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domingo, agosto 10, 2014

Joan Miró. Los años 1968-1983. La situación personal de Miró: el carácter y la salud.

PARTE CUARTA. LOS AÑOS 1968-1983.
*Este texto es una versión actualizada para blog de un fragmento de mi tesis doctoral.

El periodo 1968-1983 lo he dividido en dos etapas, separadas por el fin del franquismo.
La primera, 1968-1975, todavía marcada por una dictadura agonizante, la dividimos en dos fases. La primera fase (1968-1970) se caracteriza por un compromiso político más abierto de Miró y el triunfo de su antológica en Cataluña. La segunda fase (1971-1975) se define por la creciente politización y la antológica de 1974 en París que marca su estilo final.
La segunda, 1976-1983, es la de la Transición en una democracia naciente, y está igualmente dividida en dos fases. La primera fase (1976-1979) se corresponde con los años finales de su creación, que son de una gran actividad pública y fecundidad artística, y goza de un indiscutible prestigio nacional e internacional. La segunda fase (1980-1983), al final de su vida, coincide con la culminación de la Transición y se puede subdividir claramente en dos bienios. En el primero (1980-1981) Miró asiste a un rápido declinar de sus fuerzas. Apenas trabaja, pero todavía puede dibujar, controla las últimas obras monumentales y esboza algunas obras (parte de las inconclusas de la col. FPJM). El segundo bienio (1982-1983) está marcado por un rápido declinar público y artístico, muy profundo desde diciembre de 1981 debido al hundimiento de su salud, pues apenas traza unos esbozos; es el largo final, hasta la agonía de sus últimos días.
Hay al principio un capítulo general, dedicado al contexto histórico y la ideología de Miró, aunque estos temas se habrían podido dividir claramente entre estas dos etapas tan marcadas por la política.

4.0. LOS AÑOS FINALES. EL CONTEXTO HISTÓRICO Y LA IDEOLOGÍA DE MIRÓ.
La situación personal de Miró en 1968-1983: el carácter y la salud.
El estudio de Miró en estos años se beneficia de la abundancia de información, aunque nos ofrece contradictorias visiones del artista: viejo y vitalista, distante y abierto, frío y apasionado, oculto y carismático... Una semblanza fiel puede parecer casi imposible ante el choque de tantas fuentes. Se puede concluir que era como un camaleón que cambiaba según las horas del día y sus interlocutores, o un actor que siempre lleva consigo una máscara impenetrable que acaba por fundirse con el personaje. Factores decisivos son los vaivenes de su salud, los retos de sus exposiciones, la estrecha relación que disfruta con muchos jóvenes (en particular, sus nietos), y su feliz vida familiar, en cuyo seno es la encarnación del perfecto bonhomme.
La descripción de su físico y su carácter nos ha llegado en multitud de textos y fotos, entre las que destacan en esta época las de su amigo Francesc Català-Roca.


Bill Brandt. Miró en su taller de Son Abrines (1968). [http://billbrandtarchive]

