste de los
colores. No es por azar que el color azul domine tanto en su obra de esta
época, coincidiendo con sus experiencias con el método inspirativo del sueño.
Los fundamentos de su uso de este color se encuentran en la poesía (Darío y su Azul,
Mallarmé y su Azur), que le permitiría escapar tanto del cubismo como de
la abstracción. El azul es un color metafísico por su misteriosa
inmaterialidad, y su recurrente aparición en las pinturas de Miró de esta época
puede ligarse a la aparición en 1925 de la traducción francesa de un libro de
Max Heindel, La concepción del cosmos de los rosacruces (1909 en
alemán), que explicaba, entre otros temas, su significado mágico y teosófico
para esta antigua orden masónica del s. XVII de los rosenkreuzer, un
tema cabalístico muy querido para los surrealistas y que estos debieron
comentar con el artista. [Tomo la idea de
Anna Moszynska. El arte abstracto. 1996 (1990 inglés): 182.]
El azul es sobre todo el color de los sueños,
con el cual Miró favorece la libre circulación de la imaginación, tanto en los
años 20, como en Photo: Ceci es la couleur de mes rêves (1925), en los
años 50 en el mural de Harvard (1951-1952), o, después de un largo paréntesis,
el tríptico Azul (1960), que marca su retorno a la pintura de gran
formato y le permite iniciar una síntesis de toda su obra anterior, el tipo de
actitud que recorre toda su obra de los años 60.
El azul es sin duda
el color más reiterado en los estudios mironianos. El coleccionista belga René
Gaffé (1934) es el primero en exaltar ‹‹un azul salvaje, insolente, eléctrico,
que basta él mismo para hacer vibrar el óleo››. [Gaffé, René. Joan Miró. “Cahiers
d’Art” v. 9, nº 1-4 (1934) 30.] Y hasta los años 70 es un asunto recurrente en la crítica y la
historiografía, pero la mejor aportación llega cuando Rowell apunta (1974,
1985) que el azul es el color de los sueños [Rowell. Les Champs magnètiques
de Miró: une poètique. “L’Art vivant”, 49 (V-1974) 6-10. / Rowell. “Bleu
II”, 1961, de Joan Miró. En especial Nouvelles acquisitions du musée.
“Cahiers MNAM”, París, 15 (1985) 48-59.].
Margit Rowell.
Rowell explica más
tarde (1998) lo que llama pintura de los “campos imaginarios” por sus fondos monocromos
en los que predomina el azul:
‹‹Así nacieron los
cuadros del periodo 1925-1927, que acentúan un fondo inconmensurable lleno de
signos esparcidos o de imágenes esquemáticas. Algunos de los fondos están
bosquejados en blanco o en siena o simplemente desocupados, pero los más
bellos, los más aéreos, los más cósmicos y los más vertiginosos son
indiscutiblemente los azules.
Así, fue gracias a
su contacto frecuente con poetas que Miró pudo liberarse del yugo del cubismo,
un cubismo que él interpretaba con gran liberalidad pero cuya idea lo limitaba.
Esa liberación lo condujo al borde de la abstracción. En efecto, sus cuadros de
1925 son abstractos en su concepción puesto que en ellos Miró suprimió muchas
indicaciones tradicionales de la pintura figurativa: relación figura-fondo,
perspectiva y cierto sentido de la gravitación y de la ilusión del volumen. Es
decir, todo aquello a lo que el artista se refiere cuando evoca “las
convenciones pictóricas” [carta a Leiris (10-VIII-1924)], sin jamás querer
admitir la abstracción ni franquear esa frontera.
Miró quería llegar a
las masas mediante su “realismo”, noción muy particular en lo que a él atañía,
pero que a su modo de ver seguía siendo la justificación de la pintura. Su
lenguaje pictórico se modificó a partir de 1928; y si bien abandonó las áreas
ininterrumpidas en blanco o monocromas, conservó los fondos nebulosos,
espacialmente indeterminados —sobre los cuales flotan imágenes esquemáticas, sin espesor ni peso—, así como una gama cromática
reducida. De esta suerte conservó su predilección por los fondos azules que,
aunque diversificados en cuanto al tono de azul elegido, reaparecen con gran
constancia a lo largo de su carrera. Al igual que para Darío, el azul es y será
siempre para Miró —y
eso explica la importancia de dicho color en su obra— color y símbolo a la vez, atmósfera
enrarecida y aérea que favorece la libre circulación de la imaginación.›› [Rowell. <Joan Miró. La colección del CGP>.
México. CCAC (1998): 177.]
La autora se centra
en Foto. Este el color de mis sueños (1925), cuyo azul todavía no satura
el fondo de la tela como sí hará en los años 60, pero en el que, con tan solo
una mancha, ya domina la composición, la estructura con el mismo valor formal
que la escritura dadaísta. La aparición del azul con entidad propia tendrá un
largo camino en la obra de Miró y merece una explicación. Rowell considera que
desde los años 20 Miró asoció el color azul con su mundo imaginario, movido,
como casi siempre, por dos consideraciones: una tradicional y otra moderna.
La tradicional es
que el azul es un color de un significado muy popular en la cultura
mediterránea en general y catalana en particular:
‹‹En el folclor
catalán, el azul siempre ha tenido una significación particular. Las casas de
los pueblos se pintaban de azul, el azul “catalán” claro ligeramente violáceo,
literalmente: el azul del cielo. Y otras casas, de las cuales aún subsisten
algunos ejemplares en el pueblo de Mont-roig (cerca de la granja de Miró),
tenían pintadas de azul las puertas y las chambranas para evitar que la
reverberación del sol sobre la fachada, demasiado brutal, repercutiera en el
interior. Este azul, nacido de una necesidad práctica, poseía también un
significado simbólico: indicar el carácter de santuario de la casa-lugar
privado y privilegiado, donde se resguardan las ideas y los sueños. La puerta azul
protege contra los malos espíritus, como la mano azul que tradicionalmente se
pinta en las puertas de África del Norte.