Baltasar Porcel le describe en una de sus célebres entrevistas en la revista “Serra d’Or” (1966):
‹‹La figura. Joan Miró, cuyos ojos son de un azul difuminado y frío, inexpresivo, mira con el rostro un tanto crispado, como si escondiera un dolor lejano y latente. Sus cabellos son blanco-grisáceos, ralos. El cutis, anaranjado, claro, con manchas oscuras, como de campesino que trabaja bajo el sol. Su rostro y sus manos son cuadrados pero redondeados en los ángulos. Miró es un hombre de baja estatura, pero robusto y bien proporcionado.
A sus setenta y cuatro años [tenía 73] se conserva todavía ágil. Camina erguido, ligeramente envarado. Si descendéis tras él por una escalera, os parecerá ligeramente encorvado. Cuando habla, las manos en los bolsillos y la cabeza erguida, un pie más adelantado que el otro, tiene un aire entre juvenil y jactancioso, de campesino nuevamente, orgulloso, como un payés joven que contempla en silencio el baile y bebe a pequeños sorbos un vaso de vino. Habla con frases breves, a veces cautelosas, frecuentemente con monosílabos, las terminaciones cortadas en seco. El acento es duro... Pero cuando sonríe, una alegría pura, incontaminada e infantil se refleja en su rostro. Y sus ojos parecen más azules. En el trato conserva una corrección extrema que lo distancia de las demás personas. Excepto cuando habla de objetos que le gustan, de la obra que está creando: entonces se entusiasma, gesticula.››
Porcel en 1969 resume lo que le explicó Llorens Artigas: ‹‹nos avisa de su faceta más oculta: “Miró es muy tozudo. Cuando quiere llegar a un sitio, no hay quien le haga desistir. Él no ve otra cosa. En casa a veces discutimos. Si está en un error intento disuadirlo con mis mejores medios. “Ves eso, Joan, pues es así, o asá”. Él parece convencido. Nos vamos a dormir. A la mañana siguiente se me acerca: “Verás, Pepito...”. Y vuelta a empezar. Yo me agoto y le doy la partida por ganada. ¿Qué vas a hacerle?” a continuación Artigas destaca como lo más importante, en contraste con Dalí, de la personalidad de Miró: “Su habilidad y su autenticidad. Dalí no es auténtico. Dalí tiene un espíritu crítico muy fuerte. Sabe cogerle al de al lado lo que interesa cogerle. Miró es auténtico.” Pero no rehúye un leve matiz crítico, como de envidia (no olvidemos que en los años 20 llegaron a estar enemistados): “además, es muy hábil para estar de moda. Sabe cómo hacerlo”.›› [Picó, Manuel. Declaraciones de Baltasar Porcel. “Última Hora” (18-II-1969). Porcel resume aquí las declaraciones de Artigas]

Fernández-Braso (1983) intenta una breve prosopografía muy similar una docena de años después, hacia 1978, cuando Miró tenía 85 años:
‹‹Cuando Joan Miró sonreía, su cara se iluminaba, se perdía la noción de su edad, los ojos se le poblaban de una alegría infantil. No ha jugado el pintor a la apariencia de artista: le bastaba con serlo. Vestía como lo que era, un payés pudiente. Su pelo era de una blancura apenas sombreada de gris, y su piel clara, con manchas oscuras, como si le quedaran huellas de soles antiguos. Sus manos cobraban una sorprendente vivacidad cuando conversaba de un tema propio, de algo que le apasionaba o le dolía. Hablaba con frases breves, como cortadas a ras en sus finales, pero siempre vivaces por su tono de sorpresa o de fuerza convincente.›› [Fernández-Braso, M. El abuelo payés. “El País” (31-XII-1983).]
Su carácter apenas varió estos años. Joan Prats, el amigo que tal vez más le conoció, nos hace una esencial etopeya a fines de los años 60, apuntando parte de sus costumbres, gustos e intereses, y enfatizando su elegancia:
‹‹Miró es un hombre ordenado, irreprochable, con una apariencia exterior completamente normal. Siempre le ha gustado vestir bien, y lo hace en casa de un sastre de Reus, Queralt, quien le profesa una delicada fidelidad. Siempre he admirado su buen gusto en los sombreros; por cierto, recuerdo una anécdota sobre estas características, que tuvo lugar en ocasión de la boda de André Masson, en París. Asistió con su esposa, y tan impecablemente vestidos los dos, que por poco los vuelven a casar confundiéndolos con los novios. Es un hombre de infinita bondad e inusitada generosidad. Siempre le han gustado los deportes e, incluso, ha boxeado en alguna ocasión. Le gusta el cine y el circo le apasiona. Ama la lectura, le entusiasma la música, en especial las últimas tendencias de la música moderna. Escribe poesías, toda esa poesía que se refleja en sus cuadros. Sus modales son siempre perfectos, inalterables. Contesta a todas las cartas y escribe con una caligrafía limpia y rotunda. Asimismo, trabaja con un método impecable: en su estudio cada cosa está en su lugar y es, en cual­quier clase de trabajo, tremendamente ordenado. Pinta diversas telas simultáneamente: cuando trabaja en una de ellas, vuelve las demás, cara a la pared. Pero su creación es siempre múltiple y con una especie de pasión reflexiva e intensa. Es muy sensible al paisaje, pero todavía más respecto a los elementos naturales en los que inmediatamente ve una calidad y una significación.›› [Melià. Joan Miró, vida y testimonio. 1975: 83-84].
Sobre su gusto por ir bien vestido puedo añadir, según me refirieron las fuentes familiares, que incluso en sus últimos años, cuando ya estaba fatalmente enfermo, rehusaba las zapatillas para andar por casa —lo juzgaba poco elegante— porque deseaba ir siempre impecablemente vestido. Era una actitud estética ante la vida, que hundía sus raíces en la bohemia catalana de los primeros años del siglo, siempre tan atildada.

Para su hija Maria Dolors Miró (2001) el principal de sus caprichos era la elegancia en el vestir. [Miró, M. D. Declaraciones. cit. Roglan. Fundació Joan Miró. 25 anys. 2001: 167.]
Era como un arte, que nos ayuda a entender su aprecio por las obras textiles. Su sastre favorito era Lluís Queralt, el afamado propietario de una sastrería de Reus con varias generaciones de antigüedad, entre cuyos clientes estaban otros artistas, como los escultores Rebull y Fenosa. Queralt destaca sus méritos personales y su elegancia innata:
‹‹De Joan Miró, encantador com a persona, és digne de remarcar, des de la meva òptica, la importància que donava al vestir. Era un home ordenat, extraordinàriament polit. Per a escollir un teixit s’hi mirava moltíssim, ho meditava a consciència, tot i que quan entrava a casa ja duia les seves idees concretes, les quals portava consignades en unes notes on tenia espeficades el com i de quina manera havien de ser els encàrrecs que venia a fer-me.
Loava molt el nostre art, tot i que ell sabia vestir-se i sabia el que volia. Estava satisfet d’un comentari del “New York Tribune”, del qual em va portar el retall, on elogiaven la seva manera de vestir, tan clàssica, deien, i no gens rutinària: d’una gran distinció. Però, en definitiva, Miró tenia aquella subtil elegància personal que ni els millors sastres no saben injectar sinó és un do consubstancial del client. Oblidant-me del seu renom universal, fins on això és possible, el cert és que em dol vivament haber perdut el seu tracte i la seva relació, perquè Joan Miró era un home d’un relleu humà elevadíssim, una personalitat excepcional tan capaç d’amirar-te amb la vastitud dels seus coneixement com de sorprendre’t pel fet que sabia, en qualsevol moment l’amplada exacta, el milAlímetre, que havia de tenir una solapa segons els darrers cànons de la moda.
Ultra el retall esmentat del “New York Tribune”, em va dur molts altres retalls de periòdics de diferents països (fins a poder-ne fer una breu però, per a mi, preuadíssima colAlecció) en la qual els periodistes feien esment de la seva forma de vestir. Ell deia sempre que es vestia a Reus.›› [Queralt, Lluís. Els retrats de Ramon Casas vistos per un sastre. “Avui” (26-IV-1985).]