Así, para el
catalán, el azul representa su derecho legítimo a lo imaginario.›› [Rowell. <Joan Miró. La colección del CGP>.
México. CCAC (1998): 175.]
La moderna es que el
azul era desde principios de siglo el color de los sueños poéticos de los
vanguardistas y Rowell presenta el primer ejemplo de la poesía modernista de
Rubén Darío:
‹‹Miró se interesó
por la poesía desde su juventud. No sería absurdo afirmar que en 1925 el azul
era el azur de cierta generación de poetas. Era el Azul del poeta
nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), cuya primera antología importante de
cuentos y poemas apareció en 1888 en Valparaíso (Chile) y se reeditó en
Barcelona en 1907. Darío, poeta lírico y simbolista muy influido por la
literatura francesa, está considerado en la actualidad como el padre de todos
los movimientos de poesía moderna en lengua española. Fue muy apreciado en
Barcelona, particularmente por la generación de Picasso (quizá fue una de las
fuentes de inspiración de su periodo azul). Si bien el título Azul de
esa primera antología no corresponde a ningún cuento o poema en particular,
este color y, sobre todo, la noción del azur, se hacen presentes a través de
sus páginas, ora en pequeñas pinceladas, ora a modo de telón de fondo. Símbolo
de belleza, de verdad, de espiritualidad y de libertad ante las cosas
“terrenales”.›› [Rowell. <Joan
Miró. La colección del CGP>. México. CCAC (1998): 175-176.]
El poeta nicaragüense Rubén Darío.
Un buen ejemplo
sería este fragmento del poema Anagke, en el que Darío canta el vibrante
azul de la vida y el amor a plena luz del sol mediterráneo, así como el sutil
azul del final de los sueños nocturnos, poco antes de que el alba —justo cuando
Miró tenía sus más fuertes inspiraciones— alumbre el nuevo día:
‹‹¡Oh
inmenso azul! Yo te amo. Porque a flora
das la lluvia y el
sol siempre encendido;
porque, siendo el
palacio de la aurora,
también eres el
techo de mi nido,
(oh inmenso azul! Yo
adoro
tus celajes
risueños,
y esa niebla sutil
de polvo de oro
donde van los
perfumes y los sueños.
Amo los velos
tenues, vagarosos,
de las flotantes
brumas,
donde tiendo a los
aires cariñosos
el sedeño abanico de
mis plumas.››
[Darío. Poema Anagke, en Azul. Santiago de Chile.
1954: 15. cit. Rowell. <Joan Miró.
La colección del CGP>. México. CCAC (1998): 175-176.]
El poemario de Darío
no era una excepción en la época. Poetas franceses, de generaciones distintas,
como el romántico Victor Hugo y el simbolista Mallarmé, lo cantaban en sus
poemas. Y los intelectuales españoles recibían este doble influjo, el francés y
el iberoamericano, como le ocurrió al novelista y crítico Juan Valera, tal como
explica Rowell (1998):
‹‹En 1888, año de la
primera edición del libro, el crítico español Juan Valera, en una carta al
autor, que serviría de prólogo para todas las reediciones a partir de 1890, se
pregunta acerca del título: Victor Hugo dice: ‘El arte es el azul’, pero yo no
me conformo ni me resigno con la idea de que eso sea muy profundo o muy bello
(...) ¿Por qué (...) el Azul (...) debe ser cifra, símbolo y categoría
superior que abarque lo ideal, lo etéreo, lo infinito, la serenidad del cielo
sin nubes, la luz difusa, la amplitud vaga y sin límites donde nacen, viven,
brillan y se mueven los astros? Pese a todo eso y a algo más que surge del
fondo de nuestro ser y aparece ante los ojos del espíritu al evocar la palabra Azul,
¿qué novedad hay en decir que el arte es todo eso?”. Para Valera, el libro es
una iniciación a lo imaginario, a lo desconocido y a lo trascendental; un libro
ligero, aéreo y espontáneo que parece haber sido escrito de corrido, sin
esfuerzo, con “concisión, precisión y una extrema elegancia”. Cabe suponer que
a Miró le impresionaron las imágenes dibujadas a través de esos cuentos y
poemas —criaturas
imaginarias o míticas, pájaros y estrellas—, al igual que la evocación del azul en
filigrana.›› [Rowell. <Joan Miró.
La colección del CGP>. México. CCAC (1998): 176. Textos de Valera, de Prólogo
de Juan Valera, en Azul. Santiago de Chile. 1954: 29-30 y 34.]
El influjo del azul
del poeta Mallarmé, a quien debió haber leído ya en la época de la Academia
Galí, si no antes, debió confirmarlo su amistad con Masson, empedernido lector
y más aún del poeta, como Rowell (1998) cuenta:
‹‹”El eterno azul”
de Mallarmé significaba a la vez la inaccesible inmensidad metafísica y el
abismo, y no cabe duda que Miró conocía su poesía. Su amigo y vecino inmediato
de la calle Blomet, André Masson, había ilustrado Una tirada de dados (nunca
abolirá el azar) en 1914; Miró, por su parte, había introducido dados en
sus obras de 1924-1925. Ya para esas fechas empezaba a repensar la anatomía de
sus cuadros. No sorprende, pues, que en un momento dado le haya atraído la
creación al estilo del poema de Mallarmé: una superficie casi desnuda o
saturada de un solo color uniforme, vacío, ya cargado de significación antes de
acoger los signos.›› [Rowell. <Joan
Miró. La colección del CGP>. México. CCAC (1998): 176-177.]
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