Permanyer (1993) recuerda sobre todo la puntualidad y el orden de su agenda diaria, un preciado instrumento de trabajo e información, y menciona su disciplina física y su sencillez, aunque podía parecer excesivamente riguroso:
‹‹El orden presidía su vida: en la agenda minuciosamente llevada personal­mente al día y, lo que es más, cumplida hasta los detalles más nimios; en el taller, con pinceles siempre limpios y alineados como si de un instrumental de quirófano se tratara; en horarios espartanamente seguidos.
Así las cosas, no era de extrañar que no le importara ser esclavo de la puntualidad. Llegaba a las citas un minuto antes de la hora, ni más ni menos; y al convocado no le otorgaba más que un margen de unos mal contados cinco minutos, después de los cuales desaparecía (...). Tampoco era de extrañar, pues, que procurara imponer orden físico en su cuerpo. Tenía el prurito de mantenerse en forma; no fumaba ni bebía, no cafeteaba ni trasnochaba, y en tiempos castigaba el músculo, ya en el gimnasio (...), ya en la playa de Mont-roig. Era sencillo hasta extremos que sorprendían incluso a los amigos; se aplicaba a ser bondadoso con cuantos distinguía con el aprecio y el amor. No era, en cambio, condescendiente con cuantos merecían pasar inadvertidos, olvidados o despreciados, para quienes reservaba un rigor inflexible. La austeridad que se dedicaba con exigencia, a veces la hacía extensiva a los demás, quizá sin percatarse.›› [Permanyer. Joan Miró. “La Vanguardia” Magazine (3-I-1993): 19.]
Jean Cassou, otro gran amigo suyo, pregona el silencio como su característica principal, incluso más que la disciplina y la austeridad. [Cassou. Declaraciones. Documental de Chamorro. Miró. 1978. nº 53.]
Lo corrobora Joan Barbarà (1993), uno de sus últimos ayudantes, que estuvo en Palma para trabajar en la Suite Gaudí, y le define como ‹‹un hombre muy reservado, ordenado y que se concentraba extraordinariamente en su trabajo››. Incluso en esta última etapa vital ‹‹solía decir que había que estar en forma. Cuidaba mucho la dieta y daba largos paseos.›› [Barbarà, Joan. Declaraciones. “Tribuna de actualidad” 285 (17-V-1993). Número especial sobre Miró.]
Otro buen testigo, Pere Serra (1998), resume que ‹‹en los últimos años de su vida le visitaba todos los sábados por la tarde para charlar, era un hombre tímido, cordial, de una gran naturalidad y profundamente enamorado de su mujer.›› [Redacción. Entrevista a Pere Serra. “El Periódico del arte”, 17 (XII-1998) 5.]
Miró había aprendido a aceptar la vida tal como viene, la belleza de la sencillez tanto como la amargura que esconde y al respecto el escritor Juan Cruz cuenta una anécdota:
‹‹Otro día le preguntamos en el mismo sitio lo mismo [en un restaurante de Tenerife, en una serie de comidas con intelectuales (Neruda asistió antes) y artistas; la pregunta era ¿qué es la vida?] a Joan Miró y nos explicó su teoría de la cebolla: su simetría interna no tiene igual en la naturaleza. Cuando le pedimos que explicara más, se hizo con una cebolla en el restaurante y la partió en dos: “Así es la vida, perfecta. Y cuando la cortas, te hace llorar”.››[ Cruz, Juan. A la vida. “El País” (6-I-2000) 64. Probablemente el acto fue en 1974, cuando se instaló en Tenerife una escultura callejera de Miró, La mujer botella.]

Su salud sufrió un rosario de altibajos, afectada por sus problemas de circulación sanguínea y su proverbial (y casi secreto) vicio de fumar, que habían sido una constante preocupación para su esposa y sus médicos desde los primeros años 60, y declinó inevitablemente durante sus últimos años. Siempre había sido de complexión baja pero robusta, pero perdía irreversiblemente su fuerza muscular, lo que afectó a su obra, aunque al principio vivió un desbordamiento de su vitalidad creativa gracias al impulso optimista de las exposiciones homenaje de 1968-1969.
Hacia 1968, pese a sus 75 años, parecía disfrutar de un vigor físico que aplicaba generosamente a su obra. Como Pollock, pintaba en las posturas más inverosímiles; se agachaba, se retorcía, se subía a alturas que un anciano juzgaría temibles; estaba horas y horas inclinado sobre los papeles... Y tras sus interminables sesiones de trabajo, por la tarde se atildaba y luego paseaba, como en años anteriores, cuando comenzaba a caer el sol tras las montañas de Na Burguesa, por el barrio de la Bonanova y por la zona de Génova (todavía no se había construido la auto­pista que la separaría de la ciudad), para hacer ejercicio corporal, recibir nuevas sensaciones que incorporar en su obra, y comprar tabaco.
Perucho (1966) le describe en esas largas caminatas, provisto de un bastón, siempre vestido con sencillez, pero con su inalterable y elegante pulcritud:
‹‹Tanto si se halla en Mont-roig como en Palma, a Miró le gusta sentarse en la paz de la tarde y contemplar el ir y venir de los pequeños insectos, oír el rumor cristalino del agua en las acequias, el ruido de un carro en la lejanía, cuando regresa de las labores del campo. A veces, se levanta y escoge un sendero bordeado de maleza y, entonces, Miró examina la hierba, las hojas caídas de los árboles, el paso de una oruga moteada de negro. Hay también las mariposas, el vuelo rasante de los pájaros, la corteza herida de un gigantesco eucaliptus. Entorna los ojos y examina atentamente las calidades de una piedra cubierta de musgo o de un pedazo de ladrillo abandonado a la acción del viento y la lluvia. Luego regresa despaciosamente a los huertos y, como que se ha levantado un poco el fresco del atardecer, se cubre con un tibio jersey de lana que ahora le da su esposa. Al filo del crepúsculo todavía le es dable reseguir el contorno de las calabazas y de los pepinos, la roja turgencia de los tomates, el verdor oscuro de las berzas y de las acelgas. El aire deviene en este instante puro y diáfano. Muy pronto crecerán misteriosamente los nocturnos rumores de los campos, las vibraciones de las cosas y, de un momento a otro, surgirá la machacona voz del grillo mientras en lo alto lucen, como puntas de diamante, las primeras estrellas.›› [Perucho, J. La fidelidad de Joan Miró. Serie sobre Cataluña y sus hombres. “La Vanguardia” (20-XI-1966) 15. FPJM H-3435.]
Como atestigua Serra en sus visitas, en estos años seguía cuidando su jardín, como un hortelano, pues había asumido en su jardín de Palma y en el campo de su querido Mont-roig el ritmo biológico de la tierra, trasmitido al hombre en su eros.
Seguía firme en su apego a Mont-roig. Al respecto, el alcalde de Mont-roig recordaba que Miró acudía a misa los domingos, paseaba por las calles del pueblo, visitaba a sus parientes y amigos y pasaba largas horas hablando con ellos. Bajaba muchas veces a la playa y también entraba en las fincas para hablar con los payeses. [Redacción. Declaraciones de Francisco Aguiló Ferré, alcalde de Mont-roig. “Última Hora” (29-IV-1983).]. En 1973 Miró escribió un guión de siete páginas sobre la masía y sus alrededores, que dividió en tres partes: Interior, Exterior y Paisaje. Lo redactó para el cineasta Pere Portabella, que lo desarrolló en los años 90 para hacer un cortometraje de 20 minutos y lo publicó en la revista “Cave canis”, nº 2 (III-1996).
El Miró-artista bebía del Miró-naturaleza, tal como le había declarado a Taillandier en 1958. Decía entonces de su amor por su jardín y de su estrecho paralelismo con su obra:
‹‹Considero mi taller como un huerto. En él hay alcachofas. Aquí patatas. Es necesario podar las hojas para que los frutos se desarrollen. En un momento dado resulta preciso cortar. Trabajo como un hortelano o como un vinatero. Las cosas vienen lentamente. Mi vocabulario de formas, por ejemplo, no lo he descubierto de una vez. Se formó casi a pesar mío (...) Las cosas siguen su curso natural. Crecen, maduran. Es preciso injertar. Hay que regar, como con la ensalada. Así maduran en mi espíritu. Por eso trabajo siempre en muchísimas cosas a la vez. E incluso en dominios diferentes: pintura, grabado, litografía, escultura, cerámica.›› [Taillandier. Entrevista a Miró. Miró: Je travaille comme un jardinier... Propos recuillis par Yvon Taillandier. “XX Siècle”, v. 1, nº 1 (15-II-1959) 4-6, 15. Reprod. Rowell. Joan Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 250. / Rowell. Joan Miró. Écrits et entretiens. 1995: 271-272. / Rowell. Joan Miró. Escritos y conversaciones. 2002: 338.]
Pero sólo su optimismo le permitía mantener este intenso ritmo vital —hay casos excepcionales de vejez activa: Goethe escribió Fausto con 80 años y a esa misma o mayor edad todavía realizaban grandes obras Miguel Ángel, Haydn, Goya, Humboldt, Jünger (ya centenario todavía escribía ensayos), Picasso, Saramago…—, pero necesitaba largos periodos de descanso. Tras cada viaje su cuñado y médico de cabecera Lluís Juncosa le prescribía varios días de reposo.
Su mujer comentaba los excesos de su marido en 1975: ‹‹Ha sido un año muy duro, pero él no quiere dejar el trabajo. Sólo piensa en eso. Ahora han montado en Son Abrines un estudio de grabado y es preciso forzarle para que lo deje, para que coma, descanse o atienda a sus amistades. No tiene en cuenta el desfase entre sus deseos de hacer y la edad que lleva encima. No, sólo su trabajo.›› [Juncosa, Pilar. Declaraciones. “Diario de Mallorca” (4-II-1975).] aunque le cuenta al pintor Jean Bazaine que su marido, pese a su enorme esfuerzo, ‹‹felizmente duerme bien.›› [Bazaine, Jean. La tierra de Miró. Especial Miró a los 85. “Daily Bulletin” (XII-1978) 22.]
Él, por su parte, explica en 1974 que duerme profundamente, sin soñar, aunque sí se deja llevar por las ensoñaciones durante el día: ‹‹Écoute, moi je ne rêve jamais, je dors comme une taupe. Mais quand je suis réveillé, je rêve toujours, mais pas en dormant. En dormant, je dors.›› [Miró, Joan. Miró parle. Declaraciones a Carles Santos y Pere Portabella en 1974, para film Miró un portrait. 2003: 22.]

Lluís Juncosa (1993) informa que se cuidaba mucho: no fumaba, sólo bebía vino y de forma moderada, le gustaban las comidas sanas e hizo gimnasia a diario hasta pasados los 80 años. [Juncosa, L. Declaraciones. “Panorama” (26-IV-1993).]
Pero lo cierto es que padecía de una gran variabilidad en sus estados de ánimo, fumaba demasiado (y lo ocultaba a su médico) y comía demasiado, tanto para rendir en sus largas jornadas de trabajo como para calmar sus nervios. Como a casi todos los hiperactivos, desde niño le atraían los dulces, como recuerda su hija Maria Dolors Miró (1988): ‹‹Golosinas. Golosinas y pastelería, pero tenía que llevar cuidado, puesto que tenía tendencia a poner peso›› [Miró, M. D. Declaraciones. “Última Hora” (7-VIII-1988).] e insiste (2001) en que era uno de sus pocos caprichos. [Miró, M. D. Declaraciones. cit. Roglan. Fundació Joan Miró. 25 anys. 2001: 167.]
Era un esmerado gourmet: se conocía muchos de los mejores restaurantes de Mallorca, Barcelona, Tarragona y París, y la gastronomía tenía pocos secretos para él. Para moderarse, se controlaba el peso cada día, anotando el resultado en sus diarios justo al lado de los apuntes creativos. El nieto Joan Punyet le contó a Manresa que, hacia los primeros años 70 ‹‹Al ir a Barcelona, los Miró invitaban a comer en el agut d’Avinyó a los dos nietos mayores [David y Emilio] (…), con sus amistades y compañeros de piso José Rul·lan, Guiem Soler y Paula Massot. Doña Pilar calibraba las raciones de solomillo, habitas y fricandó que tomaba el genio, longevo y activo por frugal, austero y gimnasta. A veces David y Emilio eran cómplices del abuelo y le aportaban a escondidas un plus al plato.›› [Manresa, Andreu. La huella de la “cega”. “El País” Cataluña (24-II-2008) 10.]
Pero sufría graves recaídas en su salud, con recurrentes crisis ciclotímicas, tan comunes entre los grandes genios creadores.
Al respecto, el psiquiatra y antropológo francés Philippe Brenot, en El genio y la locura (Ediciones B. Madrid. 2000. 250 pp.) explica la estrecha relación entre la creación y la demencia. Estudia cómo grandes creadores (Sócrates, Petrarca, Goethe, Víctor Hugo, Baudelaire, Proust, Virginia Woolf, Sartre...) han vivido en el filo de navaja de la locura y otros (Van Gogh, Nietzsche...) la han cruzado. Considera que el talante maniaco-depresivo (estados alternativos de alegría y tristeza), en toda su gama de intensidades, es el más presente entre los creadores. Ya se preguntaba Aristóteles: ‹‹¿Por qué razón todos aquellos que han sido hombres excepcionales, en lo que respecta a la filosofía, la ciencia del Estado, la poesía o las artes, son manifiestamente melancólicos?›› (Problemas: XXX). Y Rudolf y Margot Wittkower en Bajo el signo de Saturno (1963) repasan la larga lista de artistas deprimidos, locos, melancólicos…

En 1970 vuelve la crisis debido a la artritis y una terrible depresión, aliviada algo a finales de año, pero que recidiva durante casi todo el año 1971, en el que sólo realiza cuatro pinturas. Está ensimismado, apagado e inactivo, se siente atrapado y yermo ante el lienzo en blanco. Afortunadamente, siempre vuelven a motivar los grandes retos artísticos y como había ocurrido durante la preparación de las grandes antológicas de 1968, le reanima la de 1974 en París, por lo que en 1973-1974 retornan algunos momentos de euforia creativa.
Su nieto Emili Fernández Miró (2006) resume su ánimo ciclotímico en sus peores épocas, de dos de las cuales fue testigo directo, una a principios y otra a finales de los años 70: ‹‹Durant els estats anímics més crítics de l’artista, en les diverses èpoques de la seva vida, com ja havia passat a començament dels anys setenta, Miró va tenir alteracions que arribaren a preocupar la seva esposa Pilar, i que ella definia dient: “El Joan està una mica deprimit.” En aquella època, els estats emocionals no eren tan comprensibles ni atractables” com avui. La veritat és que la constant en la seva vida va ser la revolta enfront de tot i d’ell mateix.›› y más abajo añade que sus estados de ánimo eran fluctuantes: ‹‹En un home artista tan místic com Miró, també hi aflorava amb certa intermitència la malaltia. L’abaltiment no podia allargar-se gaire i aquests anys Miró cohabitava amb una crisi encoberta que l’obligava a una incursió rere una altra en la transgressió.›› [Fernández Miró, E. Joan Miró: una violència elegant. <Joan Miró 1956-1983. Sentiment, emoció, gest>. Barcelona. FJM (2006- 2007): citas en 21 y 22.]
Su salud física se debilita sobre todo desde el otoño de 1974, coincidiendo con el fin del ilusionante reto de la antológica de París: ‹‹Antes me bañaba todo el año, en in­vierno y en verano. Ahora me aconsejan que no lo haga, tengo un poco de miedo. Y también caminaba mucho, solo, por las montañas. Aquí y en Montroig››. [Raillard. Conversaciones con Miró. 1993 (1977): 69.]
Como resultado de sus achaques, espaciará sus paseos y hacia 1975 apenas sale ni cuida el huerto, porque aunque todavía tiene fuerzas se agota demasiado y su energía la reserva para el arte. Está castigado por los años, pero con la cabeza aún llena de pro­yectos.
Justamente entonces se relaciona más con los jóvenes artistas e intelectuales mallorquines que sus nietos le traen a casa, con los que se muestra más radical de lo que era en otra compañía, y así Miró presuntamente le dijo en una conversación a Miquel Barceló y Biel Mesquida:
‹‹En Mallorca todos hablan castellano. Porque son tontos. Son lerdos, aquí. Han perdido el sentido de la civilización mallorquina. Por eso nada levanta cabeza, en este país. (…) es porque la gente es muy servil. Es el caso particular de Mallorca. En Barcelona, como sabéis, la gente habla catalán. Por eso no veo a nadie aquí. Me da asco. Mis sobrinos hablan castellano, ya no los veo, pfff…! En esto soy categórico, muy absoluto. Los escritores, sí, hablan mallorquín, pero es un mundo aparte. A los de aquí les digo: Estáis perdiendo la dignidad, y es porque estáis perdiendo la dignidad que están haciendo todas esas estupideces, todos esos hoteles espantosos, todas esas poblaciones, todos esos apartamentos que se han cargado el paisaje. Es horroroso lo que ha pasado.›› [Mesquida, Biel. Mirós Barcelós. Altes tensions de la pintura I, Joan Miró al peu de la imatge. *<Mirós Barcelós>. Barcelona. Galería Mayoral (19 octubre 2010-7 enero 2011): 18 en catalán, 128 en castellano. Es probable que sea una cita reelaborada por Mesquida.]
La decadencia física y mental de Miró continuará año tras año, plasmándose en la decreciente producción de sus pinturas, grabados, correspondencia...
En septiembre de 1978 sufre una grave caída y parece recuperarse poco a poco durante el año siguiente, pero justo entonces, en noviembre de 1979, sufre un ataque al corazón, que se mantiene en secreto para el público (se comunica sólo un acusado cansancio físico), que le obliga durante dos años a un reposo casi completo: deja de bajar a su estudio y dibujará en una pequeña habitación situada cerca de su dormitorio, e incluso abandonará la idea de un último y octavo viaje a EE UU.
El peor golpe llega la noche del 22-23 de diciembre de 1981, cuando sufre una trombosis, derivada de inmediato durante el 23 en una apoplejía que pone punto final a su capacidad creativa.

Sólo le quedará esperar a la muerte durante dos largos años.

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